viernes, 3 de marzo de 2017

UN EJERCICIO DE EMPATÍA GENERACIONAL, PARA LOS INSEGUROS SENTIMIENTOS DE ALEXIS.

Alexis es un auxiliar de clínica, con horario de trabajo entre las ocho de la mañana y las tres de la tarde. Permanece soltero, ofreciendo el perfil de una persona un tanto especial con ese valor que suele reflejar la diferencia. Se trata de un hombre que no ha sabido encontrar la pareja conyugal con la que poder formar una familia, por lo que siempre prefirió vivir junto a su madre, en el piso donde él vino al mundo. Esta laboriosa señora, ya de muy avanzada edad, enviudó a los pocos años de su matrimonio. Supo sacar a su único hijo adelante, dedicando toda su vida profesional a la enseñanza y la educación de los niños pequeños. En Alex también permanece la frustración de no haber podido disfrutar con esos hermanos que la naturaleza se mostró esquiva en concederle, pero la convivencia con su anciana madre suple esa y otras carencias que a sus cuarenta y siete años aún mantiene. Pero un día infortunado, el destino rompió esa afectiva unión entre madre e hijo. El fallecimiento de Dña. Lola sumió a su hijo en esa intensa lacra afectiva que conlleva la soledad. A pesar de su edad, este hombre encerraba en su carácter una aletargada y profunda inmadurez psicológica que, en estos aciagos momentos, se despertó y potenció, desequilibrándole anímica y físicamente.

Está demostrado que toda pérdida por fallecimiento, en personas de nuestra proximidad, nos afecta con dureza, entre otras causas por la probable percepción de “orfandad” en que nos sentimos inmersos. Pero este sentimiento de dolor se acrecienta cuando ese ser que nos abandona ha sido precisamente aquél que nos ha concedido la vida y los mejores años de nuestra existencia. El significado de una madre es imposible de sustituir en el acervo sentimental que atesoramos. La pérdida de ese querido ser resulta algo tan dolorosamente especial que su asimilación en el quehacer cotidiano conlleva mucho tiempo, sufrimiento y racionalidad. En el caso de Alexis esta situación se magnificaba, por la evidente situación de “dependencia afectiva” que le vinculaba a una persona que significaba todo en los vínculos de su débil equilibrio emocional.

Los compañeros de trabajo trataron de animarle, viéndole tan deprimido día tras día, ante la nueva situación a la que habría hacer frente desde ahora. Pero ¿cuáles eran esos síntomas, que sembraban una intensa preocupación, entre las personas con quienes se relacionaba? Principalmente percibían en él un menor deseo de comunicación, la mirada baja y la seriedad casi permanente. Ante sus preguntas, él les explicaba que el hecho de volver a casa y no encontrar allí a la persona que le quería, le atendía y le escuchaba, comentándole los pequeños avatares del día surgidos en la cocina, en la compra, los livianos chascarrillos de la comunidad, compartiendo ambos posteriormente la mesa y preocupándose por su ropa, sus proyectos, sus problemillas… era una nueva y dolorosa  situación muy difícil de sobrellevar.  

A los más cercanos de sus compañeros les confiaba a veces esa inquietante frase de “me siento como un niño pequeño, a pesar de mis cuarenta y tantos “tacos”, al que le han dejado inesperadamente abandonado”. El sueño también lo tenía desestabilizado, padeciendo un insaludable insomnio que le provoca frecuentes fases de aturdimiento y somnolencia durante el día, a consecuencia, obviamente, de la ausencia de ese  necesario descanso nocturno que nos permite recuperar el equilibrio fisiológico y también mental.

El enfermero jefe, en la sección de traumatología donde Alexis se encuentra destinado, conociendo la preocupante situación patológica que atraviesa su subordinado, decidió enviarlo de manera imperativa para una consulta con el equipo de psicología y psiquiatría del complejo hospitalario en el que ambos prestan sus servicios. Allí, tras el examen correspondiente, se le prescribió una terapia de abundantes fármacos que el auxiliar habría tomar sin la mayor demora.  Al paso de las semanas, las medicinas ingeridas no ejercían gran influencia en su estado depresivo lo que determinó, siguiendo las sugerencias de unos y otros, que probara suerte en otras plataformas a fin de lograr una mejora en el bloqueo anímico en el que se veía atrapado. Incluso una de las vecinas de bloque, donde Alex reside desde su nacimiento, pidió ayuda al párroco del barrio para que las buenas palabras del sacerdote pudieran ejercer el revulsivo necesario. No faltó tampoco la visita a un centro de autoayuda, regentado por un gurú de nacionalidad india. Pero, tras varias sesiones, donde básicamente se cantaba y rezaba con las manos entrelazadas en torno a un viejo tronco de árbol rodeado de velas, procedente desde el lejano Nepal, comprendió que lo único que iba a obtener de este ridículo antro comunicatorio es que le sacaran un buen dinero, mientras su perfil anímico continuaba perdido entre las tinieblas del desconcierto.

“Te agradezco que hayas aceptado compartir un té junto a mí esta tarde. No te preocupes por el reloj. Mi pareja sabe esperar, cuando estoy haciendo algo importante. He de confesarte, Alexis, que verte llegar cada mañana al trabajo con esa alicaída imagen, logra sacarme de mis casillas. Y te voy a hablar muy claramente. No eres la única persona que ha perdido a un ser muy querido. Sé lo importante que era para ti esa madre, que ya no está. Pero lo mismo ocurre con otras miles de madres. La naturaleza, el destino, las circunstancias, nos someten a estas duras realidades, contra las que difícilmente podemos luchar. Y hay que ser valiente e inteligente, a fin de saber aceptarlas. Fíjate en las plantas. También ellas nacen, crecen, se desarrollan y un buen día pasan, por esas leyes que ni tú ni yo podemos modificar, al reino o el paraíso de los vegetales. Igual ocurre con las personas. Por muy afectivas y necesarias que nos sean, su protagonismo en la vida llega un día en que se nos acaba. Y mientras antes se acepte este hecho insoslayable, pues más llevadero resulta el trauma y, sobre todo, la superación del mismo.

Basta ya de refugiarte “cobardemente” en todas esas palabras que te tienen hecho un muñeco y que comienzan por el “des”. Desánimo, destemplanza, desgana, desconsuelo, desidia, depresión… Tienes que ponerte, de una vez, a racionalizar muchas cosas en tu mundo. Y lo primero que me atrevo a proponerte es un simple ejercicio de empatía generacional ¿Te atreves a llevar a la práctica algo que, en mi opinión puede hacerte mucho bien? Como tienes el turno de mañana en el trabajo, ahora que el tiempo mejora, te vas a ir por las tardes a esos jardines que están situados alrededor del Hospital Materno Infantil. Te sientas en uno de sus bancos y reflexiona sobre todas esas madres y padres que ves pasar, saliendo del complejo clínico con una canastilla, llevando en la misma un nuevo hijo para la vida. Has de entender e integrar que, mientras unos nacen … otros se nos van. Y no hay nada que hacer por evitarlo. La alegría por los nacimientos se superpondrá a la tristeza por aquellos que nos dejan. Es una simple y exacta ley de las compensaciones. La naturaleza provoca el final de la vida, pero esa misma naturaleza trae la vida a nuestra proximidad ”.

Quien así le hablaba, con dos tazas de un aromático té entre ambos, era Nerea, una vitalista joven (también auxiliar de enfermería) compañera de trabajo de Alexis, en este momento destinada en la unidad de cuidados intensivos, U.C.I. La intención de la generosa y dinámica amiga era sembrar en la persona de su interlocutor el revulsivo necesario que reorganizara una situación personal que, a todas luces, iba cada día de mal en peor. Y lo que le estaba proponiendo, aunque éste no lo veía claro en su eficacia, podría resultar interesante para superar la degradación anímica en que se encontraba. En realidad no tenla ingesta de  ahora en que su cuerpo estaba cada vez sometido a los fía nada que perder, especialmente ahora en que su cuerpo estaba cada vez más sometido a la ingesta de fármacos, tipo Valium y similares, con resultados muy dudosos para su fisiología orgánica.

Y así ocurrió. Vestido con atuendo deportivo, aprovechó la mañana de un sábado primaveral para desplazarse al gran complejo clínico de la Maternidad. Se dijo a sí mismo: “si veo que este paso supone una tontería, sólo habré perdido un poco de mi tiempo. Puedo después tomar un bus y acercarme a las estribaciones de los Montes, cerca del Jardín Botánico, a fin de caminar un poco por entre los árboles y esas flores de abril que ya comienzan a mostrarse generosas ante nosotros”. Compró uno de los diarios locales. A continuación se puso a ojear las páginas del periódico, acomodado en un banco de madera ubicado en uno de los espacios angulares de la gran zona ajardinada.

Cuando percibía movimiento de personas, levantaba los ojos del papel impreso y observaba como, efectivamente, además de los ocasionales visitantes al hospital (muchos padres y madres con sus niños…) salían del mismo algunas familias que, con rostro de satisfacción y con rítmica intermitencia, portaban en sus manos las típicas canastillas con los recién nacidos, camino de esos hogares a los que el nuevo ser iba a poner una sin par nota de alegría y esperanza. Sentimiento feliz no sólo para sus progenitores, sino también para todos esos familiares, amigos y vecinos de los sonrientes y satisfechos papás y mamás.

No se movió de esa peculiar atalaya durante un par de horas, largo tiempo que, de manera curiosa, se le hizo entrañablemente corto. Obviamente se sentía distraído e interesado por las actitudes de unos y otras personas que por allí pasaban. Vio llegar también a mujeres que, con un avanzado estado de gestación y acompañadas de sus nerviosos cónyuges,  se encontraban muy próximas para ese gran milagro de dar a luz nuevas vidas. Mezclaba estas gratas visiones, que motivaban a la vida, con la reflexión de la situación anímica de otros muchos que, como era su propio caso, habían perdido aquello que más amaban en el mundo: ese generoso ser que sustentaba el pilar maestro de sus ahora “desvalidas” existencias.

En esos pensamientos se encontraba cuando vio salir por la puerta del grandioso complejo clínico a una débil figura de mujer. La joven portaba en uno de sus brazos un recién nacido, protegido y recostado en una modesta toquilla, mientras con la otra mano arrastraba un carrito de los usados para la compra. Quien lógicamente debía ser la madre del nuevo ser, vestía una larga falda estampada con figuras de simbología islámica, una rebeca celeste sobre una camiseta blanca, calzando unas sandalias de piel beige oscura, muy vendidas en los zocos y mercadillos marroquíes. Le impresionó, de manera especial, el rictus de profunda tristeza que mostraba el rostro de la joven madre. Parecía un tanto desorientada y, al poco de sus pasos, tomó asiento en otro de los bancos anclado en la zona de los jardines. A esa joven algo le ocurría, hecho que confirmó cuando discretamente se acercó hacia ella, atreviéndose a preguntarle, con una prudente delicadeza, si sufría algún problema. Percibió que sus ojos de pupilas oscuras estaban llenos de lágrimas.

Fueron amplios los minutos en los que prestó atención a la historia que Karima se prestó a narrarle. Sin duda, la chica necesitaba desahogarse de sus congojas. Con no escasas dificultades, la joven había obtenido permiso tiempo atrás para residir en España. Aquí llevaba viviendo, más de dos años y medio ya, en una casa de “gente bien” donde comenzó a trabajar en ese servicio de casa, que hace y se ocupa un poco de todo. Limpieza, cocina, mercado, echar también una mano en el cuidado de los tres hijos pequeños que tenían sus señores e incluso atender a la madre de la señora que, con su avanzada edad tenía que ir compensando achaques y dependencias.

Para Karima esta situación resultaba sin embargo apetecible, dada la situación (muy degradada y empobrecida) que dejó en Arcila, la pequeña ciudad donde nació y donde viven actualmente sus padres y … siete hermanos.  Hacía aproximadamente un año que el señor de la casa había centrado sus intenciones en la fragilidad y juventud de su cuerpo. Hombre poderoso y egocéntrico, no era persona que aceptara un no a las primeras de cambio, para sus sexuales intenciones. Ella cedió … todo lo que tuvo que aceptar. El secreto de su embarazo logró mantenerlo, hasta que fue perceptiblemente visible para todos. Las amenazas y presiones, del impresentable personaje, le hicieron callar y crear una fabulación para lo social consistente en el encuentro con un joven, en una tarde alocada de feria. Supuestamente, este joven sólo la necesitó para esa tarde y de él nunca más se supo. La historia, muy hábilmente creada por “su señor” fue convincentemente aceptada por el entorno social de la prestigiosa familia. Tras haber dado luz a su niña, la “buena familia” la había puesto de patitas en la calle, con la pobre compensación de un mes de sueldo. Ahora no tenía a dónde ir, ni a dónde llamar. Por eso estaba tan triste. Por eso lloraba, abrazándose a lo único importante que realmente poseía.

Fueron cortos los minutos cedidos a la duda. Alexis no quiso abandonar a estos dos seres tan necesitados, tras conocer una historia tan entrañable y sentimental para la vida. El destino había decidido unir la concurrencia de estas tres personas. Se abría ante ellos un camino, una bella posibilidad para restañar carencias y soledades. Era una oportunidad única a fin de poner algo de luz y esperanza en las brumas, siempre inciertas y caprichosas, con que los humanos construimos esos senderos que alimentan el acerbo de nuestra memoria.-
 
José L. Casado Toro (viernes, 3 de Marzo 2017)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

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