viernes, 5 de noviembre de 2021

ACIERTOS Y ERRORES, EN LA GENERALIDAD DE LO HUMANO.

Una importante realidad de nuestra existencia es la de acertar o equivocarnos, en los proyectos y decisiones que adoptamos. La experiencia acumulada puede ayudarnos, con fortuna, a que el porcentaje de tan contrastadas opciones se vaya desnivelando a favor del acierto y en perjuicio del error. Pero lamentablemente (otra realidad de lo humano) no siempre este saludable aprendizaje resulta efectivo, por lo que solemos recaer en ese camino equivocado que, en los momentos de sensatez, nos impulsa de nuevo a rectificar. Obviamente, el acierto nos alegra y fortalece. Por el contrario, el error nos recuerda, con sus pesarosas consecuencias, la necesidad de aprender y rectificar. Ello ocurre sea cual sea la edad y circunstancia de la persona que se ve inmersa en tal tesitura.

 

El protagonista de esta historia, Eloy Norial Delasiega, se despertó una mañana con una firme y “explosiva” convicción. Observando la situación de su desordenado dormitorio, en el que sobre la mesa de trabajo y estudio se acumulaban libros y carpetas repletas de apuntes y temas, para el continuo y agotador esfuerzo en la preparación de oposiciones a funcionarios de la administración local, llegó a la conclusión de haber equivocado el camino profesional emprendido hacía ya casi ocho años. A sus veinticinco años, no se veía con la vocación, o aptitud necesaria para el ejercicio de la abogacía, la competitiva dinámica de unas oposiciones o pensar en algo “inalcanzable” como luchar por una ensoñada plaza de notaría. Lógicamente aún era suficientemente joven para recomponer su trayectoria vital, pero después de tantos años de estudio y sacrificio era muy duro llegar a esa drástica convicción, no sólo ante sus progenitores, sino también ante el “fiel espejo” de su propia conciencia.

 

Este comportamiento resulta más frecuente de lo que parece entre muchas personas. Los ejemplos son numerosos, no sólo en el ámbito de lo profesional, sino también en otras muchas facetas de nuestras vivencias cotidianas. Piénsese en aquellas parejas de pretendientes, quienes después de acumular años de noviazgo, llegan al momento en que deciden dar el paso conyugal, ya sea por el camino eclesiástico o ante el Registro Civil. Después, tras unos años de convivencia, incluso con hijos procreados, deciden romper el vínculo que les une, aduciendo la incompatibilidad de caracteres: “Nos hemos dado cuenta, al fin, que no nos conocíamos lo suficiente”. Y esta sincera y “terrible” convicción llegan a alcanzarla después de varios años de noviazgo y otros muchos de matrimonio

 

¿Es que estas personas no han pensado bien los objetivos y los medios que se han propuesto? ¿Por qué esas equivocaciones tan vitales, que no siempre resultan fáciles o cómodas de restañar? ¿Cómo reemprender la marcha, después de tanto esfuerzo, tiempo y coste invertido? En este plano de la exposición, habrá que volver a la historia de Eloy.

 

Con la ayuda paterna de don Hilario y también algo de suerte, encontró un muy necesario trabajo como administrativo en la sede de una institución bancaria. El sueldo que percibía por el mismo no era en demasía elevado, pero al menos le permitía subsistir dignamente, después de realizar una jornada laboral continuada que finalizaba a las tres de la tarde. Atendía a los numerosos clientes de la filial bancaria durante la mañana, mientras que las tardes las podía dedicar a otras actividades que le resultaban más placenteras, para esa fase de confusión existencial que atravesaba. Desde el plano o interés empresarial resultaba atractivo tener empleados administrativos que gozaban la titulación de licenciados en derecho. En cualquier momento ello posibilitaba que la promoción laboral quedaba abierta. Además, dada su obvia preparación escolar e intelectual, no le iba a resultar difícil dedicar parte de su amplio tiempo libre a una afición que tenía desde sus años de adolescencia: practicar el arte creativo de la escritura, ejercicio para el que poseía una cierta capacidad natural. Desde siempre había leído mucho, tenía una poderosa imaginación y se veía con una mayor fuerza expresiva a través de la palabra escrita que aplicando la dialéctica oral cotidiana.

 

A los pocos meses de este cambio en su vida, decidió buscar su nuevo hábitat de independencia, alquilando y comprando después un pequeño ático en un bloque antiguo de la centralidad malagueña. Allí trasladó parte de sus enseres, aunque siguió visitando a sus padres con frecuencia, casi siempre en las horas del almuerzo y llevando esa bolsa de ropa para su limpieza, con la complicidad generosa de su madre doña Eufemia. Al paso de los meses fue dando cuerpo a un complejo culebrón literario que a medida que lo redactaba sumaba páginas, personajes y acontecimientos. “Entre el viento y el mar” fue el título que dio a esa su primera obra, de la que se mostraba bien orgulloso, aunque la “desconfiada” respuesta de algunas editoriales locales y regionales no avalaba una pronta garantía de publicación. El interventor de su entidad financiera, conociendo la existencia de esta obra, animó a su autor y compañero en el trabajo a que probara suerte presentándola en uno de los concursos literarios convocados anualmente en nuestro país. Eloy así lo hizo, sin mucha convicción desde luego, aunque pensaba que una experiencia más siempre le vendría bien.

 

Fue enorme su sorpresa cuando, a través de los medios de comunicación y mediante llamada telefónica de la propia editorial, le informaron que su obra había quedado premiada en segundo lugar, por el experto criterio del jurado calificador. Ese accésit no sólo le posibilitó una interesante ayuda económica, sino la alegría de que su novela iba a ser publicada para su venta en las librerías de todo el territorio nacional. Los 500 ejemplares editados fueron fácilmente vendidos en pocas semanas. El grupo editorial, convocante del prestigioso concurso literario, aplicó un inteligente marketing y pronto sacó al mercado una segunda edición, que también encontró una positiva recepción entre el público lector. La crítica especializada valoraba positivamente esa nueva savia expresiva que el joven escritor aportaba, en una compleja trama que, con hábil inteligencia, su autor había querido que argumentalmente “acabara bien”. Los 350 ejemplares de esa segunda edición se fueron “agotando”, con lo que llegaron nuevas ediciones que sumaban, no sólo dividendos económicos, sino también un saludable prestigio para un joven “compositor” de las letras y las palabras, que tan sólo alcanzaba en este momento los veintiocho años de edad. En algunos sectores culturales se le denominaba ya como la gran promesa de las letras en el siglo XXI.

 

En este panorama, el grupo editorial le propuso firmar un atractivo contrato, con una notable retribución, por el que Eloy Norial se comprometía a escribir tres novelas en el plazo de cuatro años, con un control de entregas semestral. A esta apetecible oferta no se le podía volver la espalda, colmándole de ilusión y también de una incrementada y estresada tensión. Asumía la obligación de conceder programadas entrevistas a los medios de comunicación, de participar en debates y conferencias sobre el oficio de escribir, de firmar ejemplares en las librerías y centros comerciales durante horas, etc. Esta nueva situación era todo un nuevo estilo de vida que le hizo solicitar una excedencia especial en el banco donde trabajaba o al menos una reducción de horario y sueldo, a fin de poder dedicarse más intensamente a la expresividad literaria. La entidad financiera, entendiendo la peculiaridad del caso, le concedió la excedencia que solicitaba por 18 meses, al término de los cuales estudiarían de nuevo su vinculación con el grupo (que recibía con satisfacción una útil propaganda teniendo como empleado al emergente y sorprendente escritor).

 

Todo este maremágnum socio laboral sobrevenido alteró el equilibrio anímico de Eloy. De ser un absoluto desconocido, se había convertido en una persona de la que muchos hablaban y señalaban. Tenía que encontrar un punto de tranquilidad y sosiego para comenzar a redactar la que habría de ser su segunda publicación. Además, a partir de ahora, tenía que escribir bajo el peso de una operación contractual, con plazos, controles temáticos y número de páginas. La consecuencia principal de todos estos cambios en que se veía sumido fue paradójicamente el inesperado bloqueo creativo. Comenzaba la redacción de una historia y a las pocas páginas o capítulos tomaba la decisión de abandonarla, para iniciar una nueva trama argumental que invariablemente seguía el mismo camino de la anterior. No sabía lo que le estaba ocurriendo, pero lo cierto es que se veía superado por los acontecimientos y su creatividad estaba bajo mínimos. Incluso asistió a consultas con especialistas en psicología y psiquiatría, pero aparte de variadas prescripciones farmacológicas, ninguno de los facultativos resolvía con acierto el problema de una mente que se había quedado “plana” en la originalidad imaginativa. Habían pasado ocho meses desde la firma del contrato y carecía de algo concreto para ofrecer a los editores.

 

El grupo editorial, ante el incumplimiento de los plazos comprometidos por el escritor, reunió al consejo de dirección para analizar la compleja situación, evitando en todo momento romper con el prometedor Eloy. Decidieron adoptar una valiente estrategia, asesorados por expertos en psicología, a fin de buscar una salida a ese bloqueo creativo de Eloy. Le ofrecieron realizar un crucero de 8 días por las aguas del Mediterráneo, cuyo coste económico quedaría a cargo de la empresa. Pensaban que después de esta relajante experiencia, el “atribulado” escritor volvería con nuevas ideas y proyectos temáticos que iría “modelando y esculpiendo” en ágiles narrativas, que serían plasmadas en las páginas “inmaculadas” a través de las teclas del ordenador. Era desde luego una arriesgada inversión, más que por el coste económico, por lo incierto de los resultados a obtener por parte de una joven promesa en la que muchos todavía confiaban.

 

Ese grato viaje a través del mar, recalando y visitando los numerosos entornos insulares del Mar Egeo, fue templando y enriqueciendo, al tiempo, el ánimo y la mentalidad de un hacedor de historias a través de las páginas escritas. Tanto con los compañeros de viaje, como cuando desembarcaba en esos pequeños puertos griegos, pleno de encanto y con preciosos atardeceres, Eloy se abría al diálogo con los lugareños, tomando decenas de fotos y anotando numerosos apuntes, acerca de las costumbres, las vivencias, los comportamientos y las imágenes que por su retina y mente iban pasando, material que sin duda germinaría y fundamentaría como “alimento” ese proceso necesario de la creatividad.

 

En el sur de la isla de Paros, el navío turístico recaló durante dos jornadas, tiempo que Eloy aprovechó sin descanso para caminar, visitar, observar y dialogar, con todos aquellos que se mostraran receptivos para la fugaz amistad con el amable viajero hispano. Durante el suculento almuerzo, que realizó en un bohemio y coqueto restaurante rodeado de frondosa arboleda y a escasos metros de la playa, tuvo la oportunidad de entablar una larga charla con su propietaria, una joven y atractiva mujer que no llegaría a la treintena. Se llamaba Fania, era española de origen y llevaba residiendo en este idílico entorno helénico unos siete años, tras abandonar su Orense natal y buscar un profundo cambio en su azarosa vida anterior. La especial habilidad del Eloy para abrir intimidades y confidencias en sus interlocutores, le permitió conocer algunos detalles de una vida, en la actualidad muy sosegada y feliz, pero que había sufrido una atormentada adolescencia. El desequilibrado causante de esa agresiva actitud era un padrastro cruel y libidinoso, que puso sus ojos durante años en la hermosa hija de una irresponsable madre soltera, que se negaba a ver lo que era evidente: su compañero sentimental hacía todo lo que estaba en sus manos y en su mente enferma por sobrepasarse con la limpia inocencia de su hija indefensa. Al fin la chica no pudo aguantar más y huyó en la búsqueda de un destino con el aire más purificado que el que tenía y “respiraba” en aquel lóbrego pazo galaico.

 

Trabajando en lo que encontraba, peregrinando de aldea en aldea, ayudada por esos transportistas que se prestaban a trasladarla de un punto a otro de la geografía y aprendiendo a dormir numerosas noches bajo el techo protector de las estrellas, quiso el destino que Fania recalara un día en esta paradisiaca isla del Egeo, donde encontró protección paternal en un bondadoso anciano ventero, llamado Pandrios Keelan, que le ofreció trabajo y cobijo en su modesto chiringuito de comidas. Hacía años que había enviudado y no tenía hijos, por lo que se sintió como un padre hacia esa joven española, que venía huyendo de un pasado duramente tormentoso en lo familiar.  Este anciano griego, de noble corazón, no pudo superar un proceso gripal que le sobrevino hacia año y medio. Pero antes de su partida terrenal, había cedido documentalmente la propiedad de su modesta vivienda y establecimiento de comidas a quien él consideraba su “ahijada”, quien decidió afincarse definitivamente en este cálido paraje de ensueño, haciendo unas pequeñas reformas en el establecimiento, que tenía por nombre el rótulo emblemático de La Nueva Olimpia

 

La sincera apertura explicativa de Fania, encontró una generosa y necesaria respuesta vital en Eloy, quien también relató las líneas identificativas de lo que había sido su vida, hasta la mágica oportunidad de conocer este bello paraje insular, en donde una bella y transparente mujer había cautivado su ánimo y el afecto de su corazón.

 

“Fani, me haría ilusión quedarme por aquí algún tiempo o incluso más. No me importaría ayudarte en lo que fuere, sirviendo las comidas a los clientes, limpiando o aprendiendo a cocinar si fuese necesario. Lo que tu me pidas y sea conveniente. Creo que he encontrado el ambiente ideal, la persona maravillosa y el sosiego más necesario para reemprender la vuelta a la creatividad de las letras, habilidad que creí haber lastimosamente perdido en un contexto espacial, al que desde luego no me place por ahora volver”.

 

Aquella misma noche el joven escritor habló con el capitán del navío, informándole de su firme decisión para quedarse en la isla, firmándole el documento correspondiente a fin de eximirle de cualquier otra responsabilidad. En la mañana siguiente extrajo su equipaje del camarote que utilizaba, dirigiéndose con él hacia una pensión familiar, regida por la “mamá Antia”. Le acompañaba Fania, que se sentía muy ilusionada ante el paso inesperado que había dado el intrépido viajero del crucero, deseando permanecer junto a ella, para ambos cultivar la amistad y el conocimiento. Pensaba que las tareas a realizar en la Nueva Olimpia necesitaban un brazo más, sería el de Eloy, para ayudarle en el esfuerzo, el sentimiento y la compañía. Don Hilario estaba ya habituado a las respuestas insólitas de su hijo Eloy.

 

“Papá, te llamo desde un lugar maravilloso, la isla de Paros, en las Cícladas del Egeo. Aquí deseo permanecer. Tengo un modesto trabajo que no me va a impedir reanudar la tarea literaria, que la tenía peligrosamente bloqueada. Ahora veo los amaneceres con esperanza y los atardeceres tienen ese color que me genera sentimiento y templanza al tiempo. Voy a escribir mi segunda obra, que va a tener igual o mayor calidad que la primera. Tengo ya un titulo provisional “Fania, la felicidad hallada”.

 

Desde la pensión de la señora Antia, tomaron un bus para desplazarse a Parikia, la capital de la isla. En una de las entidades bancarias, Eloy realizó una transferencia a su grupo editorial: era la cantidad exacta de lo que había costado su crucero, añadiéndole un breve texto aclaratorio. “Perdonadme si os he causado muchos quebraderos de cabeza. Os devuelvo el coste del viaje. Estoy seguro de que algún día nos volveremos a encontrar. Saludos. Eloy”.

 

Han pasado dieciocho meses, desde estos hechos. En una lujosa sala de espera, correspondiente al edificio empresarial de Editoriales Reunidas, Eloy Norial, acompañado por Fania Lurial, esperan ser recibidos por el director del departamento de Grandes Proyectos y ediciones. Junto a ellos, reposa en el suelo un maletín de piel beig que guarda un denso manuscrito de la segunda obra firmada por el autor. También un pen drive conteniendo el mismo texto de forma digital. Se titula:  FANIA, LA FELICIDAD ENCONTRADA. Han dejado a la hija que ambos tienen, Lucinda, en casa de sus abuelos, que se sienten felices al tener por primera vez en sus brazos a su pequeña nieta. Tras una cordial entrevista con Mr. Adrian Perkins, el grupo editorial renovó días después, de manera automática, el antiguo vínculo contractual que hacía tres años había firmado con el “prometedor” escritor. Eloy, Fania y Lucinda volvieron, una semana después, a su residencia en Paros, una bella isla de las Cícladas griegas en el mar Egeo. Son tres personas felices en el amor. -  

 

 

 

 ACIERTOS Y ERRORES, EN

LA GENERALIDAD DE 

LO 

HUMANO

 

 

José L. Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

5 noviembre 2021

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