viernes, 19 de marzo de 2021

UNA SINGULAR Y SUTIL OBSERVADORA DE VIDA.


Se sentía feliz y bien protegida viviendo en ese hogar común en el que nada le faltaba, junto a sus numerosas y también alegres hermanas. En esa su gran familia, el padre se encargaba de vitalizar y sustentar la aventura de cada uno de los días, desde el siempre esperanzado amanecer hasta esa sosegada puesta del sol, que impone sin equívoco el ciclo diario de la naturaleza. Pero, en el gozo de esa fraternal tranquilidad, presentía con inquietud que algún día también a ella le correspondería tener que abandonar la saludable unión familiar, al igual que había visto acontecer con algunas de sus propias hermanas. 

Y hoy, una aciago e ineludible día, esa desvinculación material, que no afectiva, con su familia ha llegado también para ella. Aún con el dolor y sentimiento que esa ruptura le ha producido, entiende con resignación que ha de someterse a la ley de la naturaleza y tratar de adaptarse a la nueva situación que ha de afrontar con valentía desde este especial instante. De todas formas, a pesar del sufrimiento ante el trascendental cambio, piensa que va a tener otros incentivos para endulzar y enriquecer su nueva existencia a partir de ahora. Entre aquéllos, anhela uno muy importante como es el poder viajar y conocer otras realidades y experiencias que pueblan este espacio planetario, que nos ha sido encomendado para nuestra vivencia existencial. En uso ya de su autónoma, natural y legítima libertad, pudo ser espectadora privilegiada de algunos interesantes episodios que le ayudaron a conocer un poco mejor este complejo y abigarrado mundo que late a nuestro alrededor y del que todos formamos parte.

Una tarde de primavera enriqueció su experiencia observando el comportamiento de dos jóvenes, que se sentían íntimamente atraídos por los pasionales vínculos del amor. Eran dos adolescentes, posiblemente entre los 13 y 14 años, que se hallaban sentados en un banco de madera pintada de verde, correspondiente a unas de las zonas vegetales del gran Parque de la ciudad. Permanecían tiernamente cogidos de la mano, intercambiando bellas y dulces palabras, mezcladas con acústicos y sensuales silencios, no faltando los mimos y caricias, los proyectos e ilusiones y todas esas anécdotas que fluyen en los días, repetidamente narradas pero siempre nuevas, para dos seres que aprenden y gozan con la magia del cariño que su sexualidad les demanda.

Creyó entender (con ese molesto run-run distorsionador de la calle) que estos adolescentes se llamaban Diana y Héctor. Por el contexto de la conversación que los chicos mantenían, ambos escolares estudiaban en un instituto público de secundaria y pertenecían al mismo grupo escolar. Hubo entre ellos gestos de singular belleza, como por ejemplo el de compartir la merienda que ella traía desde casa, preparada por su madre, un tanto preocupada porque en su opinión veía a Diana demasiado delgada y bastante inapetente cuando se sentaba en la mesa para las comidas del día. Por su parte Héctor no dudó un instante en quitarse la cazadora vaquera que llevaba y ponérsela amorosamente por encima de los hombros a su sonriente compañera, ante el comentario hecho por la chica de que sentía un poco de frío, debido a la intensa humedad que llegaba esa tarde desde el puerto de mar, situado a pocos metros de donde la pareja se hallaba sentada.

En un momento de esa tarde sentimentalmente gozosa para los adolescentes, el chico supo aprovechar el ansiado momento que llevaba esperando desde hacía tiempo. Fue cuando una señora mayor, que descansaba y ojeaba una revista, descansando en un banco próximo,  tras aprovechar los últimos rayo del sol que fueron ocultándose por la sombra provocada desde la frondosidad de un gran ficus situado en la parte oeste de la zona ajardinada, al fin se levantó de su asiento y abandonó el recinto circular ajardinado de esa zona del Parque. En ese preciso momento, Héctor aproximó su rostro al de Diana, quien aceptó sonriendo el tierno y sensual gesto de su compañero para fundirse en un romántico y prolongado beso, del que disfrutaron emocionalmente durante unos preciosos, cálidos e “inmensos” minutos. Esa plástica amorosa será recordado por ambos como el gran trofeo inmaculado del día, tesoro que conservarán y recordarán repetitivamente en su emocional  imaginación, hasta ese otro beso que tal vez mañana lo sustituirá como diario alimento o sustento afectivo.

Para la singular, inadvertida y anónima espectadora era un verdadero gozo ver la limpieza y transparencia sentimental de dos chicos, muy jóvenes, que estaban aprendiendo y recorriendo el dulce camino del amor  en la normalidad de sus vidas.

Y ya en la palidez de la tarde, desde su privilegiada atalaya visual, observa como la chica comenta, con la dulzura de sentirse halagada y querida, que se acerca para ella la hora de volver a casa, a fin de evitar el enfado o el castigo de su madre, si incumple el minutero impuesto por sus progenitores para sus paseos vespertinos. El chico se prestará, como siempre le gusta hacer, para acompañarla hasta la parada del bus, recorrido que le dará muchos juego para tomarla de nuevo de la mano y en silencio o narrándole esas mil aventuras del día, poder gozar de una compañía que le hace plenamente feliz. Cuando la imagen de su amor se haga difuso e indefinido en la distancia, Héctor recreará en su memoria, una y mil veces, los mejores momentos de esa feliz tarde junto a ella, nutriendo su imaginación y deseo para ese próximo día que ya está tardando en llegar.

Caminando apresurado también hasta su domicilio, mantendrá la ilusión de que tal vez esta noche tenga la oportunidad de poder contactar con Diana, a través del whatsapp o del chat informático. Desde luego a lo que no renunciará, antes de dormir, será pensar una vez más en ella, dibujando su imagen, con la que premiará ese dulce y sentimental sueño que templará la fuerza de su juvenil vitalidad.

Ayudada por el viento de la naturaleza, nuestra tenaz observadora seguirá practicando ese inevitable nomadismo viajero que le va enriqueciendo de vivencias saludables, para compartir y madurar. Pero, al tiempo, también va tomando conciencia de que tantos desplazamientos van agotando sus fuerzas, ahora en que ya carece del seguro y diario sustento familiar, en el que siempre encontraba el alimento necesario para ver amanecer con sosiego y seguridad.

Continúa con su visual periplo, descansando ahora en un espacio no lejano del anterior, en donde esta nueva mañana puede contemplar una nueva aventura que anotará, con todos los detalles posibles, en el bagaje de su diaria  e  ilustrativa maduración. Hoy se trata de un hombre que, por su descuidada apariencia, parece haber vivido demasiado aunque, por la expresión que ofrece su surcado rostro, no debe sentirse especialmente feliz, considerando ese largo calendario, teñido de insustancial o superficial.  Este señor tiene por nombre Adrián, dato que ella pudo conocer porque al veterano ciudadano se le cayó de su bolsillo (al sacarse un pañuelo) una tarjeta del bono bus municipal personalizado y gratuito, que utiliza oportunamente para sus desplazamientos.

Este veterano jubilado, en realidad se siente “joven” en su espíritu, aunque necesariamente cansando y deteriorado, por esa muy fecha de nacimiento (anotada en la tarjeta viajera) que revela sus muchos años de vida. Su óptica vegetal pudo comprobar que ese hombre mayor acude puntual cada una de las mañanas a este rincón jardinero. En ese lúdico espacio obtiene la generosidad cálida del  sol, astro que tonifica y sosiega para el placer. Esto ocurre en los meses del frío, pues en los del estío ha de buscar la sombra protectora, tan necesaria para no deshidratar la masa corporal. El astro solar compensa el frío o humedad ambiental y también esas ausencias que castigan con la soledad.

El buen hombre pasa su largo tiempo sin medida ojeando, con la pausa equilibrada que da la edad, esas dos hojas de prensa gratuita que sabe donde las puede encontrar. Pero con lo que más se entretiene y agrada es observando a esos otros que por allí pasan, algunos con unas evidentes prisas que explican su acelerada necesidad. Él es una persona modesta que sobrevalora cualquier palabra o frase amable, pues considera esas frases amables alimento imprescindible para convivir y respirar. Lleva en el bolsillo de su ajada chaqueta unos caramelos que, ajenos al azúcar, alimentan gozosamente el recuerdo de su muy lejana infancia, etapa que nunca se olvida, a pesar de los años acumulados y el espejo cruel de la realidad. 

Este hombre sufría momentos de ocres nostalgias y añoranzas, no pudiendo evitar la presencia invisible de tantos otros recuerdos y personas en su conocimiento, que ya se fueron en el calendario caprichoso de la temporalidad. Y se preguntaba, una y otra vez “¿a donde irán? ¿en dónde estarán? ¿Por qué me han dejado indefenso, en medio de esa ingrata soledad?

Y Adrián un día más abandona, cuando suenan las rítmicas campanas desde algún lugar para avisar, su grato espacio jardinero, en donde una día más ha podido descansar. Y con paso ya inseguro por mor de la edad, se dirige de vuelta hacia ese su casa que aún mantiene, en la que nadie a buen seguro le habrá de esperar, buscando el bus municipal, una maquinaria rodante que al fin le habrá de llevar a su destino familiar. Tiene como buen hábito aplicar la virtuosa lentitud de la prudencia, pensando en los errores y daños que a toda regla ha de saber evitar.

En los inesperados y divertidos desplazamientos eólicos, que le permiten viajar entre los espacios de la ciudad, nuestra joven  observadora, en el conocer y reflexionar, pudo acomodarse una tarde en el quicio de un ventanal, que estaba situado en la parte superior de una gran puerta, por la que entraban y salían muchos niños pequeños, que sus madres y algunos padres llevaban durante horas en el día para “guardar”. En la llegada muchos de ellos lloraban, pues no querían separarse de su mamá o de su papá. Sin embargo esos mismos niños y niñas salían al final de la jornada, todos contentos y sonrientes por el mucho disfrutar y jugar, Siempre había palabras amables que las chicas cuidadoras y maestras regalaban a los padres sobre el comportamiento de sus retoños, en las horas del acompañar y educar.

Y se fijó en una chica joven, que apenas tendría la mayoría cronológica legal, dejando a una niña pequeña que no llegaría al año de su edad. La llevaba siempre amorosamente recogida entre sus brazos, bien limpia y vestida con el cuidado de una madre que se preocupa que nada le haya de faltar. La llevaba muy temprano en la mañana, entregándola a la señorita que le abría la puerta y que también extiende los mimos que ella le depara a la criatura, la cual sonríe ahora sin cesar. Con su aún muy pequeña manos la niña agarra como puede a un manoseado y querido peluche, un osito blanco como la leche o la nieve, de ojos azules y un lazo rosa para adornar. Con él juega y se encariña, mientras su joven mamá le dice adiós, ¡hasta luego! tres o cuatro veces, añadiendo “no dejes de tomar la merienda que luego te van a dar, pues tienes bien que alimentarte para poder correr, jugar y saltar”.  A eso de las siete de la tarde, según marcan las campanas, de una iglesia cercana en el lugar, vuelve esa misma madre, llamada Ivana, a por su pequeña Alma que grita de alegría, al poder reencontrarse felizmente con su mamá. La chica ha estado trabajando largas horas como cajera de un hipermercado, honrada labor que tuvo la suerte de encontrar, cuando quedó embarazada de un irresponsable que nunca más ha vuelto para preguntar. Pero ella aporta a su Alma todo el amor de una madre, para que en modo alguno sienta la falta de un padre, pues ella tiene el cariño suficiente de un papá y de una mamá. Tal vez algún día encuentre a un hombre bueno, que sepa también querer a la hija de su pareja, jugando con ella y gozando de su felicidad. Es una hermosa historia que aprendió desde esa ventana de la guardería, desde donde tantas imágenes hermosas se pueden contemplar, pensar y disfrutar.

Pero un día infortunado de otoño, fue una vez más el viento impetuoso el que quiso finalizar con su enriquecedora aventura viajera, de aquí para allá. La lógica natural y cívica impuso finalmente sus leyes. para la conveniencia urbana de la normalidad. Un paciente trabajador de la limpieza barría esas calles llenas de hojarasca y otros residuos, con los que el fuerte viento y la no menos intensa lluvia había cubierto los numerosos asfaltos y especialmente las aceras para el transitar.  Ella misma y otras muchas compañeras vegetales fueron evacuadas con la escoba y el recogedor, para ser llevadas a ese gran “vagón” de Parques y Jardines, en donde reposa en principio una gran masa forestal. Ese cromático conjunto está integrado por ramas, flores, tallos, raíces y, por supuesto miles de hojas ¿a dónde las habrán de trasladar?. Este tesoro arbóreo de vegetales, cortados o arrastrados por el vendaval, normalmente es llevado a los grandes depósitos de residuos que cada una de las ciudades y municipios disponen para asear. Aunque también esa masa vegetal es utilizada para la fabricación de compost o turba fresca vital, muy útil para fertilizar o plantar.

Entre las numerosas hojas apiñadas en los contenedores, pronto se establecen comentarios y experiencias, más o menos animosos con respecto a la suerte que les habrá de llegar.

“Os aseguro, lo sé de buena fuente, que nos van a convertir en turba generosa, para ayudar a otros compañeros a nacer, crecer adornar y purificar. Es la ley de la naturaleza que, con paciencia y generosidad, tenemos que comprender y sin más aceptar. Así es el ciclo natural de la vida, que nunca y con fortuna ha de parar. Igual nos “reencarnamos”  en otras coquetas flores y hojas agradables, para el disfrute propio y el de los demás.”

Nuestra hoja viajera había vivido, como tantos otros vegetales, una sin igual experiencia, para compartir y recordar. Con ella asumía su propia valía en los ciclos de la naturaleza. Y, de paso también, comprendía muchos comportamientos y sentimientos de los humanos, desarrollados entre el alba y el ocaso de cada día, según los calendarios. Lúcidas etapas en las que hay que vivir, dibujar con colorido y, con generosas sonrisas  ¿por qué no, también, querer y soñar?

  

 

UNA SINGULAR Y SUTIL

OBSERVADORA DE VIDA

 

 


José Luis Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

19 Marzo 2021

 

 Dirección electrónica: jlcasadot@yahoo.es           

Blog personal:http://www.jlcasadot.blogspot.com/

 



 

No hay comentarios:

Publicar un comentario