Desde no pocas imágenes o
escenas, sencillamente naturales y cotidianas, puede llegarse a situaciones de
contenido inesperadamente más complejo, para el asombro y el desconcierto de
nuestra concepción inicial. Y todo ello es a causa de que nuestra visión e
interpretación de aquello que tenemos por delante se ve frecuentemente
condicionada por datos, elementos y factores que nos resultan, en principio,
absolutamente desconocidos para la exacta comprensión de la inteligencia.
Resulta obvio de que cualquier imagen puede engañarnos, confundirnos, pues detrás de la misma existe una información
de la que no somos partícipes, limitando decisivamente la exacta comprensión de
nuestro entorno, próximo o mediato. Tal vez lo más racional sea, en nuestra
operatividad de conducta, de que a medida que esos nuevos datos nos vayan
llegando, ese ahora ampliado conocimiento nos vaya haciendo cambiar aquella
primera impresión o concepción de lo que estimábamos como una certera realidad.
La templada tarde, en el
final de la Primavera, hacía apetecible gozar de un saludable paseo junto a las
aguas “azuladas” del mar. Por este grato motivo emprendí un inconcreto
itinerario que, plácidamente, me fue conduciendo hacia la zona marítima del
morro de levante, no lejos de esa blanca Farola que alegra el entorno portuario
de una Málaga hermanada entre un sereno Mediterráneo y la orografía montañosa
que circunda nuestro entorno geográfico. Se agradecía el soplo de la húmeda
brisa de levante, que compensaba el elevado nivel térmico de un sol
resplandeciente y que retrasaba su cíclica despedida a esas horas del
atardecer. La suavidad de este viento con sabor salino y olor a marisma
tonificaba el rostro y el resto del organismo de todos esos viandantes que
gozábamos del paseo vespertino. Al igual que los muchos bañistas, que habían ya
decidido poner fin a sus bronceadas horas de estancia en la playa.
En un inesperado momento,
una joven mujer, que se apoyaba sobre el malecón superior de ese pétreo morro
que separa las playas del la zona portuaria, se vuelve hacia mi y utilizando un
forzado castellano me entrega su móvil 4 G. De inmediato me pide con una amable
sonrisa y escasas palabras si puedo tomarle alguna foto, en la que se mantenga
la visión de la bahía y ese cinturón de edificaciones que tienen como vecino el
espacio de arena acariciado continuamente por el acústico ritmo del oleaje. Sin
ningún problema me presto a realizar las distintas tomas, para las que mi
“modelo” ayuda escenificando unas simpáticas y divertidas poses.
La joven de las fotos llevaba
grabada, sobre la camiseta celeste que le protegía, un texto impreso también en
color, en el que podía leerse: My name is IDAHIA.
Probablemente ese era su nombre. En muchas ciudades existen tiendas de
camisetas y otras prendas de vestir, especialmente abiertas a la clientela
turística, en las que el cliente puede llevarse su adquisición con la grabación
específica que haya pedido como recuerdo. Es un atractivo servicio inmediato y
normalmente gratuito (siempre que hayas comprado el correspondiente artículo).
Además de la fresca camiseta, vestía un
short blues y calzaba sandalias de cuero beige, muy usadas o gastadas.
Tras devolverle su teléfono
y el intercambio de frases por las fotos, observo que mi interlocutora se queda
mirando, con fija e insistente expresión, a una pareja de niño y niña, parecían
hermanos, que disfrutaban sorbiendo sendos polos de limón y naranja. La verdad
es que el tiempo había cambiado en un instante, comenzando a soplar un viento
de poniente aterralado, ese que tanto castiga las epidermis y reseca las
gargantas. Se me ocurre decirle,
interpretando rápidamente la escena, Do you want to
enjoy an ice cream? Parece que me entendió perfectamente en mi
ofrecimiento de un helado para el disfrute, pues la sonrisa afirmativa que me
ofrecía era explícita de su aceptación. Dada la estación térmica que gozábamos,
las ciudades de clima cálido suelen están “pobladas” por apetitosos puestos de
helados. Obviamente a esta mujer le apetecía gozar de esas suculentas cremas
heladas que ofrecen en los alegres y pequeños puestos ambulantes. La joven “turista” agradecida disfrutaba de ese
sorbete de frutas que refrescaba su garganta y comenzó a expresarse con una
mayor amplitud, utilizado cada vez más el castellano. Parece que le interesaba
practicar el idioma, por lo que a partir de ese momento me dispuse a hablarle
siempre en español aunque, justo es decirlo, se me escapaban también algunas
palabras en inglés, pues mi interés por su idioma era también obvio.
“Háblame, por
favor, de tu ciudad. Sólo llevo aquí un día y no conozco los sitios bonitos que,
a buen seguro, aquí tenéis para gozar”.
Parecía todo tan normal y
amable… Se unía mi tiempo libre con el deseo de esta joven turista por
descubrir los entornos y los lugares de encanto que cualquier ciudad encierra
dentro de su perímetro urbano o, incluso también, cuando nos adentramos en esa
naturaleza vecina que como frontera da el necesario verdor, oxígeno y encanto
natural que toda acumulación urbana necesita y valora. Y, casi sin pedírselo,
de forma amablemente espontánea, mi interlocutora me fue confiando algunos
datos del origen personal menos amable en su vida, con relación a los básicos y
sencillos comentarios que yo le iba ofreciendo acerca de las riquezas
monumentales que íbamos encontrando cuando caminábamos por el entorno del Paseo
del Parque, el Museo de Málaga, la Alcazaba, el Teatro Romano y el Museo
Picasso. Las confidencias que de manera dosificada iba narrando incrementaron
mi inquietud ante la grave naturaleza de los contenidos que escuchaba.
“Hace apenas dos
días que he abandonado a la pareja con la que he estado conviviendo durante un
año y siete largos meses. Resulta terrible que al cabo del tiempo, día tras día,
vayas tomando conciencia de que en absoluto conoces a la persona que en
principio te “deslumbra” y posteriormente te atemoriza con su complicado y
enfermizo carácter. ¿Por qué será tan difícil entender ese trasfondo personal
del compañero al que ilusionadamente nos entregamos y después tenemos que huir
prácticamente de sus violencias y maltratos? En mi caso fui descubriendo, para
mi desaliento y pesar, a una persona egocéntrica y de respuestas explosivas
cuando consideraba o percibía, muchas veces sin fundamento, que le estás
llevando la contraria.
Con lo puesto
y una maleta no muy grande, saqué un billete de avión y me vine para Madrid,
donde pensaba refugiarme en casa de dos buenos amigos ingleses, músicos, que
según me habían informado había venido a la capital española hacía unos meses
para formar parte de un agrupación o conjunto de música rock. MI sorpresa fue
que estos amigos hacía tiempo que habían abandonado la dirección que me habían
facilitado por si alguna vez visitábamos Madrid. En ese apartamento a donde me dirigí nada más
después de aterrizar en Barajas, vivían otras personas, pues son unos
apartamento de alquiler. Por más que pregunté, nadie supo darme razón acerca
del nuevo domicilio de estos amigos. Como me encontraba cerca de la estación de
autobuses, saqué un billete económico de última hora para Málaga, ciudad de la
que siempre he escuchado palabras muy elogiosas. Llegué ayer y en los buses me
hablaron de unas habitaciones que alquilaban a buen precio (ciento cincuenta
euros al mes, pago por adelantado) y aquí me ves tratando de recuperar un poco
de tranquilidad.
He sentido
miedo de las ultimas reacciones con las que explosionaba Geoffrey (ya conoces
su nombre). Temía que si me quedaba más a su lado acabaría haciéndome daño,
físico y mental. No, no creo que me busque. Tiene mucho ego y seguro que ya
estará por ahí tratando de engatusar a otra pobre desgraciada”.
Paso a paso, con esa
lentitud inacabada que da sentido a los minutos importantes, habíamos acabado
sentados en unos de los bancos continuos de mármol beige que cierran el
perímetro de la coqueta Plaza de la Merced. En verdad que no me esperaba todo
esta densa y dramática información que me estaba confiando mi sorprendente
interlocutora. Esa joven “turista” que minutos antes me había pedido le hiciera
alguna foto con su propio móvil, cuando se encontraba observando, muy pensativa
por cierto, la zona de la bahía malacitana donde percutía la acústica impetuosa
del rompeolas. Pensaba acerca de cómo detrás de una simpática foto, ahora me
sentía inmerso en una compleja trama de una persona desconcertada y atemorizada
por un cruel episodio más de la violencia de género.
El
reloj continuaba marcando su innegociable e impasible caminar, obligando a que
la anaranjada y bien romántica luz solar se fuera despidiendo del día para dejar paso a la noche, con esas otras
luces de neón y leds blanquecinos que permiten nuestros tránsitos y
comunicaciones interpersonales. “¿Te apetece tomar
unas tapas y así te puedo seguir orientando sobre algunas posibilidades
turísticas para mañana? Son rincones con ese encanto privativo para espíritus
románticos, que te permitirán conocer y disfrutar mejor los ensueños reales de
mi ciudad?” Idahia no dudó un momento en aceptar lo que sin duda era una
generosa oferta en su desorientada situación viajera. Además, según pude
comprobar minutos más tarde, las carencias alimenticias de esta joven eran bien
manifiestas, a tenor de cómo disfrutaba de las cervezas y de esos platos de
pescado frito que tan bien saben preparar en los chiringuitos playeros. Así que
con esta reconfortante y nutritiva metodología pude seguir incrementando el
“acerbo informativo” (cada vez más sorprendente) sobre la vida de esta
inesperada amiga, procedente de las islas británicas, que me pidió ayuda para una
foto de su recuerdo.
La
aparentemente “desvalida” chica, “huérfana” o mejor “abandonada” desde
prácticamente su nacimiento, por parte de unos alocados progenitores inmersos
en la más ácrata contracultura vivencial, fue recogida y criada por un familiar
cercano, llamada Mss. Dorothy, hermana
precisamente de quien la había traído al mundo. Parece ser que su protectora
era una mujer exclaustrada y con un rígido y confesional carácter, que aún hoy
sigue ejerciendo como estricta preceptora en una familia “bien” y con amplia
prole genética en la ciudad de Birmingham. Idahia (típico fracaso educativo de
la perfeccionista Dorothy) quedó un día atrapada bajo los irresistibles
encantos zalameros del tal Geoffrey, fornido y a ratos violento personaje,
mecánico de automoción en unos modestos talleres de barrio, ubicados en la zona
oeste de la capital. En cuanto a Idahía, su “cursus honorum” laboral le había
llevado a ganarse la vida trabajando en un pintoresco club de alterne de la industriosa
ciudad, “garito” visitado con frecuencia por esa pareja afectiva de la que
ahora huía, a fin de preservar (por sus
frecuentes respuestas violentas) su frágil integridad, desde luego física
aunque también “existencial”.
La
verdad es que toda esta dramática y espectacular historia, sobrevenida en una
apacible tarde de la primavera que finalizaba en el calendario, me iba
pareciendo cada vez más como un sorprendente argumento del cine social, al que
son tan asiduos los espectadores ingleses. Cercana ya las diez de la noche,
llegó la hora de la despedida. Recibí palabras de agradecimiento de mi “cinematográfica interlocutora y espontánea
nueva amiga”, a la que deseé suerte, a fin de poner un poco de orden y sosiego
en su complicada o atribulada vida. Me confesó de que si no lograba localizar a
esos amigos, a quienes había buscado inútilmente en la capital madrileña, de
alguna forma tendría que volver a su país a buscar acomodo seguro, lejos de sus
complicadas vivencias con el mecánico y también de los obsesivos controles y
normas caducas de su tía Dorothy. Porque claro, la capacidad económica que la
joven tenía no daba para seguir prolongando su peculiar experiencia turística.
Sin saber realmente como ni por qué, puse en sus manos alguna “colaboración monetaria”
gesto que recibió con agrado y sin mayores segundos para la duda. La “aventura,
según me dijo, tenía que continuar y toda ayuda la venía como ese oxígeno tan
necesario para respirar en los latidos de día. Se prestó a escribirme, en esa
pequeña libreta que siempre transporto en la mochila junto a la cámara de
fotos, una dirección electrónica, información que intercambié entregándole otra
hoja con mi propio e-mail. En aquel momento pensaba acerca del interés que
sería continuar añadiendo nuevos e inesperados datos a esta novelesca
experiencia, acaecida en una sorpresiva tarde de primavera.
Los
lectores de esta sencilla pero rocambolesca historia se preguntarán qué hay de
verdad y de ficción en la narrativa expuesta. El propio autor y también protagonista
involuntario de la trama también se ha planteado el mismo interrogante,
teniendo días en que sus respuestas iban por el camino de la casualidad,
mientras que en otras oportunidades entendía que no todo lo que sucedió en
aquel atardecer podía estar generado por ese destino “juguetón” sino que por el
contrario podía haber, desde lo desconocido, cotas significativas de
intencionalidad.
Las
respuestas a todas estas dudas se desvelaron algunos meses después, cuando una
noche observé, en el escritorio del correo electrónico de mi ordenador, un
aviso o entrada de Via Transfer, para poder descargarme un archivo de casi dos
gygas de peso informático. El susodicho archivo tenía por título “I lived an interesting experience in the sunset of Málaga”
(Yo viví una interesante experiencia en el atardecer malagueño). Acompañaba al
archivo una larga nota explicativa, dirigida a mi persona, a la que rápidamente
dí lectura.
“Mi buen amigo de Málaga. Soy Idahia (el nombre, al menos, era
efectivamente cierto). Agradecerte tu paciencia y lo bien que supiste atender a
una turista británica, que venía acompañada con muchos problemas en “las
maletas o alforjas” de su pobre equipaje. Ya había oido hablar acerca de esa
generosidad que caracteriza a los ciudadanos de Málaga, muy habituados a
recibir en su ciudad a personas procedentes de los más distintos orígenes
geográficos.
Tengo que confesarte que las apariencias no siempre responden a
la verdad o realidad de las cosas. Estudio, desde hace unos en una importante
academia de cine, con el objetivo de obtener una anhelada titulación en la
dirección fílmica. También realizo un máster relativo a especializaciones en
técnicas de interpretación. Son estudios
de una especial exigencia, que te obligan a asumir la realización de experiencias
en destinos y circunstancias muy variados.
Tenía que rodar varios cortos cinematográficos en países
diferentes de la Unión Europea, interpretando como protagonista algunas de esas
historias. Así que ya conoces uno de esos complicados argumentos, relativo a la
azarosa vida una joven inglesa que busca seguridad personal y un camino nuevo
para su convulsa existencia. En ese corto (en realidad tiene una duración de 25
minutos) tienes una participación importante. Aunque no te diste cuenta, mi
equipo nos estuvo rodando en todas las fases de nuestro sencillo y amistoso
contacto. Utilizamos una cámaras especiales, con potentes y asombrosos
objetivos para su pequeño tamaño. En cuanto al sonido, mi cuerpo y mochila
transportaban unos micrófonos, también especiales de última generación, que graban
la acústica ambiental en las más adversas o ruidosas situaciones.
Con un abundante material, posteriormente realizamos los cortes,
los montajes, las adiciones del paisaje, música, etc, todo ello gracias a unas
técnicas digitales, verdaderamente sofisticadas, que ponen a nuestra
disposición. Te adjunto esa película corta (que ha quedado bastante bien) para
que la disfrutes y tomes conciencia del buen actor que hay hay en tu persona,
sobre todo porque no estabas interpretando o actuando. Esa naturalidad y espontaneidad
era lo que realmente buscábamos.
Verás que hay otro corto, en la que yo apenas interpreto, pero
sí estoy detrás de las cámaras dirigiendo una difícil escenificación. Confío
sepas perdonar la irrealidad en la que te introduje y en hacerte protagonista
involuntario también de la narrativa de lo que fue en realidad una sencilla y
preciosa historia, entre una persona que ayuda a una necesitada joven a la que
nunca antes había visto.
Y te harás una última pregunta. ¿Porqué fuiste tú el elegido
para esa participación en el rodaje? Ese interrogante pienso que no lo debo
responder. Lo dejo en los recursos íntimos de tu perspicacia. De todas formas,
si ello te puede tranquilizar, piensa que pudo deberse a una razón de pura
casualidad y así … te quedas más tranquilo. Reiterándote las gracias, de nuevo,
desearte lo mejor. Debo aclarar también de que, por ahora, no voy a continuar
con estas comunicaciones. Tal vez, en el tiempo, podamos reanudarlas. Idahia.”
IDAHIA. LA APARIENCIA
COMO DISTORSIÓN ERRÓNEA DE LA REALIDAD
José L. Casado Toro (viernes, 02 AGOSTO 2019)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra.
Sra. de la Victoria. Málaga
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