viernes, 2 de abril de 2021

RECORDANDO DOS DOMINGOS DE PRIMAVERA.

Por segundo año consecutivo, en este 2021 tampoco podremos tener y gozar las tradicionales vacaciones de Primavera, enriquecidas con el ropaje litúrgico de la Semana Santa. La persistente y letal pandemia vírica, que asola sin excepciones a la Humanidad, impedirá en nuestro país, como en los demás estados nacionales que pueblan el Planeta, la normalidad lúdica-festiva asociada al equinoccio primaveral. En España tampoco este año se celebrarán los tradicionales pasos procesionales del misterio religioso, en sus recorridos por las calles y plazas de nuestras ciudades. La salida o llegada de los tradicionales millones de turistas, que se desplazan para cambiar el ambiente habitual que los sustenta, a fin de gozar con unos días de vacaciones en la playa, en la montaña o en otros bellos entornos monumentales, se verá drásticamente limitado por las restricciones de paso y estancia en la mayoría de las zonas turísticas de nuestro país. Lo mismo ocurrirá, lógicamente, en el extranjero. Todo ello con unas consecuencias en sumo negativas, para el equilibrio económico de una parte muy importante de la población. Playa, nieve, fiestas, conciertos, espectáculos, museos, restaurantes, hostelería, vinculados al simple y enorme placer de viajar, a fin de modificar y cambiar la cansina rutina habitual, se verán un año más postergados, en la espera de esa vacunación masiva que de forma tan lenta va llegando a la muy inquieta y expectante ciudadanía.

 

Aun así, los colegios y demás centros educativos españoles interrumpirán durante esta emblemática semana de marzo sus actividades, para que sus escolares y estudiantes desarrollen estas cortas vacaciones en casa, dejando los desplazamientos lúdico culturales para mejor ocasión. Todo ello atendiendo a las recomendaciones y normas establecidas por las autoridades, en orden a la prevención sanitaria de la ciudadanía.

 

Y ya en este primaveral contexto, bueno sería dedicar unas páginas para “rejuvenecer” la memoria con los emocionantes recuerdos de nuestra lejana infancia. Nos centraremos en los dos importantes domingos que enmarcan una Semana muy “especial”, con diversas denominaciones: Santa, de Pasión,  Primaveral, pero siempre con ese carácter de vacacional.

 

La alegría, especialmente mostrada en la población infantil, del DOMINGO DE RAMOS era el mejor símbolo con el que se iniciaban las siempre cortas vacaciones primaverales. Gracias a la bondadosa estación meteorológica, iniciada en Marzo, el olor atmosférica se ennoblecía con el dulce aroma de las flores, perceptible no sólo en los ámbitos rurales, sino también es esos multicolores puestos de flores ubicados en la Alameda Principal malacitana (del Generalísimo Franco, en el tiempo que recordamos). Por supuesto, también en el interior de los templos y en los tinglados o toldos, en donde esperaban los tronos para su salida procesional, durante esa devocional semana: las flores eran (y son) un elemento consubstancial para homenajear a las imágenes consagradas.

 

Efectivamente ese era el domingo de los niños, pues la primera procesión de la Semana Santa, que “salía” del templo de San Felipe Neri alrededor de las tres de la tarde, era la popularmente denominada la “Pollinica” (Jesús en la entrada en Jerusalén) en la que el protagonismo infantil era manifiesto. Por la mañana, los pequeños de la casa, junto a sus padres, acudían a la parroquia del barrio o zona pues, a esa hora emblemática de las 10, el párroco celebraba la misa de la procesión de palmas, en la que se bendecían los ramos de olivos o las palmeras amarillas que los niños portarían en “su procesión” de la tarde (luciendo también las figuras formadas con esas hojas de palmeras hábilmente trenzadas). Las palmas bendecidas se colocarían posteriormente en los balcones de las viviendas, amarradas horizontalmente a los barrotes verticales metálicos de los mismos.

 

Sin descartar que algunos Domingos de Ramos estuviesen algo nublados, en general la memoria nos ilustra con una atmósfera brillante, limpia y radiante por los rayos del sol. Aunque ese festivo día y los del resto de la semana estuviesen presididos por un intenso sentimiento religioso, había también un valor añadido de naturaleza comercial, desarrollado durante los días previos. Consistía en una simpática y habitual costumbre para que los niños (también lo hacían muchas personas mayores) estrenasen alguna prenda de vestir, en ese domingo santo, cada cual según sus posibilidades económicas: camisa, chaleco, falda, pantalón. Pero sobre todo, y para los niños, unos zapatos nuevos que, en la mayoría de los casos, eran las renovadas sandalias del verano, que se lucirían durante la tarde dominical para ir a ver las procesiones.

 

Había una parte privilegiada de la población que podía presenciar el desarrollo procesional de los tronos o pasos, en esas sillas instaladas sobre las aceras y tribunas del recorrido oficial. Pero los más tenían que acudir (la mayoría lo hacían con gusto, en aras de la movilidad) a las calles de los barrios u otras arterias más o menos cercanas al centro urbano. Allí, de pie frente al cortejo, elegían el mejor sitio posible para la más detallada visión de las bandas, los nazarenos, los elegantes estandartes y los dos bellos tronos, bien remozados de flores, correspondientes al Cristo y a la Virgen. Entre las calles más concurridas para la visión del mayor número de pasos, además de las del recorrido oficial (Alameda, Larios, Plaza de José Antonio (actual Constitución) Granada, Calderería, Plaza de Uncibay) se encontraba la muy emblemática y larga calle Carretería, por la que pasaban la mayoría de las cofradías. En esta alargada, modesta y muy popular arteria viaria, desde el amanecer o incluso desde la madrugada (pues no se quitaban de ese lugar durante la semana) ya estaban instaladas en sus aceras decenas de sillas, de todos los formatos y tamaños, banquetas, taburetes, incluso viejos sillones, para “guardar el sitio” a sus humildes y voluntariosos propietarios.

 

Es indudable que al margen de la devoción y creencia de cada persona, niño, joven o mayor, por las barrocas imágenes del Cristo y la Virgen procesionadas, lo que verdaderamente atraía a los miles de espectadores eran las bandas de música y tambores, junto a las fuerzas militares desfilando con sus fusiles al hombro. Desde que aparecían los tres o cuatro guardias civiles a caballo, para el “despeje” de la calzada, ya se escuchaba el rítmico repiqueteo de los tambores y el sonido vibrante de las cornetas, anunciando la llegada “del Prendimiento” “la Cena” o “el Huerto”, las tres cofradías que completaban ese Domingo de Ramos procesional, junto a “la Pollinica” que ya había pasado a las primeras horas de la tarde. Todas las bandas tenían sus seguidores, que aplaudían la marcialidad de sus movimientos y el buen sonido de sus instrumentos musicales. Pero entre ellas destacaba, sobre las demás, las fuerzas militares  de la Legión, que acompañaban al Cristo de la Buena Muerte, durante la tarde/noche del Jueves Santo, cantando de manera ininterrumpida su himno con los continuos vítores y aplausos de los espectadores que se agolpaban masivamente en las aceras a su paso. Era curiosa la imagen plástica y testimonial de que una vez habían desfilado los soldados legionarios (con el fiel borrego que les acompañaba al paso) muchas aceras quedaban notablemente “aligeradas” de público, para presenciar con más comodidad la llegada de los tronos de la muy popular cofradía. Otra banda muy apreciada era la correspondiente a la Guardia Civil, integrada por los guardias jóvenes de Valdemoro, con el Cristo de la Expiración, durante la avanzada madrugada del miércoles santo. También tenían sus vínculos cofradieros la Policía Armada (actual Policía Nacional) los Paracaidistas, La Marina, La Aviación (los “gurripatos”), Las Infantería,  la Policía Municipal, la O.J.E. (Organización Juvenil Española). Sin embargo, para los malagueños, dos de las bandas más entrañables y que acompañaban a muy diversas cofradías, durante cada día de la Semana, eran la del Real Cuerpo de Bomberos, con sus brillantes cascos plateados y cubiertos por esas plumas blancas tan características, junto a la banda de la Cruz Roja, en la que el conocido sargento tambor era aplaudido con simpatía y cariño por su admirable y magistral destreza. eficials del recorrido en. Entretes y los dos tronos, bien remozados de flores , correspondientes al Cristo y a la Virgen. Entre

 

Un elemento muy importante, imprescindible, tanto para los niños, como también para los “niños mayores”, vinculado no solo para la jornada dominical, sino también para el resto de la semana, era el acopio o “intendencia” que las familias hacían para atender al goloso consumo de las muy sabrosas chucherías. Para ello era inexcusable visitar ese otro “templo” para el gusto, en donde se vendían a buen precio la mercancía necesaria. Era la tienda (Casa) de Blas Palomo, ubicada muy cerca del coqueto y funcional Puente de la Aurora, situado sobre el cauce del Guadalmedina a comienzos de Carretería, concretamente en la calle Puerta Nueva. Avellanas, altramuces, pipas tostadas de girasol, caramelos, barritas de regaliz, chufas, almendras,  etc. eran los productos y manjares más demandados. En los puestos ambulantes, instalados estratégicamente cerca de las calles más populares al paso de la procesiones, te ofrecían las espectaculares manzanas caramelizadas, ensartadas en su palito de madera, los apetitosos barquillos de vainilla, las blancas tajadas de coco, el “cañadú” y también los gruesos limones “cascarúos” (especiales para el Viernes Santo)” cubiertos o “regados por numerosos granos de sal. Tampoco faltaba el popular hombre del botijo, con su fresco reclamo de “Oiga, ¿quiere agua?” a cambio de la “voluntá”. Todo ello sustentaba el muy apetecible consumo para soportar esas largas esperas, mientras llegaba el “la Pasión”, el Rocío, el Manto de flores, la Sangre, el “Preso” la “Zamarrilla” o la Virgen de la Esperanza. En este contexto, de la atención al estómago, no se pueden dejar de citar otros tres apreciados productos servidos en confiterías y panaderías: las sabrosas torrijas de miel y canela, los atractivos “hornazos” (un huevo cocido, encastrado en un esférico bollo de leche) y esos otros “huevos de Pascua” que habían cambiado la cáscara de calcio por la de chocolate, en cuyo interior solía venir una pequeña y también golosa sorpresa.

 

Y tras una Semana intensamente vivida, con esos contrastes entre un jueves santo alegre, espectacular y “festivo” y un entristecido viernes santo, pleno de recogimiento y religiosidad, llegaba el sábado santo, en el que no había procesión alguna. Era un día muy oportuno para recuperar fuerzas, tras las intensas jornadas vividas en los días previos. Pero de nuevo volvían los tambores y cornetas, los capirotes y las túnicas multicolores, los estandartes y los toques de campanilla, con la última procesión de la Semana Santa, el Santo Cristo Resucitado.

 

Ese DOMINGO DE RESURRECIÓN se percibía un tanto diferente y menos alegre, con respecto al anterior Domingo de Ramos. Con él finalizaba la semana vacacional y el lunes había que volver a las obligaciones y rutinas de las aulas escolares. Se trataba de una procesión extremadamente larga, en número de nazarenos, pues participaban en su composición representaciones de todas las cofradías malacitanas. Era la procesión de la Agrupación Oficial de Cofradías y también la única que hacía su recorrido por la mañana. Varias bandas de música acompañaban al único trono, con la imagen de Jesucristo resucitando desde la tumba. Muchos años después (1994) a este trono del Cristo le acompañaría el de una Virgen, María Santísima Reina de los Cielos. Desde la percepción infantil, se veía la imagen de un Cristo bien diferente de los que habían procesionado durante el resto de la semana (esculturas con mucho más patetismo y  expresividad dolorosa, dentro del estilo de la imaginería barroca). Sin embargo, la escultura de este domingo de gloria era la un Cristo Rey, en serena y celestial majestad. Por supuesto que la luz solar restaba sentimiento y emoción a una procesión bien diferente, con respecto al ambiente tenebrista que provocaban los cirios y focos eléctricos de los pasos o tronos en horas nocturnas y de madrugada. A pesar de su simbolismo litúrgico, esa última procesión carecía de fuerza emocional y se veía como algo desangelada. Allí no desfilaban los legionarios, los “gurripatos” o los guardias Jóvenes. Incluso los bomberos, a pesar de sus cascos emplumados y la pericia del sargento tambor, no parecían los mismos.

 

Quedaba la tarde del Domingo de Resurrección, para completar el disfrute de la semana vacacional. Esa parte del día tenía un especial aliciente cinematográfico, tanto para los mayores como para los niños. El domingo de Gloria en Primavera se reservaba para proyectar en las pantallas de los cines los mejores estrenos cinematográficos, con películas de la factoría Hollywood o del más relevante y popular cine español. Las más afamadas películas iban a los salas de estreno, como eran el Goya, el Albéniz, el Echegaray o el Victoria. Sin embargo, los propietarios de las salas de barrio o de reestreno también se esmeraban en su programación con unas interesantes sesiones dobles: dos películas que hacían posible casi cuatro horas de disfrute por unas pocas pesetas. Eran los cines a los que acudía la amplia chiquillería, que disponía de no muchos recursos para comprar en taquilla las correspondientes  entradas: el Principal, el Avenida, el Málaga Cinema, el Capitol, el Duque, el Excelsior, el Alcázar. También, el Moderno y el Plus Ultra. 

 

Y ya en ese “temido” lunes de Pascua, de finales de marzo o de comienzos de Abril, se reanudaba la normalidad de las clases en los colegios e institutos, con los incómodos madrugones diarios. Sin embargo, esa vuelta a las obligaciones escolares se sobrellevaba bien, porque la creciente temperatura de la Primavera nos recordaba que el Verano se iba aproximando, a fin de disfrutar los tres largos  y anhelados meses vacacionales. Habría que esperar todo un año para poder revivir la  experiencia de una nueva Semana Santa. A pesar de esa evidencia, durante el lunes o martes (de gloria) tras el Domingo de Resurrección, aún te dabas una vuelta por los toldos o “tinglaos” cercanos de casa, que ya estaban casi vacíos de tronos y enseres cofradieros. Había pasado una nueva semana vacacional, con la que gozar del misterio procesional en la imaginación lúdica o creyente de todos esos niños que iban creciendo en la España del franquismo. Niños a los que se adoctrinaba en el día a día, a través del nacional catolicismo imperante durante todos estos años.

 

Han transcurrido décadas, desde aquellos inolvidables años cincuenta y sesenta del siglo XX, en millones de infancias. Las imágenes no se han borrado, felizmente, de nuestras memorias. Permanecen indelebles y es oportuno recordarlas en este 2021 en que, por segundo año consecutivo, no ha sido posible escuchar y presenciar en las calles de nuestras ciudades el castrense repiqueteo de los tambores y los sones de las cornetas, que anuncian la inminente llegada de una nueva procesión. Los espectadores en las aceras no han podido presenciar esas largas filas de penitentes o nazarenos, que ven acercarse a esos niños sonrientes que les pidan unas gotas de cera líquida, con las que poder engrosar las gruesas bolas que portan en sus manos y que van formando pacientemente para enseñar mañana o pasado a los amigos. Tal vez el año que viene, una brisa traviesa y zalamera, teñida con los dulces aromas de azahares, claveles y rosas, podrá de nuevo mover con plástica y respetuosa delicadeza la blanca túnica del Cautivo trinitario, en su lento recorrido por el Puente de la Aurora, emocional trayecto marcado por los cortos y rítmicos pasos de los devotos hombres y mujeres de trono.-

 

 

RECORDANDO DOS DOMINGOS

DE PRIMAVERA

 

 

José Luis Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

02 Abril 2021

 

 Dirección electrónica: jlcasadot@yahoo.es           

Blog personal:http://www.jlcasadot.blogspot.com/


 

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