viernes, 25 de mayo de 2018

UNA JOVEN PARECE ESTAR HABLANDO SOLA.


Son tan “caros” o escasos los verdaderos interlocutores, en un mundo como el actual caracterizado sin embargo por la densidad hipercomunicativa, que la escenografía a que hace alusión el título de este relato ya no nos provoca una especial confusión o extrañeza. Hace años, cuando veíamos a una persona que se expresaba, con voz más o menos elevada y caminando por entre las calles y plazas, sin tener a nadie junto a ella para escucharle, pensábamos de inmediato que quien así se comportaba no se encontraría muy equilibrado con respecto a su estructura mental. En la actualidad, con los adelantos de la tecnología y con la extrema libertad en los comportamientos que hemos sabido concedernos, nuestro asombro o extrañeza de otros tiempos ha desaparecido prácticamente. Interpretamos como “normal” esa actitud del comunicador que “actúa” sin oyente aparente para atender esa más o menos interesante locución.


Cuando presenciamos esa peculiar imagen que comentamos (en realidad cada vez más frecuente en los espacios abiertos), sin descartar cualquier posibilidad de desequilibrio psíquico en la persona que la protagoniza, deducimos de inmediato que quien así se comporta debe llevar algún “pinganillo” o pequeño micrófono conectado a su móvil, a través del cual se está produciendo el supuesto diálogo. Aún así esa imagen nos sigue extrañando y produciendo una sonrisa burlona, de manera especial cuando además de hablar, el protagonista gesticula, se ríe o muestra su enfado, en relación a los mensajes que está intercambiando con un “desconocido” interlocutor (para nosotros) que puede estar físicamente cerca de donde nos encontramos o a muchos kilómetros de distancia.

Suelo desplazarme con frecuencia a zonas agradablemente ajardinadas del entorno urbano, cuando el buen tiempo acompaña, a fin de pasar algún tiempo dedicado a la plácida lectura o incluso a la escritura. En dicho contexto espacial, cierta mañana tuve la oportunidad de ver a una chica joven (posiblemente, en su treintena inicial) que se hallaba descansando (prácticamente tendida) en un asiento de obra muy estético (por los bien elaborados azulejos de su ornamentación) gozando del buen sol de esta primavera algo contrastada que estamos teniendo, en esta bella ciudad a orillas del plácido Mediterráneo. De forma inesperada, la vi ponerse algo más incorporada sobre los toscos ladrillos del banco que la sustentaban, comenzando a expresar una bien aprendida plática, aplicando un volumen de voz no excesivamente elevado, pero acústicamente perceptible (yo me hallaba sentado en un banco inmediato).

Como su exposición continuaba, me quedé discretamente observándola, tratando de adivinar  en dónde tendría guardado el móvil o el necesario auricular conectados al oído. La verdad es que no percibía artilugio alguno, ni en sus manos ni en su cabeza, aunque sabemos que estos periféricos electrónicos suelen ser en ocasiones muy pequeños (microelectrónica) y fáciles de disimular. Tampoco veía cable alguno que conectase los necesarios mecanismos. La chica se ayudaba para su exposición con la mímica de los gestos, moviendo especialmente sus manos  e incluso la perpendicularidad de su fina cabeza.

En ese relativamente pequeño espacio del jardín también nos acompañaban dos hombres, uno mayor que su compañero, quizá jubilados y tal vez amigos. Uno de ellos ofrecía un periódico gratuito al otro, mientras que éste, con gesto algo brusco, lo rechazaba. Ambos se entretenían mirando a la lejanía, intercambiando o “negociando” el silencio entre ellos. Y junto a estos dos hombres, había también una señora de mediana edad, que se protegía del sol con un sombrero de paja beige y gafas oscurecidas. Consumía, de manera un tanto compulsiva, un paquete de pipas tostadas de girasol. Ciertamente, las cáscaras de fruto del girasol las iba dejando encina de otro periódico gratuito que reposaba a pocos centímetros de su descuidada en gramos figura corporal.

De inmediato, uno de los dos señores mayores se puso de pie y dirigiéndose a la joven comenzó a intercambiar unas palabras con ella. Entonces me pregunté: ¿se conocerían previamente? Trataba de mantener mi prudencia, aunque observaba de reojo el comportamiento de ambas personas, que comenzaron a discutir. Desde luego “actuaban” como si yo no estuviera presente. A continuación, el compañero de este hombre se incorporó desde su asiento y se dirigió al asiento de la señora que “devoraba” su ya casi vacía bolsita de las pipas de girasol. Mi asombro aumentaba por momentos pues, sin mediar palabra, se quedó unos “larguísimos segundos” delante de esa mujer a la que con un gesto reverente le extendió su brazo izquierdo, invitándola a marcar unos pasos de baile. No había música en el ambiente, evidentemente, pero estas dos personas seguían allí bailando de una manera elegantemente parsimoniosa. ¿Estará esta gente bien de la cabeza? Era la pregunta “lógica” de un involuntario espectador que asistía con asombro al curioso comportamiento de estos cuatro personajes.

La escena era curiosamente divertida, pero yo no acertaba a dar crédito a lo que ante mi estaba pasando. Sin duda, existía una cierta vinculación o connivencia entre las cuatro personas. La pareja que permanecía sentada contemplaba los movimientos que marcaban en el espacio los dos bailarines o danzarines, intercambiando algunas palabras entre ellos mezcladas ahora con comprensivas y expresivas sonrisas. 

Como la escénica situación continuaba, no pude aguantar más y con educada prudencia me acerqué hacia los cuatro “teatreros”, tratando de entender su inhibición y comportamiento ante mi (se comportaban como si solo estuvieran ellos en el jardín) y sobre todo a qué se debía toda aquella parodia.

“Disculpen. En modo alguno podía imaginar que estaban practicando alguna pieza  interpretativa. Igual son actores de alguna compañía  o están desarrollando algún ejercicio escénico… Puede parecer una pregunta infantil pero ¿todo esto es verdad o se trata de alguna broma … ?”

Los dos hombres y ambas mujeres se cruzaron miradas a medio camino entre la sorpresa y las sonrisas. Al final de esos segundos de silencio que resultan tan largos fue Elsa, la chica joven que hablaba sola, quien primero intervino a fin de calmar mi razonable curiosidad.

“No pasa nada, hombre de Dios, en modo alguno te debes preocupar. No era tan difícil acertar nuestra afición y profesionalidad. La obra que estamos preparando (con parámetros del teatro moderno o de vanguardia) transcurre, obviamente, en un espacio ajardinado. Nos gusta ensayar en un contexto espacial lo más verídico y real posible. Después, cuando estemos sobre el escenario, nos ambientaremos mejor recordando las horas de práctica que hemos realizado en un entorno real y no simulado”.

La joven parecía divertida ante mi expresión interesada de asombro. Isidra, tras abandonar el baile con Fermín, siguió apurando su bolsa de las pipas. El cuarto protagonista, Valerio, inició un juego de manos gesticular, aparentado tener frío o calor, sed o saciedad, aburrimiento o exultante alegría. Elsa continuó con su didáctica explicación.

“Fíjate, la semana pasada tuvimos que acudir para practicar (debido al tema o trama argumental) a un sanatorio o institución mental. Previamente solicitamos el correspondiente permiso que amablemente se nos concedió por parte de la dirección. Los propios internos o residentes podían estar con nosotros y se mostraban muy distraídos e interesados ante todo aquello que estuvimos practicando, en una interesante línea de inmersión empática ambiental y personal”.

“El nombre de nuestro grupo es el de ALMIREZ. Todos nosotros somos de la provincia hermana de Córdoba, aunque por distintos motivos tenemos vínculos muy estrechos con esta bonita ciudad, que goza de un clima inigualable. Preferentemente, vamos recorriendo y actuando en diversos centros culturales vinculados a la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía. Sin embargo, estamos ampliando el marco espacial de nuestras representaciones, visitando teatros de titularidad privada en otras Comunidades Autónomas. Y ya que has tenido la oportunidad de compartir con nosotros esta mañana de mayo, en estos coquetos y bien cuidados jardines, quedas invitado para estar presente en el ensayo general que, previsiblemente haremos dentro de un par de semanas. Aunque no es definitivo (estas cosas van cambiando en el día a día) el título de la obra que preparamos, de la que también somos autores,  es, en principio “EL VIEJO Y DESCOLORIDO ROPAJE DE LA VANIDAD” una pieza dramática con algunos ribetes cómicos, muy distraída y que transmite diversos mensajes para activar el letargo onírico de las neuronas”.

Después de esta larga, generosa y bien construida explicación, me sentía una persona verdaderamente privilegiada, pues el destino me había deparado la oportunidad de ser espectador para conocer cómo los grupos teatrales se esfuerzan en mejorar la verosimilitud de aquello que transmiten y representan en la escena, ensayando en marcos reales a fin de conseguir la mayor y mejor empatía posible con el contexto ambiental. En estos gratos pensamientos me hallaba, cuando de nuevo fui “abordado” por estos cómicos o artistas del arte de Talía (la musa griega del teatro). En este caso , quien a mi se dirigió fue Valerio, un actor grandullón, metido ya en su cincuentena avanzada, cuya prestancia quedaba potenciada por el plateado de su pelo cano (aún abundante) y cuya serenidad y sosiego que transmitían sus templados ojos azules quedaban rítmicamente alterado por un incómodo tic nervioso que “brotaba” entre su mejilla y ceja izquierda.

“Amigo, formamos un pequeño pero gran grupo que trabaja en cooperativa. No sacamos mucha “pasta” de nuestras intervenciones, pues básicamente actuamos (como bien te ha explicado Elsa) con organismos municipales y de la propia Junta, estando nuestro caché muy reducido por las limitaciones presupuestarias que estas instituciones oficiales soportan en tiempos de austeridad. Dicho en plata, nos pagan muy poco, lo que apenas nos da para vivir e innovar el material que utilizamos. Por eso aceptamos y agradecemos, lo que denominamos “socios protectores”. Para nosotros, la ayuda de estos benefactores supone un muy grato “balón de oxigeno”, a fin de seguir innovando y experimentando nuevas formas expresivas, experiencias que nos permitan una más intensa aproximación a nuestro público y que estos incrementen su empatía con los personajes y los argumentos que representamos.

Es una cifra testimonial, sólo 50 € al semestre. Tenemos un grupo de apoyo (más de 150 socios en la actualidad) que facilita estos objetivos que te estoy comentando. El socio protector recibe algunos testimoniales beneficios, por su generosa ayuda material y apoyo social. Puede asistir a nuestros ensayos y tiene derecho a dos entradas gratuitas por cada obra representada, localidades  reservadas entre la primera a la cuarta fila de cada teatro o espacio escénico donde actuemos. Te voy a facilitar unos impresos, en los que encontrarás más información acerca de esta figura protectora para nuestro proyecto. Es obvio que en cualquier momento puedes desvincularte de esta opción, dándote de baja en el mismo. En el banco ya no te pasarían el recibo para el semestre siguiente”.  

Las dotes expresivas de Valerio eran bastante buenas y convincentes. Me pareció simpática la idea y me hice “socio protector del Grupo Teatral El Almirez”. Son estas decisiones e impulsos de apoyo a la cultura que, de manera afortunada, a veces nos salen del corazón. En realidad el coste de 50 euros por semestre no era demasiado gravoso y me aseguraron que como media representaban tres obras diferentes al año, generalmente piezas propias, que iban llevando por diversos teatros de la región e incluso traspasando los límites de Andalucía. Podía probar con un primer pago y ver como marchaba en un futuro mi ilusionado apoyo sociocultural.

Pasaron algunas semanas y no volví a saber nada de estos abnegados actores, personas entregadas a la innovación y experimentación teatral. He de confesar que alguna noche en que me distraía “navegando” por las redes de Internet, tecleé en el buscador el nombre de almirez. Curiosamente había grupos escénicos, centros culturales y espacios de representación en los que de, una forma u otra, aparecían el nombre de ese útil y tradicional instrumento para preparar la condimentación culinaria. En las cocinas de nuestras madres y abuelas siempre estaba presente ese triturador manual para la pimienta, los ajos, las almendras, el pan tostado e incluso el azafrán o los granos de café tostado, entre otros muchos elementos para preparar sabrosos cocidos o suculentos fritos o deliciosas infusiones. Estos instrumentos de cocina estaban generalmente fundidos en metal, posiblemente cobre, aunque también eran muy comunes los tallados en madera. Unos y otros sonaban con su sonido característico, cuando las cocineras y cocineros percutían sobre su acústica oquedad el oloroso o más o menos duro condimento. Hoy en día, con el versátil instrumental eléctrico que poseemos para casi todo, han perdido protagonismo ante esos molinillos que incluso utilizan la fuerza de las baterías o las pilas. 

Volviendo  a la búsqueda por Internet, al fin encontré una página web que podía ser la suya, aunque solo reconocí, entre los actores integrantes, una foto en la que aparecía la joven Elsa. El perfil que este grupo ofrecía era la práctica escénica experimental. Cierto día ocurrió un hecho curioso, en relación con estos actores a los que conocí en el jardín. Acompañaba a un familiar que necesitaba comprar unos productos en un nuevo súper que habían abierto de la cadena Mercadona. Mientras efectuábamos la compra, me iba fijando en las innovaciones y disposición estructural de las distintas secciones del comercio. Observé a un reponedor que estaba colocando unas latas de conservas vegetales en uno de los estantes. Aunque estaba de espaldas a mi visión, reconocí de inmediato por las características de su cuerpo (con el uniforme correspondiente) a Valerio, uno de los actores del grupo Almirez. Dudé en acercarme para el saludo, pero el familiar recibió un mensaje de whatsapp y tuvimos que acelerar la compra. La sorpresa aumentó cuando al acercarnos a las línea de cajas, vi en una de las mismas a Elsa, cobrando los productos que los clientes depositaban sobre la cinta móvil. Igual ella me vio, tal y como como yo la vi a ella. Pero no compartimos la palabra. Era un sábado por la tarde y el establecimiento estaba repleto de gente.

Aquella noche pensaba en ese reencuentro “no explícito” que tuve con los dos actores. ¿Habría alguno más, también vinculado a la plantilla del súper? ¿Serían trabajadores dependientes o estarían realizando alguna práctica para sus tareas escénicas? ¿Cuánto de ficción y de realidad habría realmente en todo este episodio? Lo único cierto es que las hojas del almanaque van “cayendo” y no me llegan noticias de actuación alguna por parte del grupo Almirez.-


José L. Casado Toro (viernes, 25 Mayo 2018)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

jlcasadot@yahoo.es



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