Una
mañana llegó a la tosca mesa de Cipro, el
alcalde, una inesperada carta. El bueno de
Cipriano la abrió con parsimonia y quedó pasmado al conocer su contenido. Venía
firmada por un nombre que nada le decía pero que, tras su lectura, dedujo que
pertenecería a alguien importante que no utilizaba esa nomenclatura personal para
el ejercicio de su profesión. Decía así la misiva:
“Respetado Sr. Alcalde. Mi nombre y apellidos nada le
dirán. Durante muchos años he utilizado otro, por el que se me conoce en el
ejercicio de la que ha sido mi profesión. Me han dado muy buenas referencias de
la tranquilidad y belleza natural de que goza su pueblo. Por lo que he decidido
retirarme a vivir en esa localidad. Por este motivo le ruego la ayuda que me
pueda prestar. ¿Conoce alguna casita cuya propiedad yo pueda comprar? Me
agradaría que estuviese en un lugar tranquilo y con vistas a la sierra. Si
hubiese que hacerle unos arreglos, lógicamente correrían a mi cargo. Si tiene
la amabilidad de ponerme en contacto con la persona adecuada, establecería comunicación
telefónica y de llegar a un acuerdo me desplazaría al lugar, para firmar y
pagar el traspaso de la propiedad. Para que tenga una orientación con respecto
a mis pretensiones, ansío encontrar tranquilidad y sosiego, valores que me son
tan necesarios. En lo económico, no va a haber problema alguno con respecto el
coste de la casa. Puedo asegurarlo. Quedo a la espera de sus noticias. Le
adjunto el número de mi móvil y la dirección postal que también aparece en el
remite de esta carta. Suyo afectísimo. Claudio Román de la Cosla” (añadía
algunos detalles preferentes, para esa posible vivienda).
Para
la tranquilidad habitual de la localidad, esta misiva fue el origen de un
atractivo y revulsivo motivo para el comentario, la suposición y los
chascarrillos propios de gente con mucho tiempo en el día, sin saber qué hacer o en qué ocuparlo. Cipro
respondió rápidamente a esa curiosa petición, con tres sugerencias de casitas
que se pudieran acomodar, de una forma u otra, a las necesidades del misterioso
Claudio. ¿Quién podría estar interesado en venirse a
vivir a este pueblo, medio aletargado o abandonado en tierras del sur?
Las
negociaciones con los respectivos propietarios fueron rápidas y abiertas para
el acuerdo. Lo que era evidente es que había un buen capital disponible por
parte del comprador, quien buscaba una vivienda que estuviera cerca, pero no
dentro del pueblo. La elegida, finalmente, fue una que se hallaba situada a
medio camino hacia una de las colinas, casa que había pertenecido al ingeniero
que en los años setenta estuvo dirigiendo las obras de un embalse cercano.
Cuando éste falleció, su familia se trasladó a su Bilbao natal, quedando la
vivienda cerrada y languidecida para el deterioro, durante largos años. Su
renovación (casi nueva construcción, en algunas de sus partes) llevó casi medio
año. Una cuadrilla de veteranos lugareños, que habían trabajado en la
construcción, se encargó de realizar un buen y primoroso trabajo de
albañilería. De esta manera, cuatro familias del lugar tuvieron ingresos
asegurados durante esa fase de la reconstrucción. Y no sólo estas personas,
sino que también fueron contratadas otras dos familias, que se ocuparían de
atender la cocina, limpieza y lavado de ropa, desde el momento en que llegara
el nuevo propietario, persona con dinero. Una inyección económica muy saludable
para la precaria economía del lugar.
Al
fin, cuando el tórrido calor del estío se fue retirando, ante la llegada del
otoño, llegó el nuevo convecino, largamente esperado ante el interés general.
Venía sólo, aunque con una gran impedimenta de maletas, paquetes e incluso
algún mobiliario. Una empresa de mudanzas hizo todo el trasiego y ubicación de
los enseres. Pero ¿cómo era la persona recién llegada
a esta pequeña comunidad vecinal? Cuerpo atlético, alto y delgado, que ya
superaba claramente el medio siglo de vida. Cabello encanecido y avanzando
hacia la alopecia. Unas gafas oscuras, usadas casi de forma permanente,
ocultaban unos bellos ojos gris azulados que traslucían un evidente cansancio,
más en lo anímico que en lo corporal. Salía poco de casa, aunque cada mañana,
cuando apenas llegaban los primeros rayos del sol, se le veía caminar a paso
ligero por los senderos abiertos a los amantes de la naturaleza. Alguna tarde,
pero de manera muy espaciada, bajaba al pueblo para tomar un café negro sin
azúcar, en el bar del tío Narciso. Tras saludar con una sonrisa a los presentes,
apenas comunicaba con nadie, pero siempre indicaba al dueño del negocio que le
cobrara los cafés o meriendas de aquellos que ocupaban en ese momento las
restantes mesas del local. También era muy generoso y amable, con las dos
señoras que atendían los quehaceres diarios de su casa. Éstas veían como el
propietario a quienes servían, pasaba muchas horas
encerrado en una gran habitación, a modo de sótano, donde había
diferentes aparatos electrónico de música. Allí trabajaba
parece ser que componiendo música, a
juzgar por los curiosos sonidos que llegaban hasta las habitaciones superiores.
El
día 30 de octubre, festividad de San Claudio, Cipro tuvo la feliz idea de
enviarle una caja de naranjas, procedentes de un terrenillo de su propiedad.
Acompañaba al regalo, una felicitación por el santo de este convecino que había
ayudado, y seguía colaborando, con la economía del pueblo. Como respuesta de
agradecimiento, Claudio invitó a comer en casa al
alcalde, el cual no dudó en aceptar. Era sábado y convenientemente vestido
(él que era muy descuidado con su indumentaria) acudió a Villa Mañana, que era el nombre elegido para nombrar
a la restaurada vivienda. Unos vinos y
unos pinchos. Después pasaron al salón, donde Marta y
Eufemia habían preparado un suculento menú. Hablaron casi de todo, entre
bocado y bocado, todo ello bien regado por un vino generoso que facilitaba la
comunicación y la sinceridad. Ya en la sobremesa, con dos cafés bien cargados (uno
de ellos sin leche ni azúcar) en medio de una densa nube por esos cigarros puros,
que ninguno de los dos contertulios abandonaban, Cipriano se decidió, al fin, a
platear una pregunta que, desde el momento en que recibió aquella primera carta,
bullía por su cabeza.
“Por qué elegiste este pueblo tan aburrido, tú que sin
duda has llevado un tipo de vida muy diferente a la nuestra? Has debido de
tener algún importante motivo para venirte a vivir entre nosotros…..”
Tras
una nueva calada del puro y un buen sorbo del anís seco que llenaba su copa, el
anfitrión de la comida se sinceró ampliamente con su invitado.
“Cipriano, mi vida ha sido muy desordenada hasta el
momento en que llegué a vuestro pueblo. No conocí a mis padres y tras cuidarme
unos familiares, acabé en un centro de acogida. De allí pasé a vivir con una
familia de músicos que no podían tener hijos. Ellos me enseñaron lo que sé de
la técnica instrumental. Quisieron que estudiara en un conservatorio pero mi
rebelde carácter, en esos años de la adolescencia, impidió que yo caminara por
un sendero normalizado para la convivencia. Desde muy joven, entré a formar
parte de varios grupos de rock que me hicieron progresar en este terreno
profesional, con el que he llegado a ganar y gastar grandes cantidades de
dinero. Viajando de acá para allá, sin una familia, sin unas raíces, y rodeado
de personajes de muy dudoso carácter y consideración. Me he metido en el cuerpo
todo la porquería que te puedes imaginar, pues cuando estás en el escenario has
de sentirte muy revolucionado, en
sintonía con el ambiente y el montaje donde vas a actuar. Después te habitúas a
esa basura y es muy difícil huir del
cenagal en el que has caído sin encontrar una cuerda salvadora. Ese dinero que
te llega con alegría te hace apetecer más y más, lo que te hace entrar en el
mundo de la delincuencia y la mafia. Para ellos, tu vida sólo vale lo que
puedes comprar con un fajo de billetes. Las luces, los aplausos, los gritos
enfervorizados te alejan de una realidad que para ti ya carece de significado.
Es horrible ese mundo desordenado y convulso en el que te ves envuelto como una
simple piececita pero que nada vale, pues tú no eres realmente nada en ese
terrible contexto. Un día, con la lucidez que a veces aparece, decidí huir de
todo eso. Y encontré este remanso de vida y de paz que hoy por hoy no cambiaría
por nada en el mundo”.
¿Entonces
no tienes familia?
“Mi familia sois vosotros. Mis vecinos. Esta bella
naturaleza donde el amanecer abre las puertas de la esperanza para un nuevo
día. Cipro, mi tendencia sexual es muy complicada. Por eso preferí no amargar a
nadie la vida, sino aceptar mi soledad y mi realidad. La verdad es que añoro a
unos hijos que yo no puedo llegar a tener en lo genético. Fíjate donde alcanza
la fama y donde se halla realmente la realidad del famoso. Salvo estudiosos de
la música, hoy nadie sabe quien soy. Pero ahora me siento feliz. Ahora soy
persona”.
Y
pasaron los meses, entre lluvias, terrales, brisas y atardeceres que preparan
el alba de un nuevo día. Tres ayuntamientos de la serranía, relativamente próximos,
han organizado un centro de estudios y dinamización, para recuperar la
agricultura de la zona. Trigo, maíz, ciruelos, chícharos, cacahuetes, tomates,
pimientos, en una línea de agricultura ecológica,
son los productos tradicionales cuyo cultivo hoy se trata de renovar y
potenciar, en zonas tradicionalmente aptas para su siembra pero abandonadas por
otros señuelos vinculados por el turismo costero. La iniciativa de ese centro
de estudios y cooperativismo ha sido financiado por este
veterano y famoso rockero que, al fin, ha encontrado paz y sosiego para con su
vida, en busca de una identidad perdida o que tal vez nunca existió.-
José L. Casado Toro (viernes, 15 mayo,
2015)
Profesor
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