Una importante realidad de nuestra
existencia es la de acertar o equivocarnos, en los proyectos y decisiones que
adoptamos. La experiencia acumulada puede ayudarnos, con fortuna, a que el
porcentaje de tan contrastadas opciones se vaya desnivelando a favor del
acierto y en perjuicio del error. Pero lamentablemente (otra realidad de lo
humano) no siempre este saludable aprendizaje resulta efectivo, por lo que
solemos recaer en ese camino equivocado que, en los momentos de sensatez, nos
impulsa de nuevo a rectificar. Obviamente, el acierto nos alegra y fortalece.
Por el contrario, el error nos recuerda, con sus pesarosas consecuencias, la
necesidad de aprender y rectificar. Ello ocurre sea cual sea la edad y
circunstancia de la persona que se ve inmersa en tal tesitura.
El protagonista de esta historia, Eloy Norial Delasiega, se despertó una mañana con una
firme y “explosiva” convicción. Observando la situación de su desordenado
dormitorio, en el que sobre la mesa de trabajo y estudio se acumulaban libros y
carpetas repletas de apuntes y temas, para el continuo y agotador esfuerzo en
la preparación de oposiciones a funcionarios de la administración local, llegó
a la conclusión de haber equivocado el camino profesional emprendido hacía ya
casi ocho años. A sus veinticinco años, no se veía con la vocación, o aptitud
necesaria para el ejercicio de la abogacía, la competitiva dinámica de unas
oposiciones o pensar en algo “inalcanzable” como luchar por una ensoñada plaza
de notaría. Lógicamente aún era suficientemente joven para recomponer su
trayectoria vital, pero después de tantos años de estudio y sacrificio era muy
duro llegar a esa drástica convicción, no sólo ante sus progenitores, sino
también ante el “fiel espejo” de su propia conciencia.
Este comportamiento resulta más
frecuente de lo que parece entre muchas personas. Los ejemplos son numerosos,
no sólo en el ámbito de lo profesional, sino también en otras muchas facetas de
nuestras vivencias cotidianas. Piénsese en aquellas parejas de pretendientes,
quienes después de acumular años de noviazgo, llegan al momento en que deciden
dar el paso conyugal, ya sea por el camino eclesiástico o ante el Registro Civil.
Después, tras unos años de convivencia, incluso con hijos procreados, deciden
romper el vínculo que les une, aduciendo la incompatibilidad de caracteres:
“Nos hemos dado cuenta, al fin, que no nos conocíamos lo suficiente”. Y esta
sincera y “terrible” convicción llegan a alcanzarla después de varios años de
noviazgo y otros muchos de matrimonio
¿Es que estas personas no han pensado
bien los objetivos y los medios que se han propuesto? ¿Por qué esas
equivocaciones tan vitales, que no siempre resultan fáciles o cómodas de
restañar? ¿Cómo reemprender la marcha, después de tanto esfuerzo, tiempo y
coste invertido? En este plano de la exposición, habrá que volver a la historia
de Eloy.
Con la ayuda paterna de don Hilario y también algo de suerte, encontró un muy
necesario trabajo como administrativo en la sede de una institución bancaria.
El sueldo que percibía por el mismo no era en demasía elevado, pero al menos le
permitía subsistir dignamente, después de realizar una jornada laboral
continuada que finalizaba a las tres de la tarde. Atendía a los numerosos
clientes de la filial bancaria durante la mañana, mientras que las tardes las
podía dedicar a otras actividades que le resultaban más placenteras, para esa
fase de confusión existencial que atravesaba. Desde el plano o interés
empresarial resultaba atractivo tener empleados administrativos que gozaban la
titulación de licenciados en derecho. En cualquier momento ello posibilitaba
que la promoción laboral quedaba abierta. Además, dada su obvia preparación escolar
e intelectual, no le iba a resultar difícil dedicar parte de su amplio tiempo
libre a una afición que tenía desde sus años de adolescencia: practicar el arte
creativo de la escritura, ejercicio para el que poseía una cierta capacidad
natural. Desde siempre había leído mucho, tenía una poderosa imaginación y se
veía con una mayor fuerza expresiva a través de la palabra escrita que
aplicando la dialéctica oral cotidiana.
A los pocos meses de este cambio en su
vida, decidió buscar su nuevo hábitat de independencia, alquilando y comprando
después un pequeño ático en un bloque antiguo de la centralidad malagueña. Allí
trasladó parte de sus enseres, aunque siguió visitando a sus padres con
frecuencia, casi siempre en las horas del almuerzo y llevando esa bolsa de ropa
para su limpieza, con la complicidad generosa de su madre doña Eufemia. Al paso de los meses fue dando cuerpo a
un complejo culebrón literario que a medida que lo redactaba sumaba páginas,
personajes y acontecimientos. “Entre el viento y el mar”
fue el título que dio a esa su primera obra, de la que se mostraba bien
orgulloso, aunque la “desconfiada” respuesta de algunas editoriales locales y
regionales no avalaba una pronta garantía de publicación. El interventor de su
entidad financiera, conociendo la existencia de esta obra, animó a su autor y
compañero en el trabajo a que probara suerte presentándola en uno de los
concursos literarios convocados anualmente en nuestro país. Eloy así lo hizo,
sin mucha convicción desde luego, aunque pensaba que una experiencia más
siempre le vendría bien.
Fue enorme su sorpresa cuando, a
través de los medios de comunicación y mediante llamada telefónica de la propia
editorial, le informaron que su obra había quedado premiada en segundo lugar,
por el experto criterio del jurado calificador. Ese accésit no sólo le
posibilitó una interesante ayuda económica, sino la alegría de que su novela
iba a ser publicada para su venta en las librerías de todo el territorio
nacional. Los 500 ejemplares editados fueron fácilmente vendidos en pocas
semanas. El grupo editorial, convocante del prestigioso concurso literario,
aplicó un inteligente marketing y pronto sacó al mercado una segunda edición,
que también encontró una positiva recepción entre el público lector. La crítica
especializada valoraba positivamente esa nueva savia expresiva que el joven
escritor aportaba, en una compleja trama que, con hábil inteligencia, su autor
había querido que argumentalmente “acabara bien”. Los 350 ejemplares de esa
segunda edición se fueron “agotando”, con lo que llegaron nuevas ediciones que
sumaban, no sólo dividendos económicos, sino también un saludable prestigio
para un joven “compositor” de las letras y las palabras, que tan sólo alcanzaba
en este momento los veintiocho años de edad. En algunos sectores culturales se
le denominaba ya como la gran promesa de las letras en el siglo XXI.
En este panorama, el grupo editorial
le propuso firmar un atractivo contrato, con una notable retribución, por el
que Eloy Norial se comprometía a escribir tres novelas en el plazo de cuatro
años, con un control de entregas semestral. A esta apetecible oferta no se le
podía volver la espalda, colmándole de ilusión y también de una incrementada y
estresada tensión. Asumía la obligación de conceder programadas entrevistas a
los medios de comunicación, de participar en debates y conferencias sobre el
oficio de escribir, de firmar ejemplares en las librerías y centros comerciales
durante horas, etc. Esta nueva situación era todo un nuevo estilo de vida que le
hizo solicitar una excedencia especial en el banco donde trabajaba o al menos
una reducción de horario y sueldo, a fin de poder dedicarse más intensamente a
la expresividad literaria. La entidad financiera, entendiendo la peculiaridad
del caso, le concedió la excedencia que solicitaba por 18 meses, al término de los
cuales estudiarían de nuevo su vinculación con el grupo (que recibía con
satisfacción una útil propaganda teniendo como empleado al emergente y
sorprendente escritor).
Todo este maremágnum socio laboral
sobrevenido alteró el equilibrio anímico de Eloy. De ser un absoluto
desconocido, se había convertido en una persona de la que muchos hablaban y
señalaban. Tenía que encontrar un punto de tranquilidad y sosiego para comenzar
a redactar la que habría de ser su segunda publicación. Además, a partir de
ahora, tenía que escribir bajo el peso de una operación contractual, con
plazos, controles temáticos y número de páginas. La consecuencia principal de
todos estos cambios en que se veía sumido fue paradójicamente el inesperado bloqueo creativo. Comenzaba la redacción de una
historia y a las pocas páginas o capítulos tomaba la decisión de abandonarla,
para iniciar una nueva trama argumental que invariablemente seguía el mismo
camino de la anterior. No sabía lo que le estaba ocurriendo, pero lo cierto es
que se veía superado por los acontecimientos y su creatividad estaba bajo
mínimos. Incluso asistió a consultas con especialistas en psicología y
psiquiatría, pero aparte de variadas prescripciones farmacológicas, ninguno de
los facultativos resolvía con acierto el problema de una mente que se había
quedado “plana” en la originalidad imaginativa. Habían pasado ocho meses desde
la firma del contrato y carecía de algo concreto para ofrecer a los editores.
El grupo editorial, ante el
incumplimiento de los plazos comprometidos por el escritor, reunió al consejo
de dirección para analizar la compleja situación, evitando en todo momento
romper con el prometedor Eloy. Decidieron adoptar una valiente estrategia, asesorados
por expertos en psicología, a fin de buscar una salida a ese bloqueo creativo
de Eloy. Le ofrecieron realizar un crucero de 8 días por las aguas del
Mediterráneo, cuyo coste económico quedaría a cargo de la empresa. Pensaban que
después de esta relajante experiencia, el “atribulado” escritor volvería con
nuevas ideas y proyectos temáticos que iría “modelando y esculpiendo” en ágiles
narrativas, que serían plasmadas en las páginas “inmaculadas” a través de las
teclas del ordenador. Era desde luego una arriesgada inversión, más que por el
coste económico, por lo incierto de los resultados a obtener por parte de una
joven promesa en la que muchos todavía confiaban.
Ese grato viaje a través del mar,
recalando y visitando los numerosos entornos insulares del Mar Egeo, fue
templando y enriqueciendo, al tiempo, el ánimo y la mentalidad de un hacedor de
historias a través de las páginas escritas. Tanto con los compañeros de viaje,
como cuando desembarcaba en esos pequeños puertos griegos, pleno de encanto y
con preciosos atardeceres, Eloy se abría al diálogo con los lugareños, tomando
decenas de fotos y anotando numerosos apuntes, acerca de las costumbres, las
vivencias, los comportamientos y las imágenes que por su retina y mente iban
pasando, material que sin duda germinaría y fundamentaría como “alimento” ese
proceso necesario de la creatividad.
En el sur de la isla de Paros, el navío turístico recaló durante dos jornadas,
tiempo que Eloy aprovechó sin descanso para caminar, visitar, observar y
dialogar, con todos aquellos que se mostraran receptivos para la fugaz amistad
con el amable viajero hispano. Durante el suculento almuerzo, que realizó en un
bohemio y coqueto restaurante rodeado de frondosa arboleda y a escasos metros
de la playa, tuvo la oportunidad de entablar una larga charla con su
propietaria, una joven y atractiva mujer que no llegaría a la treintena. Se
llamaba Fania, era española de origen y llevaba
residiendo en este idílico entorno helénico unos siete años, tras abandonar su
Orense natal y buscar un profundo cambio en su azarosa vida anterior. La
especial habilidad del Eloy para abrir intimidades y confidencias en sus
interlocutores, le permitió conocer algunos detalles de una vida, en la
actualidad muy sosegada y feliz, pero que había sufrido una atormentada
adolescencia. El desequilibrado causante de esa agresiva actitud era un
padrastro cruel y libidinoso, que puso sus ojos durante años en la hermosa hija
de una irresponsable madre soltera, que se negaba a ver lo que era evidente: su
compañero sentimental hacía todo lo que estaba en sus manos y en su mente
enferma por sobrepasarse con la limpia inocencia de su hija indefensa. Al fin
la chica no pudo aguantar más y huyó en la búsqueda de un destino con el aire
más purificado que el que tenía y “respiraba” en aquel lóbrego pazo galaico.
Trabajando en lo que encontraba,
peregrinando de aldea en aldea, ayudada por esos transportistas que se
prestaban a trasladarla de un punto a otro de la geografía y aprendiendo a
dormir numerosas noches bajo el techo protector de las estrellas, quiso el
destino que Fania recalara un día en esta paradisiaca isla del Egeo, donde
encontró protección paternal en un bondadoso anciano ventero, llamado Pandrios Keelan, que
le ofreció trabajo y cobijo en su modesto chiringuito de comidas. Hacía años
que había enviudado y no tenía hijos, por lo que se sintió como un padre hacia
esa joven española, que venía huyendo de un pasado duramente tormentoso en lo
familiar. Este anciano griego, de noble
corazón, no pudo superar un proceso gripal que le sobrevino hacia año y medio.
Pero antes de su partida terrenal, había cedido documentalmente la propiedad de
su modesta vivienda y establecimiento de comidas a quien él consideraba su
“ahijada”, quien decidió afincarse definitivamente en este cálido paraje de
ensueño, haciendo unas pequeñas reformas en el establecimiento, que tenía por
nombre el rótulo emblemático de La Nueva Olimpia.
La sincera apertura explicativa de
Fania, encontró una generosa y necesaria respuesta vital en Eloy, quien también
relató las líneas identificativas de lo que había sido su vida, hasta la mágica
oportunidad de conocer este bello paraje insular, en donde una bella y
transparente mujer había cautivado su ánimo y el afecto de su corazón.
“Fani, me haría ilusión quedarme por
aquí algún tiempo o incluso más. No me importaría ayudarte en lo que fuere,
sirviendo las comidas a los clientes, limpiando o aprendiendo a cocinar si
fuese necesario. Lo que tu me pidas y sea conveniente. Creo que he encontrado
el ambiente ideal, la persona maravillosa y el sosiego más necesario para
reemprender la vuelta a la creatividad de las letras, habilidad que creí haber
lastimosamente perdido en un contexto espacial, al que desde luego no me place
por ahora volver”.
Aquella misma noche el joven escritor
habló con el capitán del navío, informándole de su firme decisión para quedarse
en la isla, firmándole el documento correspondiente a fin de eximirle de
cualquier otra responsabilidad. En la mañana siguiente extrajo su equipaje del
camarote que utilizaba, dirigiéndose con él hacia una pensión familiar, regida
por la “mamá Antia”. Le acompañaba Fania, que se sentía muy ilusionada ante el
paso inesperado que había dado el intrépido viajero del crucero, deseando
permanecer junto a ella, para ambos cultivar la amistad y el conocimiento.
Pensaba que las tareas a realizar en la Nueva Olimpia necesitaban un brazo más,
sería el de Eloy, para ayudarle en el esfuerzo, el sentimiento y la compañía.
Don Hilario estaba ya habituado a las respuestas insólitas de su hijo Eloy.
“Papá, te llamo desde un lugar
maravilloso, la isla de Paros, en las Cícladas del Egeo. Aquí deseo permanecer.
Tengo un modesto trabajo que no me va a impedir reanudar la tarea literaria,
que la tenía peligrosamente bloqueada. Ahora veo los amaneceres con esperanza y
los atardeceres tienen ese color que me genera sentimiento y templanza al
tiempo. Voy a escribir mi segunda obra, que va a tener igual o mayor calidad
que la primera. Tengo ya un titulo provisional “Fania,
la felicidad hallada”.
Desde la pensión de la señora Antia,
tomaron un bus para desplazarse a Parikia, la capital de la isla. En una de las
entidades bancarias, Eloy realizó una transferencia a su grupo editorial: era
la cantidad exacta de lo que había costado su crucero, añadiéndole un breve
texto aclaratorio. “Perdonadme si os he causado muchos quebraderos de cabeza.
Os devuelvo el coste del viaje. Estoy seguro de que algún día nos volveremos a
encontrar. Saludos. Eloy”.
Han pasado dieciocho
meses, desde
estos hechos. En una lujosa sala de espera, correspondiente al edificio
empresarial de Editoriales Reunidas, Eloy Norial, acompañado por Fania Lurial,
esperan ser recibidos por el director del departamento de Grandes Proyectos y
ediciones. Junto a ellos, reposa en el suelo un maletín de piel beig que guarda
un denso manuscrito de la segunda obra firmada por el autor. También un pen drive
conteniendo el mismo texto de forma digital. Se titula: FANIA, LA FELICIDAD ENCONTRADA. Han dejado a
la hija que ambos tienen, Lucinda, en casa de sus abuelos, que se sienten
felices al tener por primera vez en sus brazos a su pequeña nieta. Tras una cordial
entrevista con Mr. Adrian Perkins, el grupo editorial renovó días después, de
manera automática, el antiguo vínculo contractual que hacía tres años había
firmado con el “prometedor” escritor. Eloy, Fania y Lucinda volvieron, una
semana después, a su residencia en Paros, una bella isla de las Cícladas
griegas en el mar Egeo. Son tres personas felices en el amor. -
ACIERTOS
Y ERRORES, EN
LA GENERALIDAD DE
LO
HUMANO
José L. Casado Toro
Antiguo
Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga
5 noviembre
2021
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electrónica: jlcasadot@yahoo.es
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personal: http://www.jlcasadot.blogspot.com/
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