viernes, 31 de enero de 2014

REME, Y EL COMPLICADO VALOR DE LA DIFERENCIA.


Seis amigas, compañeras de universidad, comparten cada fin de semana esa grata amistad de la unión y el afecto. Cuatro de ellas, Mara, Inma, Mónica y Esther, estudian segundo curso en el grado de derecho. Reme y Lara, lo hacen en la Facultad de Filosofía y Letras, en la especialidad de Filología Hispánica. Todas ellas, coetáneas por su edad, fueron compañeras de aula desde los ya lejanos tiempos de la educación primaria, en aquel entrañable Colegio de la Presentación, donde se conocieron y desarrollaron su primera formación escolar. Las seis amigas acaban de superar el umbral de la mayoría de edad, disfrutando de su espléndida juventud en el devenir de los días. Lógicamente, cada una de ellas se halla inserta en un contexto grupal, con las peculiaridades y diferencias propias de cada familia. Pero, cuando encuentran ese espacio o ratito para la unión, preferentemente en los fines de semana y a través de la comunicación on line, sea el correo electrónico o los Watsapps, se sienten fuertemente hermanadas en el afecto.

A pesar de esta buena relación, en ocasiones surgen diferencias entre estas jóvenes motivadas, en la mayor parte de los casos, por nimiedades o malentendidos que no alcanzan mayor gravedad. La competitividad por la ropa o cuando algún amigo o compañero, bien parecido, se cruza en sus vidas, generan rencillas e infantiles tensiones que con un poco de diálogo se solventan, a fin de recuperar esa armonía tan necesaria que las distingue desde que eran pequeñas. 

Todas, salvo una de estas chicas, mantienen un nivel de normalidad en cuanto a su apariencia física. Superan con buena nota esa imagen agradable que la mayoría de las personas apetecen poseer. Pero este superficial aspecto o imagen es, en la persona de Reme, desafortunadamente, diferente. La naturaleza se ha mostrado mezquina con esta joven, específicamente en dos elementos de su look o apariencia. Rostro poco agraciado y una acumulación de gramos corporales, hoy día no especialmente valorada entre los chicos. Utilizar la expresión calificativa de guapo o feo, puede ser razonablemente discutible o controvertido. Pero es que esta chica no se adorna de esas cualidades corporales básicas para la norma mayoritaria. Incluso, en momentos concretos de la escolarización primaria, e incluso media, algunos compañeros de aula y vecinos fueron especialmente crueles en el trato con ella, por esos elementos externos que adornan la figura de cada persona. Y, aunque ella trata siempre de disimular, el dolor, que este mezquino comportamiento le produce en su ánimo, es muy profundo.

Algunas de sus amigas presumen de poseer pareja. Incluso son motivos de diálogo, en esas tardes/noche de cena y baile y copas de los viernes o sábados, los datos acerca de fulanito y de sus pretensiones con respecto a ésta u otra de sus compañeras. En estas ocasiones, Reme se limita a sonreír y preguntar, sin poder ella presumir y exagerar, como suelen hacerlo las demás. Pero es el signo de su destino. Y así un día tras otro. No era esencialmente el concepto o sentimiento de envidia la situación que ella soportaba. Más bien era desazón y frustración, al verse postergada con respecto a esa imagen externa que sus compañeras lucían.

Bien es verdad que esta chica lucha por compensar esas carencias, meramente externas en lo físico, con otros valores que adornan si cabe, aún más, nuestro mejor currículum personal. Ser agradable y servicial con los demás. Sonreír, aunque “la procesión vaya por dentro”. Disimular, haciendo como que no escuchas los comentarios jocosos acerca de tu físico. Tratar de mejorar, en lo posible, esas carencias o defectos estructurales en tu organismo. Centrarte en objetivos importantes para tu formación y futuro: el estudio y la mejor preparación. Y, así, un largo y difícil etc.  Pero Reme sufre, en lo humano, ese dolor ante el desprecio de muchos a los que no parece importarles hundir sin misericordia la autoestima de una persona.

Una mañana, cuando volvía al clase tras unos minutos de descanso en el bar de la facultad, encontró, debajo de sus apuntes, un folio doblado dirigido a su persona. Lo firmaba un  compañero de grupo el cual, con palabras que perecían verdaderas y sumamente afectivas , se sinceraba con la joven. Le era difícil entender el gesto de este compañero quien, durante los dos cursos transcurridos de carrera, la había ignorado e incluso despreciado con bromas carentes de toda fortuna. Incluso, en ocasiones, lindando la crueldad. Ahora venía a decirle en su texto que se había equivocado gravemente con ella. Que se había dado cuenta y reconocía el gran valor de humanidad y cariño hacia los demás que ella regalaba cada día. Que le gustaría conocerla mejor. Y que a tal fin, podían quedar para tomar algo ese sábado por la tarde, en un conocido punto de encuentro junto al Parque de la ciudad. Hablarían sobre distintas cuestiones y de forma especial le pediría ayuda sobre un problema que estaba atravesando con su familia. Se despedía de manera muy correcta, reiterándole su disculpa por el mal trato que él le había proporcionado, en distintos y desagradables momentos de los dos cursos que ambos llevaban compartiendo.

El asombro y la alegría de Reme fue muy profundo, ante el inesperado gesto de Fran. En realidad, él no era el único de todos los que en su grupo tan mal se comportaban con su persona. Pero ahora, este bien parecido compañero había tenido la gallardía de rectificar y tenderle una mano, principio de una buena amistad. Incluso le pedía una cita, a fin de  pasar un rato juntos en el fin de semana. Lo que para sus amigas era algo más que rutinario, cuando salían con otros chicos, en ella era la confirmación de que su buen corazón y generosidad, para con todos, comenzaba a estar dando sus frutos. No podía dar crédito a la alegría que le embargaba. Y, con el nerviosismo propio del caso, lo comentó con su grupo de amigas íntimas, a través del móvil. En esta ocasión era ella quien iba a faltar en la reunión y salida del sábado. Otro sms telefónico llegó al móvil de Fran, aceptando sus disculpas y confirmando la reunión para lo que suponía iba a ser una linda y preciosa  tarde.

La respuesta de sus amigas fue verdaderamente espectacular. Los whatsapps funcionaron con toda la intensidad, tanto en rapidez como en contenido. Mostraban la alegre sorpresa de que uno de los chicos más guapos de la clase se fijara en una persona que había sufrido la postergación e incluso la falta de respeto, por parte de muchos. Se alegraban por ella y le animaban a que aprovechara esa oportunidad de la mejor forma posible. Aunque también hubo otros mensajes “ocultos”. “¡Vaya con la mosquita muerta! Con ese cuerpo que tiene y uno de los más guapos del curso la invita a merendar. Yo aún no me lo acabo de creer. Hay cosas que no se entienden. Nosotras ya porque estamos acostumbradas a aguantarla. Pero esto parece un milagro de la naturaleza. Salir con semejante paquete…. este chico debe haber perdido la cabeza”. Afortunadamente, esta desconsiderada frase, enviada  por Mara a Esther, no llegó al conocimiento de quien ahora era protagonista y centro de los comentarios. Y no fue el único de los que, en los días previos al sábado, se cruzaron entre esos móviles prestos para el diálogo.

Eligió su mejor vestido. Quiso ir elegante, pero moderna. Tonos oscuros, a pesar de la primavera, pues así podría disimular un poco mejor esos kilos que afeaban su figura. En la peluquería cuidaron de su pelo, dándole un estilo desenfadado, con una tonalidad más rubia, a su castaño no intenso. La pobre chica pasó hambre, en esos cuatro días que faltaban para la cita, con la vana esperanza de quemar algo de la grasa acumulada en su anatomía corporal. Y se preguntaba acerca del lugar que Fran habría elegido para pasar la tarde. ¿La invitaría a cenar? ¿Cuál sería el problema que le quería consultar? ¿A qué se debería el buen cambio de actitud de esta persona, que tan despectivamente la había tratado hasta el momento? Esas preguntas, junto a otras muchas, habían estado bullendo por la cabeza de Reme, antes de que llegara el que suponía iba a ser su gran día.

Siete de la tarde, junto a la conocida farmacia 24 horas, en la esquina de Larios. Allí estaba Fran, con su aire desenfadado, sus vaqueros raídos y las Converse blancas que siempre solía llevar. Tras el saludo, fueron paseando hasta una cervecería en la Plaza de la Merced, muy de moda entre la gente joven. La “actuación” de este caradura fue digna de grabación. En realidad, algunos amigos del joven tomaron las fotos necesarias, desde ángulos bien disimulados, a fin de sustentar bien la apuesta que entre ellos se había cruzado. Reme, ensimismada, atendía con una amplia y compresiva sonrisa, a las historias que bien narradas compartía su compañero. Un tanto nerviosa, le iba aconsejando acerca de algunas respuestas que, en su opinión, debería adoptar el que parecía atribulado joven. Pero no hubo cena. A eso de las nueve, el chico se disculpó con un compromiso familiar que le obligaba a tener que interrumpir la reunión. Se despidieron con un cariñoso saludo. Y que se llamarían, para pasar otra tarde juntos.

Clara, su madre, no dejaba de hacerle preguntas, cuando llegó a casa. Su única hija se sentía feliz y compensada, de lo bien que había resultado el encuentro. ¿Podría ser el inicio de algo más de una buena amistad? ¿Pero cómo ahora este apuesto chico podía haber cambiado tanto? Tras quitarse la ropa, apenas tenía ganas de cenar. Y eso que solo habían tomado dos cervezas, con un par de tapas. Ante de utilizar el móvil, para comunicar con sus amigas, se fijó que había dejado el portátil encendido. Con esos hábitos reflejos del cada día, repasó las redes sociales. Y en una de ellas, una cruel entrada titulada: La gran apuesta, con “la Gorda”. La abrió temblorosa y comenzó a ver una serie fotográfica, en la que ella era la protagonista, imágenes tomadas  desde los ángulos más insospechados. Fran había ganado la apuesta, por “resistir” dos horas con “la Reme”. En la última instantánea, se veía al joven sinvergüenza, poniendo sus dedos índice y corazón en señal de victoria, y esbozando lo que era una estúpida carcajada. Doscientos veinticinco euros había ganado este impresentable sujeto.

No tuvo fuerzas para llamar a sus amigas. Éstas, al tanto ya de todo lo que pasaba, tampoco quisieron marcar su número de teléfono. Especialmente dos de ellas, copartícipes en tan inhumana y cruel broma. Aquella fue, para Reme, una amarga noche de lágrimas y desconsuelos.  La ayuda de su madre fue la mejor terapéutica de que gozó en tan amargos momentos. En más de una semana no se atrevió a aparecer por la facultad.
Fue en la tarde del martes, cuando Clara llamó a la puerta de su cuarto. Le indicaba que un chico quería hablar con ella. En el salón le estaba esperando Javi Medina, el delegado de su grupo en la Facultad.

“Compa, lo que se ha hecho contigo no tiene nombre. Tal vez no me creas, sobre lo que te voy a decir y a pedir. Estoy aquí por voluntad propia y por delegación y representación de todos tus compañeros. Te queremos pedir perdón por esta estúpida e incalificable broma. Te aseguro que el propio autor de la misma, se halla arrepentido y avergonzado de la misma. Quería acompañarme, pero he pensado que sería mejor que, en este momento, viniera yo sólo. Queremos que vuelvas a clase. Ya se han acabado las bromas y la crueldad en el trato. Te vamos a respetar, como muy buena persona que eres. Por supuesto, yo el primero. Reme, no quiero que pierdas el curso. Y no me voy a mover de aquí hasta asegurarme que mañana vas a estar en clase. Muy temprano, a eso de las 8 y media, vendré a recogerte con  mi coche. Y todo esto te lo digo, delante de tu madre. Se te va a respetar. En ello va mi palabra de hombre. Yo me voy a cuidar de que así suceda. Te he traído este ramito de flores, como símbolo de amistad y perdón”.-

José L. Casado Toro (viernes, 31 enero, 2014)
Profesor

viernes, 24 de enero de 2014

INTRIGA, EN LA LÍNEA DE CAJA DE UN HIPERMERCADO.



Cuando eres cliente usual del mismo hipermercado, haciendo las compras con una rutinaria frecuencia, se te hacen familiares muchas de las personas que atienden el cobro. En ocasiones, tras un breve saludo, intercambias algún comentario con el encargado o encargada de la caja registradora. Sin embargo, cuando el establecimiento se encuentra lleno de clientes, en los días previos a una festividad o en época de rebajas, las largas colas ante las cintas donde son depositados los artículos aconsejan la mayor agilidad, tanto por el consumidor como por los responsables de la entidad comercial. Unos y otros desean pagar o cobrar de la forma más ágil y rápida posible. Narremos una historia que se produjo en el contexto de una gran área comercial.

Rocío, una joven de veinticinco años, separada (en realidad, nunca se oficializó el vínculo) y madre de una niña que ha cumplido su tercer aniversario, trabaja en este hipermercado desde hace ya casi cuatro años. Vive junto a su madre, Natividad, en una pequeña vivienda de la zona norte, en esa modesta barriada colindante al río o cauce seco que atraviesa la ciudad. Son tres generaciones las que habitan en ese espacio, articulando entre ellas una feliz convivencia muy valorada en estos tiempos de crisis e inseguridad. El sueldo que aporta la joven trabajadora se une a la pensión de viudedad que cobra su madre, que sólo tiene veintidós años más que su única hija. El horario laboral de Rocío cambia de una semana a otra, según los turnos rotatorios establecidos por la dirección del negocio, ubicado en el nuevo centro urbano que estructura la ciudad. 

En las primeras horas de la mañana, suele haber pocos clientes en el hipermercado. Ello le permite estar más relajada ante la máquina registradora y fijarse en algunos de los clientes que con asiduidad repiten sus compras en esas horas tempranas del día. Concretamente había un hombre de mediana edad (probablemente, superaría en poco los cincuenta años) que, con unos pocos productos en su carrillo de compra, solía siempre elegir su línea de caja. Notó que, de una manera poco disimulada, se le quedaba mirando, esbozando una educada sonrisa. Y que utilizaba cualquier pretexto a fin de intercambiar algunas palabras con su persona. Al margen de que las normas de atención al cliente especificaban el saludo correspondiente y la mayor amabilidad hacia la persona que visita el establecimiento, la familiaridad de este hombre le hacía potenciar esa dedicación normativa, durante los escasos minutos que duraba el proceso de pago. Y así un día tras otro siempre que le correspondía el horario matinal, ya que en el turno de tarde este señor nunca solía aparecer. Por supuesto que la corrección del cliente en cuestión era intachable, aunque ella percibía que la observación del mismo hacia su persona era más que destacada. No le quiso dar más importancia al hecho, aunque se llegó a preguntar en la memoria si habría coincidido con él en alguna circunstancia concreta.

La contextura física del cliente era bastante delgada. Su pelo, inicialmente castaño oscuro se había ido entremezclado con ese cabello cano que refleja el paso de los años. El color de sus ojos, entre celeste y gris, reflejaba una mirada agradable pero también cansada, tal vez llena de tristeza, por los avatares propios de la existencia. Solía vestir de una forma juvenil, priorizando el uso de vaqueros y zapatillas deportivas blancas. Desde luego sus modales eran muy cuidados en la forma de trato, aunque se le notaba desde lejos su interés por la joven que atendía la caja de pago.

Esta curiosa historia tuvo un giro inesperado cuando una noche, tras el cierre del establecimiento, Rocío abandonaba el recinto. Esa semana le correspondía el turno de tarde. El estado del tiempo era muy agradable, ya que abril se había presentado con un ropaje primaveral de temperaturas templadas y, curiosamente, sin lluvias. Allí, junto a la puerta de salida, observó a este caballero que, con su inequívoca mirada, la estaba esperando. Le extrañó su presencia, pero entendió que debía ser amable y atenderle con la mayor corrección.

“Me va a disculpar y, en modo alguno quiero que mi actitud sea malinterpretada. Efectivamente la estaba esperando, pues conocía que hoy le correspondía el turno de tarde. Quiero decirle que siempre me trata con mucha consideración, cuando voy a pagar por su línea de caja. Y que agradezco mucho esas breves palabras que a veces podemos intercambiar. El vivir solo, ya desde hace muchos años, hace que valore especialmente cualquier gesto agradable o amable, especialmente en el momento de la comunicación verbal. Mi nombre es Feliciano y yo conozco el suyo, a través de la plaquita que tienen inserta en su uniforme. También aparece en el ticket de pago. Rocío es un nombre muy bonito y dentro de un par de días, es cuando se celebra su onomástica en el santoral. Quiero mostrarle mi agradecimiento por esas palabras y esas sonrisas que sabe regalarme en los breves minutos de la compra. Por todo ello le voy a rogar que acepte un pequeño regalo, para la celebración de ese día. Por favor, no se sienta incomodada, ni vea en mí otro comportamiento que no sea el de valorar su amabilidad”.

En apenas segundos, Rocío vio en sus manos una bolsita de joyería, en cuyo interior había una cajita muy bien presentada. Un tanto cortada y sin saber qué decir, la abrió viendo en su interior una pulsera o esclava de oro que únicamente llevaba grabado su nombre de pila bautismal. También había un par de lindos zarcillos. Ante la sonrisa de su interlocutor, ella se vio embargada de cierta tensión. En un principio hizo ademán de devolver el regalo pero, tras unos segundos de reflexión, interpretó el generoso gesto de una forma positiva. Feliciano le volvió a insistir que aceptase su regalo y que no viera en el mismo malas o dudosas intenciones. Un tanto con los colores subidos en el rostro, la joven dio las gracias, expresándole que no tenía por qué haberse metido en tal gasto. Aunque desconocía la situación económica de Feliciano, el coste de esa joya que le regalaba sin duda tenía un elevado valor. Se despidieron con una sonrisa, intercambiado palabras amables de ¡Gracias! y ¡Felicidades!

Al llegar a casa, su cría ya había cenado y estaba en la cama. La ayuda de su madre, Nati, era fundamental para el cuidado de la pequeña. Estando ya sentadas, ante el aparato de la televisión, Rocío le narró este curioso episodio, mostrándose su madre muy atenta ante la historia que le estaba contando y, de forma un tanto especial, ante las características o descripción física del generoso personaje.

  “Bueno, no te preocupes ni le des más vueltas. Probablemente sea una persona solitaria y con medios económicos, que se muestra agradecida del trato amable que recibe cuando le cobras sus productos de compra. Mientras que sólo sea eso, no tienes por qué inquietarte. Además, como me lo describes, te dobla ampliamente la edad. No creo que vaya con otras actitudes más interesadas. Desde luego sabe elegir los regalos. Esta pulsera es muy elegante y debe tener un destacado valor. Sin duda es una persona presa de la soledad, que ha debido potenciar en exceso las palabras que recibe o el trato amable que tú, muy bien, le sueles ofrecer”.

A pesar de estas tranquilizadoras palabras, por parte de su madre. Rocío no se sentía muy conforme, ante la decisión que, unas horas antes, había adoptado, presa de la confusión ante lo inesperado del regalo. Se despertó, en algunos momentos de la noche, dándole vueltas a la conveniencia o no de quedarse con tan valioso regalo, Tras el desayuno, llevó consigo la cajita con la pulsera a su centro de trabajo, pues se mostraba dispuesta a devolvérsela a Feliciano, cuando pasara por su caja. Por supuesto que lo haría con mejores palabras de agradecimiento. Una y otra vez, seguía sin comprender el gesto de este buen hombre. Pero, aunque ese día iniciaba su turno semanal de mañana, el curioso personaje no apareció para hacer esa pequeña compra que, como costumbre llevaba a cabo casi todos los días. Pasó ese día, también las semanas y los meses, sin que volviera a ver al cliente. Como no sabía más datos sobre su persona (salvo su nombre) no podía ponerse en contacto con él. Guardó la esclava y los zarcillos de oro en casa, pues no se mostraba dispuesta a utilizarlos. Verdaderamente le extrañaba la ausencia de este hombre, al que prácticamente veía pasar casi diariamente por su puesto de trabajo. ¿Qué le habría podido suceder, desde su último encuentro, en la noche de aquel miércoles de Primavera? Nunca más volvió a verle.

Y pasó el tiempo, entre atardeceres y amaneceres, por la sencilla vida de Rocío. Dos acontecimientos marcaron sus próximos años. El más grato fue que supo y pudo rehacer la convivencia familiar, con un compañero de propio supermercado, que también vivía la soledad de un matrimonio roto. Para ambos, el cambio supuso recuperar esa amistad lustrada de atracción sentimental que tan esperanzadamente buscaban. Pero también hay nubarrones que eclipsan las sonrisas, en el caminar del destino. Una fría mañana en Otoño, Natividad les dejó. Emprendió viaje a ese incierto destino, dicen…. más allá de las nubes, desde donde no se contempla el retorno.

Días más tarde de esa cruel, pero natural realidad, Rocío se dispuso a ordenar el cuarto de su madre, eliminando y conservando lo necesario. Hizo unas bolsas con ropa y zapatos, para donarlas a unas Hermanas que atienden a personas mayores muy necesitadas. Organizó los recuerdos y enseres más entrañables que habían pertenecido a Nati. En una carpeta con documentos muy diversos, halló un sobre cerrado, en cuyo anverso estaba escrito, con letras mayúsculas, la siguiente frase. Para Rocío, cuando yo me haya ido de la vida. Intrigada, abrió ese amarillento envoltorio. Dentro del mismo había una carta y una foto, en blanco y negro y perceptiblemente envejecida por el paso de los años. La imagen representaba a un joven apuesto y sonriente. En el reverso de la fotografía, una corta frase: Para ti Natividad, mi mejor amor. Firmaba, Feliciano. De inmediato pensó en el hombre del hipermercado. Evidentemente era este mismo señor, con treinta y pocos años menos.

Sobresaltada, leyó despacio y llena de intriga el contenido de la carta. No era un texto muy largo pero sí repleto de confidencias.

“Mi querida Rocío. Cuando leas esta carta, yo estaré muy lejos de vuestra existencia. Y deseo que conozcas una página oculta que hubo en mi vida. Muchas veces tuve intención de explicártela, pero al final siempre me faltó valor para hacerlo. Llevaba casada año y medio, cuando conocí a una persona que generó en mí un gran amor. Aquella relación, oculta, transcurrió durante un par de meses. Fruto de ella, quedé embarazada de ti. El que siempre has considerado tu padre, tenía una dificultad orgánica para procrear. Tuvo la grandeza de aceptar una hija, que sabía no era suya, y perdonar mi temporal infidelidad. Él siempre tuvo hacia ti un trato de padre. Bien lo sabes. Antes de romperse nuestra relación, Feliciano aceptó también mantener el secreto de su paternidad. Nunca más supe de él, hasta ese día en que me contaste el regalo que te hizo un cliente, a la salida del súper. Por los datos físicos que me diste, sabía que era esa persona que fue tan importante para mi maternidad. Al paso de los años, quiso localizarte. Conocer físicamente a su hija, pero sin descubrir nuestro secreto de amor. Por alguna razón, muy poderosa, eligió ese preciso momento para hacerte el regalo. Después, según me contaste, desapareció completamente también de tu vida. Ahora ya conoces mi secreto. Por esta foto que te adjunto, podrás reconocerlo de joven. Confío y deseo sepas perdonarme. Pero, gracias a Feliciano, tu llegaste a la vida. Tú has sido el gran y principal tesoro de mi existencia.  Un beso. Tu madre”.

Profundamente sobresaltada y nerviosa, Rocío tuvo una intuición. Recuperó la pulsera de oro que tenía guardada en el comodín del dormitorio. La repasó y descubrió que en el borde interior de la misma estaba grabada, con letras muy pequeñitas, una fecha. Esos cuatro números correspondían al año exacto de su nacimiento.-


José L. Casado Toro (viernes, 24 enero, 2014)
Profesor

viernes, 17 de enero de 2014

¿LA FUERZA DE LA GENÉTICA, O EL VALOR CONVIVENCIAL?


Tratando de hallar un poco de sosiego, cuando te ves inmerso en la ruidosa y estresante vorágine callejera, acudes una vez más a esa eficaz medicina que te recupera el ánimo y enriquece el conocimiento. Siempre y cuando tengas la suerte de elegir una buena película, entre la variada oferta que te hace la cartelera diaria. Más o menos eso fue lo que ocurrió cuando, en una de esas tardes con pleno sabor navideño, asistí a la proyección de un film japonés, presentado en versión original subtitulada. DE TAL PADRE TAL HIJO (Like father, like son) cuyos 120 minutos de metraje fueron rodados en el año 2013. Dirigida por HIROKAZU KORE-EDA (Tokio, 1962), este drama familiar venía avalado con dos importantes reconocimientos: el premio especial del jurado, en el último Festival de Cannes (la Palma de Oro fue concedida a La vida de Adéle) y, también, el premio del público, en el reciente Festival de San Sebastián. Aunque no siempre tu “instinto” (ayudado por alguna publicidad, al efecto) te hace acertar en la elección por la que has optado, en esta ocasión los espectadores nos encontramos con la grata sorpresa de un excelente material cinematográfico en pantalla.


¿CÓMO ES LA TRAMA ARGUMENTAL DE  LA PELÍCULA?

La historia muestra el drama de dos familias que han de afrontar la muy dura experiencia de conocer, a los seis años desde su nacimiento, cómo sus hijos fueron intercambiados en la maternidad del hospital. Unas pruebas médicas, realizadas cuando el hijo de una de ellas va a ser inscrito en un prestigioso colegio infantil, desvela ese trágico error perpetrado en dos senos familiares. En realidad, no fue un error. En el fondo de esa terrible e injustificable acción estuvo la mano intencionada de una joven enfermera, en aquellos momento anímicamente desequilibrada por problemas de índole privada. Al paso del tiempo estas dos familias, de estatus socioeconómico muy diferentes, comprueban con estupor que esos dos niños, a los que llevan criando ya seis años, no tienen la misma identidad genética, correspondiente a sus respectivos padres y madres legales. La dirección del hospital, que ha de afrontar la ineludible responsabilidad judicial, pone en comunicación a las dos familias para que decidan cuál es la solución menos lesiva para el equilibrio futuro de ambas criaturas. Desde un principio aconsejan la reparación del error, sugiriendo que cada niño recupere el contacto y la unión con sus verdaderos padres. Por supuesto, de manera gradual. En todo caso, la decisión última deberá estar siempre en manos de sus respectivos progenitores, mediante el apoyo técnico especializado, la reflexión y el diálogo. Pero el problema no es tan simple de superar con facilidad, entre otros factores, porque la sociología de ambas familias es notablemente contrastada.


LA FAMILIA NONOMIYA

RYOTA (Masaharu Fukuyama, 1969) y MIDORI (Machiko Ono, 1981) son padres de un niño KEITA que tiene seis años de edad. Forman una acomodada familia, que reside en un barrio burgués de la capital. Él ejerce su profesión de arquitecto, en una importante empresa constructora. De origen modesto, se impuso desde la juventud la premisa del esfuerzo y la dedicación obsesiva, a fin de ir labrando el cualificado estatus profesional que hoy posee. Como contrapartida, su atención familiar se ve reducida por ese afán laboral que embarga la disponibilidad de su tiempo. Tiene una joven y dulce esposa, Midori, que acepta la situación en aras de la estabilidad del hogar. Pero su hijo, Keita, siente la ausencia de un padre entregado a las necesidades laborales, sintiéndose tratado de una forma muy exigente por Ryota que quiere ver en su hijo (estudios, aprendizaje de piano, deportes) su propia proyección personal de esfuerzos, ambición y éxitos continuados en los objetivos. A esta familia nada le falta en lo material, aunque la autoexigencia profesional del padre debilita el calor y afecto que tanto la madre y el niño anhelan en lo más íntimo de su ser. Y lo más penoso es que Keita percibe la decepción paterna, que desearía un hijo que fuera prácticamente su otro yo. El inmenso golpe que afecta a esta familia cuando conoce que el niño que tienen es de otra madre, es recibida por Ryota con una doble perspectiva. Indignación en un principio por el error, aunque también con la interpretación egoísta de sentirse aliviado conociendo que Keita no es de su propia sangre. “Eso lo explica todo” es la terrible frase que llega a pronunciar, tras el impacto emocional por esa revelación de la diferente consanguinidad.


 
LA FAMILIA SAIKI

YUDAY (Lily Franky, 1963) y YUKAY (Yoko Maki, 1981) tienen tres hijos, dos niños y una niña. El mayor, RYUSEI tiene seis años. Nació el mismo día que Keita, en el mismo hospital. Viven de forma modesta, pero muy felices. Yuday posee una pequeña tienda de material eléctrico con la que sostiene la humildad de su hogar. Su nivel cultural y educacional es notablemente inferior al de Ryota aunque es persona habilidosa (arregla los juguetes estropeados de sus hijos) y de muy buen carácter. Dedica gran parte del tiempo disponible, tras su trabajo, a estar junto a sus hijos, con los que juega y disfruta, como un niño grande. Para él y para su mujer, los hijos son el mayor y mejor patrimonio de que gozan en la vida. Cuando conocen la verdadera realidad genética de Ryusei, comprenden e integran la circunstancia mucho mejor que los Nonomiya, aunque se proponen obtener una buena compensación económica de la entidad hospitalaria como indemnización. El contraste educacional de Yudai con Ryota es revelador de los diferentes contextos sociales en los que ambas personas se han desenvuelto.


DE NUEVO, EL INTERCAMBIO
DE LOS DOS NIÑOS
Siguiendo el consejo de los responsables hospitalarios, las dos familias inician un gradual acercamiento, a fin de que los dos pequeños se vayan integrado poco a poco en el seno de la familia que les corresponden. Hay momentos de tensión en ese proceso, cuando Ryota llega a proponer a los padres de Ryusei que éste se viniera a vivir con ellos, pero que también hiciera lo mismo Keita, permaneciendo en el hogar en el que ha estado viviendo hasta ese momento. Las estancias de los dos pequeños con sus verdaderos padres genéticos  se van haciendo cada vez más prolongadas en el tiempo. Es una decisión sumamente difícil, pero al fin acuerdan que los dos niños ocupen el lugar correcto dentro del contexto o línea genética al que pertenecen. Ambos padres piensan que, con el paso del tiempo, estos pequeños integrarán y asumirán el intercambio.


LA REACCIÓN DE KEITA Y RIUSEI

A pesar de que el proceso de asimilación es lento, a fin de que los pequeños lo asuman, uno y otro niño lo interpretan de manera desigual. KEITA encuentra en su verdadero padre, ese cariño, esa aceptación, esa dedicación en el tiempo que no hallaba en Ryota, una persona obsesa para su obligación y ambición profesional. El tener dos nuevos hermanos con los que jugar y compartir la infancia es un don añadido a ese difícil trance en el que se ha visto envuelto y que no logra entender bien. Su antiguo padre le decía que algún día comprendería la situación. Ahora tendría que cumplir “la misión” que se le había encomendado. Como si todo fuera un juego.
Sin embargo, RIUSEI sufre, cada uno de los días, la ausencia de aquellos padres y hermanos, con los que ha convivido durante los seis primeros años de su existencia. No entiende ni le agrada el tipo de vida, acomodada en lo material y en el esfuerzo, que trata de imponerle su verdadero padre. A pesar de la dulzura y cariño que le aporta  su madre, echa de menos esa alegría, esa libertad, esa forma de vida que tenía con Yuday y Yukay. Incluso en una ocasión se rebela con este cambio convivencial y se escapa hacia la casa de sus antiguos progenitores. En esta ocasión es precisamente Yuday quien le manifiesta a Ryota su disposición a quedarse con los cuatro niños. El pequeño no se siente feliz en su nueva familia. Una y otra vez, le reitera a sus padres que quiere volver a su antiguo hogar, para volver a jugar y sonreír con los que considera sus hermanos.


EL FINAL, DE LA COMPLICADA HISTORIA

Ryota comprende que su forma de ser y vivir la paternidad no es la más acertada. Asume los necios errores que ha cometido con “sus dos hijos”. El genético y con aquel otro que el destino puso en sus manos. Reacciona en positivo, pidiéndole perdón a su “hijo” aunque no sea de su propia sangre. Siente que se está perdiendo una parte fundamental en la vida de cada persona: ser padre y ejercer como tal. El trabajo y las jerarquías laborales, pasan. Los hijos, no. Incluso su propia mujer, Midori, rompe su sumisión y comprensión conyugal, afeándole la pobre conducta que ha tenido hasta el momento con el que siempre va a ser su hijo. Aunque sea una paternidad no sanguínea, sino relacional. Parece ser que, a partir de este momento, la unión de ambas familias va a ser cada día más intensa.


 
PERO TAMBIÉN….. PUDO SER ASÍ

Tras esas fallidas experiencias de integración, con el sufrimiento subsiguiente de los niños, ambas familias deciden volver a la situación previa al hecho que ha conmovido sus vidas. Keita y Ryusei vuelven con los padres que los han cuidado desde que vinieron al mundo. Con el paso de los años, dadas las buenas y estrechas relaciones entre los dos hogares, los críos no se recatan en manifestar: tengo dos papás y dos mamás. Y en este sorprendente hecho hay dos personas que con tacto, delicadeza y mucho amor, contribuyen a formar una única familia en el corazón: las dos mujeres que han aportado el calor de la maternidad, Midori y Yukay. Ambas sonríen, ante esa gran familia que, afectivamente, acaban conformando. Al espectador, tras el visionado de la interesante e instructiva cinta, le queda un complicado interrogante. ¿Qué ha de prevalecer en la responsabilidad paternal, la fuerza vincular de la genética o el afectivo valor convivencial? La respuesta es obvia, en el marco ejemplar de la generosidad: sin duda, el amor.-


José L. Casado Toro (viernes, 17 enero, 2014)
Profesor