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viernes, 19 de agosto de 2016

LUCES DE PELIGRO, EN LA FRÍA NOCHE DE UNA CARRETERA SECUNDARIA,


Un vehículo circula, manteniendo una moderada velocidad, por la zona de la alta Andalucía oriental. La naturaleza de la vía, una carretera nacional de doble sentido y con numerosas curvas, desaconseja superar los 70 kms/hora. Al volante del mismo se halla un único viajero, Romano De la Iglesia quien, a sus cuarenta y nueve años de edad, ejerce como representante comercial en una importante empresa de productos farmacéuticos. Es viernes noche y teme llegar demasiado tarde para la cena a su domicilio familiar, situado en el barrio de la Cartuja granadino, donde le esperan su mujer Custodia y la única hija de ambos, Nydia, que ha comenzado durante este otoño sus estudios de Grado en Educación Primaria.

Esta semana ha sido especialmente intensa en la agenda de este activo profesional de la industria química. Ha tenido que realizar numerosas gestiones con profesionales de la medicina pública y privada, por diversas localidades de las provincias de Córdoba y Jaén. Al anochecer de este Noviembre lluvioso, Romano ha terminado su última entrevista de trabajo más allá de las siete y media y sabe que aún le quedan aproximadamente unas tres horas de conducción hasta su domicilio, contando con que tendrá que parar en algún punto del trayecto a fin de tener un pequeño descanso y tomar alguna infusión. Aprovechará esos breves minutos de recuperación física para volver a contactar telefónicamente con su mujer, concretándole si llegará a tiempo para compartir juntos la mesa.

En la radio de su automóvil ha insertado un CD grabado con piezas de música clásica, modalidad a la que es buen aficionado. Esos gratos sonidos le ayudan a sentirse algo más acompañado en su viaje por estas estrechas vías secundarias, únicamente iluminadas por los dos faros del coche, salvo en puntos aislados de casitas rurales que reflejan alguna débil luz entre la brumosa la vegetación.

Tras detenerse brevemente en una perdida venta de carretera, después de unos ciento cincuenta kilómetros de marcha, reanuda su viaje sabiendo que aún habrá de recorrer casi la misma distancia hasta llegar a Granada, probablemente sobre las once de la noche. La marcha de su viejo Citroën se torna bastante cansina, pues no puede acelerar por una vía limitada a un máximo de 80 kms/h. Superar la velocidad establecida le ha supuesto varias infracciones de tráfico, siendo estas multas gravosas para un sueldo básico, sólo incrementado con las comisiones en la venta de productos. La empresa le abona unas dietas para estos desplazamientos y el coste del combustible, todo ello muy controlado por el departamento de contabilidad.

En el seno de la oscuridad de la noche, divisa a lo lejos unas luces amarillas, en estado de intermitencia. Desde hace bastantes kilómetros, no se ha cruzado con ningún otro vehículo. La circulación, a esas avanzadas horas del viernes, es muy escasa, por esta larga carretera secundaria que le ha de llevar hasta la autovía general. En pocos minutos se va acercando a ese punto de luces, de tonalidad entre amarillo y anaranjado.

Cuando está a corta distancia, reconoce que esas luces proceden de un automóvil parado en el estrecho arcén opuesto a su marcha, lo que obliga al mismo a ocupar algo de la calzada. Los faros de su vehículo apenas permiten distinguir dos siluetas, fuera del coche, que parecen ser las de un hombre y una mujer. Una de ellas mueve sus brazos, llamando la atención al conductor que circula en sentido opuesto a la dirección que ellos ocupan.

Deduce, en la necesaria lógica de muy escasos segundos, que le están pidiendo que se detenga. Sin duda, necesitan algún tipo de ayuda. Su primera intención, es aminorar la marcha y parar, en el casi inexistente arcén que tiene a su derecha. Pero también, en esos brevísimos segundos, le vienen a la mente algunas de las noticias y leyendas urbanas, acerca de ese supuesto accidente con que te encuentras en la carretera, en medio de la oscuridad de la noche. Después resulta que todo es un teatral simulacro, para obligar a detenerte. Cuando bajas del vehículo, a fin de ofrecer la ayuda que te están solicitando, el montaje se desvela y el aparente siniestro o avería mecánica resulta que no es más que una escenificación para perpetrar un desagradable  delito de robo o agresión personal.

En centésimas de tiempo, levantó el pie del freno y continuó su marcha. Ante la disyuntiva a tomar, durante muy  breves segundos, el sentido de la prudencia, junto a la autoprotección, se superpuso a la obligación cívica y solidaria, recogida en la normativa legal, de ayudar en carretera o en cualquier otra circunstancia, a todo aquel que manifiestamente la necesite o demande. Recorre así unos tres o cuatro kms. sumido en una profunda confusión anímica. Se dice sí mismo: “he debido parar, he debido parar, he debido parar”. Pero, a continuación, añade:

“¿Y si todo es una trampa? Verme robado, agredido o humillado. No puedo poner en riesgo mi vida pues, por encima de mi propia seguridad, está Custodia y mi hija Nydia …”

Una y otra vez, el representante De la Iglesia, vuelve a repetir en su conciencia la misma cantinela, sopesando los pros y contras de la decisión que ha adoptado en cuestión de segundos. El pensar que aquellas personas pudiesen estar heridas o con algún problema orgánico, o que tuviesen el vehículo averiado allá en el vacío de una noche, cuya temperatura se iba haciendo paulatinamente cada vez más baja, le desasosiega profundamente, incrementado de manera notable su estado de tensión nerviosa.

Tras esos pocos kilómetros de marcha, desde su sorpresivo encuentro con las luces de peligro, Romano observa que a corta distancia aparece un vetusto ventorrillo, con sus luces encendidas de una baja intensidad. Aparca el coche y entra en el interior, tras empujar una vieja puerta que chirría nada más tocarla. En aquel reducido espacio, donde predomina la madera ennegrecida por la humareda del hogar y con un fuerte olor a taberna descuidada y refritos cárnicos, no hay otro cliente más que él. El ambiente que ofrece el inquietante establecimiento es un sumo deprimente. El ventero, una persona entrada en años, mal aseada y con el semblante adormilado, le “pregunta” con la mirada y un gesto mímico qué va a tomar. El resto de un cigarro, ya casi quemado, permanece atrapado entre los labios de una boca (un tanto desdentada, como después pudo comprobar) no muy amiga de pronunciar palabra alguna.

Pide un café con leche, pues la baja temperatura de la noche no invita al consumo de cervezas u otro tipo de bebidas. Mientras saborea la infusión, le sigue dando vueltas a la insolidaria respuesta que ha dado a esas dos personas que reclamaban su ayuda al borde de la carretera. Cada vez más abrumado por su conciencia, paga la consumición a ese silencioso y desagradable tabernero, de ojos picarones y barba descuidada con un par de días sin rasurar. Con los nervios “a cuestas” cambia de actitud y decide volver a recorrer esos tres kilómetros que lo separan del posible vehículo accidentado. Las manecillas del reloj siguen su curso y este nuevo cambio de conducta le va a retrasar aún más la llegada a casa por lo que, antes de abandonar el fantasmagórico establecimiento, envía un nuevo whatsapp a Custodia, su mujer.

En pocos minutos llega de nuevo a ese punto de la solitaria carretera, donde estaba el Peugeot 307 gris plata con las luces intermitentes de peligro. Allí seguían esas dos personas, que de nuevo le hacen señales con los brazos para su detención. Romano siente miedo y desconfianza acerca de lo que se puede encontrar. Si aquello es una trampa urdida para atracarle, se verá atrapado en medio de un acto de delincuencia que le provocará imprevisibles y negativas consecuencias. Sin embargo está su conciencia, con ese martilleo constante que le recuerda su responsabilidad ante personas perdidas en una solitaria carretera. Sin duda, están reclamando ayuda. Sin duda, es una disyuntiva o situación muy complicada de resolver.

Efectivamente, se  encuentra con un chico joven, de unos veintitantos años y su acompañante, una mujer de parecida edad. Le comentan que se han quedado sin combustible, por alguna imprevisión o fallo en el marcador del depósito. Se dirigían hacia Extremadura y no sabían dónde se podía encontrar la estación de servicio más cercana. En más de hora y media que llevaban allí parados, sólo el coche de Romano había pasado por delante de su vehículo. Le agradecen profundamente que hubiera dado la vuelta, a fin de atenderles en su necesidad. Ambos comprendían que detenerse en una carretera de escasa circulación y a esas horas de la noche (el reloj marcaba ya las 10:15 h, en Noviembre) suponía tentar al imprevisible riesgo de la suerte.

Se disculpa por no haberse detenido en la primera ocasión, cuando vio sus señales. Les explica que, dada las historias que había leído en los medios de comunicación y en los comentarios populares, sintió una intensa preocupación de que un supuesto accidente pudiera ser el encubrimiento para atracarle o producirle algún tipo de agresión. Les ofrece su vehículo para trasladarles a alguna estación de servicio, donde pudiesen comprar algunos litros de combustible, a fin de poder reanudar su marcha.

En ese preciso momento aparecen, desde distintos puntos ocultos tras el arbolado, otras dos personas que, a tenor de las cámaras que llevan consigo, indican claramente su profesión de periodistas. Incluso alguien enciende algún punto de luz instalado dentro del vehículo sin combustible. Los cuatro jóvenes, vinculados a una empresa mediática se disculpan a su vez con Romano, explicándole que están realizando un reportaje sobre la solidaridad de los automovilistas en carretera. Dicho reportaje después lo ofertan para su emisión a través de diversas cadenas de la comunicación audiovisual. Habían estado grabando la actitud del atribulado representante, con cámaras ultrasensibles, las cuales podían operar en zonas de oscuridad o con muy bajo nivel de luminosidad. 

Cuando De la Iglesia al fin alcanza a su domicilio, en la zona del Realejo granadino, pasaban unos minutos de la una y media de la madrugada. Custodia, aún despierta, ha permanecido esperándole. Nydia ya descansa en su cuarto. A pesar de las llamadas telefónicas recibidas, la mujer se mostraba un tanto intranquila acerca de los curiosos avatares que su marido le había ido comentando durante su viaje de vuelta. Pero lo importante era que, aunque tarde, ya se encontrara en casa y con esa gran anécdota o experiencia por detallar.

Aproximadamente un mes más tarde de estos hechos, acaecidos en la fría noche de una carretera solitaria, el controvertido representante recibió una carta, procedente de la empresa audiovisual a la que pertenecían los imaginativos reporteros de la escenificación. En la misiva, le explicaban el día, hora y cadena en la que el programa sería emitido. Precisamente, en esa determinada fecha, un servicio de mensajería urgente entregó en el  domicilio familiar un pequeño paquete. Dentro del mismo venía un regalo de joyería para Custodia, la mujer del improvisado “actor” en el “reality show” o peculiar simulación escénica, acaecida en una noche desapacible de Otoño.-

José L. Casado Toro (viernes, 19 de Agosto 2016)
Antiguo profesor I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

viernes, 20 de mayo de 2016

EL INSÓLITO COLECCIONISTA DE SONRISAS.

Resulta bastante probable que, a lo largo de nuestro tiempo, hayamos tenido relación con personas entregadas a la práctica del coleccionismo. Podríamos citar, a poco de que busquemos en nuestra memoria, numerosos ejemplos de familiares, amigos y conocidos, aficionados a la entretenida práctica de ir juntando objetos de la más variada tipología. Esta curiosa actividad no se lleva a cabo sólo para distraer las horas sino que, en ocasiones, la extremamos y convertimos en un incentivo, tan profundo y visceral, que provoca el desequilibrio y, consecuentemente, el más que profundo desasosiego.

Unos y otros poseemos en el recuerdo aquellas imágenes afectivas de nuestra infancia. En esas tempranas edades, ya nos agradaba juntar lo que denominábamos “mis pequeños tesoros”. Normalmente coleccionábamos estampas y fotos, relativas a películas, modelos de coches, futbolistas, actores o artistas del cine o algunas historias relativas a nuestros grandes héroes de los tebeos. Todavía hoy, cuando percibo el aroma de una tableta de chocolate o las veo alineadas en los estantes comerciales, no puedo por menos que recordar la ilusión que sentía en aquellos lejanos años, no sólo por la dulzura del grato manjar, sino también por ese par de estampas que acompañaban al producto, ubicadas entre el envoltorio y el papel de aluminio que cubría la tableta. La tradicional y prestigiosa marca Nestlé facilitaba, al efecto, unos álbumes, donde había que pegar esas atractivas estampas a fin de ir completando la colección.

Por supuesto que nuestro esfuerzo no sólo se centraba en acceder a las apetitosas tabletas de chocolate sino que, una vez abiertas las mismas y, tras comprobar que ya teníamos alguna estampa repetida, había que proceder a la fase de intercambiarlas por aquellas otras que nos faltaban a fin de completar el álbum, tarea que podía resultar en ocasiones no exenta de dificultad. Siempre había alguna lámina o estampa que se introducía, en muy escasas unidades, dentro de las tabletas. Era, por consiguiente, la “joya” preciada por conseguir. El coste en el intercambio suponía dar varias estampas, a cambio de esa otra que nos faltaba o, incluso además, realizar algún mandato o capricho para el poseedor de tan preciada imagen. 
  
Ya de mayor, las personas también solemos ser aficionadas a coleccionar objetos de la más diversa naturaleza. Los ejemplos son muy heterogéneos. Las cucharillas, con los anagramas de muchas ciudades; los dedales de cerámica; las figuras de muchos animales, especialmente gatos y búhos; los más raros y sofisticados relojes; los preciados discos de vinilo; centenares objetos de vidrio; los artísticos cuadros de pintura; los interesantes sellos de correo, utilizados para el franqueo ordinario; las casitas de cerámica, alusivas a la arquitectura de muchas nacionalidades; monedas, joyas, incluso coches (para aquéllos que tienen posibilidades económicas de hacerlo) fotos y láminas antiguas, latas de refrescos vacías, utilizadas en diferentes países, muñecas de las más hermosas tipologías … y así un largo y heterogéneo etc.

En este contexto resumamos una bella historia, de la que fui partícipe hace ya unos cuantos años, relativa a esta curiosa afición.

Con esas prisas infundadas, con que banalmente nos vemos acelerados, realizaba una mañana el rutinario repaso de la prensa digital. Sueles centrarte en cuatro o cinco diarios, procurando un equilibrio entre las noticias locales y aquellas otras de ámbito nacional e incluso generadas más allá de nuestras fronteras. Normalmente, sólo lees los titulares que cada medio destacan como principales noticias de portada. En el caso de que algunos de esos reclamos te sean de especial interés, entras en la información y profundizas algo más en sus contenidos. Avanzando por las distintas secciones, me llamó la atención un pequeño titular publicitario que aludía al “coleccionista de sonrisas” frase, sin lugar a dudas, especialmente atractiva. Marqué ese aparente anuncio para, con más sosiego, avanzar durante la noche en su contenido.

Tras la jornada laboral, ya en casa, recordé el titular de esa mañana y leí con detenimiento la brevedad de lo que decía. Una persona, llamada Gregorio, solicitaba colaboración para enriquecer su afición en el coleccionismo de “sonrisas”. Poco más avanzaba esa escueta publicidad pagada, a no ser una dirección electrónica a través de la cual se podía contactar con el autor de tan peculiar y sana afición.

Es obvio que el coleccionismo resulta usual entre muchas personas. De manera especial, para con determinados objetos que, por muy diversas causas, les motivan en esa búsqueda que incrementa el valor numérico, sentimental o lo que fuere, con respecto al conjunto acumulado. Y, desde luego, estaba de acuerdo con ese dicho de que “en cuestión de gustos no hay nada escrito”.  Por esta razón comprendía que cada coleccionista se centrara en aquellos objetos cuya motivación sólo ellos conocerían. Pero no era menos cierto que provocara mi extrañeza (posiblemente también la de otros muchos lectores del anuncio) que este señor coleccionara algo tan positivamente ssvilloso como son las sonrisas. sas. a mi extrañeza (posiblemente la de otros muchos lectores del anundio) util, anímico y maravilloso como son las sonrisas. Me preguntaba ¿A qué se referiría exactamente?

Dejé pasar unos días, en los que le seguía dando algunas vueltas a las intenciones exactas de esta persona. Llegué a preguntarme si se trataría de alguna broma, la consecuencia de alguna excentricidad o un anuncio que encubriera algún mensaje oculto o secreto, de intencionalidad sólo comprensible para otra persona o grupo determinado. Al fin, una noche de viernes, tras comprobar que el texto publicitario aún permanecía en esa página de prensa, decidí probar suerte enviando un correo a la dirección electrónica, citada en el correspondiente anuncio publicitario. 

“Estimado Sr. Gregorio. Me ha hecho pensar bastante, su petición de ayuda o colaboración a fin de incrementar (creo entender) su colección de sonrisas. ¿De que forma podría colaborar en la misma? Tal vez pueda ayudarme a entender, algo mejor, este insólito anuncio donde viene adjunta su dirección. Atentamente”.

Transcurrieron, aproximadamente, un par de semanas sin que al buzón de mi correo llegase respuesta alguna con respecto a la comunicación enviada. En ese marco temporal, el insólito anuncio dejó ya de publicarse. No es que me olvidase del asunto, pero sí es cierto que, al paso de los días, el tema de las sonrisas fue perdiendo intensidad en los niveles de mi memoria. Cuando pensaba ya que todo era la consecuencia de alguna broma de origen indefinible, observo con sorpresa una respuesta a mi envío. Estaba firmada por alguien llamado Gregorio Luis. Con cierto nerviosismo, abrí ese correo sumido en interrogantes que necesitaban una respuesta más o menos convincente. El texto era ciertamente largo. Supongo que habría partes en el mismo utilizadas como plantilla para todas las respuestas y algún párrafo o datos específicos modificados para la personalización. Básicamente, transcribo el escrito que llegó a mi poder.

“Apreciado hermano. Muchas otras personas, como tú (permíteme el tuteo) has hecho, se han sentido motivadas en responder a mi “extraña” petición de colaboración. Ante todo quiero agradecer la nobleza de tu sana voluntad.

No es un secreto para nadie. El mundo actual sufre una dinámica de situaciones, regionalizadas pero, al tiempo, globalizadas, que provocan en nuestros espíritus el ánimo depresivo de la seriedad, el letargo de los mejores valores, la materialidad que nos envilece y ese dolor, que no siempre es de naturaleza física, que nos provoca el sin sentido de la tristeza. Pero, ante esta ingrata realidad hay que reaccionar. Debemos cada uno, con nuestra modesta pero dinámica gota de arena, conformar esa gran masa de voluntades que generen situaciones abiertas a las sonrisas. Este buen gesto, en nuestros rostros, será positivamente terapéutico, con ese afán esperanzado por conseguir un mundo menos hosco, menos violento y embrutecido, más verdadero y socializado, a fin de compartir todo aquello que la naturaleza y nuestro esfuerzo  germina para una mejor vida.
   
Sí, desde la sencillez y lejanía de mi celda, en este monasterio perdido entre montañas, yo quiero coleccionar no bienes materiales, a los que renuncié hace ya muchos años. Por el contrario, me esfuerzo en despertar muchas conciencias, para que todos recapacitemos en que el camino que recorremos nos lleva, cada vez más, por la senda errónea de un mundo que padece una preocupante ausencia de sonrisas y amor.

¿Y que puedes hacer tú? ¿Y aquél? ¿Y ese otro, en tan saludable empeño? Creo que, honestamente, mucho. Esfuérzate en dinamizar la fresca esperanza de la alegría, frente a la oscura pesadumbre por carecer de tan saludable valor. Hazlo cada día. Cada minuto. Cada latido de vida, en la limpieza de tu caminar. Mientras más seamos los que así actuemos, más alegría generaremos en un mundo que ansía y necesita cambiar. La sonrisa debe superar el letargo depresivo de la tristeza. No me cabe duda de que, tú también, eres capaz de coleccionar y enriquecer  este hermoso e ingrávido valor.

Cuando lo necesites, será una inmensa alegría recibir tus gratas noticias. Hermano Gregorio Luis”.

En algún recóndito paraje de nuestra contrastada geografía, cielo, agua, tierra y amor, un fraile, imaginativo y tenaz, se esforzaba en difundir el noble mensaje de la sonrisa. Su ilusión era construir un mundo más amable, solidario y vitalizado en bondad. ¿Por qué no comenzar, desde ahora mismo, en tan apasionada aventura?


José L. Casado Toro (viernes, 20 Mayo 2016)
Antiguo profesor I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

jueves, 10 de diciembre de 2015

PASEANDO POR ENTRE LOS ALEGRES MERCADILLOS DE NAVIDAD


En la redacción de uno de los principales diarios locales se respira esa atmósfera de laboriosidad, presidida por una tensión controlada. Los distintos trabajadores en plantilla están preparando la edición dominical, previa a los días emblemáticos de Nochebuena y Navidad. Los jefes de sección y el resto de periodistas mantienen reuniones continuas, en una intercomunicación de ideas y proyectos, a fin de ofrecer lo mejor y más atractivo, en sus respectivas áreas informativas, tanto a los fieles lectores como a  todos aquellos que, de manera menos espontánea, abran las páginas impresas para la difusión informativa de esos tan señalados días durante el calendario anual. En la sección de Málaga (o local), dirigida por un prestigioso profesional, veterano en mil lides informativas, como es Adrián Cantos, se encuentra Gonzalo Silvena, un joven universitario que, en fecha reciente, ha completado su ilusionado grado de periodismo. En unión de otros cuatro compañeros, con excelentes expedientes académicos, realiza sus prácticas remuneradas como becario durante seis meses, a fin de conseguir esa óptima destreza profesional que difícilmente puede alcanzarse sólo en el ámbito de las aulas académicas. 

Esa mañana del lunes, Adrilos tres miembros na del viernes. iversos proyectos que deben estar finalizados no m intercomunicacián ha reunido a los tres miembros que conforman su equipo de trabajo, a fin de intercambiar y comentar ideas, que permitan planificar y realizar esos proyectos que deben estar finalizados en su realización, a no más tardar, en la mañana del viernes. Hora y cuarto de comentarios, aportaciones, discusiones, estrategias, repaso por Internet y lectura sobre reportajes en la competencia, todo ello mezclado con tazas de café (han instalado una máquina expendedora automática, en la entrada de la redacción) y ya, al caer las once, de un día soleado, cada uno de los tres profesionales tiene el trabajo encomendado. Adrián les ha encarecido que tengan un punto de originalidad, ternura (por las fechas navideñas) y un pico de atracción, que motive a los lectores. Si se les presenta alguna foto complicada, se pondrán en contacto con Carlos, uno de los más hábiles creadores de esas imágenes que potencian el valor de los textos encuadrados en las cinco columnas de la página. Pero, en circunstancias normales, cada uno de ellos llevará su cámara, a fin de hacer las tomas que estimen necesarias. En el jueves tarde, tendrán una nueva reunión de trabajo, que será decisoria. Todos ellos conocen los gestos, expresiones y porrazos en la mesa de un lobo del periodismo, como es Adrián, en realidad una gran persona que posee un corazón incluso más grande que el de una catedral en bondad.  

La temática del reportaje asignado a Gonzalo son los alegres puestecillos de regalos, artesanías, objetos navideños (zambombas, panderetas, figuritas para los belenes) y artículos de bromas, que cada año se instalan en ese lateral del parque malagueño, que goza de una inmejorable orientación hacia las serenas aguas del puerto mediterráneo. En este lúdico contexto del comercio estacional, el novel periodista va a dialogar con los vendedores de esas pequeñas tiendecitas, a fin de conocer las mejores historias o anécdotas que estos románticos vendedores han ido acumulando en su anual experiencia laboral. De manera especial, cuando ofertan sus mercancías durante estas entrañables fechas en las que un año finaliza, dando paso a otro que llega cargado, todo él, de nuevas esperanzas.

Allá se fue con su mochila de piel, en la que llevaba una pequeña grabadora digital y una buena cámara compacta. Con ella llegó a tomar unas noventa fotos, durante las dos horas y pico en las que estuvo recopilando la información precisa para elaborar, durante el día siguiente, el atractivo reportaje. Aunque realizó la visita en horas de mañana (algunos puestos no suelen abrir hasta el horario de tarde) tuvo tiempo y oportunidad de pararse en casi todos, intercambiando preguntas y respuestas, más o menos extensas, con los respectivos vendedores. Y, de entre todas las anécdotas y curiosidades, centró su amplio reportaje en el relato de aquéllas dos historias que le parecieron más significativas.  La primera de las mismas le fue narrada en un puesto precioso lleno de lindas muñecas de trapo, cuyos atuendos lucían vistosos colores.

“Le comento, joven periodista, que ahora mismo recuerdo una experiencia que me resultó especialmente cariñosa y sentimental, por todo lo que pude conocer con respecto a la misma. La viví durante la Navidad del año pasado, aquí en esta maravillosa y luminosa ciudad (yo soy natural de Jaén). EEportunidad de pararse en casi tciudad (yo soy de janas de jugueta que sto una poersona iempo y oportunidad de pararse en casi tl caso es que, a los pocos días de abrir mi tiendecita en diciembre, cada mañana se acercaba al mostrador del puesto una persona, bastante mayor, que se quedaba como unos cinco minutos observando las pequeñas muñecas de juguete, todas ellas de trapo, que expongo en las paredes y el mostrador de atención al público. Este hombre iba vestido con un atuendo modesto y soportaba muchos años a sus espaldas. Pues, miraba y miraba, con exagerada atención, estas artesanales muñecas que tiene ante su vista. Mi mujer y yo las preparamos, durante los meses en que hay menos venta, a fin de poderlas llevar por los distintos mercadillos, donde nos cobran una cifra afortunadamente muy reducida, por parte del departamento de recaudación municipal. 

Este posible cliente, nunca decía nada. Estaba un ratito y se marchaba. Pero al tercer día de hacer la misma aparición, me animé a preguntarle si le gustaba la mercancía y si tenía alguna nieta a quien poder hacerle ese bonito regalo. Su coste, en realidad, no es muy elevado. Las más pequeñas valen diez euros y estas otras, de mayor tamaño, se venden por catorce. Tras escucharme, continuó con su silencio aunque, a los pocos segundos, me narró una conmovedora historia, que le resumo. Hacía como unos siete años, el matrimonio de su única hija tuvo un desgraciado accidente de tráfico, precisamente durante las vacaciones navideñas. En dicho accidente, también perdió la vida su nieta, que entonces tenía cinco añitos de edad. Me confesaba que fue un golpe muy duro del que no ha podido recuperarse. Cuando un día pasó ante este puesto de juguetes, una de las muñecas de trapo le recordó vivamente a su nietecilla. En ese momento, extrajo de su cartera una foto, muy manoseada, por haberla tenido en sus manos en numerosas ocasiones, mostrándome a los tres miembros de su familia. Efectivamente el parecido de su nieta, con aquella muñeca, era asombroso. Por ese motivo, en sus paseos matinales, agradeciendo la toma de los rayos del sol, le gustaba pararse un ratito ante el expositor de las muñecas, para recordar a su nietecilla con la que tanto jugaba y disfrutaba.

Le devolví su foto y tuve un gesto de esos que te salen de corazón. Tomé la muñeca y se la puse en sus manos. Le comenté que si le hacía bien recordar a su nieta a través de esa muñeca, yo tenía el gusto de regalársela. El anciano, visiblemente emocionado, buscaba en su monedero algunas monedas para compensar su coste. No le acepté dinero alguno. Era suficiente la sencillez y humanidad de esa entrañable historia. Se marchó muy agradecido, con su muñeca y no volvió  a aparecer en todo el resto de las festividades, de Navidad y Reyes. Pero lo más curioso del caso es que, este año, he vuelto a saber de su persona. Una tarde, veo acercarse a una señora, también mayor, que me pregunta si la puedo atender. Se identifica como la mujer del señor a quien regalé aquella muñeca el año pasado. Dámaso, ese es su nombre, ha trabajado de carpintero durante toda su vida laboral. Ahora se ve muy impedido por problemas articulares. Me enviaba a través de su esposa, una pequeña y linda muñeca de madera, articulada, como gesto de agradecimiento por mi atención y regalo, en la temporada de las Navidades pasadas. Él la había construido, pacientemente. Es aquella que ve en lo alto de la estantería. Por supuesto esa muñeca, la única construida en madera en mi puesto, no está en venta, aunque más de una persona me ha preguntado por su precio”.

Esta ejemplar historia, titulada “Dos muñecas, para el recuerdo” fue una de las que salieron publicadas en la inmediata edición dominical del periódico, con todos los plácemes de Adrián, el exigente y cualificado jefe de sección.

Debido a la extensión del relato, ilustrada con un abundante soporte fotográfico, el jefe de sección aconsejó a Gonzalo que dejara para el domingo siguiente otra de las curiosas historias que había seleccionado, entre todas las que le narraron los expresivos comerciantes.

En este otro caso, quien hablaba era un vendedor de nombre Aurelio, quien se encontraba al frente de un puesto de artículos de bromas y pirotecnia.

“Precisamente lo que voy a contarle ocurrió el domingo pasado, a eso de las doce y media de la mañana. Hacía un día espléndido para Diciembre, radiante de sol y con mucha gente por el parque, que caminaba plácidamente de un lugar para otro. Sin embargo esta tiendecita, con artículos para bromas (como habrá comprobado, hay algunas más donde se venden estas simpáticas mercancía) tenía como un día nublado en las ventas.

Y es que cuando más se vende es en los días previos a los Santos Inocentes, el 28 de este mes, y también cuando se acercan las fiestas de fin de Año. Pues bien, a esa hora que le indico, cuatro respetables señoras, bien trajeadas de domingo, con una ostentosa bisutería, imitando banalmente esas joyas imposibles, bolsos que parecían de marca y presentando exquisitos modales, se acercan bien dispuestas a mi tenderete de venta. Alguna de estas señoras llevaban incluso guantes de piel en sus manos. Trataban de disimular, tanto con un habilidoso cuidado de peluquería, como lustrando sus agrietados cutis con algunas capas de crema, el paso inexorable de sus acumuladas primaveras. Hablaban y hablaban, como cotorras enjauladas, delante de este mostrador, repleto de objetos y productos elaborados para fiestas y bromas. Entre comentarios y discusiones de las señoras, pude conocer el nombre de las cuatro clientas que no cumplirían ya los sesenta: Sabina, Cloti, Filo y Asum.

Para mi sorpresa, este conjunto de respetables veteranas eligen  (en algún caso, más de una unidad) un conjunto de productos, tal vez impropios para unas señoras de su aparente alcurnia pero que, sin embargo, me hicieron feliz por la opípara venta que pude realizar. Compraron bombitas y sprays fétidos, excrementos y cacas de mentira, mocos fingidos, cojines tira-pedos, dedos sangrientos, jabones que manchan, arañas saltarinas, ratas pegajosas, tinta mágica, gusanos para la bebida, caramelos amargos, polvos pica-pica, placas simulando cristales rotos, unos curiosos levanta platos, dedos con clavos incrustados e incluso unos exagerados  consoladores extensibles…

Tras realizar esa espléndida venta, me atreví a preguntarles si llevaban todo ese material para sus nietecillos o sobrinos, a lo que una de ellas me respondió, algo sorprendida por el interrogante, que pensaban hacer una súper fiesta, para ellas y sus amigas, después de la Misa “del gallo”, noche que duraría lo que el cuerpo aguantara. Y que ya habían pasado por una licorería… Desde luego, estas honorables señoras eran realmente bastante cachondas, en lo más íntimo de su ser. En modo alguno ofrecían ese perfil respetable, comprando estos lúdicos y chocantes  productos de broma con los que yo me gano la vida”.

Tras escuchar la simpática anécdota, Gonzalo pensó la oportunidad que habría tenido, para sustentar el reportaje, si hubiese estado presente en esa interesante y peculiar escena. Habría entrevistado a las señoras e incluso les habría pedido permiso para tomar algunas instantáneas fotográficas que habrían quedado la mar de bien.

Hubo otras muchas anécdotas y pequeñas historias que Gonzalo también recopiló, cuyos apuntes y fotos  dejó archivados en una carpeta a fin de utilizarlos en el momento oportuno. El cascarrabias de Adrián estaba contento con el trabajo de este joven becario quien, además de saber llegar a interesantes informaciones, mostraba una especial capacidad plástica y visual para hacer excelentes tomas fotográficas que sustentaban y cualificaban los textos que previamente redactaba.

Las fiestas de Navidad apenas han iniciado su desbordante recorrido. El tiempo bondadoso, térmicamente primaveral en el diciembre malacitano, especialmente durante las horas centrales del día, acompaña y estimula la alegría de vivir, compartir y consumir. Allá suenan unos villancicos, acá nos acompaña un grupo pastoral, mientras una cromática iluminación, durante las horas en que la noche se hace presente, provoca que, en casi todos los rincones encontremos ese deseo ilusionado, como de vuelta a la infancia, ante la llegada de un nuevo calendario. Son fechas abiertas a la inocente y añorada fe de la infancia que sustenta, en casi todos nosotros, la búsqueda ansiosa de la esperanza.-

José L. Casado Toro (viernes, 11 Diciembre 2015)
Antiguo profesor I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

viernes, 25 de abril de 2014

UNA ENTREVISTA LABORAL, PARA TIEMPOS EN CRISIS.


Mónica tiene veintiocho años. Gracias a la fortuna de una buena naturaleza, su apariencia física podría aparejarla a una de esas chicas que acaban de entrar en primero de facultad. A la fragilidad de su cuerpo, con una carencia extrema de gramos en el peso, suma una mirada dulce e infantil que facilita la relación social con el entorno social en el que transcurre su vida. Ciertamente predomina la timidez en su carácter pero, como contraste, este hecho favorece y potencia la transmisión de encanto y delicadeza.

Esta  joven universitaria hace ya un lustro en que terminó su grado de Filología hispánica en la UMA. Hasta el momento, ha carecido de suerte en lo laboral, pues las posibilidades docentes han quedado muy constreñidas a causa de esa oleada de recortes económicos en tiempos de crisis. Sustituyó a una amiga en la academia donde ésta imparte docencia, aunque sólo fue por un período de cuatro meses. También consiguió  dar unas clases particulares, a familias bien y, por supuesto, la preparación de oposiciones. Esas que llevan años sin convocarse. Su padre ha de asumir una economía ajustada pues trabaja a comisión, llevando unas representaciones en el sector alimenticio, que apenas pueden sostener las necesidades de una familia de cuatro miembros (su hermano, seis años menor y sin titulación académica, hace trabajos de camarero, muy esporádicos, en cafeterías y restaurantes).

Desde que finalizó su licenciatura, inundó de solicitudes y currículos un amplio listado de empresas y organismos, con sede en la ciudad donde nació. También, algunos situados fuera de la capital malagueña. No sólo pertenecientes al ámbito educativo, sino también a sectores que nada tienen que ver con su preparación universitaria. Pero la mayoría de esos ofrecimientos no tuvieron la respuesta afortunada para sus objetivos profesionales. Sin embargo, hace una semana, recibió una carta en la que se le indicaba que su solicitud y perfil había sido seleccionado, junto a otras opciones, a fin de elegir un puesto de trabajo para cuatro meses (prorrogables en función de una serie de variables). Se le convocaba para realizar una entrevista laboral, con el detalle del horario y lugar al efecto, previa a la decisión final que adoptaría el departamento de personal. El remite de la misiva correspondía a una empresa especializada en ofertas y demandas laborales. No se le concretaba el nombre del posible establecimiento, sólo que correspondía a un importante complejo comercial.

En este momento Mónica está sin pareja estable. La relación con su novio “de toda la vida” Valen, al que conoció en las aulas escolares de secundaria, hace ya año y medio que se fue al traste. Ella (que durante unas semanas mantuvo el doble engaño) se había encariñado con un vecino del barrio, de físico y locuacidad sumamente atrayente que, tras unos meses de fogosidad afectiva, buscó otros destinos para sus intereses y devaneos sentimentales. Ahora, a muy escasos días para la entrevista, está muy centrada en preparar ese diálogo que puede abrirle el camino para un puesto de trabajo, años y meses ansiado. Nunca ha realizado una experiencia de esta naturaleza. Sus amigos le han aconsejado algunas orientaciones en cuanto a la forma de vestir, a los temas que de forma usual aparecen en estos diálogos y la mejor manera de afrontarlos y, por supuesto, a los proyectos y objetivos que deben plantear los aspirantes al puesto laboral. Y, con la tensión propia del caso, llegó para ella ese martes en el que iba a “luchar” por ese trabajo diario que pudiera dar estabilidad económica y anímica a su vida.

Unos minutos antes de la hora de cita, fijada para las 16,30 de la tarde, entró en una desangelada y pobremente iluminada sala de espera (sólo había un pequeño ventanuco que daba a un patio interior) donde ya aguardaban otros dos aspirantes al puesto, un hombre metido en la treintena y una joven, con una edad similar a la de Mónica. Tras el saludo cortés, las tres personas comenzaron el inevitable proceso de análisis visual. Cruzaron sus miradas y cada uno de ellos hacía cábalas acerca de la competitividad que iba a encontrar entre sus compañeros de habitación.

Braulio es diplomado en Empresariales. Casado y con dos hijos pequeños, lleva en el paro desde hace tres años y medio, cuando la agencia de viajes donde trabajaba entró en un proceso de suspensión de pagos, con la quiebra contable subsiguiente. Hace ya tiempo que el subsidio de desempleo se le acabó, siendo su situación actual bastante angustiosa en el plano económico. A su mujer, cajera de unos grandes almacenes, le llaman de forma intermitente para su puesto laboral, siempre por días o incluso horas. Este pequeño oxígeno es compartido con alguna ayuda de su madre, una modesta pensionista, pero este apoyo es muy limitado. Ha intentado trabajar en “lo que sea” (incluso de “hombre anuncio”, en la costa) pero los resultados han sido muy escasos, tanto en retribución como en continuidad.

La otra chica se llama Ana. Dejó sus estudios en el bachillerato, uniéndose en pareja a un aventurero de dudosa existencia, lindando sus actividades siempre en el terreno de lo paralegal. Tras dos años de convivencia, aquél se cansó de su compañía, dejándola en el abandono con un niño pequeño que ahora alcanza los cuatro años de edad. Gracias a la  influencia materna, es bastante diestra en el arte de la peluquería, aunque por falta de medios nunca ha podido establecerse por su cuenta. Ha trabajado, también de forma intermitente, en algunos salones de estética para el cabello y la manicura. Pero ahora lleva muchos meses sin nada, viviendo en casa de sus padres, a los que ayuda en un modesto negocio de chucherías y refrescos, sito en una barriada próxima a la autovía de las Pedrizas.

Habían pasado ya unos diez minutos de la hora prevista, cuando entró Braulio al despacho ocupado por una especialista en psicología del trabajo. Casi media hora más tarde, este hombre abandonó la oficina. Aparentaba facialmente un sentimiento de satisfacción. Resultaba obvio que su intervención le había dejado esperanzado, en orden a la posibilidad de conseguir el preciado puesto laboral. A continuación fue Ana quien entró en ese habitáculo que, a través de la puerta, se percibía mejor iluminado que la sala de espera. No mucho más de quince minutos fue el tiempo en que esta chica estuvo entrevistándose con la especialista. Cuando salió de la habitación, se la veía visiblemente nerviosa y con el tono de tensión subido a la blancura de su rostro.

Mónica se repetía, entretanto, numerosos detalles y sugerencias que, de aquí y de allá, había ido recopilando para conseguir una buena presentación e intervención. Antes de salir de casa, tomó un relajante muscular, a fin de evitar esos errores que los nervios y la tensión provocan en momentos clave de nuestro comportamiento. Su vestimenta estaba a medio camino entre lo informal y el gusto por la elegancia. El calor de un junio pre-veraniego le aconsejó llevar un look deportivo para la ocasión. Se decía a sí misma que tendría que dejar los nervios en el bolsillo; que debía hablar despacio, haciendo bien las inflexiones; que era necesario mirar a los ojos del entrevistador, pero con una cierta delicadeza; que, ante cuestiones ideológicas, tendría que extremar la prudencia; que podrían preguntarle algo en inglés……

“Srta. Mabela, tenga la bondad de pasar” le dijo el administrativo. Nuestra protagonista cubría la agilidad de su cuerpo con una camisa blanca, de manga corta, más una rebeca celeste. Sus vaqueros, de marca, eran color azul oscuro. La misma tonalidad que sus sandalias de vestir. Aparte de un pequeño bolso, llevaba consigo un portafolios oscuro, a fin de anotar los datos que fuesen necesarios. Nada más atravesar el quicio de la puerta, y ver la imagen de la persona que permanecía sentada detrás de la mesa, las palpitaciones en el corazón de Mónica se dispararon sin control. Y no sólo fue ella quien sufrió el impacto. Esa misma tarde, la psicóloga encargada de llevar la entrevista analizó brevemente los nombres de las tres personas que habían sido seleccionadas por otro departamento. Reconoció de inmediato el nombre de quien había sido, durante un largo tiempo, la novia de su hermano, el cual había sufrido la postergación afectiva a causa de un capricho puntual de la persona en quien confiaba. Sara Fernández quiso en un primer momento renunciar a ser la entrevistadora para el puesto de trabajo. Pero un superior, en el gabinete al que pertenece, conociendo sus argumentos, al fin la convenció  que debía priorizar  su responsabilidad profesional por encima de otros hechos que pertenecían a la privacidad de su vida.

“Le ruego tome asiento, Srta. Mabela. Obviamente Vd. y yo nos conocemos. Pero en este momento debe quedar por delante la seriedad, la equidad y la responsabilidad profesional, superando otras consideraciones que pertenecen al marco de nuestras respectivas privacidades. Pero si lo considera más justo, no tengo el menor reparo en ceder este lugar a otro compañero, a fin de que sea éste quien emita el correspondiente informe. Por el contrario si entiende que debemos continuar pasaré a plantearle el cuestionario que tengo preparado al efecto. El mismo que ha sido atendido por  las dos personas que le han precedido en el lugar que ahora Vd. ocupa”.

Estas casualidades no son frecuentes pero alguna vez, y de forma generalmente inesperada, pueden tomar protagonismo en el discurrir cotidiano de nuestras biografías. Mónica respondió puntualmente a todo el cuestionario,  aunque estuvo durante esos veinte minutos sometida a un estado cercano al shock emocional. Supo sacer fuerzas de flaqueza para defender con dignidad sus argumentos y aportaciones frente a los interrogantes que le planteaba la persona diplomada en psicología.

“¿Desea añadir algo más, señorita?. Por lo que mi respecta hemos finalizado. Cuando lo desee puede abandonar este despacho. Que tenga una buena tarde”. Mónica solo respondió con el agradecimiento educado y el adiós. No hubo otro saludo entre ambas mujeres. Cuando salió del portal de la agencia, el reloj marcaba las 18,25 horas. El cielo se había nublado La típica borrasca de un junio agudizado en lo térmico dejó caer, de inmediato, un fino aguacero. No quiso ir directamente a casa. Prefería caminar y sentir el frescor de las gotas de agua, resbalando sobre la tensión anímica que mostraba su cuerpo.

Pasados cinco días, recibió una carta en el buzón de su domicilio. La agencia le comunicaba que para el puesto de controlador de existencias, en el hipermercado, había sido elegida otra persona. Que su expediente sería tenido en cuenta para futuras vacantes. Y que se le agradecía su generosa disposición. Otra carta, que se recibió en el domicilio de Braulio, llevó la alegría y la esperanza a una familia profundamente necesitada.-



Profesor
jlcasadot@yahoo.es


viernes, 13 de diciembre de 2013

CUATRO PERCEPCIONES, EN LA ANGUSTIA DEL MIEDO.


El día se ha presentado un tanto desapacible, desde aquellos nubarrones oscuros que quisieron abrir la mañana. Las aceras y calzadas mantienen, a esta hora de la media tarde, algunos charcos de agua que se han ido formado por un fuerte aguacero que al fin descargó en este otoño prenavideño. La circulación continúa fluida. Aún lucen los colores de aquellos paraguas que tratan de evitar las húmedas sorpresas procedentes de los árboles, los balcones y de ese viento que agita las gotas. Algunas zonas aparecen cubiertas por una mullida alfombra de hojas anaranjadas, lustrando ese colorido nostálgico, pero placentero, al gris indefinible de una suciedad acumulada por la necesidad y descuido de los viandantes. La acústica de la vida se mezcla, a modo de peculiar orquesta, con los silencios múltiples generados por tan contrastadas intimidades.

Patricia Galera, se halla muy próxima a su medio siglo de vida. Dirige con la destreza de la experiencia, junto a una muy cualificada titulación, su afamada consulta de atención psicológica, situada en una de las arterias principales en la bella ciudad de los Cármenes. Poco más de las siete, en el reloj. Reunidos en una confortable sala, pintada con tonos suaves y decorada con láminas y macetones que sosiegan el ánimo, hay cuatro pacientes que necesitan una mano experta que les ayude a encauzar el desasosiego que les afecta. Aunque cada una de las personas asistentes ha tenido una atención particular, por parte de la especialista, hoy jueves ha decidido reunirlos a fin de trabajar una modalidad de terapia convivencial.
 
Ninguno de ellos, tres mujeres y un hombre, se conocían hasta esta primera sesión grupal que hoy los ha vinculado. ¿Y por qué precisamente a ellos cuatro, de entre todos los enfermos que acuden a esa clínica? El problema que todos ellos sufren, y que está degradando arteramente el equilibrio de sus existencias, se halla en esa patología del miedo, sin fundamentos concretos que lo justifique, en el rutinario quehacer de sus días. Obviamente, con la racionalidad de los hechos, ninguno de ellos podría explicar, con la necesaria convicción, ese pánico o angustia que les condiciona para el dolor y la duda. Pero es que lo están pasando muy mal cuando esa inseguridad, de origen indefinible para ellos, inestabiliza sus equilibrios y la certeza en sus comportamientos. Patricia ha decidido que, para estas próximas semanas, estas cuatro personas solidaricen sus padecimientos y traten de analizar aquellas circunstancias que puedan  arrojar alguna luz a los posibles orígenes de sus respectivos problemas.

Iniciada la sesión, cada uno de ellos realiza una somera presentación personal para, a continuación, comenzar a compartir ese trauma que tanto les afecta. Ciertamente su psicóloga ha mantenido, con cada uno de ellos, diversas entrevistas en las que ha ido recabando datos, de muy diversa naturaleza, que le han permitido un primer e importante acercamiento a los caracteres individuales de estos pacientes. Pero entiende que el diálogo compartido, con estos compañeros de dolencias, puede abrir nuevas vías para una mejor terapéutica que alivie la angustia en que se hallan confusamente sumidos.

La primera que rompe la tensión expectante de la tarde es Berta, una administrativa que trabaja en la delegación de  la Consejería de Medio Ambiente. Tras siete años de convivencia, con un compañero de trabajo, ambos decidieron dejarlo hace menos de un año. Lo hicieron de una forma concordada y amistosa. En realidad, él se había prendado en una joven muy extrovertida, con quince años de diferencia entre sus respectivas edades. Pero los problemas que sufre Berta, en su equilibrio anímico, vienen de lejos. De pequeña, su madre, una mujer chapada a la antigua, solía castigar sus travesuras con frecuentes encierros en un pequeño trastero, prácticamente interior. Ese miedo al “cuarto oscuro” ha quedado anclado en las raíces de su temperamento. Ahora, cercana ya a los cuarenta, se siente indefensa e inmersa en una situación de miedo y paroxismo, ante la falta, ocasional o condicionada, de luz eléctrica o solar. Por las noches, cuando se despierta de ese primer o segundo sueño, le tiembla todo el cuerpo y se entrecorta la respiración cuando abre los ojos y comprueba la carencia de luminosidad ambiental. Su imaginación se desata por senderos misteriosos, a mitad de camino entre lo onírico y la irrealidad del absurdo. Ha probado, sin éxito, no pocos recursos. Luces y radios encendidas, ventanas abiertas a fin de que penetre la claridad de la calle, tranquilizantes…. Pero el que fue su compañero no estaba por la labor de ayudarla. Comentarios jocosos e indelicados era la pobre ayuda de un hombre que ya pensaba en otra.

Ahora le corresponde hacer uso de la palabra a Lourdes. Nadie podría sospechar acerca de los problemas de esta mujer que suma los cincuenta y tantos de edad. Tiene dos hijos que ya le han dado nietos. Su marido que controla un par de importantes negocios de hostelería, que han sustentado la estabilidad económica familiar. Suele estar siempre muy ocupado. Sólo posee una formación de nivel medio. Su actividad está centrada en esa dedicación, de manera continua, a las necesidades de los suyos. Nunca probó, ni consideró necesario, trabajar por cuenta ajena fuera del hogar. Se apoya en algunas amigas, con las que se reúne ocasionalmente para el café de las tardes. Completa su tiempo con la rutina de las compras, más o menos superfluas y, ahora, cubriendo las peticiones de sus hijos con niños aún muy pequeños. No siente placer por la lectura, pero sí reparte muchas de sus horas libres frente a la pantalla del televisor. Así es su plan de cada uno de los días, frente a las ocupaciones de su marido con el que mantiene, básicamente, una relación de distante amistad. Cuando se despierta por las mañanas y, de forma especial, al tener que tomar cualquier decisión, por nimia que ésta sea, se siente duramente afectada por la angustia del miedo. Tal vez lo suyo sea, piensa y explica con palabras entrecortadas, el temor al no saber qué hacer. Se pregunta, una y otra vez ¿miedo a qué? Realmente no podría señalar una motivación concreta, a esa ansiedad  que le hace sufrir anímicamente, entristecerse e incluso le provoca incómodos temblores nerviosos en su estructura orgánica.
   
La atención que todos prestan al compañero o compañera que habla es profunda y plena de curiosidad. Como en los grandes conciertos de la sinfónica, el protagonista de la palabra focaliza el respeto, comprensión y apoyo de todos los demás. Se está compartiendo, de forma inteligentemente solidaria, una cruel e invisible patología que todos padecen, desde los más complicados orígenes.

Esa respiración alterada y sudoración nerviosa que Mario ofrece, al comienzo de su intervención, es similar a la que soporta en los instantes en que le aparece o surge el miedo ante el vértigo. Trabaja en la construcción como pintor. Tiene 28 años y, desde hace unos meses, le está atenazando la angustia de las alturas, agudizada  e incontrolable para su necesidad laboral. No sólo cuando está encima de un andamio o colgado de una fachada, a la que ha de enlucir, sino también cuando pinta techos altos desde las baldas de una escalera. El asomarse a un balcón, cuando este se encuentra por encima de la segunda planta del edificio, le genera angustia, mareos o ese pánico ante el vértigo. Siempre le había gustado practicar el senderismo, pero ahora ha de cuidar las zonas que visita, para no tener la visión de precipicios, taludes o fallas con verticalidad. En su trabajo ha de disimular aunque sus compañeros, conocedores del problema, tratan de arroparle y ayudarle, a fin de que no sea despedido. Incluso cuando duerme, ese enemigo que le aturde no le permite descansar. Comenta que, en ocasiones, sueña que se cae de la cama hacia un abismo al que no se le ve su final.
   
Finalmente, toma la palabra una joven madre llamada Rosina. En ese contexto patológico que los identifica, su caso sería el más comprensible si no fuese porque su percepción se ha desbordado hacia el descontrol. Sentir miedo al dolor es algo perfecta y naturalmente comprensible. Imaginarse, o exagerar hasta el patetismo, dolencias que realmente no se padecen, ya resulta más que inquietante. Este problema le viene desde su infancia. Sus padres, y ella misma, siempre trataron de quitar importancia a un temperamento y carácter temeroso ante dolencias que, básicamente, eran nimias o no existentes, salvo en una imaginación que exageraba los síntomas de dolor. Para ella, un simple arañazo o corte en el dedo es un  mundo que condiciona, no sólo a ella sino también, a las personas con las que comparte su convivencia. En sus años de estudiante quiso estudiar medicina. Pero dejó la facultad a los pocos meses de su matriculación, cuando se iniciaron las prácticas de anatomía. Obviamente, muchos de sus dolores son de naturaleza psicológica. Y el pavor que le domina, cuando llegan las molestias físicas o las lesiones orgánicas, le está sumiendo en un agobiante desequilibrio que exige una terapéutica inmediata e intensa.

Las exposiciones de estas personas ha ocupado gran parte de la hora prevista. Patricia ha pedido que cada uno de los presentes aporte algún comentario o primera sugerencia a los problemas que han planteados sus compañeros de reunión. De forma especial, ante las causas que pueden provocar ese miedo que todos ellos padecen y alguna primera o pequeña solución. Han quedado en reunirse para salir el fin de semana, a propuesta también de la psicóloga. Van a intentar, este domingo por la mañana, estar juntos y pasear un rato por la naturaleza. Acudirán al punto de encuentro ellos solos o acompañados del familiar que estimen procedente. Cada uno llevará algo de comida, que compartirán en la mejor armonía. Han intercambiado los e-emails y los números de sus móviles. En los momentos en que se sientan aturdidos por el pánico ante el dolor, se llamarán entre ellos a fin de buscar el sosiego de la palabra. Es un compromiso que todos han asumido con naturalidad y necesidad.

Lo hasta aquí planteado es otra inteligente estrategia para compartir la ayuda que todos ellos ansían. Esa modalidad de trabajo en equipo puede ser especialmente provechosa en mentes confusas. “Rosina, Berta, Lourdes…. Mario, no vais a estar solos ante ese miedo que os está haciendo la vida más incómoda y desagradable. De entre todas las medicinas prescritas, ésta de la amistad es la que mejores resultados os puede facilitar. Y, además, carece de contraindicaciones”. Cada uno de ellos ve y analiza, en la proximidad del dolor, el problema de los demás. La fórmula aplicada es sagazmente inteligente, aunque el camino a recorrer promete ser largo. Juntos van a luchar contra diferentes formas de miedo: la oscuridad, el vértigo, el dolor y, especialmente ese algo irracional que nos hace temblar, sin que sepamos a ciencia cierta el por qué.

Al otro lado de los cristales, ha comenzado otra vez a caer una intensa lluvia racheada por la fuerza del viento. Los cuatro pacientes, antes de abandonar la consulta, cruzan una vez más sus miradas. Susurran, íntimamente, dudas y prevenciones teñidas de curiosidad. Patricia piensa que, a partir de ahora mismo, estos cuatro sufridores del miedo van a ser probablemente mucho más fuertes ante su inevitable y urgente combate-


José L. Casado Toro (viernes, 13 diciembre, 2013)
Profesor