viernes, 26 de noviembre de 2021

AMARA Y OFELIA, EN EL CAMINO DE LA NORMALIDAD.

Detrás de cada imagen, de cada comportamiento, de cada persona, podemos imaginar o descubrir inesperadas historias, más o menos insólitas, atractivas o sorprendentes, para nuestra necesidad de conocimiento y práctica de la reflexión. Pero no siempre resulta fácil el acceso al trasfondo de esas historias pues, en la mayoría de los casos, hay contenidos que permanecen celosamente ocultos, en base a esa privacidad o misterio que todos construimos, de una u otra manera, en la nebulosa individual de nuestra existencia.

El matrimonio de Claudio con Martina se había roto, tras dieciséis años de normal convivencia. Él tenía 29 años y ella 26, cuando llegaron ante el altar eclesial. De este enlace nació una hija, Eva, que en la actualidad alcanza los doce años, en su plena y vital adolescencia. El ambiente familiar durante esa etapa de unión estuvo presidido por una rutinaria normalidad. Claudio ejerce como miembro de una empresa privada de seguridad, prestando servicios en centros comerciales, entidades bancarias o en actividades lúdico/deportivas. El trabajo diario de Martina está centrado en una empresa de seguros, en donde se aprecia y valora su facilidad de comunicación y convicción para la atracción de la necesaria clientela. Su hija, en esa difícil edad de la pubertad, hace su vida, con los avatares diarios de sus compañeros y amigos.

Esta normalizada relación familiar se truncó drásticamente una esclarecedora noche, en que Martina puso en conocimiento de su marido la relación que en secreto mantenía con Saúl, el director de zona en la empresa aseguradora donde trabajaba, vínculo afectivo que estaba a punto de cumplir su primer año de fructífera y recíproca atracción. Estaba embarazada, a sus treinta y nueve años, del apuesto y apasionado ejecutivo empresarial, muy eficiente en su trabajo organizador y “reproductor” pues ya tenía tres hijos en su anterior matrimonio. Esa infidelidad era de conocimiento público en la aseguradora, aunque como tantas veces ocurre, Claudio, fue el último en conocer el comportamiento secreto de su esposa. Para sorpresa de muchos, e incluso de Eva, la desestructuración familiar se hizo de manera bastante “civilizada”. Eva se fue a vivir con su madre a ese su nuevo hogar, aunque los ex cónyuges acordaron que dos fines de semana mensuales los pasaría junto a su padre, al que su fortaleza anímica inicial se fue paulatinamente resquebrajando, a medida que la soledad hacia mella en su rutinario comportamiento diario. 

En el bloque donde esta ubicada la vivienda de Claudio, zona del barrio de la Victoria malacitano, hay un piso, el 4º B, que desde hace años tiene variados inquilinos, pues los dos hijos del matrimonio propietario (ya fallecidos) alquilan el inmueble para diversos períodos de estancia, a precios atractivos. La vecindad suele denominar a esa propiedad el piso de los transeúntes, aunque también otros lo denominan “el de los estudiantes”, ya que muchos universitarios alquilan alguno de sus cuatro dormitorios, entre octubre y junio, para residir durante su período escolar. Cuando llega el verano, la vivienda es solicitada por turistas nacionales y extranjeros, para pasar cortos períodos vacacionales (semanas o quincenas) debido a su estupenda ubicación con respecto a la playa o el centro monumental de la ciudad. Todo este trasiego de inquilinos repercute en anécdotas y también en quejas vecinales, debido al ruido o el comportamiento que muchos residentes juveniles realizan en esa vivienda, en la que “celebran” fiestas, saraos, guateques y reuniones, en las que el comportamiento de residentes y visitantes deja bastante que desear. Las quejas que el presidente de la comunidad transmite a Hilario y Adriana, los actuales propietarios del inmueble, han llevado a éstos a buscar y seleccionar alquileres de una mayor estabilidad temporal, a través de la empresa inmobiliaria que se encarga de organizar dicha función administrativa.

Después de habitar el inmueble ruidosos estudiantes sudamericanos, modestos actores de teatro (esos cuyos nombres no aparecen en las revistas semanales del corazón), un silencioso y taciturno sacerdote, que apenas salía del piso durante el mes de su estancia, una pareja de origen chino, que esperaban un visado para trasladarse a un país que nunca concretaban, llegó una nueva inquilina, mucho más estable, pues había firmado un contrato anual prorrogable, siempre que ambas partes (propiedad y residente) estuviesen de acuerdo en el mantenimiento del alquiler. Venía sola y por la pronunciación (en las no abundantes frases que intercambiaba, por ese espacio para la relación social que es el ascensor y el portal del inmueble) no era desde luego andaluza, tal vez castellana. Había elegido este alquiler por estar amueblado en lo básico, su centralidad en la ciudad y al tiempo la proximidad de las vegetales colinas de Gibralfaro, con sus atrayentes y aromáticos pinares, a poco de caminar unos centenares de metros hacia la suave orografía del Camino Nuevo. Por supuesto que los Montalva, propietarios del 4º B, cada vez que había cambio der residente, enviaban a la señora Mariana, quien a pesar de sus años mostraba un vitalismo admirable para dejar todo reluciente en la limpieza y orden que con presteza efectuaba.

Ofelia es su nombre. Desde un principio, esta bien parecida mujer, cercana a cumplir la cuarta década en su cronología, mostraba una fuerte privacidad, evitando intimar con los demás vecinos del ya vetusto inmueble de la calle Ferrándiz. Los más inquietos en la observancia saben que la nueva inquilina trabaja en hostelería, pues en ocasiones la han visto llevando sobre su cuerpo una camiseta con el logotipo de cafetería, chocolatería y confitería donde trabaja, The waves´garden, en la zona urbana de Teatinos. Ciertamente Ofelia tiene horarios alternados, en ese suculento centro restaurador donde presta sus servicios. Hay semanas que cumple el horario de 8 a 15 horas, mientras que en otras tiene turno de tarde, hasta las 22 horas. Por la naturaleza del establecimiento, que no cierra día alguno durante la semana, ella ha elegido descansar el lunes, aunque también tiene derecho a gozar de alguna mañana o tarde más de descanso, en función de las necesidades del negocio. Cuando los horarios son incómodos para su hábito alimenticio, suele dejar preparada la comida durante las noches y esto se sabe por los aromas que emanan desde su cocina, cuando la vecindad está normalmente delante del aparato de televisión, disfrutando y dormitando la sobremesa.  

Cierta noche, en otoño, cuando Claudio volvía de su trabajo de vigilancia en un macrocentro de material deportivo, se encontró en el portal del inmueble con la usualmente silenciosa nueva vecina, que vestía una simpática (por sus colores y estampados) bata de casa. La apariencia de Ofelia era indisimulablemente nerviosa, ante algún problema que puntualmente le afectaba. Tras el saludo cordial, le preguntó si se encontraba mal.

“Gracias, vecino, es que tengo un problema. Bueno, un problemón. Llevo aquí casi media hora y no sé que hacer. Me he dejado las llaves dentro del piso, pues había bajado a echar la bolsa de la basura en el contenedor. El caso es que he tirado de la puerta, pensando que llevaba el llavero conmigo. Ahora resulta que no puedo entrar en mi piso. Y como los errores, a veces, no vienen solos, también me he dejado el móvil encima de la mesa. Son las once menos veinte. A estas horas de la noche, la agencia de alquiler estará lógicamente cerrada. Y la tarjeta que me dieron los señores de Montalva, los propietarios, la tengo en el billetero que, como te puedes imaginar, no lo llevo conmigo. La verdad es que la situación es complicada. La verdad es que en algún momento he pensado en dejar alguna llave a alguna vecina, para estos casos, pero… son cosas que se van también dejando de un día para otro y no se hacen”.  

“¿Has cenado, Ofelia? Bueno, tenía la mesa puesta, pues he vuelto tarde del trabajo. Pensé que bajar la bolsa de los residuos sólo me iba a llevar unos minutos y no lo quería dejar para más tarde. Todo se me ha torcido de la manera más necia”. “Y como se llama la empresa inmobiliaria…” “Tiene el nombre de New Buildings”.

A través del móvil de Claudio, hicieron un par de llamadas, pero esta empresa no tenía teléfonos de seguridad, lo cual era previsible. Nadie recogió las repetidas llamadas. “Pienso que lo mejor es llamar a algún servicio urgente de cerrajería. Así te podrán abrir la puerta del piso”. Tras frustrados intentos, con profesionales que citaba la página del Google, al fin uno se mostraba dispuesto a realizar el servicio, pero indicando que tardaría en llegar a la dirección solicitada, pues se encontraba en un chalet de las Chapas de Marbella, resolviendo un problema similar. Antes de las 12 de la madrugada no podría llegar, aseguraba el cerrajero.

“Pues esto es lo que hay, vecina Ofelia. Habrá que esperarle y piensa que te va a cobrar un servicio nocturno de urgencia”. La aturdida vecina estaba al punto de la crispación anímica. “Lo entiendo, mi presupuesto de este mes se va a ir al garete”. Tenía sus ojos cada vez más brillantes. “No te preocupes, que todo tiene solución. Hace frio, aquí en el portal. Podemos esperar al profesional en mi piso. Vivo, como tal vez sepas, en el 7º C. Como le he dejado mi número, llamará anunciando su llegada”.

Los dos vecinos subieron al piso de Claudio. Ya en la vivienda, éste preparó algo de cenar, invitando a la vecina a compartir ese alimento necesario, dada la hora: cuenco caliente de caldo de cocido, con fideos finos. Sandwich de jamón y queso. Pérsimon y aguacate con miel, para el postre, acompañado por una taza de infusión de Rooibós con canela. En un principio, hablaban más bien poco, aunque intercambiaban numerosas sonrisas. Trataban de disimular los nervios, aunque en el fondo les divertía la inesperada situación que ambos protagonizaban. La televisión, puesta con un volumen intencionalmente bajo, ofrecía un programa de variedades, aunque ninguno de los dos espectadores hacía caso a los contenidos emitidos. Simplemente ayudaba a disimular los incómodos silencios, aunque los dos vecinos intercambiaban una y otra vez el lenguaje de sus miradas. El cerrajero no llegó hasta las 12:40, un excelente profesional que abrió la puerta del 4º B sin dificultad en no más de tres minutos. La inquilina del mismo tuvo que abonar 75 euros, coste del servicio. La despedida de ambos vecinos fue muy cordial, reiterando Ofelia gracias efusivas, pues había comprobado la bondad del hospitalario vecino que residía tres plantas más arriba de su casa.

“Te has portado maravillosamente bien conmigo, Claudio. Esto no lo puedo ni lo voy a olvidar. Eres una gran persona. ¿Vives sólo?” “Bueno, mi hija Eva (tiene doce años) está durante la semana con su madre y la pareja con la que convive. Algunos fines de semana, mi hija los pasa conmigo y me hace algo de compañía, aunque ya va teniendo sus amigos del instituto y siempre tiene planes para el disfrute con ellos. Son las situaciones de la vida, a las que nos tenemos que adaptar, nos gusten más o menos”

“Tu también vives sola ¿Has alquilado el piso por mucho tiempo?” “Bueno, he firmado por un año, aunque creo que lo prorrogaré, pues está muy bien situado, a dos pasos del centro y a un precio con el que, aun no siendo barato, me puedo arreglar. Ciertamente, controlando mucho los gastos. Prácticamente la mitad de mi sueldo se me va en el alquiler. En la cafetería/confitería donde trabajo, me dejan algunas propinas, un verdadero “oxígeno” que me alivia y ayuda a sobrellevar el día a día”.

Ambos sonrieron y se dieron las buenas noches. Afuera, en la calle fría y desierta, las losetas de las aceras reflejaban con más intensidad las luces amarillentas de las somnolientas farolas. Había comenzado tímidamente a llover.

Unos días después, en la noche del viernes, Ofelia llamó en el timbre de su vecino. Tras el correspondiente saludo, un simpático y cordial ofrecimiento. ¿Te apetece cenar en casa, mañana sábado? Puedes venir con tu hija Eva … Claudio aceptó de inmediato, aunque le explicó que ese fin de semana Eva no estaría con él, pues había cogido un poco de fiebre “Estamos pasando un otoño bastante frío, así que son normales los catarros, con el ritmo de vida que lleva la gente joven, que no se abriga lo suficiente. Así que iré yo sólo. Te agradezco mucho el gesto. Los fines de semana es cuando peor sobrellevo esto de estar solo”.

Al día siguiente, tras cumplir su horario en el Centro Comercial, se pasó por el súper y compró una selección de frutas, que se la acomodaron y adornaron muy bien en una bandeja/cestillo de mimbre, ya que conocía a casi todos los operarios, compañeros de trabajo en la gran superficie comercial. Se encontraba bastante ilusionado ante la perspectiva de pasar una buena noche, con esa nueva y cordial amiga de la vecindad que, como él, no compartía su vida con nadie en esos momentos. Se esmeró en su aseo y el vestuario, a fin de causar una agradable impresión. Ofelia también se había preparado bastante bien, para ofrecer esa imagen atrayente ante los demás, presencia que los humanos no siempre nos preocupamos en preparar. La cena, enriquecida con una selección de música ambiental que hiciese más confortable la velada, fue todo un éxito, sobre todo por la sencillez y simpatía de los dos comensales. Unos entrantes de jamón y queso, un par de lubinas asadas, con guarnición de verduras caramelizadas, natillas caseras con trocitos de arándanos, mango y papaya, sin olvidad ese sabroso té con canela y unas pastas, para enriquecer el diálogo de sobremesa. Por supuesto que el cestito de frutas, primorosamente decorado, presidió la mesa con esa sonrisa continua que Ofelia nunca abandonaba, actitud correspondida por Claudio, que se sentía muy feliz por la gratitud, compañía y simpatía de esta buena vecina, que el destino había puesto en su vida.

Todo parecía ir recorriendo un camino perfecto, para el disfrute en esa tan grata noche, entre dos amigos solitarios cuando, de improviso, el semblante de Ofelia se fue inexplicablemente transformando. En su expresión fueron borrándose paulatinamente las palabras y sus ojos comenzaron a brillar, como antecedente de unas lágrimas que pujaban por mostrar su protagonismo. Claudio percibió al instante el cambio en la actitud de su vecina, de la que en realidad poco o nada conocía, salvos esos pequeños datos de los saludos cotidianos y el natural episodio de las llaves olvidadas, tres noches antes. Con las dos tazas de té ya vacías, como “invitados” anónimos de la pareja, le preguntó a su anfitriona, con suma delicadeza, si algo le ocurría. Soportando el silencio como respuesta, durante un par de interminables minutos, al fin su interlocutora, recuperando un tanto el autocontrol perdido, decidió ser explicita y sincera, compartiendo sus recuerdos.

“Perdóname Claudio, esta situación emocional me sobreviene en los momentos más inoportunos. Me ilusiono y animo, cuando creo haber controlado e incluso superado los nubarrones del pasado, pero los recuerdos y el miedo vuelven a ejercer su nefasta presencia y me trasladan a una realidad de la que intento huir, pero que siempre está ahí con su perversa amenaza. En mi vida hay un pasado turbulento, del que vengo huyendo desde hace prácticamente un año. No te quisiera amargar la noche, que iba siendo perfecta, pues eres la mejor persona que he conocido en años. Pero si me quieres escuchar, te explicaría una serie de retazos que han compuesto mi vida en estos pasados años…” Claudio solo pronunció tres palabras como respuesta, regalándole una tierna y comprensiva sonrisa: “Adelante, querida Ofelia”.

A lo largo de un largo tiempo, sin conciencia del minutaje aplicado u otro tipo de control horario, la vecina del 4º B fue confiando al receptivo vecino el esquema de su pasado, dura historia que explicaba su extraña presencia y actitud en esta nueva ciudad para recomponer su vida. Le habló de un enlace matrimonial celebrado cuando ella tenía 38 años, que trataba de restañar la carencia de suerte con el amor y que diera paso a esa siempre apetecible estabilidad familiar. No conocía bien a la persona que la “engatusó” deslumbró e ilusionó en profundidad. Contrajeron matrimonio por la vía civil, pues él no era proclive, decía, a ceremonias religiosas. En realidad, estaba separado de un vínculo anterior, sobre el que había ejercido maltrato psicológico y físico, comportamiento que deseaba y prometía superar y olvidar. Aunque manifestaba que se ganaba la vida como agente inmobiliario, el dinero que con tanta alegría manejaba procedía de negocios sucios y delictivos, vinculados a la mafia del tráfico de estupefacientes. Ella, una mojigata de toda la vida, apoyada y resguardada bajo la falda afectiva de su madre, una anciana con achaques varios debido a su muy avanzada edad, se sintió atrapada, “prisionera” en el temor, ante un hombre que no conocía en su interioridad y al que fue paulatinamente temiendo por las amenazas, violencias y crueles comportamientos que recibía, y que sólo la necesitaba para la atención material del servicio casero y para la satisfacción sexual. No se atrevía a ir a la policía, porque el miedo podía más en ella, que la inteligente racionalidad. Se sentía como prisionera, explotada y constantemente amenazada.

Pero hacía más de un año en que, aprovechando una breve ausencia del marido maltratador, tuvo al fin el acierto y la valentía de emprender la huida, desde su Ciudad Real natal, recorriendo diversos pueblos y ciudades castellanas y andaluzas, hasta recalar en Málaga, escudándose siempre en el anonimato de sus datos personales. Incluso en un Registro Civil le cambiaron, bajo petición, su nombre natalicio, Amara, por el de Ofelia.

La reacción de Claudio ante este confuso panorama, que su desafortunada vecina le había hecho partícipe, fue todo un recital de caballerosidad, comprensión, cariño y ayuda total. A partir de esa afortunada noche, dos almas carenciales iniciaron una preciosa relación de amistad, cariño recíproco y cálida unión en la lucha contra la soledad que ambos soportaban, por diferentes razones y circunstancias. Así pasaron los días, las semanas e incluso meses, con la esperanza como luz guía, para recomponer esas páginas mal trazadas en sus modestas pero entrañables historias. A pesar de que Ofelia le había pedido que no acudiera a pedir ayuda a la policía, a fin de no remover su pasado, Claudio habló con un compañero de seguridad, que tenía un familiar próximo que ejercía como inspector del Cuerpo Nacional de Policía, contándole los datos básicos del caso. Un mes y medio después, la nueva y feliz pareja recibió una llamada del inspector Arriaga, que les citaba en la Comisaria Central de la ciudad.

Convenció a Ofelia de que tenían que acudir a la cita, aunque esta se descompuso en una crisis nerviosa. Algunos tranquilizantes hicieron su efecto y en la tarde de ese lunes acudieron a entrevistarse con un amable miembro del C.N.P, para ofrecerles una importante información.

“Cuando mi cuñado me puso al corriente de este caso y encareciéndome que le prestara toda la dedicación, dada la amistad que mantiene con Vd. Claudio, como compañero de la empresa de seguridad, me puse en contacto con policías especializados de Ciudad Real, a los que solicité información de este “personaje”. Les confirmo que desde hace cuatro meses se encuentra en prisión, a la espera de juicio por varios delitos contrastados contra la salud pública. Sra. Ofelia, ha de ser valiente y firmarme las agresiones, físicas y psicológicas, las amenazas y demás detalles que haya sufrido, perpetrados por el que aún es legalmente su marido. Le voy a dar el nombre de una asociación de ayuda y protección a la mujer, víctima de la violencia de género, que tiene un prestigioso y gratuito servicio jurídico, para que gestione la separación conyugal (como pienso que es su deseo) de ese enlace que tanto la ha hecho padecer. Señora, haga su vida con absoluta tranquilidad. No dude que la policía está velando, día y noche por su seguridad, como por la de todos los ciudadanos. Le aseguro que este delincuente no le va a hacer sufrir más”.

Claudio y Amara (ha recuperado el nombre que le pusieron en la pila bautismal) viven y gozan de una esperanzadora unión, presidida por la ansiada y serena felicidad. Eva también sonríe. Pronto serán tres hermanas. -

   

 

AMARA Y OFELIA, EN EL CAMINO

DE LA NORMALIDAD

 

 

José L. Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

26 noviembre 2021

                                                                                Dirección electrónica: jlcasadot@yahoo.es           Blog personal: http://www.jlcasadot.blogspot.com/

 
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario