Es certero suponer que la mayoría de las personas mantenemos
permanentemente, entre nuestros proyectos no
realizados, un íntimo objetivo, una experiencia pendiente, una vivencia
muy especial que, pese al paso de los años, nunca es desechada ni por supuesto borrada
de la memoria. Probablemente el deseo de realizar o “cursar” esta “asignatura
no superada” se agudiza al paso de los años, cuando la esperanza de vida va
reduciendo sus parámetros y cada vez nos queda menos tiempo para emprender ese
objetivo, más o menos caprichoso o argumentado, que pondría un rayo de alegría
y satisfacción, por la meta al fin lograda en nuestras existencias terrenales.
Hay que matizar que esa ilusión insatisfecha, en
singular o en plural, puede tener un carácter trascendente o por el contrario
ser un simple capricho, perfectamente legítimo, que alguna vez pensamos puede
llegar a ser realidad, aunque las más de las veces sólo alcanza su desarrollo
en la escena ficticia de la imaginación o en la magia onírica de los sueños.
El relato que sirve de base a estas premisas
introductorias tiene como protagonista a Celia Mayo
Espiral, quien a sus 27 años de edad trabaja en una empresa de
mensajería y reparto de correo comercial. En la adolescencia realizó sus
estudios de secundaria, sin obtener mayor relevancia en los niveles escolares
alcanzados por lo que, tras probar suerte en distintos empleos, al fin ha encontrado
cierta estabilidad temporal en esta dinámica función de reparto, actividad que
le hace desplazarse de manera continua por toda la geografía urbana hacia los
domicilios particulares y oficinas administrativas. Vive unida en pareja con Livio Santillana del Puerto, recepcionista de taller
(aunque también realiza sus “pinitos” en el departamento de ventas) en una
conocida marca de automóviles. La unión de sus respectivos sueldos (siempre que
Celia no esté pasando etapas de temporalidad en el desempleo) les permite ir
afrontando, con imaginativas estrecheces, la hipoteca de una vivienda de
segunda mano, que compraron y rehabilitaron en el momento en que decidieron irse
a vivir juntos, decisión que adoptaron con ilusión hace poco más de dos años.
Sin embargo, esta pareja “atípica” concertó de
mutuo acuerdo un especial vínculo relacional:
cada uno de ellos tendría sus privativas parcelas de libertad para relacionarse
con unas u otras personas, sin obligarse a explicar al otro la naturaleza y
demás detalles de estos peculiares vínculos. Este insólito pero inteligente
acuerdo les facilita unas buenas relaciones y ese oxígeno que las jóvenes
personas suelen echar en falta cuando extreman la unión con una determinada
pareja. En el caso de Livio, el
infrecuente acuerdo hace posible que este apuesto recepcionista, que viste
durante las horas de trabajo el “respetable” uniforme de la empresa y cumple
estrictamente al minuto el protocolo de habilidades sociales para la atención
clientelar, en función de su vitalista juventud también lo podamos ver durante
algunas noches y en algunos fines de semana desarrollando unos comportamientos
extremadamente bohemios de “noches locas”, transformado en su apariencia y
respuestas con muy alegres y “contraculturales” actitudes, que contrastan
curiosamente con la habitual vestimenta diurna, basada de unos rígidos parámetros laborales normatizados y exigidos
por su empresa.
Una mañana de junio, en esa hora intermedia en la que
varios compañeros de la empresa de mensajería van a desayunar (según convenio
del sector) previa a la segunda fase de reparto, el comentario del día estaba
centrado (con la lógica estacional) en los proyectos a realizar durante las
vacaciones que unos y otros irían tomando en función de sus legítimos derechos
laborales. “Celia ¿que plan tienes para
este verano? ¿tenéis previsto viajar a alguna parte?
Quien hacía esta pregunta era una buena compañera
de nuestra protagonista, llamada Isolda, hija
de madre griega y casada con un dicharachero
ciudadano andaluz, el cual echó los tejos a la joven helénica mientras
realizaban un pequeño crucero por el Mediterráneo.
“Pues la verdad que no sé qué decirte,
Iso. Me gustaría coordinar mis dos semanas de descanso con las fechas en que
las podrá tomar Livio, aunque el año pasado cada uno hizo las vacaciones por su
cuenta, según tú ya conoces sobre nuestro trato relacional. El tema es que
tenemos el peso de la hipoteca y no podemos permitirnos muchos gastos. Además he
de confesarte que alguna vez desearía hacer algo diferente a lo que realizan en
“manadas” millones de personas: viaje para aquí, viaje para allá. No están mal
los proyectos viajeros, pero me gustaría experimentar algo diferente… algo que
nunca hayas vivido y piensas que sería interesante disfrutarlo.”
Al instante recibió de su amiga Isolda alguna
inconcreta información, conocida a través de las páginas de Internet, acerca de
una empresa que preparaba unas vacaciones “a la medida” u otras experiencias
atípicas, para aquellas personas que así lo solicitaran. Anotó en su agenda de
notas el nombre de la página web, en donde podría ampliar esos someros datos
que en principio “sonaban” muy bien para sus intereses de ocio. Aquella misma noche, tras la cena ecológica
(que realizó sola en casa, pues Livio estaba inmerso en alguna de sus
“andanzas”) se sentó delante de la pantalla amiga, para abrir ventanas a la
información sobre esa posibilidad vacacional que motivara sus expectativas para
el inminente verano. Con cierta facilidad encontró dicha página, cuyo título
era THE GOAL OF
ILLUSION (algo así como La meta de la ilusión). Aunque dicha web
estaba es inglés, ella “chapurreaba” algo del idioma británico por su trabajo
de cartería y por haber estudiado ese idioma en sus cursos de primaria y
secundaria. Además esta empresa tenía un
alias in Spanish, para ser usada por todos los hispanohablantes. Esa noche y en
la siguiente aprovechó esos minutos que siempre dedicaba antes de irse a la
cama, para documentarse bien acerca de las características y condiciones de ese
sugerente servicio.
Esta internacional corporación lúdica estaba
financiada por un veterano industrial canadiense, de origen húngaro, llamado Lazlo Hitchcock (curioso apellido, por sus raíces
cinematográficas del más acrisolado suspense) que había acumulado un ingente
capital financiero con negocios realizados en la frontera de la licitud (ventas
en el mercado de armas, transacciones petrolíferas, comercio alternativo de
fármacos…) Ya en su avanzada madurez, sin tener una línea de descendencia
directa, “sobrándole” el dinero y un tanto aburrido por tanta opulencia, había
organizado un curioso patronato benéfico, bajo
su advocación, denominado con el mismo título que exhibía la página web que
Celia consultaba. Entre sus objetivos básicos, esta “benefactora” corporación
se mostraba dispuesta a prestar apoyo para los proyectos personales que los
particulares le presentaran, financiándolos a fondo perdido hasta en un 80% de
su costo. De igual manera, para ayudar a la consecución de todos esos objetivos
fallidos que las personas mantienen en lo más
recóndito de sí, a pesar de la frustración que asumen por su difícil o
casi imposible consecución. En
consecuencia Celia se repetía, leyendo toda esta información, una serie de
palabras que resumía el sentido de esta organización y su benéfico fundador: “…
un personaje que tiene mucho dinero y que se aburre por no saber qué hacer ya
con él. Además debe tener problemas de conciencia, por la forma que ha podido
utilizar para hacerse con tan grandioso capital dinerario”.
A continuación, la propia web ofrecía una serie de
ejemplos, a modo de sugerencias, sobre actividades financiadas por la
organización a lo largo del año y medio en el que ya había desarrollado su
benéfico e inteligente apoyo. De una u otra forma, todos esos proyectos poseían
un “mágico” encanto. Veamos algunos.
Establecer un nuevo negocio,
para jóvenes emprendedores, actividad que se caracterizara por su originalidad
educativa para las nuevas generaciones; personas que durante un breve periodo
de tiempo quisieran tener la experiencia de vivir otra
actividad, con respecto a la que desde siempre hubiesen estado
desarrollando profesionalmente; participar en una competición automovilista de
alto nivel, conduciendo un vehículo de Fórmula 1;
convivir durante cuarenta y ocho horas junto a un líder
de la geopolítica mundial; ejercer durante una semana como locutor/presentador en una empresa importante, en el
ámbito mediático de los grupos de comunicación; compartir las vivencias
espirituales, de trabajo, estudio y oración, en un monasterio
de clausura enclavado en plena naturaleza; montar una granja totalmente ecológica, dedicada a la producción
láctea y sus derivados alimenticios; ejercer como misionero
en una zona socioeconómicamente
deprimida, perteneciente al Tercer Mundo; conducir un taxi
u otro vehículo de transporte. en cinco de las capitales más densificadas del
mundo avanzado; vivir la experiencia de una semana residiendo en alguna
localización del Polo Norte geográfico. Y así,
un largo y apasionante listado de experiencias vitalistas.
De inmediato Celia se percató de tres condiciones básicas al respecto. Con relación a
la primera, el solicitante debía remitir a la oficina filial en su país (si la
hubiere) un proyecto justificado lo más detallado posible, con respecto a los
objetivos que se pretendieran, añadiendo los datos personales certificados, así
como una serie de material fotográfico de su realidad personal en la actualidad
(imagen física, residencia, trabajo, familia, formación…) La segunda condición era
que la persona solicitante adjuntaría (mediante transferencia bancaria) una
cantidad establecida en 70 dólares, para la iniciación de expediente y para el
estudio de la documentación aportada. El tercer requisito era la firma de un
compromiso de que el solicitante afrontaría el 50 % de las cargas fiscales
establecidas por la normativa administrativa del país donde se residiese.
Durante los siguientes días, Celia se dedicó a ir
trazando un plan de participación en el proyecto, para el que dedicó muchas
horas de sueño y descanso nocturno. Entendía, con esta actitud, que habría de
aplicar el sacrificio necesario si quería conseguir vivir alguna de las
experiencias, más o menos “imposibles” o realizables, que estaban aparcadas en
el armario de su voluntad e imaginación. Cuando su pareja Livio se enteró de
todo lo que estaba preparando su compañera, se limitó a comentar “Esta mujer no
está muy bien de la cabeza. Menudo montaje estás organizando. De todas formas
quiero que me reveles de una vez a qué aspiras, para esa ilusión “fallida” en
tu existencia, a pesar de tener tan sólo 27 años de vida.”
Sabiendo la intensa afición que su compañera tenía
por el mundo del cine desde que era una niña, no era especialmente difícil
averiguar por dónde iría preferencia no realizada en las expectativas de tan
imaginativa y valiente mujer. Efectivamente, Celia planteó de una forma directa
y sin ambages que ella anhelaba participar,
durante al menos una semana de sus vacaciones, en el proceso de rodaje de un film que dirigiera un director famoso,
para lo cual indicó un listado de profesionales, que comenzaba con Woody Allen (Nueva York, Brooklyn, 1935) y terminaba
con Clint Eastwood (San Francisco, 1930),
curiosamente un octogenario y un casi nonagenario, figuras míticas de la
historia del cine, aún con vida y ejerciendo magistralmente su “espectacular”
oficio de interpretación y dirección.
Inusualmente el expediente remitido por la
imaginativa mensajera alcanzó positivo y rápido
eco en las esferas selectivas de
la benefactora corporación. Después de intercambiar diversas comunicaciones on-line,
dada las características de la petición, se le ofertaba incorporarse durante un
mes a un rodaje cinematográfico que comenzaría en septiembre y que tendría
lugar en España, básicamente en Madrid y en varias poblaciones del entorno
castellano de la capital del Estado. La dirección de la película, aún sin
título definitivo, estaría a cargo de un joven y prometedor escritor,
periodista, guionista, actor y director cinematográfico, llamado D. Trueba (Madrid, 1949). Durante ese mes de rodaje,
Celia se incorporó al mismo, colaborando (tras el adecuado asesoramiento) en
las diversas fases y funciones de todo el complejo proceso cinematográfico.
Paralelamente, se había negociado con la dirección de la empresa de mensajería
donde ella prestaba sus servicios, a fin de que se adecuara su mes vacacional
para que concordara con el período de rodaje de la cinta. Por cierto, en el
aspecto argumental la historia trataba de varias vivencias cruzadas, en la que tres
jóvenes parejas se esforzaban en encauzar esas primeras crisis relacionales,
dificultades que normalmente comienzan a generarse tras los primeros meses de
convivencia y obligaciones matrimoniales.
Las hojas del almanaque han ido renovándose, desde
la fructífera e inolvidable experiencia vivida por Celia lejos de su ciudad.
Una noche, su íntima amiga Isolda encontró, en el abigarrado pero a la vez
controlado escritorio de su laptop, un largo e-mail cuyo remite y contenido le
produjo una especial y gran alegría.
“Mi querida y buena amiga Isolda.
Hace ya muchos meses que no mantenemos contacto, pero es que los acontecimientos
han ido muy rápidos y apenas me han dejado tiempo para ese sosiego tan necesario
a la hora de escribirte.

No me lo podía ni imaginar. Algo
“milagroso”. Así de fácil comenzó mi participación directa, verdaderamente
insospechada, en el mundo del cine. Una empresa de videos publicitarios,
asociada a la productora, también contó conmigo para pequeños papeles en sus
grabaciones. Por suerte para mi destino, todo se ha ido generando de tal manera
y con tan inaudita rapidez que ahora estoy definitivamente ubicada en este Madrid
del estrés y las ilusiones continuas, haciendo mil y una cosas, todas ellas
relacionadas con el mundo del cine, la televisión y la publicidad. Por lo
visto, en mis genes “dormitaba” esta factor interpretativo, que ahora me está
dando que comer y produciéndome emociones y satisfacciones a fin de encontrar mi verdadera razón y recorrido
en la vida.
He de confesarte que no todo ha sido
un camino de rosas. Ni mucho menos. Ha habido momentos duros, en los que he
tenido que dormir en el sofá de algún amigo o amiga, para evitar tener que
hacerlo en las bancadas callejeras, muy ocupadas por los indigentes. Pero ahora
(ha pasado ya casi un año) me voy defendiendo mejor, tengo algún ahorrillo y
una nueva pareja para el afecto y los sentimientos diarios. Se llama Eneas y
trabaja como actor y guionista en una compañía de teatro experimental, todo lo
vanguardista y “provocador” que te puedas imaginar. Mi relación con Livio pasó ya
a la historia. Sé que ahora se gana los cuartos conduciendo el "cochazo" (y otros
servicios … para la necesidad de lo humano) perteneciente a una enjoyada y
maquillada señora que le dobla la edad. Es de origen ruso y, por la información
que me ha llegado, muy adinerada a consecuencia de oscuros negocios con
fármacos, en el mercado negro internacional. De película ¿verdad?
Si vienes algún día por los
“madriles” no dejes de avisarme. Pasaremos un estupendo rato juntas, recordando
los viejos y buenos tiempos. Escríbeme cuando puedas y cuéntame acerca de cómo
te va en la vida. Nunca olvidaré, para agradecértelo en el alma, que fuiste tú
la persona que me habló por vez primera del Goal Illusion, experiencia
“milagrosa” que ha transformado mi gris y rutinaria existencia. Cuídate mucho.
No te olvides de mi, que yo siempre te llevo en un lugar privilegiado de la
amistad. Sinceros besos. Celia.”
THE GOAL OF ILLUSION
José L. Casado Toro (viernes, 09 AGOSTO 2019)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra.
Sra. de la Victoria. Málaga
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