La
tarde se hallaba metida en agua. Los cielos entoldados y con algo de viento
hacían presagiar que, más pronto o tarde, caería esa fina lluvia que, a pesar
de paraguas y chubasqueros, te deja el cuerpo con la incomodidad de una intensa
humedad. Al fin, en este sábado de Cuaresma, previo al inicio de los pasos
procesionales, Dela decidió quedarse en casa,
tras una semana de agotadora labor en las aulas. Ejerce como maestra en
Primaria (va ya para un lustro, su dedicación docente) en un colegio concertado
de la capital, precisamente allí donde estudió en sus años de infancia y
adolescencia. Claudio, su pareja desde hace
unos ocho meses, ha tenido este fin de semana que desplazarse a Córdoba a fin
de asistir a un cursillo intensivo en redes informáticas, enviado por la
empresa donde trabaja como especialista en marketing de comunicación. El
programa de este curso, viernes a domingo, estaba muy concentrado, por lo que
ella ha preferido no acompañarle y recuperar la tranquilidad del sosiego para
este weekend que inicia la Primavera. Desea pasar una
tarde tranquila, organizando el trabajo atrasado, hacer algunas compras
para la cocina y, después de la cena, ver alguna película de las que tiene
descargadas en el disco duro de su ordenador.
A
eso de las seis, cuando se estaba preparando para bajar al Merca que tiene dos
manzanas más arriba de su bloque, suena una llamada en el portátil de la
entrada. Al otro lado de la línea, aparece una voz de mujer que se identifica
como Itziar. Ambas mujeres mantienen un extraño
y curioso diálogo. Dela desconoce a la persona que le está hablando, pero ésta
sí posee datos concretos que le permiten hacer uso del nombre y número de
teléfono de su interlocutora. Durante unos cuatro minutos de diálogo
entrecortado, le indica la posibilidad de entrevistarse
personalmente pues quiere conocerla y, al tiempo, hacerle partícipe de
una información que puede resultar importante para su estabilidad. Le confiesa
que el objeto de ese diálogo tendría como referencia a la persona de Claudio. Todo
resulta un tanto misterioso, sin embargo Dela, sumida en la intriga de la duda,
decide atender la sugerencia que se le ofrece. Acuerdan verse un par de horas
más tarde, en una conocida cafetería, relativamente cercana a su domicilio. Itziar
comenta acerca de cómo irá vestida, para su mejor identificación, en el
encuentro que ambas van a mantener.
Todo
esto le parece muy escénico o cinematográfico. Mientras se dirige al punto de
encuentro, va haciéndose una serie de preguntas
que potencian su incertidumbre. ¿Cómo conocía esta
chica su identificación telefónica? ¿Cuál es su vinculación con Claudio? ¿Es
casual que la haya llamado precisamente hoy, cuando la pareja con quien vive se
encuentra de viaje? ¿Qué hay, en verdad, detrás de esta llamada? ¿Hace bien en aceptar
este encuentro, o se está exponiendo a imprevisibles riesgos que escapan del
control de su conocimiento? Éstos y otros interrogantes bullen por su
cabeza, mientras camina despacio hacia ese punto de encuentro que puede
despejar sus complicadas incertidumbres, mezcladas con la inquietud propia de
caso. Ha comenzado a chispear. Era lo previsible, aunque la adelantada templanza
de la Primavera hace que tenga una percepción incómoda de esas gotas que caen
sobre la superficie de su paraguas, azulado y estampado con unas ondulaciones
que asemejan el oleaje del mar.
Unos
minutos sobre las ocho, en el anochecer. La cafetería/tetería “El Oasis” sita en los sótanos del Macrocentro Finay,
se encuentra a esa hora bastante abarrotada, con un público variopinto y
ruidoso. En la puerta una chica, algo más joven que nuestra protagonista,
juguetea con la bolsa estampada que lleva colgada en su hombro. Viste un atractivo
chándal azul celeste y unas botas deportivas Converse de color blanco, tal y
como le orientó esa misma tarde a través del teléfono. Intercambian un saludo
frío y presidido por la desconfianza recíproca. Itziar pide al camarero un té
blanco, mientras Dela prefiere uno rojo Rooibós. Se siente bastante inquieta
ante la situación, por lo que prefiere evitar la teína en la infusión. Atiende,
con expectante atención las palabras que le transmite la joven del chándal
azul.
“Sí, comprendo que todo esto te resultará muy raro o
extraño. Pero mi conciencia me obliga a ser valiente, pues creo debes conocer
algunos datos de la persona con la que estás vinculada en este momento. Seguro
que él nunca te ha hablado de mí ¿Verdad? No, no le interesa. Pues yo sé
bastante de su otra vida de la que tu eres ajena. Y te aseguro que, en este
momento, solo me preocupa evitarte el drama que yo he tenido que pasar con este
individuo. Por eso me he preocupado por indagar y conocer a la persona que me
había sustituido, en la relación afectiva con Claudio…….”
Me
esforzaba en no interrumpir su largo monólogo, expresado de manera pausada pero
con una tensión fácilmente perceptible. Básicamente me relató que había estado
saliendo con mi actual pareja, por espacio de un año y pico. Que al principio
todo iba muy bien. Que, a pesar de tener caracteres diferentes, solían
complementarse bastante bien y que llegaron a convivir con normalidad durante
algunos meses. Posteriormente, a través de una serie de situaciones, fue
comprobando la verdadera naturaleza de la persona con la que estaba compartiendo
su vida. Que los rasgos de personalismo, egoísmo y exigencia, en el compañero,
fueron cada vez más notorios, generándose discusiones, conflictos y escenas en
sumo desagradables. Ya en la etapa final de su relación, tuvo que sufrir el
comportamiento violento de un hombre, en su opinión, con un patente
desequilibrio. Una mañana, cogió sus cosas y volvió a casa de sus padres, con
un evidente temor con respecto a la respuesta que él pudiera adoptar ante su drástica
decisión. Me confesó que sufrió mucho, al descubrir la verdadera personalidad
de la pareja con la que había pasado todos esos meses de convivencia.
La
escuchaba cada vez más asombrada, pues sus
planteamientos parecían razonablemente convincentes para la credibilidad.
Ante mi pregunta acerca de cómo me había localizado, acertó a explicarme que
hacía unos diez días, haciendo unas compras en un centro comercial, estaba acompañada
por una amiga del laboratorio donde trabaja. Que al verme junto a Claudio, no
pudo evitar ponerse muy nerviosa. Su amiga me había reconocido, pues tiene a su
hija estudiando en el colegio donde imparto clase. Precisamente, en el grupo de
mi tutoría. Ante la insistencia de
Itziar, le facilitó mi nombre y dirección telefónica. Y que tras pensarlo
durante algunos días, esta tarde había decidido marcar mi número de teléfono a
fin de prevenirme de lo que me podría ocurrir si continuaba unida a Claudio.
“No sé si creerte. Me siento muy confusa y la verdad es
que no tengo razones para pensar que existan dos personalidades en el hombre con
el que estoy conviviendo. Incluso, aún no sé por qué te he prestado atención, viniendo
a escuchar tus consejos. Me voy a marchar. Si crees que has hecho bien con
avisarme, debo agradecértelo aunque, lo vuelvo a reiterar, me parece que todo
lo que me has contado lo percibo como bastante inverosímil”.
Antes
de despedirnos me rogó que, en modo alguno, le comentara a Claudio el contenido
de nuestra conversación. Se sentía atemorizada de que él pudiera ser consciente
de la información que se había atrevido a facilitarme.
Le
estuve dando vueltas a la cabeza durante toda la noche del sábado y el mismo
domingo. Me sentía navegando en un mar cenagoso de dudas y convicciones. Pero ¿qué hacer? Ya en el lunes, de vuelta a casa tras
asistir a una consulta médica, comprobé que Claudio había regresado de su
cursillo. No vino a comer. Me comentó por teléfono que tenía que hacer un informe
sobre su presencia en la reunión de Córdoba y que prefería terminarlo en la
empresa, por lo que tomaría algo ligero
en ese bar donde a veces desayuna. Esa tarde, me fui a dar un paseo por los jardines de la Concepción y allí, entre la soledad
amistosa de tan bella naturaleza, fui repasando mentalmente todo el proceso de
mi relación afectiva con una persona de la que, al margen de algunas
discusiones, normales en la convivencia (nos habíamos metido en una hipoteca
complicada) nunca había tenido serios motivos para quejarme. Era cierto, y ello
era lo que principalmente me inquietaba, que él siempre trataba de evitar
alusiones a la vida relacional que había mantenido antes de conocernos.
Llegó
a nuestro domicilio unos minutos después de las diez. Se le veía muy cansado,
tras el ajetreo del fin de semana con su viaje. El trabajo de hoy que, a tenor
de su rostro, había tenido que ser un tanto agotador. Compartimos la cena y,
posteriormente, nos sentamos (como hacíamos casi todas las noches) delante del
televisor, a fin de ver alguna película o distraernos con lo emitido por alguna
de las cadenas. Pero la cabeza me sentía aturdiendo, recordándome la extraña
experiencia que había tenido en la tarde/noche del sábado. Estábamos
“soportando” una película bastante aburrida cuando, por esos impulsos que a
todos nos suelen aparecer en lo imprevisto de nuestro carácter, me levanté del
sofá y, lentamente, me acerqué al monitor de televisión. Lo apagué. Claudio,
que ojeaba el periódico del día, no le dio mayor importancia a mi gesto. Volví
a sentarme junto a él y, con una irrazonada espontaneidad le dije. “Claudio, aunque sé que no es tema de tu agrado, me agradaría
conocer algo acerca de las otras mujeres que, sin duda, ha tenido que haber en
tu vida, antes de conocernos”. Tras sonreírme paternalmente, me preguntó
la causa o el origen de mis palabras, precisamente esa noche en la que se
sentía tan cansado. Añadí “es que he tenido la
oportunidad de conocer a una persona con la que has estado emparejado durante
algún tiempo. Y me gustaría saber el recuerdo que guardas de esa mujer”.
“Posiblemente sé a la personas a que te
estás refiriendo. No merece la pena gastar tiempo hablando de esta penosa y
terrible experiencia. Tuve la suerte de conocerte y esa es mi mejor alegría. Tú
eres lo mejor que nunca he tenido. No sé lo que te hayan contado. Lo único que
me importa eres tú. El más lindo tesoro que un hombre puede hallar y gozar en
su vida. Ahora me voy a ir a la cama porque estoy que me derrumbo del
cansancio. Mi querida Dela, ven hacia mi que quiero besar a lo que más quiero”.
Me
sentí más tranquilizada y no quise hurgar en viejas heridas. Mi fe, en el que
era mi compañero, se había acrecentado. Yo también necesitaba descansar del que
había sido, también, un día ajetreado en el colegio. Ambos caímos en el sueño reparador
más profundo. Pero, a eso de las dos menos cuarto de
la madrugada, me desperté sobresaltada. Mi pareja no estaba en su lugar
de la cama. Volví a mirar al despertador, cuando escuché palabras en el salón.
Me levanté con cuidado de no hacer ruido y efectivamente comprobé que él estaba
hablando por teléfono, bajando bastante la voz. Vi, a través de la puerta
entreabierta, que permanecía de pie junto a la puerta de la terracita, por
donde entraba la luz de una farola próxima a nuestra fachada. Agudizando el
oído, puede captar la siguiente frase:
“Sí, lo has hecho muy bien, tal y como
habíamos previsto. Deja pesar unos días y vuelve a llamarla. Le cuentas la
segunda parte de la historia, con todos los detalles. Será más que definitivo.
Vamos a ir con cautela y verás como todo nos va a salir bastante bien. Necesito
que sea ella quien rompa el compromiso. Mañana, cuando salgamos a desayunar, seguimos
hablando, cariño mío”
Me temblaban
las piernas….. Estaba profundamente abrumada y asustada.-
José L. Casado Toro (viernes, 17 mayo, 2013)
Profesor
Adelante José con tu narrativa que cada día vas perfeccionando. Un abrazo.
ResponderEliminarSoy seguidora de tu blog. Hazte tú seguidor del mío. un abrazo.
http://trabajosdeencarna.blogspot.com