Son
personajes dignos de estudio, ciertamente admirables. Podrían ostentar, entre
los galones invisibles de sus uniformes, un distintivo cromado que marcara la
habilidad y prestigio a que se han hecho acreedores. Siempre, por su rentable y
artística, envidiada y temida al tiempo, versatilidad. Pero ¿a qué prototipo, entre los numerosos roles humanos, nos
estamos refiriendo? Pues a uno que sabe medrar, con suculentos
beneficios (no siempre de naturaleza material) en el marco variopinto de la
“selva” social.
Seguro
que te has cruzado, en más de muchas ocasiones, con él. Probablemente lo has
padecido, detestado, sufrido, aguantado y compadecido, en tu microcosmos
social, laboral o familiar. Ya, ya es momento de ir concretando, quitándole
algunos de los ropajes que envuelven teatralmente su imagen, a estos personajes
que pueblan la farándula existencial. Su artística
creatividad cotidiana consiste en saber y
querer decir, en cada momento y a cada uno de nosotros, esto o aquello de lo
que necesitamos y queremos escuchar. Es decir, sonrisas para unos.
Chascarrillos, para otros. La palabra justa para aquél. El gesto, más que
oportuno, para éste. Y si hay que hablar de fútbol, tecnología, filosofía o
religión, allá estará él para mantener, y preciadamente habilitar, ese diálogo.
Aunque sus fundamentos conceptuales sean más que precarios o estén
primorosamente bordados entre alfileres y tramoyas vacías. Hoy aparento seguir
a la izquierda. Y, mañana, me identificarán con la derecha, ultra o light.
Simplemente es…. la conveniencia o posibilismo del interés. Y tienen su público. Necesitan de su público ¡cómo
no! Sí, casi siempre recibimos de su protagonismo aquello que, entre la rutina
y el sopor, se percibe como un goce para
sosegar nuestros oídos. Su palabrería, verdadera ingeniería gramatical, adquiere una categoría deslumbrante, sin
necesidad de estar avalada por certificación claustral o académica alguna. Nos
embriagan con una metodología acomodaticia, camino del reino de la convicción.
La habilidad de que suelen hacer gala es bien sencilla. Ofrecer a cada uno, un poco de su necesidad. La incredulidad que
acaban, finalmente, generando hacia ellos mismos (todo es cuestión de tiempo)
saben hábilmente compensarla con otros réditos, prebendas y honores que bien,
muy bien, saben aprovechar. Actúan como
esos camaleones de la naturaleza que adaptan su cromatismo periférico a la
oportunidad de cada uno de los tiempos, la geografía y demás circunstancias, vinculadas
a sus inmediatos interlocutores sociales para la convivencia.
Un
día de jornada cualquiera, en la actividad laboral de la empresa. La planta
segunda, del macrocentro, está dedicada para la ropa juvenil e infantil, más
una sección habilitada a las actividades deportivas y el tiempo libre. Este
amplio espacio mercantil se halla bajo la responsabilidad directiva de Cleo (Cleofás, en la pila bautismal, por responsabilidad de
padre y madre). Dieciocho años de antigüedad en la empresa en la que entró,
siendo muy joven, con titulación de empresariales y el aval decisivo de una
convincente carta de presentación. Ha ido, paso a paso, avanzando en la
estructura organizativa del Centro Comercial, con una hoja de servicios
intachable y modélica. Bien es verdad que, a su formalidad laboral, ha sabido
añadir unas dotes comunicativas perfectamente adaptables a la oportunidad y
conveniencia de cada momento y persona. Cuando estaba en los “escalafones
inferiores”, aplicaba su estrategia abriendo caminos, entre sonrisas y
servilismos, con sus jefes inmediatos. Y ahora ya, en los grados superiores de
la jefatura, sabiendo tratar la heterogeneidad de los que fueron compañeros de
nivel y que, en este momento, se encuentran bajo su autoridad directiva.
En
realidad no le incomoda que le llamen Cleo. Todo lo contrario. Esa familiaridad
la considera como un recurso más en su
llaneza comunicativa. Sólo los recién llegados, junto a los más jóvenes (él
alcanza las cuatro décadas y media en su cronología) utilizan el Vd e, incluso,
Don Cleofás, Para los demás empleados, de venta y servicios, fomenta ese tuteo
asequible a la proximidad. Desde muy temprano cada día, ejerce sus funciones
con escrupulosa puntualidad y firmeza en las ideas. Los que, más o menos
justificadamente, se pudieran retrasar algún minuto en su horario de entrada,
reciben la reprimenda correspondiente, light e inundada de sonrisas, con algún
que otro punzante sarcasmo que el destinatario sabe leer y captar entre líneas.
Al final de la suavizada filípica, la palmadita en la espalda, interesándose
por ese crío que acaba de nacer o esa madre que sufre los achaques de la edad.
Su fichero cerebral es de privilegio. Conoce y conserva datos múltiples, de los
que son sus compañeros de trabajo, información que sabe utilizar y rentabilizar
en el lugar y tiempo adecuado. Un verdadero artista en
ese equilibrio funambulista que ejerce entre la jefatura, la dependencia y la
familiaridad.
También es un apasionado de las aventuras. Además de
la propia, Merche, maestra de primaria en su
colegio de monjas de toda la vida, con la que tiene un par de críos que cursan
la secundaria obligatoria, va acumulando en el fuselaje de su conciencia
diversas experiencias afectivas, a fin de saciar su dinámica y potente
vitalidad. Especialmente las jovencitas de buen ver, casi siempre vinculadas a
la amplia nómina que puebla la empresa. Suele intercambiar favores de ubicación
y dedicación, a cambio de traviesas experiencias que sosiegan su ego y
virilidad. Y aquí aparece Flora, todo dinamismo
y juventud, con unos ojos preciosos color ámbar, cabello castaño, liso y muy
bien cuidado, con un cuerpo en el que no sobra medio gramo de esa grasa que
incomoda. Universitaria, en económicas, luce y embriaga con una sonrisa que
impresiona y atrae por lo enigmático de su trasfondo. Nadie sabe mucho de su
origen aunque su ubicación en la sección librería viene avalada por alguien de
”los de arriba” en la jerarquía piramidal correspondiente.
Cleo
pone sus ojos y deseos en esta “suculenta” y atrayente posibilidad para su
historial de conquistas. Estudia, diseña y emprende un plan de acercamiento que
le permita conocer, intimar, cercar y vincular a esta nueva pieza de su
colección para el ego. Y ella se deja adular y querer. Merche,
que bien conoce el carácter y temperamento de su marido, no se incomoda ya por
esas horas tardías, de su llegada en la noche, en las que siempre aparece el
comentario o excusa acerca de la reunión u obligaciones para la empresa. A su
amiga Esmeralda le suele confiar su postura de mujer engañada. “Es como es y así hay que aceptarlo. Yo también vivo mi
vida…. Y además están los hijos. Cuando sean algo más mayores, previsiblemente
cada uno de nosotros irá por su lado. Sé que no me entiendes pero yo, en este
momento, no estoy con la mente preparada para montar un número de ruptura,
abogados, separaciones de bienes y empezar de nuevo. Tal vez más adelante.
Además, nuestros padres respectivos son gente muy conservadora y tradicional.
Por supuesto que las familias también condicionan. Él tiene su aventura y,
cuando aquello se aburre, vuelve muy necesitado a mí. Cleo es, en realidad, un
niño caprichoso y mal criado, quien,
detrás de su continua y avasalladora teatralización, encierra una personalidad
insegura y necesitada ¡Cómo no voy yo a conocerle!”
Flora sabe rentabilizar bien la aventura, con el jefe de la
sección dos. Regalos, y de marca, muy bien elegidos para el coste de la
tarjeta. Atenciones y privilegios profesionales (en pocas semanas consigue un
contrato laboral indefinido, condicionado por tantos compañeros que viven en la
provisionalidad, ventajas de las que
casi todos saben el porqué, promesas de un idílico futuro juntos, tras el
incómodo y complicado paso de una ruptura familiar, etc. Mientras, Cleo se
siente poderoso y victorioso, una vez más, aunque piensa que esta puede ser la
ocasión definitiva. Está locamente enamorado de esta
joven, por la que siente una pasión irrefrenable. Su cuenta corriente,
era previsible, se va debilitando, pues gusta hacer a su amante regalos de
impacto que alimenten su poderío y fuerza ante la aventura. Pero todo sea por
bien gastado por la compensación de un goce para él incontrolable. Se siente
rejuvenecido y con proyectos múltiples para su ambición.
Pasaron
algunas semanas, desde que inició su apasionada aventura con la nueva chica de
la librería. Pero aquella semana de octubre nunca la
va a poder olvidar. Flora deja de asistir a su puesto de trabajo. Nadie
sabe el porqué. Trata de contactar con ella, pero el número de móvil ha debido de
cambiar. No sabe con quién contactar, pues nada conoce de su familia. Sólo que
vivía sola, en un apartamento del cinturón dormitorio que rodea a la capital.
Se siente confuso y desbordado por unos acontecimientos que están fuera de su
control. Cuatro días más tarde, recibe en su ordenador
personal un correo de Flora. Con una gélida frialdad, la chica le
confiesa su firme decisión de poner fin a la relación que han mantenido, unión que
apenas ha durado tres semanas en sus vidas. No hay más explicación, en esas dos
líneas que siembran la desesperación en su destinatario. Deprimido y
descontrolado al tiempo, le envía e-mails en cadena, con preguntas, ruegos,
lisonjas y servidumbres. Se siente como un pelele ante las dudas, el
desconocimiento y el primer gran fracaso en la soberbia de su persona. Ninguno
de ellos encuentran respuestas. Desbordado y vacío, ante su pobre realidad, ha
de entregarse a la química psiquiátrica, especialmente cuando su mujer, al fin,
da ese paso de sinceridad personal consigo misma, tantas veces postergado.
“Cleo, el director general le llama a su
despacho. Que haga el favor de subir. Parece que es urgente”.
¿Quería hablar conmigo, Sr. Jurado?
Sí, siéntese, tenga la bondad. Sé que está atravesando un
momento muy duro en su vida privada que, inevitablemente, está repercutiendo en
sus responsabilidades y obligaciones profesionales. Entenderá que esta
importante empresa no puede soportar, de manera indefinida, que un anclaje de
su maquinaria comience a fallar. Pues ese mecanismo puede repercutir,
peligrosamente, en el deterioro de otras estructuras que, en modo alguno,
pueden ni deben debilitarse. Voy a ser muy franco con Vd. porque lleva ya años
en la empresa y su expediente ha sido positivo y eficaz para los objetivos de
nuestro grupo. Si no sabe o puede superar la crisis que tan profundamente le
está afectando, nuestra marca no va soportar por más tiempo los riesgos de su
desequilibrio. Y le aseguro que yo firmaré, sin que me tiemble la mano, la
dureza de esta decisión que puede ser, se lo aseguro, inmediata. Por
consideración personal, y por los méritos contraídos, le concedo una semana de
plazo para que ponga un poco de orden en su vida. Si no hay respuesta,
positiva, por su parte, el lunes próximo firmaré el despido. Y antes de que
vuelva a su puesto de trabajo, debo añadirle algo más.
Segundos
interminables, en los que el director general guarda silencio, centrando sus
ojos en los de su subordinado.
“Mire, Cleo, Flora, mi actual compañera, ha querido
pedirme que le transmita su pesar. Pero quiere que la olvide. Definitivamente. Vd.
ya no está en su vida. En la que es…. nuestra vida. Así son las cosas. Tiene
que aceptarlo y superarlo”.
José L. Casado Toro (viernes 30 Noviembre, 2012)
Profesor
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