viernes, 4 de mayo de 2018

COMPARTIENDO VIVENCIAS, EN LA PROFUNDIDAD DE LA NOCHE.

Hay preguntas que parecen tener una fácil respuesta. ¿Puede la inoportunidad acústica vulnerar las más elementales y racionales normas cívicas de la privacidad y el descanso? La racionalidad nos aconseja responder de forma negativa a dicho interrogante. Incluso llegamos a preguntarnos cómo es posible que esa incívica situación pueda siquiera llegar a plantearse. Sin embargo, nuestra vida relacional se halla sometida a experiencias insólitas y absurdas, que generan comportamientos ineducados, molestos e incluso al margen de la norma o la legalidad. Su propia presencia, en los espacios más insospechados, produce asombro e incredulidad. Conozcamos una curiosa historia, enmarcada en este peculiar contexto.

Todo comenzó en un mes de Abril, presidido por una meteorología primaveral, imprevisible y “traviesa”. Es bien conocido que los meses equinocciales suelen ofrecer esas alternancias del tiempo que va cambiando  de la forma más insospechada. Gozamos de gratas horas de sol y cálidas temperaturas que aceleradamente se tornan nubladas, frías, acuosas e incluso tormentosas, con ese abundante aparato eléctrico que tanto nos impacta a pesar de su cromática belleza. Los más veteranos del lugar, con esa sabia experiencia que no aparece explícita en los libros, resumen y pronostican con acierto esa imprevisible variabilidad meteorológica. Lo hacen con sólo mirar al cielo, observando el sentido del aire y el movimiento de las hoja e incluso captando en sus “trabajadas” articulaciones señales inequívocas que avisan del cambio térmico, hídrico o eólico.

Aunque parezca extraño en estos tiempos, que aparecen lastrados por el más incómodo estrés y esas prisas injustificadas que a poco o nada conducen y que aceleran con desacierto nuestra insoslayable serenidad o estabilidad, hay personas que les gusta escribir y otras que aún reservan tiempo a la plácida lectura. Una de estas personas tiene por nombre Nelson Helián Blanc, el cual se “gana la vida” ejercitando la creativa profesión de escritor. Publica asiduamente colaboraciones diversas, en uno de los diarios locales de la ciudad en que reside. También tiene a su cargo una columna de crítica y valoración cinematográfica, que aparece mensualmente en una revista centrada temáticamente en este atractivo e imperecedero género para la cultura. Y todas esas horas diarias que pasa sentado frente al teclado de su ordenador generan también la publicación de novelas, generalmente un volumen cada dos años, en una editorial nacional cuyo propietario es un antiguo compañero y amigo de facultad universitaria. Suele también estar dispuesto a colaborar con algunos centros educativos, a fin de mantener coloquios y exposiciones temáticas acerca de su noble oficio para todos aquellos estudiantes interesados en aprender a utilizar el mejor uso de la palabra, tanto oral como escrita, en nuestra necesaria, correcta e inteligible intercomunicación.

Nelson vive bien en lo económico, con los “interesantes” derechos de autor que le proporcionan sus publicaciones y con todas esas colaboraciones que salen a la luz en los variados medios de comunicación con los que trabaja. A sus 42 años de edad permanece aún en estado de soltería, aunque aquéllos que le conocen saben de sus frecuentes aventuras afectivas, pues éstas suelen durar no más de cuatro a seis meses. En ocasiones, esas “ardientes” conquistas se marchitan en un tiempo incluso más breve. Él suele repetir a sus íntimos la confidencia  de que en sus genes nunca ha arraigado la virtud o cualidad de la experiencia matrimonial. Precisamente la “vicaría” y el Registro civil son instituciones que este escritor, un tanto bohemio en la forma de vida, no contempla entre sus prioridades, sino todo lo contrario.

Practica el saludable hábito de asistir con periodicidad a los congresos y reuniones de compañeros en la profesión. Además de disfrutar el placer de viajar, esos contactos con otros profesionales de la pluma y el teclado, hacedores de palabras y frases para la construcción de historias, resultan agradables, enriquecedores y frecuentemente divertidos. Casi siempre suelen estar llenos de sugerencias y posibilidades para “alimentar” su trabajo cotidiano. Pero la gran aventura o experiencia que iba a vivir, en el XXV Congreso Internacional de Escritores Jóvenes, a celebrar dentro de unas semanas en la capital de España, le iba a reportar incentivos insospechados para compartir vivencias de esas que más y mejor enriquecen los archivos, variadamente disciplinados, de nuestra memoria.

A este fin reservó un bien situado hotel, en una de las calles adyacentes a la Gran Vía madrileña. Además de los incentivos culturales y gastronómicos que posee ese núcleo arterial de la capital española, el espacio goza del valor añadido de la intermodalidad. La principal línea del metro, la nº 1, tiene sus bocas de acceso en esta prolongada vía, por lo que en muy pocos minutos puedes dirigirte a cualquier punto de la ciudad o incluso el aeropuerto, pues a modo de “gran estrella para los destinos” el suburbano te traslada con suma rapidez a las zonas más diversas de la planimetría en la magna ciudad. Decidió alojarse en un establecimiento con el nombre áureo de un gran literato del Siglo del Oro español,  Residencia Quevedo, un cuatro estrellas, profundamente reformado hace apenas un lustro y que en sus siete plantas alberga más de 200 habitaciones, la mayoría de las mismas para el uso compartido. Como habitualmente suele hacer, pagó una pequeña sobretasa en el precio a fin de disfrutar de una habitación doble, pero con derecho a uso individual.

Las sesiones y actividades del Congreso literario estaban repartidas en tres jornadas. Sin embargo Nelson reservó un día más de hotel, pues tenía la intención de completar el fin de semana gozando de la atractiva primavera madrileña, con sus encantos culturales, lúdicos y gastronómicos. Alguna obra de teatro también “caería” en las alforjas de ese tiempo para pasear, descubrir y soñar esas nuevas empresas literarias, a caballo entre la ficción y la realidad más o menos inmediata.

Tras gozar de las excelencias (velocidad y comodidad) que proporciona el AVE, llegó en metro a su hotel de residencia, donde el bullicio mañanero que halló en la recepción de clientes le hizo pensar de que posiblemente muchos de las personas allí presentes también serían asistentes a esa afamada reunión congresual.  En el check-in le dieron la nº 614, ubicada en la penúltima planta del bien remozado bloque. Esa habitación está situada en el ala oeste del hotel, siendo la penúltima de las 15 estancias que hay ese lateral del edificio. El cabecero de su amplia cama (era de tipo matrimonio) se encontraba adosado a la pared de separación con la habitación vecina, la nº 615, cuya cama estaba también adosada (en sentido o dirección opuesta) a dicho tabique medianero compartido.

Las sesiones del congreso comenzaron en la misma tarde del lunes. Tras recoger el material facilitado a los participantes, pudo saludar a muchos amigos, profesionales también como él en el mundo de las letras. La conferencia inaugural fue larga y algo tediosa, pues el ponente de la misma olvidó mirar el reloj y prologó su disertación más de cuarenta y cinco minutos sobre el horario previsto, tiempo que se alargó por un también prolongado juego de preguntas y respuestas que se planteó en la ya anhelada finalización de la exposición. Acordó con unos amigos irse todos juntos a cenar, a fin de poner un buen broche a esta primera jornada.

Nelson, era el miembro andaluz de ese pequeño grupo de comensales, en el que también estaban el gallego Tadeo, el aragonés Blanes, el valenciano Arrabal y el canario Pradera. Todos ellos gozaron de una muy grata velada, compartiendo divertidas anécdotas, ocurrencias, recuerdos y proyectos. Degustaron una suculenta cena, que fue “regada” con un par de botellas de un caro pero selecto reserva que a todos estimuló. A eso de la medianoche decidieron retornar a sus respectivos hoteles, pues la segunda jornada, ya en el martes, comenzaría a las 9 en punto de la mañana. El programa congresual para ese día prometía ser muy interesante aunque, como casi siempre suele ocurrir, extremadamente denso por el número de ponencias, debates y presentación por los autores de sus últimas publicaciones.  Era aconsejable, tras esta primera jornada, reparar bien las fuerzas durante la noche y descansar en profundidad.

Tras una reconfortante ducha, Nelson se fue a la cama, encendiendo unos minutos su tablet a fin de repasar las más importantes noticias del día. No podía contar, para su infortunio, con que el establecimiento que había elegido para su alojamiento tenía unos tabiques de separación  construidos con un material bastante diáfano para los sonidos. Expresado de otro modo, no había que realizar un gran esfuerzo para escuchar aquello que ocurría dentro del aposento vecino. De la habitación 615 venían, con nitidez entrecortada, las voces respectivas de dos personas que parecían jóvenes, a tenor del tono vocálico que utilizaban. En algún momento de su agria discusión hicieron alusión a sus respectivos nombres: Paulo y Silvio. Por el contexto de la polémica que ambos mantenían, se deducía con facilidad su vinculación afectiva como pareja, esa noche precisamente no muy bien avenida. Era Paulo quien, con lamentos, lágrimas y enfadadas palabras malsonantes, culpaba a su pareja Silvio de estar prendado por un compañero de facultad de nombre … Iris (en el transcurso de la discusión, se desveló el nombre de este tercer personaje ausente: Irineo). Aunque profundamente cansado, Nelson se divertía imaginando el comportamiento de estos enamorados, “lidiando” con un delicado problema de infidelidad. En medio de la trifulca hubo algunos objetos que fueron estrellados contra el suelo, gritos, sollozos y reproches. Aquel sainete duró poco más una hora, a cuyo fin parece que también hubo reconciliación, con esos “sonoros” besos y esas dulces palabras de consuelo, que uno y otro compartían. Las manecillas del reloj se estaban acercando ya a las tres y el involuntario oyente de la acústica escena se mostraba molesto por el intenso cansancio del día, pero divertido al tiempo por el contenido de lo que había secretamente escuchado. Algunos de esos elementos podían ser útiles para ser integrados en futuros relatos, elaborados por tan receptivo escritor. Al fin pudo conciliar el ansiado sueño.

El martes Nelson protagonizó una jornada de intensa participación en las interesantes actividades programadas por los organizadores del congreso. Ya en el atardecer sólo pensaba en volver pronto al hotel, a fin de poder darse una ducha relajante y salir a tomar algo para la cena en algún establecimiento cercano de comida rápida. No habían pasado muchos minutos sobre las diez, cuando ya se encontraba en la cama, repasando su tablet. Al no haber descansado bien la noche anterior, necesitaba conciliar pronto ese reparador sueño que regula y equilibra nuestro organismo. Para su desgracia, se despertó sobresaltado, mirando la esfera de su reloj de pulsera. Eran las doce menos veinte de la noche y una vez más escuchaba sonidos procedentes de la habitación vecina. Por el contexto de la conversación, la 615 había tenido cambio de residentes.

En este caso se trataba de un señor que parecía bastante mayor con respecto a su interlocutora, una chica con voz muy juvenil. La acústica de sus palabras traspasaba sin dificultad el débil muro que articulaba las dos habitaciones. Comprobó que entre esas dos personas no sólo existía una patente diferencia de edad, sino que también contrastaba la capacidad expresiva que ambos ofrecían. El hombre mayor, que resultó llamarse Lucio, poseía una capacidad léxica mucho más cuidada que su interlocutora, Sampa ¿tal vez, Amparo? lltimas exposiciones y debatesa cual aplicaba a sus palabras unas expresiones sumamente coloquiales, juveniles y de gran llaneza rural. El nivel cultural de la joven no parecía excesivamente elevado. Por el contexto de la conversación, modulada con distintos niveles de cordialidad y de discrepancias, se trataba, con la mayor evidencia, de una “aventura secreta”, mantenida por el señor de una casa “bien”, don Lucio, con tal vez una atractiva miembro del servicio que trabajaba en lo que podría ser una acomodada y rica familia. Nada nuevo bajo el sol, pero a las promesas y los reproches, siguieron las caricias, los jadeos y otros excitantes movimientos sexuales que duraron más allá de las dos en la madrugada.

El miércoles se celebraron las últimas exposiciones, debates y conclusiones, en ese congreso para modeladores de las palabras que narran y cuentan historias. Nelson acudió a una estupenda cena de clausura, desarrollada en un lujoso hotel de la Sierra, disfrutando plenamente en un amplio salón habilitado para unos 80 comensales. Pero se sentía un tanto cansado. No había dormido bien las dos noches anteriores, situación orgánica a la que había que sumar la atención, concentración y relaciones sociales vinculadas al desarrollo del proceso congresual. A pesar de esos “molestos” condicionantes nocturnos, escuchados y “espiados” desde la cama de su habitación, había podido compartir secretamente los incentivos temáticos que le habían proporcionado los residentes en esa vecina y aventurera habitación, la número 615. Ciertamente había pensado quejarse, en más de una ocasión, ante el encargado de la conserjería del establecimiento. Pero nunca se decidió a hacerlo, entre otros motivos, porque no tenía certeza de que en otras habitaciones (a donde podría ser cambiado) hallaría esas divertidas e ilustrativas vivencias, protagonizadas por seres tan peculiares de nuestro entorno.

Avanzada la medianoche, decidió volver a su hotel. El equipo organizador de la cena había contratado, a disposición de los participantes, un gran autocar, a fin de evitar que los comensales tuvieran que conducir después de tan copiosa ingesta y con el riesgo de tener algún problema legal derivado de una elevada toma de alcohol que, probablemente, unos y otros había consumido. Nada más abril la puerta de su habitación, escuchó una retahíla de jaculatorias y oraciones, pronunciadas por una voz ronca y penetrante, que provenía de la habitación vecina. Alguien estaba recitando estas frases utilizando un idioma que el no conocía (parecía indio o de algún territorio cercado a la Península del Indostán. Para colmo de “males” los cantos y oraciones del supuesto gurú venían acompañados por un fuerte olor a pachuli y otros aromas proporcionados por esas pastillas y barritas que son quemadas para generar una sensación  de dulzor, misterio y catarsis emocional, difícilmente descriptible. Se preguntaba, una y otra vez, por dónde entraría esos sutiles aromas, provenientes del otro aposento. Desde aquel preciso instante, tomó la decisión de que en la mañana próxima, cuando terminara de efectuar el desayuno, se dirigiría a la recepción del establecimiento a fin de plantear las correspondientes quejas. El místico o lo que fuera siguió con sus rezos, mientras que el organismo del escritor abrazó el dulce Olimpo de los sueños.

Tal y como lo había decidido, en el amanecer del jueves, tras el break fast, se dirigió a un responsable del hotel. Le atendió un recepcionista de color, Samuel Sedera Capitán, quien, muy atento a las explicaciones del cliente, fue tomando nota de los avatares que Nelson había “sufrido” durante las tres últimas madrugadas. Tras ofrecerle una serie de disculpas, le aseguró con firmeza de que en la próxima noche, la última que Nelson pasaría en el hotel, no habría problema alguno y que descansaría sin el menor contratiempo. Por supuesto también le transmitió su extrañeza de que no denunciara o planteara estas situaciones molestas, durante la primera ocasión en que tuvieron lugar.  Mientras Nelson subía a su habitación, para tomar su mochila y cámara fotográfica, pues pensaba recorrer diversos e interesantes puntos geográficos de la capital, el recepcionista Sedera efectuó, sin la menor dilación, diversas llamadas telefónicas, en relación con el tema planteado por el residente de la 614.

Efectivamente, esa última noche no tuvo motivos para la queja. Era evidente que la habitación contigua no fue ocupada ese día. En la mañana del viernes, acompañado con su maleta de viaje, se acercó a la recepción a fin de entregar la tarjeta de la habitación y agradecer a Sedera esa ultima noche de descanso que bien había podido disfrutar. El recepcionista, con una sonrisa misteriosa  y ceremoniosa, informó a su interlocutor de una novedad que Nelson difícilmente podía llegar a esperar.

“Sr. Helián. La dirección de este hotel quiere de nuevo presentarle sus excusas y sinceras disculpas, por esos incómodos hechos que ha tenido que soportar, durante tres de sus cuatro noches de estancia. Como modesta compensación, queremos obsequiarle con un bono de fin de semana, que podrá hacer efectivo en este hotel o en otros de su amplia cadena, durante los próximos tres meses. Como única condición, si desea aceptar este ofrecimiento, habrá de realizar una comida en el restaurante a su cargo, durante las dos noches de estancia. La gratuidad comprenderá el alojamiento y los dos desayunos. Esperamos volver a recibirle lo más pronto posible”.

Mientras Nelson contemplaba pensativo, desde la comodidad de su asiento en el AVE, las recias planicies manchegas, con patente ilusión por llegar pronto a casa, dos personas conversaban en un ”cinéfilo” despacho ubicado en una sexta planta de un edificio de oficinas en el Paseo de la Castellana madrileña. Se trataba de un productor y un director cinematográfico.

“Hemos conseguido un interesante material de rodaje, que nos va a venir perfectamente para cuando llegue la tarea del montaje. Esas escenas nocturnas, en la 615, han quedado muy bien, con tomas de suma utilidad. También tenemos material de las reacciones que nos ha ofrecido el residente de la seis catorce, con todo aquello que le llegaba a través del cabecero falseado de su cama. Ahora procederemos a rodar esas reacciones, verdaderas joyas psicológicas, interpretadas por el actor protagonista de nuestra película. No te preocupes, Morgan, el material rodado a este cliente será destruido de inmediato. Nunca se enterará de que hemos atravesado “indebidamente” su área de privacidad. Se le ha ofrecido la compensación de un fin de semana gratis y parece, según me informa Sedera Capitán, que se ha marchado bastante satisfecho con la generosa actitud del hotel”.



José L. Casado Toro (viernes, 4 Mayo 2018)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

jlcasadot@yahoo.es


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