viernes, 28 de mayo de 2021

EL HOMBRE QUE SÓLO DORMÍA DE DÍA.





Hay profesiones que, por la naturaleza específica de su función, han de trabajar, de manera preferente, durante las horas nocturnas. Según las épocas y circunstancias, estos horarios de noche se hallan vinculados a las siguientes actividades: sanidad; seguridad; prensa; mensajería urgente; panadería y repostería; vigilancia privada; recogida de residuos; taxi; transporte de mercancías. Los antiguos serenos deben ser incluidos en esta clasificación. Algunos escritores también manifiestan que escriben más cómodamente sus textos durante la noche, pues su nivel de concentración se potencia “en las horas de las brujas”. Cierto es que todos estos trabajadores han de intercalar horas diurnas, para cumplir con las obligaciones que les están asignadas. Pero, si no todos, una gran mayoría de este colectivo concentra su trabajo mientras los demás duermen y descansan.

El protagonista de este relato tiene por nombre HILARIO Avencilla. Desde su adolescencia, solía mostrar especial predilección por todo lo relacionado con en el ámbito de la seguridad, afición tal vez influenciada por un cercano familiar que ejercía como miembro de la guardia civil y a quien Hila admiraba. Disfrutaba profundamente escuchando las aventuras que le narraba su tío Tadeo, experiencias vividas, todas ellas, como integrante del cuerpo armado de la Benemérita.

Sin embargo, Hilario carecía de capacidad y constancia para los estudios, por lo que, aun superando las pruebas físicas para el ingreso en el colegio de guardias jóvenes de Valdemoro, fracasaba en la realización de los ejercicios psicotécnicos y culturales. No pudo conseguir plaza en un par de convocatorias a las que se presentó, animado por este familiar. En esta situación, bien aconsejado por sus padres, Trinidad y Leonor, llamó a las puertas de varias empresas privadas de seguridad. Tuvo la suerte de recibir, al poco tiempo de enviar sus impresos de solicitud, la llamada de una de ellas, organización de reconocido prestigio en el ámbito de la vigilancia privada. Tras la correspondiente entrevista y pruebas complementarias, le fue ofrecida una vacante temporal que, al paso de los meses, se hizo definitiva, para gozo del nuevo guardia de seguridad y también de sus padres, quienes conocían la aptitud de su hijo para esta labor de vigilancia en el seno de las grandes y pequeñas empresas.

El único y gran inconveniente de la plaza obtenida es que tenía que trabajar durante el horario nocturno, circunstancia que Hila aceptó, dada su juventud y la necesidad de un puesto laboral para la estabilidad de su vida. Fue asignado a una fábrica/almacén de aparatos y complementos de telefonía e imagen. Su horario laboral comenzaba a las 12 de la noche, y finalizaba a las 8 horas del siguiente día. Cenaba en casa de sus padres, desplazándose a continuación al polígono industrial en donde estaban ubicados los talleres y almacenes de la empresa. Lo hacía utilizando una “vespino” de 2ª mano, vehículo que un vecino le vendió, cobrándole un precio verdaderamente interesante para sus posibilidades económicas. Una vez que llegaba al centro fabril, ocupaba su puesto en la caseta de vigilancia, dotada con un circuito de televisión conectado con cámaras de seguridad repartidas por las extensas y modernas instalaciones. Entre sus obligaciones, tenía también que recorrer, dos veces en la madrugada, las distintas naves y oficinas, a fin de comprobar in situ la seguridad general, pues este complejo fabril había sufrido dos robos, en los últimos años. Cuando volvía a su caseta de control, usaba un apreciado transistor, que le permitía escuchar y entretenerse con las programaciones deportivas, culturales y musicales de las diversas emisoras. Lo importante era permanecer bien despierto, pues el programa informático, de manera aleatoria en el tiempo, le solicitaba respuestas sobre la seguridad existente en punto concretos del amplio recinto. Además de la radio portátil, le acompañaba un buen termo de café con leche (además del correspondiente sándwich) que cada tarde le prepara Leonor, su madre, a fin de que tonificara la temperatura de su cuerpo y estuviera muy atento y despierto a sus obligaciones de control durante las frías noches del invierno. Cuando la radio emitía programas que no le interesaban, ocupaba las horas resolviendo diversos pasatiempos y juegos, que tenía descargados en su Tablet.

Durante las semanas iniciales de éste su primer trabajo, le costó un cierto esfuerzo adaptarse a este duro horario nocturno, pero su reloj cerebral se fue acomodando a estos cambios del tiempo en su existencia. Cuando volvía a casa, sobre las 9 horas, tomaba un buen desayuno y se iba a la cama, no levantándose hasta las cuatro o cinco de la tarde. Sobre las 9-10 de la noche tomaba la cena y ya se preparaba para desplazarse de nuevo a la fábrica. Y así transcurrieron muchas semanas y meses, que consolidaron un especial ritmo de vida que le impedía descansar en las horas en que los demás lo hacían.

Ya casado con su novia de años Evelia, era ésta quien le organizaba muy bien el régimen de comidas y descansos que, por el horario nocturno de su marido, tenía que aplicar durante cada uno de los días. Transcurrieron 16 años, desde su ingreso en la corporación TECNOFONÍA, desarrollando una eficaz labor de vigilancia de manera ininterrumpida. Pero cierto día, cuando su carnet de identidad marcaba los treinta y ocho años de edad, la empresa para la que trabajaba entró en quiebra, crítica situación económica reconocida por la autoridad judicial. Los dirigentes empresariales no supieron o pudieron sacar a flote un drástico hundimiento financiero, en el seno de una nueva y grave crisis económica mundial, vinculada a los ciclos que rigen el sistema capitalista de producción.

Hilario se vio de esta manera sumido en el marasmo sociológico del paro, con la gravedad de que en estas situaciones no resulta fácil encontrar, a corto plazo, un nuevo puesto de trabajo. Aún así, se entregó con esfuerzo y tesón a probar suerte en cualquier oportunidad que le viniera a mano, pues los ingresos familiares para esta familia de cuatro miembros (tenían dos hijos, Luna y Félix) se habían reducido a las aportaciones que hacía Evelia, dando clases particulares de guitarra (desde pequeña, sus padres, muy aficionados a este instrumento, la habían apuntado al conservatorio, poseyendo en consecuencia un buen nivel para impartir de forma privada esta bella destreza musical). Por fortuna y al paso de los meses, el antiguo vigilante de seguridad fue encontrando algunas oportunidades laborales, vinculadas a las más diversas facetas del mercado. Probó suerte de repartidor de correspondencia urgente, de auxiliar de pintura en alguna obra particular y de reponedor de mercancías, en una cadena de supermercados. Pero en cada una de esas oportunidades laborales, un grave problema psicológico le iba cerrando, a las pocas semanas e incluso días, las puertas a su ansiada o necesitada continuidad en el puesto laboral que ocupaba.

El problema residía en el horario de trabajo que había desarrollado durante diecisiete años, como vigilante de seguridad en la fábrica de componentes telefónicos. Esa obligación de estar completamente despierto durante las noches, teniendo que descansar durante el día, se había instalado con indisoluble firmeza en su reloj cerebral. Ahora, cuando las circunstancias cambiantes en los diversos puestos laborales le permitían (y obligaban) volver a la normalidad general horaria, su mente no le permitía hacerlo, por más que lo intentaba. Noche tras noche las pasaba en vela, cayendo en un profundo e intenso sopor a esa hora de crucero habitual consolidada de las 10 de la mañana, minuto arriba o abajo. Las consecuencias eran obvias y graves. Ese letargo mental le hacía cometer importantes errores y fallos en el desempeño de su labor, lo que conllevaba, después de unos avisos y reprimendas, su despido inmediato en las sucesivas empresas, por quedarse literalmente dormido. Hilario quería trabajar y cumplir bien el cometido que tenía por delante, pero su mente ordenaba a la estructura orgánica que era el tiempo indicado para descansar y dormir.

Ante esta difícil situación, el atribulado Hilario comenzó a probar suerte con la farmacología indicada para combatir el insomnio y recomendada por los médicos y boticarios. Melatonina, relajantes como la valeriana, la pasiflora, la amapola, las pastillas de Valium y toda suerte de somníferos recomendados por aquí y allá en la ciudadanía vecinal. También probó la psicoterapia del Reiki, los baños cálidos antes de dormir, todo tipo de músicas y composiciones facilitadoras del sosiego y la relajación. Pero el aludido reloj cerebral de Hilario mostraba su rígida terquedad, para no querer adaptarse a la nueva situación horaria en que debía normalizar su vida. Por las noches, mientras la mayoría social dormía, él permanecía incómodamente despierto muy a su pesar.

Además de las farmacias y herboristerías, las consultas médicas comenzaron a fluir en la agenda de Hilario. Pero los médicos, además de los consejos generados por la experiencia, le prescribían los habituales productos que ya había comprado y probado en los establecimientos farmacéuticos. Mientras tanto, Evelia seguía con sus clases particulares de guitarra, ayudando (en realidad, sosteniendo) las necesidades económicas propia de una familia. Pero siempre hay un día afortunado, para dar con el facultativo que mejor nos puede ayudar. Los padres de Hilario le pagaron la consulta privada que realizó a un neurólogo de reconocido prestigio: el Dr. Lasarte Seriana.

“Debe asumir, Hilario, la situación en que se halla. Evite el agobio y la desesperación. Este caso que me plantea es muy raro, se da en un porcentaje muy reducido de personas. Vd. amigo Hilario es una de ellas y vamos a buscar soluciones. Según mis estudios y experiencia, la hipnosis sería un buen recurso para su dolencia. Le puedo recomendar un veterano y experimentado mago, que actuaba durante años en las pistas de circos, teatros y salas de fiestas. Ahora, en su avanzada madurez, tiene abierta consulta en un local instalado en el barrio chino de la ciudad. Posee, para su suerte, mucha demanda, por los óptimos resultados que consigue, con fumadores empedernidos, rateros compulsivos, pedófilos obsesos y también con personas que sufren la desesperación del insomnio. Si consigue visita, no la desaproveche. Este especialista en magia, se llama el Maestro Uranio. Aquí le entrego el número de su teléfono. En principio, le responderá una centralita y si logra hablar con la secretaria del Maestro, muéstrese generoso con la misma. Ofrézcale alguna “sustanciosa” compensación para que le ayude, porque es la única forma de encontrar hueco en la densa agenda que atiende el sabio y admirado profesor”. 

Un elegante frasco de perfume francés, entregado a la Srta. Liriana (una obesa señora, entrada en años y con generosas unturas de cremas en su rostro, a fin de disimular, con patente dificultad, la realidad castigada de su reseca epidermis) abrió ese ansiado puesto de consulta, para las expectativas ilusionadas de Hilario. Le hizo pasar de inmediato a una sala en penumbra, decorada con cortinas de dibujos geométricos y formas vegetales multicolores que cubrían todas las paredes. Había un solo taburete de madera en medio del aposento, pequeño espacio sin ventanas con aroma a pachuli que estaba desprovisto de cualquier otro mobiliario. De inmediato, sonó un grave toque de alerta, a modo de fanfarria, mientras se descorría el cortinaje frontal al recio y monacal asiento. Iluminado por un intenso foco de tonalidad rosácea, aparecía sentado en su trono mayestático el poderoso y sabio maestro.

Se trataba de un hombre de edad indefinible (los espectaculares ropajes envolvían casi todo su cuerpo) pero desde luego era bastante mayor. Una larga melena blanca cubría su cabeza, en la que sobresalían y asustaban unos grandes ojos negros de mirada penetrante, una poderosa boca de labios carnosos y una también larga y poblada barba, teñida de color violeta intenso. Cubría su alargado cuerpo con una túnica roja, estampada con estrellas y rombos azules. Con una imperativa señal, mandó a Hilario que se arrodillara, sobre un lienzo de estopa negra que estaba bajo el taburete. En ese preciso instante, comenzó a sonar una música celestial, en la que destacaban los sones de órgano y clavicordio. Uranio se incorporó de su divinal asiento, dio unos teatralizados y lentos pasos y extendiendo su brazo derecho entregó al asustado “discípulo” una hoja de color púrpura, que llevaba impresa la letra de una oración a modo de jaculatoria. El texto escrito en rojo carmín debía ser recitado a dúo. Mientras entonaban los párrafos, una potente ventisca comenzó a fluir desde unos respiradores disimulados tras el aterciopelado cortinaje. Las severas palabras del Maestro retumbaban en medio de la artificial ventisca:

“Diabólicos espíritus, aléjense, váyanse y dejen en paz a nuestro buen hermano Hilario. Amigo, cierra los ojos y duerme. Yo te lo exhorto y mando. Reza en la diosa Santra, la verás dibujada en el respaldo de mi cátedra y pídele, con filial humildad que te ilumine, para que, con el fuego, el mar, el viento y la tierra, puedas recuperar el sosiego. La sierva Liriana te entregará un valioso y mágico ungüento, que te untarás con diligencia en las plantas de los pies, masajeándotelos durante siete noches y siete mañanas, por espacio de treinta minutos en cada sesión. Esa poción mágica ayudará en tu recuperación”. Finalmente, con gestos bien ensayados, le puso sobre la cabeza su mano derecha, cuyos dedos iban provisto de pesados anillos. “Ahora, hermano Hilario, cierra los ojos y duerme. Santra te hará descansar durante la noche. Yo te lo ordeno. Yo te lo mando”. Pero el asustado paciente no dormía. Temblaba.  

Cuando Hilario volvió a su domicilio, sin los 150 euros que había tenido que abonar por la “milagrosa” consulta, se encontró con una Evelia muy sonriente, que le mostraba una carta remitida por la concejalía de Acción Social del Ayuntamiento, a él dirigida. De inmediato despejó la confusión de su marido, explicándole, con cariñosa paciencia, el origen de dicha misiva.

El padre de uno de sus alumnos, al que impartía clases de guitarra, tenía gran amistad con la concejala municipal del distrito. Hacía unas semanas que le había contado al padre de este chico el grave problema que tenía su marido, con una grave alteración en las horas del sueño. Conociendo los datos del caso, este señor se puso en contacto con la concejala, a fin de que pudiera hacer algo por una persona que deseaba y necesitaba trabajar, pero cuya alteración horaria mental le impedía mantener los escasos trabajos que iba encontrando. Estudiado el caso, los servicios sociales municipales habían decidido asignar a Hilario un puesto de trabajo para ayuda domiciliaria, con una temporalidad de seis meses, que podía ser prorrogada. Su misión seria la de acompañar y ayudar, siempre en horarios nocturnos, a determinadas personas mayores seleccionadas, con diversos niveles de dependencia y que también sufrían la alteración del desvelo nocturno, a consecuencias de sus respectivas dolencias.

Este inesperado e inmenso “regalo de Navidad” ha permitido a Hilario seguir durmiendo por las mañanas, mientras que durante las noches trabaja. Lo hace acompañando y ayudando en sus respectivos domicilios a veteranas y solitarias personas dependientes: hablándoles, leyéndoles y aportándoles esa valiosa fraternidad afectiva que todos, de forma ansiada, valoramos y necesitamos. Ahora HIlario, el antiguo vigilante de seguridad, se siente útil y ha recuperado al fin su perdida sonrisa. -  



 EL HOMBRE QUE SÓLO DORMÍA

DE DÍA

 

 

José Luis Casado Toro

 

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

28 mayo 2021

 

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