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viernes, 2 de marzo de 2018

RACIONALIDAD Y RESPONSABILIDAD, PARA ALCANZAR LA MEJOR OPCIÓN.


El reloj instalado en un lateral de la veterana Sala de Profesores marcaba las 13:30, en un azulado día de Marzo primaveral. Como normativamente sucedía, según la indicación del horario oficial, durante todos los lunes de aquel curso tenía que dedicar esa última hora de la mañana a una clase o sesión didáctica que a todos los implicados en la misma nos “enriquecía”. Trabajar la acción tutorial, con el colectivo grupal de alumnos, suponía una estupenda oportunidad para avanzar humanamente en su conocimiento, tratar de ayudarles en la orientación de su aprendizaje y, también, sugerirles aquellos consejos que mejorasen su evolución como jóvenes personas en crecimiento. Los escolares, resultaba obvio, también lo agradecían: al tratarse de una hora ya tardía en el cansancio de la mañana, podían así cambiar la rutina de las materias académicas por ese sugestivo diálogo intergrupal que normalmente tanto nos vitaliza.


Ese año me había sido adjudicada una tutoría correspondiente a un curso de 4º de la E.S.O. Los alumnos que integran este nivel académico acumulan una edad media de 15 años, aunque hay algunos que ya van avanzado por la senda de los dieciséis. Tenía diversas motivaciones que me hacían valorar el trabajo con alumnos de ese nivel. Tras la superación de este curso, los alumnos obtienen el primer título de su recorrido académico: el Graduado en la ESO. Este incentivo les hace extremar su dedicación y esfuerzo en el estudio y en la adquisición de las correspondientes habilidades explicitadas en el currículum. A ellos y a sus familias se les sitúa, una vez superado este nivel, ante la tesitura de tener que optar por el itinerario del bachillerato, con vistas a un posterior acceso a la Universidad, o bien iniciar ese otro proceso paralelo de los ciclos formativos profesionales, de primer o segundo grado. Por otra parte, los chicos y chicas de esta edad se encuentran en un nivel de su proceso psico-evolutivo, que podemos ubicar entre los cambios orgánicos de la pubertad y esa entrada desde la adolescencia en el ámbito de la plena juventud. Sin duda son años decisivos en la vida de todas las personas, pues en esta fase de la existencia es donde se asientan mejor los fundamentos que irán conformando nuestro carácter y la forma de ser temperamental ante la vida. Todo ello justifica el interés que el profesional de la educación encuentra en este específico nivel de la regulación escolar. Dicho de una manera coloquial: si se siembra bien en estos decisivos años de la vida, podemos esperar buenos frutos en ese futuro que a todos nos alcanza. 

El tema elegido para la clase de aquel día se titulaba: RACIONALIDAD Y RESPONSABILIDAD, PARA ALCANZAR LA MEJOR OPCIÓN. Como introducción al debate posterior, comentaba a mis alumnos una realidad que era incuestionable: a lo largo de la vida, las personas hemos de tomar decisiones de índole muy variada (materiales, afectivas, profesionales, formativas, técnicas, lúdicas …). En no pocas ocasiones tenemos que elegir entre varias y hasta contradictorias opciones que se presentan ante nuestra voluntad y racionalidad. Y esas disyuntivas también suelen resultar complicadas de resolver, pues tememos equivocarnos si optamos por una decisión que puede resultar fallida o desacertada. Pero, ante las diversas posibilidades que tenemos por delante, nos asiste el derecho a elegir lo más conveniente para nuestros deseos y necesidades, aunque no sea fácil tomar esa mejor decisión entre otras muchas.

Solía aconsejarles un recurso que daba buen resultado, para esas tesituras en las que tantas veces nos hallamos insertos. Les decía que tomaran una cuartilla de papel y la dividieran con una línea por la mitad. En el rectángulo izquierdo irían anotando las ventajas que ellos pensaban alcanzar si adoptaban esa decisión. En el lado derecho irían anotando las desventajas o inconvenientes que pensaban podría derivarse de seguir por ese mismo camino. Básicamente sintetizaban los “pros” y los “contras” de cualquier opción, siempre con un adecuado razonamiento. Una vez que hubiesen finalizado esta aportación de elementos opuestos, sopesarían la suma de unos y otros en una balanza imaginaria, la cual señalaría la opción más acertada o aconsejable, teniendo en cuanta esos pros y contras de los dos (o más) caminos analizados. Aun así deberían actuar con prudencia, evitando la siempre desaconsejable precipitación. Sin embargo, una vez que todos los aspectos o elementos hubiesen sido bien racionalizados, el camino finalmente elegido habría de ser seguido con firmeza y plena convicción.

Aquél día llevamos a la práctica varios ejercicios, basados en esa libertad de opción responsable (cuestiones sugeridas en parte por iniciativa de los propios alumnos). Citemos algunos de los temas o disyuntivas que aportaron los grupos en que el colectivo escolar fue dividido: Bachillerato o ciclos formativos; el mejor regalo en las festividades cíclicas anuales: Navidad, Reyes, San Valentín, Día del Padre, Día de la Madre, onomásticas y “cumples”; piercings y tatuajes; tabaco, alcohol y deporte; comida rápida o mediterránea; etc. Esa hora final de la mañana, dedicada a la acción tutorial, resultó bastante amena, controvertida y divertida. Creo, sinceramente, que a todos nos supo a poco, las posibilidades de esa clase que resultaba plenamente enriquecedora, por lo que prometí que, en una próxima sesión, seguiríamos trabajando esta atractiva temática.

Ya en la noche de ese lunes, compruebo con sorpresa que una de las alumnas, Estrella, me enviaba un correo electrónico. Debo aclarar que, desde el primer día de clase, tenía por costumbre facilitar mi dirección electrónica a quienes iban a conformar el grupo de tutoría. Lógicamente también sus integrantes me facilitaban sus datos, direcciones y otras útiles informaciones, que precisamente anotaban en  u en u ﷽﷽﷽﷽ edlectrdatos y direcciones electna de las alumnas, Estrella, me enviaba un correo edlectrna completa ficha que les entregaba al efecto. Aclaraba previamente, para evitar equívocos, de que el uso del correo debería estar reservado sólo para cuestiones académicas o aquéllas otras de naturaleza personal que considerasen especialmente importantes. De manera afortunada, nunca llegué a tener queja del uso que los estudiantes hicieron de esta útil y versátil herramienta para la comunicación y el intercambio de materiales, puesta a nuestra disposición por la red de Internet. 

¿Cómo era Estrella? Quince años, edad que resume cualquier otra definición. En rendimiento escolar, más bien “normalita”. Se relacionaba muy bien con sus compañeras y amigas. En las más de las ocasiones, le gustaba tener un “simpático” protagonismo. Su aspecto físico entraba de lleno dentro en esos saludables parámetros de una maravillosa edad. Tanto en serio como en broma se quejaba, ante las personas “próximas” de ser en exceso bajita, abusando un tanto de las plataformas y “elevadores” en los zapatos que potenciaban su estructura anatómica. En las últimas semanas había percibido en ella cambios contrastados y radicales de carácter, pasando con rapidez de la risa nerviosa y desenfada a la introversión ensoñadora y silenciosa, tal vez con un rictus de tristeza que reflejaba algún problema que le estaba afectando. Esas inesperadas alternancias en sus respuestas sociales podían entenderse, dada su edad, como consecuencia de los “naturales” cambios orgánicos que todas las personas experimentan en su paso a la adolescencia.

El contenido de su correo no era excesivamente extenso, considerando su redacción, pero profundo y testimonial por su importante y complicado contenido. No es literal, el único párrafo del e-mail, pero las siguientes líneas resumen perfectamente la naturaleza del mensaje:

“Profesor disculpe la hora pero, después de la clase de tutoría que hemos tenido esta mañana, me he animado a escribirle. Lo estoy pasando bastante mal, francamente mal, a nivel familiar. El matrimonio de mis padres hace agua por los cuatro costados. Es como un barco que se hunde, día tras día. Hace tiempo que no se aguantan. Pasan de las palabras, a los gritos y a los malos modos. Algún vaso o plato, los he visto caer estrellados contra el suelo. El ambiente se hace incómodo. Creo que se van a separar. Se lo quería contar para que pueda entender un poco mejor mi comportamiento en las últimas semanas. Ya le iré dando más detalles de una desagradable situación que nos hace sufrir tanto a mí como a mi hermano. Pienso que ellos dos también lo estarán pasando muy mal. Buenas noches y perdone. Estrella”.

Aproveché los minutos del recreo del día siguiente, martes, para dialogar con esta alumna. Tenía que hacerlo de manera urgente. Le expliqué que en esa difícil situación, por la que al parecer atravesaba la relación de sus padres, ella debía mantener un prudente equilibrio en el trato con ambos, evitando en todo momento perjudicar o incrementar con su comportamiento esas pequeñas o más grandes rencillas que se habían generado entre sus progenitores. Que ayudase especialmente a su hermano menor. Y que esta complicada situación familiar no sirviera de excusa para relajarse en el estudio. A partir de esa entrevista individual, junto a otros correos que con intermitencia iban llegando en las horas avanzadas de la noche, fui ampliando la base de información acerca de los integrantes de esta familia.

Su madre Norma, que poseía una licenciatura en Ciencias Económicas, trabajaba fuera del hogar como interventora de una entidad bancaria. Según su hija, se caracterizaba por tener un carácter en exceso autosuficiente, con tendencia al control y a la dominación de su entorno. Era persona un tanto obsesiva con el orden y de mentalidad “matemática”, muy rigurosa con los detalles y la exactitud en todo su comportamiento. Calculadora y con tendencia al egocentrismo. Dedicaba gran parte de su tiempo a seguir los acontecimientos de la bolsa de valores, donde parece ser tenía algunas inversiones. Obviamente yo había tenido la oportunidad de conocerla, a partir de una entrevista tutorial que bajo mi petición concertamos (al igual que hacía con todos los tutores familiares a comienzos de curso). Recuerdo que no había asistido a la reunión colectiva de padres, realizada a finales de octubre. En esa primera entrevista se presentó “ataviada” con una exquisita solemnidad social.

En cuanto a su padre, de nombre Abel, ejercía la profesión de fotógrafo, trabajando en un despacho o agencia de publicidad. Parece ser que era una persona amante de todo lo cultural, destacando su afición por la música, la imagen, el diseño y el contacto con la naturaleza. Soñador, lector empedernido, amante de los viajes y un tanto distraído y despreocupado. Solía relativizar puntualmente los problemas, los propios y aquéllos otros que conocía a través de la red mediática. En uno de sus correos, Estrella me transmitió una confidencia que tenía bien reservada: “Aunque es un secreto, puedo afirmar que mi padre tiene una amiga íntima, tal vez desde hace algún tiempo. Por un hecho casual, tuve oportunidad de verlos juntos cuando se disponían a entrar en un cine. Se les veía bien “acaramelados”. No conté nada a mi madre acerca de esa imagen, cuando volví a casa”.

En uno de esos correos, que yo consideraba de “desahogo”, dada la dificultad de comunicación que la chica mantenía con sus padres (a pesar de mis consejos de que hablara serenamente con ambos) me confesó lo que venía siendo más que previsible. Norma y Abel se habían reunido con Estrella y su hermano menor (10 años) planteándoles claramente su crispada relación. Habían decido con firmeza emprender el camino abierto de su separación, a fin de no seguir manteniendo una ficticia situación que se les antojaba insostenible. Aunque ellos tenían una opinión al respecto, consideraron conveniente preguntar a los dos críos con cuál de sus padres querían seguir viviendo. El pequeño, Fran, dijo que el quería seguir en la casa de siempre, junto a su mamá. Por su parte Estrella, aunque sentía más connivencia con su padre, no quería de ningún modo separarse de su hermano. Sabía que iba a chocar con frecuencia con una madre cuyo carácter ella no soportaba, pero sabría sobrellevarlo. Además estaría con su padre muchos fines de semana y los períodos pactados durante las vacaciones.

“No supongas (mis alumnos solían mezclar el tuteo, con la mención inicial de mi nombre. Esta forma de trato facilitaba la proximidad) que ha sido fácil. Los pros y los contras se enfrentaban, entre el corazón y la mente. Pero me ha ayudado bastante aquella clase del lunes, en tutoría, en la que practicamos el hábito y la estrategia de la decisión entre varias opciones. Tomé mi folio en blanco y en las dos columnas fui poniendo las ventajas y desventajas de optar por irme a vivir con mi padre o quedarme en casa con mi madre. El “platillo” de la balanza finalmente me ha aconsejado adoptar la mejor opción. En esos momentos, complicados desde luego, recordé aquello que nos decías acerca de que todo lo que se aprende y practicas, más tarde o temprano, resulta útil y te puede ayudar.”

El sentido de la madurez que una chica de quince años estaba aplicando, en una muy difícil  situación personal y sintiéndose inmersa en una conflicto de intereses y caracteres alejados de la armonía, me resultaba en sumo admirable, ejemplarizante y digna de asombro. Todos esos largos minutos, que el problema de esta alumna me hacían permanecer delante del ordenador, los daba por bien empleados. Obviamente, la acción tutorial no finaliza en los minutos de clase o del recreo. La complejidad y grandeza tutorial exige prolongar, en el tiempo de la privacidad, la dedicación necesaria para esas muy jóvenes personas que lo necesitan, dadas las carencias (afectivas o de otro género) que puntualmente pueden encontrar en el ambiente familiar.

Pensaba que este asunto se había llevado bien, dentro de lo doloroso que supone para unos hijos pequeños “vivir” la ruptura de la estabilidad afectiva dentro de su propia familia. Cité en un par de ocasiones a la madre de Estrella, pero sin suerte en la respuesta. Mi intención era seguir ayudando a Estrella, en todo lo que estuviera en mi mano, para superar ese amargo trace.. Hablé con el resto del equipo de profesores, a fin de que hicieran todo lo que estuviera de su parte por ayudar a una alumna que soportaba ese amargo trance de vivir con unos padres que, radicalmente enfrentados, habían optado por la situación menos lesiva de poner distancia entre ellos. Sin embargo, la sorpresa, bastante ingrata, aún estaba por llegar.

Aquella mañana de un viernes, finalizaba mis clases a las 13.30. Cuando ordenaba la cartera de trabajo con unos dossiers, antes de abandonar el centro escolar, uno de los conserjes vino a decirme que había una madre en la puerta que quería hablar conmigo. Aunque no tenía cita alguna pendiente para ese día, salí de la sala de profesores con el ánimo de atender a esa persona que aguardaba en la entrada. Para mi sorpresa, era la madre de Estrella quien me estaba esperando. Sólo había hablado una vez con ella, pero recordaba bien sus rasgos faciales. Desde un primer momento percibí que venía a verme con un ánimo en el que podía entrever su enfado y una actitud presta para la polémica.

Venía a decirme, con unos modos en absoluto amistosos, que había estado controlando el correo electrónico de su hija, enterándose que Estrella me había estado poniendo al corriente de los problemas que atravesaba su familia, que me había estado pidiendo consejos y que yo la había estado ayudando, “metiéndome” en unos asuntos que no me concernían. Me exigía, de forma absolutamente imperativa, que cortase cualquier comunicación con su hija. Que Estrella tenía a su madre y que no le hacía falta nadie más.

Traté de mantener la calma, pero no dudé en responder, con firmeza y convicción, a la muy atribulada e irascible interlocutora.

“Señora. Como tutor escolar de su hija, me he limitado a cumplir con mis obligaciones. En la reunión de primeros de curso con los padres y madres de mi tutoría, a la que Vd. o su marido no asistieron, expliqué detalladamente las responsabilidades que me competen como profesor tutor. Precisamente, le he propuesto en dos ocasiones, durante estas últimas semanas, mantener un diálogo individual y aun estaba esperando su respuesta. Sólo hemos hablado una vez. Ocurrió en Noviembre, antes de que surgiera este complicado asunto. Y también fue a petición mía.

Su hija, al igual que el resto de sus compañeros, tiene mi dirección electrónica. Yo también tengo la de todos mis alumnos. Comunicación electrónica que sólo debe ser usada en situaciones de importancia y, preferentemente, relativas a temas de estudio. Era evidente. Estrella necesitaba, dado el amargo y difícil trance por el que está pasando, dialogar con alguien que la escuchara y le aconsejara de la mejor forma, a fin de no perder la concentración y el buen ánimo en el proceso de su aprendizaje. Lo que ella quiso o necesitó comentarme, junto a mis respuestas al respecto, ahí las tiene Vd. escritas en la pantalla del ordenador. Puede acudir con ellas a donde mejor estime oportuno. Yo me siento muy orgulloso de haber ejercido mi función tutorial en una situación que, obviamente, es difícil y dolorosa. 

Le aseguro que lamento mucho la ingrata desafección en la que se hallan inmersos. Pienso que Estrella es una gran chica, con una madurez impropia a sus quince años de edad. Se debe sentir muy orgullosa de la actitud responsable que ella ha sabido mantener en este desagradable contexto. Ayude a su hija. Esté cerca de ella. Gánese, con paciencia, comprensión y afecto, su confianza. Vd. necesita a su hija y Estrella necesita a su madre. Si me permite, le sugiero que dedique todo el tiempo posible, y aún más en estas duras circunstancias, a sus hijos. Los profesores no buscamos el protagonismo. Se  lo aseguro. Los más importantes protagonistas, en la comunidad escolar, son los alumnos. Sólo nos importa, pienso que al igual que a sus padres, el equilibrio, el esfuerzo, los mejores valores, la maduración, de unos seres en desarrollo que deben ser felices en el hábito y ejercicio de la responsabilidad”.

Los correos procedentes de esta alumna cesaron de llegar a mi ordenador. Era evidente que los canales de comunicación con sus padres serían ahora  más fluidos. En aquella tarde muy calurosa de Junio, cuando celebramos en el centro la fiesta de graduación de los alumnos de 4º de la ESO, vi que Estrella había venido acompañada, como era lógico, por sus padres y hermano. Tras la imposición de las bandas y la entrega de diplomas, esta alumna, muy bien “ataviada” para la emotiva efemérides (al igual que la mayoría de sus compañeros) se me acercó y un tanto emocionada me dijo “Gracias, profe, por todo”. Me acerqué para estrechar las manos de sus padres, que aguardaban a un par de metros. Entre nosotros no hubo apenas intercambio de palabras, sólo unas educadas y correctas sonrisas.-   


José L. Casado Toro (viernes, 2 Marzo 2018)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga



viernes, 1 de abril de 2016

CUANDO AQUELLAS NUBES DEL PASADO NOS ALCANZAN.

La hora de la entrevista había quedado definitivamente fijada para la mañana del martes, a las once en punto. La tarde anterior, de esa importante reunión en la vida de Silvia, estuvo presidida por una confusa mezcla de sentimientos diversos. De una parte, su mente soportaba una intensa preocupación ante esos minutos que podrían recomponer la penosa etapa de bloqueo laboral que soportaba, tras el cierre empresarial del laboratorio en donde había estado trabajando durante más de cinco años. Al mismo al tiempo le embargaba una esperanzada ilusión ante el hecho de que su curriculum fuera uno de los que habían superado una primera y decisiva criba, a fin de adjudicar la ansiada plaza de técnico analista en una conocida empresa local que elaboraba postres lácteos. A sus treinta y cinco años de edad, un matrimonio frustrado y una niña de siete años a la que atender, se repetía mentalmente, una y otra vez, sobre la necesidad de no cometer fallos en un esquema de entrevista que había estado preparando y ensayando con meticulosidad, durante los días previos a la decisiva cita.

Aquella noche, minutos antes de irse a la cama, tomó un par de comprimidos recetados por su médico de cabecera, a quien había explicado los problemas laborales y familiares que sufría para descansar. Necesitaba conciliar pronto el sueño y conseguir unas buenas horas de recuperación en su organismo, especialmente afectado en estos día por los nervios. Había dejado bien organizada tanto la ropa, con la que se iba a presentar en la entrevista, así como el pequeño dossier donde llevaría copias de su historial académico y laboral, con los certificados correspondientes a fin de acreditarlos en caso de consulta.

El sonido del despertador le ayudó a levantarse con presteza del lecho, dedicando un buen rato al aseo y el cuidado personal. Apenas sentía apetito aquella mañana, pero se esforzó en tomar un buen vaso de zumo de naranja natural así como una tostada integral con aceite de oliva. A eso de las diez y quince, bajó a la parada cercana del metro, medio de transporte que la iba a trasladar, desde su residencia en el moderno barrio de Teatinos, hasta el núcleo intercambiador de Vialia. A pocos metros de ese punto estratégico, donde confluyen trenes, autobuses, metros y taxis, se encontraba la oficina de empleo donde tendría lugar la anhelada reunión. Habría de presentarse en el departamento de psicología laboral, donde se desarrollaría la prevista entrevista clasificatoria.

Al entrar en la salita de espera vio que otras tres personas (todas ellas varones) aguardaban ya su intervención. Los cuatro candidatos al puesto intercambiaron miradas de soslayo, con un  semblante presidido por una indisimulable tensión anímica. Con intermitencia de entre veinte a treinta minutos, la secretaria les fue indicando que pasaran al despacho en donde iban a mantener el diálogo. Quiso la suerte (en realidad el llamamiento fue realizado manteniendo el ordinal alfabético de sus apellidos) que Silvia fuese la última en presentarse ante una psicóloga laboral, encargada de realizar los informes psicotécnicos y curriculares que señalarían a la persona más adecuada para la plaza ofertada.

Nada más entrar en la pequeña sala que ofrecía una imagen de frialdad, tanto en lo térmico como en su vacío decorativo, creyó reconocer a la persona que estaba sentada detrás de la mesa. Encima de este espacio descansaban varias carpetas cerradas y un dossier abierto. El rostro de aquella mujer, con la que tendría que entablar un difícil diálogo analítico, le traía algún recuerdo en su memoria. Pero, en principio, no lograba ubicar dónde ni cuándo había existido esa posible relación personal. Tras un brevísimo saludo, su interlocutora también la observaba con una mezcla de curiosidad y seriedad. 

“Puedes tomar asiento, Silvia. Disculpa que haya utilizado el tuteo. Pero aunque para ti pueda resultar difícil reconocer a la persona con la que vas a entablar esta conversación, en mi caso no es así. Observo que el paso del tiempo ha sido generoso con tus rasgos y apariencia. Ves que no he podido olvidar tu nombre. Tú debes saber bien el por qué. Cuando has entrado por esa puerta, te he reconocido sin la menor dificultad. Yo he tenido que esforzarme mucho para ofrecer la imagen que ahora tienes en tu presencia. Soy Reme, tu compañera de clase en el Instituto. Con veintitantos kilos de menos y con una titulación profesional de la que me considero muy orgullosa. No. no ha sido fácil llegar a ocupar este puesto y la confianza que la empresa consultora ha depositado en mi persona.

A poco que hagas memoria, entenderás fácilmente el motivo por el que no guardo buen recuerdo de aquellos años de nuestra adolescencia en las clases. Todo lo contrario. Me traen muy dolorosas imágenes de cómo se puede focalizar tanta crueldad en el trato sobre una chica de quince o dieciséis años, que lo único que pretendía era ser una más entre las demás, tener amigas y poder estudiar con un mínimo de tranquilidad y sosiego afectivo. Nada de eso me fue concedido y tú, Silvia, fuiste la líder de todo ese sufrimiento que, de forma tan inhumana, tuve que soportar.

Pero, afortunadamente, no soy como tú. Y, en este momento del reencuentro, sabré actuar con la responsabilidad y profesionalidad que me es exigida. Aunque fue durísima esa crueldad, que permanece en mi memoria, no debe ser éste tiempo para el rencor. Vamos a comenzar nuestro diálogo, a fin de objetivar los datos necesarios que permitan elegir a la persona adecuada para ese puesto de trabajo al que aspiráis los cuatro candidatos finalistas”.

La sorpresa anímica en el rostro de Silvia era bien manifiesta tras el inesperado reencuentro, teñido de esa tensa y larga introducción. Se vio trasladada, en su memoria, a un par de décadas atrás. Efectivamente eran tiempos de adolescencia para las dos mujeres que, en este crucial momento, estaban sentadas frente a sí. Ahora ya reconocía, a pesar del radical y positivo cambio en su apariencia, a su compañera de bachillerato Reme, a quien ella precisamente había puesto el nombre de “la foca”, apelativo que se difundió fácilmente entre la muchachada, debido al sobrepeso manifiesto que el orondo cuerpo de la joven ofrecía. Pero si fue cruel tener que soportar ese mote, para una chica de quince años, más dolorosas fueron las burlas, la exclusión relacional y el desprecio afectivo que precisamente ella, Silvia, se encargó de tejer con esa maldad vergonzante del fuerte sobre el débil, en la pobre e infantil búsqueda del liderazgo social. En realidad todo era una banal forma de compensar otras carencias afectivas que ella tenía que vivir en el seno de su propia familia, ante el profundo desamor entre sus padres.

La entrevista profesional entre, psicóloga y aspirante, duró apenas unos quince minutos. Fue la más breve de las cuatro que tuvieron lugar aquella mañana de marzo, en el centro de cualificación laboral. A la finalización de la misma, Silvia, aún con un cierto shock por ese reencuentro caprichoso que el destino le había deparado, hizo un último esfuerzo de disculpa, que resultó forzado, escasamente creíble y desde luego patéticamente impudoroso.

“Sé que te debo una disculpa, Reme. Pero has de entender que son comportamientos que se tienen en la adolescencia. A los quince años se hacen muchas tonterías. Y que, por supuesto, pueden ser dolorosas para quien las recibe. En aquella fase de nuestras vidas, yo era la fuerte y tú una persona muy tímida y débil. Siempre percibí tu cobardía para responder a mis ataques. Pero han pasado ya unos veinte años. Ahora yo necesito y tengo que luchar por conseguir este puesto de trabajo. He de cuidar de una hija pequeña y mi vida afectiva continúa siendo, como en aquellos tiempos del Instituto, no muy afortunada. Confío que en este momento puedas superar aquellas niñadas escolares. Al menos, en lo físico y en lo profesional, son evidentes los positivos avances que has conseguido”.

Aquella misma tarde/noche de marzo, Reme finalizó la calificación argumentada de los cuatro aspirantes al puesto de técnico analista para una afamada empresa de yogures, que necesitaba cubrir esa preciada plaza laboral. Tras la cena, ayudó a su madre a quitar la mesa y ordenar la cocina. Aunque daban una buena película por la segunda cadena, se sentía cansada por los avatares que había tenido que afrontar en el día. Se fue pronto a la cama pues, a primera hora de la mañana, habría de entregar a Delio, su jefe, los respectivos informes que había elaborado.

Antes de conciliar el sueño, su mente viajó una vez más a los convulsos tiempos escolares del Instituto. Se hacía esa pregunta, tantas veces repetida en las brumas de su memoria ¿Por qué los profesores no tuvieron el acierto de intervenir, cuando ella tanto sufría la sinrazón de sus compañeras? Nunca olvidaría aquella respuesta que recibió de su tutor, cuando al fin un día se decidió a pedirle ayuda. “Son cosas de crías, Reme. Tú también eres responsable de ese circulo en el que dices te sientes atrapada. No culpes sólo a las demás. Debes examinar también tu propia responsabilidad en esos hechos, que me parecen exagerados según la descripción que me estás haciendo”.

¿Sabría este muy desafortunado profesional el acre significado que tiene el concepto de BULLYING (acoso escolar) para una chica en el alba de su adolescencia? La acción tutorial es una función decisivamente importante, para ser ejercida por personas carentes de una cualificada formación y profesionalidad en la práctica educativa. Y estos lamentables errores, tanto en la infancia como en la adolescencia, son muy difíciles de superar para quien ha tenido la desgracia de soportarlos.

Silvia no consiguió la plaza laboral a la que aspiraba. Su puntuación quedó en tercera posición, entre los cuatro candidatos participantes al puesto. Ella y Reme no han tenido, hasta el momento, una nueva oportunidad de contacto.-

José L. Casado Toro (viernes, 1 Abril 2016)
Antiguo profesor I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga