Me
encontraba asistiendo a un concierto de la Orquesta
Filarmónica, que se celebraba en el Teatro Cervantes de la capital
malagueña. Aquella noche la programación estaba dedicada a compositores
clásicos españoles, tan conocidos e importantes como Isaac Albéniz, Enrique
Granados, Joaquín Turina y Manuel de Falla. La orquesta sonaba con la maestría
habitual, deleitando al muy numeroso público asistente que aplaudía, con fervor,
las distintas piezas interpretadas por los profesores, con su muy cualificado
instrumental.
El espectáculo
finalizó a muy escasos minutos de las 11 de la noche por lo que, tras los merecidos
aplausos, la mayoría de los asistentes se apresuraron por alcanzar las
escaleras hacia las puertas de salida de este magno “coliseo” donde late la
cultura, concretada especialmente en la música clásica, los recitales y, de
manera especial, el teatro. Me retrasé un poco en levantarme de mi butaca, pues
tuve que corresponder a una llamada de móvil. Una vez ya en pie, observé que la persona que había estado sentada junto a mi localidad
había dejado olvidada una pequeña agenda. Posiblemente habría caído al
suelo, tras abatir el asiento correspondiente. Recogí la pequeña libretita,
apresurándome a fin de poder aún localizar a esta joven que había presenciado
el espectáculo junto a mí. Debo añadir que, al margen de un saludo educado cuando
me ubiqué en el asiento, no hubo más intercambio de palabras con esta joven
durante el transcurso de la actuación.
Se
trataba de una chica, muy atrayente en lo físico, a la que no conocía hasta
esta coincidencia musical. Más bien
alta, de estructura corporal delgada y luciendo una melena ondulada y corta, de
intenso color moreno. Sin duda, buena aficionada a esta modalidad de
interpretación musical pues, a lo largo
del concierto, tuvo gestos y expresiones que avalaban un experto conocimiento
de las piezas orquestales. Sin embargo, por más que aceleré mi llegada a la
puerta de salida, bajando desde el tercer piso del teatro, no logré localizar a la propietaria de la susodicha agenda,
por cierto cuidadosamente encuadernada en un tono de trazos plateados muy
elegante. La asistencia al concierto había sido especialmente populosa, ya que
el programa ofrecía el jugoso incentivo acústico de disfrutar con piezas
emblemáticas de prestigiosos compositores españoles, vinculados al género
clásico. Por todo ello la densificación de personas, tanto en el interior como en plaza exterior del recinto, dificultó
la fácil localización de esta joven.
Aunque
no descarté entregar la agenda en la consejería del teatro, pensé que facilitaría
su devolución si encontraba algún dato concluyente en el interior de la misma,
a fin de poder contactar telefónicamente con su propietaria. A primera vista
comprobé que había pocos datos escritos en su interior, aunque en la
contraportada sí estaba el nombre de Natividad,
ocupando un lugar preferente, por lo que deduje que ese sería el nombre de la
joven.
Ya
en casa, repasé con más lentitud las páginas (teñidas con una tonalidad
celeste) de la libretilla, tratando de encontrar un número o dato adecuado para
contactar telefónicamente sin la mayor dilación. Entre las anotaciones de
actividades por realizar, aparecían algunos números, de móvil y fijos, a los
que podría llamar aunque, dada la hora (faltaban escasos minutos para la media
noche) tendría que esperar a la mañana siguiente si quería tener éxito en la
comunicación. Era la decisión más lógica.
Pero
la “investigación” se complicaba pues, en una mañana de sábado, muchos de los
destinos empresariales o particulares no iban a poder facilitar este necesario
contacto. Marqué varios números sin éxito, remitiéndome en todo caso al
contestador de llamadas. Sin embargo, al quinto o sexto intento, una chica me
atiende la llamada. Bárbara, efectivamente conoce a Nati. Ambas son compañeras de
trabajo en un centro
internacional de inversiones, sede ubicada en la bella localidad de
Marbella, aunque también poseen unas oficinas en Málaga capital. Mi
interlocutora es una chica muy amable y simpática que no tiene inconveniente
alguno en facilitarme el número que me va a poner en contacto con Nati, el
objetivo principal de mi búsqueda. A los pocos segundos tengo a esta persona al
otro lado de la línea. Desde un principio, utilizamos el tuteo de la
proximidad.
“Alex, has sido muy amable e inteligente en mi
localización. Te considero también muy buen aficionado a la música clásica. Estabas
muy atento a la actuación de los profesores, durante todo el concierto. Resultó
precioso ¿verdad? Después ya sabes… tenía prisa, pues me estaban esperando y me
olvidé la agenda, a la que había consultado minutos antes. Su pérdida me
hubiera supuesto algún que otro quebradero de cabeza, pues tengo anotados en
ella una serie de contactos relacionados con mi trabajo en inversiones
financieras. ¿Te parece bien mañana tarde (resido aquí, en la Málaga oeste)
para quedar citados en algún sitio agradable y tomamos algo? Yo invito, pues
has sido muy generoso en el esfuerzo para devolverme esa libretilla que
consideraba ya perdida”.
Elegimos
una terraza muy elegante, en la zona portuaria malacitana. La tarde acompañaba
en el buen estado del tiempo. Hacía un día soleado, cálido y resplandeciente. A la hora fijada tenía ante mi a una joven que lucía con
sencillez el atractivo de su juventud. Vestía y calzaba con desenvoltura
unas prendas informales, pero elegidas con gusto y delicadeza. Junto a su
atractiva apariencia, su voz era melodiosa, dulce y plena de encanto. Me
agradó, desde el primer instante, su mirada traviesa y respetuosa al tiempo. Elegimos
una merienda a base de té, con unos hojaldres, realmente suculentos. Y hablamos
largamente, intercambiando palabras, anécdotas y proyectos, hasta que
plácidamente la noche nos envolvió con su magia azulada en oscuro, salpicada de
estrellas. La compañía de esta agradable e imaginativa mujer me aportaba ese
regalo inesperado y sutil del que alguna vez tenemos la suerte de poder disfrutar.
La
chica poseía titulación en Económicas, con algunos masters que adornaban un, al
parecer, brillante currículo. Se le veía contenta, explicándome
como funcionaba la mecánica de la acción inversora de capitales,
procedentes desde los más contrastados lugares de la geografía que nos
sustenta.
“Por supuesto, que en estas inversiones, con perspectivas
seguras y rentables, admitimos y gestionamos grandes sumas pero también
cantidades de ahorradores modestos que obtienen atractivos beneficios a la
confianza que nos deparan”.
Me
citó algunos ejemplos, muy detallados en su contenido, ejemplarizando la
rentabilidad que muchos clientes estaban consiguiendo con su patrimonio
económico. Se la veía disfrutar narrando detalles y más detalles acerca del
funcionamiento de la profesión que con maestría ejercía. El pícaro brillo de sus ojos cautivaba y derribaba cualquier
supuesta prevención para mi desconfianza.
Durante
los días venideros, mantuvimos algunos contactos a través del móvil y el correo
electrónico. Intercambiamos archivos musicales, en un contexto de abierta
amistad y mutua simpatía. Quedamos para cenar el
sábado próximo, pues la chica deseaba comentarme un producto muy interesante,
obviamente en el ámbito inversor, que podía resultar de mi interés. Fui
ilusionado a la cita, pues sabía de antemano que las cualidades de esta mujer
no me iban a defraudar. Su palabra y mirada eran inexcusablemente cautivadoras
y convincentes. En esta ocasión, elegimos un punto de encuentro en el casco
antiguo de la historia de Málaga, en plena Plaza de la Merced. Recuerdo que el local
estaba decorado como un lienzo del mejor romanticismo.
En
el transcurso de nuestra velada, admitió que en algún momento habían trabajado
con capitales de “dinero negro” pero que, una vez blanqueado, se transformaban
en prácticas puntualmente respetuosas, en lo administrativo y fiscal, con las
leyes y normativas vigentes. Sin embargo el grueso de los capitales invertidos tenían
el carácter dual de la opulencia y la sencillez, en sus respectivos orígenes.
“Nati, yo, como todos los que tenemos un trabajo estable,
hemos acumulado algún ahorro. Normalmente lo tenemos a plazo fijo en entidades
bancarias que sólo nos rentan porcentajes muy escuálidos a nuestras modestas
inversiones. La verdad es que escucharte la posibilidad de obtener hasta un
seis u ocho por ciento, incluso más, cuando en mi banco sólo me conceden apenas
el 2 %, me hace pensar en la posibilidad de probar suerte, en tu centro
financiero, a fin de rentabilizar mejor mis ahorros”.
Todo
parecía legal. La profusa documentación, las referencias a la normativa
inversora, la dulzura y convicción de esta chica, a la que sentía y valoraba
como un proyecto ilusionado de futuro…. todo ello hacía soslayar la prevención
ante el riesgo que, sin duda, subyacía en estas prácticas de ingeniería financiera
sobre el capital. Sin la prudencia necesaria, me vi
embargado en las redes sensuales y afectivas que irradiaba una mujer plena de
fuerza, sensibilidad e indescriptible dulzura. Me aconsejó probar con
sólo una parte de mis ahorros, en principio. Treinta mil euros, a los que
pronto añadí otros veinte mil más, dando que los intereses mensuales, al 7,5 %
llegaban con una puntualidad castrense y mensual a mi número de cuenta
bancaria. En un momento de euforia y amistad, invertí el 100% del esfuerzo
ahorrativo correspondiente a dieciocho años de trabajo, como docente en nuestra
Universidad. Para mayor incentivo, la relación afectiva con Nati, iba cada día
a más.
Habían
pasado ya dos meses y medio desde nuestro primer encuentro. Una noche me
comentó por e-mail que iba a tener que desplazarse, durante unas semanas, al
este europeo. Con motivo de su trabajo, habría de viajar a un par de países,
recorrido que finalizaría en el propio Moscú. Me prometía que me traería un
buen regalo, ahora que llegaba el fresco otoñal para el invierno. No le di más
importancia al hecho cuando una mañana, a la salida de clase, un subinspector de policía me esperaba en el hall de la
Facultad. Me indicaba, amablemente, la conveniencia de hablar con su
superior en la jefatura de policía acerca de un asunto que me afectaba, en el
ámbito económico. Muy intrigado le acompañé. Y allí, en el departamento de
delitos monetarios, pasé a uno de los despachos donde me atendió el inspector Ferrán quien, tras un frío saludo, fue
directo al grano nuclear de la situación.
“Mire, Rivera, me
veo en la obligación de comunicarle que ha sido Vd. objeto de una planeada
estafa. Ya han sido detenidos tres miembros de la banda, aquí en Marbella,
Salamanca y Madrid, aunque al resto los estamos persiguiendo a través de la
Interpol. En este momento tiene su cuenta bancaria bloqueada, a fin de afrontar
las responsabilidades subsiguientes. La inversión que desde hace dos meses efectuó
en esta organización, ha desaparecido. Debe asumir que la ha perdido. No es Vd
el único estafado. Hay unas sesenta personas más afectadas, la mayoría en el
sur pero también en el norte de España, Le aconsejamos también que solicite los
servicios de un abogado, a fin que éste pueda ayudarle en esta incómoda
situación”.
El
impacto que me embargada había sido muy contundente. Me sentía abrumado y
confuso. Cuando abandonaba ese inhóspito despacho, Ferrán, con una burlona
sonrisa, me planteó una última pregunta:
“Por cierto ¿con
Vd. se utilizó esa primera entrada o mecanismo de la agenda olvidada en el
asiento o el de la caída en la calle , por un resbalón inoportuno? Hasta ahora
son las dos artimañas de que tenemos conocimiento”.
Caminé
un buen rato, sin dirección precisa, tratando de reordenar mis ideas y en un
estado anímico un tanto vapuleado. El agradable sol primaveral ayudaba a
templar la tensa confusión que me embargaba. Una vez más, la tela de araña
había sido eficaz a fin de poder atraparte en la ambiciosa imprudencia de tu
voluntad.-
José L. Casado Toro (viernes, 7 marzo, 2014)
Profesor
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