De
manera afortunada hay personas, en la
proximidad de nuestro círculo vivencial que, con más o menos intencionalidad,
saben transmitir y comunicar esas pautas de comportamiento tan apreciables y
necesarias, para cualquier estructura jerárquica de valores. Con su sentido positivo de la existencia se esfuerzan
en ver, la mayoría de las veces, el vaso “medio lleno” gozando con serenidad
del camino ya recorrido, obviando toda esa incierta trayectoria que aún resta
por avanzar.
La cercanía a estas personas nos enriquece y vitaliza
¡Son tantas las ocasiones en que nos preguntamos acerca de su admirable capacidad
para obtener lo mejor de cualquier situación, por más problemática e incómoda que
resulte! Y es que gozan de la bendita habilidad para humedecer eriales, para
dar concreción a la difusa opacidad, luz a las tinieblas y mágicas sonrisas a
la decrepitud, física o anímica. Sin
duda, es una venturosa suerte contar con la proximidad
de su influencia basada, casi siempre, en la
generosidad de su prioridad para compartir y socializar. Como comentaba
algún personaje importante de nuestra Historia, estar con ellos durante un rato hace que “se te carguen las pilas” ya
que saben ejercer ese efecto dinamo para hacer diferente la pesadez de lo
rutinario, hallar siempre un sentido a ese después y darle latido a esos
segundos para que adquieran color y esperanza. Saben convertir las lágrimas en
fresca gotas de lluvia que calman la sed, los semblantes entristecidos o
desbordados en mareas sosegadas que nos permiten abrir los ojos y ver. Hacen
nimios los pesares mediante la racionalidad del diálogo y el desahogo de la
opresión. Transforman lo complicado en fácil, mientras que a lo superfluo lo
adornan primorosamente con el ropaje elegante de la emoción. Y nos preguntamos ¿es tan difícil y complicado actuar así?
No,
no resulta fácil gozar del regalo, a modo de maná celestial, con que el destino nos vincula a su grato dinamismo.
¡Qué más quisieran todos aquellos que sufren la carencia de una amistad de esta
naturaleza! Sin embargo, la clave para contar con el
valor y suerte de su beneficio puede hallarse en la privacidad de nuestra
propia existencia. En la intimidad de esa máquina, orgánica, sentimental
y temperamental, que hemos ido construyendo desde nuestros primeros pasos por
la vida. Familia, amigos, convecinos, educación reglada y formación mediática,
mimetismo y, a la vez, empatía. Escuela general de un entorno que oprime y
educa, que posibilita y restringe, que alienta e indigna, que embrutece y
vitaliza. Recuerdo una frase, muy antigua en la memoria pero permanente en su
protagonismo. Decía, más o menos así “Aprenderás, cuando enseñes”. Es obvio: te sentirás menos entristecido, a medida que te esfuerces en
incrementar esa pequeña o gran cuota de felicidad en los demás. Esos
seres benefactores que ejercen el dinamismo bondadoso de la comunicación se
hallarán más o menos cerca. Pero eres tú quien has de buscarlos o esforzarte en
dar esos pasos que acorten la distancia hacia la permanencia de su bondadosa
realidad”.
“Te agradezco que me hayas llamado, Celia. Llevo unos
días francamente fatal. Parece que todo, o casi todo, lo hago mal. Tal vez la
suerte, o lo que sea, no me quiere acompañar y ayudar. A pesar de todo el
rosario de problemas, unos más importantes que otros, por supuesto, lo que más
me aplana es la falta de fuerza, de vigor o de ánimo que estoy sintiendo en lo
más hondo de mí. Mi pareja me acusa de que cada vez me ve más negativa o
pesimista ante las cosas. Con mi madre, las discusiones van y viene a diario. Y
el trabajo que realizo en el Clínico cada vez me motiva menos. Es tan duro lo
que tengo que ver, en el día a día. Incluso he perdido ilusiones que antes
creía tener muy arraigadas: la bici, la ropa, el Whatsapp. Que me levanto por
las mañana y lo primero que me pregunto es si el día va a tener algo bueno para
mí o va a ser todo tan aburrido y rutinario como de costumbre. No, no estoy
atravesando un buen momento.”
Nita y Celia son amigas desde los años escolares de
la ESO, en el IES Portada Alta. La primera, nunca ha sido una eficiente
estudiante, por lo que evitó la vía académica del bachillerato. Destaca, desde
su infancia, por su amor y sensibilidad a la poesía. Un módulo o ciclo medio de
auxiliar de clínica, sacado a trancas y barrancas, le ha posibilitado, desde hace
ya cuatro años, trabajar en el Hospital Clínico, como ayudante de enfermería,
con un régimen laboral de contratos parciales.
Ahora, a sus veinticuatro abriles pasa por una mala racha. Más de ánimo,
que de otra naturaleza. Pero se siente desorientada y sin grandes expectativas
para caminar, por cada una de las semanas, con esa fuerza tan necesaria que
ofrece la convicción o autoestima en la propia persona.
Y
esta tarde, ha sido su amiga Celia, último año de
Ciencias Económicas, quien le ha telefoneado, acertando plenamente en ese
difícil momento para la oportunidad. Han quedado en verse en una acogedora tetería,
zona de San Agustín, para hablar un ratito de sus cosas. Celia convive en
pareja con una compañera que conoció en el segundo curso de carrera. Se siente
feliz con esta experiencia inesperada en su vida. Es hija única de unos padres
(de sólida acomodación económica) que han sido admirablemente comprensivos con su
libertad sexual. Suele ver a Nita con frecuencia y, en esos contactos de
amistad, sabe ejercer sobre ella una terapéutica, anímica o psicológica que su
antigua compañera de clase agradece con su necesitado y alterado corazón. Ambas, con una sonrisa traviesa en
el rostro, han rogado a la camarera que les sirve un par de tés sin especificar
la naturaleza de los mismos. “Es sugerente esto de los
tés sorpresas” (cosa muy propia, en las reacciones de Celia).
En
muy pocos minutos, la amiga de Nita comienza a desgranar una serie de comentarios,
opiniones, proyectos, sugerencias y más de alguna aventura, que embelesa ,
distrae y renueva la mente y alma aburrida de su íntima compañera. Están
sentadas en torno a una pequeña mesa, sobre unos taburetes con asiento de anea sin
respaldo, que se apoyan en un suelo pedregoso e inestable, animado por el paso
continuo de los viandantes, la mayoría jóvenes de apariencia extranjera. Todo
ello en un entorno románticamente encantador. El carácter de Celia e un tanto
compulsivo para la expresividad de sus palabras, pero tiene ese don de
transmitir, de comunicar, de influenciar esos biorritmos positivos que tanto
bien ejercen en los nublados aletargados de los demás. Su hiperactividad es
manifiesta, pero en ella, como en las personas con las que se relaciona, actúa
como ese fármaco magistral que sólo los buenos galenos sabrían diseñar para su
mejor terapéutica. Practica la danza y el arte dramático, mientras ahora está probando
la experiencia de la equitación. “Metida” o enganchada en mil y una de tantas redes sociales, con esa maquinita digital que
no descansa ni aún en las horas propias del sueño. Goza de unos sentimientos
equilibrados, en lo que ella quiere y necesita. Figura delgada y de media
estatura, largo, ondulado y moreno su cabello, ojos con el color del mar y una
sonrisa atrayentemente nerviosa. Un alegre carácter que vitaliza la
comunicación con una gran mayoría de todos aquéllos a quiénes conoce.
Terminan
su infusión para la sorpresa (aventura en el desierto: menta, naranja, azahar,
te negro y una lluvia de piñones) que les ha parecido exquisito. Prácticamente
todo el protagonismo ha partido de las palabras, fortalecidas en la imaginación
y en la acción, de una chica que sabe comunicar y renovar los sentimientos del
alma que, hasta su encuentro, permanecían “missing” en las alforjas de Nita.
“Te he traído este
pequeño detalle, pues el color celeste siempre te ha ido bien. Aunque viene con
ticket regalo (en Women Secret no hay problemas) sé que no lo vas a cambiar. Es
un jerseyto, finito para el entretiempo, que le sienta muy bien a tus ojos
color esmeralda.. La semana pasada fue tu cumple, pero yo estaba hecha un
ovillo, con un proyecto de estadística
que no había por donde meterle el “diente”. Nita, vive y disfruta. Y ayuda, en
lo que puedas, a los demás. Es lo mejor que te puedo decir”.
En
la hora de la despedida, las dos entrañables amigas intercambian besos y se
prometen para quedar dentro de unas semanas. Nita deambula camino del Parque
donde habrá de tomar el bus. Se siente mejor pero, también, algo confusa. Esa
hora y pico, en la que ha permanecido junto con su amiga le ha hecho sentirse
alegre y equilibrada. Es como si hubiera recargado sus pilas que se encontraban
vacías de tensión y pulsión. Pero ahora
vuelve a su realidad.
“¿Por qué no seré yo también como ella? Se repite una y
otra vez. Resulta estimulante tener el tesoro de una amiga que te sugiere ordenes
un poco tu vida y jerarquices los objetivos. Que valores lo que posees y no te
sientas desgraciada por aquello de lo que careces. Y que, de manera especial,
te entregues a los demás, aunque recibas algún que otro palo en tan noble y
loable empeño. Ah, y que hay que mantenerse ocupada. En no pocas ocasiones la
mente es lo suficientemente traviesa, para hacerte ver los colores cambiados, los
ríos sin agua, las montañas sin arbolado y esos oleajes perdidos que no susurran y acarician las orillas de
las playas. Y qué mejor olor que esa marisma que sabe a sal y a luz, junto esas
flores que dan color al lienzo inacabado de nuestras vidas”.
Faltan
unos minutos para las diez en la noche. Ha comenzado a lloviznar. La tarde no
parecía inquietar con precipitaciones. El bus reemprende su marcha, camino de
los diferentes destinos de aquéllos a quienes cobija y traslada. En su
interior, hay pasajeros de toda edad y condición. Entre ellos hay una chica que
observa, a través de unos empañados cristales, el letargo nocturno de una ciudad
que está finalizando su lectura de un nuevo día. Veo luces adormiladas, asfalto
brillante y unos viandantes nerviosamente presurosos que, con ojos medio
entornados, buscan una compañía, un por qué y, a ratos, el estímulo siempre
amable de una esperanza.-
José L. Casado Toro (viernes, 28 febrero, 2014)
Profesor
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