Aquella
mañana, en un “finde” presidido por San Valentín, Melanie
fue, un día más, la primera en incorporarse de la cama. Quería tomar una buena
ducha, antes de organizar ese desayuno que apenas suele aceptar su marido Oscar, siempre con prisas por los asuntos pendientes
en la gestoría de su propiedad. Sus hijas Estrella
y Alma, dos lindas jóvenes en el esplendor de
su cronología, tienen clases de facultad en horario de tarde, por lo que pasan
ampliamente del despertador en ese protagonismo del alba. Suelen estudiar y chatear
hasta ese minutero donde se pierde o gana el control de la noche. Esta elegante
mujer, que apenas ha traspasado la barrera de los cincuenta, lleva un modesto
pero bien montado negocio de artículos para regalos, que comparte con su amiga
de la infancia Julia, en un importante centro
comercial de la zona sur malacitana. Melanie presume de que hoy va a ser un
buen día para la venta pues, además de los artículos y complementos que oferta
en sus bien diseñados expositores, tiene una coqueta sección de floristería
que, en un fecha tan señalada para regalar recuerdos afectivos, van a tener una
buena salida para la demanda comercial. El calendario marca, para esta
significativa fecha en los corazones, los dígitos del 14
de febrero.
A
eso del mediodía, Oscar le envió un Whatsapp, comentándole que hoy no comería
en casa, ya que habría de atender a unos colegas de Jaén por el negocio de unas
parcelas. Le añadía que esa noche llegaría tarde a casa, pues también habría de
cenar con estos colegas. El asunto de esta gestión era bastante complejo en
cuanto a la propiedad de las tierras. Como las niñas tenían también la tarde
comprometida, Melanie pensó en volver a la tienda, ayudando a Julia, la
copropietaria del establecimiento, a quien esta semana la correspondía
atenderlo en ese medio horario vespertino.
Sobre
las tres menos cuarto, llegó al portal de su casa. Tenía una nota en su buzón,
indicándole que había una entrega para ella. Era de Juan, el portero del bloque
quien, tras reincorporarse a su puesto, le subió un
precioso ramo de flores, al que acompañaba una cajita primorosamente envuelta y
un sobre teñido de tonos rosáceos. En el reverso del mismo, el nombre escrito
de Oscar. Melania había terminado hacía pocos minutos su almuerzo. Básicamente
había tomado ensalada y frutas, en función de una dieta prescrita por su
endocrino, dado su descuido muy perceptible en los gramos de su anatomía.
Estaba saboreando una tacita de té cuando recibió el atento regalo de su
marido. Su rostro dibujaba una mezcla de alegría y
extrañeza. Desde hacía ya un tiempo la relación entre ambos, aun siendo
cordial y respetuosa, había perdido intensidad y proximidad. La dedicación al
trabajo de estas dos personas, la rutina de los días, la progresiva falta de
diálogo entre dos seres cada vez más ausentes, había acabado por enfriar esos
sentimientos que hablan de necesidad, atracción y cariño. Las palabras entre
ellos se habían tornado vacías y la reciprocidad de sus miradas caminaban hacia
la opacidad de esos viejos espejos que han perdido el lustre de su definición.
Tras
colocar las flores en un jarrón con algo de agua, se sentó en el balancín de su
amplia terraza, abriendo intrigada el sobre. La
tarjeta que contenía expresaba tiernas palabras de amor y necesidad, estilo que
le recordaba al Oscar de aquellos años ya lejanos en el amor de juventud.
Habían pasado muchos 14 de febreros en sus vidas, algunos más cálidos que otros
pero ahora, ambos ya inmersos en el ecuador cronológico de la media centuria,
la frialdad usual de su cónyuge le daba una grata sorpresa, tendiéndole la mano
para recuperar muchas razones que ambos habían dejado perder en el olvido de la
pereza afectiva. Verdaderamente era un texto breve, pero iluminado con palabras
de amor. Al fin abrió esa cajita, grabada con el nombre de una prestigiosa
joyería, cercana a Larios, que contenía unos lindos pendientes engarzados con
perlas color verde esmeralda. No era el color de sus ojos pero, aún así, eran
preciosos tanto por su valor como por el cariñoso gesto que trasladaban.
Un
tanto nerviosa, cayó en la cuenta que ella no había buscado detalle alguno para
este Día de los Enamorados. Marcó rápidamente
en su móvil el número de su íntima Julia. Le contó, divertida, el gesto de
Óscar y le pidió alguna sugerencia interesante para regalar a su marido.
Conocía perfectamente el buen gusto y la imaginación de su amiga, a fin de
recibir de la misma un buen consejo en cuanto al regalo más apropiado. Se
despidió de Julia, quien le comentó no se preocupara por volver a la tienda,
pues ella se estaba bastando para atender bien al público que visitaba el local,
en esa tarde de viernes. Rápidamente se cambió de ropa y se dispuso a tomar el
bus para dirigirse al centro de la ciudad. Iría a la Librería Luces o a la Casa
del Libro. Buscaría algún ejemplar con significado apropiado para los gustos
literarios de su casi siempre pluri-ocupado cónyuge.
Óscar
llegó a casa pasadas las 11 y media de la noche. Un tanto cansado y
malhumorado, le explicó a Melanie que había sido un día de esos que dejan el
cuerpo agotado y la mente embotada. Todo a consecuencia de tanta conversación y
negociación, con clientes muy hábiles y difíciles para el acuerdo. Apenas se
fijó en las flores. El ramo reposaba en un artístico jarrón que adornaba la
mesita situada junto al gran mueble aparador, donde se integra una gran
pantalla de televisión y no pocos libros, que enriquecen decorativamente el
marco frontal de una sala de estar muy funcional en todos sus enseres. Se mostró un tanto desconcertado ante las palabras de
agradecimiento y afecto que recibió de su mujer quien lucía, presumidamente,
esos caros pendientes con perlas de color esmeralda. Con habilidad supo
reconducir su desconcierto y extrañeza inicial, salvando una situación
sumamente embarazosa para él por lo inesperado del caso. Las niñas estudiaban
en su cuarto, pues tenían que preparar exámenes cuatrimestrales para los
próximos días.
Ya
en la cama, ojeando sin interés su regalo “La ladrona
de libros” de Markus Zusak , esperó a que Melanie quedase sumida en el
sueño, hecho que esa noche fue un proceso algo más lento. Se la veía emocionada
y nerviosa ante la galantería y afecto de que había sido objeto. Miró el reloj
de la mesita de noche, que marcaba la una y veinte de la madrugada. Viendo que
ya su mujer dormía plácidamente, se levantó de la cama, procurando hacer el
menor ruido posible y, provisto de su teléfono móvil, se dirigió al cuarto de
baño. Marcó un número que correspondía a la intimidad
de su vida.
“Yela, soy Óscar. Te llamo a estas horas tan avanzadas,
porque ha pasado algo muy raro a lo que no encuentro explicación. Tengo que
hablar muy bajito, pues mis hijas están aún despiertas, estudiando no muy lejos
del baño. Esta noche hemos estado cenado tu y yo, muy felices. Sabes que te
comenté que mi regalo lo ibas a tener en casa, cuando llegases. Iba a ser una
sorpresa, por lo que encargué a mi secretaria que hiciera la gestión
correspondiente, con los datos que ya ella conoce. Le entregué un artículo de
joyería que yo mismo había comprado y ella se ocuparía de las flores. Los dos
regalos debían llegar juntos a tu domicilio, en el transcurso de la tarde. Me
aseguraste que tu madre iba a estar en casa, por lo que no habría dificultad
para la recepción del envío, desde la floristería. ¿Qué diablo ha podido pasar
para que el ramo de flores y los pendientes lleguen a mi propia casa y se los
entreguen a Melanie? Estoy hecho un mar de dudas. Ella descansa en este
momento, plena de felicidad ante esos detalles que obviamente debían estar en
tus manos. En el rostro y en el corazón de la persona a quien amo. Mañana tengo
que resolver este lamentable entuerto y descubrir la mano equívoca que ha
provocado esta confusión. Un beso, mi amor. Mañana encontraremos un espacio y
tiempo para estar juntos”.
Pasó
la noche despierto, casi todas las horas. Le daba vueltas y vueltas a la cabeza
acerca de una situación cuya explicación no acertaba a encontrar. Apenas había
amanecido, cuando salió muy temprano de casa. Melanie aún no se había
despertado. Desayunó en la cafetería Foncal, muy próxima a las dependencias de
su oficina, a donde también solía acudir Paula,
su secretaria, antes de iniciar el horario de trabajo. Cuando la vio entrar le
hizo una señal, invitándola a que tomase acomodo en su mesa. En pocos segundos
le planteó la enojosa situación que estaba atravesando, con la gestión que le
hizo la mañana anterior. Necesitaba una explicación
puntual y convincente acerca del por qué llegaron a su domicilio unos regalos
que tenían un destino bien distinto. Una vez conocida la respuesta que
le transmitió su secretaria (la chica le había pedido el favor a otra
compañera, empleada de la gestoría, pues ella había tenido que desplazarse
urgentemente a casa, tras ser informada de que su padre había sufrido una caída
por las escaleras del parking) el atribulado amante subió a su despacho desde
donde, un rato después de reflexionar, marcó un número telefónico que bien
conocía.
¿Quién estaba al otro lado de la línea?
“Suponía que me ibas a llamar, Oscar. Lo esperaba, desde
que llegué a la tienda. Las circunstancias te han jugado una mala partida. Una
joven eligió nuestra floristería, sin conocer la propiedad de la misma.
Precisamente, la franquicia de flores y regalos de la que tu mujer Melanie, y
yo misma, somos copropietarias. Yo no sabía nada acerca de tu historia con esa
señorita Yela. Pero cuando conocí el nombre de quien hacia esos regalos y a
quien se los dirigía, cambié, sencillamente, el destino de los mismos. Mi
compañera y amiga Melanie estaba siendo engañada por su marido. Tú, el padre y
esposo ejemplar, liado con alguna jovencita de turno. Menudo caradura. Eres un
farsante. Te merecías que los presentes y cariños para tu amiguita llegasen a
tu esposa legal y verdadera. A ver si alguna vez aprendías la lección y dejabas
de engañarla. De sobra eres merecedor de esta respuesta. Por supuesto que no he
dicho nada a Melanie. Debes ser tu quien se quite el disfraz y te sinceres con
tu verdadera mujer. Ya está bien de ese doble juego de cinismo que, al parecer,
tan bien sabes escenificar”.
Esta
dura reflexión, en las palabras de Julia, dejaron aturdido a un Óscar que
comprendía que su complicado juego matrimonial y extramatrimonial no podía
continuar de manera indefinida. Había sido descubierto por esas casualidades
que algunas veces se presentan en nuestras vidas. Tendría que hablar con su
mujer, decirle la verdad, aun con la evidencia que ello echaría a pique la acomodada,
pero frágil, estabilidad de su matrimonio. Realmente eso era lo que deseaba. En
esos momentos de aturdimiento, al sentirse descubierto y burlado, sólo tenía
una idea muy firme. Quería reconducir lo rutinario en
su vida, yéndose a vivir con su verdadero amor, la joven Yela. San
Valentín, el patrón de los enamorados, en un 14 de febrero, le había puesto en
bandeja la necesidad de ser valiente y responsable con su propia conciencia. Hizo una llamada a su esposa, Melanie. Con voz
temblorosa, pidió a su mujer que hiciera el favor de desplazarse a unos
jardines donde solían acudir para pasear durante algunos fines de semana, pues
necesitaba hablar con ella acerca de un tema muy importante que iba a afectar
al futuro de ambos.
10:20
en la mañana del sábado. Melanie guarda el móvil en su bolso, tras atender la
llamada de su marido. Entra en la trastienda, donde Julia está ordenando unas
cajas.
“Me acaba de llamar Óscar. Necesita hablar urgentemente
conmigo. No sé qué se traerá entre manos. Me dice que es algo muy importante
para nuestro futuro. Pero no te preocupes, Julia. Yo nunca te voy a dejar, por
nada en el mundo. Junto a ti he recuperado ese amor que perdí, tras los
primeros años de mi matrimonio. Te necesito. Cada d ía más. Es difícil compartir la convivencia
y el corazón. Pero, tú yo lo hemos logrado. Contigo los días tienen sentido, esperanza
y vida”.
José L. Casado Toro (viernes, 14 febrero, 2014)
Profesor
No hay comentarios:
Publicar un comentario