viernes, 30 de abril de 2021

LA FIDELIDAD LECTORA DE OLIVIA.

Como cada uno de los días laborables, desde hace casi tres lustros, Máximo acude con bastante antelación a la biblioteca pública en la que trabaja, cumpliendo horarios alternos de mañana o de tarde, según el discurrir de las semanas. Esa extrema puntualidad en la hora de llegada al recinto (alrededor de las 8:30, cuando la apertura al público es media hora más tarde, a las 9:00) obedece a su estricta profesionalidad por querer tenerlo todo bien organizado, para la atención de un público fiel que, en su sensata y responsable opinión, merece el mejor de los servicios.

A sus 44 años de calendario vive solo en el domicilio de su propiedad, pues la compañera con la que se unió, Irina, siendo ambos muy jóvenes, decidió un día romper el artificio que mantenían, expresándole abiertamente su deseo de cambiar a un tipo de vida diferente, más contracultural, experimental y arriesgado para la ilusión. El carácter de su compañera era, desde siempre, abierto al riesgo y a la aventura, dando muestras de su tendencia a los cambios, mientras que Máximo, por el contrario, mostraba una naturaleza más sosegada, tranquila y conservadora. Se dieron un adiós civilizado y cariñoso, comportamiento que siguen manteniendo pues, con periodicidad, contactan telefónicamente, especialmente Irina a quien gusta narrar sus últimas experiencias, en ocasiones arriesgadas, en las que se halla juvenilmente inmersa.

Este activo y cumplidor funcionario municipal se encuentra adscrito a la concejalía de Cultura, Fiestas y Deportes, en el Ayuntamiento de la capital malacitana. Antes de que llegue el público lector, a las instalaciones de la biblioteca, suele controlar el trabajo de las personas que realizan la limpieza o la organización diaria, repasando los estantes de las cuatro salas que componen la unidad, colocando en su lugar correspondiente algunos de los libros devueltos y que no han sido llevados al sitio que deben ocupar. También se preocupa de encender los ordenadores ubicados en la sala de informática, sección muy demandada por los usuarios de la biblioteca (es frecuente la impartición semanal de horas de clase a pequeños grupos de interesados, a fin de explicarles y adiestrarles en el funcionamiento de las aplicaciones más comunes para el manejo de los ordenadores allí disponibles).

Los usuarios comienzan a llegar a partir de las 9 de la mañana, pudiendo permanecer en las salas hasta la hora del cierre, fijado para las 20:45 (aunque, desde quince minutos antes, se van dando algunos avisos indicando de que los lectores deben ir guardando sus pertenencias). La mayoría de los que acuden a la biblioteca lo hacen para el estudio, la realización de sus ejercicios y la consulta de volúmenes: son alumnos de la ESO, bachillerato y numerosos universitarios. Tanto por las mañanas como por las tardes, llegan al recinto numerosas personas mayores, normalmente ciudadanos jubilados, quienes desean entretenerse e informarse leyendo los diversos periódicos del día. No faltan aquellos usuarios que también se desplazan a la instalación cultural para devolver o solicitar libros en préstamo, volúmenes que pueden tener en casa por periodos renovables de quince días. Hay una cierta competencia entre estos usuarios, por conseguir las últimas novedades editoriales ingresadas en los fondos de la biblioteca, siendo especialmente demandadas las novelas best-selles de prestigiosos autores, que enriquecen los escaparates y estantes de las diversas librerías.

El personal adscrito para la atención de la biblioteca lo componen hasta cuatro compañeros: además de Máximo, está Telesforo, Miranda y una joven becaria llamada Higinia. Todos ellos se reparten el amplio horario continuado de 12 horas de apertura para el servicio. En cuanto a los lectores y estudiantes, hay entre ellos diversas tipologías y comportamientos cuando acuden a las instalaciones: están aquellos que “luchan” por mantener el sitio que les gusta para la lectura o el estudio; aquellos otros que repiten, con repetitiva constancia, la misma consulta; los que se suelen enfadar, cuando no pueden conseguir la obra o novela del autor afamado, recientemente adquirida por el servicio de cultura y, por supuesto, aquel usuario que se suele “resistir” en el incumplimiento de abandonar el recinto, cuando ya han dado el aviso de los últimos cinco minutos.  En general, el orden interno es bueno y los responsables de la biblioteca sólo tienen que llamar la atención de algunos chicos jóvenes, que vienen por las tardes para el estudio o realizar sus tareas de clase, a fin de que respeten el debido silencio que necesitan aquéllos otros usuarios que necesitan concentrarse en sus lecturas y preparación de los diferentes trabajos. 

Desde que llegó la estación otoñal, a las hojas temporales de los calendarios, hay una usuaria que admirablemente no suele faltar en su visita diaria al recinto bibliográfico.  Su nombre es Olivia, información que facilitó a Máximo cuando éste le estaba realizando el carnet de lectora. En cuanto a los demás datos, tuvo que complementarlos unos días después, cuando al fin pudo mostrar el DNI, documento que por cierto se encontraba caducado. Se trata de una señora de 74 años que muestra su cabello encanecido y recogido, al modo antiguo, en un moño que luce en la parte trasera de su no voluminosa cabeza. Tiene los ojos de color castaño y cansados, con un nivel de visión más bien bajo. El tostado color de su piel tal vez refleja que ha tenido que estar excesivas horas expuesta a la influencia solar, lo que ha provocado una epidermis surcada por numerosas arrugas, confirmando también su avanzada edad. Camina de forma más bien lenta e insegura, mostrando el sobrepeso evidente en las piernas, aunque nunca se le ha visto ayudarse con algún bastón para el equilibrio. En cuanto a su atuendo, viste con una patente modestia. A todas luces, no puede ocultar una disponibilidad económica bastante precaria.

Esta lectora “empedernida” es una de las primeras personas que accede a la biblioteca por las mañanas, ya que incluso son muchos los días en que espera pacientemente a que el funcionario de turno abra la puerta para la entrada del público. Suele ocupar uno de los asientos próximos a los grandes ventanales, que suman la entrada de luz solar a la emitida por los focos eléctricos situados en los techos del recinto. Una vez que deja alguna de sus prendas, para que no le “quiten” el puesto elegido, se desplaza caminando lentamente hacia uno de los estantes, en donde reposa la muy amplia bibliografía disponible en la biblioteca dedicada al mundo del cine.      

Pasa las horas permaneciendo allí sentada durante el resto de la mañana, levantándose de su puesto lector sobre las 13:15 o 13:30. A esa hora abandona la biblioteca, pues se acerca el tiempo del almuerzo. A eso de las tres de la tarde, vuelve de nuevo al recinto bibliográfico, repitiendo el mismo protocolo desarrollado durante las horas matinales. Sigue manteniendo su presencia en ese mismo u otro asiento, hasta que suena el primer aviso para que los lectores vayan guardando sus enseres, devolviendo los libros que hayan consultado y abandonen el recinto, pues es inminente la hora de cerrar. Olivia es una de las últimas usuarias en levantarse de la mesa, caminando lentamente hacia la puerta de salida. Y así es la presencia de esta señora mayor, un día tras otro.

No suele merendar a media tarde, como la mayoría de los usuarios hacen, saliendo a tomar un café o a consumir alguna chuchería en los jardines anejos a la biblioteca.  Pero en algunas ocasiones, la tenaz observadora de páginas se levanta de su silla para ir al servicio, llevando en su mano un pequeño envoltorio, bolsita de plástico que ha extraído previamente de su muy ajado y gastado bolso. Máximo, que la observa con curiosidad y discreción, deduce que porta en la mano algo para consumir, como algunas galletas, fruta o tal vez una onza de chocolate. Aunque las normas de la biblioteca no lo permiten, él hace como si no la hubiera visto, pues entiende que la señora algo tendrá que merendar, tras permanecer tantas horas delante de ese su libro elegido.

De vez en cuando, Máximo da cortos paseos por los pasillos de las salas. Siempre que pasa junto a la mesa ocupada por Olivia, observa que esta lectora suele elegir el mismo libro en la sucesión de los días, grueso volumen que una vez abierto permanece por la misma página durante largos y prolongados minutos. La ve mirando y remirando esas grandes fotos que aparecen impresas en blanco y negro o a todo color en las páginas del volumen. Aunque ya conoce el libro que elige la voluntariosa y animosa lectora, GRANDES ACTORES EN EL MEJOR HOLLYWOOD, una mañana antes de abrir la biblioteca dedicó unos minutos a ojear el índice y el contenido del muy grueso ejemplar. Los numerosos capítulos reflejados en el índice hacían alusión a muy elaboradas y sintéticas biografías de los míticos actores y actrices, preferentemente pertenecientes al cine clásico.

En esa observación que Máximo realizaba sobre la tenaz lectora, percibió que, en la mayoría de las ocasiones, las páginas del libro estaban abiertas por personajes masculinos. Las biografías que Olivia miraba “extasiada” eran mayoritariamente de actores, sobre las actrices:  Gary Cooper, Clark Gable, Cary Grant, Robert Taylor, Charlton Heston, James Dean, Frank Sinatra, Laurence Olivier, David Niven, Montgomery Clift, Michael Caine, Gregory Peck, Marlon Brando, Alec Guinness, Paul Newman, James Stewart, etc. Aprovechando un día en el que el frío “apretaba”, mezclado con una fina llovizna, siendo las seis de la tarde, se acercó a la señora manifestándole con delicado respeto las siguientes y generosas palabras:

“Doña Olivia ¿le apetecería ir a merendar? Si me lo permite, sería un verdadero placer poder invitarla. La tarde se ha puesto con un tiempo incómodamente desapacible. Hay una cafetería aquí muy cerca, a dos puertas de la biblioteca. Y no se preocupe por el “chirimiri” que ha comenzado a caer, que no será una larga caminata. Por previsión, tengo aquí bien guardados en mi despacho una colección de paraguas, adornados con los más variados motivos o dibujos. Este valioso material es muy oportuno para protegernos durante los días de lluvia. Aunque le resulte increíble, lo he ido formando pacientemente con los paraguas que se han ido dejando u olvidando los usuarios en los servicios o zonas de la biblioteca y que posteriormente no han reclamado”.

La señora aceptó encantada la gentil, divertida y generosa invitación que le ofrecía el encargado de la biblioteca. Una taza de café con leche, bien caliente, templaría sin duda un cuerpo que necesitaba, obviamente, algún alimento. Además de la reconfortante infusión, Olivia mostró su buen apetito consumiendo unos sabrosos bizcochos que, con el mayor agrado, mojaba en la muy aromática taza. No sería esa la única tarde en que el encargado y la veterana lectora compartieron esos gratos minutos para la merienda y la conversación. Era más que evidente que la anciana carecía de medios económicos, pero sobre todo se la veía profundamente agradecida por ese ratito de compañía que le regalaba el bondadoso funcionario de la biblioteca pública.

La historia de la septuagenaria doña Olivia Pinal Alara, estaba llena de sencillez, hermosura, otoños y primaveras con encantos, para el deleite de aquellos que quieren y tienen la suerte de saber escuchar. La suya había sido una vida entregada al esfuerzo del trabajo diario, como operaria eventual en una fábrica de conservas de pescados. Prácticamente huérfana de ambos padres, en los complicados años de la adolescencia, fue criada por una cariñosa tía abuela que que por ley generacional la dejó en profunda soledad familiar, cuando Olivia se encontraba iniciando su tercera década existencial. Siempre fue habilidosa en las tareas artesanales, aunque por esos azares del destino, en los años de la posguerra de la anterior centuria, apenas recibió adiestramiento escolar. Su cultura era de origen visual y costumbrista o dicho de otra forma, sufrió durante toda su vida un profundo analfabetismo, que ella solía “paliar” con ese aprendizaje mímico de saber cumplir sus obligaciones laborales, mientras seguía viviendo en ese erial intelectivo, en el que las palabras escritas siguen sin entenderse, aunque la memorización y aplicación de los vocablos orales permiten la subsistencia para caminar por la complicada “selva” de lo social.  

Una mañana de invierno Olivia no estaba esperando a esa hora temprana ante la puerta de la biblioteca, para ocupar su habitual puesto lector. A Máximo le extrañó su ausencia, aunque entendió que, con el frio que hacía en la calle, la buena señora habría decidido quedarse en casa o incorporarse al recinto cultural algo más tarde. De todas formas, no apareció durante ese día, ni en aquellos otros que vinieron después. Ante ese “anormal” comportamiento, en una persona tan repetitiva en sus hábitos, pensó que tal vez se encontrara enferma. El carácter de este encargado bibliotecario le hizo buscar una explicación que aportara luz a una ausencia que aún sin incumbirle, provocaba sus dudas, temores y preocupación. A través del fichero de usuarios registrados, localizó fácilmente la dirección que buscaba y en esa tarde que tenía libre, por turno rotatorio, se encaminó hacia la barriada en donde los datos indicaban el domicilio de la veterana lectora.

Era una zona urbana de sociología mayoritariamente humilde y modesta, concepción que Máximo pudo fácilmente contrastar cuando entró en una antigua corrala, habitada por numerosas familias, en la que se percibía un patente hacinamiento y una pobreza manifiesta. Hizo algunas preguntas, a las personas que en el gran patio encontró y pronto estaba ante la señora Olivia, que permanecía postrada y enferma en la cama. Ocupaba una pequeña habitación, en un piso que habitaban dos hermanas mayores y solteras, propietarias del inmueble, alquiler por el que tenía que pagar una módica cantidad mensual. La humedad era elevada en esa planta baja de la puerta nº 9. Había que estar bien abrigado, ante la carencia de cualquier elemento eléctrico con el que combatir el frio reinante en un habitáculo que rebosaba descuido en la limpieza. Además, observó la ausencia de elementos que aportaran un cierto confort a sus inquilinos.

Amanda y Roberta, las dueñas de aquel “tugurio” explicaron al asombrado y preocupado visitante sobre las fiebres que sufría “la Olivia” y las medicinas que el médico había enviado, tras la visita de urgencia que hizo a la paciente, una noche en que su estado febril la hacía delirar. Por fortuna aquella tarde de enero, postrada en su inhóspito aposento, Olivia se sentía un poco mejor y, con emoción manifiesta, agradeció a su amigo Máximo que la hubiera localizado y visitado, para compartir un ratito de conversación. El generoso funcionario municipal había tenido el feliz acierto de llevar consigo el libro habitual que elegía la señora, en sus visitas diarias a la biblioteca. Cuando se lo entregó a su interlocutora, para que lo pudiera tener en casa el tiempo que necesitara, ésta le respondió con una sonrisa agradecida, revelándole un secreto que el sagaz encargado sospechaba, dado el comportamiento diario de la fiel y constante lectora.  

“Querido Máximo, tengo que confesarte que las duras circunstancias que tuve que soportar en mi ya muy lejana infancia, impidieron que aprendiera a leer o a escribir. Soy de esas analfabetas que por la práctica diaria, entienden lo que otros dicen y pueden expresar lo que quieren decir, Ciertamente con imperfección, pero con la mejor voluntad. Yo lo que aprendí fue a “leer” y entender las imágenes de las películas, mi única gran afición de toda la vida. Por eso ahora disfruto viendo las fotos de mis héroes favoritos en la pantalla, distrayéndome con las láminas de ese gran libro que has tenido la caridad de traerme, en el que vienen también otras muchas fotos de las películas que hicieron y que yo recuerdo con admiración y cariño. Además de disfrutar con esos recuerdos de las películas y los actores, el calorcito de la biblioteca me sienta muy bien. Allí no paso frío, estoy segura de otros peligros que pasan en las calles y paso las horas también viendo lo que hacen unas y otras personas que ocupan los asientos disponibles en las salas”.

Fue una tarde en sumo interesante y reveladora, que Máximo no olvidará. Tras despedirse de su veterana amiga, le prometió que volvería algunas tardes, en los próximos días, para leerle párrafos interesantes correspondientes a las biografías de esos grandes actores que tanto emocionaban los recuerdos de la anciana señora. Antes de salir de la vivienda, habló con las dos hermanas y les entregó alguna cantidad, rogándoles atendieran en lo posible a la señora mayor que tenían en su piso. Les aclaró que iba a realizar gestiones, a fin de que los servicios sociales del Ayuntamiento facilitaran alguna ayuda para la atención que esta persona, sin familia conocida, y carente de medios.

Mientras caminaba hacia su domicilio, aprovechando la tímida e intermitente protección de algunos balcones y las viseras protectoras para sol y la lluvia (que había comenzado a caer) reflexionaba sobre esas vidas que laten con dificultad a nuestro alrededor, como era el caso entrañable y necesitado de Olivia. Son personas para quienes la vida, el destino, la suerte y las circunstancias no han sido especialmente generosas para depararles, en esas postreras edades difíciles, el bienestar, compañía y el “calor” afectivo necesario que, sin duda, se han merecido. Y todo ello después de una trayectoria humilde, modesta pero también plena de honradez y esfuerzo en el desempeño laboral. “Mientras que de mi dependa, Olivia tendrá ese cobijo material y el apoyo afectivo, tanto en la casa de los libros, como en la realidad íntima de su andadura existencial”. Las finas gotas de lluvia, a modo de agujas benefactoras, seguían humedeciendo y cubriendo las losetas gastadas de las aceras y el árido asfalto de las calles. Máximo continuaba un itinerario cada vez más desierto de público viandante, almas taciturnas que se desplazan presurosas hacía la realidad íntima de unas vidas en familia. –

 

LA FIDELIDAD LECTORA

DE OLIVIA

 

 

José Luis Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

30 ABRIL 2021

Dirección electrónica: jlcasadot@yahoo.es           

Blog personal: http://www.jlcasadot.blogspot.com/

 




 

No hay comentarios:

Publicar un comentario