Hay tardes en las que pasamos un buen
rato recorriendo las incentivadas ofertas que realiza algún gran centro
comercial. También dedicamos muchas horas de la semana a ponernos delante del
ordenador, visitando y consultando numerosas páginas web, siempre contando con
la valiosa ayuda del buscador Google. Los medios de comunicación también
reclaman nuestra atención diaria, ya sea la radio, la televisión o la prensa
escrita. Obviamente, las ofertas culturales motivan y enriquecen nuestra
necesidad, animándonos a acudir a los cines, a los teatros, a los museos y a
los auditorios musicales. Cuando entramos en cualquier comercio, observamos con
atención y curiosidad todo aquello que ofrecen en sus escaparates y
expositores. En todas éstas y más oportunidades, hay casi siempre un elemento
común que trabaja con hábil psicología nuestra expectativas y deseos: la dinamización publicitaria. A través de la plétora
de anuncios que inundan o “bombardean” nuestra existencia y de la propia
experiencia que vamos acumulando, a estas alturas de la Historia tenemos que
reconocer que todo, o casi todo parece está ya inventado. La imaginación e
iniciativa empresarial facilita que la menor necesidad, ilusión o servicio que
anide en nuestra mente se pueda comprar, siempre y cuando se posean medios
económicos para hacerlo y la propia ciencia investigativa lo haya hecho
posible. Pero ¿de verdad está ya todo inventado?
se preguntaban una tarde Herma y Darío. Veamos un poco más detenidamente este
muy común interrogante.
Herminia Rogado y Darío Villareda eran dos jóvenes postgraduados que
trataban de abrirse paso en la vida, ejerciendo aquello para lo que habían sido
formados, aplicando a este fin un continuado sacrificio y tesón. Pero la suerte
o la oportunidad les estaba siendo esquiva, en tiempos castigados por la
contracción económica.
Se conocieron e intimaron desde el
primer año universitario en Psicología, facultad en la que ambos estudiaban.
Decidieron, de mutuo acuerdo y apoyándose en sus modestas familias, afrontar la
experiencia de ponerse a convivir en pareja, ya desde el tercer curso de
carrera. Durante esa etapa final de la universidad y en los primeros años posteriores
a su graduación, intentaron trabajar en este ámbito de la psicología, visitando
y enviando por doquier sus bien conformados currículos académicos. Fueron múltiples
las puertas a las llamaron con entusiasmo y convicción, pero sin encontrar
receptividad en los destinos elegidos. La ayuda de sus respectivas familias no
era suficiente para sostener sus necesidades básicas, por lo que tuvieron que
aceptar trabajos, todos eventuales o temporales, en las más diversas e
ingeniosas actividades. El objetivo era seguir subsistiendo, hasta hallar una
actividad, más o menos estable, que estuviera vinculada a su preparación
académica.
Tanto por su tesón, como por los
designios de la suerte y la oportunidad, fueron encontrando algunos “balones de
oxígeno” que les proporcionaban esos euros tan necesarios para su mantenimiento
en el día a día. Afrontaron sin escrúpulos trabajos de “canguros” ocasionales, jornadas
de sustitución sirviendo pizzas en las mesas o llevando pedidos a los
correspondientes y “hambrientos” domicilios, también reponiendo mercancías en
las estanterías y expositores de los supermercados o repartiendo publicidad
variada, por esos buzones “aburridos” que no abandonan la esperanza de recibir,
alguna vez, una carta amable y afectiva.
Pero ambos jóvenes se sentían cansados
y un tanto desanimados por ir “mendigando“ unas horas de trabajo que carecían
no sólo de la necesaria continuidad, sino que además no les compensaban para
desarrollar esa creatividad profesional que el objetivo de sus voluntades y
preparación demandaba. Una tarde, en la que ninguno de ellos tenía trabajo
alguno programado, decidieron dar un constructivo paseo. En su transcurso,
tomaron asiento en unos jardines, no lejos del puerto malacitano y, tras unos
minutos de silencio, entrecruzaron sus miradas, prometiéndose “estrujar” la
imaginación para organizar y ofrecer algún un servicio a la ciudadanía que
tuviera el motivador plus de la novedad y que de camino ofreciera cierta continuidad
a su esfuerzo laboral. Hablaron
largamente sobre varias posibilidades. Tras ir repasando las distintas opciones,
se detuvieron en una realidad social y personal que habían detectado con sus innatos
hábitos observadores
“Hay personas a quienes no les agrada
tener de comer en la soledad de una mesa. Esta necesidad se agudiza en aquellos
que han de realizar continuos viajes de negocios, como son los representantes
de productos o los ejecutivos empresariales. No olvidemos tampoco a todas aquellas
personas que están atravesando un momento difícil en sus vidas, debido a
múltiples factores. Tampoco podemos pasar por alto a los hombres y mujeres que
no han podido formar una familia estándar ¡Como olvidar a todos aquellos que
necesitan hablar y no tienen con quién hacerlo!”
A partir de esta idea nuclear, durante
las siguientes horas y días fueron organizando el esquema de un interesante y
atractivo servicio, especialmente sugestivo e imaginativo y con un plus de
novedad, que podía ser muy bien recogido por aquella parte de la sociedad que
soportaba momentos puntuales o prolongados de sufrimiento con el trauma de la
soledad. A ese servicio, que en su momento ofertarían a través de las páginas
de Internet o en publicidad callejera, lo titularon en principio con la
siguiente y motivadora frase:
PODEMOS FÁCILMENTE AYUDARLE,
PARA QUE NO SE SIENTA SOLO.
Le acompañamos. Le
hablamos. Le escuchamos
Y a continuación explicaban someramente
la potencialidad de su innovador y dinámico servicio. Estarían junto a la
persona que contratara la prestación, en las más variadas actividades o
circunstancias: realizando un viaje; asistiendo a una sesión de cine, teatro o
concierto; visitando a un familiar; paseando por la ciudad o llevando a cabo
una caminata senderista por el campo; comprando en cualquier establecimiento;
asistiendo a una consulta médica; realizando el almuerzo o la cena, tanto en
casa como en un establecimiento de restauración elegido al efecto; tomando una
copa o similar en un bar o terraza pública; asistiendo a onomásticas,
cumpleaños, fiestas de Nochebuena, Navidad, Fin de Año u otros eventos diversos.
Y así, ofrecían un largo listado de disponibilidades.
La cuota
por la prestación del servicio estaría en función de los minutos aportados por
la compañía, con unas escalas variables en los precios. Se partiría de un
mínimo fijo de 1 hora, por valor de 7 €. Las dos horas de compañía supondrían
11 € de coste. Las 3 horas alcanzarían los 14 €. No eran precios elevados, pues
el acompañante ayudaría en lo posible al cliente, hablándole, animándole,
escuchando sus objetivo o propósitos, sus problemas, sus necesidades, sus
ilusiones. Las compañías superiores a las tres horas, por deseo o imprevistos
ocasionales, ya serían negociadas en cada uno de los casos.
En principio, el cliente solo se
comprometía a invitar a la persona que le acompañaba a una consumición de café,
té o bebida refrescante, aunque el desarrollo de la actividad ofreció ejemplos
muy diversos, desde aquellos que deseaban compartir el almuerzo o la cena,
hasta aquellos clientes que pagaban los billetes de avión o tren y por supuesto
las entradas en los espectáculos a los que asistían.
Para la difusión de estos servicios,
crearon una
página web en Internet que
pronto fue muy visitada y enriquecida con numerosas preguntas, supuestos y las necesarias
aclaraciones. No se limitaron a publicitarse por la gran Red de Redes, sino que
también repartieron una buena cantidad de hojas informativas, por los tablones
de anuncios de las facultades universitarias, centros comerciales y organismos
públicos y privados que autorizasen su difusión gratuita. Obviamente, en todas
estas hojas informativas y en la página oficial del servicio se anotaban dos
números telefónicos, una dirección de whatsapp y un correo electrónico, en
donde poder contactar para aclarar o ampliar la información y, en los casos
afirmativos realizar la contratación del servicio, fijando las horas y los
lugares correspondientes para los encuentros.
El eco de su cuidada difusión comenzó a
generar positivos resultados. Desde las primeras experiencias, fueron tomando
conciencia de lo útil que les iban a resultar sus académicos conocimientos en
psicología, para saber tratar, de la mejor forma, a estas personas que sufrían,
en diversos grados y matices, el ingrato trauma de la soledad. En alguna
ocasión, hubo clientes que solicitaban que fuera la pareja de Herma y Darío,
pues se sentían mejor con un diálogo a tres sobre dos. También se encontraron
con clientes que se mostraron especialmente generosos, no sólo en el plano
económico, sino también en el afecto y la amistad que deseaban y necesitaban
cultivar. En correspondencia a este innovador servicio, la pareja de psicólogos
pronto acumuló unos interesantes ahorros que “oxigenaban” con esperanza y
futuro su más que precaria economía.
En un relato de esta naturaleza sería narrativamente
imposible abordar el listado de los encargos que fueron recibiendo. Sin embargo,
nos vamos a detener en dos casos, seleccionados
entre los más significativos y que más impacto y experiencia les produjeron.
Una de sus primeras experiencias fue con
Adeodato, un modesto ciudadano que trabajaba
como auxiliar administrativo en una empresa consignataria para el transporte
naval y agencia de aduanas, ubicada en el puerto malacitano. Cierto aciago día,
cuando volvía de celebrar una cena colectiva en honor de un compañero que se
jubilaba, conduciendo con algunas, bastantes copas de más, fue protagonista de
un desafortunado accidente de tráfico, con resultado fatal para la persona a la
atropelló en un paso de cebra. Para colmo, este ciudadano había tenido algunos
problemas previos con infracciones de tráfico, lo que conllevó la generación de
un procesamiento penal, acusado de un delito de imprudencia temeraria,
conducción con un grado elevado de alcohol en el cuerpo, todo ello con
resultado de fallecimiento.
La sentencia de culpabilidad manifiesta
conllevó la pena de cuatro años y un día de prisión, además de una fuerte
indemnización de la que se tuvo que encargar para el abono penal el seguro de
coches que, necesariamente, tenía contratado. Los tres años que hubo de
permanecer en prisión no sólo afectó a la pérdida de su puesto de trabajo, sino
que a nivel familiar su propia mujer no supo o quiso esperarle, rompiendo el
vínculo matrimonial que habían mantenido durante diecisiete años, rehaciendo su
vida con otra persona. La única hija que tenía en su matrimonio, tratando de superar
el trauma que había afectado a la familia, se trasladó para trabajar a
Inglaterra, en donde también formó su propia familia, sin preocuparse en modo
alguno de la situación penal y afectiva que tenía que afrontar su progenitor.
Ya en libertad, Adeodato, que en ese
momento sumaba los 45 años de vida, tras grandes esfuerzos pudo encontrar hueco
como vigilante nocturno en una de las naves filiales de su antigua empresa,
degradación profesional que se avino a aceptar, con el fin de disponer de un
puesto de trabajo que le permitiera vivir dignamente con lo imprescindible. Su
degradado ánimo se vio muy afectado por la soledad, debilidad psicológica que
no sabía bien como reconducir y superar.
Fue uno de los primeros clientes que
tuvo Herma, para acompañarle en la comida dominical del medio día, que
realizaba en un popular y barato restaurante de la zona del Barrio de la Luz,
no lejos de la vivienda/apartamento que tenía alquilado por la zona. La
dinámica psicóloga supo actuar con diestra profesionalidad y generosidad, en
los domingos sucesivos en que acompañó a Adeodato durante su almuerzo del
mediodía. El ahora vigilante de muelles aprendió, con esas gratas y
profesionales horas de compañía, a recuperar sus fugadas y añoradas sonrisas.
Otro de los servicios más extraños y
difíciles, que guarda en su memoria Dario, fue el de Elisardo,
un jesuita secularizado, quien a sus cincuenta y dos años se había
enamorado. El objetivo de su febril y apasionada atracción era una bella y
frágil jovencita de pueblo, llamada Laria. La conoció tras unos días de acción misional,
desarrollada en la localidad donde la chica residía, trabajando como
expendedora en una confitería – panadería del lugar. Después del “flechazo” que
parece había sido recíproco, la relación sexual entre ambos la mantuvieron en
celoso secreto, utilizando todo tipo de hábiles artilugios para el social
disimulo. En poco más de unas semanas de afectivos contactos, el jesuita ya
tenía decida, con la mayor convicción y firmeza, que abandonaba la nave
clerical.
Aunque el superior de la Compañía,
conociendo los hechos, intentó enviarlo durante algún tiempo a tierras de
Sudamérica, a fin de que recuperara la sensatez, el padre Elisardo se mantuvo
en sus trece y aplicó acción acelerada al proceso administrativo de su
desvinculación clerical o secularización. Concedida en capítulo urgente la
licencia correspondiente, a fin de evitar el escándalo social, el ya antiguo
religioso se propuso normalizar la situación, entablando contacto con la
familia de la chica, personas de extrema mentalidad conservadora, que sin duda
iban a reaccionar de manera visceral cuando tuvieran conocimiento de que su Laria, hija única de 26 años, estaba siendo
pretendida por un señor “mayor” para desposarla. Los dos enamorados habían decidido
ocultar, por todos los medios, el origen “profesional” de Elisardo, explicando
que se ganaba la vida como profesor de latín, impartiendo clase en diversos
centros privados. Lo cierto es que el ex - jesuita sólo tenía parientes
lejanos, que residían en el norte peninsular. Por ello, cuando habló con Dario
y le narró detalladamente la situación, le pidió que le acompañara en el delicado
momento de presentarse ante Palmiro y Catalina, los padres de su amada, conocidos cabreros
del municipio rural. Tras difícil negociación, al fin Darío aceptó acompañarle
en ese difícil e incierto trance. El asunto era que sería presentado como un
hijo adoptado de don Elisardo, ante de “enviudar” de su primera mujer y que había
venido de tierras argentinas, donde trabajaba vinculado a una ONG, para estar
presente en la aludida y complicada “ceremonia” de presentación. Tras la cómica,
pero sofocante, escenificación, Dario se prometió que no volvería a ceder en estos
ingeniosos artilugios, que fueron bien retribuidos por el “nuevo” profesor de
cultura clásica.
La empresa de Herma y Dario continúa
funcionando en la actualidad bastante bien, generando constantes ingresos que
prudentemente guardan o ahorran la pareja. Entre sus proyectos, a medio plazo, quieren
organizar una empresa de asesoramiento y consultas de psicología, aunque por el
momento no piensan abandonar sus obligaciones en PODEMOS FÁCILMENTE AYUDARLE,
PARA QUE NO SE SIENTA SOLO”.
Lo cierto de esta curiosa historia es
que, efectivamente, no todo “está ya inventado”. Siempre quedan resquicios, en
el amplio mundo de los servicios, que permiten abrir caminos a las mentes y
voluntades emprendedoras, en esta difícil época para la normalidad laboral.
Parece también una evidencia que, hoy en
día, hay que pagar por casi todo. Cualquier servicio bancario lo confirma.
Hasta por tener una cuenta bancaria te cobran los gastos de mantenimiento. En
el ámbito de la medicina privada, el copago está ya bien establecido y asumido.
En la información mediática por Internet, la mayoría de las cadenas
periodística te exigen la cuota anual o mensual, para que puedas leer, además
de los titulares, el desarrollo narrativo de los artículos y noticias que
publican. La lista de los tributos y pagos, por los más insospechados
servicios, sería para empezar y no acabar. Y el ciudadano va cediendo y
asumiendo esas imposiciones, que llenan las arcas de los más poderosos e
ingeniosos. Pero resulta significativo y motivo de honda reflexión, que el estar
acompañado tenga la contraprestación de unas cuotas, vinculadas a las horas y
minutos de nuestras vidas. La pareja formada por Herma y Darío tuvo la imaginación y clarividencia necesaria, para
utilizar uno de esos escasos resquicios que todavía van quedando, en el
densificado y polivalente mundo de los servicios terciarios, aquéllos que bien
dinamizan la estructura económica que articula el funcionamiento de nuestra sociedad.
-
José
Luis Casado Toro
Antiguo
Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga
23
ABRIL 2021
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Blog personal: http://www.jlcasadot.blogspot.com/
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