viernes, 26 de marzo de 2021

GLICINIA, UN NUEVO VALOR EN LA CONSTRUCCIÓN NARRATIVA.


Cuando abonamos el precio de un libro, avalado por ser un gran éxito editorial, hemos tenido  en cuenta para nuestra motivación al autor de sus páginas, cuyo nombre se halla lógicamente impreso en la portada y contraportada del apreciado volumen. En ocasiones, ese pensamiento va dirigido también a los importantes dividendos o ingresos que el afamado escritor debe estar ingresando, con merecida justicia, en su cuenta corriente bancaria. En realidad, si es un autor muy consagrado por su calidad literaria y “capacidad o atractivo comercial”, los emolumentos que recibe de la empresa editora suelen estar pactados previamente, en la firma del compromiso contractual. El escritor no suele recibir más ingresos, salvo que lleguen nuevas ediciones de la obra, en función del número de ejemplares vendidos.


Pero no todos los libros que vemos como novedades editoriales están firmados por autores de élite o de reconocido renombre. Las empresas editoras van concediendo oportunidades, tras analizar muy detenidamente cada obra que se les presenta, a numerosos autores noveles o no conocidos o realzados por la crítica especializada. Para estos escritores que empiezan, la gran compensación a la que aspiran es precisamente que les sea publicada esa primera novela o ensayo, al que tanto esfuerzo y dedicación han aportado. La compensación económica que recibirán, por su tenaz y creativo trabajo, estará normalmente en función del número de ejemplares que los lectores adquieran en las librerías y siempre con unos porcentajes, con respecto al precio de venta, verdaderamente ridículos  o que provocarían el sonrojo si se conocieran públicamente. Incluso la propia industria editorial se reserva mantener esas muy precarias compensaciones, si la aceptación popular les aconseja publicar una segunda o más ediciones de ese posible éxito en las ventas. En este sentido, un autor desconocido y una afamada editorial unen sus destinos, en un desequilibrio manifiesto con respecto al reparto de los supuestos beneficios económicos que la edición reporte en las ventas.  

 

Precioso nombre el de una profesora de lengua y Literatura, vinculada a un instituto público ubicado en la monumental ciudad de León, precisamente la localidad en donde nuestra protagonista había venido a la vida: Glicinia Aray Abadía. Mujer de fuerte carácter castellano, aun sabiendo aplicar y dosificar los momentos para sus espontáneas sonrisas. Desde su adolescencia practicaba con fluidez el sugerente arte de la narrativa, escribiendo cuentos, relatos cortos, reflexiones, a modo de ensayos, sobre muy variados temas e incluso iniciando la redacción de la que pretendía fuera su primera novela, mientras estudiaba Filología hispánica, en la universidad leonesa. Delgada de cuerpo, solía trenzar con frecuencia y esmero su largo y suave cabello negro. También destacaba por sus muy bellos y expresivos ojos grisáceos claros, con unos rasgos faciales que enmarcaban un rostro profundamente observador y convincente en la discusión o en el plácido diálogo. Su forma alegre en el vestir era marcadamente juvenil, pues era usual que llevase vaqueros azules o celestes, jerseys y camisetas deportivas, calzando zapatillas converse, botas o zapatos de trekking (actividad a la que era muy aficionada) y ágiles sandalias de cuero marrón, según las diversas estaciones meteorológicas.

 

Debido a su excelente currículo estudiantil y a la férrea y responsable capacidad de trabajo que sabía desarrollar, superó holgadamente su presencia ante el tribunal que controló unas oposiciones a centros públicos de educación secundaria. Aunque sus primeras experiencias docentes le hicieron recorrer algunas localidades de la amplia y bella comunidad autónoma de Castilla y León, en pocos años pudo ya recalar, con destino definitivo, en un instituto de su histórica y señorial ciudad natal.

 

Más de tres años imaginando y modelando el tiempo disponible para las renuncias, le había llevado la redacción de la que sería su primera novela, escrita con ilusión y el sentimiento cariñoso hacia su difunta abuela Edelmira (que aparece en toda la obra con el apelativo familiar de Delmia) en cuya larga y apasionada existencia estaba basada argumentalmente una trama de carácter biográfico, que reflejaba etapas muy significativas de nuestra pasada Historia. Esta abnegada y luchadora mujer había nacido en 1906, falleciendo en 1987, por lo que conoció y vivió los periodos del reinado de Alfonso XIII, la dictadura del general Miguel Primo de Rivera, la 2ªRepública, el luctuoso enfrentamiento de la Guerra Civil, la dictadura del general Francisco Franco y finalmente los primeros años del reinado de Juan Carlos I, con llegada de la democracia a España. Todos esos periodos históricos del siglo XX son sintetizados en las más de cuatrocientas páginas de la extensa novela, a través del comportamiento y visión de vida de una muy querida persona, como era su abuela, laboriosa y aguerrida mujer trabajadora, en una fábrica o industria textil, en la que se encargaba de controlar varios telares, en la sucesión, ilusiones y carencias de cada uno de los días. Glicinia siempre consideró a Delmia como una madre, pues así fue el severo y cariñoso trato, al tiempo, recibido de una excepcional persona, a la que conoció y admiró profundamente en la etapa final de su interesante y vitalista existencia.

 

Ciertamente Glicinia “modificó” algunos aspectos personales que consideró necesarios, pues trataba de evitar que su escrito fuese recibido como una puntual biografía al uso, centrada en una persona “anónima” en el contexto social. Pero en lo fundamental, el denso número de folios era un cálido homenaje a todas esas mujeres laboriosas y abnegadas, que sabían afrontar los contratiempos y dificultades de una época muy contrastada, en el siglo XX de nuestro país. Como curiosa y significativa anécdota, Edelmira tuvo en su apasionada vida afectiva hasta tres hombres, como maridos, compañeros o parejas.

 

Animada por algunos compañeros del centro educativo en donde impartía sus clases, presentó el voluminoso escrito a un concurso literario organizado por la prestigiosa editorial Cosmos, empresa que buscaba nuevos caminos y estilos expresivos en los escritores jóvenes, no consagrados o adocenados por la práctica profesional de la literatura. El jurado calificador de los trabajos presentados, de inmediato, situó a la novela de Glicinia entre las diez finalistas que, en las sucesivas revisiones o catas analíticas, siempre fue quedando en un lugar de privilegio, hasta considerarla ganadora del bien concurrido concurso, entre todos los jóvenes autores participantes. El premio de esta atractiva convocatoria, para estos escritores noveles, consistía en la ansiada publicación de las tres primeras obras seleccionadas, cuyos derechos cedían “totalmente” a la editorial, bajo una compensación económica puramente testimonial de 1500, 1000 y 700 euros, respectivamente, entregados a los tres autores premiados.

 

Para la firma del correspondiente contrato, viajó a la capital de España en dos ocasiones,  para tener un par de no fáciles reuniones con el director de publicaciones de la editorial, Pascual Cercedilla. El acuerdo no llegaba, pues chocaban dos recios caracteres. De una parte, un profesional contable, obsesionado con los números  y las ventas, que trataba de imponer la supremacía empresarial, pensando que con la publicación de su primera obra, los escritores noveles se limitarían a firmar las “escuálidas” migajas que se les ofrecían, por las largas horas y días del paciente trabajo invertido. De otra Glicinia, que no estaba dispuesta a que se le cambiase el título inicial de la novela con la que había concursado: TODA UNA VIDA, ni se iba a conformar con los 1500 € que se le ponían en mano, pues pensaba que los 600 ejemplares, que iban a distribuir por el amplio mercado lector, iban a tener una continuidad en nuevas ediciones, dada la calidad innegable de su obra, reediciones por las que no cobraría un solo euro, según las draconianas condiciones impuestas por el “soberbio” gigante editorial. 

 

Dos desplazamientos y atractivas estancias de fin de semana en Madrid, pero sin conseguir el deseado acuerdo.  Obviamente, la parte empresarial extremaba sus exigencias y el plazo para la firma contractual, sumida en un cómico desconcierto y asombro ante las negativas de una “desconocida” escritora novel. Al tiempo, la tenaz profesora de literatura, esgrimía sus raíces castellano leonesas, para no dejarse avasallar por la fuerza y el poderío social de un arrogante interlocutor.  En esa disyuntiva se encontraba la negociación, cuando apareció un elemento nuevo en la diatriba. Se trataba de un corrector de pruebas, que prestaba sus servicios en la editorial. Este laborioso personaje era un burgalés llamado Erandio Laplaza, con estudios de magisterio y estudiante “senior” de Literatura sudamericana que, desde hacía unos cinco años, había ocupado distintos puestos secundarios, dentro del organigrama editorial. Tenía un paralelismo generacional con Glicinia, 32 años ella y 33 él, por lo que pronto fluyó entre ellos una espontánea y abierta amistad, surgida en las prolongadas esperas de la profesora para ser recibida, por parte del hábil y presuntuoso jefe Cercedilla. Aquel día escritora y corrector tomaron café juntos y también cenaron en una popular pizzería/Burger de Malasaña (cerca del apartamento que Erandio tenía alquilado) inmersos en un ambiente juvenil y desenfadado que incrementaba la jovialidad y el divertimento de una creciente y esperanzadora amistad.

 

“No te fíes del poderoso Cercedilla, pues claramente te quiere “llevar al huerto” de sus intereses. Es consciente, aunque disimule, de que tu novela tiene la calidad y documentación necesaria para llegar a ser un importante éxito de ventas. Sin embargo no creo que para esta edición vayan a ceder con respecto a las normas impuestas en la convocatoria, en la que libremente participaste. De los 1.500 euros del primer premio no va a pasar. Pero pienso que tú puedes jugar una interesante carta en la “partida”. Me refiero a los incentivos de las segundas o terceras ediciones, estableciendo e imponiendo algunas clausulas en el contrato que te reporten ingresos, por el seguro éxito en las ventas. Invéntate algo original o sugerente que les pueda motivar a ceder, pues ellos están en la idea de mantener todos los derechos sobre tu obra”.

 

Las razonables e inteligentes palabras del amigo corrector anidaban en Glicinia, ayudándole y motivándole a buscar alguna solución en esa dura negociación que mantenía con  el gigante empresarial. Dándole vueltas al asunto, con la urgencia que Cosmos demandaba, se le ocurrió una sugerente idea, no totalmente novedosa en el mundo de las ediciones. Consistía en que al publicar la novela, la editorial aceptara dejar unas pocas hojas en blanco sin imprimir, al final del volumen. En las mismas, los lectores que así lo considerasen podrían escribir, de manera resumida, un final alternativo a la narración que había aportado la autora en su “libreto”. Una vez que redactasen esos otros finales, los enviarían a la dirección editorial a fin de que ésta decidiera, con el asesoramiento y opinión de la escritora, los tres mejores o sugerentes finales alternativos. Estos tres finales aparecerían como añadido de una posible segunda edición, con los nombres de sus respectivos autores, quienes recibirían como premio en compensación lotes de libros procedentes del abundante fondo editorial que poseía la muy consolidada empresa.

 

En realidad el propio Erandio ya le había dado alguna pista o sugerencia acerca de por donde podría ir la contraoferta a presentar en la que iba a ser la tercera y última oportunidad para el acuerdo.

 

“Me parece perfecto. En principio ellos quieren editar los 600 ejemplares previstos y quedarse con todos los derechos para posibles futuras reediciones. Pero tu les ofreces esa otra opción, de la intervención de los lectores con los finales alternativos, con vistas a una segunda edición, para la que ya exigirías un porcentaje adecuado con respecto al numero de ejemplares vendidos. Yo pienso que esta opción sería asumida por Cercedilla y su equipo. Tampoco “te subas mucho a la parra” exigiendo un porcentaje demasiado elevado, pues en la industria editorial solo se les abona a los escritores consagrados, con la garantía de tener un gancho comercial sólo con que su nombre aparezca citado en la portada del volumen, como autor de la obra”.

 

Glicinia agradeció afectivamente al inteligente y bien parecido Erandio, sus comentarios y sugerencias, con las que tenía fundadas esperanzas de salir de ese molesto y largo impasse que mantenía con el “endiosado” imperio editorial.

 

Como había previsto su nuevo y atractivo amigo, Cercedilla se avino a aceptar parte de la propuesta que le planteó Glicinia en una tercera entrevista, que fue afortunadamente la definitiva. El celoso contable y director de publicaciones vio con buenos ojos la posible intervención de los lectores, para que éstos aportasen finales diferentes, con respecto al elegido por la autora. No era nueva esta modalidad en el mundo editorial, pero sí los premios y la publicación de los tres mejores en una futura edición de la novela. Se reafirmaba en que no podía haber cambios para que la autora recibiera ingresos de esa primera edición, ya que en las bases del concurso se establecía claramente que los derechos de publicación y económicos permanecían bajo el control de la empresa. Sin embargo, a “regañadientes” se mostró conforme a que, en una segunda edición, la autora pudiera recibir algún porcentaje económico de los ejemplares vendidos, ofreciendo el 5 % y después de muchos tiras y aflojas aceptando llegar al 8 %. A cambio, Glicinia tuvo que “ceder”, permitiendo que la edición inicial pasara de los 600 ejemplares previstos inicialmente a 900. Para gozo de unos y otros, parecía todo arreglado. Resultaba más que obvio que la editorial había visto un “filón” productivo para sus intereses (que no iba a dejar escapar) con el descubrimiento de este nuevo y joven valor de la literatura o narrativa hispana.

 

En la evolución de esta historia, la profesora escritora y el corrector de pruebas decidieron unir sentimentalmente sus destinos, hace ya cuatro años. Glicinia abandonó su provincia natal para trasladar su residencia al distrito madrileño de Moratalaz, unida en pareja con Erandio. hoy ya subdirector de publicaciones de la editorial Cosmos, para la que siempre ha trabajado. La  novela del premio, con el nombre de El valiente perfil de una mujer, ha alcanzado ya la cuarta edición. Los ingresos que ha generado para la editorial y autora son notablemente contrastados, pero Glicinia, aparte de atender a sus clases y la maternal dedicación a las dos hijas (Luz y Aída) que ha tenido con Erandio, está a punto de culminar la redacción de su segunda novela, cuyo libreto se niega en modo alguno a llevarlo a la editorial Cosmos, a pesar de las intensas presiones de su propia pareja, quien se muestra en profundo desacuerdo con esta firme decisión adoptada por su mujer. Glicinia se ha hecho con un buen nombre dentro del panorama literario y quiere un oportuno cambio para el momento de su publicación, eligiendo otras posibilidades diferentes con respecto al “gigante” Cosmos Ediciones”.

 

En esta controversia familiar sin duda ha podido influir, aparte de la dura experiencia que mantuvo con la poderosa empresa editora en la que ejerce su marido, un hecho fortuito que ha protagonizado hace unas semanas. Trataba de localizar unos viejos apuntes que tenía por ahí perdidos, a fin de utilizarlos en una próxima charla a pronunciar en unas jornadas culturales organizadas por el Instituto en el que presta sus servicios. En medio de un maremágnum de carpetas, que el matrimonio tiene guardadas en el trastero de su domicilio, encontró un dossier de antiguos documentos pertenecientes a Erandio y vinculados a la editorial. Por un simple gesto mecánico, se puso a echarles una ojeada. Para su sorpresa había una antigua nota de ingreso económico para la cuenta bancaria de su marido, la cual estaba fechada precisamente  en los momentos del acuerdo para la primera edición de su novela. El concepto de esa importante compensación monetaria, que recibió el por entonces simple corrector de pruebas, aludía a los “muy estimados servicios prestados por el receptor, D. Erandio Laplaza  con respecto a la negociación mantenida con la escritora Glicinia Aray Abadía”.

 

Desde un principio decidió aplicar prudencia y reflexión al inesperado y fortuito descubrimiento, no exento de un comprensible desencanto. ¿Se había casado con un “troyano” de la propia editorial, que se había prestado a condicionar su firme voluntad negociadora?  Este revelador documento, que afecta al comportamiento de su marido durante las negociaciones que ella mantuvo con respecto a su primera novela, lo mantiene celosamente guardado a fin de esgrimirlo en el momento más oportuno para su interés y el de sus hijas.-

  

 


GLICINIA, UN NUEVO VALOR EN LA CONSTRUCCIÓN NARRATIVA

 

 


José Luis Casado Toro

 

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

26 Marzo 2021

 

 Dirección electrónica: jlcasadot@yahoo.es           

Blog personal:http://www.jlcasadot.blogspot.com/

 



 

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