viernes, 3 de diciembre de 2021

LA CÓMICA DISTORSIÓN DE LAS PALABRAS Y EL SENTIDO DE UNA FRASE.

A buen seguro que todos hemos sido partícipes, en más de alguna ocasión, de un divertido juego basado en la distorsión de las palabras contenidas en una frase. Una determinada expresión se va repitiendo “rápidamente” y en voz baja, entre los integrantes de un grupo, siguiendo un orden prefijado. El último en escucharla manifiesta en voz alta lo que ha llegado a entender, después de su largo recorrido, comparándose con lo que el primero en iniciar el juego quiso decir. Entonces se comprueba, en medio de las risas y el asombro de todos, los cambios que en su camino ha sufrido la frase original. Este simple juego revela la evolución que sufre un primer mensaje, al pasar de boca en boca entre unas y otras personas. En su aleatorio caminar, ese contenido puede tener tantos cambios que resultará irreconocible para aquel primer autor que lo originó. Hay que hacer hincapié en la forma como se desarrolla esta evolución en la vida cotidiana. Cuando alguien te confiesa alguna confidencia, basándose en la confianza que os une, comienza su alocución con una repetida advertencia o petición: “Te tengo que decir algo importante, que sé de buena fuente, pero “júrame” no lo vayas a contar a nadie”. Esa expresión se manifiesta bajando el volumen de la voz, incluso tapándose con la mano parte de la boca, como temiendo que pueda ser escuchada por algún otro que, obviamente, no está junto a los amigos y conocidos. A lo mejor los dos interlocutores están hablando en un paraje “desierto”.

Una tarde de junio, Sancho Calatrava había decidido dar un paseo relajante por el centro urbano. De profesión representante en Andalucía oriental de un consorcio japonés de productos alimenticios, tenía libre la tarde de ese miércoles, ya que un desplazamiento que tenía de realizar a la vecina ciudad de Granada lo había aplazado por un problema técnico descubierto en el vehículo empresarial que utilizaba. Le aseguraron en el taller que la reparación estaría lista para la tarde del jueves, por lo que hasta el viernes temprano no iniciaría ese desplazamiento profesional que no tenía el carácter de urgente. Su mujer Eugenia tenía turno de trabajo esa tarde, en unos afamados grandes almacenes. Iría a esperarla a la hora del cierre del establecimiento, para volver juntos a su domicilio. Tras callejear el comercial representante de manera relajada, tomó asiento en una cafetería de la zona portuaria, para saborear una infusión de esas que tan bien preparan en esa afamada franquicia para los amantes del buen café.

No llevaba en el popular establecimiento más de diez minutos, cuando una voz le “despertó” del letargo en el que plácidamente se encontraba, mientras observaba el lento balanceo de las embarcaciones de recreo que estaban atracadas en el puerto 1 y 2, aseguradas a los firmes amarres correspondientes.

“Pero ¿no te acuerdas de mi, “Sanchito”? Soy tu compañero Evaristo Membriales, de la última promoción del 92 en el Instituto ¡Que alegría y casualidad! Verte ahí sentado, como todo un señor, disfrutando de tu taza de café. ¡No has cambiado casi nada y ya han pasado desde entonces … veintinueve años! Casi nada. Porque tu yo somos de la “quinta” del 74 ¿verdad?  Bueno, vamos a ser generosos. No nos miremos las “entradas” en el pelo, las papadillas, el “Michelin” de la buena repostería y esas arruguillas que nos hacen más interesantes ante las chavalas. Pero aquí estamos, como dos “handsome latin lovers”. Anda, cuéntame despacito como te ha ido la vida. Seguro … que muy bien, pues tu siempre fuiste uno de esos empollones que caen bien a los maestros. Tienes pinta de ser un honrado papá de familia, con hijos adolescentes.

Bueno, te contaré que yo estuve de matrimonio, bueno… “aguanté” hasta siete años. Todavía no me creo que yo ejerciera de esposo formal durante todo ese tiempo. Fue una travesía del desierto que me desnaturalizaba. Por eso llegó la sensatez.  Cada uno por su lado y a disfrutar la fruta en su punto por todos los sembrados. Eso de ir libando de flor en flor es verdaderamente lo mío. Ahora me dedico al negocio de los cigarrillos electrónicos. Pero si te contara por todos los “bandurrios” que he pasado, te asombrarías. Un novelista resolvería su creatividad si yo me prestara a inspirarle con mis numerosas aventuras”.

Sancho, todo asombrado y divertido, escuchaba la verborrea de su antiguo compañero de instituto. Intentaba hablar, pero el objetivo no era fácil, ante su muy locuaz y persuasivo interlocutor. En principio no lo recordaba muy bien, pues casi tres décadas hacen que las apariencias físicas evolucionen. Sin embargo, la memoria responde y poco a poco iba relacionando detalles de aquella añorada etapa de la avanzada adolescencia. Invitó a Evaristo que se sentara con él, para compartir alguna merienda y el afecto de las palabras.

Como siempre suele ocurrir en estos casos, comenzaron una simpática dialéctica, en la que cada uno de los dos antiguos compañeros iba aportando alegres y sentimentales anécdotas de aquellos años que ya no pueden volver al escenario mágico de la actualidad. Fueron pasando revista a los entrañables profesores que a estas alturas del tiempo ya estarían todos jubilados o … aludiendo con respeto y cariño a esos apodos o motes que muchos llevaban y a pequeños detalles que siempre son destacados por el colectivo que está sentado frente a la mesa del docente de turno. Por supuesto que también Sancho comentó su actividad como representante de esa marca de productos orientales que, según él, tenía cada vez más adeptos en los supermercados y tiendas, por las cambiantes y novedosas costumbres culinarias.

En un momento concreto, Evaristo, henchido de emoción y añoranza, se puso algo serio e hizo una importante confidencia a su amigo y antiguo compañero

“Mira Sanchito, te tengo que revelar algo muy doloroso, que me llegó hace dos días, en boca de otro compañero de nuestra clase Damián Burgueza que no sé si te acordarás de él, porque era muy calladito. Hoy está trabajando en el negociado del Catastro. Bueno, pues con mucho tiento, me explicó que le habían llegado noticias que Nando Calleja, aquel que le llamábamos “el cabezón” y que puso un negocio de suelos de madera, moquetas y parquets que le iba muy bien, hasta ganar espuertas de dinero, parece que se ha metido en malos negocios y de la noche a la mañana se ha visto en la más completa ruina. Pero de tal manera que hay días que no tienen ni para comer. Parece que los bancos le han quitado el chalet que tenían en Marbella y hasta su mujer, con el tonteo que tenía la señora, comentan se ha tenido que poner a echar horas en una empresa de limpieza de comunidades. Un verdadero drama. Aunque me he enterado hace dos días, estoy tratando (con la discreción necesaria, pues su penosa situación la guardan en secreto por la vergüenza social) de que los antiguos compañeros y amigos le echen una mano a la pobre familia”.

La verdad es que el representante de productos japoneses no lograba concretar quién era el tal Nando Calleja. Pero fue tal el dramatismo aplicado a la confidencia “secreta” de Evaristo, que el buen hombre se sintió conmovido y predispuesto a echar una mano a ese compañero de aula, fuese quien fuese, que ahora se encontraba en situación económica tan dramática. Anotó en su pequeña agenda los datos domiciliarios de esta familia sumida en la pobreza, información que Evaristo ya se había ocupado de recabar y difundir.

Los rayos del sol se iban tornando cada vez más anaranjados, con ese tono áureo tan característico de una primavera que fenece dando entrada a un verano que siempre amenaza con ser más tórrido que el anterior. Decidieron poner fin a la fraternal velada del reencuentro, tras casi tres décadas de no saber nada el uno del otro. Se fundieron en un emocionante abrazo y se prometieron que no dejarían pasar otras tres décadas para poder compartir un nuevo café, acompañado de esas palabras emocionantes que generan sentimiento y nostalgia ante un pasado fugaz que ya no volverá.

Hizo tiempo en unos grandes almacenes cercanos hasta que las manecillas del reloj marcaban algunos minutos para que dieran las diez. Eugenía se sintió expresivamente feliz ante la presencia inesperada de su marido (que había tenido el sin par detalle de comprarle una biznaga para el cariño) cuando salía de su trabajo en ese gran almacén en el que “casi” todo lo hay. Dada la templanza de la noche, decidieron ir a cenar a alguna pizzería cercana, pues ambos eran muy aficionados a la comida italiana. Compartieron una gran pizza hojaldrada “quattro stagioni” y una ensalada caprese, verdaderamente suculenta. Las dos copas de tinto Rioja fueron un delicioso complemento para la cena, en una noche que respiraba el latido veraniego anticipado. Le comentó a su feliz Eugenia el reencuentro con el parlanchín Evaristo y ese “millón” exagerado de anécdotas que ambos habían revivido de aquellos lejanos años del 92, en una emocionante e inolvidable etapa de sus vidas. Silvio, el atento propietario del local al que ya conocían de otras oportunidades, les trajo un chupito de limón a cada uno, para que recordaran ese ratito tan agradable en La Fontana di Trevi, excelente título para un coqueto restaurante que tenía una pequeña fuente (en ese momento con el mecanismo del surtidor estropeado) imitando al muy conocido y romántico monumento urbano de la inmortal Roma.

Fue en esa sobremesa, cuando Sancho contó detalladamente a Eugenía la historia dramática de ese compañero Nando que lo estaba pasando mal junto a su “empobrecida” familia.  “Es tal el bloqueo económico en el que están sumidos, que me dice Evaristo que hay días que no tienen ni para llevarse un plato de comida a la mesa. Estoy dispuesto a hacer algo bueno por un compañero del que ciertamente no me acuerdo, pero que le vendrá bien un poco de ayuda. Lo haré con hermosa delicadeza y exquisito tacto, a fin de evitar incómodas y torpes humillaciones”.

En la mañana del jueves, antes de ir al taller mecánico para preguntar por su automóvil en reparación, pasó por el prestigioso supermercado de un centro comercial cercano a casa y allí gestionó un envío de productos a la dirección que le había facilitado Evaristo. En ese gran lote de productos alimenticios no faltaban los paquetes de garbanzos, lentejas, arroces, judías, latas de tomates, garrafa de aceite, botes de leche, saco de patatas, además de una variada cesta de frutas (manzanas, aguacates, plátanos, naranjas, piña tropical, melón, etc.) Un pan cateto de dos kilos completaba el envío, al que también quiso añadir algún detalle simpático para los desayunos, como galletas y tortas de algarrobo, que siempre vienen bien, por su calidad, sabor y valor alimenticio. Indicó los detalles de la dirección a donde debía ser entregado el lote de alimentos, cuyo remitente debería permanecer en el más absoluto anonimato. Una vez realizada esa generosa donación, se marchó a sus tareas laborales con el corazón satisfecho, pensando en que “He hecho lo que debía. Al menos la familia de ese antiguo compañero no echará en falta, durante algunos días, ese sustento tan necesario para la vida”.

Fueron pasando los días y el asunto de Nando y su desgraciada mala suerte se le fue olvidando, debido a ese trajinar tan estresante en que hemos convertido neciamente el avance de las horas. Pero en el momento más inesperado, la vida puede reubicar cada cosa en su verdadero lugar, para nuestro asombro y sorpresa. Nueve días después de haberse realizado en el envío, Sandro estaba viendo la película que esa noche del martes emitía la segunda cadena de RTVE. El reloj marcaba las 22:35 cuando su móvil comenzó la “cantinela” de una llamada. Le inquietó la hora pues, pasadas las diez de la noche, el teléfono no suele traerte las mejores noticias. Al otro lado de la línea estaba Evaristo:

“Perdona que te moleste a estas horas, Sanchito. El tema es que tenía un listado de llamadas que hacer y a ti te ha correspondido un poco tarde. Tengo que explicarte un asunto que puede resultarte entre cómico o insólito. Pero ante todo quiero pedirte que no te enfades y que lo aceptes con el mejor talante que sé tu posees.

Como te puedes imaginar, está relacionado con el compa Nando Calleja. Cuando me llegó la información acerca de la precaria situación en que se veía sumido, el mensaje yo lo entendí con ese nombre. El problema es que había corrido de boca en boca (Nando en una persona muy conocida socialmente) y, probablemente desde el origen, ese nombre había sido alterado, cambiado o mal escuchado. Para que entiendas la incomodidad del asunto, la persona que ha sufrido ese hundimiento económico no es Nando Calleja, sino un tal Sandro Callera, al que no tengo el gusto de conocer. Sólo me han aclarado que tenía un negocio por el polígono de materiales para la construcción. Y aquí viene la comicidad del asunto: Nando, sin saber por qué y con el mayor asombro, comienza a recibir en su domicilio paquetes de comidas, fardos de ropa, cheques bancarios con diversas cantidades al portador y creo que hasta alguna Virgen del Perpetuo Socorro. Desde luego que la gente es más generosa de lo que parece, pero la cara de Nandito, sin saber qué hacer ni en dónde poner tantos paquetes de lentejas o bolsas calcetines en “buen uso”, debió de ser hilarante para el espectador, pero dramática y desesperante para el asombrado protagonista receptor.

El “enojoso” asunto parece que ya se ha ido reconduciendo, en el sentido que el tan amplio y variado material recibido por Nando está siendo repartido entre algunas organizaciones benéficas de acción social. También, una parte del mismo, piensa enviarse a este personaje, que no conozco, el tal Sandro Callera”.

Es evidente que el sentido de un mensaje y la concreción de las palabras puede sufrir equívocos y deficientes recepciones, hasta evolucionar en contenidos que nada tienen que ver con el origen del mismo. En este caso, la confusión acústica de dos nombres bastante parecidos había provocado un “desborde” de generosidad en muchas personas, con el asombro insólito de un destino equivocado que no sabía ni qué decir ni qué hacer. El buen y desconcertado Nando se preguntaba el por qué de todo aquello que llegaba a su domicilio.

Sólo añadir que Sancho, cuando pasea por la ciudad, tiene buen y especial cuidado en reconocer entre la muchedumbre la silueta de su compañero escolar Evaristo, porque en tal caso incrementará con presteza su marcha, tratando de llegar a esa calle adyacente que lo aleje preventivamente del locuaz y persuasivo negociante de cigarrillos electrónicos. -

 

LA CÓMICA DISTORSIÓN DE LAS PALABRAS Y EL SENTIDO DE UNA FRASE

 

José L. Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

03 diciembre 2021

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