viernes, 27 de diciembre de 2019

LUCES TESTIMONIALES EN NAVIDAD


Cada persona puede legítimamente elegir un elemento preferente que sirva para identificar, con certera agudeza, el significado de la Navidad en nuestras vidas. Nos estamos refiriendo a una festividad diferente y muy especial, con respecto a otros eventos lúdicos y testimoniales que van jalonando el ciclo de cada anualidad. En principio hay que destacar el extenso período temporal que supone su celebración. Fecha de inicio que cada vez más se suele ir adelantando en el calendario en curso, ya que hoy día comienza a prepararse desde el mismo mes de Noviembre (incluso con respecto a la muy emblemática lotería navideña, sus décimos son puestos a la venta en pleno verano, allá por el mes de agosto). Esta larga efemérides festiva pone oficialmente su punto final con la celebración del alegre día 6 del enero, que permite el reparto de juguetes y regalos traídos en las alforjas de sus camellos por SS.MM. los Reyes Magos de Oriente. 

La prolongada celebración de la Natividad divina, en las puertas meteorológicas de la estación invernal,  nos sitúa ante una serie de conceptos o símbolos que de una u otra forma “saben” o “hablan” de Navidad. La lista de frases o vocablos es amplia, por lo que vamos a destacar los más significativos en su sentimental relevancia: mantecados, turrones, mazapanes y otros dulces navideños; villancicos; belenes o nacimientos; árboles decorados de Navidad;  aguinaldos; reuniones familiares; felicitaciones y Christmas; comidas de empresa y hermandad; consumismo; nieve; corales y pastorales; conciertos; vacaciones escolares; recuerdos de los que ya no están con nosotros; zambombas y panderetas; misa del “gallo”; mercados y puestecitos artesanales con artículos de regalos; nochebuena; Natividad del Señor; día de los Santos Inocentes; nochevieja; ropa de invierno; Melchor, Gaspar y Baltasar; Cabalgata de Reyes; las 12 campanadas; reconciliación y amistad; caridad con los que más necesitan…

En el párrafo anterior se han podido citar hasta casi tres decenas de elementos vinculados a la tan proverbial etapa festiva. Sin embargo falta, entre esa amplia relación, uno que siempre ha tenido su brillante protagonismo en esta alegre realidad festiva. Ese elemento verdaderamente insustituible” en su “brillante ostentación” no es otro que todas esas LUCES que iluminan el ánimo visual de nuestras existencias. Son miles de bombillas que alegran los sentimientos, situadas en calles, plazas, jardines, parque, monumentos, comercios e incluso en los edificios particulares. Esa potencialidad luminosa tiene su mayor sentido porque al pensar en la Navidad las noches le ganan espacio a los días. Como consecuencia la luminosidad es indispensable en esta festividad decembrina, cuando precisamente tenemos en el Hemisferio Norte los días más cortos del año en la generosidad o providencia solar.  

En la actualidad se entablan curiosas y no menos ridículas competiciones entre ciudades, por ver cuál de ellas se dota de una iluminación más espectacular y cinematográfica, con esos efectos sorprendentes en los que se mezclan elementos acústicos y ráfagas luminosas, sustentados en avanzados sistemas informáticos. Es obvio que detrás de esa ostentación “primacista” y publicitaria se encuentra la prepotencia de algunas corporaciones municipales, a cuyos alcaldes no les importa “hipotecarse” con el dinero o impuestos de los demás, si con ello consiguen un mayor renombre, lustre y prestigio, sin descuidar además, de manera especial, la consecución de un mayor número de votos en la aceptación popular para el grupo político que ostente la mayoría de gobierno municipal. De todas formas, la alternativa a reducir gastos en iluminación seria ofrecer unas fiestas navideñas sin esa alegría especial que posibilitan las omnipresentes bombillas de leds. Como algún espíritu romántico expresaría, dicha situación sería algo parecido a la de un jardín sin flores, un mar sin peces o un mundo sin ilusión.

Nuestras calles y plazas del centro urbano, también las de algunas barriadas afortunadas, lucen, desde finales de Noviembre, el denso lustre cromático y motivador de miles de puntos de luz. Sus composiciones eléctricas dibujan formas geométricas con el sentido motivador de la estética y la motivación anímica de los corazones, adultos e infantiles, en tiempos de la Navidad.

Disfrutamos con las luces blancas, a modo de alegres copos de nieve; celestes, como el manto sereno del cielo reflejado en el mar; verdes, como los bosques en el medio natural; malvas, con la fuerza anímica de la esperanza; naranjas, como la dulce despedida del atardecer; también rojas, que nos recuerdan  el latido del amor en los corazones ardientes…

Lázaro Amaro Villaranda siempre se mostraba reacio confesar su edad. “No me preguntéis por los números de mi calendario, ya que si insistís tendré que quitar algunas hojas del mismo y no me gusta ocultar la verdad.” Al igual que centenares y miles de personas mayores, vivía solo, en un modesto y pequeño piso integrado en uno de los bloques más antiguos del barrio obrero en donde fijó su residencia, allá en los años sesenta del siglo pasado. Toda su vida laboral la ha desarrollado en una importante ferretería malagueña, en la que entró como aprendiz y se jubiló como dependiente encargado del negocio, por la confianza en él depositada por los hermanos Clavijo, propietarios del establecimiento, alcanzando su merecida jubilación hace ya más de tres lustros.

Este ejemplar operario comercial estuvo casado con una agradable y hacendosa mujer, Melania, por espacio de 45 años. La que fue obviamente su pareja de “toda la vida” un aciago día “viajó el reino de las estrellas y los luceros”, precisamente un par de meses después de que su marido se jubilara. Con ejemplar entereza fue asumiendo y superando el muy doloroso golpe que la vida le proporcionó, ya que el buen ferretero tenía la fundada y frustrada ilusión de poder dedicar más tiempo a su fiel compañera tras el abandono de su etapa laboral. El matrimonio había traído a la vida tres hijos, todos ellos varones y que al alcanzar la edad adulta fueron labrando su propia trayectoria existencial, con un egoísta e inesperado desapego hacia sus padres. Pero ni Melania ni Lázaro mostraron una actitud rencorosa hacia sus hijos por el trato que recibían de los mismos, pues entendían que la culpa de esta irrespetuosa actitud derivaba de unas nueras “para el olvido” las cuales habrían manipulado y torcido la voluntad generosa en lo filial de “sus niños”, alejándolos de sus padres.

Lázaro vive modestamente con su pensión mensual, organizando con inteligencia el amplio tiempo disponible. Mantiene su casa bien limpia y ordenada, se esfuerza en prepararse el alimento de cada día y para la distracción cotidiana, aunque posee un antiguo monitor de televisión, prefiere la “grandeza tradicional de la radio”, con sus entretenidos programas informativos y de variedades, además de esos espacios deportivos que ayudan a consumir plácidamente el paso rutinario de las horas. Muchas de las tardes gusta echar un buen rato en la cafetería “El Vagabundo” ubicada en los aledaños de la zona portuaria, para disfrutar con un buen café y esos atardeceres que se pierden, entre el azul y el oro anaranjado, por la nebulosa línea del horizonte. A pesar de su buen carácter, no es persona abierta a entablar numerosas amistades. Sabe llevar bastante bien el peso, no siempre fácil, de la soledad. En realidad, su mejor y más próximo amigo es un antiguo representante de productos ferreteros, Eusebio Trablanca, que llegó a la jubilación dos años después que él y con el que siempre tuvo un fluido y comercial trato, durante los muchos años de trabajo en común. Eusebio es más activo y nervioso, carácter que se equilibra y compensa con la mayor tranquilidad y serenidad  aportada por el sosegado ferretero. Además de compartir esas meriendas de amistad, algunos días de la semana, suelen también dar largos paseos y cuando se tercia también disfrutan con alguna divertida partida de dominó o de naipes, juego que alivia el sopor ingrato del aburrimiento.

Esta muy realista y entrañable historia está centrada en la calle donde precisamente, por azar del destino, los dos amigos residen, habitando en unos bloques ya antiguos de pisos separados por una angosta calle intermedia. Sociológicamente es un barrio modesto, no existiendo en sus fachadas, ventanas o pequeñas terrazas, elementos de ostentación, ornato o lujo, que pueden observarse en otras zonas urbanas más elitistas. Las ventanas de su séptimo C se asoman a esa gran calle articular, que nuclea manzanas de edificios y pequeñas vías, conformando las manzanas de viviendas una planimetría cuadrangular. Ahora que llegan las fiestas navideñas, estas arterias periféricas no reciben la atención luminosa sobreañadida que ostentan, para el reclamo turístico y comercial, las áreas urbanas del centro antiguo o moderno de la ciudad. Y si nos fijamos en el interior de su vivienda, Lázaro hace años que no pone el típico nacimiento o el más moderno árbol luminoso que “hable” de Navidad. Suele comentarle a su amigo Eusebio al respecto:

“Para qué me voy a tomar el trabajo de montar un árbol, con bolitas, luces y regalos, si sólo lo voy a ver y disfrutar yo?  Cuando estaba Melania algo hacíamos, pero ahora yo me conformo con escuchar mi radio y observar lo que otros bien organizan, en esas calles del centro que “deslumbran” por sus tantas bombillas de colores. Y me preguntas si los “niños” me invitarán esta Nochebuena a alguna de sus casas? Pues a la fecha en que estamos, nada me han dicho todavía. No les quiero presionar con este tema. Sé que al final acabaran por hacerlo, aunque yo procuro “pasar” en lo posible de mis nueras. Ya les he mandado a cada uno de ellos un buen paquete con chucherías navideñas. Lo hago con gusto, pensando sobre todos en la ilusión  de los nietos”.

Pero en esa calle de barrio, sin aparente Navidad, un año tras otro aparece una ventana, cubierta por su inquilino o propietario con guirnaldas de luces de colores leds (suelen ser azules o rosas/violetas). Esas pequeñas bombillas ayudan a combatir la opacidad cromática de una vía ausente de ese resplandor intermitente, a modo de latidos del mar, que tan bien alegra los corazones. Lázaro, por su carácter prudente y respetuoso no es muy dado a conocer detalles y datos de la vecindad. Pero, año tras año le llama la atención esa ventana, única en la calle, de una sexta planta que se esfuerza en aportar un poco de luz para señalar o recordar el significado de la Navidad. Lo ha comentado con Eusebio que, con su peculiar carácter, le ha animado a investigar quién vive detrás de esa ventana solidaria, para el buen ver y sentir de los demás.

Influenciado por su amigo, una mañana en la que se disponía a realizar su diario paseo, caminando hasta el centro urbano, pasó por delante del portal de ese bloque, en cuya sexta planta aparecían las luces aproximadamente a partir de las siete de la tarde. Tuvo la suerte o la coincidencia de que en la puerta de ese bloque se hallara un hombre de mediana edad que parecía estar esperando la llegada de alguien, pues miraba de un lugar para otro con repetida y manifiesta insistencia.

“Buenos días, vecino. Creo que vive en esta manzana ¿verdad? porque creo conocerle de vista. Me va a perdonar Vd. si le hago una pregunta nimia, pero que me mueve el interés. El caso es que todas las Navidades hay en su bloque un vecino o vecina que cubre una de sus ventanas con luces de colores. Es la única casa que pone luz al exterior, entre los numerosos vecinos que habitamos mirando a esta gran calle. El Ayuntamiento no considera que esta vía merezca algunas bombillas que alegren el ambiente, reservándolas para otras arterias o lugares “más importantes” por el turismo o los votos. La verdad es que me llama la atención, positivamente por supuesto, la generosidad de este vecino de su bloque. Es un sexto, pero desconozco la letra del piso en el que vive. Si me pudiera dar alguna señal del mismo, se lo agradecería. La verdad es que me agradaría darle expresamente las gracias a esta generosa persona”.

“Ah, ya creo saber cual es la persona de quien me está hablando. Sin duda se refiere a doña Engracia del Real, una señora mayor que vive sola, al igual que tienen que hacerlo otras muchas personas en esta vida. Es una muy buena y generosa mujer, que ha pasado por desgraciadas experiencias en estos últimos años. Vive en el 6º B. Aunque algunos piensan que es soltera o viuda, yo sé que estuvo casada en sus años jóvenes. El marido, que era un viva la virgen, se alimentaba y vestía con el dinero que ella traía a casa. Era costurera, y se ganaba la vida trabajando para varias e importantes tiendas de ropa. Al final el fulano que tenía por esposo acabó yéndose con una guiri, que parece tenía muchos años y libras. Nunca más se volvió a saber de él. Le llamaban el Epifanio, de oficio electricista, pero pocos enchufes arreglaba, con lo vago y sinvergüenza que era. La pobre mujer ahora vive de una modesta pensión, pues con inteligencia supo cotizar para sus años de vejez. No ha tenido hijos y, en cuanto a otros familiares, por aquí nunca hemos visto a nadie que viniera a visitarla. Efectivamente, ella es la única vecina que pone luces de Navidad en su ventana. Antes otros vecinos, como Vd. también sabrá, lo hacían, pero los críos van creciendo y buscan nuevos aposentos lejos de la casa familiar, con lo que se pierde esa alegría en las calles. Vd. es Lázaro … creo que era ferretero ¿verdad? Yo he comprado en la ferretería donde trabajaba, que se llamaba El Tornillo. Ahora ha pasado a una cadena de bricolajes y le han cambiado el nombre. Vd. lo sabrá mejor que yo. Pero ande suba, suba y salude a doña Engracia, que a la señora le hará mucha ilusión. Se lo puedo asegurar”.

Después de recibir tan documentada información, Lázaro se sintió motivado e impulsado a tomar el ascensor y presentarse en la sexta planta. Pulsó el timbre de la puerta B y tras esperar unos segundos escuchó unas pisadas lentas y sonoras, a modo de cómo si la persona que se desplazaba arrastrara los pies por el pavimento del pasillo. ¿Quién es? Escuchó desde afuera. Una vez que le fue franqueada la puerta, presidida en su exterior por una pequeña placa esmaltada con la imagen de un Sagrado Corazón de Jesús, apareció ante sí una señora mayor, quien mostraba un rostro amable por su generosa y tierna sonrisa. El “inesperado” visitante explicó a su interlocutora el motivo de la visita, indicándole su vecindad y rogándole que le disculpara la molestia. Engracia, ya más tranquila, le invitó a pasar pidiéndole aceptase una taza de café o té. No dude que le explicaré el motivo de las luces de colores que adorna una de mis ventanas durante las noches de Navidad. A los pocos minutos la señora, que mostraba efectivamente una dificultad locomotora en su lento desplazamiento, apareció desde la cocina con una bandejita en sus manos sobre la que descansaba una reluciente taza blanca, que aromatizaba un suculento e intenso olor a buen café. Engracia, fina de cuerpo y con un peinado “permanente” de peluquería, disimulaba en lo posible esas canas en el cabello a consecuencia de una avanzada edad. La buena señora completaba la dulzura de su casi permanente sonrisa aplicando una voz dulce y melodiosa que transmitía afecto, serenidad y proximidad.

“Mi buen vecino Lázaro. Aunque en esta amplia calle viven muchas familias, su rostro me es conocido, no sólo por habernos cruzado por las aceras, sino también porque alguna vez he acudido al Tornillo, para comprar algo que me era necesario. Pues sí, para mí el sentido de la Navidad es amor y comunicación. Tal vez sean las fechas del año en que todos nos esforzamos en ser algo mejores, en nuestra forma de ser y de actuar. Quiero decir, en la consideración que prestamos a los demás. Últimamente la suerte no me ha sido muy afortunada. Esta cojera que soporto viene de un mal tirón que me dieron en la calle. La verdad es que no pude distinguir a quien me lo hizo. Solo que estaba en el suelo, magullada y con problemas en la pierna izquierda. Ya voy mejorando, pero aún quedan secuelas que me obligan a caminar muy despacito. Bueno… no elegí bien al compañero adecuado. Pero es una página en mi vida que afortunadamente ya está superada. Tengo algunos familiares, pero que tienen su casa bien lejos, en otras provincias y los que están más cerca deben estar muy ocupados con sus obligaciones y trabajos. En cuanto a la salud, pues los achaques propios de la edad. Hay problemas de “fontanería”, alguno de ellos más que complicado. por aquí y por allá. Sin embargo, cuando llega la Navidad, quiero olvidarme de los problemas y estar alegre y feliz en lo posible. Y la mejor forma de conseguirlo es haciendo el bien a los demás. Ayudo a familias más necesitadas que yo. Y el tema de las luces, ya te lo puedes imaginar. Es una forma de decirles, a los que viven cerca de mi que estamos en navidad y que debemos cultivar el amor y la comunicación. Si el Ayuntamiento no coloca o instala luces de colores aquí en esta calle o en el barrio, pues yo las pongo en mi ventana. A ver si animo a mis convecinos a que sigan el mismo ejemplo. Así las fachadas por las noches estarán más bonitas, trasmitiendo un poquito de amor, ternura y solidaridad. Tenemos que volver a ser “niños”, para apreciar el valor de estos detalles, para la vista, el corazón y, por supuesto, el ánimo de la  ilusión”. 
  
Confortado y agradecido por la grata conversación que había mantenido con doña Engracia, marchó el antiguo ferretero hacia su diario paseo matinal, recorrido que ese día efectuaría solo, sin la habitual compañía de su amigo Eusebio quien a estas horas tenía revisión médica en el ambulatorio. Con gusto había aceptado de su generosa vecina una bolsita llena de magdalenas caseras, elaboradas por la habilidosa señora, dulces que pensaba regalar a su amigo, pues él vigilaba con extremo cuidado la ingesta de azúcares después de la última analítica que le había prescrito don Esteban Cebrián, su médico de cabecera. Antes de despedirse de su ahora ya entrañable amiga, le había prometido que con periodicidad la visitaría, a fin de echar un ratito de charla juntos y aportarle ese valioso calor humano que tanto agradecen las personas sumidas en el mal trago de la soledad. Para esa segunda visita, que pensaba realizar la próxima semana, le llevaría como presente unas flores. Sería un detalle elegante y delicado que Engracia valoraría, como muestra de amistad y admiración a una generosa persona que gustaba compartir luces de colores en los corazones de sus vecinos, a fin de incentivar el alegre tiempo de la Navidad.-


LUCES TESTIMONIALES EN NAVIDAD

José Luis Casado Toro
Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga
27 Diciembre 2019
Dirección electrónica: jlcasadot@yahoo.es            


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