Habían sido unas semanas extremadamente duras, en
la vida de Anel y sus dos hijas. Sin embargo, gracias
al afectivo calor familiar, junto a una ayuda psicológica especializada, todas
ellas pudieron ir asimilando la terrible realidad en que se habían visto
inmersas, de la forma más fatalmente imprevisible. Perder a un marido y a un
padre, en sólo unos minutos de un otoño aciago para el mecanismo cardiaco,
supuso una cruel orfandad. Ausencia no sólo para esas hijas, que no verían más
a su padre, sino para una mujer joven e inteligente que, a partir de esta
decisiva experiencia, tendría que sacar adelante, con el mayor tesón y
equilibrio, a una familia que había quedado dolorosamente rota.
Un rayo de luz y esperanza vino en su ayuda cuando
esa tarde, con la generosidad más oportuna, recibió una llamada telefónica de
su antiguo jefe en la notaría, gabinete donde ella había estado trabajando
hasta que llegaron los nacimientos de las pequeñas. Tras darle un sentido
pésame, disculpándose por no haber conocido la desgraciada información a su
debido tiempo, le ofrecía la posibilidad de volver a su antiguo puesto laboral
en el grupo.
Anel poseía un esmerado currículum, con una
licenciatura en derecho. Durante los siete años de su colaboración en la
notaría, había dejando una positiva estela profesional, debido a su dedicación
y buen hacer en todas las misiones, por complicadas que fuesen, a ella
encomendadas. La oferta laboral era, como puede suponerse, al igual que el “agua
de mayo” para la naturaleza. Asier, su difunto
marido, era un eficiente intermediario comercial que trabajaba de manera
autónoma, por lo que la situación económica familiar, tras su fallecimiento,
exigía en ella una ineludible vuelta al trabajo lejos del hogar. Había que
seguir manteniendo a flote el, ahora más reducido y debilitado, navío familiar.
Pasaron unos meses y, aún con las dificultades
propias del drama que habían tenido que vivir, sus hijas Esther, ocho años, dos más que su hermana Silvia, y ella misma, fueron recuperando lentamente
el complicado mecanismo de la adaptación a una nueva realidad, en la que las
tres mujeres pusieron lo mejor que sabían y podían.
Durante la cena navideña, en casa de su cuñada Norma, ésta le aconsejó ir cambiando, en la medida de
lo posible, el marco ambiental en el que vivían, a fin de reducir la influencia
de un marido y padre que ya no podría estar, físicamente, en sus vidas. “Podrías pintar y redecorar algunas de las habitaciones,
sustituir también algún mobiliario obsoleto y hacer un buen uso del amplio vestuario
que Asier ha debido dejar”. Este último aspecto fue una de las primeras
acciones que Anel decidió realizar, aprovechando para ello unos días de
vacaciones que en el gabinete notarial se habían tomado, desde el comienzo del
Año Nuevo hasta después de la fiesta de Reyes. Su marido siempre había sido muy
cuidadoso en disponer de un “buen ropero” dado su trabajo de intermediación o
representación comercial, actividad para la que cuidaba ofrecer una buena
presencia, actitud que abría muchas puertas en la negociación mercantil. En
este sentido Anel aprovechó una tarde, en que las niñas jugaban con amigas de un
piso vecino, a fin de organizar toda esa ropa, la mayoría en muy buen estado,
guardándola en grandes bolsas. Pensaba donarlas a diferentes instituciones benéficas,
como medida más acertada.
En esa tarea se encontraba, intercalada con algunos
brotes emocionales para el recuerdo cuando, doblando una de las chaquetas de
sport que usaba su marido, percibió la existencia de un sobre en el interior del
bolsillo derecho. Con sensatez, repasaba toda la ropa antes de guardarla en las
bolsas, por si pudiese llevar algún objeto personal que mereciera su atención.
Efectivamente, había en ese bolsillo interior un sobre de color blanco, en cuya
portada destacaba el rótulo de “Para mi Asier”. El sobre había sido previamente
abierto y en su interior había un folio manuscrito, con una caligrafía
desordenada, de trazos escasamente uniformes. Un tanto sorprendida, tomó
asiento en el borde de la cama y se dispuso a leer el breve contenido de la,
para ella, tan extraña misiva.
“Mi bien amado Asier. Hace hoy ya un
año, en el que inundaste de luz y esperanza mi vida. Conocerte, entenderte,
apoyarte y amarte, a pesar de todas las dificultades que se interponían entre
nosotros, ha sido y es una preciosa aventura que vitaliza y justifica mi
existencia de cada día. Esas escasas horas en las que podemos estar juntos,
justifican y compensan los amargos tiempos en los que no puedo tenerte a mi
lado. En algunos de esos preciosos momentos, llegas malhumorado, entristecido o
con el cansancio aburrido de la rutina. Pero esa incomunicación o desánimo, que
te provocaba dolor, pronto la compensas con el cariño de nuestra proximidad. Tú
y yo sabemos que podemos transformar esa oscura pesadumbre, a fin de que surja
en nuestros corazones la alegría, las sonrisas, los proyectos ilusionados, para
que la vida se torne más bella, sensible y hermosa. Cuando me abrazas, me
siento protegida y querida; cuando me miras, mis ojos pueden ver a través de
ti; cuando me hablas, tus palabras saben hacerme comprender y entender todo
tipo de complejidad. Te necesito, te siento, te amo. Tu Leyra”.
El bombazo anímico que para Anel supuso la lectura
de estas líneas, plenas de amor y sensualmente manuscritas en una cuartilla de
color rosa, fue de los que causan impacto. La relación entre ella y Asier había
sido aparentemente ejemplar, tal vez algo fría para lo sentimental en algunas
ocasiones, debido a las obligaciones profesionales de una persona que tenía que
estar de aquí para allá, viajando mucho y llegando a casa en horas tardías, bastante
cansado tras una ajetreada jornada. Pero de ahí a imaginarse que su marido,
buen padre en sus obligaciones básicas, pudiera estar llevando o interpretando
una doble vida, era algo que no se le había podido pasar por la cabeza, incluso
en esos tiempos de discusión o enfado a que todos los matrimonios se ven
abocados, por la vida relacional que necesariamente han de mantener. Lo que era
evidente es que el “bueno” de Asier había mantenido, desde hacía al menos doce
meses, un vínculo afectivo, secreto a su conocimiento, con esa otra mujer que
sabí a
expresar tan sensibles y amorosas palabras.
En unos pocos minutos sus sentimientos atravesaron
el camino de la sorpresa, la incredulidad, la convicción, el estallido de
indignación y rabia, junto al silencio depresivo posterior del rencor. Lágrimas
incontenibles recorrieron sus mejillas, durante largos y desdichados minutos.
El sábado por la mañana, después de Reyes, tras
dejar en la institución benéfica las cinco voluminosas bolsas que portaba en el
maletero, con toda esa ropa y zapatos de Asier, condujo hasta la casa de Norma.
La relación con la única hermana de su difunto marido era excelente, pues entre
las dos mujeres siempre había existido proximidad, no sólo en el parentesco
sino también por la formación y actividad jurídica que ahora ambas ejercían.
Norma la esperaba en casa, ya que previamente le había telefoneado al efecto.
Las niñas disfrutarían jugando con sus primos, mientras ellas hablaban de un tema
que le hacía sentirse profundamente infeliz y desgraciada.
Le hizo a Norma un planteamiento sereno, pero puntual,
mostrándole el contenido de esa carta que había quedado olvidada en el bolsillo
del blazer azul de Asier. Le extrañó, sobremanera, la falta de mímica o gestos
de asombro, por parte de su interlocutora. Pronto entendió la verdad de la
situación.
“Es un tema, también para mí,
complicado y difícil, querida Anel. Mi primer conocimiento del hecho que me
estás confiando fue una tarde, hará unos tres meses, en que los vi, tomando
café en el ático aterrazado de ese hotel que mira hacia el puerto. Fue algo ocasional
este encuentro, aunque me hizo dudar la actitud de íntima proximidad que ambos
mantenían. No me quise acercar a su mesa. Tan ensimismados y acaramelados
estaban, que Asier no se dio cuenta de mi presencia. Unos días después,
aprovechando que él vino a casa para entregarme un documento de nuestra madre,
le comenté dubitativa mi visión de aquel día en la terraza del hotel. Evitó
darme datos concretos aunque le vi un tanto confuso y nervioso, cuando le expresaba
mi sorpresa por la actitud que ambos estaban manteniendo. Sólo logré sacarle la
promesa de que esa situación relacional tendría que encauzarla en uno u otro
sentido. Nunca más tuvimos oportunidad de volver sobre este espinoso asunto. He
de confesarte que me dispuse a hacerlo en alguna ocasión pero, con franqueza,
no sabía si podría arreglar o empeorar una situación que repercutía a varias
personas … realmente se trataba de un tema delicado en extremo. Después llegó
ese fatal día, que tanto daño nos ha hecho a todos y que tan duro nos está
suponiendo poder sobrellevar”.
Poco a poco, Anel intentó superar este nuevo
impacto emocional, también pleno de desasosiego para su vida. De la tal Leyra
nada sabía. Salvo el texto de la carta y la fugaz visión que tuvo Norma,
aquella tarde en la terraza del hotel. Pero una noche, ordenando y eliminando
mucho del papeleo que Asier tenía en sus carpetas, se fijó en los resúmenes de
la entidad bancaria donde su marido tenía la cuenta personal, impresos muy bien
archivados y conservados. Repasó las anotaciones de los últimos meses,
llamándole la atención una cantidad de trescientos euros, que era ingresada
cada final de mes, en una cuenta a nombre de Ana F.C.
Los ingresos en esa cuenta se hacían siempre a final de la mensualidad y
siempre por la misma cantidad.
Con estos escasos datos se acercó a la entidad bancaria,
rogándole al interventor si podía aclararle el destino exacto de estas
transferencias de capital. Sobre todo, deseaba conocer alguna información más concreta
acerca de la persona destinataria “por si era
necesario continuar con esa aportación que su marido realizaba, cada uno de los
meses”. El empleado del banco, un gestor apoderado muy amable y eficiente,
tras consultar en su ordenador, se prestó a realizar una llamada al teléfono de
esa persona, llamada Ana, que aparecía en los listados, explicándole la
situación planteada por la ahora propietaria de la cartilla. Tras hablar unos
minutos con ella, le pasó el móvil a Anel.
“Sí señora, este señor ingresaba en mi
cuenta 300 euros cada mes, por unas horas de trabajo que semanalmente yo
realizaba en casa de una mujer joven, pero con visibilidad muy limitada.
Prácticamente nula. Yo me encargaba de
limpiar, ordenar un poco las habitaciones y, por supuesto, preparar algo de
comida para esta pobre chica. Iba dos veces a la semana, durante las mañanas de
los lunes y jueves. Pero hace unas semanas, la chica me comentó que nada sabía
de su amigo y que ella no me podía seguir pagando. Por eso dejé de trabajar
esas horas en su domicilio. Si es algo importante, no me importa darle la
dirección donde vive”.
Efectivamente, la tenacidad de Anel fue dando sus
frutos. Pudo conocer a una dulce y joven mujer que había aportado a su marido
ese sosiego, esa alegría, esa atracción o ese algo que ella no había sabido o
podido darle. Leyra había ido reduciendo de manera paulatina su visión, siendo
aún muy niña y, en la actualidad, su capacidad para ver el color y forma de los
objetos apenas alcanzaba el 12 % y sólo en uno de sus ojos. La triste historia
que había detrás de esta joven de veintitrés años hacia que ahora viviera
prácticamente sola en un pequeño apartamento, gestionado con la ayuda
parroquial y municipal.
La decisión a tomar era, sin duda, más que difícil.
Sin embargo, pudo en ella más la generosidad personal de su corazón, sobreponiéndose
a la lógica frustración afectiva como evidente esposa engañada. Anel hizo las
gestiones necesarias para que Ana continuara apoyando, en esas importantes
horas semanales, las necesidades básicas de Leyra. La comprensión solidaria y
la generosidad de valores debían estar por encima de cualquier otro tipo de pobreza
o rencor. Aun con ese conflicto interior en lo humano, sintió como iba serenamente
gozando esa perdida paz espiritual que con tanto ahínco y esfuerzo se esforzaba
en recuperar.-
José L. Casado Toro (viernes, 10 de Marzo 2017)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria.
Málaga
Soluciona tu problema de una vez por todas.
ResponderEliminarTestimonio vivo de ello.
(1) Si necesita su espalda ex.
(2) si necesita cura para la enfermedad del vih
(3) si necesita cura para la enfermedad de la piel
(4) si necesita cura para el virus Ebola.
(5) si necesita curar la enfermedad de la obesidad
(6) si siempre tienes malos sueños.
(7) Usted desea ser promovido en su oficina.
(8) Usted quiere que las mujeres / hombres corran detrás de usted.
(9) Si usted quiere un niño.
(10) Quieres ser rico.
(11) Usted quiere atar a su marido / esposa para ser
tuyo para siempre.
(12) Si necesita ayuda financiera.
(13) Cómo te han estafado y quieres
Para recuperar dinero perdido.
(14) si desea detener su divorcio.
(15) si desea divorciarse de su marido.
(16) si desea que se le concedan sus deseos.
contacto. Kakutaspellz@gmail.com o llame al +2349054872932
Http://kakutaspellz.wixsite.com/kakutatemple