Alexis es un auxiliar de clínica, con horario de trabajo entre las ocho de la
mañana y las tres de la tarde. Permanece soltero, ofreciendo el perfil de una
persona un tanto especial con ese valor que suele reflejar la diferencia. Se
trata de un hombre que no ha sabido encontrar la pareja conyugal con la que
poder formar una familia, por lo que siempre prefirió vivir junto a su madre,
en el piso donde él vino al mundo. Esta laboriosa señora, ya de muy avanzada
edad, enviudó a los pocos años de su matrimonio. Supo sacar a su único hijo
adelante, dedicando toda su vida profesional a la enseñanza y la educación de
los niños pequeños. En Alex también permanece la frustración de no haber podido
disfrutar con esos hermanos que la naturaleza se mostró esquiva en concederle,
pero la convivencia con su anciana madre suple esa y otras carencias que a sus
cuarenta y siete años aún mantiene. Pero un día infortunado, el destino rompió
esa afectiva unión entre madre e hijo. El
fallecimiento de Dña. Lola sumió a su hijo en esa intensa lacra afectiva
que conlleva la soledad. A pesar de su edad, este hombre encerraba en su
carácter una aletargada y profunda inmadurez psicológica que, en estos aciagos
momentos, se despertó y potenció, desequilibrándole anímica y físicamente.
Está demostrado que toda pérdida por fallecimiento,
en personas de nuestra proximidad, nos afecta con dureza, entre otras causas
por la probable percepción de “orfandad” en que nos sentimos inmersos. Pero
este sentimiento de dolor se acrecienta cuando ese ser que nos abandona ha sido
precisamente aquél que nos ha concedido la vida y los mejores años de nuestra
existencia. El significado de una madre es
imposible de sustituir en el acervo sentimental que atesoramos. La pérdida de ese
querido ser resulta algo tan dolorosamente especial que su asimilación en el
quehacer cotidiano conlleva mucho tiempo, sufrimiento y racionalidad. En el
caso de Alexis esta situación se magnificaba, por la evidente situación de
“dependencia afectiva” que le vinculaba a una persona que significaba todo en
los vínculos de su débil equilibrio emocional.
Los compañeros de trabajo trataron de animarle,
viéndole tan deprimido día tras día, ante la nueva situación a la que habría
hacer frente desde ahora. Pero ¿cuáles eran esos síntomas, que sembraban una intensa preocupación, entre las personas con quienes se
relacionaba? Principalmente percibían
en él un menor deseo de comunicación, la mirada baja y la seriedad casi
permanente. Ante sus preguntas, él les explicaba que el hecho de volver a casa
y no encontrar allí a la persona que le quería, le atendía y le escuchaba, comentándole
los pequeños avatares del día surgidos en la cocina, en la compra, los livianos
chascarrillos de la comunidad, compartiendo ambos posteriormente la mesa y
preocupándose por su ropa, sus proyectos, sus problemillas… era una nueva y
dolorosa situación muy difícil de
sobrellevar.
A los más cercanos de sus compañeros les confiaba a
veces esa inquietante frase de “me siento como un
niño pequeño, a pesar de mis cuarenta y tantos “tacos”, al que le han dejado
inesperadamente abandonado”. El sueño también lo tenía desestabilizado,
padeciendo un insaludable insomnio que le provoca frecuentes fases de
aturdimiento y somnolencia durante el día, a consecuencia, obviamente, de la
ausencia de ese necesario descanso
nocturno que nos permite recuperar el equilibrio fisiológico y también mental.
El enfermero jefe, en la sección de traumatología
donde Alexis se encuentra destinado, conociendo la preocupante situación
patológica que atraviesa su subordinado, decidió enviarlo de manera imperativa
para una consulta con el equipo de psicología y psiquiatría del complejo
hospitalario en el que ambos prestan sus servicios. Allí, tras el examen
correspondiente, se le prescribió una terapia de abundantes
fármacos que el auxiliar habría tomar sin la mayor demora. Al paso de las semanas, las medicinas ingeridas
no ejercían gran influencia en su estado depresivo lo que determinó, siguiendo
las sugerencias de unos y otros, que probara suerte en otras plataformas a fin
de lograr una mejora en el bloqueo anímico en el que se veía atrapado. Incluso
una de las vecinas de bloque, donde Alex reside desde su nacimiento, pidió
ayuda al párroco del barrio para que las buenas palabras del sacerdote pudieran
ejercer el revulsivo necesario. No faltó tampoco la visita a un centro de autoayuda, regentado por un gurú de
nacionalidad india. Pero, tras varias sesiones, donde básicamente se cantaba y
rezaba con las manos entrelazadas en torno a un viejo tronco de árbol rodeado
de velas, procedente desde el lejano Nepal, comprendió que lo único que iba a
obtener de este ridículo antro comunicatorio es que le sacaran un buen dinero,
mientras su perfil anímico continuaba perdido entre las tinieblas del
desconcierto.
“Te agradezco que hayas aceptado compartir un té junto
a mí esta tarde. No te preocupes por el reloj. Mi pareja sabe esperar, cuando
estoy haciendo algo importante. He de confesarte, Alexis, que verte llegar cada
mañana al trabajo con esa alicaída imagen, logra sacarme de mis casillas. Y te
voy a hablar muy claramente. No eres la única persona que ha perdido a un ser
muy querido. Sé lo importante que era para ti esa madre, que ya no está. Pero lo
mismo ocurre con otras miles de madres. La naturaleza, el destino, las
circunstancias, nos someten a estas duras realidades, contra las que difícilmente
podemos luchar. Y hay que ser valiente e inteligente, a fin de saber
aceptarlas. Fíjate en las plantas. También ellas nacen, crecen, se desarrollan
y un buen día pasan, por esas leyes que ni tú ni yo podemos modificar, al reino
o el paraíso de los vegetales. Igual ocurre con las personas. Por muy afectivas
y necesarias que nos sean, su protagonismo en la vida llega un día en que se nos
acaba. Y mientras antes se acepte este hecho insoslayable, pues más llevadero
resulta el trauma y, sobre todo, la superación del mismo.
Basta ya de refugiarte “cobardemente” en todas esas
palabras que te tienen hecho un muñeco y que comienzan por el “des”. Desánimo, destemplanza, desgana,
desconsuelo, desidia, depresión… Tienes que ponerte, de una vez, a racionalizar
muchas cosas en tu mundo. Y lo primero que me atrevo a proponerte es un simple ejercicio de
empatía generacional ¿Te atreves a llevar a la práctica algo que, en mi
opinión puede hacerte mucho bien? Como tienes el turno de mañana en el trabajo,
ahora que el tiempo mejora, te vas a ir por las tardes a esos jardines que están
situados alrededor del Hospital Materno Infantil.
Te sientas en uno de sus bancos y reflexiona sobre todas esas madres y padres
que ves pasar, saliendo del complejo clínico con una canastilla, llevando en la
misma un nuevo hijo para la vida. Has de entender e integrar que, mientras unos
nacen … otros se nos van. Y no hay nada que hacer por evitarlo. La alegría por
los nacimientos se superpondrá a la tristeza por aquellos que nos dejan. Es una
simple y exacta ley de las compensaciones. La naturaleza provoca el final de la
vida, pero esa misma naturaleza trae la vida a nuestra proximidad ”.
Quien así le hablaba, con dos tazas de un aromático
té entre ambos, era Nerea, una vitalista joven
(también auxiliar de enfermería) compañera de trabajo de Alexis, en este
momento destinada en la unidad de cuidados intensivos, U.C.I. La intención de
la generosa y dinámica amiga era sembrar en la persona de su interlocutor el
revulsivo necesario que reorganizara una situación personal que, a todas luces,
iba cada día de mal en peor. Y lo que le estaba proponiendo, aunque éste no lo
veía claro en su eficacia, podría resultar interesante para superar la
degradación anímica en que se encontraba. En realidad no ten ía nada que perder, especialmente ahora en que su cuerpo
estaba cada vez más sometido a la ingesta de fármacos, tipo Valium y similares,
con resultados muy dudosos para su fisiología orgánica.
Y así ocurrió. Vestido con atuendo deportivo, aprovechó
la mañana de un sábado primaveral para desplazarse al gran complejo clínico de
la Maternidad. Se dijo a sí mismo: “si veo que este paso supone una tontería, sólo
habré perdido un poco de mi tiempo. Puedo después tomar un bus y acercarme a las
estribaciones de los Montes, cerca del Jardín Botánico, a fin de caminar un
poco por entre los árboles y esas flores de abril que ya comienzan a mostrarse generosas
ante nosotros”. Compró uno de los diarios locales. A continuación se puso a
ojear las páginas del periódico, acomodado en un banco de madera ubicado en uno
de los espacios angulares de la gran zona ajardinada.
Cuando percibía movimiento de personas, levantaba
los ojos del papel impreso y observaba como, efectivamente, además de los ocasionales
visitantes al hospital (muchos padres y madres con sus niños…) salían del mismo
algunas familias que, con rostro de satisfacción y con rítmica intermitencia,
portaban en sus manos las típicas canastillas con los
recién nacidos, camino de esos hogares a los que el nuevo ser iba a
poner una sin par nota de alegría y esperanza. Sentimiento feliz no sólo para
sus progenitores, sino también para todos esos familiares, amigos y vecinos de
los sonrientes y satisfechos papás y mamás.
No se movió de esa peculiar atalaya durante un par
de horas, largo tiempo que, de manera curiosa, se le hizo entrañablemente corto.
Obviamente se sentía distraído e interesado por las actitudes de unos y otras
personas que por allí pasaban. Vio llegar también a mujeres que, con un
avanzado estado de gestación y acompañadas de sus nerviosos cónyuges, se encontraban muy próximas para ese gran milagro de dar a luz nuevas vidas. Mezclaba
estas gratas visiones, que motivaban a la vida, con la reflexión de la situación
anímica de otros muchos que, como era su propio caso, habían perdido aquello
que más amaban en el mundo: ese generoso ser que sustentaba el pilar maestro de
sus ahora “desvalidas” existencias.
En esos pensamientos se encontraba cuando vio salir
por la puerta del grandioso complejo clínico a una
débil figura de mujer. La joven portaba en uno de sus brazos un recién
nacido, protegido y recostado en una modesta toquilla, mientras con la otra
mano arrastraba un carrito de los usados para la compra. Quien lógicamente
debía ser la madre del nuevo ser, vestía una larga falda estampada con figuras
de simbología islámica, una rebeca celeste sobre una camiseta blanca, calzando
unas sandalias de piel beige oscura, muy vendidas en los zocos y mercadillos
marroquíes. Le impresionó, de manera especial, el rictus de profunda tristeza
que mostraba el rostro de la joven madre. Parecía un tanto desorientada y, al
poco de sus pasos, tomó asiento en otro de los bancos anclado en la zona de los
jardines. A esa joven algo le ocurría, hecho que confirmó cuando discretamente se
acercó hacia ella, atreviéndose a preguntarle, con una prudente delicadeza, si
sufría algún problema. Percibió que sus ojos de pupilas oscuras estaban llenos
de lágrimas.
Fueron amplios los minutos en los que prestó
atención a la historia que Karima se prestó a
narrarle. Sin duda, la chica necesitaba desahogarse de sus congojas. Con no
escasas dificultades, la joven había obtenido permiso tiempo atrás para residir
en España. Aquí llevaba viviendo, más de dos años y medio ya, en una casa de
“gente bien” donde comenzó a trabajar en ese servicio de casa, que hace y se
ocupa un poco de todo. Limpieza, cocina, mercado, echar también una mano en el
cuidado de los tres hijos pequeños que tenían sus señores e incluso atender a
la madre de la señora que, con su avanzada edad tenía que ir compensando
achaques y dependencias.
Para Karima esta situación resultaba sin embargo
apetecible, dada la situación (muy degradada y empobrecida) que dejó en Arcila,
la pequeña ciudad donde nació y donde viven actualmente sus padres y … siete
hermanos. Hacía aproximadamente un año
que el señor de la casa había centrado sus intenciones en la fragilidad y
juventud de su cuerpo. Hombre poderoso y egocéntrico, no era persona que aceptara
un no a las primeras de cambio, para sus sexuales intenciones. Ella cedió …
todo lo que tuvo que aceptar. El secreto de su embarazo logró mantenerlo, hasta
que fue perceptiblemente visible para todos. Las amenazas y presiones, del impresentable
personaje, le hicieron callar y crear una fabulación para lo social consistente
en el encuentro con un joven, en una tarde alocada de feria. Supuestamente,
este joven sólo la necesitó para esa tarde y de él nunca más se supo. La
historia, muy hábilmente creada por “su señor” fue convincentemente aceptada
por el entorno social de la prestigiosa familia. Tras haber dado luz a su niña,
la “buena familia” la había puesto de patitas en la calle, con la pobre compensación
de un mes de sueldo. Ahora no tenía a dónde ir, ni a dónde llamar. Por eso estaba
tan triste. Por eso lloraba, abrazándose a lo único importante que realmente
poseía.
Fueron cortos los minutos cedidos a la duda. Alexis
no quiso abandonar a estos dos seres tan necesitados, tras conocer una historia
tan entrañable y sentimental para la vida. El destino había
decidido unir la concurrencia de estas tres personas. Se abría ante ellos
un camino, una bella posibilidad para restañar carencias y soledades. Era una
oportunidad única a fin de poner algo de luz y esperanza en las brumas, siempre
inciertas y caprichosas, con que los humanos construimos esos senderos que
alimentan el acerbo de nuestra memoria.-
José L. Casado Toro (viernes, 3 de Marzo 2017)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria.
Málaga
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