viernes, 29 de mayo de 2015

REALIDADES SOCIOLÓGICAS, DE UNA FAMILIA BIEN.


El día había amanecido intensamente húmedo, aunque el sol finalmente impuso su brillo con esa su templada fuerza primaveral que tanto nos vitaliza. La pareja había quedado citada a eso de las doce. Y no para tomar el grato aperitivo que tan bien sustenta la jornada, sino para acudir al juzgado de familia y poner un poco de orden, realidad y verdad en dos almas cansadas de compartir y soportar la convivencia. Ambos pertenecían a ese grupo social que se suele denominar “gente bien” aunque, en la profunda realidad, vivían teatralizando su más que precaria economía. Eso sí, la ostentación de un apellido de raíces extranjeras, pero que sonaba a importante, facilitaba el mantenimiento del lustre honorifico de una de tantas familias venidas a menos, generación tras generación.

Las raíces del acústico y noble apellido procedían de un pariente lejano que había alcanzado el éxito emprendedor, en la primera mitad del siglo pasado. Este hábil preboste había manejado, con suma habilidad, un negocio de vinos, actividad que le reportó excelentes réditos económicos y sociales. Con ellos, y al calor de importantes contactos, pudo conseguir un título condal que hoy soporta un profundo sabor añejo, nadando en el océano de la aburrida decadencia. Entre sus herederos y parientes se encuentran estos dos personajes, quienes supieron unir también sus apellidos hace ya más de dos décadas. La pareja ha ido sobreviviendo monetariamente gracias a una modesta renta inmobiliaria que les llega por el alquiler de un local a un comerciarte de nacionalidad oriental. También poseen alguna inversión en la bolsa de valores, pero lo hacen en una época de oscura contracción para este tipo de actividad.

Desde que contrajeron matrimonio, Facundo y Fátima vivieron en un antiguo caserón con jardín, ubicado en una zona acomodadamente elitista de la ciudad. Con el paso del tiempo, ese espacio urbano fue transformándose en su arquitectura con la llegada de nuevas familias, pertenecientes a la clase media trabajadora, que habitaron los bloques de viviendas levantadas en los terrenos que antes ocupaban no pocas casas señoriales del XIX. Su matrimonio sólo generó la venida al mundo de lo que hoy es una bella joven, Bárbara, alejada de títulos, prebendas, nomenclaturas y otras zarandajas de las que siempre quiso “pasar”. Su madre llegó a tener un servicio doméstico integrado por dos mujeres que se encargaban de la cocina, limpieza y cuidado de la ropa. Incluso el amplio jardín (hoy perceptiblemente abandonado) contó con la dedicación de un esforzado y dócil campesino de Cómpeta, que vino a la costa bajo el eco atrayente de la eclosión turística. Hace años que todo este servicio fue despedido, ante la falta de medios económicos con que retribuir el trabajo que realizaban en la casa. Al igual que Fátima, la actividad de su marido era bastante liviana. Controlaba la marcha de esas inversiones en bolsa, a lo que añadía el paseo y el aperitivo con unos amigos de la infancia. Ese era el “ notable esfuerzo” de cada día, no por el trabajo físico  que suponía sino por articular o encontrar algo que lo alejara del bostezo o el aburrimiento que generaba el hábito de su patente desocupación.

Una alocada noche Facundo conoció, en una fiesta benéfica para mascotas abandonadas, a una elegante señora, Florencia, que le superaba en diez años la edad. Esta mujer gozaba de una evidente liquidez económica. Divorciada y enviudada recientemente, puso sus ojos en este hombre ya maduro, pero apuesto y bien conservado,  con ilustre apellido y mejores modales, el cual se sintió halagado y gratificado por las perspectivas económicas que veía en esa postrera atracción, a las puertas ya de la tercera edad. Durante algún tiempo, él y su legítima cónyuge disimularon el adulterio, pero llegaron a un punto en que consideraron, con frialdad y entereza, debían dar ese paso judicial necesario, a fin de avalar la ruptura de una unión que penosamente había dejado de existir. Por supuesto, evitando todo tipo de escándalos e incómodos modales, impropio para una familia acomodada en el lustre decadente de una aristocracia sustentada sólo en las letras históricas de un rancio segundo apellido.

A eso de las doce menos cuarto, en una fría antesala del despacho judicial, Facundo y Fátima, acompañados de sus respectivos abogados, esperaban turno a fin de ser atendidos por el Sr magistrado. También se hallaba presente uno de sus primos, Ramón, que había querido estar con ellos en este incómodo trance en el que se veían implicados. Había otras dos parejas por delante de ellos, por lo que tuvieron que aguardar el tiempo necesario (unos quince minutos por vista o sesión, en función  del papeleo y las firmas subsiguientes) a fin de resolver su situación familiar. La tensión subyacente en la pareja que iba a deshacer el vínculo conyugal, tras veinticuatro años de matrimonio, era importante. Sin embargo ambos se esforzaban por mantener el autocontrol necesario, como corresponde a dos personas “militantes” en el grupo de la clase elitista por la acústica de un apellido.

Previamente a esta escena, había tenido lugar diversas negociaciones realizadas entre ambas partes, representadas por sus respectivos abogados, relativas al valor de la casa que ambos compartían, así como por la ineludible pensión económica que Facundo habría de pasar a su mujer tras la ruptura judicial de su matrimonio. El caso de Bárbara, la hija del matrimonio era también importante pues, aunque la joven era ya mayor de edad, mantenía la convivencia en la vivienda familiar y carecía, por el momento, de actividad laboral propia. Cursaba sus estudios del grado de derecho, en la UMA. En este momento se encontraba repitiendo, por tercera vez ya, el segundo curso de leyes. Obviamente, no daba el perfil de una alumna brillante. La responsabilidad económica de Facundo para con su hija era también un asunto que debía ser resuelto con arreglo a la ley.

Una vez que los interesados se hallaban ante el magistrado juez, éste comenzó una relación de preguntas, planteadas a los respectivos cónyuges, a fin de sustentar el mejor conocimiento de los datos y los hechos para el solicitado pronunciamiento judicial. Algunas de las preguntas realizadas a Facundo, estuvieron a punto provocar una situación hilarante en el contexto de la ingrata escena que el todavía matrimonio se hallaba representando.
   
“Y Vd. Sr de la Merced ¿cuál es su profesión? Facundo, un tanto nervioso y trabándosele la lengua, acertó a responder “Señoría, soy rentista” El magistrado, un tanto cazurro, miró de arriba abajo al cónyuge interpelante, comentando: “así que su profesión es la de recibir una renta, con la que mantener a su familia ¿no? …….  “En efecto, Señoría, tengo unos valores bancarios por lo que percibimos un aporte mensual que nos permite atender a nuestra manutención. También un pequeño local alquilado…..” “Pero ¿Vd. no ha desempeñado oficio profesional alguno en su vida? (los colores faciales de unos y otros iban alcanzando un elevado cromatismo). En ese preciso instante, el primo Ramón, siempre presto ante la dificultad, trató de echar una ayuda al atribulado familiar interviniendo con permiso del Sr. Juez. “Señoría, el Sr. de la Merced es agricultor”. El rostro de Facundo cambió de color, mientras que su exmujer no pudo reprimir un sofocón de risa, rápidamente controlado. “Verá Señoría, desde joven he practicado la esfuerzo de plantar algunas hortalizas, en uno de los parterres del jardín que tenemos junto a nuestra casa”. “Pero ¿a que tipo de cultivos se está Vd. refiriendo? (mientras el grueso bigote del Sr. Magistrado vibraba cargado de tensa carga eléctrica). “Sí Señoría, he llegado a plantar algunas zanahorias, nabos y cebollinos…..”.

Desde esta jocosa y al tiempo patética escena, han pasado los años por la vida de todos estos personajes. La situación económica de Facundo ha caminado de mal en peor. Las acciones en bolsa se convirtieron en papel descapitalizado, la propiedad del local pasó a otras manos (ante un préstamo bancario mal planteado) viéndose sumido, de la noche a la mañana, en la ruina económica. En la actualidad vive en el apartamento que posee su compañera sentimental, Florencia, sito en Torrox costa. Esta propiedad es una parte de la herencia que recibió la señora de su segundo marido. Su pareja afectiva ejerce de mayordomo, hombre de compañía y amante, con ese amor locamente trasnochado que hizo quebrar su estabilidad familiar. Hace la compra diaria, mantiene limpia y ordenada la casa y atiende también a la cocina, mientras que  Flora (como él la llama) pasa el tiempo entre la playa, sus amigas y los rezos vespertinos en la parroquia.

Villa Carmela, ese vetusto caserón del barrio señorial malacitano, sólo conserva su nombre en el muro que rodea un bloque de pisos construidos a final de los noventa. Una cantidad económica, junto a uno de los pisos, fue la compensación que recibieron Facundo y Fátima por venderlo a un grupo inmobiliario. En ese pequeño piso vive modestamente esta mujer, que completa el escaso interés procedente de un depósito bancario llevando la representación de una conocida marca de productos cosméticos. Por otra parte, su hija Bárbara pudo al fin completa la licenciatura en derecho. Nunca dio el perfil de buena estudiante, pero la necesidad la hizo esforzarse hasta sacar una plaza de funcionaria de correos, trabajo que le permite mantener su independencia económica. Vive en pareja, en la zona de Teatinos cercana al campus universitario, con un músico rockero del que se halla profundamente enamorada. En los fines de semana, especialmente en la época estival, ayuda al grupo musical que tiene su compañero en la organización de fiestas y eventos, tales como bodas, bautizos, cumpleaños y algunas actuaciones en los hoteles de la costa.  De vez en cuando visita a su madre, llevándole algunos regalos, pues es consciente de las carencias afectivas y materiales que ésta soporta. A su padre lo ve mucho menos, pues nunca aceptó el papel servil de su progenitor ante una acartonada dama a la que no soporta. 

Y para completar el historial familiar, falta por conocer qué fue del primo Ramón, el heredero legítimo del título condal. Amante de la soltería, y de libar de flor en flor, dedica su amplio tiempo libre a presidir una asociación de animales abandonados, especialmente perros y gatos callejeros. Se va manteniendo con unos modestos ingresos que recibe procedentes de unas viñas en Alcázar de San Juan, Ciudad Real, que su padre le dejó en herencia. Ya sólo establece relación epistolar, con su primo Facundo, en los eventos de Navidad.

Este sucinto retrato familiar es un significativo ejemplo, escogido al azar, en el inmenso y contrastado mar de la sociología urbana. Refleja los trazos decadentes de un ilustre apellido o blasón, durante la transición histórica del siglo XX al XXI.-


José L. Casado Toro (viernes, 29 mayo, 2015)
Profesor

No hay comentarios:

Publicar un comentario