En
la redacción de uno de los principales diarios locales
se respira esa atmósfera de laboriosidad, presidida por una tensión controlada.
Los distintos trabajadores en plantilla están preparando la edición dominical,
previa a los días emblemáticos de Nochebuena y Navidad. Los jefes de sección y
el resto de periodistas mantienen reuniones continuas, en una intercomunicación
de ideas y proyectos, a fin de ofrecer lo mejor y más atractivo, en sus
respectivas áreas informativas, tanto a los fieles lectores como a todos aquellos que, de manera menos
espontánea, abran las páginas impresas para la difusión informativa de esos tan
señalados días durante el calendario anual. En la sección de Málaga (o local),
dirigida por un prestigioso profesional, veterano en mil lides informativas,
como es Adrián Cantos, se encuentra Gonzalo Silvena, un joven universitario que, en fecha
reciente, ha completado su ilusionado grado de periodismo. En unión de otros cuatro
compañeros, con excelentes expedientes académicos, realiza sus prácticas
remuneradas como becario durante seis meses, a fin de conseguir esa óptima
destreza profesional que difícilmente puede alcanzarse sólo en el ámbito de las
aulas académicas.
Esa
mañana del lunes, Adri
án ha reunido a los tres miembros que conforman su equipo
de trabajo, a fin de intercambiar y comentar ideas, que permitan planificar y
realizar esos proyectos que deben estar finalizados en su realización, a no más
tardar, en la mañana del viernes. Hora y cuarto de comentarios, aportaciones, discusiones,
estrategias, repaso por Internet y lectura sobre reportajes en la competencia,
todo ello mezclado con tazas de café (han instalado una máquina expendedora
automática, en la entrada de la redacción) y ya, al caer las once, de un día
soleado, cada uno de los tres profesionales tiene el trabajo encomendado.
Adrián les ha encarecido que tengan un punto de originalidad, ternura (por las
fechas navideñas) y un pico de atracción, que motive a los lectores. Si se les
presenta alguna foto complicada, se pondrán en contacto con Carlos, uno de los
más hábiles creadores de esas imágenes que potencian el valor de los textos
encuadrados en las cinco columnas de la página. Pero, en circunstancias
normales, cada uno de ellos llevará su cámara, a fin de hacer las tomas que
estimen necesarias. En el jueves tarde, tendrán una nueva reunión de trabajo,
que será decisoria. Todos ellos conocen los gestos, expresiones y porrazos en
la mesa de un lobo del periodismo, como es Adrián, en realidad una gran persona
que posee un corazón incluso más grande que el de una catedral en bondad.
La
temática del reportaje asignado a Gonzalo son los alegres puestecillos de regalos, artesanías, objetos navideños
(zambombas, panderetas, figuritas para los belenes) y artículos de bromas,
que cada año se instalan en ese lateral del parque malagueño, que goza de una
inmejorable orientación hacia las serenas aguas del puerto mediterráneo. En
este lúdico contexto del comercio estacional, el novel periodista va a dialogar
con los vendedores de esas pequeñas tiendecitas, a fin de conocer las mejores
historias o anécdotas que estos románticos vendedores han ido acumulando en su
anual experiencia laboral. De manera especial, cuando ofertan sus mercancías durante
estas entrañables fechas en las que un año finaliza, dando paso a otro que
llega cargado, todo él, de nuevas esperanzas.
Allá
se fue con su mochila de piel, en la que llevaba una pequeña grabadora digital
y una buena cámara compacta. Con ella llegó a tomar unas noventa fotos, durante
las dos horas y pico en las que estuvo recopilando la información precisa para
elaborar, durante el día siguiente, el atractivo reportaje. Aunque realizó la
visita en horas de mañana (algunos puestos no suelen abrir hasta el horario de
tarde) tuvo tiempo y oportunidad de pararse en casi todos, intercambiando preguntas
y respuestas, más o menos extensas, con los respectivos vendedores. Y, de entre
todas las anécdotas y curiosidades, centró su amplio reportaje en el relato de
aquéllas dos historias que le parecieron más significativas. La primera de las mismas le fue narrada en un puesto precioso lleno de lindas muñecas de trapo,
cuyos atuendos lucían vistosos colores.
“Le comento, joven periodista, que ahora mismo recuerdo
una experiencia que me resultó especialmente cariñosa y sentimental, por todo
lo que pude conocer con respecto a la misma. La viví durante la Navidad del año
pasado, aquí en esta maravillosa y luminosa ciudad (yo soy natural de Jaén). E l caso es que, a los pocos días de abrir mi tiendecita en diciembre,
cada mañana se acercaba al mostrador del puesto una persona, bastante mayor,
que se quedaba como unos cinco minutos observando las pequeñas muñecas de
juguete, todas ellas de trapo, que expongo en las paredes y el mostrador de
atención al público. Este hombre iba vestido con un atuendo modesto y soportaba
muchos años a sus espaldas. Pues, miraba y miraba, con exagerada atención,
estas artesanales muñecas que tiene ante su vista. Mi mujer y yo las preparamos,
durante los meses en que hay menos venta, a fin de poderlas llevar por los
distintos mercadillos, donde nos cobran una cifra afortunadamente muy reducida,
por parte del departamento de recaudación municipal.
Este posible cliente, nunca decía nada. Estaba un ratito
y se marchaba. Pero al tercer día de hacer la misma aparición, me animé a
preguntarle si le gustaba la mercancía y si tenía alguna nieta a quien poder hacerle
ese bonito regalo. Su coste, en realidad, no es muy elevado. Las más pequeñas
valen diez euros y estas otras, de mayor tamaño, se venden por catorce. Tras
escucharme, continuó con su silencio aunque, a los pocos segundos, me narró una
conmovedora historia, que le resumo. Hacía como unos siete años, el matrimonio
de su única hija tuvo un desgraciado accidente de tráfico, precisamente durante
las vacaciones navideñas. En dicho accidente, también perdió la vida su nieta,
que entonces tenía cinco añitos de edad. Me confesaba que fue un golpe muy duro
del que no ha podido recuperarse. Cuando un día pasó ante este puesto de
juguetes, una de las muñecas de trapo le recordó vivamente a su nietecilla. En
ese momento, extrajo de su cartera una foto, muy manoseada, por haberla tenido
en sus manos en numerosas ocasiones, mostrándome a los tres miembros de su
familia. Efectivamente el parecido de su nieta, con aquella muñeca, era
asombroso. Por ese motivo, en sus paseos matinales, agradeciendo la toma de los
rayos del sol, le gustaba pararse un ratito ante el expositor de las muñecas,
para recordar a su nietecilla con la que tanto jugaba y disfrutaba.
Le devolví su foto y tuve un gesto de esos que te salen
de corazón. Tomé la muñeca y se la puse en sus manos. Le comenté que si le
hacía bien recordar a su nieta a través de esa muñeca, yo tenía el gusto de
regalársela. El anciano, visiblemente emocionado, buscaba en su monedero
algunas monedas para compensar su coste. No le acepté dinero alguno. Era
suficiente la sencillez y humanidad de esa entrañable historia. Se marchó muy
agradecido, con su muñeca y no volvió a
aparecer en todo el resto de las festividades, de Navidad y Reyes. Pero lo más
curioso del caso es que, este año, he vuelto a saber de su persona. Una tarde,
veo acercarse a una señora, también mayor, que me pregunta si la puedo atender.
Se identifica como la mujer del señor a quien regalé aquella muñeca el año
pasado. Dámaso, ese es su nombre, ha trabajado de carpintero durante toda su
vida laboral. Ahora se ve muy impedido por problemas articulares. Me enviaba a
través de su esposa, una pequeña y linda muñeca de madera, articulada, como gesto
de agradecimiento por mi atención y regalo, en la temporada de las Navidades
pasadas. Él la había construido, pacientemente. Es aquella que ve en lo alto de
la estantería. Por supuesto esa muñeca, la única construida en madera en mi
puesto, no está en venta, aunque más de una persona me ha preguntado por su
precio”.
Esta
ejemplar historia, titulada “Dos muñecas, para el
recuerdo” fue una de las que salieron publicadas en la inmediata edición
dominical del periódico, con todos los plácemes de Adrián, el exigente y
cualificado jefe de sección.
Debido
a la extensión del relato, ilustrada con un abundante soporte fotográfico, el
jefe de sección aconsejó a Gonzalo que dejara para el domingo siguiente otra de
las curiosas historias que había seleccionado, entre todas las que le narraron
los expresivos comerciantes.
En
este otro caso, quien hablaba era un vendedor de nombre Aurelio, quien se
encontraba al frente de un puesto de artículos de bromas y pirotecnia.
“Precisamente lo que voy a contarle ocurrió el domingo
pasado, a eso de las doce y media de la mañana. Hacía un día espléndido para
Diciembre, radiante de sol y con mucha gente por el parque, que caminaba plácidamente
de un lugar para otro. Sin embargo esta tiendecita, con artículos para bromas
(como habrá comprobado, hay algunas más donde se venden estas simpáticas
mercancía) tenía como un día nublado en las ventas.
Y es que cuando más se vende es en los días previos a los
Santos Inocentes, el 28 de este mes, y también cuando se acercan las fiestas de
fin de Año. Pues bien, a esa hora que le indico, cuatro respetables señoras,
bien trajeadas de domingo, con una ostentosa bisutería, imitando banalmente
esas joyas imposibles, bolsos que parecían de marca y presentando exquisitos
modales, se acercan bien dispuestas a mi tenderete de venta. Alguna de estas
señoras llevaban incluso guantes de piel en sus manos. Trataban de disimular, tanto
con un habilidoso cuidado de peluquería, como lustrando sus agrietados cutis con
algunas capas de crema, el paso inexorable de sus acumuladas primaveras. Hablaban
y hablaban, como cotorras enjauladas, delante de este mostrador, repleto de objetos
y productos elaborados para fiestas y bromas. Entre comentarios y discusiones
de las señoras, pude conocer el nombre de las cuatro clientas que no cumplirían
ya los sesenta: Sabina, Cloti, Filo y Asum.
Para mi sorpresa, este conjunto de respetables veteranas
eligen (en algún caso, más de una
unidad) un conjunto de productos, tal vez impropios para unas señoras de su
aparente alcurnia pero que, sin embargo, me hicieron feliz por la opípara venta
que pude realizar. Compraron bombitas y sprays fétidos, excrementos y cacas de
mentira, mocos fingidos, cojines tira-pedos, dedos sangrientos, jabones que
manchan, arañas saltarinas, ratas pegajosas, tinta mágica, gusanos para la
bebida, caramelos amargos, polvos pica-pica, placas simulando cristales rotos, unos
curiosos levanta platos, dedos con clavos incrustados e incluso unos exagerados
consoladores extensibles…
Tras realizar esa espléndida venta, me atreví a
preguntarles si llevaban todo ese material para sus nietecillos o sobrinos, a
lo que una de ellas me respondió, algo sorprendida por el interrogante, que pensaban
hacer una súper fiesta, para ellas y sus amigas, después de la Misa “del gallo”,
noche que duraría lo que el cuerpo aguantara. Y que ya habían pasado por una
licorería… Desde luego, estas honorables señoras eran realmente bastante
cachondas, en lo más íntimo de su ser. En modo alguno ofrecían ese perfil
respetable, comprando estos lúdicos y chocantes productos de broma con los que yo me gano la
vida”.
Tras
escuchar la simpática anécdota, Gonzalo pensó la oportunidad que habría tenido,
para sustentar el reportaje, si hubiese estado presente en esa interesante y
peculiar escena. Habría entrevistado a las señoras e incluso les habría pedido
permiso para tomar algunas instantáneas fotográficas que habrían quedado la mar
de bien.
Hubo
otras muchas anécdotas y pequeñas historias que Gonzalo también recopiló, cuyos
apuntes y fotos dejó archivados en una
carpeta a fin de utilizarlos en el momento oportuno. El cascarrabias de Adrián
estaba contento con el trabajo de este joven becario quien, además de saber
llegar a interesantes informaciones, mostraba una especial capacidad plástica y
visual para hacer excelentes tomas fotográficas que sustentaban y cualificaban
los textos que previamente redactaba.
Las
fiestas de Navidad apenas han iniciado su desbordante recorrido. El tiempo
bondadoso, térmicamente primaveral en el diciembre malacitano, especialmente
durante las horas centrales del día, acompaña y estimula la alegría de vivir,
compartir y consumir. Allá suenan unos villancicos, acá nos acompaña un grupo
pastoral, mientras una cromática iluminación, durante las horas en que la noche
se hace presente, provoca que, en casi todos los rincones encontremos ese deseo
ilusionado, como de vuelta a la infancia, ante la llegada de un nuevo
calendario. Son fechas abiertas a la inocente y añorada fe de la infancia que
sustenta, en casi todos nosotros, la búsqueda ansiosa de la esperanza.-
José
L. Casado Toro (viernes, 11 Diciembre 2015)
Antiguo
profesor I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga
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