viernes, 17 de mayo de 2013

INTRIGA, EN UN FIN DE SEMANA.


La tarde se hallaba metida en agua. Los cielos entoldados y con algo de viento hacían presagiar que, más pronto o tarde, caería esa fina lluvia que, a pesar de paraguas y chubasqueros, te deja el cuerpo con la incomodidad de una intensa humedad. Al fin, en este sábado de Cuaresma, previo al inicio de los pasos procesionales, Dela decidió quedarse en casa, tras una semana de agotadora labor en las aulas. Ejerce como maestra en Primaria (va ya para un lustro, su dedicación docente) en un colegio concertado de la capital, precisamente allí donde estudió en sus años de infancia y adolescencia. Claudio, su pareja desde hace unos ocho meses, ha tenido este fin de semana que desplazarse a Córdoba a fin de asistir a un cursillo intensivo en redes informáticas, enviado por la empresa donde trabaja como especialista en marketing de comunicación. El programa de este curso, viernes a domingo, estaba muy concentrado, por lo que ella ha preferido no acompañarle y recuperar la tranquilidad del sosiego para este weekend que inicia la Primavera. Desea pasar una tarde tranquila, organizando el trabajo atrasado, hacer algunas compras para la cocina y, después de la cena, ver alguna película de las que tiene descargadas en el disco duro de su ordenador.

A eso de las seis, cuando se estaba preparando para bajar al Merca que tiene dos manzanas más arriba de su bloque, suena una llamada en el portátil de la entrada. Al otro lado de la línea, aparece una voz de mujer que se identifica como Itziar. Ambas mujeres mantienen un extraño y curioso diálogo. Dela desconoce a la persona que le está hablando, pero ésta sí posee datos concretos que le permiten hacer uso del nombre y número de teléfono de su interlocutora. Durante unos cuatro minutos de diálogo entrecortado, le indica la posibilidad de entrevistarse personalmente pues quiere conocerla y, al tiempo, hacerle partícipe de una información que puede resultar importante para su estabilidad. Le confiesa que el objeto de ese diálogo tendría como referencia a la persona de Claudio. Todo resulta un tanto misterioso, sin embargo Dela, sumida en la intriga de la duda, decide atender la sugerencia que se le ofrece. Acuerdan verse un par de horas más tarde, en una conocida cafetería, relativamente cercana a su domicilio. Itziar comenta acerca de cómo irá vestida, para su mejor identificación, en el encuentro que ambas van a mantener.

Todo esto le parece muy escénico o cinematográfico. Mientras se dirige al punto de encuentro, va haciéndose una serie de preguntas que potencian su incertidumbre. ¿Cómo conocía esta chica su identificación telefónica? ¿Cuál es su vinculación con Claudio? ¿Es casual que la haya llamado precisamente hoy, cuando la pareja con quien vive se encuentra de viaje? ¿Qué hay, en verdad, detrás de esta llamada? ¿Hace bien en aceptar este encuentro, o se está exponiendo a imprevisibles riesgos que escapan del control de su conocimiento? Éstos y otros interrogantes bullen por su cabeza, mientras camina despacio hacia ese punto de encuentro que puede despejar sus complicadas incertidumbres, mezcladas con la inquietud propia de caso. Ha comenzado a chispear. Era lo previsible, aunque la adelantada templanza de la Primavera hace que tenga una percepción incómoda de esas gotas que caen sobre la superficie de su paraguas, azulado y estampado con unas ondulaciones que asemejan el oleaje del mar.

Unos minutos sobre las ocho, en el anochecer. La cafetería/tetería “El Oasis” sita en los sótanos del Macrocentro Finay, se encuentra a esa hora bastante abarrotada, con un público variopinto y ruidoso. En la puerta una chica, algo más joven que nuestra protagonista, juguetea con la bolsa estampada que lleva colgada en su hombro. Viste un atractivo chándal azul celeste y unas botas deportivas Converse de color blanco, tal y como le orientó esa misma tarde a través del teléfono. Intercambian un saludo frío y presidido por la desconfianza recíproca. Itziar pide al camarero un té blanco, mientras Dela prefiere uno rojo Rooibós. Se siente bastante inquieta ante la situación, por lo que prefiere evitar la teína en la infusión. Atiende, con expectante atención las palabras que le transmite la joven del chándal azul.

“Sí, comprendo que todo esto te resultará muy raro o extraño. Pero mi conciencia me obliga a ser valiente, pues creo debes conocer algunos datos de la persona con la que estás vinculada en este momento. Seguro que él nunca te ha hablado de mí ¿Verdad? No, no le interesa. Pues yo sé bastante de su otra vida de la que tu eres ajena. Y te aseguro que, en este momento, solo me preocupa evitarte el drama que yo he tenido que pasar con este individuo. Por eso me he preocupado por indagar y conocer a la persona que me había sustituido, en la relación afectiva con Claudio…….”

Me esforzaba en no interrumpir su largo monólogo, expresado de manera pausada pero con una tensión fácilmente perceptible. Básicamente me relató que había estado saliendo con mi actual pareja, por espacio de un año y pico. Que al principio todo iba muy bien. Que, a pesar de tener caracteres diferentes, solían complementarse bastante bien y que llegaron a convivir con normalidad durante algunos meses. Posteriormente, a través de una serie de situaciones, fue comprobando la verdadera naturaleza de la persona con la que estaba compartiendo su vida. Que los rasgos de personalismo, egoísmo y exigencia, en el compañero, fueron cada vez más notorios, generándose discusiones, conflictos y escenas en sumo desagradables. Ya en la etapa final de su relación, tuvo que sufrir el comportamiento violento de un hombre, en su opinión, con un patente desequilibrio. Una mañana, cogió sus cosas y volvió a casa de sus padres, con un evidente temor con respecto a la respuesta que él pudiera adoptar ante su drástica decisión. Me confesó que sufrió mucho, al descubrir la verdadera personalidad de la pareja con la que había pasado todos esos meses de convivencia.

La escuchaba cada vez más asombrada, pues sus planteamientos parecían razonablemente convincentes para la credibilidad. Ante mi pregunta acerca de cómo me había localizado, acertó a explicarme que hacía unos diez días, haciendo unas compras en un centro comercial, estaba acompañada por una amiga del laboratorio donde trabaja. Que al verme junto a Claudio, no pudo evitar ponerse muy nerviosa. Su amiga me había reconocido, pues tiene a su hija estudiando en el colegio donde imparto clase. Precisamente, en el grupo de mi tutoría. Ante la  insistencia de Itziar, le facilitó mi nombre y dirección telefónica. Y que tras pensarlo durante algunos días, esta tarde había decidido marcar mi número de teléfono a fin de prevenirme de lo que me podría ocurrir si continuaba unida a Claudio.

“No sé si creerte. Me siento muy confusa y la verdad es que no tengo razones para pensar que existan dos personalidades en el hombre con el que estoy conviviendo. Incluso, aún no sé por qué te he prestado atención, viniendo a escuchar tus consejos. Me voy a marchar. Si crees que has hecho bien con avisarme, debo agradecértelo aunque, lo vuelvo a reiterar, me parece que todo lo que me has contado lo percibo como bastante inverosímil”.

Antes de despedirnos me rogó que, en modo alguno, le comentara a Claudio el contenido de nuestra conversación. Se sentía atemorizada de que él pudiera ser consciente de la información que se había atrevido a facilitarme.

Le estuve dando vueltas a la cabeza durante toda la noche del sábado y el mismo domingo. Me sentía navegando en un mar cenagoso de dudas y convicciones. Pero ¿qué hacer? Ya en el lunes, de vuelta a casa tras asistir a una consulta médica, comprobé que Claudio había regresado de su cursillo. No vino a comer. Me comentó por teléfono que tenía que hacer un informe sobre su presencia en la reunión de Córdoba y que prefería terminarlo en la empresa,  por lo que tomaría algo ligero en ese bar donde a veces desayuna. Esa tarde, me fui a dar un paseo por los jardines de la Concepción y allí, entre la soledad amistosa de tan bella naturaleza, fui repasando mentalmente todo el proceso de mi relación afectiva con una persona de la que, al margen de algunas discusiones, normales en la convivencia (nos habíamos metido en una hipoteca complicada) nunca había tenido serios motivos para quejarme. Era cierto, y ello era lo que principalmente me inquietaba, que él siempre trataba de evitar alusiones a la vida relacional que había mantenido antes de conocernos.

Llegó a nuestro domicilio unos minutos después de las diez. Se le veía muy cansado, tras el ajetreo del fin de semana con su viaje. El trabajo de hoy que, a tenor de su rostro, había tenido que ser un tanto agotador. Compartimos la cena y, posteriormente, nos sentamos (como hacíamos casi todas las noches) delante del televisor, a fin de ver alguna película o distraernos con lo emitido por alguna de las cadenas. Pero la cabeza me sentía aturdiendo, recordándome la extraña experiencia que había tenido en la tarde/noche del sábado. Estábamos “soportando” una película bastante aburrida cuando, por esos impulsos que a todos nos suelen aparecer en lo imprevisto de nuestro carácter, me levanté del sofá y, lentamente, me acerqué al monitor de televisión. Lo apagué. Claudio, que ojeaba el periódico del día, no le dio mayor importancia a mi gesto. Volví a sentarme junto a él y, con una irrazonada espontaneidad le dije. “Claudio, aunque sé que no es tema de tu agrado, me agradaría conocer algo acerca de las otras mujeres que, sin duda, ha tenido que haber en tu vida, antes de conocernos”. Tras sonreírme paternalmente, me preguntó la causa o el origen de mis palabras, precisamente esa noche en la que se sentía tan cansado. Añadí “es que he tenido la oportunidad de conocer a una persona con la que has estado emparejado durante algún tiempo. Y me gustaría saber el recuerdo que guardas de esa mujer”.

“Posiblemente sé a la personas a que te estás refiriendo. No merece la pena gastar tiempo hablando de esta penosa y terrible experiencia. Tuve la suerte de conocerte y esa es mi mejor alegría. Tú eres lo mejor que nunca he tenido. No sé lo que te hayan contado. Lo único que me importa eres tú. El más lindo tesoro que un hombre puede hallar y gozar en su vida. Ahora me voy a ir a la cama porque estoy que me derrumbo del cansancio. Mi querida Dela, ven hacia mi que quiero besar a lo que más quiero”.

Me sentí más tranquilizada y no quise hurgar en viejas heridas. Mi fe, en el que era mi compañero, se había acrecentado. Yo también necesitaba descansar del que había sido, también, un día ajetreado en el colegio. Ambos caímos en el sueño reparador más profundo. Pero, a eso de las dos menos cuarto de la madrugada, me desperté sobresaltada. Mi pareja no estaba en su lugar de la cama. Volví a mirar al despertador, cuando escuché palabras en el salón. Me levanté con cuidado de no hacer ruido y efectivamente comprobé que él estaba hablando por teléfono, bajando bastante la voz. Vi, a través de la puerta entreabierta, que permanecía de pie junto a la puerta de la terracita, por donde entraba la luz de una farola próxima a nuestra fachada. Agudizando el oído, puede captar la siguiente frase:

“Sí, lo has hecho muy bien, tal y como habíamos previsto. Deja pesar unos días y vuelve a llamarla. Le cuentas la segunda parte de la historia, con todos los detalles. Será más que definitivo. Vamos a ir con cautela y verás como todo nos va a salir bastante bien. Necesito que sea ella quien rompa el compromiso. Mañana, cuando salgamos a desayunar, seguimos hablando, cariño mío”

Me temblaban las piernas….. Estaba profundamente abrumada y asustada.-

José L. Casado Toro (viernes, 17 mayo, 2013)
Profesor

1 comentario:

  1. Adelante José con tu narrativa que cada día vas perfeccionando. Un abrazo.
    Soy seguidora de tu blog. Hazte tú seguidor del mío. un abrazo.
    http://trabajosdeencarna.blogspot.com

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