viernes, 31 de mayo de 2013

AMIA Y DEVA.


Quiero invitarte a conocer y compartir una bella pero, sin embargo, complicada y misteriosa historia de caracteres y respuestas. Entre los personajes que en ella interactúan, se articulan dudas y razones, luces y preguntas, destinos y secretos. Todo ello en el seno de unas vidas que protagonizan las palabras, expresadas en voz baja y, también, con esos silencios que afloran desde la transparencia de sus miradas. Deva es una chiquilla alegre y desenfadada, que alcanza ya los cinco años de edad. Vive en una pequeña aldea situada, entre el valle y la montaña, allá por las tierras verdes y escarpadas del norte peninsular. Atio y Cadia, sus pacientes y generosos abuelos, cuidan con mimo y responsabilidad el crecimiento de esta niña que, para ellos, es el mejor tesoro que el destino ha querido depararles, ya en el atardecer profundo de sus existencias.

Como cada mañana, la pequeña acude al colegio de su “seño” donde aprender a descubrir el sentido de las letras, los números y la suave bondad en los comportamientos. Además de sus compañeros de aula, en esta humilde escuela rural, que nuclea a los niños de las casitas dispersas por la zona, tiene otros muchos amigos.  Son los árboles y las nubes, el sol y el viento, los pájaros y los animales de la granja, junto al agua del torrente…. espacios y elementos de la naturaleza que enriquecen su conocimiento, asombro e imaginación, en la plasticidad receptiva de su inquieto carácter. Sabe esperar ilusionada la oportunidad de poder jugar con su primo Arquio, un año mayor que ella, cuando el tío Cosme acude a visitar a los abuelos. Estos familiares viven allá, en el otro valle, tras la montaña y, siempre que vienen, se acuerdan de traerle algún pequeño regalo que ella recibe y cuida con la emoción y atención que la novedad le depara. Son tardes traviesamente divertidas, en las que ambos primos corretean y disfrutan por el inmenso parque de una verde y húmeda naturaleza.

Para ella, en la normalidad de los días, Atio, junto a Cadia son los mejores padres, aunque esa palabra quede sustituida por la de abuelo o abuela, en la proximidad familiar del parentesco. A veces, la espontaneidad y naturalidad de sus preguntas ponen en apuros la prudencia de estas personas que quieren responder a su nieta en todo aquello que saben decir y explicar. Especialmente, cuando la niña quiere saber quién es su mamá o su papá. En esa tensa oportunidad, Atio habla del cielo y la distancia, mientras que Cadia entorna la mirada, esforzándose por regalar, desde su corazón para con todos, una tierna sonrisa. Y es que Deva apenas recuerda a su mami. Sólo tiene la imagen muy difusa de una linda mujer, que la acunaba y cuidaba con mucho cariño. No la reconoce en la única foto que le han mostrado, tras su insistencia. Cuando apenas tenía un año, su mamá dejó de estar en casa. Le dicen que su nombre era Amia y que tuvo que emprender un largo viaje. ¿Hacia qué destino? ¿Hacia ese cielo azul celeste, que cobija a las estrellas, o para otros lugares, aquí en la tierra, donde se borran las señas y las luces para la identidad?  Le aconsejan que ahora es tiempo para el juego, de aprender y disfrutar, pues la hora de las preguntas y respuestas seguro que a todos nos ha de llegar. Cuando ella sea mayor sabrá comprender, perdonar y aceptar.

Una tarde, mientras jugaba con su primo, el abuelo y el tío Cosme hablaban de sus cosas.  Los temas eran casi siempre los referidos a la granja, al mercado de la capital, donde solían llevar sus productos y comentarios acerca de la situación política que atravesaba el país, allá en la década de los ochenta. A Deva le resultaban incomprensibles y aburridos esos temas, por lo que dejaba a los mayores con sus cosas y ella se disponía a organizar alguna nueva aventura, divertida y traviesa para el entretenimiento. Ante la insistencia de Arquio, fue a su cuarto para traer su álbum de estampas, de esas que solían venir en las tabletas de chocolate, y enseñárselo una vez más a su primito. Pasó por delante del salón y escuchó unas frases que le dejaron intrigada.

“¿Sabes algo de mi hermana? Son ya muchos años para que todo siga igual…. Total,  por un grave error de juventud”.

“Cosme, para nosotros es como si hubiera desaparecido en la vida. Cuatro años ya y sólo alguna llamada por Navidad. A veces creo que va a sonar el teléfono y que mi hija va a estar al otro lado de la línea. Para decirme que se encuentra bien pero, sobre todo, para conocer algo de este regalo de persona que tuvo que dejarnos, en aquellos terribles momentos de miedo y tensión. Pero las amenazas y el temor tal vez expliquen estas difíciles actitudes y respuestas en las personas”.

Deva apenas entendía nada sobre el sentido de todas estas expresiones. Sólo una palabra le llevó a recordar el nombre de su madre. Y esto la entristeció porque, una vez más, quiso preguntarse por el lugar donde ella estaría. Y por qué tuvo que irse…. cuando tanto la necesitaba. Ya casi no se atrevía a preguntar más al abuelo por su mami pues, además de no darle una razón, que ella entendiera, lo veía como enfadado y nervioso. En modo alguno deseaba disgustar a esta gran persona a quien tanto quería. No volvería a preguntar más por esa cuestión, aunque pensaba que algún día el abuelo, quien a buen seguro poseía toda la verdad, tomaría la decisión de compartir con ella la solución a su angustia. Para su sosiego y necesaria  felicidad.

Y así pasaban los días y las páginas, en ese fluir aritmético y vital del calendario. Pero, vayamos a otro lugar marcado en la distancia.

Hoy es noche de sábado, con un cielo nublado que no deja ver las estrellas. Amenaza humedad, posiblemente llueva. Pero, aún así, la temperatura es soportable, para estos primeros días de un junio que hace aproximarse al verano. Dos mujeres están sentadas junto al gran ventanuco de la buhardilla donde residen. Observan el trasiego circulatorio de luces, prisas y personas por Broad Street, en la populosa city de Birmingham. Son compañeras de trabajo en una residencia para la tercera edad, ubicada al noroeste de esta importante urbe británica del Midlands. Comparten, desde hace año y medio, el alquiler de este pequeño habitáculo, soportable en su coste, que se halla muy bien situado con respecto a una línea de metro. Medio de transporte que las traslada, cada una de las mañanas, para atender a esas personas mayores, necesitadas de afecto y servicio. Evelyn escucha con manifiesta  atención las palabras en confidencia de Amia.

“Nos conocemos desde hace ya más de un año. Va para casi dos. Y siempre nos hemos llevado bastante bien. Has aceptado con generosidad la privacidad de mi historia y, en cambio, tu siempre has sido muy abierta para hablarme de aquellas cosas y personas que forman parte de tu vida. Te aseguro que tengo motivos para haber sido tan reservada. Tan escasamente comunicativa. Esta noche me siento con fuerzas y animada para ofrecerte algunas claves, que te pueden ayudar a comprender mejor tanto silencio acerca de mi pasado”

“Hace no muchos años, yo era una joven con ganas de aventura y experiencias, algo alocada e irreflexiva, que se trasladó desde un pequeño núcleo rural en el norte de mi país, en España, hasta la capital madrileña. Necesitaba el cambio y la aventura, alimento para casi una adolescente con la cabeza repleta de proyectos, castillos y destinos. El ritmo de aquellos meses de adolescencia y juventud fueron frenéticos y descontrolados. Hice muchas, muchas tonterías que, hoy día, me asombran por la insensatez y riesgo que entonces no supe o pude calibrar. Entre ellas, hubo una que ha marcado, de una forma cruel, la realidad de mi vida. No te puedo dar datos, por supuesto, pero sí algunas claves para tu mejor comprensión. Mi físico, mi carácter, eran muy atractivos en aquellos casi veinte años que yo tan bien sabía lucir. La casualidad hicieron que me relacionara y vinculara con una persona muy importante, en la significación del país. Importantísima. Nuestra relación, duró unos cuantos meses, todo ello en medio del secreto. Fui una más, en la novedad cotidiana de sus desahogos. Posiblemente, una de las que más duró en ese armario anónimo para el juego de su utilidad. Una insensatez, por mi parte, provocó lo que era más que previsible. Mantuve en secreto el embarazo, hasta cuando pude. Una vez hecho evidente, las alarmas se dispararon. Y llegó la locura desenfrenada de las ambiciones y la seguridad  de todos los que mandan y pueden.

“Te hablo de aquellos años finales de los setenta. La situación política era difícil e inestable. Cualquier dato, acerca de mi realidad y circunstancias, podía levantar truenos y tempestades. Lo más fácil para ellos era que yo desapareciera. Y llegaron las amenazas y los miedos. Sentí mucho temor e incluso pánico. Sólo me dejaron una salida. Abandonar el país y el sello pactado de mi silencio. Por la mentalidad del personaje, ese nuevo ser que yo gestaba se pudo salvar para la vida. Apenas un año, pude tener y criar a mi hija. Me sentía sin fuerzas, para luchar en el extranjero (era la única salida que me permitían y urgían) con una niña de tan corta edad. Cobardemente, hoy lo puedo decir, pensé que era preferible que mis padres se encargaran de la pequeña. Con ellos tendría una seguridad que yo no me veía capacitada para ofrecerle, en aquellos mis convulsos momentos. Me pusieron un billete de avión en la mano, advirtiéndome claramente que, por mi seguridad, tenía que olvidarme de una historia que resultaba peligrosa para no pocos intereses. Con mucho miedo, que aún no he perdido (las amenazas eran evidentes) me vine a vivir y trabajar aquí.”

“Va ya para cuatro años y no he vuelto a pisar el suelo de la tierra donde nací y viví hasta la juventud. ¿Mis padres? Apenas les llamo, porque es algo que también me prohibieron. Pero sé que algún día tendré el valor y la confianza de poder recuperar a mi hija. Y vivir junto a ella. Para darle esa madre que le ha sido arrebatada, por mi inconsciencia e inseguridad. A nadie, aparte de mi corta familia, le he narrado ese espacio de mi vida. Lo hago contigo porque te considero como una buena hermana. Tu equilibrio y cariño me han facilitado estabilidad, equilibrio y, esa autoestima, que todos necesitamos para caminar por esta selva donde el destino ha querido situarnos.”

Evelyn ha permanecido atenta a toda la confianza que Amia ha querido transmitirle. Ante las lágrimas de su amiga, toma sus manos entre las suyas y le regala una sonrisa para la serenidad. Y, a muchos kilómetros de esta entrañable buhardilla, una preciosa cría de cinco años, se entretiene junto a su abuela Cadia. Ambas están haciendo un trajecito para su muñeca preferida, Beba. Se acerca el verano y el calor hace necesario cambiar el vestuario.

“Abuela ¿los juguetes sienten como nosotros el calor o el frío? ¿ Y les gustan las chuches?” “Yo no lo sé seguro, hijita. Como siempre están tan callados……. De todas formas, vamos a seguir cosiendo este trajecito que a Beba mucho le va a gustar. El verano está ahí, detrás de la puerta y ni tu ni yo queremos que la pobrecita pase calor ¿verdad?”

Tras una noche de templanza térmica, el día ha amanecido resplandeciente, con un cielo limpio y pleno de sol. El bello paisaje de la montaña se engalana con sencillez de aroma, luz y color. Valles y laderas están casi todas ellas cubiertas con ese manto verde de naturaleza, que alegra y tonifica nuestros mejores sentimientos y esperanzas. Pero, una madre y su hija, entre las razones e intereses de un pasado inestable, sufren la separación. Mañana, o tal vez esa otra fecha para la sorpresa, el destino puede resolver el absurdo de tantos comportamientos en las respuestas. Hay que buscar, tiene que haber, un espacio que acomode y cultive el placer de la sonrisa.-

José L. Casado Toro (viernes, 31 mayo, 2013)
Profesor

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