En todo ese mar de misterios y evidencias, que van
conformando y determinando la modestia de nuestras vidas, observamos una obvia
e inevitable realidad, a la que tantas veces no prestamos la necesaria y justa
valoración. Y no hay que realizar un especial esfuerzo intelectual para ver y y
poder estar de acuerdo con la misma. Esa percepción, que es indiscutible ante
nuestra comprensión del entorno, no es otra que las profundas
diferencias que existen entre unas personas y otras.
Parece superfluo y obvio reiterarlo, pero es que a muchos se nos olvida.
Esta premisa introductoria al relato es necesaria
(por más que evidente) porque hace referencia a que a unas personas “les puede
ir muy bien” esos primeros impulsos en sus decisiones, mientras que para otras
ese radicalismo, urgencia o aceleración, que imprimen a sus decisiones, no
resulta tan afortunado para los objetivos propuestos o incluso para avanzar en
esa básica felicidad cotidiana que todos anhelamos. Como decíamos líneas atrás,
cada persona “es un mundo”, por lo que resulta muy arriesgado
establecer normas o parámetros igualitarios, que pueden ser efectivos y
“saludables” en algunos seres, pero perjudiciales o frustrantes en otros,
aunque aparentemente debían de mostrar su eficacia en ambos o en la mayoría de
los casos. Todo deriva, hay que decirlo una vez más, de lo muy diferentes que
somos, aunque intenten implementarnos o acomodarnos a los mismos modelos factoriales
que habrían de producir similares o iguales resultados.
Un ejemplo muy concreto de estos “olvidos
diferenciales” lo vemos en el ámbito educacional.
El profesor aplica un modelo metodológico de enseñanza que está avalado y
contrastado por las más prestigiosas autoridades pedagógicas. Sin embargo
comprueba, al final del camino, que ese modelo ha dado buen resultado para unos
muchos, pero que el mismo modelo ha fracasado para otros escolares, que también
pueden ser numerosos. Y es que los modelos genéricos aplicados en la sociedad se olvidan, en tantas y tan
repetidas ocasiones, de unos factores que sí son verdaderamente relevantes y
que explican el éxito o el fracaso en las personas a las que se aplican de esos
“mágicos” y reconocidos “protocolos”. Citemos algunos de esos factores determinantes o modificadores de las conductas:
los antecedentes familiares; la educación recibida hasta la adolescencia; el
carácter y el temperamento de cada persona; la capacidad de esfuerzo que cada
voluntad atesora; los caprichos de la suerte y la generación de oportunidades;
las amistades que el destino nos tenga reservadas; el contexto social en el que
los caprichos de la naturaleza nos haya ubicado; los sistemas morales, éticos,
religiosos, económicos, ideológicos que, con más o menos fuerza o respeto nos
estén determinando. En definitiva, somos un producto de todos esos elementos
factoriales interrelacionados por lo que, en muchas de las ocasiones, las segundas oportunidades que la vida nos proporciona
resultan gozosamente eficaces para reconducir el camino y alcanzar otras y
nuevas atalayas en la búsqueda de una mayor autosatisfacción existencial. Pero
ya es el momento de una ejemplar historia, que reclama con presteza su
protagonismo.
Su nombre es Erundina Hevilla Marcial, una valerosa mujer que
lleva trabajando como cocinera de hotel y de manera continuada casi tres
décadas. Había nacido en un pueblecito abulense
de la Castilla profunda, a mediados de los años sesenta. Hija única de unos
modestos y esforzados padres labradores, que cultivaban principalmente
legumbres y cereales, entre otros cultivos. Su esforzado trabajo lo llevaban a
efecto en unas pobres tierras que recibieron en herencia escalonada de padres y
abuelos. La naturaleza del suelo que con abnegación labraban no se
caracterizaba por su fertilidad, siendo un terruño poco generoso en los
“frutos” agrarios que generaba. A pesar
del muy duro trabajo aplicado por Julián y Santificada el tosco suelo apenas daba para vivir con
estrecheces y alimentar básicamente a los tres miembros de esta campesina y muy
sencilla familia.
Dina (era su nombre abreviado, por el que era
conocida) desde su joven adolescencia mantenía la firma convicción de cambiar esta
“pobre” realidad social en la que veía muy precarios horizontes para sus
legítimas expectativas. Llevando a la práctica estos proyectos, con poco más de
veinte años decidió abandonar la convivencia familiar,
con gran disgusto de sus curtidos y avejentados progenitores, que difícilmente
entendían las razones expuestas por su ilusionada e insatisfecha al tiempo hija
Erundina.
¿Cuál era el mayor bagaje que llevaba Dina en sus
alforjas, mientras en tren viajaba hacia la estación madrileña de Chamartín en
una fría y nublada mañana de enero? Esta
joven de cabellos castaños, al igual que el iris de sus pupilas, delgada de
cuerpo y con su epidermis corporal algo cobriza, atesoraba los muy
instructivos, hábiles y cualificados conocimientos
culinarios, pacientemente enseñados por Santi, su madre. Eran destrezas con
las que la buena señora rentabilizaba u optimizaba las escasas materias primas
alimenticias de que disponía, a fin de convertirlas en sabrosos y apetitosos
platos con los que atender al frugal alimento cotidiano. Desde su infancia
Erundina fue recibiendo y asimilando las enseñanzas y los secretos acerca de cómo
llevar bien una cocina, conocimientos que le iban a resultar inestimablemente
útiles para el resto de su vida.
En consecuencia, con esa valentía que avalaba su
espléndida juventud, la joven abulense dejaba su trocito de tierra familiar
camino de la capital de todas las capitales hispanas, Madrid,
en donde recaló hace ahora ya casi treinta años. Encontró sin mucha dificultad
acomodo laboral en las cocinas de un importante hotel de cuatro estrellas,
ubicado en esa Gran Vía cultural, comercial y cosmopolita, de la centralidad
madrileña. Entró en las cocinas del hotel como ayudante, para casi todo lo que
exige el laboratorio de los alimentos, en una también abnegada labor pues había
que preparar los platos de la carta a diario para un elevado número de
comensales. Su constancia y capacidad para moverse entre los fogones le hizo ir
ascendiendo, con admirable rapidez, en la categoría laboral que desempeñaba,
pasando al cargo de encargada y finalmente (en un relativo corto período de
tiempo) al ansiado objetivo de cocinera jefe.
Los propietarios del hotel valoraban su creatividad, esfuerzo y disciplina,
dirigiendo con diestra autoridad a los que antes habían sido sus compañeros y
compañeras de trabajo.
En la actualidad Dina reside en un pequeño pero
acogedor apartamento situado en el céntrico barrio antiguo de Fuencarral,
oportunidad inmobiliaria en la que tuvo la suerte de invertir sus ahorros,
cambiando el alquiler de sus primeros años de estancia en Madrid. Esa coqueta
propiedad pertenecía a uno de los gerentes del hotel, de nacionalidad
británica, el cual tuvo que regresar a su país natal ante un ascenso
consolidado que recibió por parte del lobby al que pertenece, Hotel Puerta de Navacerrada, donde prestaba sus servicios
al igual que Dina.
A medida que esta cocinera ha ido cumpliendo años
se fue agudizando su carácter nervioso e
hiperactivo. Ello le ha provocado diversos y frecuentes roces con algunos
miembros del personal subordinado, que no saben mantener el ritmo de actividad
que impone sin discusión su cualificada jefa. Esas tensiones con sus compañeras
de cocina ha ido también afectando a su estado de salud, problemas centrados en
alzas de tensión que lógicamente perjudican su equilibrio orgánico. Pero aunque
este problema en salud lo tiene relativamente bien controlado con la ayuda
médica, existen otras dificultades que durante los últimos años vienen inestabilizando
su vida. Básicamente esos problemas pendientes corresponden a sus raíces
familiares.
Sus padres Julián y Santi son ya muy mayores, viviendo la placidez octogenaria
(aunque el muy veterano agricultor y ganadero aún echa sus buenos ratos cada
día junto a la tierra y sus animales). Pero ambos cónyuges han ido entrando, de
forma inevitable, en una fase de ineludible dependencia. Sin embargo Dina es
bastante renuente en plantearse la posibilidad de volver a la realidad del “terruño”,
que ella bien conoce en los recuerdos de su infancia y que apenas daba para
comer a la familia. Ha pensado en buscar una buena residencia en la provincia
abulense, en la que sus padres reciban una adecuada atención para sus
necesidades de ancianidad. En cuanto a la propiedad familiar del caserón y de
los terrenos adjuntos, trata de negociar su alquiler. Desde luego en modo alguno
está en sus propósitos volver a los espacios raíces insertos en la memoria de
su muy austera infancia.
Pero todas estas gestiones resultaban laboriosas y
ella no es experta en estas cuestiones agropecuarias y de alquileres de
propiedad. A causa de la ineludible necesidad de afrontar estos problemas, le
recomendaron una agencia que llevaba los asuntos de la administración del
hotel. A este fin puso sus problemas y objetivos en manos de una excelente
gestora, llamada Mª de la Piedra.
“Llámame por Maripí, así nos
familiarizamos más. Tenemos unos agentes en Ávila que pueden desplazarse a tu
pueblo, Villaluenga del
Condado, a fin de
estudiar el inmueble del caserón, además de los espacios aptos para el cultivo.
Tras el análisis y la evaluación correspondiente, te ofreceremos la solución
más aconsejable que podrías adoptar”.
El personal de la agencia actuó con diligencia y,
una vez realizados los estudios, le ofrecieron una respuesta sincera y
concluyente. Venían decirle que los terrenos no eran buenos edafológicamente
para un cultivo con visos de rentabilidad. La falta de agua era manifiesta,
pues los mantos freáticos estaban muy profundos y parcialmente agotados. En
cuanto a la vivienda de sus raíces familiares se encontraba prácticamente en
ruinas. Sin embargo le ofrecían una negociación económica para comprar toda la
propiedad, oferta que estaba planteada claramente a la baja: por todo el lote,
estaban dispuestos a pagar 20.000 € como cifra tope y según ellos “muy
generosa”.
La atribulada cocinera jefe declinó la oferta que
le estaban haciendo. Tenía la percepción de sentirse “liada” y engañada como a
una pardilla, en todos estos asuntos de propiedad inmobiliaria. Tras pensarlo
con la suficiente sensatez y tranquilidad, aprovechó unos días de vacación que
le “debían” para desplazarse a Villaluenga, a fin de hablar con el alcalde de
ese pequeño pueblo, autoridad a la que recordaba como compañero de aula y de
paseo por los encinares durante la adolescencia. Efrenio
Dante Corredor, el primer edil de la localidad, era un buen hombre que no
había olvidado sus años de adolescencia con Dina. Eran casi de la misma edad
(48-47 años) y hacía tres años en que el primer edil de la villa había
enviudado. Tenía una hija pequeña, Alicia, que
había cumplido los nueve años. Ambos adultos se alegraron sinceramente del
reencuentro y tras escuchar con suma atención a su antigua compañera de clase,
el alcalde le aconsejó de la mejor manera que sabía y podía:
“Te voy a decir con la mejor voluntad y confianza
lo que yo haría, pero eres tú, querida Dina, quien debe s tomar el camino más
adecuado. Conozco una buena residencia de mayores, que comenzó a funcionar hace
sólo dos años en una espléndida zona de la naturaleza arbolada, no lejos del pantano
y a 25 km. de la capital por la nueva carretera. El bueno de Julián y esa
“santa” mujer a la que mucho aprecio, tu madre, pueden estar muy bien atendidos
en este moderno establecimiento. que es privado pero en el que podemos
“presionar” y conseguir (me deben favores) un buen precio mensual. En cuanto a
ti, llevas más de veintitantos años dirigiendo una gran cocina. Estoy pensando
que … eres aún muy joven ¿por qué no te haces empresaria, para organizar tu propio
negocio?
Con tus ahorros y algún préstamo podrías hacer una
gran reforma en ese espacio que te pertenece y por el que te quieren dar una miseria.
Crearías un complejo de moteles, como residencias para estancias rurales, que
revalorizarían el terreno y aportarían prestigio para el turismo rural al
pueblo en el que naciste. El espacio estaría nucleado en torno a un gran
restaurante con piscina y zona lúdica para las familias y sus niños (este lugar tiene ahora muy buenas
comunicaciones) que dirigirías de una forma directa o con una supervisión
adecuada. Conservas aún una gran vitalidad, pues comenzaste a trabajar muy
joven y todavía no has llegado al medio siglo de vida. Te repito, harías mucho
bien al pueblo y a ti misma, pues serías la empresaria de todo lo que te
pertenece. Sobra decirte que yo te ayudaría, pues tengo amigos y personas de
confianza en este asunto de las construcciones y montajes de nuevas empresas.
Piénsatelo despacio y toma la decisión que mejor consideres”.
En un valiente y arriesgado paso adelante, Dina
hizo el “viaje de vuelta” a sus raíces
naturales. Ciertamente se sentía cansada del acendrado urbanismo madrileño,
tras casi tres décadas de convivencia ciudadana sumida en un intenso
cosmopolitismo. Así que hoy día (han pasado casi dos años desde aquel decisivo
cambio) sigue formando pareja con Efrenio y hace de una excelente y educadora
“mamá” para Alicia, a la que considera y trata como si fuera una hija genética.
La feliz pareja ha montado un rentable negocio de turismo y educación para la
naturaleza, que ha revalorizado un pueblo que sufría el letargo de la falta de
“dinamicos “horizontes. Ha podido recuperar, en ese valiente regreso a sus
raíces geográficas y familiares, el reencontrarse consigo misma, emprendiendo
una interesante e ilusionada aventura que le reporta afectivos y económicos
beneficios. En resumen:
-Volvía, para su equilibrio sentimental, al “hogar”
espacial en el que había nacido, después de más de 25 años de práctica
ausencia.
-Resolvía, de una forma razonable, justa y
humanizada, el problema de unos padres híper dependientes, a causa de su
avanzada edad.
-Ponía en imaginativa y efectiva revalorización
unos “rudos” terrenos, endémicamente infértiles, cambiado el uso sin horizontes
al que durante décadas habían estado destinados.
-Emprendía una apasionante aventura empresarial,
organizando un campo de moteles (en principio fueron construidos 12 unidades,
utilizando básicamente la madera como materia prima.
-Fomentaba para esa degradada zona castellana un
atrayente y alternativo turismo en la naturaleza.
-Aplicaba sus consolidados conocimientos
culinarios, asimilados y practicados de un importante hotel de Madrid, en un
muy visitado restaurante, que servía excelentes productos alimenticios, tanto a
los senderistas transeúntes como a los huéspedes que utilizaban el alojamiento en
los moteles.
-Creaba un número creciente de puestos de trabajo,
especialmente dirigidos a las jóvenes generaciones, hecho que disuadió a muchas
personas de buscar en la emigración la única salida para su futuro.
-Recuperaba los valores convivenciales junto a un
hombre cabal, Efrenio, al que la vida le había jugado esa dura experiencia de
la viudez, con una hija que sólo tenía seis años de edad cuando perdió a su
madre. La buena sintonía con esa buena persona, compañeros de aula en sus
infancias, fue una luz de esperanza en la opacidad de dos vidas solitarias.
-Aunque por su edad, en la frontera del medio
siglo, no ser atrevió a la experiencia vital de la maternidad genética,
quiso ejercer de madre para su ahijada Alicia,
una niña que había quedado huérfana de madre natural desde los seis a los nueve
años, cuando una “nueva madre” llegó a su vida. Supo educarla con un afectivo
cariño y una racional y equilibrada disciplina.
Efectivamente, no todas las personas pueden gozar
de las segundas oportunidades, a fin de recorrer
otros caminos y nuevas sendas en el diseño vivencial de sus conciencias. Pero
también es cierto que hay muchos afortunados con el don de la posible rectificación que no
saben aplicar la fuerza y valentía humanista necesaria para emprender ese viaje
de vuelta (que en realidad es un nuevo viaje de ida) tal y como supo afrontarlo,
con éxito indudable la “hija rebelde” de Julián y Santi. Erundina tuvo la
suerte de tener, eso sí, el apoyo afectivo y racional de un buen hombre,
Efrenio, quien junto a su hija pudo también disfrutar esa segunda oportunidad
en forma de luz esperanzada para rehacer su existencia.-
VIAJE DE VUELTA EN DINA, PARA UNA SEGUNDA OPORTUNIDAD
José Luis Casado Toro
Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la
Victoria. Málaga
06 Diciembre 2019
Dirección electrónica: jlcasadot@yahoo.es
Blog personal: http://www.jlcasadot.blogspot.com/
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