viernes, 25 de junio de 2021

EL MISTERIOSO HOMBRE DE LA LINTERNA AZUL.

El poder de la imaginación es infinito. Este valor es una de las mayores potencialidades que atesora el género humano. Lástima que no se ejercite con más frecuencia, pues ello haría posible mejorar tantos e importantes aspectos de nuestra calidad de vida. Imaginemos ¡valga la redundancia! como sería la enseñanza, la narrativa, la poesía, cualquier manifestación artística, como la pintura, la escultura o la arquitectura, el diseño decorativo, el ejercicio de la política …si esta insustituible capacidad estuviese ausente de nuestra vida. Nunca valoraremos en su justa medida este gran valor.

Pero como en todas o casi todas funcionalidades del género humano, los puntos extremos suelen ser negativos o desaconsejables, porque los radicalismos, en uno u otro sentido, van generalmente teñidos de fanatismo, exageración, errores, violencias y sectarismos. Las posiciones centrales, las respuestas equilibradas, la sensatez y el buen juicio son actitudes que generan más frutos, más sonrisas y beneficios, más sosiego y esperanzas. Y también en la imaginación, a veces, “nos podemos pasar”. En definitiva, es maravilloso saber y querer imaginar. Para generar un mundo mejor, primero hay que creer en él, imaginarlo con convicción, para al fin poder contribuir a su creación.

Salvio Almensino, es un trabajador de mensajería, vinculado a una conocida empresa privada de envíos urgentes. A pesar de que ya ha cumplido treinta y cuatro años, utiliza su propia bicicleta para recorrer al día decenas de kilómetros, trasladando en el maletín acoplado a la misma aquellos productos encomendados por la empresa. Lo hace como empleado autónomo asociado, recibiendo una determinada cantidad porcentual, que oscila entre el 10 y el 20 %, del coste pagado por el destinatario o el remitente. Es un trabajo que exige una buena forma física, como la que ostenta este responsable “transportista”, pero cuyo esfuerzo exige ir pedaleando de aquí para allá durante muchas y agotadoras horas. No puede llevar objetos pesados en exceso o voluminosos por su gran masa. Transporta por consiguiente abundante comida italiana o asiática, también desplaza en su pequeña gran caja de transporte medicamentos, objetos de regalo, libros e incluso zapatos.

Los continuados viajes que realiza al gran almacén son imprescindibles, a fin de recoger los nuevos materiales que habrá de entregar con urgencia. Pero todos esos desplazamientos, por las arterias que conforman el complicado trazado de la ciudad, los realiza de buen talante, porque así van llegando esos euros tan necesarios a su domicilio que, como la mayoría del vecindario de su barrio conforma una familia modesta. Otra de las ventajas de esta profesión es permitirle practicar su afición favorita: el ciclismo. Ese buen pedalear, sin importar la estación meteorológica, va estimulando las piernas, los pulmones, las articulaciones y todos los “mágicos émbolos cardiacos”.

Se ayuda en su trabajo de un GPS que tiene en su móvil, descargado de Internet, aunque su conocimiento de la malla urbana es bastante bueno por los años de profesión acumulados. La empresa también le facilita un pequeño incentivo económico por kilometraje recorrido, ya que no sería igual llevar un envío a una barriada distante (como El Palo o Ciudad Jardín) que a una calle del centro histórico de la ciudad. Por supuesto que las anécdotas que tiene en su memoria son numerosas y algunas especialmente simpáticas, en función del tipo de envíos, actitud de los destinatarios cuando llama al portero electrónico, algunas propinas que recibe, tanto en moneda como en “especie”, objetos que resulta imposible entregar y que después nadie recoge, etc.

Este esforzado repartidor ha mantenido desde su adolescencia la afición a las películas, relatos y publicaciones basados argumentalmente en el misterio, la intriga y el suspense. Incluso acude a la biblioteca pública de su populoso barrio (la antigua carretera de Cádiz, hoy denominada Avda. de Velázquez) a fin de sacar en préstamo novelas policíacas y relatos fantásticos que, poco a poco, gusta leer, especialmente durante los fines de semana. Esta divertida e interesante afición ha facilitado la potenciación de su imaginación, valor o capacidad que su mujer resume en una muy usada e ilustrativa frase: “Tiene la cabeza llena de pájaros y tonterías. Más valiera que te ocuparas de necesidades útiles, como ayudar más en las tareas de la casa”.

Salvio está casado con Alfonsa, que también trabaja fuera del hogar. Lo hace en una cadena de supermercados, prestando servicio como cajera, aunque también ha de estar dispuesta a echar una mano para las necesarias tareas de reposición y organización de productos en las diversas estanterías del amplio local. Del matrimonio ha nacido una hija, Lilith, que en la actualidad cursa estudios de primero de la ESO en un instituto público no lejos de su domicilio.

Aquel fue un lunes de junio muy laborioso para Salvio porque, tras el descanso del fin de semana, se había acumulado en el almacén un volumen de encargos muy notable, para transportar y entregar. A la finalización de la agotadora jornada, llegó a casa muy cansado y arrastrando ese típico resfriado/catarro producido por las alternancias térmicas primaverales, que resulta especialmente molesto para sobrellevar y superar.

Tras cenar un plato de sopa de salmorejo, croquetas de conejo y un cuenco de arroz con leche, se fue pronto a la cama, cuando aún faltaban minutos para las once. Sospechaba tener unas decimillas de fiebre, por lo que su mujer le dio un paracetamol, acompañado con una cariñosa frase: “Anda, que eres más quejica que una burra preñá”.  

El reloj marcaría las tres y media de la madrugada cuando Salvio se despertó, todo sudoroso, levantándose del lecho para dirigirse a la cocina a fin de tomar un vaso de agua. Tenía que recuperar fuerzas y estar a punto para el día siguiente, pues el martes el trabajo le esperaba. Si no repartía, no cobraba y los cuartos eran muy necesarios para los gastos de la casa (alquiler, electricidad, agua, butano, la cesta de la compra, el pago de autónomo, el “tonteo” juvenil de la niña y esos imprevistos que sobrevuelan en casi todas las familias).

Antes de salir del dormitorio y bastante somnoliento, descorrió los visillos que cerraban la ventana de la habitación. Miró a través de los cristales, para ver cómo estaba la noche. Le gustaba observar la calle nocturna, toda desierta de gente, pero repleta de vehículos adormecidos, mirando desde su séptimo C, última planta del vetusto o longevo edificio.  De pronto llamó su atención una luz azul celeste, de forma circular, que se movía zigzagueando entre la alargada fila de coches estacionados en batería y que ocupaban la calle adyacente al frontal de su bloque. Se preguntaba a qué debía deberse dicho punto de luz, que se desplazaba de un lugar a otro entre las moles metálicas de los vehículos. Es función de su forma de ser, exageradamente imaginativa, su cerebro inició un proceso continuo de ficción creativa, que le despertó de manera definitiva.

Fijándose mejor, distinguió a un hombre vestido con camiseta roja, pantalón corto azul y calzando zapatillas de goma, que se estaba moviendo entre los coches, ayudándose con la luz mortecina de las farolas y de ese intenso foco azulado (como la que usan los vehículos policiales) que procedía de un artilugio que portaba en la mano, a modo de gran linterna

Pensó de inmediato que tal vez podría tratarse de las fuerzas de seguridad. Pero los policías llevan uniforme, salvo que vayan camuflados, a fin de pasar desapercibidos. También podían ser “rateros” nocturnos, que observaban las piezas de los diversos coches para proceder a su delictivo desmontaje. En cuanto a la intermitencia que mostraba el azulado foco de luz, podía ser originada por la detección de algún elemento metálico: el temblor luminoso estaría avisando de la proximidad de un determinado metal u otro material. Se dijo a sí mismo “¿Y si llamo a la comisaría? Así enviarían a un coche patrulla, con lo que se evitaría un gran delito o lo que sea”.

Pero el obsesivo repartidor, metido a detective, no llamó de momento a los miembros policiales, sino a su mujer Alfonsa, que se levantó refunfuñando de la cama, con los ojos legañosos y protestando se quejaba “ya está de nuevo el detective con sus tonterías; el caso es no dejarme dormir. Así como voy a estar mañana en el súper. Tú te montas en la bici y como si nada, pero yo tengo que estar cobrando a un cliente tras otro, y si no moviendo las cajas de yogures, botellas y bolsas de patatas fritas, Y si me descuido, ya está el Rafi, ejerciendo de gendarme encargado y mirándome con esos ojos de lechuza, avisándome de una nueva bronca”. Entre tanto, Lilita se había también incorporado al dormitorio de sus padres y todo divertida trataba de grabar con su móvil la escena que se estaba produciendo en la calle. El protagonista escénico continuaba, entre las tinieblas de la noche, moviéndose y agachándose entre coche y coche, moviendo la azulada luz de su linternón o lo que fuera.

Desde su “torre vigía” en la ventana del séptimo, Salvio observaba con fijación detectivesca, sin quitar ojos a todos los movimientos que hacía aquel personaje en la calzada, mirando, una y otra vez, debajo de los coches aparcados, con una luz azulada que potenciaba la sensación al paroxismo. Tal vez, en muchos momentos, recordaba a sus personajes favoritos de las películas del cine negro, que tanto le motivaban, como Bogart, Mitchum, Douglas, Welles, Cotten o el mismo Nicholson, quienes en sus roles interpretativos habían dejado bien alto el pabellón cinematográfico del thriller, el suspense y la eficacia policial. Entretanto Alfonsa, con su patente enfado, se fue a la cocina y se preparó una infusión de valeriana, para tranquilizar los nervios, cada vez más alterados.

En un arranque de conciencia cívica, el insomne transportista se fue al teléfono y marcó el 092, correspondiente a la policía. Al otro lado de la línea le respondió un adormilado miembro de la seguridad pública, que a duras penas disimulaba el humano “cabreo” por haberle despertado del duermevela en el que estaba sumido. “¿Quién es Vd. y Qué desea?” “Agente, mi nombre es Salvio quiero denunciar una situación profundamente sospechosa, que está ocurriendo en estos momentos en la calle Matorral, a la altura del asador de pollos Venancio. Un probable delincuente está merodeando entre los coches aparcados, ayudándose de un potente foco de luz azul, como los que usa la policía en sus vehículos con sirenas” “Pero hombre, ¿qué hace Vd. levantado a estas horas, que son para descansar y dormir? ““Sr. Agente, Es que me dio de vientre y me levanté para ir al excusado para evacuar de mayores, porque anoche la Alfonsa me puso unas croquetas de conejo y salmorejo, que no me han debido sentar nada bien.

El agente Eleazar Chinchilla, para “quitárselo de en medio”, se prestó a explicarle, ya con la mayor parsimonia: “No se preocupe buen hombre. Váyase a la cama y tómese antes un vaso de manzanilla caliente, que le arreglará la digestión. Cuando algún compañero esté en línea, le comunicaré por radio que se dé una vuelta por calle Matorral”.

Sobre las cuatro y cuarto, de aquella azarosa madrugada, no estando convencido con la respuesta del hábil policía, bajó las escaleras hasta el 2º C, llamando en el timbre del domicilio de Armenio, un antiguo guarda forestal, ya jubilado, que dormía plácidamente hasta que se despertó sobresaltado al escuchar el sonido agudo y desestabilizador desde su puerta. “Pero Salvio, ¡cómo se te ocurre despertarme a estas horas, cuando anoche me acosté tarde viendo la serie del Netflix! Pero ¿qué es eso tan importante que dices está ocurriendo en la calle? Cada día estás más obsesionado con tanta película de policías y delincuentes, que no paras de bajarte de Internet. Vas a acabar bastante chalado”.  A pesar de lo incómodo de la situación, se prestó a coger su escopeta de caza y bajar a la calle, junto a su obsesivo amigo del 7º C para ver si con su experiencia podía arreglar algo de lo que estuviese pasando. Y si se estaba perpetrando un delito, pues mejor, ya que podría evitarlo.

No habían pisado el adoquinado de la calle, cuando llegaba un coche de la policía local, otro de la nacional y además un tercer vehículo (también con las luces de emergencia) de protección civil. Con el ajetreo callejero, muchos otros vecinos se habían incorporado de la cama y se habían asomado a las terrazas y ventanas, para comprobar in situ la gravedad de lo que estaba ocurriendo. La policía se puso de inmediato en contacto con el autor de la denuncia. La cara de gozo y satisfacción mostrada por Salvio, sintiéndose protagonista denunciante de la perpetración de un grave delito, era como para enmarcarla. ¡Cuantos logros y aventuras dispondría en su momento para narrar a sus herederos, gracias a su admirable y valiente capacidad para la acción detectivesca! 

Cuando policías y vecinos se acercaron al sospechoso de la luz azulada, para su sorpresa comprobaron que se trataba “del Roberto”, un humilde y nada conflictivo convecino que residía en el extremo de la calle, el cual había perdido una de sus muy necesarias lentillas, cuando volvía de su trabajo a avanzadas horas de la madrugada. Desempeñaba su labor en una sala de fiestas y bar de copas y alterne, llamado La Mar Rizada y al bajarse de su vetusto Renault parece que una de sus lentillas se le cayó al suelo. Ya en casa se había quitado su uniforme de aguarda de seguridad y bajó a la zona donde había estacionado su vehículo, a fin de encontrar esa pieza de corrección ocular que tanto necesitaba para la mejor visión. Se había puesto fresco, porque la noche era harto calurosa, se ahí su liviana vestimenta. Como resultaba que ese ángulo de la calzada no estaba bien iluminado por las farolas. Ya que dos de estas farolas habían fundido sus bombillas, se ayudaba usado un gran farol linterna que tenía en el maletero y que se había traído de su trabajo para sustituir una de sus lámparas. En la Mar Rizada estos faroles linternas se usaban para iluminar los rincones del tugurio. La luz que proyectaban era de color azul, para dar mayor intensidad a las vivencias que allí tenían lugar, entre consumo y consumo de muchas botellas de alcohol.

El rostro del inspector Chinchilla era todo un poema, al igual que el resto de los miembros de la seguridad que le acompañaban. Armenio miraba a su amigo con indisimulable enfado. El asombrado Roberto, al verse rodeado de tantos uniformes y vecinos en sus ventanas y terrazas, se mostraba sofocado de ser el protagonista central de todo aquel alboroto, mientras que Salvio no sabía como escabullirse de la vergüenza que le embargaba.

Al final triunfó la sensatez y la buena armonía. Dado que los relojes mercaban casi las seis y media de la mañana y por iniciativa de Eleazar Chinchilla, decidieron todos irse a desayunar, acercándose al chiringuito de la Mariana, que ya estaba preparando sus bártulos para empezar a preparar sus churros y lonchas de pan tostado con tomate frito y aceite, suculentos y complementarios manjares que acompañaban a los bien cargados cafés con leche que la rolliza mesonera bien preparaba.

Cuando Salvio volvió a su casa, Alfonsa dormía plácidamente, envuelta en sus usuales y muy acústicos ronquidos, mientras que Lilith también descansaba, habiéndose quedado dormida con los cascos de su iPhone puestos sobre sus orejas. Aunque Salvio se decía “Mi intención ha sido buena y cívica. Mañana todo se habrá olvidado” él sabía que también en ese día próximo, nuevas e interesantes aventuras rondarían por su prodigiosa y exagerada capacidad para la imaginación y la fabulación. -

 

 

EL MISTERIOSO HOMBRE DE

LA LINTERNA AZUL

 

 

José Luis Casado Toro

 Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

25 junio 2021 

Dirección electrónica: jlcasadot@yahoo.es        Blog personal: http://www.jlcasadot.blogspot.com/

 

 
 

viernes, 18 de junio de 2021

UN TEJIDO CON HILADOS ERRÓNEOS.

No son pocas las ocasiones en las que comprobamos la calidad de una prenda de vestir, repasando la textura del tejido aplicado a su confección. En ese momento de la compra, o incluso una vez en que ya nos hemos puesto el jersey, la trenca o el blue jeans, podemos detectar algún fallo, más o menos importante, cometido en el proceso de su confección. Normalmente, suelen ser hilos sueltos o deficientemente entrelazados. Incluso, repasando tonalidades cromáticas, pueden observarse hilados erróneos o equivocados por zonas o puntos concretos. En la mayoría de los casos no parecen fallos de gravedad significativa, como para obligarnos a ir al comercio, donde hemos adquirido la prenda, para su devolución o cambio. Pero la detección de estos “hilos perdidos o inadecuados” mueve nuestros comentarios a esas consabidas frases de “¡vaya, aquí hay un hilo suelto o saltado! Habrá que recogerlo, pues de lo contrario puede extenderse y provocar algún agujero irremediable”.

El símil o ejemplo del tejido mal hilado puede aplicarse, con sentido metafórico, al desarreglo de muchas parejas que, con más o menos tiempo de convivencia, llegan un día a la difícil pero necesaria conclusión de que la unión que escenifican es lo más parecido a un tejido en el que se han utilizado hilaturas inadecuadas, como para seguir manteniendo ese vínculo que se agrieta por momentos, amenazando con su drástica ruptura. Este es el contexto nuclear de nuestra historia. Vayamos a su conocimiento.

Son dos personas que llevan juntos cerca de ocho años, sin haber pasado por el altar de las ceremonias, ni por la ventanilla del Registro Civil. Un buen día decidieron unir sus vidas y en ello siguen. Alguna vez han sopesado la posibilidad de “legalizar” su convivencia, siguiendo el ejemplo mimético de otras parejas amigas. Y también, por qué no admitirlo, por esos comentarios machacones de doña Ofelia, la madre de ELENA, o esas insinuaciones dejadas al vuelo, expresadas por don Edelmiro, el padre de FRANK, en el mismo sentido de su consuegra.

Frank trabaja básicamente en casa, pues es un experto traductor titulado, con una gran destreza en el inglés, idioma que estudió y practicó con diversas estancias por tierras irlandesas. Tiene una amplia agenda de encargos particulares, que le reportan buenos ingresos. Incluso colabora con instituciones oficiales y empresas comerciales y gestorías, para la traducción de determinados documentos de especial interés.  La dedicación de su compañera Elena es hasta cierto punto similar, por trabajar también desde su domicilio. Esta joven ejerce, con destreza y brillantez, la redacción escrita de narrativas y cuentos infantiles, plasmadas en numerosas publicaciones, editadas y comercializadas por la empresa PAILUSION, especializada en materiales de lectura para el público infantil. Pasan muchas horas del día en sus respectivos “cuartos de trabajo” a los que con simpatía denominan, respectivamente: “el territorio de las palabras amigas” y “el laboratorio de las sonrisas continuas”.

Tácitamente (no es un tema que les preocupa) han ido dejando pasar la posible llegada de la “cigüeña” para más adelante, ya que ambos priorizan el ego profesional y las vivencias particulares, sobre el valor sublime de ejercitar la paternidad o maternidad. Se reparten las tareas hogareñas en buena armonía y practican una curiosa y peculiar costumbre, prácticamente desde la misma semana en que iniciaron su convivencia en común. Este hábito, muy propio para ser estudiado en los gabinetes de psicología, consiste en el siguiente extraño comportamiento: un fin de semana de cada mes, negociado o acordado previamente entre ambos, “desaparecen” del domicilio conyugal “perdiéndose” ambos imaginativamente por la intrincada, complicada y sugerente selva social. Lo hacen, según manifiestan, para recuperar las señas de identidad de sus instintos, para enriquecer privativamente nuevos contactos, para experimentar lo diferente o, simplemente, para recargar las pilas de la sugestión y la variedad, contra la aridez de los hábitos repetitivos. Cuando al inicio de la siguiente semana vuelven al domicilio común, lo hacen renovados y con más fuerza anímica, sin tener la cansina obligación de dar explicación alguna a su respectiva pareja, acerca de lo que han hecho o a quién han conocido, en esta escapadita para lo nuevo. Otra cosa es que quieran ser más explícitos, acerca de sus aventuras, pero aun en este plano tienen especial cuidado en evitar todo reproche o comentario que pueda molestar o limitar la absoluta libertad respectiva para disponer de ese su tiempo de la absoluta intimidad y apasionada privacidad.

Un lunes de abril, cuando ambos volvían a su apartamento/hogar para reanudar la habitual convivencia, compartieron, como siempre solían hacer, el desayuno recuperador para el buen funcionamiento del día que tenían por delante. Tras ese “finde” liberador y motivador de nuevas sensaciones, uno y otro y sin haberlo acordado expresamente, se sintieron con fuerzas para intercambiar unos muy intensos minutos de conversación, a fin de sincerarse y liberar esa carga expresiva que les turbaba y que, por una vez, deseaban abandonar.

“Déjame que sea yo, Frank, quien inicie el recuerdo de mis sensaciones, anhelos y sinceridades. En los dos últimos fines de semana, que practicamos para nuestra total libertad, he conocido a una persona, en mi opinión, maravillosa, quien, después de mucho tiempo, me ha hecho reír de mis defectos y ha sabido enseñarme a soñar con lo imposible. En estas dos oportunidades, la aventura ha sido “terapéuticamente” saludable, pues me he sentido libre y protegida a la vez, necesitada y solidaria al tiempo. He tenido esa suerte, inesperada en el endiablado azar que marca el destino, de conocer a una persona que me ha hecho vibrar, sentir, respirar, comunicar, ¿Qué más podría yo añadir? Y es que hay sensaciones y vivencias que se muestran reacias a vestirse con el ropaje de esas palabras, términos y conceptos que tanto utilizo para mis escritos y que sin embargo ahora se me tornan rebeldes para expresar alegría, sentimiento, confianza y necesidad.

Tengo que confesarte mi firme propósito de evitar perder esta esperanzada oportunidad, estación vital que pienso pueda ser la última que el destino quiera concederme para encontrarme conmigo misma, para saber quien soy, qué necesito, a qué aspiro y qué puedo ofrecer y, con extrema y convincente generosidad, dar. Quiero, con firmeza, permanecer junto a esa persona que, a buen seguro, tengo la certeza que es la única que va a saber dar sentido a todos esos días que avanzan por mis páginas vitales, cada vez más sumidas en la rutina de mis adormecidos sentidos, pasiones y objetivos. Ya te he comentado que observo con miedo e incluso pavor, como mi capacidad creativa va entrando en un peligroso terreno donde aturden los nublados y ansío esas luces cristalinas que se muestran esquivas para la originalidad y la capacidad expresiva de mi cada vez más aletargada imaginación. Lo nuestro, en modo alguno está en mi ánimo acusarte de nada, es cada vez más rutina y opacidad. Y yo necesito y quiero recuperar la transparencia.

En fin ¡Qué buena suerte la mía! No quiero perderlo. Quiero y necesito hacerlo mío y que para él yo sea suya. Se llama Zafir, es de nacionalidad siria y me aventaja en dieciséis años la edad. Pero esa diferencia cronológica me regala la necesaria madurez que estabiliza mi personalidad”.  

Frank escuchó de Elena esa sublime manifestación de amor hacia otra persona, casi sin pestañear y con una profunda y difícilmente explicable sonrisa en su expresión. Incluso podría decirse que, en su aparente comprensión, equilibrio y respeto, subyacía una situación de alivio y autocontrol, ante ese discurso a la verdad que había realizado quien había sido su íntima compañera en la vida durante ocho años.

“Yo también debo y tengo algo que explicarte, querida Elena. En absoluto intento superar la sincera valentía que has aplicado a tus palabras, pero creo que ha llegado el momento de que hagamos un ejercicio de sinceridad, ante la realidad y la ficción en que se ha convertido nuestra convivencia. Y la dureza de este análisis no es de hoy, ni de estos últimos fines de semana, que un tanto infantilmente quisimos aplicar a nuestra monótona existencia.

No podemos seguir engañándonos. Tu y yo somos muy diferentes, aunque hemos hecho esfuerzos, meritorios, tratando de acomodarnos y acercarnos con unos caracteres que no concordaban. Yo, profundamente refugiado en mis traducciones. Tu, en esas narrativas infantiles, con el anacronismo de que nunca te han gustado los niños. Y nos inventamos esas huidas hacia adelante, viviendo los “findes” mensuales que, he de confesártelo, me parecen cada vez más cortos, ante la perspectiva de volver a nuestra cotidiana escenificación de la normalidad, cuando ésta no era tal. Ha sido duro para mi. Pero no me cabe duda de que para ti también. Mantener nuestro caminar sin destino no nos ha resultado fácil, sino todo lo contrario. Había hilos en nuestro traje de vida que estaban mal dispuestos y algún día tenían que saltar y romperse.

Ha llegado por fin la hora de las verdades en nuestras vidas. No debo ser cobarde, ante el valor en contrario que encierra esa palabra. Y aquí está mi sinceridad. Desde hace aproximadamente cuatro meses, mantengo relación con una persona que, por su carácter, valentía, entusiasmo y temeridad, es el modo perfecto que ensambla con esas carencias que forman parte de mi vida. Esa persona, gran persona, no es una mujer, sino un hombre. Se llama Marcel. Está vinculado al mundo de la producción cinematográfica y nuestro encuentro derivó, te lo puedes imaginar, de un encargo de traducción al que me comprometí y que tuve que realizar aplicando muchas noches de vigilia, por el poco tiempo que se me concedió y al que me comprometí en contrato. Todo comenzó con una amistad, generada por los frecuentes contactos que teníamos que mantener acerca del libreto. Un trabajo de suma dificultad, pues estaba escrito en inglés gálico antiguo. La amistad fue avanzando en un recíproco acercamiento a nuestras respectivas intimidades. Y de ahí … a más, navegando por ese mar adictivo, apasionado, tempestuoso y hasta el momento desconocido para mi vulgarizada forma de vida. Nunca creí en eso de la ambivalencia en las personas, pero nunca digas “de esta agua no beberé”.

La expresión que mostraba el rostro de Elena era propia de la que podemos ofrecer cuando visionamos una película del género thriller, adobada con suspense, paroxismo y temor ante lo desconocido e imposible de asumir, comprender o controlar. Sin embargo, trató de reaccionar con entereza y una muy difícil actitud comprensiva. Se preguntaba, una y otra vez, en la profundidad de su mente ¿con quién había estado viviendo y compartiendo todo en los últimos años? ¿Cómo habían podido teatralizar tanto una relación que, según ambas confesiones, mostraba una hilatura fallida, errónea, en el tejido relacional que, como en este crítico momento, inevitablemente había de romperse?

Con esa cortesía afectiva, generada durante más de una década relacional, Frank abandonó su estancia en ese apartamento que ambos habían compartido, trasladándose a la capital de España. Allí Marcel le abrió hueco generoso en un lujoso ático con vistas a la Sierra y con un fácil desplazamiento a la vorágine madrileña, utilizando para ello la estación de un tren cercanías que tenía a trescientos metros de su nueva y bien acomodada residencia. En cuanto a Zafir, experto en operaciones financieras inmobiliarias, le resultó atrayente convivir y motivar a su nuevo amor, trasladándose a un apartamento restaurado inserto en un viejo caserón ubicado en la subida a las colinas de Gibralfaro, que gozaba de espléndidas vistas sobre la bahía plateada de Málaga. Las vidas de Elena y Frank emprendían nuevos, ilusionados e imprevisibles derroteros. La relación física o comunicativa entre ambos desapareció por completo. El hilado aplicado a su prolongado y estéril vinculo había sido objetivamente inadecuado, para continuar su frágil e infructuosa resistencia.

Casi cinco años después. Frank Lariana viaja a Málaga, su ciudad natal, a fin de resolver la herencia inmobiliaria que le corresponde a partir del fallecimiento de sus padres adoptivos. A pesar de ser su ahijado único y de haber disposiciones notariales al efecto, los trámites son lentos y exigen de su presencia en una ciudad a la que sólo había visitado en fechas navideñas o festivas de esos padres que con sabía generosidad lo habían criado. En ese contexto, paseaba una mañana por la Alameda y se detuvo unos minutos ante el escaparate de la Librería Luces, sin duda un bello nombre para uno de los templos laicos de la cultura malagueña. Sonrió al ver un cartel que anunciaba para esa misma tarde la celebración de una presentación bibliográfica, ganadora del premio nacional de literatura infantil del año en curso. La autora y ganadora del premio, Elena Iris. El título de la publicación, que llenaba de ejemplares una parte del coqueto escaparate de la popular librería, era Tim y la caja de los gusanos de seda. La convocatoria fijaba las 19 horas, para el inicio y la celebración del evento. Estuvo meditando a ratos, durante esa mañana de pesadas gestiones administrativas, su posible asistencia al acto.

A las 19:03 subía las escaleras interiores de la librería, a fin de entrar en un recién inaugurado saloncito de conferencias y presentaciones en la entidad. En una bolsa llevaba el libro premiado de su ex Elena. Muy cerca de la librería se había cruzado con un biznaguero. Por lo que junto al libro llevaba una preciosa y aromática biznaga, para ofrecérsela como detalle afectivo. Las sillas dispuestas para el acto estaban todas ocupadas, por lo que tuvo que permanecer de pie, al igual de otros impuntuales asistentes. A la finalización de la simpática y ágil exposición, se acercó a la autora del bien ilustrado cuento, cuyo ejemplar había comprado esa mañana. Junto a Elena estaba un hombre apuesto y agradable, cuya avanzada edad estaba muy bien llevada, el cual llevaba de la mano a una niña, Amia, que a poco alcanzaría sus cuatro años de vida. El porte deportivo de Zafir era a todas luces bastante evidente. Se saludaron muy cordialmente y entonces el compañero de Elena, demostrando un tacto e inteligencia admirable, se excusó con un compromiso imprevisto, despidiéndose de la escritora y la pequeña, con sendos besos y miradas intensamente cariñosa. Entendía que debía dejar solos a quienes habían convivido en pareja muchos años. Algo tendrían que decirse y con prudente y educada elegancia estrechó la mano de un expectante y sonriente Frank.

“Te veo espléndida y, por supuesto, felicitarte por esta nueva publicación, sin duda, justamente premiada. Tu creatividad, he de celebrarlo, sigue generando preciosas historias para esos niños y mayores que necesitan creer en ese entremezclado camino entre la realidad y la ficción. Y esta bella princesita debe ser vuestra hija.”

Minutos después los tres estaban sentados al aire libre, en una cercana cafetería de la Alameda. La tarde noche dibujaba una temperatura gratamente primaveral. Pidieron dos cafés y un helado de tutti fruti para Amia. Elena disfrutaba con el delicado presente, que había recibido del inesperado asistente al acto cultural.  

“Efectivamente, Frank, todo marcha bien.  A veces el destino se muestra generoso y nos permite modelar nuestra propia hoja de ruta. Aquellos traviesos hilos, a los que siempre culpábamos, parece que ahora están bien dispuestos y el tejido relacional y humano es resistente y muestra una agradable y sugestiva presencia. Amia es un encanto de cría. Es raro el día en que no me da nuevas claves y respuestas para enriquecer mis escritos. Supongo que mantendrás tu labor traductora. He visto tu nombre anotado en la contraportada de afamadas novelas, escritas por autores extranjeros. Te aseguro que me he sentido muy feliz al ver reconocido tu difícil y valioso trabajo. ¿Sigues con Marcel…?”

Cuando Frank llegó aquella noche al domicilio en el que había pasado su infancia y adolescencia, ahora ya de su propiedad como único heredero, se preparó una frugal merienda - cena. En su transcurso, abrió el librito de Tim y la caja de los gusanos de seda. Ansiaba leer la dedicatoria que Elena había redactado, bajo la condición de que la conociera ya en casa.


A mi siempre querido Frank, cuyos hilos afectivos no supe bien entrelazar en su momento, pero que siempre permanecerán en el recuerdo más privilegiado del corazón y la memoria. Elena. –

 

 

   UN TEJIDO 

CON HILADOS ERRÓNEOS

 

 

José Luis Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

18 junio 2021

 

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