Desde
la más remota antigüedad la actividad comercial
ha sido un elemento necesario, imprescindible, sustancial, en el comportamiento
habitual de las personas. La producción y el intercambio de mercancías siempre
permanecerá vigente entre todos los grupos sociales, desigualmente repartidos
entre más contrastados espacios regionales de nuestra geografía. Ya sea en el
modesto puesto callejero, en la versátil tienda de barrio, en los
diversificados supermercados o en los espectaculares macrocentros comerciales, en
todos esos puntos de venta los ciudadanos buscan y encuentran aquellos
productos necesarios para su alimento, su vestimenta, su salud, su ocio, su
ornato o simplemente para complacer el capricho personal que a unos y otros
identifica.
Es
evidente que disponemos de tiendas grandes y pequeñas, de comercios en
monoproductos o de opciones heterogéneas entre los artículos ofertados, las hay
que se hallan cercanas a nuestros domicilios a aquéllas otras que exigen un
transporte para su uso y disfrute. Todas
ellas, antiguas o modernas en su conformación constructiva o decorativa
son, de una u otra forma, inexcusablemente útiles para abastecer y satisfacer nuestras
diarias necesidades. Y, entre todos esos calificativos comerciales para el
contraste, quiero detenerme en uno de ellos, muy apropiado para esta época
estacional en la que late la dulce primavera y vemos acercarse la no menos
grata estación meteorológica que tan bien nos conforta, como son los meses
estivales del verano: el comercio de productos para la
sonrisa.
En
realidad, sea cual sea la estación meteorológica que consideremos, hay
comercios que, en la apreciación popular, suelen ser considerados como “alegres”. Con esto no quiere decirse que haya
establecimientos específicamente “tristes”, por más que la actividad que llevan
a efecto o en la apariencia que muestran ante el público consumidor, no se
hallen especialmente identificados con esa positiva palabra que nos ayuda a
sonreír.
¿Cuáles son esos establecimientos que generan por sí mismos
una cierta alegría?
Los “puestecitos” de chucherías y golosinas, que hacen
disfrutar a los niños y también a muchos mayores; las floristerías
especializadas o los tenderetes callejeros, con preciosos ramos y macetones de
flores; las suculentas y refrescantes heladerías,
que ofertan mil y un sabores de combinaciones para el placer en los días de
calor; las librerías infantiles, con divertidos ejemplares
para la lectura y el deleite de aquellos que son más jóvenes en la edad; las muy
apetitosas confiterías, con los sabrosos
productos que tanto agradan y amenazan al tiempo el equilibrio de nuestra
silueta; las tiendas de juguetes, para todos
aquellos que saben apreciar el entretenimiento imaginativo, realizado de forma
individual o en acción colectiva; las tiendas de ropa y
mobiliario infantil, especialmente para todos esos bebés que representan
y protagonizan una nueva esperanza a la vida…..
Veamos
algunas historias, acaecidas es estos lúdicos y agradables establecimientos.
Jonás, es propietario de un muy bien organizado
puesto callejero de chucherías y golosinas, establecimiento que heredó de su
padre y que, con esfuerzo y constancia, se encargó de modernizar en su estructura
y apariencia externa. Los repletos y variados expositores de cromáticas y apetitosas
mercancías, la iluminación y cartelería con que resalta la ahora renovada (con
albañilería, cristal y metal) tienda de caramelos y otros productos afines, su
ubicación estratégica, en una confluencia de importantes arterias viarias, muy
próximas a centros comerciales del nuevo centro urbano, todo ello facilita la
atracción de una numerosa chiquillería que reside en los densificados bloques que
conforman la zona.
La
infantil y ruidosa clientela acude a la tiendecita de Jonás especialmente por
las tardes, al finalizar el horario escolar. También las ventas se incrementan
durante los fines de semana, siendo los sábados y los domingos días de numerosa
clientela. También, por supuesto, la época vacacional es muy apropiada para las
ventas, de manera destacada durante los meses cálidos y horas prolongadas de
juego que presiden el calendario estival.
Desde
hace unas semanas, dos señoras acuden juntas a
su puesto de caramelos para comprar un buen cargamento de diversas golosinas,
mercancías con las que llenan una espaciosa bolsa de plástico. Este vendedor se
ha fijado en que estas dos personas, mujeres de muy avanzada edad
(probablemente, casi octogenarias) que muestran su carácter apacible y el
caminar despacio, eligen la tarde de los jueves para realizar su apetitosa y
atrayente compra.
Entre
los productos más demandados por esta sugerente clientela están las bolsitas de
pipas de girasol y, también, de cacahuetes, esas alargadas “gominolas”
de colores, chicles, caramelos
diversos (especialmente los de naranja, limón y cola) y esas barritas de regaliz rígido, que Jonás trae de un fabricante de
Murcia y que no son fáciles de hallar en otros tenderetes. Dado el interés que
manifiestan las dos simpáticas “abuelitas” por los productos tradicionales, ha
tenido también que solicitar, a su distribuidor provincial, bolsitas de altramuces, también cada vez más vendidos entre la
glotona chiquillería.
Ya
era el cuarto jueves consecutivo en que Adela y
Clara aparecían delante de su ventana para la
atención de la gozosa clientela, ambas con su típicas sonrisas de “niñas
traviesas” mirando con indisimulable apetencia las chuches ofertadas en los numerosos
expositores. Como siempre solía hacer, saludó a sus fieles compradoras, comentando
en esta ocasión esa amable frase de “¿Qué tal
están, señoras? Ya vienen para hacer una buena compra, con que alegrar y
recibir las sonrisas de sus nietecitos ¿verdad?”
Las
dos “abuelas” se miraron divertidas. Viendo el interés de Jonás, por conocer algo
de sus vidas, se prestaron a echar un ratito con su interlocutor, a fin de
explicarle el misterio de tantas compras semanales en su atractivo puestecito.
Adela, con una apariencia de intensa bondad, era la más expresiva de entre las
dos muy veteranas compradoras de golosinas.
“Somos dos amigas, ya muy mayorcitas, valga la expresión,
que vivimos en bloques cercanos. Nos conocemos desde cuando eran mocitas,
adolescentes. Ninguna de nosotras tenemos nietecitos con los que disfrutar. Ya
crecieron y ahora pensamos en que, a no tardar, lo que hallaremos será la
experiencia de convertirnos en bisabuelas. En realidad, estas chuches de los
jueves las guardamos para la tarde de los sábados y los domingos, cuando nos
reunimos con otras amigas de nuestra “generación”. Cada fin de semana, en el
domicilio de una amiga diferente. A nosotras dos nos corresponde llevar las
chuches. Otras traen el bizcocho, las “medias noches”, mientras que el
chocolate lo prepara la anfitriona de la reunión. Jugamos a las cartas, al parchís
y, a veces, vemos alguna película…. Por supuesto que nos gusta disfrutar de
estas golosinas tan apetitosas. En total nos reunimos siete amigas. Cuando
éramos pequeñas, nuestras familias pasaban mucha necesidad. No nos podíamos
permitir comprar unos cacahuetes o caramelos, salvo en ocasiones muy
especiales. Ahora que tenemos nuestra jubilación, gozamos con todos lo que
podemos comprar, aunque tenemos que tener cuidado con los achaques de la edad.
¡Si nuestro médico de cabecera se enterara!”.
Aquel
día, Clara y Adela partieron felices con sus su gran bolsa de golosinas que, en
esta ocasión fueron incrementadas con unas chocolatinas que Jonás añadió como
regalo. Además de la habitual demanda infantil, estas dos fieles clientas
añadían un cierto “glamour” escénico y emocional a su entrañable puestecito de
caramelos y chuches.
Ahora
nos trasladaremos a otro concurrido espacio, de entre los considerados “felices”
o alegres.
La
regularidad es un referente positivo en el comportamiento de muchas de estas
personas. Ahora, con el elevado nivel térmico de Julio, Borja acude cada noche, después de la cena, a una heladería que está situada a dos manzanas de su
domicilio. Previamente a la ocupación de una de las mesa disponibles, este
joven se dirige a la barra donde solicita su consumición. Le agrada siempre
tomar una granizada de limón ya que, con la misma, evita la sobrecarga de
azúcares y productos lácteos que se añaden a la preparación de las cremas
heladas. A esa tardía hora del día son numerosas las familias que se desplazan
a este alegre establecimiento, pues en él pasan un buen rato dialogando y
aprovechando el grato frescor de la noche. Bien es verdad que también algunos
días combate el viento de “terral” padeciéndose un intenso calor, aunque la frescura de los
productos que se sirven en la heladería amortiguan el ingrato viento del norte
cargado de temperatura y sequedad.
Los
expositores acristalados de cremas heladas son
traviesamente tentadores para los apetitosos estómagos. Entre los variados
tipos de helados están el de Tutti-frutti, las diversas cremas de chocolate, vainilla,
turrón, bienmesabe, after-eight, dulce de leche, fresa, chicle, regaliz,
piñones con nata, naranja, mango, limón, plátano, mel ón, frutas del bosque, yogurt, y un largo etc. que
sólo depende de la imaginación y habilidad del maestro heladero. Todos estos
apetecibles manjares ponen a prueba la voluntad y autocontrol de los golosos
clientes ante la magnitud y presentación de tan espectacular oferta.
A Borja,
veintisiete años de edad, que en la actualidad está preparando unas oposiciones
para la Administración de Justicia, le agrada permanecer en la heladería un
buen rato, en ocasiones hasta más de una hora. En estas estancias dilatadas,
suele repetir la consumición. Siempre acude solo al
establecimiento, aplicando ese tiempo para descansar de los libros y
apuntes, en un entorno donde los niños juegan y los mayores dialogan, entre
toma y toma de la dulce crema helada que han elegido. Así lo hace (es una
estampa repetida) muchos de los días de la semana. En este grato ambiente
nocturno, logra liberarse un tanto de todos esos pequeños y mayores problemas
que, en esta etapa de su vida, le pueden condicionar.
Una
de esas noches, tras solicitar su vaso de granizada en el mostrador, Mara, la chica que habitualmente atiende la barra, le
indica que ese día no le va a cobrar por la consumición. Borja, gratamente
extrañado, le pregunta por el motivo de
tan amable gesto. La joven le hace una señal explicativa, dándole a entender
que cuando se encuentre más descargada de trabajo acudirá a su mesa para darle
la respuesta solicitada. Desde su asiento, observa la actividad multifuncional
de esta empleada, que es capaz de atender a más de un cliente a la vez. Pasan
los minutos y ya cerca de la medianoche, Mara, con su carácter abierto y
desenfadado, acude a la mesa de Borja.
“Eres uno de nuestros mejores clientes. Son escasas las
noches en que faltas a tu “cita” con este tiempo en la heladería. Y hoy he
querido que la consumición te haya resultado gratuita. Lo que me impresiona es
que vengas siempre solo y permanezcas, tantos minutos, en la suma de las
noches, sin articular palabra alguna. En tu mente deben andar muchas cosas y
pienso que a veces no es bueno dedicar tanto tiempo a esos pensamientos. Pero
en fin, tu sabrás lo que haces. Igual hablo demasiado y pensarás que entro en
terrenos que te pueden molestar”.
“No,
no tienes porqué disculparte. Agradezco tu franqueza y lo amable que has sido
con la invitación de esta noche. Si tienes un par de minutos, te explico
algunas cosillas para que entiendas mejor al cliente misterioso que todas las
noches acude a vuestra heladería.
Te
aseguro que estos ratos que paso aquí sentado, tomando una granizada y rodeado
de familias y parejas que disfrutan con sus helados, me hacen mucho bien. Llevo
unos meses en que se me acumulan los problemas, familiares, laborales, el
esfuerzo ante esas oposiciones que veo tan lejanas, alguna cosa de naturaleza
afectiva … total, que me vengo aquí, a la brisa de la noche y me sosiega ver a
algunos críos que juegan sanamente, a las familias que comentan los avatares
del día, a todas esas parejas, con sus miradas y requiebros y, por supuesto,
esa oferta de los helados que con tanto primor sabéis preparar. Probablemente
éste sea para mí el momento del día en que me encuentro mejor”.
Mara
y Borja supieron encontrar, en cada unas de las noches, esos minutos oportunos para
intercambiar palabras y confidencias que a los dos tanto bien les hacían. Sin
embargo aquel día la joven no se encontraba tras el mostrador de los helados.
Borja pensó que tal vez sería su jornada de descanso y no le dio mayor
importancia a la ausencia de la que consideraba una buena amiga. Pero, en la
noche siguiente, tampoco la halló en su puesto de
trabajo. Otra chica se encontraba en su lugar. Pensó ¿es posible que
haya sido despedida por el dueño del establecimiento? No se lo pensó más y le
preguntó a éste si le ocurría algo a la empleada que todas las noches le servía
su granizada de limón. Con la información precisa, a la mañana siguiente se
dirigió al Hospital Clínico Universitario, para interesarse por la salud de
Mara, la cual había sido operada de urgencia, tres días antes, por un severo
problema estomacal.
Han
pasado los meses y, en la actualidad, estos dos jóvenes forman una pareja muy unida,
pensando cada día en ese futuro que quieren recorrer y construir juntos. En un
contexto de comercios alegres, esta sencilla y saludable historia genera el
limpio aroma de la esperanza.-
José
L. Casado Toro (viernes, 17 Junio 2016)
Antiguo
profesor I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga
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