jueves, 30 de marzo de 2017

SIETE DIRECCIONES, EN EL DIÁLOGO DOMINICAL PARA LA COMUNICACIÓN Y EL RECUERDO.

Había sido una intensa semana laboral, en la que la habitual rutina de los días se fue mezclando con esas situaciones imprevistas que ayudan a despertar el letargo de lo cotidiano. Tenía ilusión con dedicar parte del fin de semana para desarrollar la muy saludable práctica senderista por esos campos que, más o menos alejados, circundan la densificación urbana. Reconforta caminar, sin prisas estresantes, por la fértil y acogedora naturaleza que nos permite vitalizar nuestro cuerpo así como las curvas anímicas de un espíritu en ocasiones desestabilizado. Sin embargo, esa misma naturaleza, generosa sin duda para casi con todo, se despertó aquella mañana de domingo con un estado meteorológico traviesamente incómodo para esa práctica deportiva. Por estas latitudes templadas, Noviembre suele ser un mes propicio para la lluvia, en este caso mezclada de fuerte aparato eléctrico y un nivel de temperatura que no hace apetecible la salida a la calle para el paseo o el ejercicio físico. 

A pesar de la imposibilidad racional de mi proyecto senderista, podía echar mano de otros buenos recursos y actividades con el fin de aprovechar todas esas horas de domingo desde la comodidad íntima del hogar. Podría elegir y mezclar entre el cine, la música, el ordenador, los “trabajillos” pendientes … después de recomponer fuerzas con ese buen desayuno o breakfast en la terminología británica. A eso de las diez, percibiendo el acústico aguacero que caía tras los cristales de mi habitación, encendí el ordenador. Además de ojear la prensa, quería repasar los nuevos correos que podrían haber “viajado” a mi escritorio. En esa actividad me encontraba cuando, por arte de la imaginación, se me ocurrió echar un vistazo a la fecha de los primeros correos que fielmente conserva el archivo de mi servidor electrónico. Los más antiguos estaban fechados a comienzos del año 2000. Pensé que podría ser interesante releer algunos de esos mensajes, tanto de los enviados por mí, como aquéllos recibidos desde una muy diversa procedencia. A esa curiosa actividad dediqué un buen rato, en el transcurso de la muy húmeda mañana de otoño que se nos había presentado.

He de reconocer que la relectura de estas comunicaciones me trasladaron a situaciones que tenía un tanto olvidadas, en el almanaque contrastado de la memoria. Incluso había algunos remitentes cuyos nombres me resultaban un tanto difíciles de reconocer, dada la lejanía en el tiempo desde su redacción y por la falta de intercomunicación en el transcurso de este extenso período. Obviamente, cuando abría esos correos y leía los párrafos de sus contenidos, me iba acercando a las personas y al por qué de aquello que me transmitían, así como en las respuestas que desde mi ordenador partían. En esa lúdica actividad me encontraba, cuando se me ocurrió llevar a la práctica una curiosa e interesante tarea. ¿Por qué no elegir algunos de estos remitentes, con los que durante años no había tenido comunicación, enviándoles algunas palabras con el cordial saludo correspondiente? Pensaba que sería especialmente interesante comprobar su nivel de respuesta, ante estos inesperados mensajes que iban a llegar al escritorio de sus ordenadores.

Elegí, para la experiencia, siete direcciones de personas con las que no había tenido el menor contacto, al menos en la última década. Algunos de estos destinatarios habían sido compañeros de profesión en la docencia. Otros dos mensajes eran para antiguos alumnos, con los que había compartido el importante reto de enseñar y aprender en el diario quehacer de las aulas escolares. Había también una profesional de la banca, con la que había intercambiado una significativa comunicación por razones de gestión de una cuenta e inversión de capital y, por último, algún representante de la actividad mediática, vinculado a programas educativos para la difusión y práctica del periodismo. A todos ellos les envié unas líneas amables y receptivas, explicándoles mi simple objetivo de contactar con ellos, tras un largo período de silencio entre las partes.

Pasaron las horas y no obtuve respuesta alguna a esos mensajes, hecho que consideré normal por varias razones. Era domingo y este día de la semana se dedica a muy diversos objetivos que no son los de estar permanentemente “pegado a la pantalla” del ordenador. También resultaba lógico que la llegada de mi correo, en no pocos casos, provocase extrañeza o duda acerca de la autoría que se encerraba tras un nombre que quizá ya no se recordaba con nitidez. Sin embargo, me tranquilizó el hecho de que ninguno de los envíos me había sido devuelto por mi servidor de Internet, dato que revelaba la permanencia de las direcciones electrónicas escritas. Los correspondientes identificadores eran aún mantenidos por estas personas.  Dejé que el tiempo corriera y dediqué el resto de la mañana a visualizar un buen film de cine clásico. Por la tarde fuimos a visitar, durante unas horas, a un familiar mayor aquejado de un fuerte catarro por enfriamiento. Compartimos la grata y divertida merienda, durante un atardecer que continuaba sometido a cíclicas nubes de lluvia con algún tronar en el cielo.

Volvimos a casa para cenar, pues la fría noche no hacía apetecible el deambular por las calles o visitar los lugares típicos para el tapeo. Como era más que previsible, tras reponer fuerzas en la mesa, el cine vino de nuevo en nuestra ayuda para completar la distracción dominical. A eso de la medianoche decidí irme a la cama, dado que había que madrugar para las clases del lunes. Como hábito cotidiano, encendí el ordenador a fin de revisar algún posible nuevo correo. Me sentí feliz al comprobar como había llegado ya una respuesta, entre las siete posibles. En muy pocos segundos reconocí al autor de ese correo. En este caso, autora. Una antigua alumna de bachillerato, entre los años para la docencia del 2000-2002.


Su extensa misiva comenzaba con un saludo cariñoso (la recordaba como una joven afectiva, estudiosa y muy servicial) añadiendo de inmediato su agradable sorpresa porque la tuviera aún en mis recuerdos, después de tantos años transcurridos desde aquellos lejanos tiempos de su escolaridad. Continuaba haciéndome un ágil resumen acerca de cómo había transcurrido su vida hasta este momento.

“Entre varias opciones que me gustaban, al final me decidí por el campo de la medicina. Mi madre solía contarme historias acerca de un tatarabuelo que ejerció de médico rural, en un pueblecito del norte granadino. La imagen admirable de ese antepasado, ayudando a la gente más humilde, con la carencia de medios que existían en esas décadas iniciales del siglo pasado, influyó posiblemente en mi decisión. Me especialicé en el campo de la pediatría. Yo que no tuve hermanos en casa, siempre me gustó ayudar y estar con los niños pequeños. Por eso también dudé con dedicar mi vida a la educación infantil. Mi pareja, de origen sudamericano, es también médico de la infancia. Juntos colaboramos con la Organización de Médicos Sin Fronteras. Vamos de aquí para allá, recorriendo zonas deprimidas del planeta donde nuestra ayuda puede ser necesaria, debido a las carencias materiales y asistenciales que padecen. Ahora mismo le escribo desde una localidad marginal de Asunción, en Paraguay, donde la situación de pobreza que se respira y vive es en sumo lamentable. La desnutrición, la mortalidad infantil, la situación de hacinamiento e insalubridad que padecen las capas de la población más vulnerables, ofrecen imágenes conmovedoras que reclaman la ayuda de las organizaciones internacionales y la toma de conciencia solidaria por parte de todos”.

La carta de Aroa (precioso nombre de mujer) rezumaba verdad, afecto y buenos recuerdos, haciendo posible que ese domingo, previsto inicialmente para caminar por la naturaleza, finalizara de esta bella forma por la que recuperaba una amistad enmudecida durante largos años. Me alegraba, de manera especial, con que la primera y única respuesta en el día, recibida ante mi sugerencia de diálogo, fuera el de una ejemplar alumna que había compartido conmigo la aventura de aprender, enseñar y aprender.

Las obligaciones laborales en la semana, junto a otros incentivos diversos, hicieron que me olvidara un tanto de esa siembra dominical de contactos para la comunicación. Bien es verdad que cada noche después de cenar solía sentarme frente al ordenador, a fin de echar una repaso a la prensa y escribir algunas líneas sobre ejercicios de clase, respuestas a los emails o algunas reflexiones sobre los hechos acaecidos en el día. Fue precisamente en el sábado de esa nueva semana, cuando llegó al puerto de mi memoria un segundo e-mail, de entre aquellos seis que aun  aguardaban su posible respuesta. En este caso, correspondía a un antiguo compañero de centro que, de una forma también amplia como Aroa, había tenido igualmente la amabilidad de corresponder a mi envío. Ese profesor, destinado desde hacía unos años a una provincia del levante peninsular, me explicaba los vaivenes contrastados que había presidido su vida por una serie de circunstancias, no todas ellas afortunadas. Uno de sus párrafos era significativo por su gran dureza.

“En el plano afectivo, las cosas no me fueron especialmente bien. Aquella relación afectiva que me movió a trasladarme de Comunidad, después de los primeros años de bonanza, se fue desvitalizando y al final fue ella misma la que me pidió el abandono del hogar que juntos habíamos logrado formar. Era una nueva situación en mi vida que, a pesar de ser previsible, yo no supe avistarla con equilibrio y racionalidad. Todo ello me sumió en un estado depresivo que me ha hecho pasar por amargos momentos. Ella, que no trabajaba en nuestra profesión, se encaprichó con el médico de la consulta donde prestaba sus servicios y, de la forma más fría y cruel me sumió en el océano de la soledad. Pero así es la vida, iluminada con luces y sobras en la suerte. Llevo ya un año y medio “sobreviviendo” en una forma de existencia para la que, lo reconozco ahora, no estaba preparado. Alterno los días aceptables con otros que son terriblemente amargos y que me obligan a ponerme en manos de los médicos y los fármacos …”

Esa misma noche le respondí. No resulta fácil conformar o sugerir la ayuda a un amigo, cuando este se encuentra separado de ti por muchos kilómetros y con el largo tiempo que ha transcurrido sin que ambos hayamos establecido contacto

“… A buen seguro has buscado sustitutivos o compensaciones para ese trauma en tu vida, que tanto te está afectando. Por tu Instituto han tenido que pasar numerosas compañeras, en todos estos años, con las que puedes entablar algún contacto vía e-mail. Conservarás direcciones electrónicas que podrán facilitar esa comunicación. Pienso que reanudar y profundizar en la amistad con alguna de ellas, te puede hacer bastante bien. También es una medida saludable llevar a la practica todas o algunas de esas aficiones que más te identifiquen, pues te hacen mirar con mejor semblante el discurrir de los días. A unos les gratifica mucho el caminar por la naturaleza o la inmersión en las historias del cine. A otros, el placer de viajar les encanta, con todo el entorno lúdico que esa practica normalmente reporta. Y sobre todo, el trabajo. Se es más feliz, cuando disfrutas haciendo cada día aquello que te gusta y para lo que estás preparado …” 

Han transcurrido ya varios meses, desde aquel desapacible domingo otoñal. Y sólo han sido dos las respuestas a ese “juego” de las siete cartas enviadas a los antiguos y silenciados contactos. Aunque el porcentaje no llega al cincuenta por ciento, creo sinceramente que el fruto conseguido ha sido valioso para nuestras vidas. Ese fruto significa recuperar algunas de aquellas antiguas y aletargas amistades que de nuevo ahora han vuelto a latir. Son, a no dudar, latidos teñidos de saludable ilusión e interesante y lúcida esperanza.-
  
José L. Casado Toro (viernes, 31 de Marzo 2017)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

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