Dos antiguos
amigos y vecinos de bloque, residentes en el nuevo Paseo Marítimo del oeste
malacitano, han decidido pasar este fin de semana disfrutando de la actividad
senderista. Julián, celador de enfermería y Telmo, maestro de educación primaria, se hallan en la
actualidad gozando de su bien merecida jubilación laboral. Su vinculación de
amistad viene ya desde muy lejos en el tiempo, pues ambos habitaron sus
respectivas viviendas prácticamente en el mismo período (años ochenta de la
anterior centuria) con motivo de sus enlaces matrimoniales, aunque Julián es
tres años mayor que su fiel compañero en la práctica de ésta actividades lúdicas.
El
mes de junio, tanto en la bahía como en el interior de Málaga, se torna muy
dulce y templado en lo térmico, aunque no faltan esos anticipos del viento de
terral que se hacen muy sufridos para soportar lejos de los climatizadores. Buscando
hacer un poco de ejercicio, estos dos buenos amigos han decidido realizar una sugestiva
caminata, recorriendo un paisaje, especialmente elevado sobre el nivel del mar,
que sabe combinar la dulzura primaveral con el frescor que su altitud
posibilita a los visitantes del entorno. Sierra Nevada,
en la provincia hermana de Granada, ofrece reconocidos y justificados atractivos
por su proximidad, belleza y el incentivo de la aventura.
De
mutuo acuerdo, ambos senderistas decidieron reservar dos noches en el coqueto y
muy recomendado Hotel El Guerra, situado a
medio camino entre la capital granadina y la estación invernal de Pradollano.
Eligieron este punto de residencia porque, durante los meses del verano, los demás
centros hoteleros de esta importante estación de nieve suelen cerrar, a fin de
preparar y organizar la próxima temporada de esquí que, como cada año, comienza
ya bien avanzados los meses otoñales. Reservaron
las noches del jueves y el viernes pues pensaron,
con acierto, que durante los fines de semana el número de personas que suben a
la Sierra se incrementa de manera notable. Ellos buscaban, fundamentalmente,
tranquilidad y practicar ese recorrido senderista
que tanto reconforta. Para esta ocasión, sus cónyuges decidieron no acompañarles.
Sabían de antemano que el objeto de esta estancia en Sierra Nervada era caminar
y caminar, a través largas distancia, tomar centenares de fotografías, a fin de
sustentar la memoria y, de manera
especial, descubrir nuevos e insólitos parajes, llenos de encanto, allá en todo
lo alto del esplendor penibético.
El
trayecto por carretera, Málaga–Granada, es corto en la distancia (apenas 120
kms) y bastante cómodo en su recorrido.
Al llegar a la ciudad de la Alhambra (o de los Cármenes, esos románticos
jardines aterrazados, plenos de aroma y color) los dos amigos entraron a la
circunvalación que vincula las distintas partes de la capital, lo que les
permitió tomar la carretera de la sierra, una vía muy mejorada en la
actualidad. Ya en el hotel dedicaron unas horas, antes del almuerzo, a
organizar el senderismo vespertino, visitando y consultando en el Centro de Visitantes del Parque Nacional de Sierra Nevada,
situado a un par de kilómetros del establecimiento hotelero. Sobre las cuatro y
media de la tarde, tomaron de nuevo el coche y se desplazaron, en no más de 15
minutos, a la zona del Albergue Universitario.
Tras aparcar en una amplia zona disponible, emprendieron la marcha a pie, dirigiéndose
hacia los llanos de Borreguiles. La tarde se presentaba muy agradable en cuanto
al tiempo atmosférico, soleada y con ese frescor de la sierra que equilibra la
intensidad solar sobre nuestra piel.
Caminaron
por espacio de más de dos horas, por unos terrenos cada vez más huérfanos de
vegetación. En cuanto al suelo, básicamente pedregales
repletos de miles de lascas, a consecuencia de un roquedo mil veces fracturado
por los intensos contrastes térmicos del sol, la nieve y el hielo, además de
las frecuentes ventiscas de la zona, ofrecía cierta dificultad para el paso
(especialmente por diversas zonas) para personas inexpertas o poco habituadas
para caminar por vericuetos inestables en la sustentación e incluso de alto
riesgo, si no se lleva un calzado adecuado para esas inestables superficies.
En
estas fechas de la temporada, la nieve había desaparecido de unos parajes,
situados a casi tres mil metros de nivel sobre el nivel del mar. A más altura,
quedaban aún esos emblemáticos neveros, zonas donde la nieve, convertida en hielo, conservaba
su presencia, en depresiones, oquedades y espacios determinados en el que el
deshielo, que nutre los numerosos riachuelos del río Genil, aún luchaba con una
temperatura cada vez más gélida, a medida que ascendemos. No debe olvidarse de que
cada mil metros de altitud provoca un descenso térmico, de unos seis grados en la
indicación de los termómetros.
Entre
todos los neveros que aún se mantenían, durante estos días intermedios de
junio, destacaban aquéllos que de forma intermitente tapizaban las agrestes
laderas del majestuoso Pico del Veleta, elevado
a casi 3.400 metros sobre el nivel del mar. Es la cuarta cumbre más alta de España
y la segunda en esta cordillera Penibética, por detrás del Mulhacén, que
alcanza unos ochenta metros más en su altura. Su esbelta forma a modo de una
vela de barco, con esos tajos agrestes de una montaña que mira y acaricia el
cielo, es junto al monumento de la Virgen de las
nieves y el Mulhacén, uno de los más
fotografiados y visitados por parte de los numerosos visitantes que se adentran
en este amplio espacio que nos regala la naturaleza. Toda esta elevada zona
corresponde a los términos municipales de Dílar, Monachil, Güejar Sierra y
Capileira, pueblos con encanto en la ciudad de Granada.
Llevaban
caminando ya más de tres horas, por superficies llenas de dificultad. En muchos
espacios los senderos habían desaparecido y había que ir pisando sobre lascas y
grandes pedregales, en donde la sustentación era peligrosa, porque esos trozos
de roca gris no estaban, en su mayoría fijados al suelo, con lo que el riesgo
de caída al apoyar mal los pies era evidente para los senderistas del lugar. El cansancio iba minando la resistencia de Telmo y
Julián, personas que soportaban ya más de seis décadas en sus vidas y que
practicaban la actividad senderista muy de tarde en tarde. Siguieron subiendo y
bajando las laderas de las numerosas y escarpadas colinas, cruzando esos
riachuelos que el deshielo primaveral ejercía sobre los restos hídricos helados
y la filtración de las aguas, conformando pequeños brazos hídricos que enriquecen
y avenan la artería fluvial madre del río Genil.
Aparte
de ese roquedo fracturado en miles de piezas, mezclados con un matorral altamente
degradado, espinoso y resistente a las bajas temperaturas, sólo se cruzaron con
algunos rebaños de vacas y cabras, que pastaban
por el lugar, pero sin hallar al pastor cuidador que las vigilara. Después de
haber estado caminando, prácticamente sin parar durante varias horas, tuvieron
que poner algún freno a su desplazamiento, ya que la altura en la que se
encontraban dificultaba la respiración ante la
baja concentración del oxígeno en el aire, provocando e intensificando el
cansancio orgánico. Cada vez tomaban más agua de sus cantimploras y también
consumieron algunos frutos secos, buscando la necesaria compensación
energética.
Cerca
ya de las ocho y media de la tarde, analizando
el estado físico que sus respectivos organismos soportaban, decidieron dar la
vuelta, camino de la zona del Albergue, por unos vericuetos que ellos
consideraban interesantes y necesarios atajos a fin de ahorrar metros a la ya
muy larga caminata. No fue una decisión acertada esta estrategia, pues tras
recorrer espacios de subidas y bajadas por numerosas laderas, cada vez veían
más alejado el punto referente que era el monumento de la Virgen de las Nieves.
Pasaban los minutos y la resistencia física de ambos compañeros se degradaba, sobreviniéndoles
una cierta angustia anímica pues, aún en
silencio, Julián y Telmo iban tomando conciencia de que se hallaban perdidos, en la continuidad de unos amplísimos espacios
que siempre parecían iguales. Paulatinamente, el sol iba retirando su cobertura
térmica y luminosa. Una continua brisa, cada vez más helada, atenazaba a dos cuerpos
que habían calculado inadecuadamente el esfuerzo a realizar.
Sacaron
fuerza de flaqueza de unos organismos próximos al agotamiento. Caminaron y caminaron,
con pasos lentos e inseguros pero cada vez había menos luz y visibilidad, más
frío y una angustiosa desorientación para unas piernas que se negaban atender
la voluntad de la inteligencia. Llegó un momento en que Julián tuvo que encender la linterna de su móvil (el
teléfono de Telmo había perdido toda la carga de electricidad) a fin de poder
señalar mínimamente el lugar por el que ambos tenían que pasar. Al no ser un
terreno llano, los errores en la sustentación podían provocar resbalones y
caídas muy peligrosas para dos cuerpos sesentones. Más que hambre, padecían
necesidad, intenso cansancio y un indisimulado nerviosismo, pues nunca se
habían visto en tan ingrata y peligrosa tesitura senderista. Lo más dramático
era no saber exactamente dónde se encontraban,
la casi nula visibilidad y la falta absoluta de fuerzas para mover sus piernas.
Tomaron asiento en una zona levemente inclinada, a fin de recuperar algo de energía.
El reloj marcaba las 10:45 de la noche. Seguía
sin haber cobertura o señal de telefonía, a fin de efectuar alguna llamada de
socorro.
Afortunadamente
no era invierno. Pero la perspectiva de pasar toda una madrugada bajo la fría
intemperie, con apenas unos restos de frutos secos y dos cantimploras casi
vacías de agua, suponía un panorama un tanto
desalentador. Apenas tenían el ánimo para hablar, pero entendían que aún
era más desaconsejable el silencio. Uno y otro se intercambiaban algunas palabras,
agradables o tranquilizadoras, con la
intención de mantener “encendido” el calor de la paciencia. Y así permanecieron
allí sentados, sin percibir apenas nada que no estuviese a unos centímetros de
distancia. Se abrigaron en lo posible, con alguna prenda que llevaban en sus
mochilas y se dispusieron a esperar y, tal vez, a dormitar.
Pasaron
los minutos y seguro que también horas en el tiempo. Quiso el destino que, en
un momento concreto, percibieran a lo lejos algo parecido a una débil luz que se movía. La carga de batería en el
móvil de Julián estaba ya bajo mínimos. Vieron en su relojes que las manecillas
marcaban ya las 2 y veinte de la madrugada.
Agitaron la débil luz de la linterna, con el ánimo de que aquella otra lejana
lucecita percibiera la señal de socorro.
En
la inmensidad de la noche, ambos puntos de luces coordinaron. Pasaron veintitantos
minutos hasta que el portador de una linterna, fija en su gorro de lana, llegó
hasta donde se encontraba la veterana pareja de senderistas aficionados,
perdidos y con sus organismo exhaustos. El fornido caminante se llamaba Alan y era de origen galés. Aparentaba estar en la
cuarentena de edad y su profesión era la de técnico informático, de baja
temporal por estrés. Parece ser que era persona diestra en el ejercicio de la
bebida. Un profundo sueño, a altas horas de la tarde, tras ingerir su constante
cargamento etílico, le había hecho despertar más allá de las doce de la
madrugada. Se movía en la oscuridad de la noche, gracias a su potente linterna
y a un sofisticado GPS, que había comprado a su paso por Londres. Su
conocimiento del español podría considerarse como medio/bajo, pero suficiente
para comunicar con Telmo y Julián, a los que facilitó, generosamente, el
contenido de una botella de agua isotónica, algo de chocolate y un par de
manzanas. Él se conformaba con seguir tomando de sus “petacas” el reconfortante
licor que contenían.
Tras
recuperar algo de calma y energía, siguieron el camino que les iba marcando
Alan y su GPS, a un paso relativamente lento para evitar una posible caída.
Cuando al fin alcanzaron la zona del Albergue Universitaria, donde estaba
residiendo Alan, eran ya las cuatro y cuarto de la
madrugada. Tras agradecer efusivamente la ayuda recibida ayuda,
prometieron seguir en contacto con el providencial ciudadano galés a través del
correo electrónico, cuyos datos intercambiaron. Tomaron su vehículo y en veinte
minutos aparcaron junto a su hotel “El Guerra”. Sin quitarse la ropa, se
echaron encima de sus camas, donde no se despertaron hasta la hora del
almuerzo, gracias a una llamada telefónica que les hizo la Srta. de recepción.
Ya
aseados y con el necesario alimento en sus organismos, dedicaron la tarde del viernes a pasear por la bella magia
urbana de Granada. Subieron al barrio del Albaycín y terminaron la tarde
contemplando la sin par puesta del sol desde el Mirador de San Nicolás, con el
majestuoso embrujo de la Alhambra al fondo del paisaje.
En la mañana del sábado, tras el desayuno, emprendieron
su vuelta a Málaga, llevando en su conciencia y memoria una lección bien aprendida. Aún en parajes bien conocidos, como es
el Parque Natural de Sierra Nevada, los aficionados al senderismo han de
extremar la organización y el cuidado de los trayectos que pretendan recorrer. Especialmente
Julián y Telmo, buenos aficionados pero no expertos en recorrer la naturaleza,
que sufrieron la dura experiencia de verse perdidos, en pleno de junio, por los
pedregales nocturnos de un complejo monumental, que en sus más de tres mil
metros de altura, suscita un profundo clímax emocional y afectivo al visitante.
A buen seguro, la “Virgen de la Nieves”,
Señora de la bella naturaleza granadina, cuidó y protegió la suerte de Telmo y
Julián.-
José
L. Casado Toro (viernes, 1 de Julio 2016)
Antiguo
profesor I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga
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