De manera continuada, la vida nos muestra y enseña
la conveniencia de estar preparados para afrontar, con el mejor de los éxitos,
todas esas nuevas situaciones que, de una forma más o menos inesperada, nos van
llegando en el día a día. Esos cambios que nos sobrevienen pueden ser leves o intensos, alegres y positivos en
algunos de los casos o, por el contrario, ir lastrados con etiquetas
desafortunadas para nuestro caminar en las horas. A veces nos bloqueamos en las
respuestas que ofrecemos ante el hecho que nos afecta y en otras ocasiones nos
sorprendemos, para nuestra agrado, ante la capacidad que mostramos para
integrar, resolver o disfrutar esa nueva vivencia que demanda su protagonismo.
Vayamos, pues, a una historia ilustrativa que justifica temáticamente esta
previa introducción.
Desde un planteamiento sociológico, podríamos
calificar a Roque Saldrás Temple como un hombre
gris y sin especial protagonismo vital, pero al tiempo como un esforzado
trabajador y responsable padre de familia. Gracias a sus estudios de
administración y contabilidad pudo vincularse, desde los veintinueve años de
edad, a una importante compañía de multiseguros, desempeñando su ejercicio
laboral con un comportamiento plausiblemente intachable en el puesto
administrativo de la correduría y gestión de seguros. Año tras año (ahora
alcanza los 56 en su vida) ha estado esperando que le llegase la oportunidad de
acceder a puestos más ejecutivos, notorios e importantes, dentro del
organigrama empresarial, pero esos ascensos (objetivamente más que merecidos)
se han ido viendo postergados y defraudados en sus ansiadas y justificadas
expectativas de mejoras laborales y salariales. Roque ha sabido integrar estos
reveses profesionales viendo como otros compañeros, con no más méritos que él,
avanzaban en el “escalafón” aplicando procedimientos y atajos más o menos
discutibles o éticos. Esta actitud resignada procede de su especial carácter,
en modo alguno conflictivo, sumiso y receptivo, ante lo que el destino le ha
ido ofreciendo para su experiencia vital. Temperamentalmente siempre se ha
mostrado como un ciudadano tranquilo y servicial, no siendo proclive a llevar
la contraria a sus interlocutores, buen conversador y un respetuoso cumplidor
de sus obligaciones en el ámbito religioso. Algunos compañeros comentan y
destacan en él, con la discreción propia del caso, su patente “beaterío”.
Su reducida familia (fue hijo único) está integrada
por su mujer Herminia Garcerán Tablada,
licenciada en Historia del Arte, que trabaja con una cierta discontinuidad
laboral en la restauración de objetos suntuarios. Tienen una hija, Emma, casada y divorciada, además de dos nietos
pequeños por los que sienten verdadera adoración. Al paso de los años, Hermi
(como habitualmente se conoce a su compañera matrimonial) ha ido comprendiendo
y soportando, no siempre en silencio, la escasa ambición laboral de su marido
que, con su traje gris y corbata de colores apagados, se ha ido conformado con
el puesto secundario que se le adjudicó en la estructura profesional de su
empresa.
Este año Roque tuvo que
tomar sus vacaciones anuales en el mes de
Abril, debido al sistema rotatorio aplicado por el equipo directivo, el cual
recientemente había cambiado sus miembros por la
integración de esta firma de
seguros como filial de un consorcio o grupo extranjero, que opera en los cinco
continentes pero que tiene su sede central en Otawa, capital de Canadá. De esta
manera, el matrimonio ha pasado las dos últimas semanas del mes vacacional en
las tierras insulares de Ibiza, disfrutando de un ambiente tranquilo y
relajado, sin grandes agobios turísticos, ya que estas fechas no están
integradas en la temporada alta veraniega. Han gozado de diversas excursiones a
puntos de interés en la isla, las inevitables y apetecibles compras de regalos
para Emma y los niños, una buena y variada alimentación en el hotel y muchas
horas de piscina, sol y playa (la meteorología ha sido generosa para el
merecido descanso). Hermi vino con la ilusión de broncear un poco esa piel
blanquecina que le caracteriza. Piensa que la pálida tonalidad de su epidermis
es debida, entre otras causas, a permanecer muchas horas trabajando en las
sacristías y dependencias eclesiásticas, restaurando imágenes y otros objetos
suntuarios de variado nivel artístico.
Hoy viernes se ha producido la vuelta a casa desde las Baleares. Su avión aterrizó en el
aeropuerto de Málaga a las 22:20 horas, con 45 minutos de retraso, debido a
problemas horarios con la llegada del avión a Palma procedente de un origen
nórdico. Muy cansados, por el lógico trasiego del viaje, decidieron irse pronto
a la cama, tras efectuar una frugal cena y tomarse unos tranquilizantes (hábito
en la pareja) a fin de conciliar mejor el sueño. Ya en la mañana del sábado, Roque pensó que sería bueno pasar y “echar
un ratito” por su despacho, situado en la sexta planta de un magno edificio empresarial. Además de
no molestar en casa, pues Hermi quería deshacer las maletas, hacer una limpieza, general, “poner” la
lavadora, y preparar una olla caliente en la cocina, podría repasar con
tranquilidad la correspondencia atrasada, ordenar la agenda para la semana
entrante y eliminar todos esos papeles inservibles que pueblan la mesa y las
estanterías, ante la acumulación de asuntos y carpetas.
Al ser fin de semana,
sólo permanecía en las oficinas Tomás, el
vigilante de seguridad a quien saludó con afecto, aunque notó al veterano
trabajador un tanto nervioso al verlo llegar. Los dos trabajadores acumulaban
muchos años en la empresa, lo que había propiciado una consolidada amistad
entre ambos. Caminaron hacia el despacho de Roque, intercambiando algunos
comentarios. Le extrañaba la actitud nerviosa inusual en Tomás, aunque el
vigilante se esforzaba en mantener su sonrisa. Para su sorpresa, vio una serie
de cajas junto a la puerta de su despacho. Al tratar de franquear la entrada, la cerradura no respondía. Hizo un par de intentos,
con los mismos frustrantes resultados. En ese momento, Tomás decidió explicar la razón de lo que estaba
ocurriendo.
“Don
Roque, me sabe mal explicarle el por qué no responde la cerradura. La realidad
es que su llave no le funciona … porque han cambiado la cerradura. Fue una
orden de los jefes. Tengo aquí el manojo con las llaves de los distintos
despachos. Yo le abriré la puerta con la nueva llave.”
La extrañeza en Roque
aumentaba por instantes. Se preguntaba la causa del cambio de cerradura, la
presencia de esas cajas en el exterior del despacho y en pocos segundos el
climax llegó cuando al abrir la puerta observó el interior del habitáculo de
trabajo. Allí todo estaba cambiado. El corazón
le palpitaba a gran velocidad cuando comprobó que su mesa de trabajo, con todo
el material que solía usar, pertenecía (era evidente) a otro compañero que
incluso había cambiado la foto de sus nietos que él tenía en una de las
esquinas por la de una joven que en absoluto conocía. De inmediato volvió a las
cajas apiladas en el exterior y en pocos minutos fue contrastando que todo su
material o pertenencias había sido en ellas depositado: carpetas, libros,
informes, expedientes, su propio portátil de trabajo, material de escritura, el
marco con las fotos, el reloj de sobremesa… A su lado, el bueno de Tomás
observaba completamente en silencio y abrumado el rostro desencajado de un buen
compañero, trabajador ejemplar y siempre amable en el trato.
Mientras abandonaba el
edificio de toda su vida laboral, una mezcla de pensamientos y sentimientos
chocaban y turbaban su mente: confusión, duda, decepción, enfado, desconcierto,
sorpresa, indignación, inseguridad. En ese duro contexto, trató de mantener la
serenidad y fue caminando hacia unos jardines cercanos. Necesitaba reflexionar
y hacer tiempo hasta la hora del almuerzo. A pesar de su firme propósito para
mantener la calma, anidaban en su pensamiento una batería de elementales
interrogantes: ¿quién habría ocupado su despacho? ¿quién o quiénes y por qué
habían autorizado este inexplicable cambio? ¿habría él cometido alguna grave
falta? ¿estaría en peligro su puesto de trabajo? Una y otra vez se
repetía la misma consideración: llevaba veintisiete años en la empresa, sin una
falta en su expediente. Ese dato objetivo ¿no merecía una explicación o
razonamiento a los cambios organizativos que previsiblemente podrían haberle
afectado?
A pesar de ser sábado,
la gravedad del asunto le aconsejaba efectuar una llamada
de teléfono al jefe de su sección, Avelino
Santos Celades. Repitió esa llamada en un par de ocasiones, sin que el
destinatario atendiera a la misma. Posiblemente, estaría de fin de semana y
habría desconectado su móvil para evitar que alguien le molestara. En cuanto a
Herminia, decidió no preocuparla. Evitaría contarle nada de lo sucedido hasta
que todo estuviera aclarado. Ya en casa vio una nota de su mujer, colocada
delante del televisor. Dos amigas de la Peña, Lala y Ventura la habían invitado
a almorzar ese mediodía, pues querían conocer los detalles del viaje
vacacional. Le había dejado un poco de sopa y un plato combinado en el
frigorífico, para que se los calentase en el microondas.
Tanto el sábado por la tarde, como también el domingo, volvió a intentar sendas llamadas de móvil a
Celades, sin obtener éxito en el contacto. Precisamente, ante de comenzar la
cena, recibió una respuesta de este compañero, al mensaje que le había dejado
hacía unas veinticuatro horas. En el whatsapp Avelino le decía, de la forma más
escueta y fría posible, que tenía conocimiento de sus llamadas y que por
asuntos familiares no había podido responderle. Finalizaba su breve respuesta
citándole con urgencia en su despacho, el lunes a 1ª hora. Quería hablar con él
para tratar una puntual e importante situación que le afectaba.
Aquella noche apenas pudo conciliar el sueño. El
mensaje de Celades le había provocado un sentimiento ambivalente: entendía como
positivo que al fin su jefe inmediato contactara a sus peticiones de diálogo,
pero al tiempo le sobrevenía una lógica inquietud ante el contenido de esa
conversación fijada, que a pocas horas de distancia iban ambos a mantener. En horario claustral del lunes dejó su lecho de descanso, tomó una buena y
reconfortante ducha y se preparó un descafeinado con leche, infusión que
siempre solía calentarle Hermi, quien a esas tempranas horas aún dormía. Un tanto aturdido, ante la mala noche que
había pasado, se dirigió a la parada del bus que le iba a trasladar a unos
pocos metros del edificio donde trabajaba desde hacía más de dos décadas y
media. El horario de trabajo comenzaba a las 8 en punto de la mañana.
Viéndole llegar, Tomás hizo una señal para
indicarle que Santos Celades ya había llegado y que le esperaba con urgencia en
su despacho, dependencia situada en la primera planta de este bloque de
oficinas.
“Cálmate Roque. Te lo explico de
inmediato. Estabas de vacaciones con tu mujer y quise evitar “estropearte” esos
días de descanso tan necesarios. Hubiese sido una decisión desafortunada, si
hubiese hecho lo contrario.
Voy a ser totalmente franco y sincero
contigo, pues nos conocemos desde hace bastante tiempo ¿Más de veinte años…?
Hace ya doce días el Consejo general tuvo una importante reunión. Fue una
asamblea extraordinaria, para estudiar una batería de cambios y nuevas
estrategias, ante un “mercado” cada vez más competitivo. Se había estado
barajando, desde hace unosa meses, la necesidad de una profunda
reestructuración organizativa y de personal. En las últimas semanas la urgencia
de estas profundas decisiones era ya ineludible.
Vamos a tener, en casi todas las
filiales, cambios en las respectivas ubicaciones laborales, traslados
imperativos, prejubilaciones y, lo más doloroso para aquéllos que tengan que
sufrirlos, despidos indemnizados.
En tu caso, Roque, tienes 56 años. Te
faltarían dos, para poder acceder a la prejubilación anticipada. Tienes la
opción de resistir estos dos años en el paro y posteriormente negociar una
posible prejubilación aunque, te informo con franqueza, las autoridades
laborales están por la labor de prohibirlas o al menos dificultarlas todo lo
posible. Si aceptas un despido amistoso, consideraremos una indemnización
generosa de veinte días por año, hasta un tope máximo de 12 mensualidades. Si
nos “metes” en tribunales, tal vez podrías sacar algo más, pero tenemos
recursos para argumentar una serie de errores y fallos graves en tu
rendimiento, por la edad, lógicamente.
Nuestros abogados ya sabes son muy hábiles y podrías quedarte con una
compensación irrisoria.
Acepto que lo del despacho te haya
dolido. Pero tu sustituto, Serafín, una persona joven y aguerrida, del
departamento de grandes seguros, necesitaba reubicarse con urgencia, por lo que
tuvimos que sacar tus cosas de ese espacio y ponerlas cuidadosamente en unas
cajas habilitadas al efecto”.
Fue una conversación, en realidad más bien un
monólogo, profundamente amargo y carente del más elemental afecto y humanidad.
Cuando Roque caminaba como un sonámbulo, profundamente asqueado por el trato
empresarial que recibía, recorriendo esas calles anónimas y de acústica
inconexa, pero repletas de gentes con prisas absurdas, se iba repitiendo una
frase que la llevaba clavada en el alma. “Ya no nos
sirves. La empresa está muy por encima de cualquier otra consideración. Tu
tiempo ha pasado ya. Tenemos que seguir sin ti. Confiamos más en la fuerza de
la juventud. Tus resultados iban en una pendiente decreciente…”Definitivamente ese era uno de los días que siempre desearíamos evitar, en la
aritmética impasible del almanaque.
Muchas semanas después.
Frente a esa amarga depresión contra la que luchaba, con sus alzas y bajas,
Roque Saldrás supo reaccionar aplicando voluntarismo e inteligencia, a dosis
diferentes según los momentos. Se puso en contacto con otros compañeros que
también habían “salido” de la empresa, en el entorno de esa gran
reestructuración que sus dirigentes habían emprendido. Concertó diversas citas
con Campos, Valtierra
y de la Oliva, todos ellos también veteranos
empleados (entre los 51 y 56 años en su edad) pero con esa experiencia que
enriquece y consolida el ardor juvenil. Les propuso invertir el 40% de lo que
habían recibido por sus respectivas indemnizaciones a fin de alquilar,
restaurar y adecuar un local vacío, ubicado en una tercera planta de un viejo
bloque, también restaurado, situado en una importante zona, tan céntrica como
emblemática, que sabe mirar hacia la malacitana Alameda principal. Casto de la
Oliva negoció con un albañil de su vecindad, a fin de que se encargara con su
equipo de realizar las tareas necesarias de obra y reparación. En ese local
había estado la sede técnica de una importante marca informática, que desde
hacía meses había buscado acomodo en otras instalaciones más adecuadas por su
amplitud, adquiridas en un polígono industrial. Los cuatro amigos acudieron
también a una empresa que vendía mobiliario de oficina de segunda mano, pero en
muy buenas condiciones de uso.
En definitiva, los veteranos “emprendedores” habían
decidido montar una moderna gestoria, aplicando
para ello toda la experiencia administrativa que ya atesoraban. Los cuatro
miembros propietarios de la misma gozaban de muchos contactos y amistades, a los
que un viernes tarde invitaron a una copa de presentación e inauguración del
nuevo servicio en la propia sede ya bien remozada. Una hábil e inteligente
decisión fue también la contratación de dos jóvenes, recién diplomados en
Empresariales y Administración de Empresas, Ignacio Regal y Frank Grania, para
que con su dinamismo y actitud innovadora se encargaran preferentemente de los
“asuntos de calle” y las visitas de gestión a los centros oficiales.
Se propusieron como
objetivo “resistir” al menos entre seis meses y un año, sin mayores
expectativas de ganancias, a fin de comprobar si el proyecto era viable. Con
todas las prestaciones que la “Red de Redes”, Internet, ponía a su disposición,
sabrían “moverse” con fluidez desde sus
propios despachos. Los teléfonos no cesaban de sonar, con un ritmico
funcionamiento que “hablaba” de la
bondad e inteligencia con que habían organizado el nuevo, veterano y joven al
tiempo, organismo administrativo. Visitaron decenas de negocios y empresas,
ofreciéndoles encargarse con sólida garatía de la contabilidad, los seguros
sociales y demás gestiones administrativas, con unos precios muy agresivos para
“luchar” con nobleza contra la consolidada y tradicional competencia. Precios
que en algunos casos (incluso con tarifa plana) bordeaban apenas los discutibles
límites del “dumping” comercial.
El proyecto, aunque de forma paciente, fue
marchando. El alquiler del espacio suponía 1.100 mensuales, a los que había que
añadir los gastos de electricidad, agua y demás tributos municipales. La tasa
de recogida de residuos se encontraba ya incluida en los gastos de comunidad. Para
su satisfacción, la negociación con pequeñas empresas fue generando una fiel
cartera de clientes, sustentada en la amistad y en el conocimiento personal que
los cuatro socios “despedidos” habían generado a lo largo de su prolongada
carrera laboral. LA EFICACIA GESTORA, nombre que habían registrado para denominar a
la nueva sociedad, comenzó a generar pequeños pero constantes y consolidados
beneficios.
Una tarde de otoño, que
Roque y sus compañeros de equipo no olvidarán, recibieron una inesperada y sorprendente visita. Se trataba de
Avelino Santos quien, en esa reestructuración que tanto les afectó, se había
convertido en vicedirector ejecutivo de la filial de seguros, a sus 49 años.
Deseaba hablar, preferentemente, con su antiguo amigo y compañero Roque, el
cual lo recibió con muy generosa y
educada deferencia, tratando de olvidar aquella amarga y humillante conversación
mantenida un lunes de Primavera. Santos se presentaba con el rostro abrumado y
dando muestras de una indisimulable humildad.
“Amigo Roque,
no sabes bien cuánto os envidio. Sé que os va bastante bien y admiro vuestra
capacidad de reacción a una situación muy complicada y, probablemente injusta,
en la que os visteis inmersos. Quiero contarte que la compañía de seguros está
haciendo aguas, el barco se hunde. El hijo del director general ha metido la
mano y la amenaza de descapitalización es indudable. Los “canadienses “ nos van
a hacer una auditoría que veremos a ver donde acaba. Serafín, el “trepa”
oficial de la casa, ya está en el consejo ejecutivo. Lo veo de director general
a corto plazo. Pero lo cierto es que aquello huele a bancarrota. La estructura
está viciada., por lo que percibiendo y huyendo del derrumbe que se avecina me
he tenido que autodespedir. Aunque no te lo creas, mi indemnización ha sido
incluso menor que la tuya. Sé que no lo merezco, pero con humildad te pediría,
te rogaría que me tuvieses en cuenta para cuando dispongas de un hueco en esta
magnífica gestoría. Aunque el puesto sea de “botones” …-
José L. Casado Toro (viernes, 27 Abril 2018)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra.
Sra. de la Victoria. Málaga
jlcasadot@yahoo.es
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