Está
lloviendo ahí afuera, tras el cristal de nuestras ventanas. Las estaciones
equinocciales son meteorológicamente propicias a incrementar aquellas
precipitaciones que nos regalan las nubes. Muchas personas ven, en esas gotas
de lluvia, no sólo agua que humedece el asfalto. Metafóricamente, aprecian en
ellas otras formas y señales que genera creativamente nuestra imaginación.
Pueden ser también perlas de aliento, para la sed de la tierra, o lágrimas,
para la soledad en la vida. Ésta última percepción es uno de los mensajes que
nos transmite la última obra cinematográfica del director inglés Tony Kaye (Londres, 1952) con su película EL PROFESOR (Detachment) USA 2011, 97 minutos, y que
acaba de llegar a nuestras pantallas. Porque, además de estar centrada argumentalmente
en el mundo profesional de la educación, sabe hablarnos, con unas imágenes
crudamente desalentadoras, de muchas vidas abandonadas en ese mar de lágrimas
de la falta o carencia de amor. No, no es una historia más de un profesor con
sus alumnos, tantas veces llevada al cine (Profesor Lazhar; La clase; El club
de los poetas muertos; Adiós Mr. Chips; La lengua de las mariposas, etc). Su
contenido trasciende las paredes del recinto educativo para llevarnos al clímax
básico de la orfandad o degradación de la categoría familiar. ¿Cómo conectar con una juventud apática, desorientada,
violenta, abandonada y rebelde, desde una responsabilidad profesional que no
puede ocultar una privacidad personal también vapuleada afectivamente desde los
años de infancia?
ACERCA DE LA TRAMA ARGUMENTAL.
La
cinta (seguimos utilizando este apelativo por mera añoranza. Los rollos de
celuloide se han transformado, ante la magia de la tecnología, en pistas densificadas
de gigas, mientras las máquinas de cine son hoy pequeños, pero versátiles,
discos duros llevados a la pantalla por unos poderosos cañones de
video-proyección) narra la vida de un profesor de literatura, Henry Bathes (Adrien Brody, N. York, 1973) que va a
trabajar, durante unas semanas, en un instituto público de los Estados Unidos. Nuestro
personaje va transitando por distintos centros a fin de sustituir temporalmente
a compañeros ausentes de sus aulas, sin encontrar, a causa de ello, la
necesaria estabilidad profesional. En este momento, le corresponde trabajar en
un centro educativo donde abundan adolescentes en la frontera de la
marginalidad, con graves problemas de motivación e integración para el
aprendizaje. Desde el primer día, en su nuevo puesto docente, trata de ir
reconduciendo el lenguaje, las actitudes y los comportamientos violentos de
estos jóvenes por el camino del autocontrol y la racionalidad, aplicando una
metodología equilibrada entre la firmeza y la paciencia. Va logrando empatizar
y conectar con la soledad afectiva de esos alumnos difíciles que reflejan, de
manera patética, la ausencia de un sosiego básico en la estabilidad familiar. Pero
esa crisis afectiva no sólo está visualizada en la vida íntima de los alumnos.
También se hace explícita en la privacidad de algunos de los compañeros de
Henry y en su propia persona, a través de una lucha continua entre la
dificultad para educar y enseñar a sus alumnos y la problemática personal que
les condiciona e inestabiliza. Y, en medio de todo ello, una Administración desacertada
que navega sin norte por un mar rutinario y vacío en la búsqueda estética y
egoísta de resultados y apariencias.
LA SALVACIÓN DE ERIKA.
Esta
niña, con cuerpo de mujer, es una prostituta callejera, menor de edad (Sami
Gayle. USA. 1996. Tenía quince años cuando rodó la película) que es ayudada por
Henry para salir del cenagal sin esperanza en que se haya sumida, ante la
absoluta orfandad familiar. Su imagen y patética realidad nos recuerda a Iris
(Jodie Forter) otra prostituta infantil de 13 años, en la cinta de Martin
Scorsese, Taxi Driver, 1976, a quien Travis Bickle (Robert De Niro) también
trata de salvar del degradado mundo en que se haya atrapada. Henry se esfuerza
en darle pautas educativas que le ayuden en la recuperación de su autoestima
como si fuera una alumna más pero, en este caso, fuera de las paredes o aulas escolares.
Erika ve en su protector no solo ese hogar, alimento y seguridad del que
carece, sino el único camino para hallar sentido a una vida que la conducía
irremediablemente a la autodestrucción como persona. Cuando Henry la visita en
su nuevo hogar de acogida, se abraza a un padre que nunca tuvo viendo en su
amigo profesor esa luz que le ha ayudado a salir del abismo. Representa una de
las grandes y significativas protagonistas de la película.
LA REBELDÍA DESESPERADA DE MEREDITH.
Es
una alumna en su grupo escolar (Betty Kaye, hija del propio director de este
film) que soporta, en el día a día, graves problemas de sobrepeso, bulimia y
falta de integración social. Sufre el trato despectivo y cruel de sus
compañeros de clase, junto a la carencia de apoyo afectivo en su propia
familia. Se refugia compulsivamente en el arte de la fotografía y en el placer
ansioso de ingerir comida. Cree encontrar en su profesor la comprensión y la
ayuda necesaria para avanzar en la búsqueda de esa autoestima perdida. Pero no
puede comprender que Henry se halla, así mismo, atrapado entre una historia
personal que le determina y limita y las complejas obligaciones profesionales
que van superando, inevitablemente, su propia capacidad. Se siente una vez más
relegada en un microespacio que la aturde y desalienta. Solo concibe un camino
para su ansiedad, el de la
autodestrucción. Asistimos a una escena plásticamente terrible, para el absurdo
erial de la desesperanza.
EL ABUELO SE DESPIDE DE UN MUNDO
CONVULSO.
Henry
Bathes, el protagonista principal de la trama, ha tenido una infancia
desgraciada que ha marcado bastantes elementos psicológicos en su personalidad.
Ha visto morir a su propia madre, víctima de los barbitúricos, imagen que fluye
en su recuerdo para condicionarle en el resto de su existencia. En este momento, también asume la ayuda a ese
único y último vínculo familiar que le queda, representado en la persona de un
abuelo, el cual vive la etapa final de su vida en una residencia privada, sufragada
por ese nieto al que siempre protegió como un padre. Al igual que con sus
críticos alumnos, ha de mostrar equilibrio y autocontrol cuando visita periódicamente
a un hombre ya anciano que alterna fases de falta de lucidez con otras, en que
describe y comprende perfectamente la personalidad atormentada de la única
familia que tiene.
LA SOLEDAD COMPARTIDA, EN LOS COMPAÑEROS
DE CLAUSTRO.
En
distintos momentos de la trama son intercaladas vivencias protagonizadas por
otros profesores del Instituto. Sirven para entender los conflictos que todos
ellos sufren, en mayor o menor grado, dentro de sus propias familias y cómo se
esfuerzan en superar esas precarias raíces anímicas ante sus ineludibles obligaciones
escolares. Una directora que ha entregado gran parte de su vida por sacar
adelante la dirección de un centro conflictivo y a la que, en este momento, la
Administración trata de sustituir porque no se acomoda a sus intereses de
imagen. Ese otro compañero que cuando llega a casa encuentra el vacío y la
soledad más absoluta en una mujer que huye de la realidad dejándose llevar por
la “droga” televisiva. Mr Charles Seaboldt (James Caan, Nueva York, 1940) un
veterano profesor que echa manos de la experiencia y recursos pocos ortodoxos a
fin de afrontar una situación educativa, muy complicada y difícil de
sobrellevar. En definitiva, educadores que son utilizados como cortafuegos por
una Administración que les sitúa en primera línea de las trincheras, frente a
una sociedad que irresponsablemente les niega el apoyo, aún confiándoles a unos hijos abandonados de la necesaria estabilidad y calor
familiar.
UN INTERESANTE TRABAJO DE AUTOR, PARA NUESTRA
REFLEXIÓN.
Nos hallamos
ante una película que rezuma imágenes de gran crudeza,
incómodas y desalentadoras, pero con el valor incuestionable de la credibilidad.
Escenas teñidas de crispación, tanto en lo explícito de la visualización (ese
adolescente que golpea sin piedad a un gato hasta la muerte, por sentirse sólo
y asqueado de la vida, con apenas quince
años de edad) como en el certero trazado
psicológico de caracteres. Pero esa dureza plástica y conceptual se ve
contrastada con el esfuerzo y la lucha que, en determinados momentos llevan a
cabo unos seres desafectos con un mundo que cada vez
les ofrece menos fundamentos para la esperanza y la compensación, en sus
desafortunadas y grises existencias. El esfuerzo que aplica Henry por
salvar de la inmundicia a la joven Erika es verdaderamente encomiable. De todas
formas, todo el discurso cinematográfico tiene un principal y focalizado
destino para la reflexión. El dedo acusador hacia una sociedad también
desafecta (es el título original de la película) con sus propias
responsabilidades ante los más jóvenes.
Aquellos
que hemos estado o están al frente de las aulas, sea cuales sean los niveles o
grados en los procesos de formación, sabemos que detrás de esas rebeldías, de ese
“pasotismo” y desintereses, de esos conflictos interpersonales, de todas esas violencias
físicas y psicológicas en los jóvenes que pueblan las aulas, hay siempre un
origen. Su nombre atiende al de sociedad, enferma y sin norte. Sus apellidos son
los de tantas y tantas familias que navegan en la inconsciencia. Verdaderamente
es un triste sarcasmo que la institución familiar renuncie a su responsabilidad
educativa, delegando y exigiendo que sean otros los que durante seis horas
diarias, de lunes a viernes, formen, instruyan y eduquen a esos hijos que ellos
tienen abandonados. Por incapacidad, por egoísmo o por necedad. Todo profesor
tutor, entregado a una admirable misión formativa sabe muy bien que, a poco que
profundice en el trasfondo familiar de un alumno conflictivo, aparecen
numerosas razones, ajenas a los colegios e institutos, que explican respuestas,
fracasos y violencias en unas personas que están en las edades más importantes
de su evolución como personas. El visionado de esta película es una excelente
oportunidad para que padres y madres, los profesores, la propia sociedad
en su conjunto, entienda y asuma las responsabilidades que todos hemos de tener
con una juventud que, a muy corto plazo, habrá de tomar el protagonismo para
ese destino que libremente hayan querido trazar. Una Administración
que posterga la prioridad de la salud y la dinamización económica en sus
ciudadanos es una institución equivocada e inservible. Pero, sobre todo, si limita
o degrada el valor de la educación en los jóvenes, está dañando gravísimamente
el destino de esa sociedad a la que, supuestamente, dice servir y representar.-
José L. Casado Toro (viernes 9 Noviembre, 2012)
Profesor
jlcasadot@yahoo.es
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