Hay muchas personas que “temen” o recelan, ante la
llegada de los numerosos y variados eventos de
celebración anual. La cíclica celebración de estas fiestas provoca que
se sientan aturdidas, deprimidas, nerviosas o superadas en su habitual
equilibrio. Echando una hojeada al calendario que recorremos, comenzamos con el
largo periplo de las fiestas de Navidad y Reyes, que ya desde el mismo
noviembre comienza a dar señales de su protagonismo absorbente. Ese “festivo”
calendario continúa con las rebajas comerciales de invierno, la estridencia escenificada
del Carnaval, la “Semana Blanca” para los escolares y sus padres, los siete días
de “dolor”, devoción o fiesta en que hemos convertido la Semana Santa, el
segundo ciclo de las rebajas para el verano, la diáspora turística en los meses
del estío y, entre todos estos grandes eventos para el disfrute, la gran feria
anual (ahora dividida o multiplicada entre la del día y la de la noche), más toda
una ingeniería de “puentes”, cada vez más largos o incluso kilométricos (el de
Todos los Santos y el de la Inmaculada suelen ser los más emblemáticos en su prolongada
construcción arquitectónica).
Ese tipo de personas, no suficientemente vacunadas
en su resistencia para “resistir” tamaña movida, se ven inestabilizadas, física
y psicológicamente, ya que estas conmemoraciones lúdicas las dejan sumidas en estados de estrés, ansiedad, nostalgia, tratando de
abrirse paso o “blindarse” ante el consumismo exacerbado que la mayoría de aquéllas
proporcionan. Existe en estas personas “diferentes” un sentimiento de pérdida
de los valores originales y el verdadero sentido que esas mismas u otras
celebraciones tuvieron antaño. Y sobre ese divertido calendario sobrevuela una
exagerada y poco aconsejable ingesta alimenticia,
que va sumando gramos, calorías y grasas a unos organismos que reclaman “en el
desierto de la sensatez” un más adecuado equilibrio para la normalidad de
nuestros “pesados” cuerpos. Si copiosas suelen ser las comidas hogareñas, qué
decir de las celebraciones de empresa o los menús exagerados desarrollados en
los almuerzos de hermandad.
Hay quienes intentan (y logran) “liberarse” de esta nube festiva, que envuelve y
desvitaliza nuestras no siempre bien valoradas apreciables rutinas. Lo hacen
“huyendo” como pueden de esa orgía lúdica que, cada vez con mayor intensidad,
nos invade: por ejemplo, organizando algún corto viaje de vacaciones a zonas
calidad o frías, según la estación y el deseo; recluyéndose en la segunda
vivienda o apartamento alejado del lugar habitual de residencia; contratando
algunos días de estancia en las hospederías de monasterios enclavados en el
seno de la naturaleza, a donde no llega la vorágine festiva generalizada. Allí,
en ese remanso de paz, tratan de entender y mimetizar el ritmo existencial que
practican los monjes en clausura; también lo hacen negociando unos días de
vacaciones en la alta montaña, residiendo en un rudo pero encantador albergue y
evitando, por supuesto, el bajar a la ciudad, salvo para las compras
alimenticias ineludibles.
Almudena Felices Natalia desempeña un honrado trabajo, en una
cafetería/pastelería ubicada en la Plaza de Santo Domingo, muy cerca del
populoso núcleo urbano de Callao y la Gran Vía madrileña. A sus 37 años de
edad, es la única hija del matrimonio formado por Venancio
y Margara, conviviendo de manera ininterrumpida
con ambos progenitores desde la fecha de su nacimiento, un 9 de Noviembre,
festividad de la Virgen de la Almudena, patrona de la capital. Su labor
cotidiana en el suculento establecimiento consiste en atender las peticiones de
la clientela que tiene 12 mesas de consumición, aunque son muchas las ocasiones
en que se sitúa detrás del mostrador preparando las tazas de café, té u otras
infusiones, además de los pasteles elegidos por los clientes. También coloca
los cubiertos, vasos y platos en el lavavajillas industrial para la rápida
limpieza, tras su uso por los comensales. El horario de trabajo comienza cada
uno de los días a las 7 de la mañana, permaneciendo en la cafetería hasta las
tres de la tarde, aunque hay semanas en las que ha de atender el turno de
tarde/noche, iniciando su horario a las 15 horas y finalizándolo ya de noche
sobre las 23 horas.
Comenzó a trabajar en esta muy popular cafetería/confitería
EL HOJALDRE siendo muy joven, cuando apenas
había cumplido los veinte años de edad. La familia Nogueroles,
dueña del negocio, mantiene un alto
aprecio con respecto a esta camarera, que siempre ha sabido cumplir con
diligencia y buen hacer sus obligaciones en esta empresa señera de
restauración. La fama de este establecimiento está motivada por la calidad de
sus infusiones, las porras de churros con chocolate caliente que deleita a la
clientela, además de una cualificada bombonería y pastelería , destacando la
especialidad estrella de la casa: los famosos hojaldres
rellenos con cabello de ángel, verdaderamente deliciosos para el paladar
más exigente. En el día y medio semanal que
tiene de descanso, Almudena disfruta con ilusión “salir al campo” con su amiga
de la infancia Anastasia (Ania) que es
cuidadora asistente para la dependencia de personas mayores. El contacto con el
medio natural las revitaliza anímica y físicamente, compensando la “roma” rutina laboral de cada uno de los
días.
Se acercan las, por algunos “temidas”, celebraciones navideñas. En el caso concreto de
Almudena, desde hace semanas viene dándole vueltas a la cabeza acerca de cómo
podría disfrutar un diciembre diferente, con respecto al vivido año tras año. La
experiencia de la repetitiva estampa de la reunión familiar del 24 le parece
cada vez menos atractiva, además de provocarle un estado sentimental a medio
camino entre lo depresivo y la exaltación desequilibrada provocada por la
bebida y la comida ingerida. Esa cena para la reunión familiar la vienen
celebrando, durante los últimos años, en el domicilio de la tía Aurea, que como se encuentra bastante impedida
por una desgraciada caída que sufrió hace ya tres años, no tiene mucha facilidad
para trasladarse a otros domicilios, especialmente de noche y con el frío y la
humedad que suele haber durante estas fechas.
A esa fiesta o reunión familiar, en la que no
faltan algunas impertinencias, reproches y enfados, paralelos al consumo del
alcohol, acuden un elevado número de personajes. Aparte de la tía Aurea, con
sus continuos suspiros recordando a su Frasio
(al que perdió hace más de una década) nunca falta el
tío Ramiro, con su mujer Dorotea, personas
sin modales educados, quienes lo primero que le
regalan a su sobrina Almu es aquello de “A ver, mocita, cuándo te echas novio, que te acercas a
los cuarenta y te vas a convertir en una solterona sin remedio, sólo para
“vestir santos”. Desde luego que te tenías que “haber metido” a monja, con lo
mística que eres”. Los considera verdaderamente inaguantables y
faltos de las mínimas habilidades sociales. Y qué decir del abuelo Cándido, que no se habla con su mujer Palmira, desde que se fue de casa cuando tenía ya en
su ajado cuerpo los 78 calendarios. Ahora vive “felizmente” solo y “dándole” a
la bebida (ese fue el principal motivo de la separación). El aguardiente y la
ginebra mantienen al abuelo relativamente bien, a sus 83 años de edad. La
escenificación que representan los dos abuelos es digna de sátira, pues
utilizan en su continuo enfado intermediarios para transmitirse lo inevitable,
aunque físicamente estén a no más de cinco centímetros de distancia. Y desde el
comienzo hasta el final de la fiesta, Cándido se pone a cantar villancicos, uno
tras otro, cada vez más desentonado y ebrio como una cuba.
Otros miembros del grupo familiar eran los primos Tania, Marco y Zoraida, los hijos de
Ramiro y Dorotea, tres jóvenes inútiles que habían comenzado varias carreras,
sin apenas pasar del primer curso. Perfectos “niñatos” arrogantes y más falsos
que la hojalata, que nada más llegar toman sus maquinitas y se pasan toda la
noche chateando con el whatsapp, recibiendo y enviando mensajes a sus amiguetes
de la panda, presumiendo con banal ostentación ce cualquier colgante o trapo
que lleven sobre el cuerpo. El padre de Almu, Venancio, trae invitado a su íntimo
amigo Marcio, un electricista de ideología
ácrata, revolucionario de mesa de café, que aprovecha cualquier oportunidad
para soltar su mitin trotskista. Los dos amigos son cómplices y compañero de
correrías falderas, públicas y notorias en todo el barrio. A la buena de
Margara, cuando su hija le saca este humillante tema, solo se le ocurre decir: “Son cosas de
hombres, querida Almu. Tu padre siempre ha sido así, muy suyo, desde que lo
conocí. Pero a pesar de sus líos y
desahogos falderos, te aseguro que nunca
deja de cumplir conmigo en la cama y tampoco podemos acusarle de habernos
faltado un plato de comida para llevarnos a la boca”. Almudena, cada
vez que recuerda estas respuestas procedentes de su “sometida” y complaciente
mamá, no puede evitar pronunciar la palabra “deprimente” para calificarlas.
Había cinco invitados más en la mesa. A la tía
Aurea le asiste una vecina llamada Narcisa, a
quien abona una cierta cantidad mensual para que le ayude en su dependencia. La “Narsi” es mujer de mucho
carácter y limitada cultura, que va de espontaneidad e impertinencia continua y
que prácticamente se ha hecho dueña de la casa en donde trabaja. Su problema es
que dice las cosas sin pasarlas por su cerebro y ofende, aunque ella no es
consciente de estar haciendo nada mal. De su boca no suele surgir ninguna
palabra amable habitualmente. Ella es la
que siempre prepara la copiosa comida fraternal de Nochebuena, ingerida por
toda la “caterva” de gente participante. Para la emblemática cena, en la que participa como
comensal, la recia asistente viene acompañada de su marido Nemesio, un rudo y obeso carpintero, junto a sus tres
hijos, Pedrín, Lolin y Carmelín, que tienen
entre 8 y 10 años de edad. Estos críos son los que al menos menos “alegran” la
velada con sus continuas travesuras y griterío.
La cifra de diecisiete
comensales hacía “temblar” a Almu, ante la llegada de esa “feliz noche
familiar y fraternal”. Como en años anteriores, ella sería la encargada de
llevar los turrones, mantecados, polvorones, mazapanes y alfajores, de la
pastelería el Hojaldre, pues los Nogueroles permitían un precio especial a sus
empleados, para que se abastecieran de toda
la dulcería necesaria.
Sin embargo nuestra inconformista pastelera pensaba
y repensaba en su necesidad de hacer una Nochebuena y Navidad más atractiva,
diferente, enriquecedora e ilusionante. Para ello habló con su íntima Anastasia,
esa apreciada amiga que generalmente mostraba su gran sensatez para casi todo. No
se equivocaba en su confianza, pues de ella recibió una gran y original idea.
“Almu, aunque tu no eres persona de
templos y sacristías, quiero comentarte que en la parroquia ha llegado un cura
nuevo, don Prudencio, muy joven y con ideas innovadoras. Ha organizado un
programa social estupendo que a ti te vendría como un traje a medida. Esta
hermosa acción solidaria ha sido titulada como ESTA NOCHE CENAMOS JUNTOS. Se trata de un listado de personas
que voluntariamente se apuntan, para ofrecerse a pasar la Nochebuena en casa de
aquéllos que se encuentran solos en la vida, por las circunstancias que sean.
Compartirán juntos la cena, la compañía, la conversación, los villancicos,
junto a ese calor humano para pasar un ratito feliz. Estos voluntarios se van a
encargar también de llevar la comida preparada a esa casa, donde habita una
persona en soledad. El coste no es gravoso, porque pueden escoger de la
“alacena” parroquial aquellos alimentos que otros feligreses han donado para los
ciudadanos necesitados. Normalmente este gesto caritativo o solidario va
dirigido hacia las personas mayores que por los avatares de la vida se ven sin
compañía, física y anímicamente, en la emblemática y sentimental noche del 24
de diciembre”.
Esta decidida y valiente mujer, decidida a
experimentar una Nochebuena diferente y enriquecedora, tras disculparse con sus
padres, que tampoco es que hicieran gran aspavientos con el peculiar
comportamiento de su hija, fue a cenar al domicilio de Doña
Fernanda Carriscosa, una señora bastante mayor, con ocho décadas “bien cumplidas”
de existencia, que vivía completamente sola en una buhardilla de la calle
Platerías. Ante ella tenía a una agradable y “maternal abuela”, olvidada por
unos lejanos familiares con los que no había conectado desde hacía muchos años.
Le contó que de joven había sido una atractiva corista y actriz de variedades, actuando
en el Teatro Chino catalán durante los años felices de los cincuenta y sesenta
del siglo pasado. Observando los álbumes de fotos y recuerdos que la apacible y
dulce señora le mostraba, Almu comprobaba que su interlocutora sin duda había
sido una escultural jovencita que escenificaba sus habilidades ante un público
viciado por el fulgor de lo físico. Ahora, muy vapuleada por el paso del
tiempo, sus piernas apenas podían desplazarse, su visión la tenía bastante
limitada, pero conservaba esa sonrisa innata o provocada que hacía el deleite
de todos aquellos que tenían la suerte de contemplarla. Vivía “recluida” en un
viejo caserón, ayudada por algunas vecinas que le apoyaban en lo posible.
Estaba a la espera, desde hacía dos años, de conseguir una plaza social en un
centro residencial geriátrico dependiente de la Administración regional.
El menú, que Almudena había preparado con esmero, consistió en una sopa
caliente vegetal, enriquecida con trocitos de pollo y pavo, aromatizada con
hojas de hierbabuena y un platito de queso con lascas de jamón, como primero.
El plato principal consistiría en un suculento lomo de bacalao guisado,
acompañado con una guarnición de patatas caramelizadas y verduritas salteada.
El apetitoso postre consistiría en un trozo de hojaldre relleno con cabello de
ángel a la canela. Aunque apenas se consumió, dejó para la señora una
“generosa” bolsa de dulces de Navidad, integrado por turroncitos, mantecados,
mazapanes y bombones al licor. En las casi tres horas que permaneció en casa de
doña Fernanda, las dos mujeres gozaron del don de las palabras, intercambiando
vivencias, anécdotas y recuerdos, en un ambiente de fluido diálogo y fraterna
amistad. Los álbumes con las fotos de esta antigua artista del espectáculo,
impresionaron a la servicial camarera por lo ilustrativo de una vida y una
época, precisamente en la que ella aún no había nacido. Almudena prometió a su
nueva amiga que mantendrían contactos en el futuro y que se interesaría por la gestión
que doña Fernanda estaba realizando para ingresar en esa anhelada residencia
geriátrica.
La buena y cariñosa señora quiso hacerle un
presente, como recuerdo Y afecto agradecimiento, a la voluntariosa joven que
había compartido con ella una entrañable cena “familiar” de Nochebuena. Almu
recibió como regalo una hermosa y confortable toquilla
de lana, combinada de preciosos colores, que la señora había tejido con
afecto y dedicación en sus largos ratos de asueto. Siempre la usaría y
guardaría con amor en el recuerdo a doña Fernanda. Cuando volvió a su
domicilio, alrededor de la 1 de la madrugada, aún no habían vuelto sus padres
de la casa de tía Aurea. En el salón de celebración de esta señora, aún
permanecía el abuelo Cándido que, etílico y somnoliento, reposaba recostado en un
gran sofá con tapicería ajada y muy descuidada en su limpieza. Continuaba
“desentonando” algún villancico, con la mirada comprensiva y filial de su hija.
En la ya muy desordenada habitación seguía emitiendo un vetusto monitor de
televisión, al que se había bajado el volumen y a cuya pantalla ninguno de los
dos familiares prestaba atención alguna.-
TRADICIONES NAVIDEÑAS, EN LA MODESTA REALIDAD DE ALMUDENA
José Luis Casado Toro
Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la
Victoria. Málaga
20 Diciembre 2019
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Blog personal: http://www.jlcasadot.blogspot.com/
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