viernes, 24 de mayo de 2013

CAMINANDO, POR LOS SENDEROS PRÓXIMOS DE LO NATURAL.


Son respuestas en lo personal que, a fuerza de ser repetitivas, sin embargo nunca llegan a explicarse del todo. O, por el contrario, aparecen tan evidentes en su contenido que hacen innecesario abundar en los planos íntimos de su motivación. Resulta que una mañana, o tal vez cuando avanzan las horas del día, la escala anímica de tu persona marca unos dígitos más bien bajos. Bajísimos, como para remontar de inmediato ese bloqueo. Y, casi sin saber el por qué. No te ocurre nada, realmente preocupante. La salud va bien, dentro de lo posible pero, eso sí, tu agenda se muestra abruptamente densificada para el respiro y, como guinda ambiental, el contexto mediático, social, económico y político se viste con unos ropajes que “saben” a desalentador. Ante esa atmósfera profundamente viciada, que ahonda en tu soledad, tienes la certera idea de buscar auxilio, oxígeno físico, pero también espiritual, en aquel entorno donde más suele abundar para su mejor estado de pureza. Y te vas…. a la compañía placentera del mar. Y, si no, un poco más allá, a las laderas naturales y limpias de la montaña. También otros, con desigual éxito en los resultados de la opción, eligen una película, un libro o una llamada telefónica a ese amor siempre idealizado, como mejor terapéutica. El caso es alejarte de un ambiente opresivo que no te gusta, en el que te sientes agobiado, triste y en los umbrales inquietos de lo depresivo.

Aún la Primavera jugaba con esos vaivenes traviesos del entretiempo, cuando decidí alejarme de esta locura sin sentido en el que, con frecuencia, nos vemos atrapados. Puse camino o destino hacia algún rincón natural, no muy alejado de la malla que conforma el estresante laberinto urbano. La arena de la playa iba a quedar para un poco más adelante en el calendario, por lo que, a poco de un ratito de caminar, me vi rodeado de árboles, matorrales, aromas y gratos silencios. También sonidos, modulados por el viento, las aves o la traviesa percepción que interpreta nuestra imaginación.

Fue curioso. A poco de estar allí, las escalas anímicas comenzaron a moverse hacia lo positivo y, con esa grandeza que trae la simplicidad, comencé a sentirme mejor. Bastante mejor. El milagro, para lo espiritual, consistía en que ahora las cosas las veía bajo un prisma más alegre. Tanto en el color, como en su trasparencia. Me sentía más liberado y, precisamente, acompañado. Con el azul del cielo, las ramas verdes de pino, el olor del tomillo y otros sensuales aromas mediterráneos, además de las hojas que cimbrea la brisa y ese oxígeno que respira y difunde limpieza y tranquilidad. Buenos, excelentes compañeros para recuperar los biorritmos y el diálogo con la terapéutica del optimismo. ¡Ah, olvidaba comentar la presencia de un elemento vital que, en modo alguno, podía faltar! El agua. Esa fuerza hídrica que manaba de no sabemos dónde pero que, con sus ritmos acústicos y la pureza de su caudal, transformaba la pesadumbre y lo opaco en atrayentes parcelas de serenidad y aventura. Todo ello colaboraba en ese sosiego para la sonrisa, que tanto me apetecía recuperar y compartir.

En un momento concreto de este mi senderismo light (son trayectos no muy extensos en las distancias) tuve el buen acierto de sacar desde mi zurrón ese u otro libro que casi siempre suele acompañarme. Estuve leyendo un buen rato, con ese diálogo íntimo que los buenos autores proporcionan. Con la atención del silencio, sólo alterado por el pentagrama sublime de lo natural. Pero, también, en voz alta, para la atención mágica de esos arboles que te observan y atienden respetuosos, con la infinita paciencia de lo intemporal. Parece como…. si quisieran hablar. En este caso, la narrativa elegida fue un pequeño conjunto de historias, escritas precisamente en una lengua que no es la propia, en lo personal. Las practicas de expresión o lectura oral por estos parajes suelen resultar divertidas y metodológicamente apropiadas para el aprendizaje. Y aquí, precisamente, surgió la segunda parte de esta bella historia que ahora trato de recordar.

Le vi acercarse desde lejos. Avanzaba con pasos lentos, recreándose en un escenario de personajes inmóviles, caminando en sentido contrario a mi marcha. A pocos segundos, nos encontrábamos frente a frente, con ese “buenas tardes” que, con educación solidaria, se transmite con todos en el campo. Era un hombre ya metido en años, pero muy bien llevados para su denso calendario en las horas. Piel curtida, por ese sol que tanto gratifica. También, probablemente, por la fuerza del viento, la lluvia y toda una vida para la memoria. Percibí, de inmediato, sus ganas de “echar un ratito”, hablando de esas intrascendencias que pronto se transforman en anécdotas, en leyendas o en grandes teorías para lo trascendente. Era también de mi agrado esa positiva facultad de comunicar. Practicando el senderismo. Primero con la naturaleza, A continuación, consigo mismo. Y, finalmente, con la grandiosa hermandad de lo humano. Nos sentamos en dos rudos “sillones” que unos bloques de piedra y roca pusieron a nuestra disposición y compartimos, con la franqueza de la sencillez, las palabras, los gestos y las miradas.

TANI (Estanislao), así me pidió que le llamara, lleva ya muchos años jubilado. Trabajó en la construcción, aprovechando los álgidos momentos del boom costero. Hoy vive con una modesta pensión pues el egoísmo e incivismo empresarial perjudicó, de manera notoria, la seguridad social de este buen hombre que debe estar no muy lejano de los ochenta en la edad. La empresa, en la que trabajó durante años, no cotizó por su persona, lo que ha perjudicado la prestación o pensión de jubilación para su sustento. El ejercicio de andar por el campo (su verdadera pasión), uno tras otro en los días, le permite disfrutar un buen estado físico. Yo aún mantenía, en una de mis manos, el pequeño libro, para prácticas y lecturas, escrito en inglés, mientras que él se veía satisfecho, asiendo en su brazo un gran manojo de espárragos trigueros o no cultivados. La recolección de hoy ha sido bastante buena, por lo que dejará en casa los suficientes para la tortilla. El resto de la “cosecha” se los dejará a su yerno Faly que se gana la vida por los mercadillos, vendiendo todo lo que puede “pa comé”. Me decía que sabía “chapurrear” muchas palabras y frases en inglés ya que, durante sus años de trabajar con el ladrillo en la costa, tuvo un buen compañero y amigo de nacionalidad inglesa. Poco a poco le fue enseñando algunos usos coloquiales del idioma británico, recurso que le vino bastante bien a fin de relacionarse con clientes que vivían por la zona.

Cuando dialogas con una persona de esta transparente naturaleza, con la nobleza y verdad de Tani, te sientes a gusto y reconfortado.

“Pues, hemos “echao” un ratillo ¿verdad? la verdad es me hacía falta el hablá. Se pasa mucho rato andando entre las matas del campo y sólo escuchas a los pájaros y al viento, cuando sopla. Los fines de semana hay por aquí más gente, que vienen al paseo dominguero. Ah, y los ciclistas, pero estos casi siempre van montaos y con prisa. Lo dicho. A la pa de dió y buena tardes”.

Y lo vi alejarse, con su paso seguro sobre la tierra tosca pero inmaculada del suelo, camino del San José y el Botánico. Fue una suerte, agradable e inesperada, el encuentro con esta persona cuya nobleza y proximidad sabe aportarte esa serenidad que, tan sencilla y gratamente, comparte con la belleza, agreste o aterciopelada, del entorno.

Ahora, en tiempos de Primavera, los días parecen más largos, simulando la extensión de la vida. Ese baño de luz, con un sol que se resiste a marcharse, hasta cerca de las nueve o más de la tarde, hace que te sientas más reconfortado para buscar razones, reales o imaginarias, que sustenten el alimento espiritual de la sonrisa. Este ejercicio, de caminar por los vericuetos y senderos del campo, obra el milagro de cansarte y recuperarte al tiempo. Los relojes adormecen sus manecillas, el ruido de los motores desaparece, la tramoya de tantas mentiras y falacias quedan aparcadas, la grandeza mediática de tantos personajes se empequeñece y numerosos problemas y sinsabores, de manera afortunada e inteligente, se relativizan. Nos alejamos de nuestra adición necesaria por la selva urbana y navegamos, con la firmeza rítmica de los pasos sinceros, a través de un entorno que facilita el reencuentro con nuestra ilusión y conciencia. La dimensión abrupta de los problemas se reduce ante la grandeza, limpia y solemne, de unos espacios que comunican con la fuerza inmensa de lo visual, la modulación acústica de lo natural y la sencillez íntima de otro tipo, afortunadamente, de humanidad y vida.-

José L. Casado Toro (viernes, 24 mayo, 2013)
Profesor

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