No todas las personas están suficientemente preparadas
para afrontar, con inteligencia, imaginación y valentía, cambios vertebrales o
trascendentales, en su tradicional estilo de vida. Efectivamente, cada uno de
nosotros es un “un mundo” individual, socializado en el seno de lo colectivo.
Como consecuencia de esta realidad, las respuestas de unos y otros van a ser
muy desiguales en función de múltiples factores, internos y externos, muchos de
los cuales incluso son totalmente desconocidos para los propios protagonistas
de estos inesperados cambios. Expresado de una forma coloquial y simplista, se
puede explicar lo anterior de la siguiente forma: unas personas reaccionan razonablemente
bien ante los problemas que surgen en su caminar existencial, mientras que para
otras el afrontar determinados modificaciones y cambios de ruta, que pueden ser
en su naturaleza más llevaderos o complicados, supone un esfuerzo inasumible y
generador de profundas y dolorosas insatisfacciones.
La vida de Tasio Nevada
estaba cómoda y positivamente reglada. A sus 28 años de edad tenía un buen y
estable trabajo, en un importante centro de fisioterapia ubicado en una
transitada zona del centro urbano de la capital malagueña. En este
establecimiento rehabilitador aplicaba su titulación académica, en esa cada vez
hoy más solicitada especialidad sanitaria. A pesar de que conservaba su cuarto
o dormitorio de siempre en el hogar familiar, a donde acudía siempre algún día
de la semana para visitar a sus padres, hacía un año y medio que había decidido
instalarse en un coqueto apartamento de dos dormitorios, que estaba ubicado en
la entrada de la carretera de los Montes al norte de la ciudad. En esa
inteligente inversión había invertido sus ahorros y alguna ayuda de sus
progenitores, firmando la hipoteca bancaria correspondiente. Con la
disponibilidad de ese hábitat personal deseaba conseguir la independencia y
libertad soñada que tantos j óvenes proyectan para sus
vidas, a pesar de llevarse bastante bien con unos padres, don Viriato y doña Venancia,
que entendieron comprensivamente ese ilusionado deseo de su único hijo.
Desde los tiempos estudiantiles, en el Campus universitario
de Teatinos, este fisioterapeuta formaba pareja afectiva con Clamia,
una bella joven de su misma edad, ambos compañeros de aula en la Facultad de
Ciencias de la Salud, en la UMA. Entre ambos el amor era fervorosamente
intenso, se llevaban bastante bien y, a pesar de no haber pasado por la vicaría
ni por el correspondiente Registro civil, tenían algunas etapas de prolongada y
sexual convivencia en ese nido o habitáculo constructivo que Tasio, con
prudente y racional ilusión, había adquirido. La chica alternaba algunas fases
de contrato laboral en otro centro de fisioterapia de la capital, con otras etapas
de paro, tiempo en el que potenciaba la preparación de oposiciones para la
enfermería del S.A.S.
Entre las aficiones que Tasio cultivaba, durante su
tiempo libre, se encontraba una muy peculiar, cual era el coleccionismo fotográfico de actores y actrices de
cine. Para ello solía escribir a las distintas productoras nacionales y
extranjeras, solicitando esas imágenes dedicadas que él tanto valoraba. También
contactaba con los representantes de estos astros de la gran pantalla, así como
con sus páginas webs oficiales, solicitudes que encontraban una buena recepción
por parte de sus destinatarios, lo que le había permitido formar una interesante
colección que habría hecho posible la celebración de muchas tardes de exposiciones
o incluso ocupar las salas de algunos museos. Aunque no suelen abundar este
tipo de comercios dedicados a los recuerdos del cine, su afición le llevaba a
buscar y a visitar algunos de esos establecimientos
(tanto en su ciudad natal, como viajando a otras provincias), en los que
encontraba y compraba láminas y prospectos publicitarios editados para anunciar
alguna película. Se trataba de aquellas pequeñas hojas, muy bien ilustradas,
que se repartían a los viandantes que transitaban por las calles más
comerciales de las ciudades, durante las añoradas décadas del pasado siglo XX.
Otras de sus grandes pasiones eran las salidas senderistas por la naturaleza. Se sentía
vitalizado cuando paseaba por esos atrayentes entonos rodeados de árboles y
masa vegetativa. En realidad estos desplazamientos los tenía bien fáciles, pues
desde su apartamento no tenía que caminar en exceso para introducirse en
territorio forestal, pleno de incentivos naturales, como era el Parque Natural
de los Montes de Málaga. Solía prepararse su mochila, que contenía una
cantimplora con agua, algún bocadillo, cuando el desplazamiento era más
prolongado y algunos frutos secos o fruta fresca, para compensar el esfuerzo.
La onza de chocolate negro tampoco le faltaba, pues era un gran seguidor de
este estimulante manjar. Además de la gorrilla y las gafas protectoras del sol,
nunca olvidaba el bastón o palo senderista, a fin de caminar con más seguridad
por las zonas escarpadas, pedregosas o resbaladizas. Después de un pequeño accidente por caída,
que en una ocasión sufrió, añadía a la “impedimenta” un pequeño botiquín, con
medicamentos de primera necesidad (alcohol, antiséptico, esparadrapo, algodón y
unas pequeñas tijeras). Y, por supuesto, su cámara digital fotográfica, una
pequeña compacta que no le añadía excesivo peso en el desplazamiento.
Esta apacible estabilidad vivencial se vio abrupta
e inesperadamente trastocada cuando una tarde de junio, al salir del centro rehabilitador
donde trabajaba, vio que Clamia lo estaba esperando
en la puerta del establecimiento. Como en ese momento no estaban conviviendo
juntos en el apartamento, se sintió muy feliz al verla, invitándola de
inmediato a compartir algunas cervezas. El calor de la tarde animaba a buscar
un poco de frescor en la zona portuaria, aprovechando la grata influencia del
mar. Las dos jarritas “heladas” pronto llegaron a su mesa, recipientes que se
vieron acompañados por unas tapas de chistorra y un cartucho de patatas fritas
finas. Tasio le explicaba, con bromas de por medio, su atención a una veterana
señora, sobrante de kilos que, en su afán por reducir peso, se había apuntado a
una academia de baile. La voluntariosa y obesa mujer, de nombre Desideria, en
unas pasos por sevillanas mal calculadas, tuvo la desgracia de dan un resbalón,
haciéndose daño en la caída. Se había hecho daño en ambas rodillas y en su mano
derecha. Entre los gemidos y las invocaciones marianas, que la paciente no
cesaba de ofrecer, él trataba de recomponer toda aquella masa corporal y
estructura articular, lo cual no era nada fácil por el amplio volumen sobre el
que tenía que actuar. A Tasio le extrañaba que en esta ocasión su interlocutora
y amante no hiciera lo que en ella era más que habitual: expresar sonrisas y
comentarios jocosos, cuando él le narraba algunas divertidas experiencias que
tenía en su trabajo.
En un momento del tapeo, Clamia, mirándole con
seriedad, le pidió que frenase en los chascarrillos, pues tenía que hablarle de
un tema de especial importancia para la vida de ambos. Extrañado con tan súbito
misterio, se dispuso a prestarle la necesaria y urgente atención.
“Desde hace semanas vengo dándole
vueltas a un complicado asunto que nos afecta, Tasio. Es algo que nunca me había
atrevido a explicarte. Creía que era lo mejor, pues en realidad creía tenerlo
ya superado. Cuando entré en la adolescencia tomé conciencia de que mi
sexualidad no estaba bien definida. La confusión duró aproximadamente un par de
años. Pero nunca quise compartirlo con nadie. Fue mi secreto. Después, a medida
que terminaba la secundaria y comencé con la Universidad, aquello se fue
paulatinamente olvidando. Con el tiempo nos conocimos y nuestra relación
funcionó bien desde el primer día. No lo voy a negar. Pero de un tiempo a esta
parte, he vuelto a sentir aquellas sensaciones que tuve hace una década y … me
siento, cada vez más, con esas atracciones confusas, ante un hombre o una
mujer. Te aseguro que para mi no es nada agradable. Pero estas cosas vienen de
dentro y aunque intentas controlarlas y encauzarlas, al final acaban desbordándote.
Este nuevo rebrote, en la confusión,
me ha llegado con una compañera que trabaja en el centro rehabilitador donde me
van llamando con intermitencias. Se llama Esther. Es unos años mayor que yo y
desde el primer día “nos caímos bien”, nos sentíamos a gusto cuando hablábamos
o estábamos cerca. Vive sola y he estado ya un par de veces en su casa. Ella
también se siente atraída por mi. Esta chica me ha confesado que ha tenido varias
parejas femeninas, pero que conmigo siente una connivencia muy diferente, a la
que experimentaba con otras parejas con las que se ha relacionado. Tengo que
reconocer que yo la necesito también. Lo cual no quiere decir que no me sienta
también bien contigo.
Sé que lo estarás pensando. Y me voy
a adelantar en la respuesta. He acudido recientemente a unos especialistas para
explicarles mi situación y seguir sus indicaciones. Básicamente me responden
que lo mío es un estado de ambivalencia y que tiene sus fases en la respuesta,
para el avance y el retroceso. Me han
prescrito algunos fármacos, con los que puedo combatir la inestabilidad. Pero
la indefinición, te lo aseguro, no es en nada agradable. La decisión firme que
tengo en estos momentos es algo drástica, lo comprendo. Tú y yo no podemos
seguir. En estos
momentos siento más atracción por esa chica. Creo que ambas nos necesitamos”.
El mazazo para el fisioterapeuta fue, anímicamente,
de gran intensidad. Lo más grave del caso es que este joven en modo alguno podía
imaginar que se iba a ver inmerso en una cuestión tan compleja como era la
bisexualidad de su pareja. Aquella noche apenas pudo conciliar el sueño. Se
preguntaba, una y otra vez, como era posible que no hubiera detectado o
sospechado esa angustiosa confusión que estaba sufriendo Clamia. Era consciente
de la postura de la joven ante su futura convivencia era muy clara, en el plano
de la ruptura que ella, probablemente también con dolor, había decidido
adoptar. No había mucho más que hacer, pues luchar contra los sentimientos era
una batalla inútil. Ella se sentía mejor y más feliz junto a esa compañera
llamada Esther. Aunque le doliera y le derrumbara, no tenía más alternativa que
aceptarlo. Pero … ¿cómo le había podido ocurrir a él una cosa así? Una y otra
vez se topaba con este cruel interrogante, para el que no tenía una fácil
respuesta.
Aunque las primeras semanas fueron especialmente
duras, intentó recomponer su línea de ruta. Pensó que era mejor pasar unos días
en casa de sus padres, a los que no quiso explicar el fondo real de la
cuestión. Simplemente les comentó que había roto con su pareja, con la que
durante varias fases había estado conviviendo. Les rogó que no abundaran más en
las preguntas. Que eran cosas de jóvenes y que lo mejor era que cada uno fuera
por su lado. Pero a pesar de centrarse en su trabajo, en sus películas y
colecciones cinematográficas y también de salir a la naturaleza durante los
fines de semana, la “procesión” iba por dentro. La cercanía de sus padres,
personas inteligentes y comprensivas, le ayudó sobremanera a ir sobrellevando
ese nuevo estado de “soltería” para el que con realismo reconocía no sentirse
bien preparado. Físicamente había adelgazado, pues los golpes en el sentimiento
repercuten, de una u otra forma, en lo somático. No volvió a tener noticias de
Clamia ni él hizo además acción alguna para acercarse de nuevo a la chica. Habría
sido caer en un profundo error, volver a llamar a unas
puertas que se le habían cerrado con la evidencia de la rotundidad. Resignación,
dolor y esperanza. Creía estar adaptado, por su juventud y fortaleza, para
tantas y todas cosas, pero ahora se daba cuenta que carecía de los recursos
necesarios para superar con acierto golpes o contratiempos de esta naturaleza.
Y llegó el fresco otoño. Una nueva y renovadora estación.
Las hojas del calendario se aceleran presurosas, con ese ritmo que sólo ellas
saben en su exacta aritmética controlar. La vuelta a la naturaleza, tras los
rigores térmicos del estío, era una acertada decisión para un joven que en el
diálogo silencioso con las estrellas continuaba preguntándose ¿Y por qué a mi?
Un sábado, ya en la media tarde. Caminaba en pleno
parque natural, rodeado de pinares, encinas, eucaliptos y ese arbusto
mediterráneo de fragancias y aromas mediterráneas. Tasio había pasado desde
temprano una placentera mañana de senderismo en pleno bosque natural de los
Montes de Málaga. Después de saborear el bocadillo que se había preparado, a la
sombra de un viejo roble, descansó unos minutos e incluso estuvo “viajando” por
el reino de la somnolencia. Cerca de las cinco, decidió emprender el camino de
vuelta a casa, recorriendo ese par de kilómetros que le separaban del
ventorrillo “El lechón”, en donde gustaba compartir un rato de charla con Aviano, el hijo del dueño, con el que había labrado
amistad en muchas tardes de merienda. Como de costumbre este joven de su edad
se empeñaría y fracasaría en bajarle hasta su casa, utilizando un destartalado
y entrañable Citröen 2CV, que, con casi dos décadas a sus espaldas, milagrosamente
aún “carburaba”.
En un momento de la marcha, observa a una joven
senderista que caminaba hacia donde él se encontraba. Al tenerla ya a muy
escasos metros, pudo observar en el rostro de la chica un patente nerviosismo.
Con una media sonrisa en su expresión, esta joven (que se presenta como Delia)
le pide ayuda.
“Perdona que te interrumpa en el
camino. Resulta que desde hace un buen rato un hombre mayor, con no muy buena
pinta, me ha estado siguiendo. No se me ha acercado , pues siempre ha guardado
una media distancia. Me temo que no iba con buenas intenciones. Hace como unos
diez minutos, en vistas de que continuaba siguiéndome, he aumentado el ritmo de
mis pasos, con la fortuna que te he visto de lejos y me he acercado por la zona
donde caminabas. Supongo que vas caminando hacia la carretera ¿Te importaría
que me uniera a ti? Porque no me fio ni
un pelo de ese raro individuo que desde luego me seguía”.
De esta forma tan simple y simpática Tasio conoció
a una joven persona que también practicaba el senderismo como él hacía. Cuando
llegaron al ventorrillo la invitó a merendar y entablaron un largo rato de
amistosa y divertida charla. Delia tenía cinco años menos que él. Comentó acerca
de su trabajo en un centro deportivo, dirigiendo sesiones de gimnasia Pilates y
también de yoga. Después de las dos tazas de té que consumieron, con unos
bizcochos que Aviano les había servido, decidieron seguir caminando carretera
abajo, a pesar del ofrecimiento de su amigo. En realidad el apartamento de
Tasio no estaba muy lejos en distancia, para dos avezados deportistas en la
marcha. Al llegar a la zona urbana, Tasio se prestó a acompañarla hasta la
parada del bus 37 que llegaba por aquella zona. Después de despedirse, Ella se
volvió para pedirle que intercambiaran sus números de teléfono, si no le
importaba, pues para una próxima salida senderista no quería ir sola y que se
repitiera la incómoda experiencia de encontrarse con algún personaje raro por
esos caminos de la naturaleza.
En los próximos días Tasio estuvo pensando en esa
atractiva joven que había conocido en la montaña. El jueves se animó a llamarla
a su número telefónico, a fin de proponerle una marcha senderista para el fin
de semana, con el objetivo de ir juntos por esa zona u otra que ambos acordaran.
Delia se mostró muy animada y receptiva al ofrecimiento que le hacía. Incluso
quería agradecerle la ayuda que le prestó la semana anterior, ofreciéndose a
preparar ella los bocadillos y alguna chuchería para la hora de comer. De esta
simpática forma y al paso de las semanas se fue consolidando una bella e
interesante amistad con la que ambos fueron intensificando su conocimiento
recíproco. La afinidad de carácter, las aficiones compartidas, junto a la mutua
atracción que ambos desarrollaban, les hacía sentirse felices en una proximidad
que iba a más con la sucesión de los días. El estado anímico de Tasio, tras su
frustrada experiencia con Clamia, se transformó de una manera decisivamente
positiva, sintiéndose cada día más realizado como persona. El destino, al fin,
había querido ser generoso con el discurrir de su vida.
En este positivo contexto sentimental, sería explicativamente
interesante conocer parte de una conversación que
mantenían dos personas, a través de la línea telefónica.
“Me alegro de corazón que el encuentro que yo te
pedí con Tasio y la afinidad subsiguiente, en aquella tarde de sábado por los
Montes de Málaga, haya resultado positiva para ambos. Os conozco bien a los dos
y no me equivocaría al afirmar que estáis hechos el uno para el otro. Si tu me
dices que te sientes bien con él y él contigo, me hacéis la persona más feliz
del mundo, pues sé que hice bastante daño a una muy buena persona, de una
manera desde luego no intencional. No podía abandonar así a un ser querido que
siempre fue muy bueno conmigo. Te rogué que le echaras una mano y para mi
satisfacción ahora estáis “coladitos” el uno con el otro.
Lo mío con Esther va muy bien. Ambas nos
compenetramos a las mil maravillas y nos sentimos también felices estando
juntas. Esther tiene familia en Salamanca y han sido muy generosos con
nosotras, ayudándonos a montar un clínica de fisioterapia, para la que no paran
de buscarnos esa clientela que se va incrementado con el “boca a boca” de la
publicidad. Incluso nos han gestionado un concierto económico con una compañía
médica privada. Aquí hace mucho más frío que ahí en el sur, pero las casas
están mejor acondicionadas y todo es cuestión de acostumbrarse.
Deseo que todo os sea afortunado en el futuro. Delia, tu tienes muy buenos valores y en cuanto a Tasio puedo asegurarte que en absoluto te va a defraudar. Ah, y no creo que por ahora debas aclararle sobre aquel encuentro “fortuito” en la montaña. Fuiste una estupenda detective, con los datos que te facilité. Yo sabía perfectamente los caminos e itinerarios que a él le gusta recorrer. Lo importante es que, felizmente, todo haya salido bien. Me tranquiliza y alegra”.-
SORPRESAS Y
REALIDADES
EN CLAMIA Y TASIO
José
Luis Casado Toro
Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la
Victoria. Málaga
05 Marzo 2021
Dirección electrónica: jlcasadot@yahoo.es
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