viernes, 25 de marzo de 2022

RADIO EN LA MADRUGADA.

Como en cada una de las noches, entre lunes y viernes, NAZARIO Develia camina pausadamente por una de las aceras de la Gran Vía madrileña, importante arteria urbana de la ciudad que, a esas horas en las que ha comenzado un nuevo día, está escasamente transitada por vehículos y peatones. Se dirige a ese magno edificio de oficinas y negocios, en cuyas plantas 8ª y 9ª están ubicados los estudios y despachos administrativos de una de las más importantes emisoras de radiodifusión nacional e internacional. En esta popular y reconocida cadena de comunicación presta su colaboración, desde hace ya más de un año, en un muy atractivo y valorado programa de interacción con los ciudadanos que es seguido, según las encuestas periódicas de la OJD (Oficina de Justificación de la Difusión) por centenares de miles de radioyentes. El programa es emitido entre la 1 y las 3 horas de cada madrugada, una vez que ha finalizado el principal espacio deportivo de la jornada.

Nazario, el “conductor” del interesante espacio, tiene en la actualidad 43 años. En su currículo constan dos licenciaturas obtenidas en la Universidad Complutense: Sociología y Psicología. Además de esta colaboración para las antenas de radio, ejerce como profesor titular en la facultad de Psicología, en donde imparte sus clases a partir de las 11 de la mañana, por cortesía de su departamento, lo que le permite descansar unas horas básicas, que completa durante los fines de semana. Su estado civil es la de divorciado de Liliana (por incompatibilidad de caracteres) con la que sin embargo mantiene una relación cordial. El hijo que tuvieron durante su vínculo matrimonial, Axier, 12 años, vive con su madre, aunque dos fines de semana de cada mes está con su padre, en el apartamento que este posee no lejos precisamente de la emisora de radio en donde colabora.

El título del programa puesto en las ondas es “RADIO EN LA MADRUGADA”, aunque prevalece el subtítulo de esta plaqueta, pronunciada una y otra vez en la publicidad diaria: ES BUENO QUE HABLEMOS. El formato de este famoso espacio, seguido por una franja importante de radioescuchas muy interesados en sus contenidos mientras los demás duermen, en realidad no se caracteriza por una gran originalidad. Lo que singulariza al programa es la ágil y amena forma que imprime el director locutor en su desarrollo, siempre con hábiles recursos para que cada noche parezca diferente a la anterior. El esquema básico consiste en las comunicaciones escritas u orales que los oyentes envían al programa, exponiendo su caso o problema, pidiendo consejo o ayuda para poder mejor afrontarlo y resolverlo. Aunque no se establecen límites específicos para los temas a plantear, mayoritariamente es tratada la compleja temática de las relaciones interpersonales. El director del espacio selecciona para cada noche hasta cinco casos (a veces no todos pueden emitirse por falta de tiempo) de entre los recibidos en la emisora. La formula del correo electrónico es la más utilizada para el envío de los contenidos: Nazario@radiomadrugada.com, aunque también se reciben algunas cartas manuscritas y también numerosos mensajes de voz.

Tras la lectura, en abierto, de la cuestión planteada, con todos los datos necesarios para su mejor comprensión, Nazario realiza un primer comentario explicativo de la misma. De inmediato se da entrada en las ondas a los radioyentes que desean participar (normalmente no más de tres o cuatro, para cada caso). Son aquellos que por diversas circunstancias se muestran capacitados y animados para aportar soluciones, opiniones y consejos, que ayuden al remitente protagonista que ha planteado el problema. Tras la intervención de estos “colaboradores” Nazario, el conductor especialista, unifica o coordina los criterios aportados, sintetizando lo que sería como “el estado de la cuestión”.

Se trata en todo momento de conseguir dos premisas u objetivos: la intervención argumentada y dialogada de los oyentes y, sobre todo, la ayuda que se le puede prestar al autor de la problemática expuesta. Los firmantes de los casos, por supuesto, mantienen su anonimato en las ondas o utilizan nombres supuestos, a fin de salvaguardar su privacidad, aunque el director del programa tiene constancia de la autoría de esas comunicaciones enviadas para el debate, requisito exigido para ser aceptadas por la emisora.  

Esa noche de viernes, Nazario finalizó el programa cuando el reloj marcaba las tres y siete minutos de la madrugada. Se despidió hasta el lunes de los compañeros técnicos de la emisora y al salir a la calle se encontró con una noche gratamente templada, por los vaivenes meteorológicos que suelen acompañar a la estación primaveral. Un par de asuntos, tratados con sensibilidad y criterio en el programa, le habían dejado profundamente afectado, por lo que decidió acudir a una cafetería/bar, llamada Amazonia, que ofrece la peculiaridad de mantener abierto el servicio de atención a los clientes noctámbulos hasta las cuatro treinta de la madrugada. Le apetecía tomar un moka de café y chocolate caliente, reflexionando al tiempo sobre esos dos casos que, de manera especial, le habían impactado fuertemente en su ánimo. Sentado en una mesa esquinera del establecimiento, ubicado en la ahora desierta calle de Fuencarral, se veía como uno de los siete u ocho clientes noctámbulos, que compartían silencios, palabras y miradas con sus copas, tazas o compañeros de vigilia. Pensaba en Melania y en Patricio, los verdaderos protagonistas de esa noche en su programa de radio. Entre sorbo y sorbo, de su caliente, aromática y reconfortante taza, fue reconstruyendo minuciosamente los problemas que afectaban a estos dos seres con nombres supuestos.

 

“Buenas noches, amigos. Me llamo… pongamos Melania. Durante gran parte de mi longeva existencia (ya soy octogenaria) he trabajado interpretando historias, para la distracción de miles de espectadores. Nunca he sido cabeza de cartel, lo reconozco. Siempre he aparecido en la letra pequeña de la publicidad. Sin embargo, me he entregado, de corazón, para que los minutos que estaba en el escenario no desmerecieran al trabajo que desarrollaban, con maestría y talento, los grandes protagonistas de las obras. La verdad es que el destino y mi esfuerzo me han proporcionado muchas horas, meses y años de trabajo. Aplicando siempre a mi labor responsabilidad, estudio, esfuerzo y una tremenda ilusión. Incluso llegué a tener un cierto prestigio … como actriz secundaria. Fue emocionante colaborar en algunas películas, no muy famosas y taquilleras, pero sí dignas y distraídas. Gané algún dinero, que incluso guardaba para los tiempos oscuros. Pero, una y otra vez, mi débil voluntad ante el amor hizo que esas previsiones cayeran en saco roto. Mi “mala” cabeza o mi gran corazón, hizo que innobles amantes dilapidaran el esfuerzo de mis ahorros.

Cuando los años pasaron y ya ni me llamaban como simple figurante, comencé a sufrir etapas de necesidad. De humillante necesidad. El hambre, sí el hambre, me obligó a vender esas queridas joyas que tanto me gustaban tener y lucir. En los momentos de desesperación, tuve que superar el miedo a la humillación y pedir ayuda a compañeros y amigos, veteranos y jóvenes, para poder llevarme algo de alimento a la boca. Y para pagar un modesto alquiler, en donde cobijarme. ¿Las respuestas que recibí? … pues ha habido y hay de todo.

Recuerdo un día de hambre (es real y muy duro, tener que repetir en estas breves líneas esa terrible palabra) fui a una casa de comidas baratas. Mi anciana coquetería hizo que incluso me disfrazara un tanto, para evitar ser reconocida. Apenas llevaba en el monedero unos tres euros. Pedí al camarero un trozo de tortilla de patatas y un bollito de pan. Me preguntó que iba a tomar para beber. Le respondí que un vaso de agua. Un señor que estaba sentado junto a una mesa cercana a la que yo ocupaba me observaba con indisimulada fijeza. En un determinado momento hizo una señal al camarero, diciéndole algo en voz baja. Cuando terminé de tomar el trozo de tortilla, vi que me servían una taza de café con leche caliente con un bollo de leche, de los que llaman suizos.  Me di cuenta de la generosidad de este señor, al que le di las gracias con una sonrisa. Antes de marcharse, se me acercó para saludarme. Con visible emoción me dijo que me había reconocido de verme actuar sobre los escenarios y en las pantallas del cine. No he olvidado aquel encuentro.

Finalizo esta narración (que la he dictado a una amiga que domina la informática) pidiendo apoyo, no sólo para mi persona, sino para tantos artistas que sufren muy duras necesidades, cuando su tiempo de trabajo, por la edad o las circunstancias, ya ha pasado y se ven prácticamente en la indigencia. En la calle”.

 

Para este caso, habían intervenido varios oyentes quienes aportaron diversas soluciones para esos actores que en la ancianidad pasan tan cruentas necesidades materiales (residencias de acogida, fondos de ayudas formados por cuotas de los actores en activo… etc). Fue emocionante la llamada inesperada de un gran actor español, en la cima de su prestigio quien, deseando mantener su anonimato, manifestó su deseo de ayudar a esta compañera de profesión. Solicitaba que, fuera de onda o en privado, se le facilitaran los datos reales de la veterana actriz, a fin de evitarle en el futuro tener que pasar por los amargos tragos de la indigencia. Nazario recordaba, con el sentimiento a flor de pie, la vivencia emotiva que aún mantenía sobre este entrañable caso difundido en las ondas socializadoras radiofónicas.

El otro importante asunto de la noche, que bien anclado había quedado en su recuerdo, era el de un sacerdote, con graves problemas vocacionales en la actualidad. En su exposición, había utilizado el nombre supuesto de Patricio.

 

“… Al paso de los años, ahora tengo 56, me pregunto si aquella fuerte vocación sacerdotal, que asumía en mi adolescencia avanzada, era verdaderamente real o tal vez influenciada, con intensidad, por una madre de profundo comportamiento religioso, cuya ilusión o proyecto básico en su existencia era tener un sacerdote o clérigo en su familia. Incluso creo haberle escuchado, en más de alguna oportunidad, ese curioso comentario, al que nunca di la menor importancia, de que le hubiera hecho feliz tomar o vestir los hábitos de alguna congregación conventual.

De manera indudable, creo que la influencia materna tuvo un decisivo peso en ese paso al frente que un día di para ingresar en el seminario conciliar y más adelante para profesar como sacerdote. Durante más de tres décadas he ejercido con responsabilidad las obligaciones de mi función pastoral, aunque no he de negar que he sufrido, en esta larga etapa de mi vida, diversas crisis de identidad vocacional, para un puesto de tan elevada responsabilidad social y espiritual.

Tal vez, al paso de los años, la frustración por no haber formado una familia convencional ejerció una influencia negativa en mis frecuentes crisis anímicas. La convivencia con mi madre, durante una prolongada etapa, disimulaba esa carencia existencial que cíclicamente me golpeaba. Pero cuando ella alcanzó una cronología muy avanzada en su vida y sus limitaciones, sobre todo físicas, se fueron agudizando en un proceso de dependencia cada vez más acendrado, la soledad “material y anímica” se me fue haciendo dolorosamente insoportable. El sentimiento de soledad es muy difícil de sobrellevar. Lo reconozco.

Y hace poco menos de un año que apareció en mi vida una gran mujer, Laria, por la que me sentí, desde el primer en que hablamos, profunda y sexualmente atraído. Todo fue a consecuencia de un trabajo o reportaje que ella estaba elaborando, por su profesión de periodista, para una cadena mediática de ámbito regional. A sus 48 años tiene un hijo adolescente, de su frustrado matrimonio con un cónyuge que ya formó una nueva familia.  Nos caímos bien y creo sinceramente que la atracción fue recíproca, pues sus bellos ojos turquesa así me lo indicaban. El acercamiento entre nosotros es cada vez más intenso y frecuente. Cuando estamos juntos, la felicidad que nos embarga es manifiesta y no hemos sido capaces de evitar unir nuestros cuerpos, en más de alguna ocasión. La necesito y me siento feliz estando junto a ella. Pienso que el sentir de Laria es similar al que late en mi persona.

Pero la decisión de la secularización no es fácil de adoptar. A veces me atrapan esas dudas que hacen preguntarme si me estaré equivocando. Echar por tierra más de tres décadas de sacerdocio no es fácil. Además, está la persona de mi madre, con sus egos e influencias. Tener conocimiento de esta situación podría acabar con su vida. No me cabe la menor duda. Y en esta tesitura me hallo. Yo que siempre he tenido que ayudar a otros a resolver sus problemas, acudo ahora a esta popular familia de la madrugada, para expresar con palabras lo que siento y sufro, en esta trascendental etapa de mi vida”.

 

Las numerosas intervenciones que se cruzaron en las ondas, aportadas por oyentes de la más variada cualificación, todas ellas, de una u otra forma y con matices, coincidían en sugerir a Patricio que diera un valiente e inteligente golpe de timón a su vida, aliándose con la verdad, con la realidad. Pues era más que notorio el error de seguir desempeñando una función espiritual, para la que había perdido (si es que alguna vez la había tenido) la tensión vocacional necesaria o básica. Le venían a decir que a través del matrimonio también podía continuar sirviendo humanamente a la divinidad.  

Este segundo caso, también había producido honda repercusión en el ánimo de Nazario. Precisamente, en la genealogía de su familia, había tenido lugar un hecho similar al planteado por el cura Patricio. Y este caso familiar, en su información o conocimiento, no tuvo un desenlace o solución feliz, pues el clérigo continuó ejerciendo como sacerdote, pero cada vez más amargado y frustrado.

El reloj marcaba las 4:30 cuando el profesor universitario e improvisado locutor de radio, algo cansado pero feliz de haber cubierto una jornada más ante las ondas, salió de la cafetería Amazonia, camino de su no lejano domicilio. Al ser ya sábado, no tendría que acudir en la mañana siguiente a sus clases en la facultad, como ocurría durante los demás días de la semana, por lo que dispondría de unas horas más que suficientes para el merecido descanso. Fue realizando el trayecto de la vuelta a casa a través de calles casi vacías de transeúntes, farolas adormecidas, olores contrastados y los laboriosos sonidos de los camiones y operarios que recogían los residuos ciudadanos. Arriba, un cielo estrellado que cubría a una ciudad sumida en el letargo onírico de la madrugada. Se encontró también con algunos vagabundos, cobijados entre cartones y mantas protectoras, en portales y entidades varias que ofrecían esos huecos como singulares aposentos. Una noche más de programa, en la que había ayudado a que algunas personas compartieran sus problemas y desventuras y otras colaborasen con sus opiniones, sugerencias y ayudas concretas. Todo ello gracias al milagro de la radio, ese poderoso, fraternal y popular medio para la difusión de información y punto de encuentro para intercambiar la palabra y la generosa voluntad solidaria.-

 

 

RADIO EN LA MADRUGADA

 

José L. Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

25 marzo 2022

                                          Dirección electrónica: jlcasadot@yahoo.es           

Blog personal: http://www.jlcasadot.blogspot.com/

 





 

viernes, 18 de marzo de 2022

LOS SECOS CAUCES DE LA DESMOTIVACIÓN.

Contemplar el voluminoso vaso de un gran embalse o pantano sin agua, observar el cauce completamente seco de una arteria fluvial o esas fuentes con sus caños ausentes, son duras imágenes que superan la infortunada percepción de una sequía y que nos dejan un amargo sentimiento de los comportamientos o respuestas ingratas que la naturaleza, en muchas ocasiones, nos depara. Pero esa terrible aridez no sólo aparece en el entorno geográfico, sino que también se genera en las relaciones sentimentales que afectan a los seres humanos.

La pareja protagonista de este relato forma un matrimonio socialmente admirado y económicamente consolidado. Ambos cónyuges, con cualificada formación universitaria, ejercen profesiones de saneada rentabilidad material. A ojos de los demás son un perfecto ejemplo para la admiración e incluso para esa envidia “sana” por la suerte y resultados que algunos pueden llegar a conseguir en sus vidas.

RODRIGO, 56 años, es doctor en Ciencias Económicas. Está adscrito, desde hace muchos años, a un prestigioso despacho de asesoría e inversión de grandes capitales, teniendo en su cartera de clientes apellidos ilustres, tanto nacionales como extranjeros. Es un “enamorado” tenaz de su profesión, a la que dedica un número importante de las horas del día. Debido a su atareado trajín laboral, resulta frecuente que sólo vea a su esposa en la hora de cenar. Incluso son muchas las noches en que tiene que compartir la mesa con esos importantes y selectos clientes, a los que hay que bien atender y en modo alguno defraudar. Durante algunos fines de semana, suele acudir al Club de Campo La Torrentera para jugar al golf, actividad deportiva en la que nunca ha destacado, pero que le entretiene y reduce el estrés acumulado durante la intensa actividad negociadora desarrollada en la semana. Con esta práctica además fomenta los contactos con antiguos o potenciales clientes que enriquezcan y sustenten el prestigio y los elevados ingresos de la empresa para la que trabaja. Practica, desde hace muchos años, una curiosa afición en el ámbito de su privacidad, como es el coleccionismo de llaves, habiendo acumulado hasta este momento de su vida más de 2.500 ejemplares, de todos los tamaños, formas, materiales y épocas. Precisamente, en el chalet individual donde reside, integrado en la selecta urbanización Los Quejigales, ha construido un cobertizo, ubicado en un angular de su amplio jardín, en donde tiene clasificadas y archivadas esos miles de artísticas y curiosas llaves de puertas, baúles, aparadores y demás mobiliario. Aunque él simula “no darse por aludido” entre sus amigos, compañeros de despacho y demás conocidos, le dan el nombre del “llavero” aunque también otros suelen apodarle como “el sereno del Quejigal”, con cariñosa y amena simpatía.

DELIA, la esposa de Rodrigo, con la que lleva 25 años casado, tiene siete años menos que él. Nada más finalizar su licenciatura en la facultad de Farmacia, en la ciudad nazarí de Granada, se hizo cargo del establecimiento farmacéutico propiedad de su padre, quien por razones de salud accedió con anticipación al estado de jubilación. Este antiguo profesional de la farmacia cedió el testigo a su única hija que, muy bien preparada, lleva con mano diestra este comercio para la salud, ubicado en el céntrico, popular y tradicional entorno, muy transitado de público, de la zona próxima a la Iglesia de san Juan, Mercado de Atarazanas, Puerta del Mar y Plaza de Félix Sáenz malacitana. Dos mancebos, Lily y Aniel, se turnan en ese horario de nueve a diez de la noche, ayudando a la titular propietaria, período en que el establecimiento atiende al público, entre lunes y sábados, más los periodos rotarios de guardia por las noches. Delia tiene también sus “tentaciones” para la distracción, en este caso es la acumulación compulsiva de ropa, de todos los colores, tallas, calidades y “hechuras”. El amplio ropero de su domicilio se halla atiborrado de prendas, necesitando periódicamente una revisión a fin de regalar a determinadas amigas o a establecimientos benéficos, abundantes prendas de vestir o de calzar, ropa con muy “escasas puestas” y algunas piezas prácticamente sin estrenar.  

Después de cinco lustros de convivencia la pareja “sufre” de ese cansino y rutinario aburrimiento sentimental, que ni uno ni otro se atreve a abordar con la rotundidad y valentía necesaria, tal vez siguiendo ese consejo que los mecánicos veteranos nos ofrecen cuando llevamos el coche al taller: “en muchos casos, lo mejor es no abrir el capó del motor, a menos que sea estrictamente necesario. Si tocamos algún tornillo puede ser incluso peor. Mientras que el coche funcione … es mejor no trastear muchos engranajes. En todo caso, se sustituye esa pieza estropeada y todos tan felices”. Y así iban pasando los días, con esa rutina desvitalizada, que tanto miedo les daba reconocer e intentar arreglar.

La cigüeña encontró pronto el domicilio de los Valenzuela – Giralda, tras su enlace matrimonial. Trajo, en colaboración con los jóvenes esposos, una linda hija a la que pusieron el plácido nombre de SERENA. Esta niña fue la única visita que realizó la cigüeña, ante lo ocupados que estaban siempre los señores de la casa. En la actualidad se ha convertido en una muy preparada joven de 24 años, ya casada y con un hijo recién nacido. Serena trabaja como programadora informática, en el Parque tecnológico de Andalucía, en Málaga.

El matrimonio de Rodrigo y Delia padece de aburrimiento y desvitalización en su ardor sexual. La llama de la atracción se ha ido paulatinamente apagando, al paso de los años, sin que ninguno de los cónyuges haya tenido la imaginación y decisión de dar un golpe de timón a sus monótonas existencias. La incomunicación entre ellos es notoriamente palpable, aunque educadamente disimulada. El estado del tiempo meteorológico hace tiempo cronológico que ha dejado de ser ese socorrido recurso para rellenar los incómodos silencios durante la cena, mientras siguen pasando los minutos ante un televisor que habla y “entontece” aturdiendo a unos espectadores ausentes en su concentración o exaltación afectiva.

Sin embargo, el destino, a veces oportuno, a veces cruel, las más de las ocasiones travieso y caprichoso, quiso “ayudar” a estas dos vidas somnolientas, que naufragaban sin incentivos en el mar de la tensión emocional o pasional. Su críptica acción y mágica influencia hizo posible que ambos recuperaran ese vigor perdido de la ilusión en el sentimiento emocional. Con unos meses de diferencia, uno y otro vieron renovarse felizmente sus aletargadas existencias.

Primero fue Rodrigo, quien jugando al golf en la Torrentera conoció a LAURA, una joven de 29 años (27 menos que el asesor financiero). Quedó “cautivado” por su “angelical sonrisa, la desbordante simpatía que irradiaba y con un cuerpo verdaderamente atractivo, por su delgadez y agilidad de movimientos, aunque eclipsado por el notable tamaño de su boca, aspecto genético cruelmente utilizado por esas envidias y rivalidades malsanas, que no se recataban en apodarla “el buzón de los escaparates”. La pobreza de esa expresión provenía de que la chica, diplomada en los estudios de diseño, publicidad y moda internacional, se había convertido en una consolidada profesional escaparatista, con abundantes y bien retribuidos encargos entre las más prestigiosas firmas comerciales.

Esta joven, muy aficionada a las actividades senderistas y prácticas de natación, había participado en no pocas “carreras” del amor fácil. Pero tras su encuentro con Rodrigo, a través de amigos comunes, hizo muy buenas migas con el sosiego, la madurez, el atractivo y el habitual despiste que mostraba el bien adinerado asesor de finanzas, que se había ilusionado “perdidamente” de esa novedad para combatir el aburrimiento existencial en el que se veía sumido. La secreta relación entre ambos se fue sustentando en el intercambio de simpatía, ilusión, atracción y pasión que Laura aportaba, con los gestos muy dadivosos que su amante generaba (joyas, cenas, promesas de futuro) y una exuberante sensualidad (largos años contenida) difícil de rechazar o limitar. En definitiva, que don Rodrigo se había echado una atractiva amante, que le había devuelto la alegría de vivir.

Un par de meses después, también la ilusión sentimental llamó a las puertas vitales de Delia. El encuentro no fue fortuito, pues se había ido gradualmente gestando a través de diferentes ocasiones con un muy joven jefe de sección de unos prestigiosos grandes almacenes, llamado THEO, 32 años, que atendía con proverbial profesionalidad y afecto los en principio requerimientos comerciales de esta compulsiva e ilusionada cliente, sentimientos que se veían vigorizados cuando la bien conservada señora se veía inmersa en la multitud de prendas y complementos que pueblan la planta cuarta del prestigioso establecimiento. Una vez fue la talla de un abrigo de cachemir, en otra ocasión unos arreglos urgentes para un lujoso traje de ceremonia en un enlace matrimonial y, finalmente, un conjunto blazer, de marca francesa, cuya talla y hechura no se adaptaba bien a unos gramos superfluos que soportaba el todavía esbelto cuerpo de la farmacéutica.

Todo comenzó con una invitación a café, en la cafetería del centro comercial. Más adelante, el generoso gesto de unas localidades en la tercera fila del patio de butacas, para  un famoso musical puesto en escena en el Teatro Soxo CaixaBank (ambos “tortolitos” son muy aficionados al arte escénico), culminando el proceso atractivo, una romántica y suculenta cena, en un restaurante cinco tenedores, allá en todo lo alto del remodelado edificio Only you, frente a la céntrica Larios. Por supuesto, en una noche en que Rodrigo llegaría muy tarde a casa, por tener que atender a unos adinerados inversores japoneses que deseaban participar en una gran promoción residencial en el paraíso Marbellí de la Milla de Oro. El ardiente amor había surgido entre ellos, a pesar de los 17 años que distanciaban sus respectivas cronologías.  

En una y otra pareja, el secretismo e infidelidad de sus actos acrecentaban la emoción de los numerosos y trabajados contactos furtivos, para los que siempre encontraban ese hueco y oportunidad que alegraba sus “romas” y cansinas vidas. Rodrigo siempre tenía en la cartera, como excusa o recurso para su cónyuge, esa reunión imprevista y urgente, con señores que buscaban invertir y rentabilizar sus capitales, buscando un asesor con prestigio que no defraudara sus crematísticas expectativas. Sin embargo, por esos “milagros” que también acaecen en la Tierra, los interesados capitalistas del dinero negro se transformaban en un cuerpo ágil, fresco y atrayente para el amor, con esas risas espontáneas y dinamizadoras de la delgada escaparatista, con su angelical rostro siempre abierto a nuevas, endiabladas y agotadoras travesuras para el sentir. Delia confiaba en la discreción y buen hacer de Lily y Aniel, a fin de estar cada día el menos tiempo posible en la farmacia, pues ansiaba aprovechar intensamente las horas disponibles en los turnos rotatorios de su amante, el comercial textil. Por cierto, en la vida de Theo y a pesar de su juventud ya había habido una profunda unión de pareja, de la que había nacido una hija. En estos momentos su madre, Eva, estaba unida a un maduro anticuario francés, que aportaba a la unión, además de su deslumbrante cultura, una atrayente cuenta bancaria que motivaba la disponibilidad y favores de la muy bien dotada Eva. 

Theo y Laura, a medida que mantenían su relación sentimental con sus veteranas parejas, apremiaban a éstas para diesen el paso definitivo de la ruptura abierta y definitiva con sus cónyuges respectivos, decisión que uno y otro iban dilatando, con excusas e indecisiones varias y jugando con plazos una y otra vez incumplidos. Rodrigo y Delia, cuando salían del acogedor lecho embriagador del amor ilícito, olvidaban sus continuas promesas, pues aparecían en ellos las indecisiones derivadas del escándalo que su gesto conllevaría, no sólo en lo social o profesional (en el caso de Rodrigo) sino también en el familiar, pues la reacción de su hija Serena no dudaban podría ser agriamente explosiva y de distanciamiento filial definitivo, dado su carácter intransigente con los fatuos convencionalismos sociales.

Resultó curioso, y sin duda producto del azar profesional y del encaprichado destino, que Theo y Laura se conocieran, sin que sus respectivos amantes tuviesen noticia del hecho. El contacto provino de una promoción de las nuevas prendas para la estación primaveral, que los grandes almacenes tenían previsto realizar. Theo encargó el montaje ornamental y promocional a una reconocida profesional del diseño publicitario, que resultó ser Laura. Tanto el jefe de sección como la escaparatista de la muy amplia sonrisa se cayeron muy bien, cumpliendo eficazmente las obligaciones profesionales de sus respectivas funciones laborales. Uno y otro estaban precisamente atravesando una fase de plena tensión emocional, con sus dos “talludos” amantes, recelosos de dar ese paso definitivo que cada uno demandaba, aunque, lógicamente, ninguno hizo mención de este complicado asunto vinculado a su estricta privacidad.

En esas dudas que albergaba los corazones y mentes de Rodrigo y Delia, había momentos en que ambos se sentían atraídos físicamente, tal vez como contraste ante el inminente paso de la ruptura matrimonial que estaban dispuestos a dar, aunque no encontraban el momento y la fuerza necesaria para llevarla a efecto. Sin embargo, fue la farmacéutica quien prometió, una vez más a Theo, que iba a dejar ya, sin más dilaciones, a su marido Rodrigo. Para ello, lo importante era encontrar la fecha y la circunstancia más propicia para comunicarle esta trascendental decisión en sus vidas. Ante la insistencia del cada vez más “obsesivo” comercial amante, fijó ese momento para la cena que pensaba celebrar con motivo de su 50 aniversario, reunión familiar a la que asistiría su hija Serena con su marido Flavio, guionista y productor videográfico. Estos último percibían que el comportamiento de Rodrigo y Delia era cada vez más frío y distante, en su relación conyugal. Pero achacaban ese distanciamiento y patente incomunicación entre ambos a las consecuencias de la edad y al tiempo que llevaban conviviendo.

La noche previa a celebración de esa cena familiar, con motivo de su medio siglo de vida y contratada precisamente en la terraza del Hotel Only You, Delia se sentía bastante nerviosa e insomne, a consecuencia de la importante declaración pública de ruptura que iba a hacer a su marido, delante de Serena y Flavio. Se incorporó de su cama (el matrimonio, desde hacía meses, dormía en lechos separados, ocupando el mismo dormitorio) en plena madrugada, para prepararse algo caliente en la cocina. El reloj marcaba, en la penumbra de la noche, las 3:35 horas. Sentada en el salón de su señorial chalet, tomaba pequeños sorbos de una infusión relajante que se había preparado, además de un comprimido de Melatonina que le ayudase a conciliar el sueño. Plenamente desvelada, pensaba una y otra vez en las personas de Rodrigo y Theo. También en la reacción de Serena.  Abrumada ante este trascendental momento para su futuro, se entretenía, de manera mecánica, siguiendo con el dedo índice los laboriosos bordados de uno de los cojines que reposaba junto a ella. Al moverlo, observa en la media oscuridad del salón una luz blanquecina que salía de su base. Era el móvil de Rodrigo, quien lo había dejado allí olvidado antes de irse a la cama. Siente curiosidad, en la tensión aburrida que alberga, comenzando a juguetear con el mismo. Conoce las claves que utiliza su marido, por lo que no tiene dificultad alguna para su apertura. Durante largos y contrastados minutos en lo anímico, conoce aspectos fundamentales y desconocidos para ella acerca de la secreta relación sentimental que mantiene Rodrigo con una mujer cuyo nombre e imágenes son inéditos para su conciencia, Laura, la autora de una última llamada a ese número y que había quedado sin responder.  El resto de la noche apenas descansa. En ella se mezclan sentimientos de liberación, frustración, rencor y humillación por sentirse burlada. Muy de mañana comunica telefónicamente con Aniel, para explicarle que ese viernes no acudirá a la farmacia por asuntos familiares, pidiéndole que él y Lily se encarguen de atender bien el correspondiente servicio.

A continuación, contacta telefónicamente con su amante Theo, a fin de para pedirle salir juntos a cenar esa noche, pues tiene algo importante que transmitirle. Le aclara que Rodrigo tiene reunión con unos clientes y no volverá a casa hasta la madrugada. Quedan citados en la puerta del Hotel Only you, de tan buenos recuerdos para ambos, a las 21 horas.

Laura recibe un mensaje remitido desde el móvil de Rodrigo, a las siete de la tarde de ese mismo viernes. En su contenido, supuestamente escrito por su amante Rodrigo, éste le pide acuda al restaurante del hotel Only you, para compartir una cena.  Le anticipa que tiene una importante y trascendental noticia, que le va a llenar de alegría. Que no puede ir a recogerla por unos imprevistos de última hora. Se despide con unas cariñosas palabras no exentas de sensualidad.

Delia le pide a su marido que recoja a Serena y a Flavio y los tres vayan directamente al restaurante. Ella acudirá puntual a la cita, ya que es la homenajeada por su aniversario, pero antes quiere estar un buen rato visitando a una íntima amiga de la infancia que se encuentra enferma. Con tiempo suficiente, se desplazará al hotel.

A las 21 horas, con británica puntualidad, Delia atraviesa la puerta del hotel, bien acompañada por su ilusionado Theo. Allí esperan Rodrigo, Serena y Flavio que observan con extrañeza como su esposa y madre, respectivamente, aparece espléndidamente engalanada y acompañada por un joven al que en modo alguno conocen. Casi al unísono también entra por la puerta Laura, con su amplia y habitual sonrisa, centrada en la persona de su amante.

La escena es de impacto. Rodrigo se pregunta “descompuesto” qué hace allí Laura. Theo y Laura se reconocen de inmediato, por su colaboración comercial en el márketing de la ropa primaveral. Serena y Flavio se siguen preguntando quiénes son los dos jóvenes que parecen conocer muy bien a sus padres. Rodrigo cae en la cuenta, de inmediato, de toda la trama urdida por su mujer. Ahora se explica el por qué de la desaparición de su móvil esa tarde, aparato telefónico que precisamente encontró su mujer debajo de unos cojines.

Los seis personajes se encuentran agrupados en una atmósfera de incómoda tensión. Se observan unos a otros y nadie dice palabra alguna. Las sonrisas de Laura han desaparecido. Serena y Flavio miran con rabia a sus padres, pues en décimas de segundo están captando el trasfondo de la situación. Theo también comprende el entramado en el que se encuentra inmerso y busca en el interior de su mente ese autocontrol que tantas veces ha de utilizar, en su cualificado puesto de trabajo. Laura, cada vez más seria, mira retadoramente a su amante, pidiéndole con evidente enfado una explicación a esta escenificación. La única que vuelve a sonreír es Delia, que se muestra complacida de su “endiablada” actuación, especialmente viendo el rostro de circunstancias de su marido, que trata de aparentar una serenidad totalmente forzada y falta de credibilidad.

Con frialdad y “madurez americana”, los seis comensales deciden tomar asiento en una gran mesa habilitada al efecto y comienzan a cenar. Durante la ingesta intercambian crípticos e incómodos silencios, gélidas miradas, algunas expresiones amables, un tanto banales, además de los nerviosos y jocosos comentarios que hace Flavio, intentando repetidamente distensionar aquel complicado y patético embrollo.

Cuando el ágape de aniversario finaliza, Delia se despide cariñosamente de Theo y lo propio hace Rodrigo con Laura. Serena y Flavio también se marchan con rapidez, pues tienen a una “canguro” en casa al cuidado de su pequeño. En el camino de vuelta, los dos jóvenes van comentando la rancia decadencia de sus mayores, a los que tildan de aburridos y ridículos.

Por su parte Delia y Rodrigo también vuelven juntos a su domicilio, sin intercambiar palabras o reproche alguno. Ya en casa, deciden unir sus cuerpos, una vez más, como despedida simbólica para una ineludible y definitiva separación. Entienden y aceptan que la fuente de su recíproco sentimiento hacía tiempo que había dejado de manar, para la cruel aridez de su caudal afectivo.

Al paso de los meses, los acontecimientos han sembrado cambios en las vidas de todos estos protagonistas. Las nuevas parejas formadas por Delia y Theo, como la de Rodrigo y Laura, han llegado al final de sus ilusionadas experiencias, decidiendo en ambos casos y con un intervalo de semanas, que lo mejor era dejarlo, pues ya no tenían mucho más que decirse.  Sin embargo, Rodrigo y Delia no recuperarán su antigua convivencia, pues entienden que volver a intentarlo sería como recorrer un camino ya conocido y errado, un más de lo mismo, sin expectativas ilusionantes para ninguno de los dos. Ahora están decididos a construir y rellenar cada uno de los días, con la libertad e independencia de su absoluta individualidad. Sin embargo, en todo este tramado o madeja de relaciones, surge una nueva esperanza, en un mensaje que un día aparece en el móvil de Laura, remitido por las palabras amables y cariñosas de Theo Aldavilla:

Querida Laura. Tengo dos buenas localidades para el sábado en el Cervantes. Interpretan una obra muy bien valorada por la crítica. Me harías muy feliz si aceptaras acompañarme. Después de la representación, podríamos ir a cenar a algún restaurante con encanto. Espero con ilusión y ansiedad tu afirmativa respuesta”.-

 

 

LOS SECOS CAUCES DE LA DESMOTIVACIÓN

 

José L. Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

18 marzo 2022

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