viernes, 27 de diciembre de 2019

LUCES TESTIMONIALES EN NAVIDAD


Cada persona puede legítimamente elegir un elemento preferente que sirva para identificar, con certera agudeza, el significado de la Navidad en nuestras vidas. Nos estamos refiriendo a una festividad diferente y muy especial, con respecto a otros eventos lúdicos y testimoniales que van jalonando el ciclo de cada anualidad. En principio hay que destacar el extenso período temporal que supone su celebración. Fecha de inicio que cada vez más se suele ir adelantando en el calendario en curso, ya que hoy día comienza a prepararse desde el mismo mes de Noviembre (incluso con respecto a la muy emblemática lotería navideña, sus décimos son puestos a la venta en pleno verano, allá por el mes de agosto). Esta larga efemérides festiva pone oficialmente su punto final con la celebración del alegre día 6 del enero, que permite el reparto de juguetes y regalos traídos en las alforjas de sus camellos por SS.MM. los Reyes Magos de Oriente. 

La prolongada celebración de la Natividad divina, en las puertas meteorológicas de la estación invernal,  nos sitúa ante una serie de conceptos o símbolos que de una u otra forma “saben” o “hablan” de Navidad. La lista de frases o vocablos es amplia, por lo que vamos a destacar los más significativos en su sentimental relevancia: mantecados, turrones, mazapanes y otros dulces navideños; villancicos; belenes o nacimientos; árboles decorados de Navidad;  aguinaldos; reuniones familiares; felicitaciones y Christmas; comidas de empresa y hermandad; consumismo; nieve; corales y pastorales; conciertos; vacaciones escolares; recuerdos de los que ya no están con nosotros; zambombas y panderetas; misa del “gallo”; mercados y puestecitos artesanales con artículos de regalos; nochebuena; Natividad del Señor; día de los Santos Inocentes; nochevieja; ropa de invierno; Melchor, Gaspar y Baltasar; Cabalgata de Reyes; las 12 campanadas; reconciliación y amistad; caridad con los que más necesitan…

En el párrafo anterior se han podido citar hasta casi tres decenas de elementos vinculados a la tan proverbial etapa festiva. Sin embargo falta, entre esa amplia relación, uno que siempre ha tenido su brillante protagonismo en esta alegre realidad festiva. Ese elemento verdaderamente insustituible” en su “brillante ostentación” no es otro que todas esas LUCES que iluminan el ánimo visual de nuestras existencias. Son miles de bombillas que alegran los sentimientos, situadas en calles, plazas, jardines, parque, monumentos, comercios e incluso en los edificios particulares. Esa potencialidad luminosa tiene su mayor sentido porque al pensar en la Navidad las noches le ganan espacio a los días. Como consecuencia la luminosidad es indispensable en esta festividad decembrina, cuando precisamente tenemos en el Hemisferio Norte los días más cortos del año en la generosidad o providencia solar.  

En la actualidad se entablan curiosas y no menos ridículas competiciones entre ciudades, por ver cuál de ellas se dota de una iluminación más espectacular y cinematográfica, con esos efectos sorprendentes en los que se mezclan elementos acústicos y ráfagas luminosas, sustentados en avanzados sistemas informáticos. Es obvio que detrás de esa ostentación “primacista” y publicitaria se encuentra la prepotencia de algunas corporaciones municipales, a cuyos alcaldes no les importa “hipotecarse” con el dinero o impuestos de los demás, si con ello consiguen un mayor renombre, lustre y prestigio, sin descuidar además, de manera especial, la consecución de un mayor número de votos en la aceptación popular para el grupo político que ostente la mayoría de gobierno municipal. De todas formas, la alternativa a reducir gastos en iluminación seria ofrecer unas fiestas navideñas sin esa alegría especial que posibilitan las omnipresentes bombillas de leds. Como algún espíritu romántico expresaría, dicha situación sería algo parecido a la de un jardín sin flores, un mar sin peces o un mundo sin ilusión.

Nuestras calles y plazas del centro urbano, también las de algunas barriadas afortunadas, lucen, desde finales de Noviembre, el denso lustre cromático y motivador de miles de puntos de luz. Sus composiciones eléctricas dibujan formas geométricas con el sentido motivador de la estética y la motivación anímica de los corazones, adultos e infantiles, en tiempos de la Navidad.

Disfrutamos con las luces blancas, a modo de alegres copos de nieve; celestes, como el manto sereno del cielo reflejado en el mar; verdes, como los bosques en el medio natural; malvas, con la fuerza anímica de la esperanza; naranjas, como la dulce despedida del atardecer; también rojas, que nos recuerdan  el latido del amor en los corazones ardientes…

Lázaro Amaro Villaranda siempre se mostraba reacio confesar su edad. “No me preguntéis por los números de mi calendario, ya que si insistís tendré que quitar algunas hojas del mismo y no me gusta ocultar la verdad.” Al igual que centenares y miles de personas mayores, vivía solo, en un modesto y pequeño piso integrado en uno de los bloques más antiguos del barrio obrero en donde fijó su residencia, allá en los años sesenta del siglo pasado. Toda su vida laboral la ha desarrollado en una importante ferretería malagueña, en la que entró como aprendiz y se jubiló como dependiente encargado del negocio, por la confianza en él depositada por los hermanos Clavijo, propietarios del establecimiento, alcanzando su merecida jubilación hace ya más de tres lustros.

Este ejemplar operario comercial estuvo casado con una agradable y hacendosa mujer, Melania, por espacio de 45 años. La que fue obviamente su pareja de “toda la vida” un aciago día “viajó el reino de las estrellas y los luceros”, precisamente un par de meses después de que su marido se jubilara. Con ejemplar entereza fue asumiendo y superando el muy doloroso golpe que la vida le proporcionó, ya que el buen ferretero tenía la fundada y frustrada ilusión de poder dedicar más tiempo a su fiel compañera tras el abandono de su etapa laboral. El matrimonio había traído a la vida tres hijos, todos ellos varones y que al alcanzar la edad adulta fueron labrando su propia trayectoria existencial, con un egoísta e inesperado desapego hacia sus padres. Pero ni Melania ni Lázaro mostraron una actitud rencorosa hacia sus hijos por el trato que recibían de los mismos, pues entendían que la culpa de esta irrespetuosa actitud derivaba de unas nueras “para el olvido” las cuales habrían manipulado y torcido la voluntad generosa en lo filial de “sus niños”, alejándolos de sus padres.

Lázaro vive modestamente con su pensión mensual, organizando con inteligencia el amplio tiempo disponible. Mantiene su casa bien limpia y ordenada, se esfuerza en prepararse el alimento de cada día y para la distracción cotidiana, aunque posee un antiguo monitor de televisión, prefiere la “grandeza tradicional de la radio”, con sus entretenidos programas informativos y de variedades, además de esos espacios deportivos que ayudan a consumir plácidamente el paso rutinario de las horas. Muchas de las tardes gusta echar un buen rato en la cafetería “El Vagabundo” ubicada en los aledaños de la zona portuaria, para disfrutar con un buen café y esos atardeceres que se pierden, entre el azul y el oro anaranjado, por la nebulosa línea del horizonte. A pesar de su buen carácter, no es persona abierta a entablar numerosas amistades. Sabe llevar bastante bien el peso, no siempre fácil, de la soledad. En realidad, su mejor y más próximo amigo es un antiguo representante de productos ferreteros, Eusebio Trablanca, que llegó a la jubilación dos años después que él y con el que siempre tuvo un fluido y comercial trato, durante los muchos años de trabajo en común. Eusebio es más activo y nervioso, carácter que se equilibra y compensa con la mayor tranquilidad y serenidad  aportada por el sosegado ferretero. Además de compartir esas meriendas de amistad, algunos días de la semana, suelen también dar largos paseos y cuando se tercia también disfrutan con alguna divertida partida de dominó o de naipes, juego que alivia el sopor ingrato del aburrimiento.

Esta muy realista y entrañable historia está centrada en la calle donde precisamente, por azar del destino, los dos amigos residen, habitando en unos bloques ya antiguos de pisos separados por una angosta calle intermedia. Sociológicamente es un barrio modesto, no existiendo en sus fachadas, ventanas o pequeñas terrazas, elementos de ostentación, ornato o lujo, que pueden observarse en otras zonas urbanas más elitistas. Las ventanas de su séptimo C se asoman a esa gran calle articular, que nuclea manzanas de edificios y pequeñas vías, conformando las manzanas de viviendas una planimetría cuadrangular. Ahora que llegan las fiestas navideñas, estas arterias periféricas no reciben la atención luminosa sobreañadida que ostentan, para el reclamo turístico y comercial, las áreas urbanas del centro antiguo o moderno de la ciudad. Y si nos fijamos en el interior de su vivienda, Lázaro hace años que no pone el típico nacimiento o el más moderno árbol luminoso que “hable” de Navidad. Suele comentarle a su amigo Eusebio al respecto:

“Para qué me voy a tomar el trabajo de montar un árbol, con bolitas, luces y regalos, si sólo lo voy a ver y disfrutar yo?  Cuando estaba Melania algo hacíamos, pero ahora yo me conformo con escuchar mi radio y observar lo que otros bien organizan, en esas calles del centro que “deslumbran” por sus tantas bombillas de colores. Y me preguntas si los “niños” me invitarán esta Nochebuena a alguna de sus casas? Pues a la fecha en que estamos, nada me han dicho todavía. No les quiero presionar con este tema. Sé que al final acabaran por hacerlo, aunque yo procuro “pasar” en lo posible de mis nueras. Ya les he mandado a cada uno de ellos un buen paquete con chucherías navideñas. Lo hago con gusto, pensando sobre todos en la ilusión  de los nietos”.

Pero en esa calle de barrio, sin aparente Navidad, un año tras otro aparece una ventana, cubierta por su inquilino o propietario con guirnaldas de luces de colores leds (suelen ser azules o rosas/violetas). Esas pequeñas bombillas ayudan a combatir la opacidad cromática de una vía ausente de ese resplandor intermitente, a modo de latidos del mar, que tan bien alegra los corazones. Lázaro, por su carácter prudente y respetuoso no es muy dado a conocer detalles y datos de la vecindad. Pero, año tras año le llama la atención esa ventana, única en la calle, de una sexta planta que se esfuerza en aportar un poco de luz para señalar o recordar el significado de la Navidad. Lo ha comentado con Eusebio que, con su peculiar carácter, le ha animado a investigar quién vive detrás de esa ventana solidaria, para el buen ver y sentir de los demás.

Influenciado por su amigo, una mañana en la que se disponía a realizar su diario paseo, caminando hasta el centro urbano, pasó por delante del portal de ese bloque, en cuya sexta planta aparecían las luces aproximadamente a partir de las siete de la tarde. Tuvo la suerte o la coincidencia de que en la puerta de ese bloque se hallara un hombre de mediana edad que parecía estar esperando la llegada de alguien, pues miraba de un lugar para otro con repetida y manifiesta insistencia.

“Buenos días, vecino. Creo que vive en esta manzana ¿verdad? porque creo conocerle de vista. Me va a perdonar Vd. si le hago una pregunta nimia, pero que me mueve el interés. El caso es que todas las Navidades hay en su bloque un vecino o vecina que cubre una de sus ventanas con luces de colores. Es la única casa que pone luz al exterior, entre los numerosos vecinos que habitamos mirando a esta gran calle. El Ayuntamiento no considera que esta vía merezca algunas bombillas que alegren el ambiente, reservándolas para otras arterias o lugares “más importantes” por el turismo o los votos. La verdad es que me llama la atención, positivamente por supuesto, la generosidad de este vecino de su bloque. Es un sexto, pero desconozco la letra del piso en el que vive. Si me pudiera dar alguna señal del mismo, se lo agradecería. La verdad es que me agradaría darle expresamente las gracias a esta generosa persona”.

“Ah, ya creo saber cual es la persona de quien me está hablando. Sin duda se refiere a doña Engracia del Real, una señora mayor que vive sola, al igual que tienen que hacerlo otras muchas personas en esta vida. Es una muy buena y generosa mujer, que ha pasado por desgraciadas experiencias en estos últimos años. Vive en el 6º B. Aunque algunos piensan que es soltera o viuda, yo sé que estuvo casada en sus años jóvenes. El marido, que era un viva la virgen, se alimentaba y vestía con el dinero que ella traía a casa. Era costurera, y se ganaba la vida trabajando para varias e importantes tiendas de ropa. Al final el fulano que tenía por esposo acabó yéndose con una guiri, que parece tenía muchos años y libras. Nunca más se volvió a saber de él. Le llamaban el Epifanio, de oficio electricista, pero pocos enchufes arreglaba, con lo vago y sinvergüenza que era. La pobre mujer ahora vive de una modesta pensión, pues con inteligencia supo cotizar para sus años de vejez. No ha tenido hijos y, en cuanto a otros familiares, por aquí nunca hemos visto a nadie que viniera a visitarla. Efectivamente, ella es la única vecina que pone luces de Navidad en su ventana. Antes otros vecinos, como Vd. también sabrá, lo hacían, pero los críos van creciendo y buscan nuevos aposentos lejos de la casa familiar, con lo que se pierde esa alegría en las calles. Vd. es Lázaro … creo que era ferretero ¿verdad? Yo he comprado en la ferretería donde trabajaba, que se llamaba El Tornillo. Ahora ha pasado a una cadena de bricolajes y le han cambiado el nombre. Vd. lo sabrá mejor que yo. Pero ande suba, suba y salude a doña Engracia, que a la señora le hará mucha ilusión. Se lo puedo asegurar”.

Después de recibir tan documentada información, Lázaro se sintió motivado e impulsado a tomar el ascensor y presentarse en la sexta planta. Pulsó el timbre de la puerta B y tras esperar unos segundos escuchó unas pisadas lentas y sonoras, a modo de cómo si la persona que se desplazaba arrastrara los pies por el pavimento del pasillo. ¿Quién es? Escuchó desde afuera. Una vez que le fue franqueada la puerta, presidida en su exterior por una pequeña placa esmaltada con la imagen de un Sagrado Corazón de Jesús, apareció ante sí una señora mayor, quien mostraba un rostro amable por su generosa y tierna sonrisa. El “inesperado” visitante explicó a su interlocutora el motivo de la visita, indicándole su vecindad y rogándole que le disculpara la molestia. Engracia, ya más tranquila, le invitó a pasar pidiéndole aceptase una taza de café o té. No dude que le explicaré el motivo de las luces de colores que adorna una de mis ventanas durante las noches de Navidad. A los pocos minutos la señora, que mostraba efectivamente una dificultad locomotora en su lento desplazamiento, apareció desde la cocina con una bandejita en sus manos sobre la que descansaba una reluciente taza blanca, que aromatizaba un suculento e intenso olor a buen café. Engracia, fina de cuerpo y con un peinado “permanente” de peluquería, disimulaba en lo posible esas canas en el cabello a consecuencia de una avanzada edad. La buena señora completaba la dulzura de su casi permanente sonrisa aplicando una voz dulce y melodiosa que transmitía afecto, serenidad y proximidad.

“Mi buen vecino Lázaro. Aunque en esta amplia calle viven muchas familias, su rostro me es conocido, no sólo por habernos cruzado por las aceras, sino también porque alguna vez he acudido al Tornillo, para comprar algo que me era necesario. Pues sí, para mí el sentido de la Navidad es amor y comunicación. Tal vez sean las fechas del año en que todos nos esforzamos en ser algo mejores, en nuestra forma de ser y de actuar. Quiero decir, en la consideración que prestamos a los demás. Últimamente la suerte no me ha sido muy afortunada. Esta cojera que soporto viene de un mal tirón que me dieron en la calle. La verdad es que no pude distinguir a quien me lo hizo. Solo que estaba en el suelo, magullada y con problemas en la pierna izquierda. Ya voy mejorando, pero aún quedan secuelas que me obligan a caminar muy despacito. Bueno… no elegí bien al compañero adecuado. Pero es una página en mi vida que afortunadamente ya está superada. Tengo algunos familiares, pero que tienen su casa bien lejos, en otras provincias y los que están más cerca deben estar muy ocupados con sus obligaciones y trabajos. En cuanto a la salud, pues los achaques propios de la edad. Hay problemas de “fontanería”, alguno de ellos más que complicado. por aquí y por allá. Sin embargo, cuando llega la Navidad, quiero olvidarme de los problemas y estar alegre y feliz en lo posible. Y la mejor forma de conseguirlo es haciendo el bien a los demás. Ayudo a familias más necesitadas que yo. Y el tema de las luces, ya te lo puedes imaginar. Es una forma de decirles, a los que viven cerca de mi que estamos en navidad y que debemos cultivar el amor y la comunicación. Si el Ayuntamiento no coloca o instala luces de colores aquí en esta calle o en el barrio, pues yo las pongo en mi ventana. A ver si animo a mis convecinos a que sigan el mismo ejemplo. Así las fachadas por las noches estarán más bonitas, trasmitiendo un poquito de amor, ternura y solidaridad. Tenemos que volver a ser “niños”, para apreciar el valor de estos detalles, para la vista, el corazón y, por supuesto, el ánimo de la  ilusión”. 
  
Confortado y agradecido por la grata conversación que había mantenido con doña Engracia, marchó el antiguo ferretero hacia su diario paseo matinal, recorrido que ese día efectuaría solo, sin la habitual compañía de su amigo Eusebio quien a estas horas tenía revisión médica en el ambulatorio. Con gusto había aceptado de su generosa vecina una bolsita llena de magdalenas caseras, elaboradas por la habilidosa señora, dulces que pensaba regalar a su amigo, pues él vigilaba con extremo cuidado la ingesta de azúcares después de la última analítica que le había prescrito don Esteban Cebrián, su médico de cabecera. Antes de despedirse de su ahora ya entrañable amiga, le había prometido que con periodicidad la visitaría, a fin de echar un ratito de charla juntos y aportarle ese valioso calor humano que tanto agradecen las personas sumidas en el mal trago de la soledad. Para esa segunda visita, que pensaba realizar la próxima semana, le llevaría como presente unas flores. Sería un detalle elegante y delicado que Engracia valoraría, como muestra de amistad y admiración a una generosa persona que gustaba compartir luces de colores en los corazones de sus vecinos, a fin de incentivar el alegre tiempo de la Navidad.-


LUCES TESTIMONIALES EN NAVIDAD

José Luis Casado Toro
Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga
27 Diciembre 2019
Dirección electrónica: jlcasadot@yahoo.es            


viernes, 20 de diciembre de 2019

TRADICIONES NAVIDEÑAS, EN LA MODESTA REALIDAD DE ALMUDENA.

Hay muchas personas que “temen” o recelan, ante la llegada de los numerosos y variados eventos de celebración anual. La cíclica celebración de estas fiestas provoca que se sientan aturdidas, deprimidas, nerviosas o superadas en su habitual equilibrio. Echando una hojeada al calendario que recorremos, comenzamos con el largo periplo de las fiestas de Navidad y Reyes, que ya desde el mismo noviembre comienza a dar señales de su protagonismo absorbente. Ese “festivo” calendario continúa con las rebajas comerciales de invierno, la estridencia escenificada del Carnaval, la “Semana Blanca” para los escolares y sus padres, los siete días de “dolor”, devoción o fiesta en que hemos convertido la Semana Santa, el segundo ciclo de las rebajas para el verano, la diáspora turística en los meses del estío y, entre todos estos grandes eventos para el disfrute, la gran feria anual (ahora dividida o multiplicada entre la del día y la de la noche), más toda una ingeniería de “puentes”, cada vez más largos o incluso kilométricos (el de Todos los Santos y el de la Inmaculada suelen ser los más emblemáticos en su prolongada construcción arquitectónica).

Ese tipo de personas, no suficientemente vacunadas en su resistencia para “resistir” tamaña movida, se ven inestabilizadas, física y psicológicamente, ya que estas conmemoraciones lúdicas las dejan sumidas en estados de estrés, ansiedad, nostalgia, tratando de abrirse paso o “blindarse” ante el consumismo exacerbado que la mayoría de aquéllas proporcionan. Existe en estas personas “diferentes” un sentimiento de pérdida de los valores originales y el verdadero sentido que esas mismas u otras celebraciones tuvieron antaño. Y sobre ese divertido calendario sobrevuela una exagerada y poco aconsejable ingesta alimenticia, que va sumando gramos, calorías y grasas a unos organismos que reclaman “en el desierto de la sensatez” un más adecuado equilibrio para la normalidad de nuestros “pesados” cuerpos. Si copiosas suelen ser las comidas hogareñas, qué decir de las celebraciones de empresa o los menús exagerados desarrollados en los almuerzos de hermandad.

Hay quienes intentan (y logran) “liberarse” de esta nube festiva, que envuelve y desvitaliza nuestras no siempre bien valoradas apreciables rutinas. Lo hacen “huyendo” como pueden de esa orgía lúdica que, cada vez con mayor intensidad, nos invade: por ejemplo, organizando algún corto viaje de vacaciones a zonas calidad o frías, según la estación y el deseo; recluyéndose en la segunda vivienda o apartamento alejado del lugar habitual de residencia; contratando algunos días de estancia en las hospederías de monasterios enclavados en el seno de la naturaleza, a donde no llega la vorágine festiva generalizada. Allí, en ese remanso de paz, tratan de entender y mimetizar el ritmo existencial que practican los monjes en clausura; también lo hacen negociando unos días de vacaciones en la alta montaña, residiendo en un rudo pero encantador albergue y evitando, por supuesto, el bajar a la ciudad, salvo para las compras alimenticias ineludibles.  

Almudena Felices Natalia desempeña un honrado trabajo, en una cafetería/pastelería ubicada en la Plaza de Santo Domingo, muy cerca del populoso núcleo urbano de Callao y la Gran Vía madrileña. A sus 37 años de edad, es la única hija del matrimonio formado por Venancio y Margara, conviviendo de manera ininterrumpida con ambos progenitores desde la fecha de su nacimiento, un 9 de Noviembre, festividad de la Virgen de la Almudena, patrona de la capital. Su labor cotidiana en el suculento establecimiento consiste en atender las peticiones de la clientela que tiene 12 mesas de consumición, aunque son muchas las ocasiones en que se sitúa detrás del mostrador preparando las tazas de café, té u otras infusiones, además de los pasteles elegidos por los clientes. También coloca los cubiertos, vasos y platos en el lavavajillas industrial para la rápida limpieza, tras su uso por los comensales. El horario de trabajo comienza cada uno de los días a las 7 de la mañana, permaneciendo en la cafetería hasta las tres de la tarde, aunque hay semanas en las que ha de atender el turno de tarde/noche, iniciando su horario a las 15 horas y finalizándolo ya de noche sobre las 23 horas.

Comenzó a trabajar en esta muy popular cafetería/confitería EL HOJALDRE siendo muy joven, cuando apenas había cumplido los veinte años de edad. La familia Nogueroles, dueña del negocio, mantiene un alto aprecio con respecto a esta camarera, que siempre ha sabido cumplir con diligencia y buen hacer sus obligaciones en esta empresa señera de restauración. La fama de este establecimiento está motivada por la calidad de sus infusiones, las porras de churros con chocolate caliente que deleita a la clientela, además de una cualificada bombonería y pastelería , destacando la especialidad estrella de la casa: los famosos hojaldres rellenos con cabello de ángel, verdaderamente deliciosos para el paladar más exigente. En el día y medio semanal que tiene de descanso, Almudena disfruta con ilusión “salir al campo” con su amiga de la infancia Anastasia (Ania) que es cuidadora asistente para la dependencia de personas mayores. El contacto con el medio natural las revitaliza anímica y físicamente, compensando  la “roma” rutina laboral de cada uno de los días.

Se acercan las, por algunos “temidas”, celebraciones navideñas. En el caso concreto de Almudena, desde hace semanas viene dándole vueltas a la cabeza acerca de cómo podría disfrutar un diciembre diferente, con respecto al vivido año tras año. La experiencia de la repetitiva estampa de la reunión familiar del 24 le parece cada vez menos atractiva, además de provocarle un estado sentimental a medio camino entre lo depresivo y la exaltación desequilibrada provocada por la bebida y la comida ingerida. Esa cena para la reunión familiar la vienen celebrando, durante los últimos años, en el domicilio de la tía Aurea, que como se encuentra bastante impedida por una desgraciada caída que sufrió hace ya tres años, no tiene mucha facilidad para trasladarse a otros domicilios, especialmente de noche y con el frío y la humedad que suele haber durante estas fechas.

A esa fiesta o reunión familiar, en la que no faltan algunas impertinencias, reproches y enfados, paralelos al consumo del alcohol, acuden un elevado número de personajes. Aparte de la tía Aurea, con sus continuos suspiros recordando a su Frasio (al que perdió hace más de una década) nunca falta el tío Ramiro, con su mujer Dorotea, personas sin modales educados, quienes lo primero que le regalan a su sobrina Almu es aquello de A ver, mocita, cuándo te echas novio, que te acercas a los cuarenta y te vas a convertir en una solterona sin remedio, sólo para “vestir santos”. Desde luego que te tenías que “haber metido” a monja, con lo mística que eres”. Los considera verdaderamente inaguantables y faltos de las mínimas habilidades sociales. Y qué decir del abuelo Cándido, que no se habla con su mujer Palmira, desde que se fue de casa cuando tenía ya en su ajado cuerpo los 78 calendarios. Ahora vive “felizmente” solo y “dándole” a la bebida (ese fue el principal motivo de la separación). El aguardiente y la ginebra mantienen al abuelo relativamente bien, a sus 83 años de edad. La escenificación que representan los dos abuelos es digna de sátira, pues utilizan en su continuo enfado intermediarios para transmitirse lo inevitable, aunque físicamente estén a no más de cinco centímetros de distancia. Y desde el comienzo hasta el final de la fiesta, Cándido se pone a cantar villancicos, uno tras otro, cada vez más desentonado y ebrio como una cuba.

Otros miembros del grupo familiar eran los primos Tania, Marco y Zoraida, los hijos de Ramiro y Dorotea, tres jóvenes inútiles que habían comenzado varias carreras, sin apenas pasar del primer curso. Perfectos “niñatos” arrogantes y más falsos que la hojalata, que nada más llegar toman sus maquinitas y se pasan toda la noche chateando con el whatsapp, recibiendo y enviando mensajes a sus amiguetes de la panda, presumiendo con banal ostentación ce cualquier colgante o trapo que lleven sobre el cuerpo. El padre de Almu, Venancio, trae invitado a su íntimo amigo Marcio, un electricista de ideología ácrata, revolucionario de mesa de café, que aprovecha cualquier oportunidad para soltar su mitin trotskista. Los dos amigos son cómplices y compañero de correrías falderas, públicas y notorias en todo el barrio. A la buena de Margara, cuando su hija le saca este humillante tema, solo se le ocurre decir: “Son cosas de hombres, querida Almu. Tu padre siempre ha sido así, muy suyo, desde que lo conocí. Pero a pesar de sus  líos y desahogos falderos, te aseguro que  nunca deja de cumplir conmigo en la cama y tampoco podemos acusarle de habernos faltado un plato de comida para llevarnos a la boca”. Almudena, cada vez que recuerda estas respuestas procedentes de su “sometida” y complaciente mamá, no puede evitar pronunciar la palabra “deprimente” para calificarlas.

Había cinco invitados más en la mesa. A la tía Aurea le asiste una vecina llamada Narcisa, a quien abona una cierta cantidad mensual para que le ayude en  su dependencia. La “Narsi” es mujer de mucho carácter y limitada cultura, que va de espontaneidad e impertinencia continua y que prácticamente se ha hecho dueña de la casa en donde trabaja. Su problema es que dice las cosas sin pasarlas por su cerebro y ofende, aunque ella no es consciente de estar haciendo nada mal. De su boca no suele surgir ninguna palabra amable habitualmente.  Ella es la que siempre prepara la copiosa comida fraternal de Nochebuena, ingerida por toda la “caterva” de gente participante. Para  la emblemática cena, en la que participa como comensal, la recia asistente viene acompañada de su marido Nemesio, un rudo y obeso carpintero, junto a sus tres hijos, Pedrín, Lolin y Carmelín, que tienen entre 8 y 10 años de edad. Estos críos son los que al menos menos “alegran” la velada con sus continuas travesuras y griterío.  

La cifra de diecisiete comensales hacía “temblar” a Almu, ante la llegada de esa “feliz noche familiar y fraternal”. Como en años anteriores, ella sería la encargada de llevar los turrones, mantecados, polvorones, mazapanes y alfajores, de la pastelería el Hojaldre, pues los Nogueroles permitían un precio especial a sus empleados, para que se abastecieran de toda  la dulcería necesaria.

Sin embargo nuestra inconformista pastelera pensaba y repensaba en su necesidad de hacer una Nochebuena y Navidad más atractiva, diferente, enriquecedora e ilusionante. Para ello habló con su íntima Anastasia, esa apreciada amiga que generalmente mostraba su gran sensatez para casi todo. No se equivocaba en su confianza, pues de ella recibió una gran y original idea.

“Almu, aunque tu no eres persona de templos y sacristías, quiero comentarte que en la parroquia ha llegado un cura nuevo, don Prudencio, muy joven y con ideas innovadoras. Ha organizado un programa social estupendo que a ti te vendría como un traje a medida. Esta hermosa acción solidaria ha sido titulada como ESTA NOCHE CENAMOS JUNTOS. Se trata de un listado de personas que voluntariamente se apuntan, para ofrecerse a pasar la Nochebuena en casa de aquéllos que se encuentran solos en la vida, por las circunstancias que sean. Compartirán juntos la cena, la compañía, la conversación, los villancicos, junto a ese calor humano para pasar un ratito feliz. Estos voluntarios se van a encargar también de llevar la comida preparada a esa casa, donde habita una persona en soledad. El coste no es gravoso, porque pueden escoger de la “alacena” parroquial aquellos alimentos que otros feligreses han donado para los ciudadanos necesitados. Normalmente este gesto caritativo o solidario va dirigido hacia las personas mayores que por los avatares de la vida se ven sin compañía, física y anímicamente, en la emblemática y sentimental noche del 24 de diciembre”.

Esta decidida y valiente mujer, decidida a experimentar una Nochebuena diferente y enriquecedora, tras disculparse con sus padres, que tampoco es que hicieran gran aspavientos con el peculiar comportamiento de su hija, fue a cenar al domicilio de Doña Fernanda Carriscosa, una señora bastante mayor, con ocho décadas “bien cumplidas” de existencia, que vivía completamente sola en una buhardilla de la calle Platerías. Ante ella tenía a una agradable y “maternal abuela”, olvidada por unos lejanos familiares con los que no había conectado desde hacía muchos años. Le contó que de joven había sido una atractiva corista y actriz de variedades, actuando en el Teatro Chino catalán durante los años felices de los cincuenta y sesenta del siglo pasado. Observando los álbumes de fotos y recuerdos que la apacible y dulce señora le mostraba, Almu comprobaba que su interlocutora sin duda había sido una escultural jovencita que escenificaba sus habilidades ante un público viciado por el fulgor de lo físico. Ahora, muy vapuleada por el paso del tiempo, sus piernas apenas podían desplazarse, su visión la tenía bastante limitada, pero conservaba esa sonrisa innata o provocada que hacía el deleite de todos aquellos que tenían la suerte de contemplarla. Vivía “recluida” en un viejo caserón, ayudada por algunas vecinas que le apoyaban en lo posible. Estaba a la espera, desde hacía dos años, de conseguir una plaza social en un centro residencial geriátrico dependiente de la Administración regional.

El menú, que Almudena había preparado con esmero, consistió en una sopa caliente vegetal, enriquecida con trocitos de pollo y pavo, aromatizada con hojas de hierbabuena y un platito de queso con lascas de jamón, como primero. El plato principal consistiría en un suculento lomo de bacalao guisado, acompañado con una guarnición de patatas caramelizadas y verduritas salteada. El apetitoso postre consistiría en un trozo de hojaldre relleno con cabello de ángel a la canela. Aunque apenas se consumió, dejó para la señora una “generosa” bolsa de dulces de Navidad, integrado por turroncitos, mantecados, mazapanes y bombones al licor. En las casi tres horas que permaneció en casa de doña Fernanda, las dos mujeres gozaron del don de las palabras, intercambiando vivencias, anécdotas y recuerdos, en un ambiente de fluido diálogo y fraterna amistad. Los álbumes con las fotos de esta antigua artista del espectáculo, impresionaron a la servicial camarera por lo ilustrativo de una vida y una época, precisamente en la que ella aún no había nacido. Almudena prometió a su nueva amiga que mantendrían contactos en el futuro y que se interesaría por la gestión que doña Fernanda estaba realizando para ingresar en esa anhelada residencia geriátrica.

La buena y cariñosa señora quiso hacerle un presente, como recuerdo Y afecto agradecimiento, a la voluntariosa joven que había compartido con ella una entrañable cena “familiar” de Nochebuena. Almu recibió como regalo una hermosa y confortable toquilla de lana, combinada de preciosos colores, que la señora había tejido con afecto y dedicación en sus largos ratos de asueto. Siempre la usaría y guardaría con amor en el recuerdo a doña Fernanda. Cuando volvió a su domicilio, alrededor de la 1 de la madrugada, aún no habían vuelto sus padres de la casa de tía Aurea. En el salón de celebración de esta señora, aún permanecía el abuelo Cándido que, etílico y somnoliento, reposaba recostado en un gran sofá con tapicería ajada y muy descuidada en su limpieza. Continuaba “desentonando” algún villancico, con la mirada comprensiva y filial de su hija. En la ya muy desordenada habitación seguía emitiendo un vetusto monitor de televisión, al que se había bajado el volumen y a cuya pantalla ninguno de los dos familiares prestaba atención alguna.-


TRADICIONES NAVIDEÑAS, EN LA MODESTA REALIDAD DE ALMUDENA


José Luis Casado Toro
Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga
20 Diciembre 2019
Dirección electrónica: jlcasadot@yahoo.es