El comportamiento de las personas resulta, en un
importante número de casos, difícil de predecir. Cuando pensamos que éste o
aquél van a actuar de tal cuál forma, nos sorprenden con unos cambios en sus
actitudes y decisiones que resultan inesperadas e insólitas, si nos atenemos al
historial de quien las protagoniza. Resulta obvio que siempre aparecen factores
y circunstancias, muy variadas en su naturaleza, que motivan esas respuestas sorprendentes
e inusuales en las personas, si sólo nos basáramos en esa normalidad de acción
a la que nos tienen habituados. Esos cambios suelen responder a momentos e
hitos en nuestra existencia que, por su específico carácter, nos impulsan a
cambiar el chip o la trayectoria que venimos recorriendo habitualmente durante
un largo periodo del calendario. Esta realidad es la que impulsó al protagonista
de nuestra historia para modificar la penosa imagen acrisolada que se había
labrado con todo merecimiento, ante si mismo y, por supuesto, ante la mirada
inquisitoria de los demás.
Leonard Orense Calañal nos acababa de dejar para siempre, en el ecuador
de su centuria vital. Todo fue a consecuencias del tabaco y otros hábitos no especialmente
saludables, que motivaron esa crisis orgánica definitiva que él vio venir, sin
adoptar cambios sensatos y responsables para su freno o desaparición. Mirando
hacia atrás, durante ese poco más del medio siglo de vida, “ejerció” infortunadamente
como persona innoble, rencorosa y malévola, para sufrimiento de muchas de las
personas que con él convivieron, trabajaron, distrajeron y “caminaron”. Se
podría resumir o “descalificar” su ingrata personalidad con una penosa frase de
tres palabras que, en su conjunto, resultan malsonantes y hondamente
despreciativas. Sin embargo, este contable administrativo, conociendo que su
recorrido en la vida llegaba a su fin, quiso saldar algunas “cuentas
pendientes” con su mala conciencia, a fin de encontrar ese sosiego o paz
infinita, siempre tan necesaria, pero aún más en esos momentos trascendentales
y críticos de cualquier existencia. Había hecho mucho mal a lo largo de su
vida, pero ahora aún tenía algo de tiempo para restañar, si no todas, algunas
de las numerosas heridas que había ido sembrando para el desconsuelo de muchos
con los que convivió, haciéndoles cruelmente sufrir.
Fueron varias las cartas manuscritas (para su mejor
personalización) entregadas a su amiga de siempre, Paula,
prestigiosa profesional del derecho, a fin de que ella gestionase de
manera adecuada la llegada a sus respectivos destinos, con los aditamentos
propios en cada caso. Esa correspondencia había de ser puesta en el correo,
cuando ya la salida para su postrero viaje se hubiese fehacientemente iniciado.
Vamos a centrarnos en tres de esas significativas “epístolas” que, por la
especial relevancia, explican ilustrativamente el perfil de este cambio en la
hora postrera.
RESUMEN DE LA CARTA A
“Amigo Claudio:
acepto que tú no me consideres también así, debido al muy penoso comportamiento
que tuve contra tu persona durante aquellos decisivos años de nuestra
escolaridad en Secundaria. Soy
consciente de una realidad temporal: han pasado casi cuatro décadas sobre unos
hechos que “me avergüenzan” plenamente en la memoria. Pero la vida depara, para
nuestra fortuna, estos momento de lucidez y valentía a fin de poder reconocer
los errores cometidos. Por este motivo te transmito el ruego sincero de que me
perdones.
En aquella lejana adolescencia pertenecías a una
muy humilde familia, mientras que mi posición social era notablemente más
acomodada. Pero esa limitación material que te sustentaba sabías compensarla
con una admirable voluntad y responsabilidad ante el estudio. Era tal la
envidia que tenía ante tus valores humanos (de los que yo carecía) que traté de
hacerte por todos los medios la vida imposible. Me burlaba de ti, te
menospreciaba, te difamaba, te ridiculizaba, hacía todo lo posible para que te
sintieras aislado ante los demás compañeros. Tú eras más bien apocado o de una infinita
bondad, forma de ser que no facilitaba la defensa o el necesario y justo
contraataque ¡Cuánto tuviste que sufrir, por todas esas “putadas” que con
extrema crueldad yo te provocaba! Disfrutaba agrediéndote con ese “bullying”
psicológico y físico, tal y como hoy lo denominan. Cuando veía tus buenas
notas, a consecuencia del sacrificio y esfuerzo ejemplar que admirablemente
sabía aplicar, más se incrementaba el rencor y la envidia, ante mi propia
pobreza espiritual.
Eras huérfano de padre. Tu madre Tania supo sacaros
a ti y a tu hermana pequeña para adelante, con ímprobo esfuerzo. Lo hizo
limpiando, cocinando, cosiendo y planchando en muchas casas “bien”, además de
hacerlo en su propio hogar. Recuerdo que tu gran ilusión era poseer una bicicleta, pues tenías que desplazarte casi
cuatro kilómetros cada día para ir al instituto, desde tu lejana casita en el
campo. Tenías que hacer ese doble camino de ida y vuelta, entre lunes y
viernes, con sol, frío, lluvia o tormenta. Y nunca faltabas a clase. Un día te
vi aparecer, rebosante de alegría, con una bici de segunda mano. La habías
podido comprar (todo se conoce en los pueblos) trabajando por las tardes y los
fines de semana, cuidando animales y limpiando establos. Y ahí nació un diabólico plan. Yo me encargué, en unión de
otros “enrabietados” compañeros, de robar y destruir ese bien tan preciado que
con tanto esfuerzo, tesón y sacrificio habías podido tener y disfrutar. Ese
goce te duró apenas una semana, pues esa bici que te hacía tan feliz yo me
encargué que no la pudieras seguir usando. Te vimos llorar amargamente y no tuvimos
la más mínima compasión, sino que nos “reímos” impúdicamente de nuestra
fechoría.
Sé que ahora ya no la necesitas. Eres un admirado
concejal del Ayuntamiento, en el pueblo que te vio nacer. Además posees tu
propio taller de reparación de automóviles, muy afamado por los buenos trabajos
que en él se realizan. Sin embargo , junto a esta carta, en la que te pido sinceramente perdón,
una y mil veces, vas a recibir una bicicleta nueva, a estrenar, de la mítica
marca Orbea, como aquélla que yo te arrebaté, hace cuatro décadas.
Estoy en un momento de mi existencia, en el que
quiero reparar algo del mucho daño que hice en otros tiempos. Claudio, sé lo mucho
que te hice sufrir: humillaciones, burlas, agresiones y un sinfín de
iniquidades. Te aseguro que me gustaría poder recuperar aquellos años
desgraciados y comportarme con una buena persona. Sólo aspiro a que tu corazón,
sin duda pleno de bondad, sepa y quiera perdonarme. Sigo admirando, ahora ya
sin rencor, envidia ni mezquindad, todos esos valores que enriquecen y
enaltecen tu persona, cualidades que durante la mayor parte de mi vida, no se
sabido sembrar, germinar y conservar.
Tuyo afmo. Leonardo”.
RESUMEN DE LA CARTA B
Casi al mismo tiempo que la anterior misiva, otra
carta llegó al domicilio de Lalia del Puente Sanz.
Esta señora estuvo trabajando durante algún tiempo, como secretaria
administrativa, en “la Naviera”, empresa consignataria de buques- Allí también prestaba
sus servicios el propio Leonardo, como contable, hasta que hace unos diez años
en éste decidió instalar una gestoría propia.
“Querida Lalia. Te resultará algo extraña la
recepción de esta comunicación, después de tantos años de silencio. Su envío no
me ha resultado fácil, pues ahora vives en otra provincia muy alejada de
nuestra vinculación laboral. Una empresa especializada me ha localizado los
datos de tu actual residencia. En este momento de mi vida, creo necesario y
“saludable” hacerte partícipe de unos hechos que sucedieron hace ya muchos
años. Exactamente, cuando tú estabas contratada como secretaria administrativa
en la Naviera.
En aquél tiempo, otro compañero y yo mismo
“pusimos” nuestro ojos y el corazón en tu persona. Recordarás, sin duda, que
ese otro compañero se llamaba Efraín, el cual trabajaba
en el departamento de pagaduría. La rivalidad que ambos mantuvimos por
conseguir tus afectos fue creciendo en el día a día. Mientras que Efraín era
más sereno y racional en su estrategia por “conseguirte”, yo era mucho más
violento y alocado en mis actos, hasta decidir poner todos los medios posibles
e incluso inconfesables para no perderte. Yo veía que tú aceptabas mejor a mi
rival y ese proceder me enervaba y generaba frustración, envidia y profunda
obsesión.
Un desafortunado día, aquella locura que me
embargaba hizo que cometiera un acto reprobable, pleno de indignidad. Manipulé
con suma habilidad las cuentas y la pérdida de liquidez, en el saldo bancario
de la empresa. La cosa fue muy grave, pues hice que todas las sospechas de
desfalco (casi 250.000 pesetas de la época) recayeran en el departamento de
pagaduría y en quien lo dirigía. Fue tan diabólico, insidioso pero hábil mi
proceder, que esta buena persona estuvo varias días detenido en comisaría y fue
condenado a sufrir dos años de prisión por un delito del que sólo él y yo
sabíamos que era totalmente inocente. Cumplió de pena sólo unos meses de cárcel,
pero tuvo que pagar una elevada multa judicial. Por supuesto fue despedido de
la empresa y de él nada más he vuelto a saber.
Mi incalificable acción no me reportó beneficio
pues, después de aquellos hechos tan desagradables y reprobables, decidiste
abandonar la empresa, dándome repetidas veces “calabazas” ante mis aspiraciones
afectivas. Ahora me explico mejor porqué resides en otra ciudad, a muchos km.
de la provincia donde ambos nacimos. Esta explicación que te ofrezco era
necesaria para tu conocimiento, aunque igual has llegado a conocer la verdad de
aquellos hechos tan desgraciados.
Deseo transmitirte mi vergüenza y súplica de
perdón. Quiero poner en orden mi conciencia, en estos decisivos momentos de mi
vida. Junto a esta sincera confesión, comprobarás que en el sobre he adjuntado un cheque al portador por valor de 1500 euros, equivalencia
monetaria actual de aquel dinero que en
su momento robé, para “eliminar “ a mi rival en amores. Me hubiera gustado
entregarlo a Efraín, pero no ha habido forma de dar con esta persona. No sé si
incluso él vivirá, pues era algunos años mayor que yo. Puedes hacer con ese dinero
lo que mejor consideres. En todo caso, destinarlo a alguna obra benéfica. Con
todo el respeto hacia tu persona, recibe la humildad de mi arrepentimiento.
Leonardo”.
El firmante de esta segunda misiva nunca llegaría a
conocer un dato que habría incrementado, significativamente, la tranquilidad de
su alma. Lalia, tras un fracasado matrimonio de dieciocho años, vive en la
actualidad formando pareja con el propio Efraín, quien sabe comportarse como un
buen padre con respecto a los dos hijos que tuvo su compañera en su anterior
enlace. Forman una pareja estable y madura, compartiendo la sencillez y grandeza
de su cariño en una bella localidad del noroeste peninsular.
3ª HISTORIA EPISTOLAR
Leonardo ha tenido, durante muchos años, como
vecina en su bloque de pisos a una amable señora, soltera y cocinera de hotel, quien
desde mucho antes de su jubilación siempre mostró un cálido amor a la compañía
de algunas mascotas. Inés Fernanda encontraba
en estos animales esa grata compañía, el afecto y la disponibilidad para su
diario y necesario cuidado. En un momento concreto de su vida, además de
algunos pájaros cantores, Inés recogió un gato callejero, al que deparaba todo
su esmero y cariño, especialmente porque su ama había alcanzado en fecha
reciente su merecida jubilación laboral. El zalamero felino, al llegar la época
anual de celo, se dedicaba a maullar y maullar, con una acústica “desafinada” y
estridente desde su “gordinflona” anatomía corporal. El piso de Dña. Inés se
encontraba situado inmediatamente debajo del que ocupaba Leonardo. A éste le
molestaba escuchar esos continuos maullidos, acústica que le llegaba a través
del “ojo de patio” en el edificio donde ambos convivían. Aunque le exigió a la
señora, en repetidas ocasiones, que se deshiciera del gato, para ella este
elegante y “orgulloso” animal era como un hijo y en modo alguno estaba
dispuesta a separarse de la prácticamente única compañía que alegraba su
solitaria y modesta existencia.
Cierta madrugada, su colérico vecino bajó al patio
y atrapó al estridente animal metiéndolo en un saco de esparto. Utilizando su
vehículo, se desplazó a una zona inculta y abandonada del campo, a varios
kilómetros de la ciudad, dejando allí al asustado felino de los ojos azules. A
pesar del profundo disgusto que sufrió la “desvalida” vecina, ante la ausencia
de su afecto animal, quiso la suerte o la intuición de determinadas mascotas de
que el gato “Lucero” apareciera de nuevo por la
puerta de su casa, para la alegría inmensa de su solitaria ama.
Cuando llegó la nueva época de celo, los nervios de
Leonardo parecían que iban a estallar. En otra noche de desvelo, urdió un violento
plan contra el gato cantor. En la mañana siguiente compró, en una droguería del
barrio, unas sustancia para eliminar
roedores. Ese mismo día preparó una pasta venenosa que la fue introduciendo en
pequeñas dosis en unos boquerones que también había comprado en el Mercadona de
la plaza arbolada. Lucero, que además de “cantar” sus ansias orgánicas gustaba
en mucho comer, a fin de alimentar su generosa anatomía, viajó presto esa misma
noche al “Paraíso celestial” de las mascotas, ante la desesperación anímica de
su ama que entre sollozos y lamentos clamaba al viento su insufrible
desventura.
Esa tercera misiva explicativa, escrita por
Leonardo, no pudo ser entregada en el domicilio de Inés Fernanda. La desvalida
señora, dada su edad y ausencia de familiares directos, había sido ingresada
por los Servicios Sociales del Ayuntamiento en una residencia asistencial para
personas necesitadas de la tercera edad. Adjunta a la carta, en la que rogaba
el perdón de la señora ante el daño afectivo que le había deparado, iba una
jaula para el transporte de mascotas. En su interior reposaba un hermoso felino
rubio, color de la piel similar al del “viajero” Lucero. La dirección de la
residencia, tras conocer todos los pormenores de esta entrañable historia,
permitió que Inés conservara el cuidado de ese nueva gata gordinflona, a la que
su ama puso el romántico nombre de Luna. En cada
una de las mañanas y las tardes, esta apacible residente juguetea y cuida a su zalamera
mascota, que sabe poner un sentimiento de alegría en su rostro surcado por los
muchos años. Mientras, ella se conforta con el calor del sol, la suave brisa
que atraviesa los árboles y esa sucesión de amaneceres que explican y sustentan
la vida.
Ciertamente hubo más cartas. Pero las tres
historias aquí narradas explican y justifican, de manera fehaciente, una
positiva realidad. Siempre hay oportunidades en nuestros relojes existenciales,
a fin de poder restañar las heridas, reemprender racionalmente el camino que
nos identifica y también para sustituir, de colorido y bondad, esos
comportamientos erróneos y reprobables, que subyacen humana y desgraciadamente
en nuestro carácter.
José L. Casado Toro (viernes, 1 Junio 2018)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra.
Sra. de la Victoria. Málaga
jlcasadot@yahoo.es
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