El
reloj marcaba las cinco y media, en una tarde aún por hacer. En ese preciso
momento, tuve la afortunada decisión de consultar, una vez más en el día, las últimas
entradas de mi correo electrónico. Uno de estos mensajes anunciaba la infeliz
noticia de la suspensión del concierto que, tres horas más tarde, tenía
previsto protagonizar la Orquesta Filarmónica de Málaga, en el magno “coliseo”
artístico del Teatro Cervantes. La indisposición que había sufrido el maestro Sergio
Alapont, encargado de dirigir la orquesta en ese fin de semana, había motivado
la anulación de este atrayente espectáculo, para los amantes de la música
clásica. Por este infortunado motivo, decidí reinventar
la programación de una tarde admirablemente templada en lo primaveral. Así
pues, me dispuse a gozar de la interesante experiencia de “sumergirme”
sociológicamente en un largo y denso paseo por las calles del centro urbano
malacitano. Deseaba observar, compartir y analizar, los numerosos retazos
escénicos que, en medio del poliedro urbano, se ofrecerían, de forma generosa, a
la vista y anhelo de todos los viandantes.
La
tensión relacional sociológica era plásticamente atrayentenumerosísima gente que se había “echado” a la
calle, dada la muy agradable temperatura ambiente. Este panorama era
perceptible desde la Alameda Principal hacia Larios, Nueva, Especerías,
Granada, Calderería. Plaza de la Merced, Alcazabilla….. o, también, en ese dinámico
centro comercial que la geografía traza entre
la Avda de Andalucía y la Estación Málaga Mª Zambrano. Percibía, por aquí y más
allá, un ambiente alegre, bulliciosamente cosmopolita, protagonizado por personas
de todas las edades, condición y mentalidad. El abundante turismo extranjero, junto
a los visitantes de otras provincias, se mezclaba con el protagonismo anónimo
de todos esos malagueños que saben vivir, hasta horas avanzadas de la
medianoche, el popular ambiente para el disfrute. Y me
dispuse a ir anotando imágenes significativas, vivencias curiosas y reflexiones
para la memoria.
,
con
Entre los personajes que daban
especial colorido a esas arterias, que unen el puzle de edificaciones y plazas,
destacaban, entre otros, los tañedores de música
callejera, utilizando sus viejos pero entrañables acordeones; los artistas que dibujaban rostros, caricaturas y
otras plásticas “hornadas” bajos sus diestros pinceles; el malabarista de los juegos habilidosos que reunía y hacía
aplaudir a la numerosa chiquillería y a la que ya no lo es pero así se siente; admirables
esos vendedores de almendras tostadas,
dispuestas en pequeños mostradores al aire que soportan una muy escasa
sustentación (con todo el trasiego incesante de gente, resulta milagroso que su
mercancía permanezca en pie, sin caerse, esperando para su consumo); cantaores que trataban, con m ás
voluntad que acierto, modular sus agrietadas gargantas, acompañándose de unas
desvencijadas y desafinadas guitarras, confiando en manos dadivosas que
atendieran ese platillo viajero que hace posible comer en la noche; espectaculares
y asombrosas, esas figuras inmóviles y complicadas
para el equilibrio de los más variados personajes, del cine, la naturaleza o la
Ciencia. A veces, aparentando monstruos sin cabeza o ejerciendo equilibrios inverosímiles. Y, entre esos
personajes que mueven a la reflexión, una persona mayor en edad, que sin
molestar a los que paseaban, se hallaba sentado en una esquina de Calle
Granada. Lo hacía tras un pequeño cartel en el que básicamente explicaba que él
era un hombre pobre. Algunos de los que
paseaban, se le acercaban e intercambiaban palabras con él. En las terrazas de
las cafeterías, en decenas de locales habilitados para el consumo, en los miles
de mesas callejeras, se practicaba el placer del comer y el beber por tantos prosélitos y seguidores del culto a lo somático,
especialmente en la muy venerable cofradía de las cinturas bien dotadas y
engrasadas.
Casi
sin darme apenas cuenta, me vi rodeado por dos señoras, muy bien arregladas en
el ornato de su cabello, pinturas, cremas, perfumes y vestimentas. Portando
sendos dossieres bajo el brazo, me preguntan, de una manera incisiva, si quiero
contribuir monetariamente para una organización titulada “Helping lost feelings”, algo así como “ayudando a los
sentimientos perdidos…” Sé que mi capacidad para la sorpresa es muy amplia,
pero cada día el asombro sabe superar al propio asombro. Casi sin tiempo para el raciocinio, me vi con
un boletín en la mano, en el que lo más importante era el puntual y resaltado recuadro
donde anotar un número de cuenta bancaria. Preferentemente, Visa o Master Card,
con una escala de cuotas de quince euros mensuales en adelante. El inesperado abordaje
tenía como marco lateral ese gran portalón de los Helados Mira, en pleno
ecuador longitudinal de la deslumbrante y bulliciosa calle Larios, donde las
gentes adquirían los sabrosos cucuruchos, sin tener apenas sitio alguno donde
sentarse para su consumo. Francamente no sé como pude librarme de la persuasiva
y dudosa pareja, que vigilaba los flancos laterales por donde emprender la
inevitable huida. Sí creo que acerté a decirles “Señoras,
los distintos gobiernos y grupos financieros ¿no dedican fondos sociales para ayudar
a estos importantes menesteres? Porque son exageradamente gravosos los
impuestos y tributos que las administraciones nos cobran, sin el más mínimo
recato, en el día a día”. Al fin, practicando un diestro movimiento de
piernas, puse tierra de por medio con respecto a estas dos señoras que, con
sonrisas teatralizadas y acartonadas, no hicieron especial esfuerzo en
concretarme cuáles eran esos sentimientos que se habían perdido y dónde.
Continué
mi divertido caminar por calle Granada y ya, en las estribaciones de la Plaza
del Carbón, tres chicas desorientadas, con evidente fisonomía oriental, sólo acertaron
a preguntarme con una palabra, más que emblemática: ¿Picasso?
Mezclando el castellano, algunas palabras de inglés y ese gran lenguaje para la
ayuda que es la mímica, les orienté hacia la zona del Museo. Traté de ex plicarles
que yo me dirigía a la Plaza de la Merced “where Picasso was born….. donde
Picasso nació….). En pocos minutos, estábamos ante la misma puerta de la casa
natal del afamado artista. Todo ello en medio de las risas continuas de las tres
jóvenes y vitales estudiantes chinas que practicaban el saludable ejercicio de
hacer turismo, por todos esos espacios que sustentan nuestra geografía. Por
cierto, la romántica e histórica imagen de esta plaza es una de las más
importantes y bellas que hoy pasee la capital malagueña. Lástima de esa zona o
lateral este, degradado visualmente por la desidia de tantos responsables
municipales. Me refiero a la zona de los antiguos cines Victoria, Astoria y
Andalucía. Y es curioso. Me encontraba a dos pasos del Teatro Cervantes donde, precisamente
a esa hora tendría que haber estado sonando los sublimes compases de Beethoven o Berlioz.
En otro
espacio de esta plaza, muy próxima ya a calle Álamos, vi a un grupo de personas
que miraban hacia el suelo. Me acerqué hacia ellos y observé un extenso y largo
pliego de papel, color blanco, extendido encima de las losetas de piedra beige
que conforman el suelo del recinto cuadrangular. Sobre él, las personas se
agachaban para escribir algo. Uno de los estudiantes del grado de psicología,
que habían organizado la experiencia, me ofreció un rotulador azul, a fin de
que respondiese a tres preguntas: ¿Qué es para ti el
amor? ¿Donde se encuentra el amor? ¿Cuál es el mayor peligro que acecha al
amor? Eran buenos e inteligentes interrogantes que me dispuse resolver con
mi opinión, sobre ese gran lienzo de papel que tendría unos 15 metros de
longitud. A los que participábamos, se nos pedía que fuésemos lo más escuetos
posible en las palabras escritas. Cada persona podía centrar su opción en el
amor físico o en el amor espiritual. Creo que puse, más o menos, lo siguiente: 1. Disfrutar con la
felicidad ajena. 2. En el esfuerzo por ayudar a los demás. 3. En las actitudes
egocéntricas o ególatras. Ver a una señora con traje de salir y
tacones, rodilla “en tierra”, dibujando su caligrafía, fue una bella imagen
digna de ser grabada. La gente que por allí pasaba, finalmente terminaba
animándose y escribía sus escuetas reflexiones que, posteriormente, esos
universitarios agruparían y estudiarían para sus trabajos.
Ya de
vuelta para casa, entré en esa librería que tanto bien le ha hecho a una calle Nueva poblada de tantas franquicias. En esta
tradicional calle, eminentemente abierta al comercio, siempre existió una
librería que viene a nuestra memoria: era la denominada Librería Ibérica, local
ahora ocupado por una zapatería. Un poco más arriba, la famosa Casa del Libro madrileña instaló una excelente
estructura arquitectónica en dos plantas de no muchos metros cuadrados más el
bajo. ¿Se han fijado en la magia embriagadora que
genera el olor a los libros nuevos? Tienen un buen sistema informático
para localizarte cualquier petición bibliográfica en el más corto tiempo
posible. Compré dos interesantes obritas, en el marco de los idiomas, que me hacían
ilusión para su audaz aprendizaje. Es bueno salir a la calle y pensar que
además de la cerveza, las tapas y la ropa, existen otras posibilidades para un
buen consumo. No era el día del libro, pero siempre puede haber un buen libro
para enriquecer cada día. Ésta y otras calles seguían pobladas de numerosas
personas con ganas de pasear, hablar y compartir
esa grata atmósfera de que sabe dotarse esta ciudad abierta al embrujo apacible
del mar.
Ya
con el sol alejándose tras su misterio, pensé sería una buena decisión
completar este largo paseo con una visita a el espacio portuario. Ver la
transición, entre una tarde que adormece y una noche azulada que llega, es un espectáculo
anímico de alto calibre. Sentimiento que arraiga, de manera especial, en los
espíritus románticos. Los incentivos de un puerto, felizmente reconvertido para
la ciudad, son numerosos y variados, por sus ofertas visuales, lúdicas y
gastronómicas.
Aquella
tarde, en los inicios del “mes de las flores”,
no fue dedicada a “viajar” por la grata acústica de los maestros clásicos de
siempre. Tampoco a compartir esas historias en pantalla, que engrandecen y
amplían nuestra breve existencia individual. Fue una hermosa tarde de Primavera
en que el azar permitió vivir y experimentar, solidariamente, muchas
oportunidades para sonreír, imaginar y soñar.-
José L. Casado Toro (viernes, 22 mayo,
2015)
Profesor
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