El propio concepto de error lleva anejo otro elemento indisolublemente unido a ese vocablo, como es la involuntariedad o la falta de intencionalidad. Y ello es porque en la mayoría de los casos los seres humanos somos distraídos, descuidados, repetitivos, por lo que esas “naturales” formas de ser y actuar conllevan estos fallos que pueden originar problemas de desigual calibre. Obviamente sus consecuencias no serán las mismas, atendiendo a la magnitud o trascendencia del acto fallido o erróneo. De esta breve introducción parte el contenido del siguiente relato.
Nos acercamos a una familia de nivel medio, en lo socioeconómico, que reside en la zona de Teatinos, uno de los barrios más modernos de la urbe malacitana. El padre, Nazario Almeida, 42 años, ejerce como enfermero en un reconocido centro sanitario privado de la localidad. Forma pareja con Suleima Amara, 37, diplomada en diseño y decoración. En la actualidad se halla vinculada laboralmente a un polivalente estudio de Arquitectura. El matrimonio tiene una hija, Lidia, que estudia cuarto curso de educación primaria, en un centro de titularidad pública situado a unos 200 metros de su vivienda, un piso de dos dormitorios que soporta una larga, en el tiempo, hipoteca.
El trabajo que Nazario (Nazo) desempeña le obliga a
tener que adaptarse a unos horarios cambiantes, durante cada semana, siempre en
función de las necesidades organizativas del centro sanitario. Los fines de
semana, en que la concordancia horaria lo hace posible, les apetece salir a
cenar con un matrimonio, formado por Abel y Verania, amigos íntimos de “toda la vida”.
Nazario y Abel son coetáneos, según manifiestan sus respectivos DNIs. Se
conocieron en los tiempos escolares de la adolescencia, pues ambos eran
compañeros de aula en un instituto público de formación secundaria. Mientras el
primero demostró pronto su interés por los temas médicos y de la salud, Abel,
compañero de aula y de juegos, destacaba por su cualificada afición para
manejar los artilugios mecánicos y electrónicos (su padre se ganaba
honradamente la vida trabajando en un taller de reparación de motocicletas y
bicicletas). Uno y otro amigo se han considerado desde siempre como “hermanos”
en la amistad, para los divertimentos, correrías y experiencias a través de la
vida. A pesar de llevar siete años casados, Abel y Verania aún no tienen
descendencia.
Ambos matrimonios disfrutan con esos divertidos, “traviesos” y muy gratos fines de semana, en que pueden salir a cenar, ir a una sala cinematográfica, tomar después unas copas o incluso distraerse con unas horas de bingo, juego al que son bien aficionados. Enriquecen su “familiar” relación, programando algunos viajes por los pueblos o ciudades, más o menos cercanas. Sustentan ese “llevarse bien” manteniendo una comunicación frecuente y fluida, casi a diario, entre los cuatro, intercambiándose mensajes whatsapps sobre proyectos, las novedades del día, chascarrillos, fotos o páginas interesantes para la descarga de archivos diversos (especialmente cinematográficos), etc. Para esta intensa intercomunicación utilizan sus versátiles móviles telefónicos, aunque para los temas más amplios de contenido (por su peso en gigas) también echan mano del informático correo electrónico. Y fue precisamente por esta última vía, en donde se generó el origen de un grave problema, que atacó de lleno el corazón de la muy afectiva amistad que los cuatro personajes se habían labrado.
Una primaveral, algo húmeda, pero en sumo agradable, noche de viernes en abril, Nazo estaba de guardia en el centro hospitalario donde presta sus servicios. Esa semana le correspondía hacer el turno nocturno, pero ya estaba habituado a modificar sus horas de sueño y descanso. Las horas iban pasando, inusualmente bien tranquilas, con sólo algunas rutinarias llamadas de enfermos o con imprevistas consultas en el departamento de urgencias. En la sala de control de enfermería, a donde llegan las llamadas de los enfermos encamados, el personal de guardia tiene habilitado dos pequeños camastros, que algunos operarios utilizan para descansar unos minutos, durante esas largas noches de vigilia que les han sido encomendadas. Pero después de cenar, Nazo se había tomado su habitual ración de un café doble, bien cargado, en la cafetería del Hospital. Esa intensa y sabrosa infusión le ayudaba a permanecer bien despierto durante sus obligaciones de guardia, ante cualquier llamada que pudiera recibir, a fin de atenderla con la prontitud y eficacia necesaria. Se entretenía, mientras tanto, resolviendo sudokus o jugando con algunas de las aplicaciones que tenía descargadas en su tablet, para esos momentos en blanco, sin obligaciones que resolver.
Cuando leyó el contenido del muy relevante mensaje, un inestable y “punzante” escalofrío recorrió su cuerpo, provocándole incluso un temblor incontrolado, ante la magnitud, gravedad y dura significación de lo que expresaba esa persona en quien tanto confiaba. Se trataba de una carta, cuyo texto realmente no iba dirigido a él. La destinataria de su revelador significado era por el contrario ¡su mujer Suleima! a quien se dirigía el remitente con el muy cálido saludo de “Mi adorada y tierna Princesa”. Era evidente que por uno de esos frecuentes errores que se cometen en el terreno informático, cuando por las prisas, el número de ventanas abiertas o la dirección que memorizas y luego no borras, un determinado correo lo envías a la persona equivocada. Suele ocurrir también en los mensajes del Whatsapp en los que, cuando terminas de chatear con un destinatario, erróneamente no sales de esa conversación y escribes algo para otra persona, pulsando el enviar, recibiéndolo consecuentemente el interlocutor anterior.
En los apasionados y sensuales párrafos del texto. Abel urgía a su receptiva amante (era más que evidente) para que diera ese paso difícil, definitivo, pero necesario, comunicándole a su marido Nazario el cambio de sentimientos que le embargaba, razonándole de que
“la situación de encuentros secretos y disimulos constantes, que tú y yo mantenemos, desde hace ya casi medio año, no lo podemos seguir manteniendo y soportando, pues lo que ambos queremos y necesitamos es estar juntos, amándonos pasionalmente con esas atracción irrefrenable durante la mayor parte de las horas del día. Tenemos que ser valientes ante esta realidad que nos vincula, aclarándola ante los dos afectados, por muy doloroso y explosivo que pueda resultar su contenido para Nazo y Verania.
Pero hace ya dos semanas en que no podemos estar juntos tú y yo, para disfrutar de esa sexualidad que recorre sin cesar nuestras entrañas. Se me hace interminable e insoportable esta larga espera. Aunque pueda comprenderte, has incumplido ya dos promesas de hablar claramente con él, para afrontar de una definitiva vez la inexcusable realidad. En mi caso yo he “insinuado” a Verania algunos cambios en mis sentimientos, pero creo que ella disimula haciendo como si no los percibiera o no se diera cuenta de lo que estoy tratándole de decir que lo nuestro… carece ya de sentido. Como bien sabes, hace ya más de un mes que estamos durmiendo separados. Pero ella se limita a decir que, después de las tormentas y tempestades, siempre “escampa”. Pero no lo dudes, en cuanto tu afrontes el asunto con Nazo, no pasarán muchos minutos sin que yo le hable, con puntual claridad, a mi compañera”.
Y llegaba la despedida, con una sarta de palabras plenas de sensualidad, temperatura y afectividad, expresadas por un “cuarentón” hacia la princesa amada, como si los catorce o dieciséis años aún no hubieran acabado de pasar por su vida.
El batacazo anímico y físico que sufrió el infeliz y confiado profesional de la enfermería resultaba fácilmente comprensible. Sus compañeros de guardia nocturna, viéndolo tan hundido, tuvieron que aplicar sus servicios precisamente a quien los realizaba con los enfermos encamados, administrándole de inmediato algunos calmantes para sosegar su preocupante y descontrolado ritmo cardiaco. Era evidente que Nazo estaba material y sentimentalmente “roto”.
El aturdido enfermero se repetía, una y otra vez, ¿Cómo era posible que su “hermano” de siempre, su mejor amigo desde hacía décadas, estuviese “corriendo” con su mujer Suleima, apremiándola para que esta pusiera al descubierto los ilícitos e infieles amoríos que ambos disfrutaban fogosamente en la cama? Dándole vueltas y más vueltas al escabroso asunto, razonaba (era un decir) que ese error que a veces cometemos con los mensajes informáticos, le había hecho conocer, de la forma más cruel y dolorosa, una trascendente realidad de la que era puerilmente ajeno.
La historia que viene a continuación es cansinamente conocida y repetida, en el comportamiento de los seres humanos. Por fortuna, ni Nazario ni Abel eran personas violentas. Tampoco sus compañeras Suleima y Verania. Pero la drástica e inconsolable ruptura entre los dos viejos amigos desde la adolescencia se produjo desde aquella infausta noche de la guardia hospitalaria. La traición y el engaño habían también hundido la confianza de dos seres, como Verania y Nazo, que sufrían innoblemente la infidelidad mostrada por sus respectivas parejas. Prácticamente, al unísono de estos hechos, Suleima le sugirió al compañero de “correría” su sospechas de que podía estar embarazada. Tras la confirmación médica, quedaba ahora por dilucidar quién era el padre de la criatura que vendría al mundo en el transcurrir de los próximos meses. Verania decidió de inmediato volver a casa de sus padres, dos apacibles personas de avanzada edad que la acogieron con la mayor comprensión y cariño. Nazo puso en venta el piso, con la hipoteca impagada, inmueble que la inmobiliaria se lo reservó de inmediato, al ser una muy interesante propiedad, por su ubicación y estructura. Le facilitó, a petición del interesado, el barato alquiler de una vivienda antigua, muy deteriorada, pero situada al inicio de la carretera del los Montes, no lejos de donde llegaba la línea 37, en el Camino de los Almendrales-Colmenar. El infeliz enfermero Inició de inmediato un tratamiento de ayuda psicológica, con un especialista amigo que también pasa consulta en el mismo Hospital. Por su parte, Abel negoció con el padre de su ex mujer quedarse con la vivienda que ambos estaban pagando, retribuyéndole con amplitud sus partes gananciales correspondiente. Seguiría viviendo allí , pero ahora con la que había sido mujer de su mejor amigo y con ese ser que “viajaba” a la vida, cuya paternidad genética clara y posteriormente se definió en los diversos análisis efectuados: iba a ser padre. Curiosamente la más feliz de todos los implicados era Lidia, la hija de Nazo y Suleima, pues “eso de tener una hermanita, a los 11 años de edad, era una experiencia muy interesante y nueva para su vida”.
Lo que parecía un complicado error involuntario, acabó poniendo en marcha todo un mecanismo de reajuste relacional en el que hubo todo un muestrario de reacciones contrastadas: lágrimas, gestos desesperados, decepción, aceptación, rencor, comprensión, sorpresa, carencia de diálogo, infidelidad, egoísmo, generosidad y autorreflexión para el cambio. Y esos actos fallidos (enviar un correo con la dirección equivocada y menos oportuna, para el caso) a todos nos ha ocurrido en alguna ocasión, especialmente con el chat de los whatsapps. Probablemente Abel aprendería esa gran lección: hay que comprobar puntualmente la dirección de a quien se escribe, antes de pulsar la de tecla “enviar”.
Han pasado ya muchos meses, en las innegociables hojas del calendario, y nos estamos acercando narrativamente a una nueva Primavera. Cierta tarde, mientras Suleima le estaba dando de mamar al nuevo miembro familiar, de nombre Abril, su padre estaba arreglando en el patio de la casa la moto de su propiedad, que le estaba dando problemas en las aceleraciones forzadas. Lidia, la hija de su mujer Suleima, ya con sus 11 años cumplidos, escuchaba música “a toda pastilla” en su pequeña y bien decorada habitación, situada a modo de buhardilla en el tejado a dos agua de la casa mata que habitaban, sin atender las indicaciones que recibía de su madre, para que bajara el volumen de su amplificador. En un momento concreto, Abel recibió un comentario inesperado de su mujer que le hizo dejar los finos alicates que manejaba en el suelo cementado de esa parte del patio.
“Abo, menos mal que te equivocaste y aquella noche
enviaste a Nazo el correo que me habías escrito, porque yo no me atrevía a
plantearle la situación de “lo nuestro” . Para mi era todo un mundo siquiera
intentarlo. Me daba verdadero pánico cuando pensaba que tenía que aclararle, a
una persona tan fiel y confiada, nuestra desbordante e irrefrenable relación
sexual. Verdadero miedo, decirle una cosa así. No sabía cual podría haber sido
su reacción. Contra mí, contra tu persona o incluso contra él mismo”.
Abel se mantuvo unos segundos pensativos, antes de responder. Su expresión fue pasando de la brusca seriedad a la entrañable sonrisa.
EL LADO OCULTO DE
LOS ERRORES
José
Luis Casado Toro
09 Abril 2021
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