Tanto en el ámbito
científico, como en el terreno social más popular o cotidiano, es práctica
común cuantificar todos los hechos y fenómenos, sean más o menos importantes o
trascendentes en su íntima naturaleza. Precisamente es la ciencia estadística
la que establecerá, a partir de esta cuantificación basada en los números, los
grupos, las variables, las reglas y las conclusiones de todos esos datos que
previamente se han ido recabando. Tanto nos situemos en el ámbito más
científico o incluso en el uso más
popular o cotidiano, tenemos la percepción de que uno de los temas más
recurrentes que se insertan en nuestras conversaciones (cuando no tenemos otros
argumentos o cuestiones más atrayentes para el debate) es hablar sobre la situación del tiempo meteorológico.
Efectivamente, esa
magnitud climatológica es uno de los recursos que más utilizamos cuando no
tenemos otra cosa mejor de la que hablar. Pero es que además ese concepto “tiempo,
de una u otra manera, se hace casi siempre presente en nuestras vidas. Veamos
algunos repetidos ejemplos.
Cuando compartimos el
breve trayecto del ascensor, con un vecino del que no recordamos su nombre;
cada vez que abrimos la pantalla del móvil; al ojear las páginas del periódico;
cuando estamos de viaje y enviamos un whatsapp; al levantarnos de la cama por
la mañana y miramos a través de los cristales de la ventana; al encontrarnos
con un amigo o conocido por la calle; cuando vamos a emprender un desplazamiento
vacacional o de negocios; antes de una excusión senderista a la naturaleza;
cuando contactamos con un amigo o familiar que se halla en otra ciudad; etc y
etc. En esas y otras muchas circunstancias, el estado
de la atmósfera es la realidad más recurrida
entre nuestros intereses inmediatos. ¿Lloverá o no habrá precipitaciones en las
próximas horas? ¿El cielo está nublado o soleado? ¿Hace frío o la temperatura
es elevada? ¿Percibimos la humedad o la sequedad ambiental? ¿Mejorará o
empeorará el tiempo? ¿Qué color tiene hoy el cielo? ¿Llevo la ropa adecuada o
pasaré frío? Sin duda, es verdaderamente absorbente
este concepto climático en nuestras vidas. Por todo ello, tenemos que volver a
preguntarnos si carecemos de un tema o una preocupación mejor, en el capítulo
de nuestras diarias preocupaciones o intereses.
Este recurrente elemento
atmosférico va a tener también un cierto protagonismo en la breve historia que
a continuación se relata. Pasemos ya al contenido temático de la narración.
En nuestro pequeño
círculo relacional, también a través de los medios de comunicación, tenemos
conocimiento de la existencia de noviazgos muy
breves entre las personas que los protagonizan, los cuales desembocan en
enlaces que resultan “sorprendentes” (“nos
presentaron en una fiesta y a los dos meses pasamos por el Registro Civil.
Podemos afirmar que hemos nacido el uno para el otro). Sin embargo, otras
etapas pre-matrimoniales se tornan desesperada y aburridamente largas. Por mil
y una razones, parece que los enamorados nunca van a llegar al en principio
lógico vínculo matrimonial. Incluso puede ocurrir que después de este largo e
inacabable caminar hacia la boda, cada uno de los implicados acaba marchándose
por su lado antes de celebrar la ceremonia nupcial. Veamos el caso de una
pareja, ilustrativa de estos insólitos comportamientos.
Claudia
Afradia trabaja como taquillera en el
Teatro Municipal de la ciudad en que nació y reside, función que viene
ejerciendo desde hace ya tres lustros. A sus 34 años de edad, valora con esmero
ese trabajo que le permite disponer de un sueldo, no elevado pero consolidado,
al final de cada mes. La experiencia le ha enseñado a gestionar con bastante
diligencia todo lo relativo a la tramitación de las entradas, los cambios de
última hora, los caprichos y peticiones curiosas que plantean los espectadores,
tanto los clientes que se acercan físicamente a las taquillas, generalmente con
las prisas y exigencias de última hora, como los cada vez más numerosos aficionados
que realizan sus gestiones de manera on-line, proceso informático que ella ha
de controlar a fin de evitar duplicaciones o errores en la venta de localidades.
La gestión contable también conlleva un mucho de complejidad. En los días de
festivales o de grandes representaciones escénicas el trabajo se agudiza,
aunque con destreza, paciencia y buen sentido profesional trata de atender y
resolver todas las dificultades y demandas que los clientes aficionados al arte
de Talía o a los grandes espectáculos musicales no cesan de plantear.
Precisamente fue así
como trabó amistad con uno de estos espectadores, llamado Teo Felgaria, que era un casi permanente o muy asiduo
asistente a las numerosas obras teatrales que en el recinto público se
representaban. Se trataba de un joven de
apariencia bastante amable y ocurrente, que aplicaba su innata simpatía cuando
llegaba a la taquilla, a fin de conseguir un asiento de la gran sala que
estuviera bien ubicado. Eso difícil objetivo sabía conseguirlo, incluso cuando
su petición era “imposible” de atender, pues ya no quedaban localidades en el nivel
de precio que él demandaba. Su insistencia y “especiales requiebros” a la
divertida taquillera lograba, más pronto que tarde, el objetivo de una última
localidad disponible “que había sido inesperadamente devuelta”. La encargada de vender las butacas siempre
sacaba algún recurso de su “chistera” para conseguir satisfacer la petición del
insistente y amable expectador. En ocasiones esas buenas gestiones o favores se
veían compensadas cuando Claudia recibía algún obsequio que con elegancia le
entregaba Teo, en forma de flores, bombones e incluso algún libro de poesia o
literatura. De esa agradable forma se fue generando una divertida y saludable connivencia
entre estas dos personas, vinculadas por la existencia de un teatro donde
representaban obras escénicas y y otros espectáculos musicales. El arte de
Talía había vinculado íntimamente a dos jóvenes personas, que necesitaban
cultivar el don de la amistad.
En una de esas
conversaciones en taquilla, cierto afortunado día Teo decidió a decirle a su interlocutora
si podía invitarla en el fin de semana a tomar alguna merienda (conociendo que
ese domingo próximo no había representación en la sala teatral). Claudia, que
se esperaba algo así desde hacía tiempo, accedió al elegante gesto del
insistente cliente “De acuerdo, este domingo nos vemos en las puertas del
Teatro –no vivo lejos de él- y tomamos alguna cosa fresquita, que ya están
llegando los calores del verano”. La satisfacción en el rostro del joven era
más que palpable, cuando comprobó con indisimulable alegría cómo sus hábiles
esfuerzos hacia la casi siempre sonriente taquillera comenzaban a dar sus
apetecibles resultados.
Pero ¿quién era el tan convincente Teo? A este bien
parecido joven nunca le llegaron a gustar (ni tenía especial capacidad) las
horas dedicadas estudio, ni el esfuerzo exigible para los altos aprendizajes.
Por influencia y persistencia familiar intentó cursar el bachillerato. Pero
tras repetidos fracasos académicos, lo tuvo que dejar en un primer curso
inacabado. Entonces su padre no lo pensó dos veces: quería evitar que su hijo
siguiera perdiendo el tiempo el academias y “repeticiones fallidas”. Cuando el
chico cumplió los dieciséis, lo “colocó” como aprendiz ayudante en el
prestigioso ultramarinos de barrio, propiedad de Don
Ceberio, excelente profesional que había heredado el colmado de su
padre. La amistad con el buen comerciante procedía de que ambos habían sido
compañeros en el Servicio Militar, periodo castrense que realizaron destinados
a la comandancia militar de Melilla. En este consolidado negocio de
ultramarinos, Teo comenzó a trabajar
como aprendiz, ayudando en casi todo lo que le ordenaban. Pero al poco tiempo
don Ceberio, viendo el “don de gente” que tenía el dicharachero muchacho, lo
puso en la atención del público, para vender detrás del mostrador. En la actualidad Teo tiene treinta y siete
años y lleva veinte desempeñando con habil maestría ese “despachar” sabrosos
embutidos, productos lácteos, conservas de todo tipo, cereales, leguminosas,
pastas y un largo etc, porque en el colmado “LA BUENA
MESA” se vende todo lo más suculento para el buen yantar, no faltando
los apetitosos dulces, tanto los envasados como aquéllos que se traen a diario,
para el deleite de los golosos clientes.
Aquella su primera cita
en la Plaza del Teatro, entre dos personas en juventud que se atraían, se
produjo hace aproximadamente unos ocho años. En
esa calurosa semana de julio, él acababa de cumplir sus primeros 29 años de
vida, mientras que ella se hallaba en la inmensa juventud de los 26. Fue una preciosa tarde dominguera, en el
recién iniciado estío veraniego. Para la alegría de ambos jóvenes, todo pareció salir bien.
Aquella fresquitas cervezas que degustaron, acompañadas de un par de raciones
de pescaíto recién frito, en un romántico chiringuito playero, con suelo de arena
y brisa de mar, sustentó un extenso y divertido diálogo en el que el
dependiente llevó el protagonismo de la palabra, mientras que la taquillera,
cada vez más ensimismada y complacida, aportaba sonrisas y anhelos, palabras
agradables y esas mágicas miradas que observan el ayer y el deseado mañana, en
el siempre vital proyecto de nuestras ilusiones liberadas.
Como era razonablemente
previsible, a ese primer encuentro se sumaron otros muchos en el discurrir de
los días y en los meses siguientes. Es
cierto que entre los dos nuevos amigos (y cada días más enamorados) se
interponía la dificultad laboral de coordinar los
horarios. El de Teo estaba normalizado con el de cualquier otro
comercio. Acudía a la tienda a las nueve, para preparar algunos detalles que
siempre quedaban pendientes del día anterior (la apertura al público era a
partir de las 9:30). A las dos de la tarde cerraban para el almuerzo y el
descanso, volviendo a abrir de nuevo a partir de las cinco. El fin de la
jornada laboral quedaba establecido para las 20:30, aunque el diligente
dependiente solía siempre quedarse algunos minutos más, a fin de poner un poco
de orden en las mercancias de los estantes, en el largo mostrador y el resto de
la alimenticia dependencia. A partir de ese momento podía encontrarse con
Claudia, pero solo en el día que ella libraba del trabajo o no había representación
en el recinto municipal.
Esos agradables, aunque
no muy abundantes, momentos para estar juntos eran bien aprovechados por dos
seres que habían decidido unir en un futuro su caminar por la vida. Además de
los paseos, tanto por la ciudad como por la naturaleza suburbana, compartían
comidas, visitas a monumentos, oportunidades para el baile, visionado de películas
y espectáculos teatrales o musicales. Con habilidad y esfuerzo coordinaban sus
vacaciones anuales, posibilitando algunos divertidos viajes que año tras año
fueron realizando a tierras de Portugal, Italia, Grecia, Marruecos, además de
ese París, siempre presto a complacer las agendas de aquellos que palpan el
romanticismo atesorado entre sus calles y plazas, con sus inmortales monumentos
para el recuerdo. Un tema recurrente en sus conversaciones
y proyectos era el de concertar la adquisición de una vivienda, para
cuando llegara el feliz momento de establecer el vínculo matrimonial. Esa fecha
crucial en sus vidas era anhelada por Claudia con la lógica y “urgente”
expectación, aunque en el caso de Teo la decisión, religiosa o “administrativa”
no llevaba aneja las premisas de su aceleración o urgencia. De hecho, en más de
una ocasión, razonaba a su compañera una argumentación que no parecía en
principio ausente de lógica.
“No hay
que obsesionarse con las prisas, mi querida Claudi. Nos vemos … cuando es
posible. Sin embargo nos llamamos todos los días e intercambiamos mensajes de
whatsapps en muchas de sus horas. Estamos juntando, poco a poco y con esfuerzo,
un capital que nos permitará afrontar con sensatez la entrada hipotecaria de una
vivienda. Sabes bien que los inmuebles están por las nubes, pues las casas o
los pisos que a nosotros nos gustan se pone muy por encima de nuestras modestas
posibilidades económicas: superan ya con mucho los 200.000 euros. Y ese dinero,
con la realidad de nuestros sueldos exige tener un mucho de paciencia. Ni tú,
ni yo, podemos esperar en demasía de la ayuda familiar, más bien “nada” pues
somos muchos hermanos y nuestros padres no son precisamente unos ricos. Convéncete,
estamos bien como “estamos”. Nos queremos, disfrutamos, viajamos, paseamos,
tenemos nuestras intimidades… todo llegará. Las cosas que se hacen con prisas y
de manera alocada, después no siempre salen tan bien como hemos diseñado en el
lienzo inconcluso de nuestras ilusiones”.
Y así fueron transcurriendo todos esos años que el tiempo
impasible de la aritmética va trazando, sin los sones de la famfaria pero con
la firmeza de los números, en los destinos inciertos de unas y otras personas. Hasta
ocho anualidades en estas dos vidas, desde aquella su primera cita, con aroma
de marisma playera, en los muelles
“adecentados” de la ciudad. En este otro domingo de
julio, Claudia y Teo están sentados en una de esas acumuladas cafeterias
que adornan el recinto portuario. Las manecillas de los relojes se van
acercando a esa hora que establece frontera entre la despedida luminosa de la
tarde, para la llegada de ese lívido oscurecer en las bambalinas celestiales
que anuncian una noche más. El hombre hace como
si repasara el periódico del día, con ese nerviosa acústica en el movimiento de
las hojas, a modo de brisa contundente en la vegetación de un denso arbolado. La mujer
observa, casi sin ese pestañeo ocular que vigoriza nuestra visión, el perfil
ciudadano que se mira en las aguas serenas del mar. Silencio y más silencio,
entre ambos. Fue Teo quien al fin rompió la rutina de una atmósfera sin
palabras que “cruel o aburridamente” los separaba, con dos tazas vacias de
infusión como mudas y cansadas espectadoras.
“Hace una
buena tarde, en la que todavía no se hace presente esa pegajosa humedad que, a
buen seguro, pronto llegará. Vendría bien que soplara algo más de brisa, pues
con ese sol que ha calentado todo el día el suelo, el ambiente está muy
calentón, posiblemente debido a la irradiación que se va escapando del cemento
y que nos produce un térmico sopor que adormece”.
Muy “interesante,
novedoso y motivador” tema, aportado por el novio. Su compañera de mesa también
se decidió a “enriquecer” la prolongada languidez de la tarde.
“Sí, Teo. Verdaderamente estamos
“adormecidos”… de aburrimientos y exasperantes rutinas. Desde que nos sentamos
en esta cafetería, hace ya casi una hora, apenas hemos intercambiado palabra
alguna. Y, una vez más, viene en nuestro auxilio el recurso “milagroso” del tiempo.
Apasionante y providencial temática, para los que carecen de otros argumentos o
idearios para el darle vida y vértigo al diálogo. ¿No te das cuenta? ¿No
percibes como entre nosotros, desde hace ya demasiadas hojas del almanaque, el estado de la atmósfera es el ángel guardián que nos auxilia
para disimular este insoportable e insufrible aburrimiento? La memoria no te ha
ayudado pero, hoy es
nuestro aniversario. Hace
exactamente ocho años, de aquella otra tarde que hicimos nuestra primera cita,
fuera de la taquilla, para tomar unas cervezas en un chiringuito que está a no
muchos metros de aquí. Ocho
años ya, Teo. Y aquí
seguimos … juntando monedas para la entrada de una hipoteca, cuyo coste corre
más que los latidos insulsos de nuestras vidas”.
Como hacen los lectores impetuosos, podemos pasar
con avidez nerviosa esas páginas que nos ralentizan el desenlace de la historia
inacabada. Y en ese final de la narración, que no es sino una parada
circunstancial en una de las numerosas estaciones vitales por las que viajamos,
vemos a Teo. El tendero está expendiendo un
trozo de queso curado, mezcla de vaca, oveja y cabra, a una clienta que no
detiene su parloteo con otra vecina que aguarda pacientemente su turno. No
faltan muchos minutos para el cierre del colmado LA BUENA MESA. En ese momento
entra por la puerta del establecimiento una mujer de dudosa belleza, pero bien
trajeada y con aires fingidos de ruda elegancia, próxima a su medio siglo de
vida. Esta señora lleva de la mano a un niño que aparenta tener no más de cinco
o seis años. El crío sale corriendo en busca de su padre, el tendero de la bata
beige, que tras entregar el trozo de queso manchego a la clienta, toma con teatral
júbilo al niño entre sus brazos. La mamá tiene por nombre Carmela y es la hija única de don Ceberio, profesional
que hace dos años ya se jubiló, dejando la responsabilidad y propiedad del
negocio a su yerno Teo.
No muy lejos de esta tienda de ultramarinos, una
siempre muy responsable taquillera llamada Claudia sigue
gestionando la venta de localidades, en este momento para una gran musical que
va a estar en cartelera durante las dos próximas semanas. West side story, es el titulo de la obra que va a
representarse, en una gira que recorrerá las principales ciudades españolas.
Claudia sigue resolviendo con eficacia, las monótonas peticiones de ubicación y
de precio que plantean, con nerviosa impaciencia, los futuros espectadores del
próximo y emblemático espectáculo musical. En ese otro lado de la ciudad, esta
sencilla mujer de treinta y nueve años continúa esperando con irrenunciable
ilusión, como también lo hacía Natalie Wood en la ficción cinematográfica de
1961, que el destino haga posible ese amor que todos necesitamos, a pesar de
las dificultades y de los incómodos, aburridos y opacos letargos.-
TIEMPO PARA EL LETARGO, EN LAS VIDAS DE
TEO Y CLAUDIA
José L. Casado Toro (viernes, 16 AGOSTO 2019)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra.
Sra. de la Victoria. Málaga
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