Hay preguntas que parecen tener una fácil
respuesta. ¿Puede la inoportunidad acústica vulnerar las más elementales y
racionales normas cívicas de la privacidad y el descanso? La racionalidad nos
aconseja responder de forma negativa a dicho interrogante. Incluso llegamos a
preguntarnos cómo es posible que esa incívica situación pueda siquiera llegar a
plantearse. Sin embargo, nuestra vida relacional se halla sometida a experiencias
insólitas y absurdas, que generan comportamientos ineducados, molestos e
incluso al margen de la norma o la legalidad. Su propia presencia, en los
espacios más insospechados, produce asombro e incredulidad. Conozcamos una
curiosa historia, enmarcada en este peculiar contexto.
Todo comenzó en un mes de Abril,
presidido por una meteorología primaveral, imprevisible y “traviesa”. Es bien
conocido que los meses equinocciales suelen ofrecer esas alternancias del
tiempo que va cambiando de la forma más
insospechada. Gozamos de gratas horas de sol y cálidas temperaturas que
aceleradamente se tornan nubladas, frías, acuosas e incluso tormentosas, con
ese abundante aparato eléctrico que tanto nos impacta a pesar de su cromática
belleza. Los más veteranos del lugar, con esa sabia experiencia que no aparece
explícita en los libros, resumen y pronostican con acierto esa imprevisible
variabilidad meteorológica. Lo hacen con sólo mirar al cielo, observando el
sentido del aire y el movimiento de las hoja e incluso captando en sus
“trabajadas” articulaciones señales inequívocas que avisan del cambio térmico,
hídrico o eólico.
Aunque parezca extraño en estos tiempos, que
aparecen lastrados por el más incómodo estrés y esas prisas injustificadas que
a poco o nada conducen y que aceleran con desacierto nuestra insoslayable
serenidad o estabilidad, hay personas que les gusta escribir y otras que aún reservan
tiempo a la plácida lectura. Una de estas personas tiene por nombre Nelson Helián Blanc, el cual se “gana la vida” ejercitando
la creativa profesión de escritor. Publica asiduamente colaboraciones diversas,
en uno de los diarios locales de la ciudad en que reside. También tiene a su
cargo una columna de crítica y valoración cinematográfica, que aparece
mensualmente en una revista centrada temáticamente en este atractivo e
imperecedero género para la cultura. Y todas esas horas diarias que pasa
sentado frente al teclado de su ordenador generan también la publicación de
novelas, generalmente un volumen cada dos años, en una editorial nacional cuyo
propietario es un antiguo compañero y amigo de facultad universitaria. Suele
también estar dispuesto a colaborar con algunos centros educativos, a fin de
mantener coloquios y exposiciones temáticas acerca de su noble oficio para todos
aquellos estudiantes interesados en aprender a utilizar el mejor uso de la
palabra, tanto oral como escrita, en nuestra necesaria, correcta e inteligible
intercomunicación.
Nelson vive bien en lo económico, con los “interesantes”
derechos de autor que le proporcionan sus publicaciones y con todas esas
colaboraciones que salen a la luz en los variados medios de comunicación con
los que trabaja. A sus 42 años de edad permanece aún en estado de soltería,
aunque aquéllos que le conocen saben de sus frecuentes aventuras afectivas,
pues éstas suelen durar no más de cuatro a seis meses. En ocasiones, esas
“ardientes” conquistas se marchitan en un tiempo incluso más breve. Él suele
repetir a sus íntimos la confidencia de
que en sus genes nunca ha arraigado la virtud o cualidad de la experiencia
matrimonial. Precisamente la “vicaría” y el Registro civil son instituciones
que este escritor, un tanto bohemio en la forma de vida, no contempla entre sus
prioridades, sino todo lo contrario.
Practica el saludable hábito de asistir con
periodicidad a los congresos y reuniones de compañeros en la profesión. Además
de disfrutar el placer de viajar, esos contactos con otros profesionales de la
pluma y el teclado, hacedores de palabras y frases para la construcción de historias,
resultan agradables, enriquecedores y frecuentemente divertidos. Casi siempre
suelen estar llenos de sugerencias y posibilidades para “alimentar” su trabajo
cotidiano. Pero la gran aventura o experiencia que iba a vivir, en el XXV Congreso Internacional de Escritores Jóvenes, a
celebrar dentro de unas semanas en la capital de España, le iba a reportar
incentivos insospechados para compartir vivencias de esas que más y mejor
enriquecen los archivos, variadamente disciplinados, de nuestra memoria.
A este fin reservó un bien situado hotel, en una de
las calles adyacentes a la Gran Vía madrileña. Además de los incentivos
culturales y gastronómicos que posee ese núcleo arterial de la capital
española, el espacio goza del valor añadido de la intermodalidad. La principal
línea del metro, la nº 1, tiene sus bocas de acceso en esta prolongada vía, por
lo que en muy pocos minutos puedes dirigirte a cualquier punto de la ciudad o
incluso el aeropuerto, pues a modo de “gran estrella para los destinos” el suburbano
te traslada con suma rapidez a las zonas más diversas de la planimetría en la
magna ciudad. Decidió alojarse en un establecimiento con el nombre áureo de un
gran literato del Siglo del Oro español, Residencia Quevedo,
un cuatro estrellas, profundamente reformado hace apenas un lustro y que en sus
siete plantas alberga más de 200 habitaciones, la mayoría de las mismas para el
uso compartido. Como habitualmente suele hacer, pagó una pequeña sobretasa en
el precio a fin de disfrutar de una habitación doble, pero con derecho a uso
individual.
Las sesiones y actividades del Congreso literario
estaban repartidas en tres jornadas. Sin
embargo Nelson reservó un día más de hotel, pues tenía la intención de
completar el fin de semana gozando de la atractiva primavera madrileña, con sus
encantos culturales, lúdicos y gastronómicos. Alguna obra de teatro también
“caería” en las alforjas de ese tiempo para pasear, descubrir y soñar esas
nuevas empresas literarias, a caballo entre la ficción y la realidad más o
menos inmediata.
Tras gozar de las excelencias (velocidad y
comodidad) que proporciona el AVE, llegó en metro a su hotel de residencia,
donde el bullicio mañanero que halló en la recepción de clientes le hizo pensar
de que posiblemente muchos de las personas allí presentes también serían asistentes
a esa afamada reunión congresual. En el
check-in le dieron la nº 614, ubicada en la
penúltima planta del bien remozado bloque. Esa habitación está situada en el
ala oeste del hotel, siendo la penúltima de las 15 estancias que hay ese
lateral del edificio. El cabecero de su amplia cama (era de tipo matrimonio) se
encontraba adosado a la pared de separación con la habitación vecina, la nº 615, cuya cama estaba también adosada (en
sentido o dirección opuesta) a dicho tabique medianero compartido.
Las sesiones del congreso comenzaron en la misma tarde
del lunes. Tras recoger el material facilitado
a los participantes, pudo saludar a muchos amigos, profesionales también como
él en el mundo de las letras. La conferencia inaugural fue larga y algo
tediosa, pues el ponente de la misma olvidó mirar el reloj y prologó su
disertación más de cuarenta y cinco minutos sobre el horario previsto, tiempo
que se alargó por un también prolongado juego de preguntas y respuestas que se
planteó en la ya anhelada finalización de la exposición. Acordó con unos amigos
irse todos juntos a cenar, a fin de poner un buen broche a esta primera
jornada.
Nelson, era el miembro andaluz de ese pequeño grupo
de comensales, en el que también estaban el gallego Tadeo, el aragonés Blanes,
el valenciano Arrabal y el canario Pradera. Todos ellos gozaron de una muy
grata velada, compartiendo divertidas anécdotas, ocurrencias, recuerdos y
proyectos. Degustaron una suculenta cena, que fue “regada” con un par de botellas
de un caro pero selecto reserva que a todos estimuló. A eso de la medianoche
decidieron retornar a sus respectivos hoteles, pues la segunda jornada, ya en
el martes, comenzaría a las 9 en punto de la mañana. El programa congresual
para ese día prometía ser muy interesante aunque, como casi siempre suele
ocurrir, extremadamente denso por el número de ponencias, debates y
presentación por los autores de sus últimas publicaciones. Era aconsejable, tras esta primera jornada,
reparar bien las fuerzas durante la noche y descansar en profundidad.
Tras una reconfortante ducha, Nelson se fue a la
cama, encendiendo unos minutos su tablet a fin de repasar las más importantes
noticias del día. No podía contar, para su infortunio, con que el
establecimiento que había elegido para su alojamiento tenía unos tabiques de
separación construidos con un material
bastante diáfano para los sonidos. Expresado de otro modo, no había que
realizar un gran esfuerzo para escuchar aquello que ocurría dentro del aposento
vecino. De la habitación 615 venían, con nitidez entrecortada, las voces
respectivas de dos personas que parecían jóvenes, a tenor del tono vocálico que
utilizaban. En algún momento de su agria discusión hicieron alusión a sus
respectivos nombres: Paulo y Silvio. Por el contexto de la polémica que ambos
mantenían, se deducía con facilidad su vinculación afectiva como pareja, esa
noche precisamente no muy bien avenida. Era Paulo quien, con lamentos, lágrimas
y enfadadas palabras malsonantes, culpaba a su pareja Silvio de estar prendado
por un compañero de facultad de nombre … Iris (en el transcurso de la
discusión, se desveló el nombre de este tercer personaje ausente: Irineo). Aunque
profundamente cansado, Nelson se divertía imaginando el comportamiento de estos
enamorados, “lidiando” con un delicado problema de infidelidad. En medio de la
trifulca hubo algunos objetos que fueron estrellados contra el suelo, gritos,
sollozos y reproches. Aquel sainete duró poco más una hora, a cuyo fin parece que
también hubo reconciliación, con esos “sonoros” besos y esas dulces palabras de
consuelo, que uno y otro compartían. Las manecillas del reloj se estaban
acercando ya a las tres y el involuntario oyente de la acústica escena se
mostraba molesto por el intenso cansancio del día, pero divertido al tiempo por
el contenido de lo que había secretamente escuchado. Algunos de esos elementos
podían ser útiles para ser integrados en futuros relatos, elaborados por tan
receptivo escritor. Al fin pudo conciliar el ansiado sueño.
El martes Nelson
protagonizó una jornada de intensa participación en las interesantes actividades
programadas por los organizadores del congreso. Ya en el atardecer sólo pensaba
en volver pronto al hotel, a fin de poder darse una ducha relajante y salir a
tomar algo para la cena en algún establecimiento cercano de comida rápida. No
habían pasado muchos minutos sobre las diez, cuando ya se encontraba en la
cama, repasando su tablet. Al no haber descansado bien la noche anterior,
necesitaba conciliar pronto ese reparador sueño que regula y equilibra nuestro organismo.
Para su desgracia, se despertó sobresaltado, mirando la esfera de su reloj de
pulsera. Eran las doce menos veinte de la noche y una vez más escuchaba sonidos
procedentes de la habitación vecina. Por el contexto de la conversación, la 615
había tenido cambio de residentes.
En este caso se trataba de un señor que parecía
bastante mayor con respecto a su interlocutora, una chica con voz muy juvenil. La
acústica de sus palabras traspasaba sin dificultad el débil muro que articulaba
las dos habitaciones. Comprobó que entre esas dos personas no sólo existía una
patente diferencia de edad, sino que también contrastaba la capacidad expresiva
que ambos ofrecían. El hombre mayor, que resultó llamarse Lucio, poseía una capacidad léxica mucho más cuidada
que su interlocutora, Sampa ¿tal vez, Amparo? l a cual
aplicaba a sus palabras unas expresiones sumamente coloquiales, juveniles y de
gran llaneza rural. El nivel cultural de la joven no parecía excesivamente
elevado. Por el contexto de la conversación, modulada con distintos niveles de
cordialidad y de discrepancias, se trataba, con la mayor evidencia, de una
“aventura secreta”, mantenida por el señor de una casa “bien”, don Lucio, con tal
vez una atractiva miembro del servicio que trabajaba en lo que podría ser una
acomodada y rica familia. Nada nuevo bajo el sol, pero a las promesas y los
reproches, siguieron las caricias, los jadeos y otros excitantes movimientos
sexuales que duraron más allá de las dos en la madrugada.
El miércoles se
celebraron las últimas exposiciones, debates y conclusiones, en ese congreso
para modeladores de las palabras que narran y cuentan historias. Nelson acudió
a una estupenda cena de clausura, desarrollada en un lujoso hotel de la Sierra,
disfrutando plenamente en un amplio salón habilitado para unos 80 comensales.
Pero se sentía un tanto cansado. No había dormido bien las dos noches
anteriores, situación orgánica a la que había que sumar la atención,
concentración y relaciones sociales vinculadas al desarrollo del proceso
congresual. A pesar de esos “molestos” condicionantes nocturnos, escuchados y
“espiados” desde la cama de su habitación, había podido compartir secretamente
los incentivos temáticos que le habían proporcionado los residentes en esa
vecina y aventurera habitación, la número 615. Ciertamente había pensado
quejarse, en más de una ocasión, ante el encargado de la conserjería del
establecimiento. Pero nunca se decidió a hacerlo, entre otros motivos, porque
no tenía certeza de que en otras habitaciones (a donde podría ser cambiado)
hallaría esas divertidas e ilustrativas vivencias, protagonizadas por seres tan
peculiares de nuestro entorno.
Avanzada la medianoche, decidió volver a su hotel. El
equipo organizador de la cena había contratado, a disposición de los
participantes, un gran autocar, a fin de evitar que los comensales tuvieran que
conducir después de tan copiosa ingesta y con el riesgo de tener algún problema
legal derivado de una elevada toma de alcohol que, probablemente, unos y otros
había consumido. Nada más abril la puerta de su habitación, escuchó una
retahíla de jaculatorias y oraciones, pronunciadas por una voz ronca y
penetrante, que provenía de la habitación vecina. Alguien estaba recitando
estas frases utilizando un idioma que el no conocía (parecía indio o de algún
territorio cercado a la Península del Indostán. Para colmo de “males” los
cantos y oraciones del supuesto gurú venían acompañados por un fuerte olor a
pachuli y otros aromas proporcionados por esas pastillas y barritas que son
quemadas para generar una sensación de
dulzor, misterio y catarsis emocional, difícilmente descriptible. Se
preguntaba, una y otra vez, por dónde entraría esos sutiles aromas,
provenientes del otro aposento. Desde aquel preciso instante, tomó la decisión
de que en la mañana próxima, cuando terminara de efectuar el desayuno, se
dirigiría a la recepción del establecimiento a fin de plantear las
correspondientes quejas. El místico o lo que fuera siguió con sus rezos,
mientras que el organismo del escritor abrazó el dulce Olimpo de los sueños.
Tal y como lo había decidido, en el amanecer del jueves, tras el break fast, se
dirigió a un responsable del hotel. Le atendió un recepcionista de color, Samuel Sedera Capitán,
quien, muy atento a las explicaciones del cliente, fue tomando nota de los
avatares que Nelson había “sufrido” durante las tres últimas madrugadas. Tras
ofrecerle una serie de disculpas, le aseguró con firmeza de que en la próxima
noche, la última que Nelson pasaría en el hotel, no habría problema alguno y
que descansaría sin el menor contratiempo. Por supuesto también le transmitió
su extrañeza de que no denunciara o planteara estas situaciones molestas,
durante la primera ocasión en que tuvieron lugar. Mientras Nelson subía a su habitación, para
tomar su mochila y cámara fotográfica, pues pensaba recorrer diversos e
interesantes puntos geográficos de la capital, el recepcionista Sedera efectuó,
sin la menor dilación, diversas llamadas telefónicas, en relación con el tema
planteado por el residente de la 614.
Efectivamente, esa última noche no tuvo motivos
para la queja. Era evidente que la habitación contigua no fue ocupada ese día.
En la mañana del viernes, acompañado con su maleta de viaje, se acercó a la
recepción a fin de entregar la tarjeta de la habitación y agradecer a Sedera
esa ultima noche de descanso que bien había podido disfrutar. El recepcionista,
con una sonrisa misteriosa y
ceremoniosa, informó a su interlocutor de una novedad que Nelson difícilmente
podía llegar a esperar.
“Sr. Helián. La dirección de este
hotel quiere de nuevo presentarle sus excusas y sinceras disculpas, por esos incómodos
hechos que ha tenido que soportar, durante tres de sus cuatro noches de
estancia. Como modesta compensación, queremos obsequiarle con un bono de fin de
semana, que podrá hacer efectivo en este hotel o en otros de su amplia cadena,
durante los próximos tres meses. Como única condición, si desea aceptar este
ofrecimiento, habrá de realizar una comida en el restaurante a su cargo,
durante las dos noches de estancia. La gratuidad comprenderá el alojamiento y
los dos desayunos. Esperamos volver a recibirle lo más pronto posible”.
Mientras Nelson contemplaba pensativo, desde la
comodidad de su asiento en el AVE, las recias planicies manchegas, con patente
ilusión por llegar pronto a casa, dos personas conversaban en un ”cinéfilo”
despacho ubicado en una sexta planta de un edificio de oficinas en el Paseo de
la Castellana madrileña. Se trataba de un productor y un director
cinematográfico.
“Hemos conseguido un interesante
material de rodaje, que nos va a venir perfectamente para cuando llegue la
tarea del montaje. Esas escenas nocturnas, en la 615, han quedado muy bien, con
tomas de suma utilidad. También tenemos material de las reacciones que nos ha
ofrecido el residente de la seis catorce, con todo aquello que le llegaba a
través del cabecero falseado de su cama. Ahora procederemos a rodar esas
reacciones, verdaderas joyas psicológicas, interpretadas por el actor protagonista
de nuestra película. No te preocupes, Morgan, el material rodado a este cliente
será destruido de inmediato. Nunca se enterará de que hemos atravesado
“indebidamente” su área de privacidad. Se le ha ofrecido la compensación de un
fin de semana gratis y parece, según me informa Sedera Capitán, que se ha
marchado bastante satisfecho con la generosa actitud del hotel”.
José L. Casado Toro (viernes, 4 Mayo 2018)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra.
Sra. de la Victoria. Málaga
jlcasadot@yahoo.es
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