Los hábitos y costumbres universales suelen ir modificándose
en la evolución de los días. Unas u otras personas buscan con afán la
originalidad, el cambio y la novedad, a fin de hacer frente a esa consolidada
rutina que preside sus vidas. En el bullicioso contexto de las densas fiestas
de Navidad, fueron numerosas las personas que se sintieron bien motivadas
cuando leyeron en las plataformas de la comunicación diversos anuncios,
manifiestamente atractivos, para gozar de un fin de
Año especial en un entorno de naturales atractivos e “insólitas”
aventuras. Se ofertaban cuatro noches en un establecimiento reformado de la elevada
sierra granadina: Hotel Albergue Luz Blanca. El
incentivo básico consistía disfrutar de la magia helada de las montañas y
colinas cubiertas con el manto inmaculado de la nieve, en un entorno turístico
invernal cercano a la estación para el esquí de Pradollano.
Este establecimiento turístico no era el único que
planteaba una despedida y entrada del nuevo Año diferente, con los atractivos
singulares de un entorno nevado. Otras muchas empresas hoteleras, en la
estación invernal de Sierra Nevada también habían hecho lo propio. Pero la
originalidad del Hotel Luz Blanca consistía en que el edificio, no muy grande
de volumen para su mejor encanto, estaba montado y organizado con todos los
caracteres de un albergue de montaña: en el gran salón central, donde era
mayoritario el uso de la madera y la piel, sobresalía la presencia térmica y
reconfortante de una gran chimenea central, en donde ardían de continuo grandes
leños de aromáticos olivos y alcornoques. No era un establecimiento excesivamente
grande, pues estaban habilitadas sólo 30
habitaciones (quince dobles, seis triples, cuatro para seis huéspedes y cinco
–muy pequeñas- de uso individual) para un máximo de 77 residentes. Tanto en las
habitaciones como en los servicios comunes destacaba, como ya se ha comentado,
el uso de la madera como materia prima, a lo que se unía el uso de la piel y la
lana a fin de amortiguar el frío zonal. Como grata peculiaridad, se había
construido en los sótanos una piscina termal, que mantenía una temperatura muy
agradable del agua (27-28 grados C) y que no pocos residentes usaban y disfrutaban
para nadar cuando volvían del exterior, en donde prevalecían temperaturas en
esta época del año casi siempre por debajo de los -5 grados.
¿Qué esperaban encontrar los residentes en esta peculiar instalación residencial, rodeada
de blancas colinas nevadas? De manera prioritaria esa tonificante tranquilidad
de la naturaleza, alejada del bullicio estresante de las efemérides navideñas,
a fin de respirar un aire más purificado
que el contaminado de las densas urbes. Por supuesto, poder practicar los
deportes y ejercicios del esquí, el senderismo y la natación, transformando la
ocre rutina cotidiana con el cambio ambiental de una escenografía inmaculada y
gélida para el placer. Los afortunados para la experiencia, que valoraban el
ambiente familiar que se respiraba en todos las zonas y espacios del albergue,
eran bien alimentados con una comida energética “casera” de tres platos mas
postre, con el único extra a pagar de las bebidas consumidas salvo el agua
dispuesta en las mesas, por razones obvias. Todo ello se ofrecía a un precio sumamente
atractivo, ya que la instalación tenían una subvención del Patronato turístico
de la Sierra, por lo que la dirección empresarial tenía que reservar un 10 % de
plazas para jóvenes de hasta 23 años que vivían en hogares de acogida, a fin de
que pudieran gozar de las excelencias y experiencia de un paisaje sin par y con
una estancia totalmente subvencionada.
En concreto, para el resto de los residentes las cuatro noches de fin y
entrada de año (30 y 31 Diciembre, 1 y 2 de Enero) tenían un precio en pensión
completa de tan solo 600 euros por persona. En temporada alta, como la que se
narra, las plazas estaban como “rifadas” para una abrumadora e ilusionada demanda.
Las relaciones sociales entre los clientes eran en
sumo abiertas y presididas por la cordialidad. Cuando la nieve, el frío y la
fuerza eólica del viento arreciaba, había que pasar muchas horas en el gran
salón del hogar calentados por los toscos pero gratos leños. Allí se jugaba al
ajedrez, al dominó, a los naipes y a otros juegos de mesa. También podían
visionarse en la gran pantalla de la televisión numerosas películas elegidas de
una completa videoteca, distraerse con la lectura de libros, revistas y
periódicos o entablar animadas conversaciones sobre temas varios. Algunos
residentes aprovechaban el sosiego y magia del lugar para practicar el comunicador
ejercicio de la escritura, en sus ordenadores portátiles o en una simple
libreta o bloc de alambre helicoidal.
La acción que nuclea el relato se centra en el
desayuno del día 31, fecha emblemática para el final de la anualidad. En varias
de las mesas, había huéspedes que propusieron a sus amigos una saludable
experiencia. La mañana se había presentado con una excelente perspectiva
meteorológica: el paisaje que enmarcaba al albergue hotel estaba bien cubierto
de nieve. Sin embargo, el sol brillaba sobre un cielo azulado limpio totalmente
de nubes. Hacía lógicamente frío, pero soportable estando bien abrigado.
Probablemente la temperatura no estaría lejos de los 4 o 5 grados bajo cero. La
propuesta generalizada, en grupos diferentes de comensales, consistía en
organizar diversas y simpáticas caminatas senderistas
por la tarde, después del almuerzo (establecido a las 13 horas). Uno de
estos grupos se puso como objetivo llegar hasta el monumento de la Virgen de
las Nieves, con la hora prevista de vuelta para las 7 -7:30 de la tarde. La
cena comenzaría en ese día final del Año a las 22 horas con lo que habría
tiempo más que suficiente para darse una ducha relajante, tras el ejercicio
realizado durante esas tres horas de caminata sobre la nieve.
La cena de esa noche iba a tener un carácter
especial dada la fecha, pues la dirección del albergue había previsto la
celebración de una fiesta, para la que había sido contratada una pequeña orquesta que amenizaría la esperada y
muy grata velada, en la alegre entrada del Año Nuevo. Prometían que la hora
límite del cotillón festivo sería las dos de la madrugada, momento en el que se
serviría un suculento chocolate caliente
para ayudar a los cuerpos a encontrar un buen descanso en la cama. Durante la
entrañable fiesta, se organizaría un sorteo de regalos, cuya originalidad
consistía en que cada comensal que entregara un presente para la fiesta
recibiría un bote de miel de las Alpujarras por parte de la dirección.
Curiosamente el bote de miel tenía la forma del Pico Veleta, punto orográfico
más famoso de la Sierra, junto al Mulhacén.
Pero ¿quiénes integraban
el grupo senderista que se disponía llegar caminando sobre el blanco
“manto” helado hasta la Virgen de las Nieves? Lo formaba un trío de nuevos
amigos que ocupaban la habitación 3 06, en el que estaba un joven sacerdote de
33 años de edad, cuyo nombre era ISRAEL NOVELLA.
Este joven miembro del clero, aunque se esforzaba en mostrarse abierto y
alegre, de manera permanente y con todos los residentes en el albergue,
difícilmente podía ocultar un subliminal rictus de preocupación o tristeza,
tras la “cortina” aparente de su generosa y amable sociabilidad. Los cuidadosos
modales del sacerdote contrastaban con la rudeza primaria, aunque plena de
nobleza, de su compañero de habitación INOCENCIO
GENSANA, un veterano camionero en el transporte de mercancías, que
superaba en un año su medio siglo de vida. Despertaba entre sus compañeros una
cierta extrañeza a causa de la mención que hacía de sus hijos aunque se
hospedaba solo en el hotel durante estas emblemáticas fechas. A una pregunta
que le hizo Israel en un momento de franco diálogo, negó que estuviera
divorciado o viudo. Completaba el trío
un señor mayor de 62 años de edad, llamado TRISTÁN
FLORENTINO, que confesaba ser enfermero de profesión y que también se
“apuntó” con alegría a ese paseo senderista en la tarde del día final de año. El
quinteto grupal lo completaba dos jóvenes, antiguas amigas que compartían la
habitación 2 10: FRANCIA INARA, de 36 años y
actriz teatral de profesión, además de CLARA GENEROSO,
que también ejercía la misma profesión que su compañera de cuarto.
Todos ellos bien pertrechados, con sus mochilas,
palos o bastones para el caminar, zapatos de Deklaton, anoraks y los gorros de
lana, para amortiguar el frío, salieron del hotel sobre las 14:30 horas. Intercambiaban
entre ellos una alegre conversación, desarrollando un buen paso en la caminata,
aunque mostrando una obvia solidaridad con respecto a Tristán, el enfermero,
que se esforzaba en disimular una pequeña cojera que soportaba desde su
adolescencia en su pierna izquierda, motivada por una aparatosa caída en una
piscina vacía, durante una aciaga noche de fiesta.
Cerca de las 17 horas ya estaban los cinco senderistas,
cansados pero felices por la dificultad de caminar sobre la nieve, ante el
bello MONUMENTO DE LA VIRGEN DE LAS NIEVES,
erigido en la zona de la Hoya de la Mora. Está levantado a 2.700 metros de altitud
sobre el nivel del mar. Se trata de una
bella imagen de mármol, con una longitud de tres metros de altura, que descansa
sobre un gran arco de lascas de pizarra traídas del Veleta y que cobija un
pequeño altar construido de la misma roca. La imagen esculpida por Francisco
López Burgos (1921-1996) fue bendecida en 1966 por el arzobispo de Granada, don
Rafael García y García de Castro, terminándose de construir el monumento en
1968. Israel improvisó una pequeña oración ante la Virgen, que sus compañeros y
amigos de marcha escucharon con atención y respeto. Pronto llegaron las bromas
y comentarios del tozudo Inocencio: “Estos curas siempre acaban llevándonos al
huerto. Israel es capaz de decir una misa si le dejamos. De todas formas yo le
tengo un gran aprecio, ya que es muy buena persona. Hasta me deja en la parte
baja de la litera mientras él se sube al Pico del Veleta, como llamamos a la
cama superior”. A pesar del vapor que despedían sus bocas, por el esfuerzo
realizado y el frío ambiental, continuaron con sus fotos, bromas y
chascarrillos. En las cercanías del monumento se animaron a participar en unos divertidos
juegos con bolas de nieve, como si la lejana infancia hubiera vuelto a sus
vidas.
Pensando en que todavía gozaban de algún tiempo
(los relojes no marcaban aún las 17:30) se animaron a ampliar el paseo.
Calculaban que sobre las 20 horas ya estarían de vuelta en el albergue. Tomaron
previamente algo de merienda para reponer fuerzas, especialmente galletas y
fruta que habían recogido en el bufet del desayuno y de inmediato emprendieron
la marcha, hundiendo sus pesadas botas en la nieve en polvo que no ofrecía la
resistencia o solidez del hielo. Pero, como suele ocurrir en los vaivenes
atmosféricos, el estado del tiempo comenzó a cambiar
con “temeraria” celeridad. La bóveda celeste se nubló de inmediato, presentándose
sin pausa una intensa nevada que agudizó la sensación de frío sobre sus bien
guarnecidos cuerpos. Un nuevo invitado se sumó a la “tormenta” helada que dominaba
la atmósfera: el viento comenzó a soplar, lo que no impidió la formación de una
densa niebla que dificultaba la nitidez de la visión a poco más de tres metros
de distancia.
Los problemas fueron sobreviniendo por el azar y la suerte. Las
agujas imantadas de la brújula que Israel llevaba consigo, a consecuencia de
una caída que tuvo el día anterior, se habían desprendido del engranaje, lo que
hacía inservible su uso, pues no era el lugar ni el tiempo para intentar su
posible reparación. Tomaron conciencia
de que se habían quedado sin el necesario elemento orientador. Mientras tanto
el ambiente cada vez estaba más oscuro, aumentando el manto de nieve y la frialdad.
La niebla era espesísima. Caminaban y caminaban, sin una dirección fija, pues
carecían de adecuados puntos de referencia. Obviamente no veían luminosidad
eléctrica en todo su entorno. La nieve seguía cubriendo las referencias
orientativas. En cuanto a sus móviles sólo marcaban la hora, pues en el espacio
montañoso en el que se encontraban no se recibía señal alguna a fin de realizar
las necesarias llamadas de socorro. Todos se hallaban cansados, nerviosos y
desorientados, aunque Israel trataba de mantener y difundir la calma entre sus
compañeros de marcha “Por qué no
entonamos alguna canción que se os ocurra? Así podríamos animarnos un poco. A
buen seguro que pronto encontraremos alguna señal que nos oriente o algún refugio que nos cobije”. Las manecillas
de sus relojes marcaban ya unos minutos sobre las 20 horas.
La suerte quiso en este momento ser más
generosa con el “perdido” quinteto senderista. Se encontraron con un pequeño refugio montañero, construido con piedra y
madera, que tenía el ventanuco y la puerta cerradas. Decidieron forzar la
entrada, porque el frío calaba hasta los huesos, a pesar de la gruesa protección
que llevaban. Calculaban que temperatura estaría próxima a los 8 o 9 grados
bajo cero. Una vez que franquearon la puerta, penetraron en un pequeño pero
acogedor espacio, en el que podrían guarecerse del frío y la nieve que seguía
cayendo con intensidad en el exterior. El mobiliario consistía en una mesa y
tres sillas, además de un banco corrido colocado en un lateral. Había una
alacena junto a la pared, en cuyo interior descubrieron algo de comida: una
caja de galletas a medio consumir, una bolsa de plástico llena hasta la mitad
de frutos secos, una libra de chocolate entera, una lata de sardinas y una
garrafa de agua prácticamente llena. También habían dejado un par de cajas de
cerillas que iban a ser sumamente útiles, pues junto al hogar o chimenea estaban
acumulados varios troncos de pino y leña más fina. Clara y Francia bromeaban
comentando acerca del espléndido menú de fin de año que tenían por delante. Era
más que previsible que tendrían que pasar allí la noche y estaban más que
agradecidos, a tenor de las condiciones meteorológicas que reinaban en el
exterior del “salvador” habitáculo.
Organizaron la muy frugal
cena. Entonces fue Tristán Florentino quien extrajo de su mochila una
pequeña petaca de aluminio, en cuyo interior confesó había un excelente y
fuerte aguardiente. Entre parabienes al compañero (después confesaría, a la luz
del fuego, su penosa adición al alcohol), decidieron dejar el más que oportuno
“regalo” para después de las doce campanadas, sones que tendrían también que
improvisar.
Los cinco amigos de la complicada por el tiempo
marcha acercaron la banqueta y un par de sillas a los leños que luminosamente
ardían en la chimenea. Tomaron asiento a su alrededor para tonificar sus
cuerpos, compartir las palabras, los silencios y esas vivencias que enriquecen
y alientan los recuerdos. La noche iba a ser larga, pues el tiempo exterior era
muy duro para intentar siquiera salir del refugio, así que aprovecharon esos
emocionantes minutos del fin de Año para conocerse mejor, descubriendo algo más
de sus sorpresivas intimidades, todo ello en un ambiente verdaderamente sincero
y fraternal. Fueron muchos los minutos utilizados para ese valiente diálogo que
reconforta, ayudado por los gratos tragos de aguardiente proporcionados por Trist án.
“Sí, amigos. Habréis percibido que no
atravieso, desafortunadamente, por un buen momento. Estoy recorriendo una etapa
muy difícil, la calificaría como crítica, en mi vocación sacerdotal. Es duro
admitirlo pero, cuando creías que la labor misionera con los demás justifica
plenamente tu existencia, todo se te viene abajo con las dudas, los
sentimientos y la propia realidad personal. En mi caso, aunque sea “fuerte”
decirlo, hay una mujer. Es una cooperante de la parroquia en la que estoy
destinado, que ha transformado mi firmeza sacerdotal. Ambos hemos descubierto
un amor recíproco que en modo alguno sospechábamos. Esta situación, que durante
algún tiempo hemos ocultado y disimulado, ha llegado al conocimiento del propio
obispado. Mi prelado me ha concedido un severo plazo para reflexionar y adoptar
una postura valiente acerca del destino que quiero darle a mi vida terrenal. De
acuerdo con el consejo y mandato de mi jefe espiritual, decidí dedicar unos
días a reflexionar con valentía sobre mi anómala situación. Este es el motivo por
el que he venido a estas alturas de la naturaleza, a fin de tomar un claro
camino en el terreno de la secularización o por el contrario a romper
definitivamente con esa persona, llamada Cristina, a la que creo amar con toda
mi alma. Nos necesitamos y nos queremos. Cuando finalicen estas mis cortas
vacaciones, confesaré al obispo la definitiva decisión que me dicta la conciencia
y el corazón”.
Tras esta sincera confesión de Israel, persona que
destacaba por su vitalidad y sociabilidad, fue Francia la que se sinceró con
sus compañeros de refugio, en esta peculiar noche de fin de año.
“En mi caso, tengo que comentaros que
mi vida no ha sido, hasta el momento un camino de rosas. Todo lo contrario.
Procedo de una familia humilde, pueblerina, con muchos hermanos, a los que mi
padre ha tratado de sacarnos adelante con un esfuerzo ímprobo, trabajando de
continuo en las sacrificadas labores del campo. Siendo la mayor de seis
hermanos, llevo años esforzándome por ser algo en el complicado mundo de la
interpretación, afición que cultivo desde que era apenas una niña. Decidí, como
otros tantos actores, trasladarme e la “trinchera” madrileña, donde la terrible
competencia y la falta de oportunidades me ha hecho pasar hambre y necesidad.
Algunos papeles de figurante y el desempeño circunstancial de oficios, me han
ido permitiendo aguantar hasta un momento mejor, esperando esa oportunidad que
a tan pocos llega. Volver al pueblo, con el diploma del fracaso, es algo que se
me hace especialmente insufrible. Por eso aguanto y lucho, un día sí y el otro
también. Ahora estoy aquí, en esta maravillosa Sierra, cercana a las nubes del
cielo, disfrutando como no os podéis imaginar estos días de vacaciones. Y todo
ello gracias a la bondad y ayuda de mi buena amiga Clara. Ella sigue creyendo
en mis posibilidades para llegar a ser una buena actriz. Me apoya y anima, con
su gran corazón, para que no desista de ese difícil objetivo que un día lejano
me propuse alcanzar”.
“Bueno, ya que estamos de
sinceridades, en esta “gran fiesta” de Nochevieja que estamos “celebrando” no
me importa deciros qué es lo que estoy haciendo en esta Sierra de las Nieves
granadina. Soy un hombre de carretera. Mi oficio ha sido siempre llevar
mercancías de un lugar a otro. Hace tres años, tuve un grave descuido al
volante (cosas del móvil) con la mala suerte de atropellar mortalmente a un
motorista, que estaba al borde de la carretera colocándose una pelliza por el
frío. La policía me detuvo y tuve que ir a juicio. Me cayeron tres años, de los
que he cumplido dos. Ahora estoy con permisos temporales por buena conducta,
además de que durante el día trabajo de mozo de carga, aunque por las noches
tengo que ir a dormir a “la trena” de lunes a viernes. Tuve un hijo, pero un
día se fue sin decir a dónde. En cuanto a mi mujer, se buscó a una pareja, pues
no soportaba la soledad de los días y el frío de las noches. Precisamente un psicólogo
del penal me facilitó “los papeles” para pasar aquí arriba unos días de
tranquilidad. Buena falta que me hace, pues la vida entre rejas es “mu dura” de
aguantar”.
Era gratamente impresionante el silencio y el
respeto que todos mostraban con las valientes confesiones de sus compañeros de
refugio. Tras la intervención de Inocencio, fue Tristán quien tomó la palabra.
“Veo que todos tenemos nuestras
logros y carencias. Cuando enviudé, mis cuatro hijos no quisieron saber muchos
de mí. Siempre estaban ocupados o con problemas “ineludibles” que resolver.
Aquellos tiempos en que mi mujer y yo hacíamos de excelentes cuidadores de
nietos se olvidaron como si no hubieran pasado por nuestras vidas. Esa realidad
que he tenido que asumir, más la visión diaria de esos enfermos que llegan al
hospital con sus dolencias y esperanzas de curación, no siempre logradas, me
fue derivando hacia la bebida, de la que estoy intentando escapar, aunque no es
tarea fácil. He venido hasta estas limpias alturas, huyendo del alcohol y,
ahora veis que me acompañaba el aguardiente en la petaca. Al menos esta noche
está sirviendo para recuperar un poco de energía y en sentirnos mejor junto a
este fuego, tan maravilloso, que tan bien tonifica”.
“Escuchando vuestras sinceras realidades,
con el respeto y mucho cariño que sin duda os merecéis, tomo conciencia de que
soy yo la que menos motivos tiene para lamentarse. Todo lo contrario. Me gusta
y me enriquece cada día mi trabajo de actriz. Cuentan conmigo para ir
aprendiendo cada día en el escenario, interpretando a muchos personajes con los
que me siento identificada. Parece que pronto voy a tener mi oportunidad detrás
de las cámaras. La experiencia de debutar en el cine es un logro que culmina
mis ilusiones. Te conozco desde hace muchos años, querida Francia. La suerte
que yo voy teniendo más pronto que tarde tiene que sonreírte. A ti Israel te
diría que fueras valiente y que sigas el dictado de tu corazón. En cuanto a las
experiencias amargas que estas atravesando, amigo Inocencio, te aseguro que van
a terminar cuando menos lo esperes. No desfallezcas. Valora ese trabajo y esa
salud que no te han abandonado. No mires hacia atrás, pues todo lo bueno está
por venir. Tristán, necesitas una persona cerca de ti. Tienes que rehacer tu
vida con una compañera que te haga sonreír de nuevo y te aleje de ese alcohol
que te “engaña” embruteciendo los sentido. Mi amistad nunca ha de faltarte”.
Las campanadas de Fin de Año sonaron en el pétreo refugio. Una argolla de hierro y una pequeña
pala para remover los leños del fuego sirvieron para emitir los 12 sones.
Impresionaba escuchar esa acústica repetitiva que avisaba la llegada ya de un
Nuevo Año que, en los ilusionados deseos, va a ser mejor del que allí se despedía
para la eternidad. Los “aguerridos senderistas” siguieron tonificando sus
cuerpos con el calor intenso de unas llamas en el hogar que cada vez parecían
más fraternales y confortables en su tersura cromática. Unos recios sacos
vacíos sirvieron esta vez como “acogedores” lechos para el descanso. Las brasas
del hogar ígneo no desfallecían en su fuerza térmica, mientras que en el
exterior (a través de un ventanuco, sucio
y algo empañado,) podía adivinarse ese algodón helado que forman los copos de
nieve, cayendo con lentitud, ternura y elegancia. Israel, Inocencio, Tristán,
Francia y Clara nunca olvidarían ya de por vida la llegada de aquel Nuevo Año,
el “veinte, veinte”, hermanados por sus intimidades en un viejo refugio de la
Sierra Nazarí.-
FIN DE AÑO DIFERENTE, EN UN ALBERGUE DE LA SIERRA NAZARÍ
José Luis Casado Toro
Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la
Victoria. Málaga
3 ENERO 2020
Dirección electrónica: jlcasadot@yahoo.es
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