Diariamente,
decenas de emails acceden a la dirección electrónica de nuestro ordenador. La fuerza,
imperativa y falaz, con que el tiempo hoy nos condiciona hace que, en no pocas
ocasiones, descuidemos la consulta de algunos de estos mensajes que quedan
archivados o eliminados, según decidamos en consecuencia. De manera afortunada,
hay servidores de correo que permiten acumular cientos y cientos de mensajes
que dormitan año tras año, a la espera de su consulta, en la nube central de
ese generoso servicio informático. Son diversas las
causas por las que determinados correos electrónicos pasan al olvido, sin
nuestro puntual conocimiento. Sea porque los hayamos borrado de manera
colectiva, a modo de bloque, o porque se han ido acumulando día tras día sin
haber sido abiertos. Y puede ocurrir que alguno de los mismos hayan tenido, o
tengan aún, un significado importante para nuestra vida. En ese contexto hay
que enmarcar la historia que a continuación se narra.
Delia es una joven de carácter voluntarioso y enérgico,
que ya ha pasado de su treintena. Trabaja (lo cual es un gran valor, para los
tiempos que acontecen), en una empresa importante perteneciente al ramo de las
aseguradoras, habiéndose especializado en multirriesgo del hogar y en los
seguros de vida. Por su temperamento, en el que destaca la constancia, junto a
la fuerza persuasiva en el ámbito comercial, ha ido consiguiendo una cartera
importante de clientes, con lo que su posición laboral se ha consolidado a
pesar de trabajar en un medio social caracterizado por una lucha continua, a
fin de sobrevivir en tiempos
caracterizados por la dificultad.
Hace
ya unos tres años en que un incómodo nublado llegó a su vida. Había quedado
citada en una de las cafeterías del puerto malagueño con su pareja afectiva,
relación que mantenían desde los tiempos universitarios. Aquél día Anselmo tenía que sustituir a uno de los empleados de
su padre, en la empresa concesionaria de una marca importante de automóviles.
Las reparaciones de vehículos, con la llegada del verano y la proximidad de las
vacaciones, se acumulaban de una manera notable. Mucho trabajo, junto a la
falta por enfermedad del responsable económico de la sección, hizo que Selmo
(así era llamado) tuviera que ponerse al frente de la misma, por indicación de
su padre. Este joven era buen especialista en contabilidad, que llevaba sus
propios asuntos profesionales. Pero, en casos concretos de necesidad, colaboraba
con el negocio paterno. Quedó citado con Delia para tomar algo en ese punto de
encuentro, sobre las 8 de la tarde, disculpándose por si se retrasaba algunos
minutos.
A
eso de las ocho y quince, la pareja se encontraba ya reunida frente al
aperitivo o merienda, mientras el cielo aún resplandecía con todo el esplendor primaveral.
Pero aquella templada tarde la situación iba a tener un sentimiento infortunado
para esta cualificada mujer. La seriedad que mostraba su compañero desde el
inicio de su encuentro, con la mirada un tanto perdida en problemas que bullían
por su cabeza, revelaban de que algo importante ocurría tras el semblante sombrío
de este muchacho, tres años más joven que Delia. Le daba vueltas y vueltas a la
cucharilla del café y el silencio se mezclaba con los monosílabos misteriosos de
sus palabras. Al fin tomó fuerza y fue desgranando un mensaje, complicado,
desordenado y difícil para el que lo expresaba, pero mucho más aún para quién
lo estaba recibiendo.
“Dela (así se refería a su compañera) no es agradable lo
que vas a escuchar a continuación. Para mí va a ser una de las tardes más amargas
de toda mi vida. Hay un turbio asunto, en el que estoy metido desde hace meses,
que se ha enfangado de tal manera que va a afectar profundamente a nuestra
relación. Es un tema de faldas. El problema es que hay una tercera persona, una
mujer, entre nosotros. No quiero abundar en excesivos detalles, porque te van a
resultar en extremo dolorosos. Los hombres a veces hacemos chiquilladas y nos
metemos en una tela de araña, sin saber después como salir airoso de ese
laberinto. La cosa se ha complicado de una forma definitiva. Te puedes imaginar
el problema, tras la confirmación médica que la chica me confió hace dos noches,
a la que vi después de acompañarte hasta la puerta de tu domicilio. He estado
haciendo un doble juego, infantil pero muy peligroso, sintiéndome ahora atrapado hasta la médula”.
La
reacción de la joven pasó, en breves segundos, desde el asombro enmudecido
hasta la virulencia más explosiva. Su taza de té, a medio consumir, quedó
estrellada en el polo celeste que vestía su interlocutor. Después de gritarle unos
calificativos de naturaleza insultante, se levantó bruscamente de la mesa y
salió a toda prisa del local, ante la mirada atónita de los clientes y el
personal de servicio en la afamada cafetería. Selmo permaneció inmóvil en su
asiento mientras que un camarero le trajo, todo solícito, una pequeña toalla a
fin de que pudiese limpiar en lo posible ese té esparcido a lo largo de todo su
cuerpo.
Pasaron
los días y las semanas. Delia, prototipo de fuerza y firmeza en su autoestima, fue
borrando todos aquellos elementos que le vinculaban con el que, hasta esa
infausta tarde, había sido su novio. Tomó la decisión de hablar con su jefe, explicándole
que necesitaba cambiar de aires ante un profundo fracaso afectivo. Dada la
buena imagen comercial que se había ido labrando, en un par de meses consiguió
ser trasladada a la localidad alicantina de Elche, donde iba a dirigir una
sucursal de la empresa. Alejarse de su tierra natal fue una muy dura decisión,
pero ella entendió que era el paso necesario para reiniciar una nueva senda
vital, tras la realidad afectiva que tanto daño le había provocado. Rogó a sus
padres y amigos más próximos que respetaran este drástico cambio de residencia
y que evitasen, en lo posible, dar señas concretas de cómo y dónde vivía. Así
era ella. Así era su carácter.
En
la otra parte de la historia, Selmo trató de afrontar y aclarar su
responsabilidad paternal en relación a esa alocada aventura que había estado
manteniendo con una secretaria administrativa de la concesionaria
automovilística. El asunto no estaba claro desde el principio pues la joven implicada,
de origen argelino y con una intensa actividad viajera desde su adolescencia, tensionaba
su relación con el hijo del jefe, planteándole su próxima maternidad. Pero el
tiempo pasaba y las pruebas concretas de su situación orgánica no se hacían
explícitas. Una intervención puntual y eficaz por parte del padre de Selmo, a
través de una agencia de detectives, puso en evidencia la trama de una
organización que trabajaba en la extorsión y en la que esta mujer era parte
importante, a fin de obtener réditos económicos. El supuesto embarazo, con
documentación falseada, quedó al descubierto. A fin de evitar mayores
escándalos en el sector, la peculiar administrativa aceptó abandonar la
empresa, con una sustancial indemnización dineraria, liberando al atribulado
Selmo de una trama delictiva en la que él había representado el papel del joven
irresponsable, hijo del jefe, deseoso de nuevas aventuras. Su alocada acción, con
un comportamiento infantil e inconsecuente, le había hecho perder una prometedora
relación afectiva consolidada a lo largo de años.
Cuando
al fin las aguas volvieron al cauce de la normalidad, Selmo quiso contactar con
Delia. Pretendía explicarle todo el entramado en el que se había visto
envuelto. Quería pedir a su antigua pareja perdón por haber derribado tantas realidades
y objetivos entre ellos, a causa de un desacertado e imprevisor comportamiento
que evidenciaba inmadurez e inseguridad ante su propia conciencia. El disgusto
familiar y el riesgo empresarial que había estado a punto de provocar le habían
hecho reflexionar acerca de la necesidad de adoptar un necesario e inmediato
cambio de rumbo en su vida. Pero las puertas de su antigua compañera estaban
profundamente blindadas. La familia de ésta no quería ver ni de lejos al
infiel, inmaduro y falaz personaje. La vía telefónica tampoco era factible para
sus objetivos explicativos, pues los números habían sido convenientemente modificados.
Sin embargo, quedaba la posibilidad de la comunicación electrónica. Uno de los
dos correos que Delia solía utilizar, antes de la ruptura, permanecía
operativo. Y a él se aferró la voluntad reparadora de Semo. Envió a la chica un
detallado correo que no fue devuelto por el servidor electrónico, prueba de que
el mensaje había llegado a la bandeja informática de su destinatario. Pero esas
líneas, escritas para la clarificación y el perdón, no obtuvieron respuesta
alguna.
Delia
no leyó esta significativa comunicación ya que, como tantos otros mensajes, había
incrementado la amplia bandeja enmudecida de los no abiertos, mezclado con esa
vorágine de oferta comercial que cada día inunda nuestros ordenadores. Y el calendario
fue avanzando, con el mecánico e ininterrumpido discurrir del día tras día,
para estas dos vidas en sus respectivas circunstancias socio-personales.
Han pasado casi tres años de los hechos. Delia reside
de nuevo en Málaga, trabajando en su empresa de siempre. En este momento se
encuentra separada de la que fue su nueva pareja, con una hija que alegra su
vida y que tiene poco más de un año de edad. En realidad, nunca quiso o pudo olvidar
a Selmo quien, por su parte, libó en otras muchas flores, pero manteniendo esa
inestabilidad de carácter que se agudiza en las personas al paso de los años. Él
tampoco ha podido olvidarla.
Y
ayer, limpiado y ordenando la bandeja de su mensajería electrónica, esta eficaz
profesional de seguros reparó, por los azares del destino, en un muy antiguo
e-mail, fechado en el otoño del 2012. Los datos del remitente no ofrecían
dudas. Era de Selmo, su antiguo y frustrado amor. Uno de tantos correos que
dejamos de consultar, ante la densificación estresada en la que hemos convertido
tantas horas perdidas de nuestra existencia.
“Mi añorada Dela. Confío en que pueda llegar a tus manos y
conciencia el contenido de este correo. Sé que te he fallado gravemente y, en
base a ello, merezco la penosa situación en la que me encuentro. Hice una
chiquillada, traicionando y destruyendo tu confianza y provocándote un gran
dolor. Te herí y entristecí con mi infidelidad. Pero en el trasfondo de mi
alocada acción, había una turbia y delictiva operación que puso en peligro la
propia estabilidad de la empresa de la que vive mi familia. No había embarazo
en aquella aventura, pero sí delincuencia y suciedad. Y estos hechos han
provocado nuestra ruptura, de la que me siento obviamente responsable. Y muchos
días, al amanecer, me hago la misma pregunta. ¿Puedo hacer algo, a fin de
arreglar el daño provocado? Sé que pedirte perdón y perdón tal vez sea
insuficiente. Pero ¿qué más puedo hacer? Tal vez sea inútil reclamarte fe en mi
persona. Pero si alguna vez necesitas que llame a tu puerta, allí estaré. De
nuevo, reiterarte que siento profundamente lo sucedido. Me gustaría creer en
esas otras oportunidades que el destino a veces es generoso en concedernos.
Tienes todo el derecho a ser feliz. Con mi respeto y cariño. Selmo”.
Adjuntaba
alguna documentación fotocopiada de la agencia de detectives y de la renuncia
firmada por la delictiva joven.
Sí, ha
sido mucho el tiempo transcurrido desde que se teclearon estas letras y
palabras. Conocido su contenido, en su apropiado momento, tal vez podía haber facilitado
la mejoría o arreglo en una relación afectiva que se había roto con dolor, para
las dos personas protagonistas en la misma. Sin embargo, ese imprevisible destino, que nos mueve tantos hilos
perdidos en el telar de la vida, quizá fue comprensivo y benévolo concediéndoles otra oportunidad para sustentar
la comprensión, el perdón generoso y la sutil inteligencia
de la sonrisa.
José L. Casado Toro (viernes, 1 mayo, 2015)
Profesor
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