Existe un género literario muy interesante y demandado por millones de seguidores en todos los tiempos, la biografía, que por su propia naturaleza está vinculado a los estudios históricos. Supone una apasionante aventura para el ejercicio lector, repleta de indudables y educativos atractivos, conocer mejor la vida de aquellas personas que tuvieron un especial protagonismo, en la época en que el destino quiso que desarrollaran su andadura vital. Una biografía bien elaborada, dedicada a Napoleón, Mahatma Gandhi, Carlos V o Franklin D. Roosevelt, por citar algunos importantes ejemplos, va a tener siempre un buen éxito editorial en las ventas de las librerías, porque no sólo nos permite conocer a los grande s personajes, sino también acercarnos a esa sociedad en la que dejaron su impronta indeleble.
También vinculado íntimamente al género biográfico, se encuentran la elaboración de las memorias personales. En ellas es el propio autor protagonista de los hechos quien las escribe (en principio) tratando, en la inmensa mayoría de las obras, de explicar, reivindicar, potenciar y “limpiar” su imagen, generalmente pública, ante la valoración social del pasado. Mientras que la biografía se suele realizar una vez que el personaje ya ha fallecido, las memorias son escritas estando en vida el personaje protagonista, ya en tiempos de la jubilación o con una edad bastante avanzada. En este contexto se enmarca nuestro relato.
Cada una de las mañanas acudía puntual hasta una gran nave del Polígono Industrial en donde estaban ubicadas las oficinas y talleres tipográficos de las Publicaciones ARTEMIS, su lugar de travajo. Aitor Aramas, 32 años, era un joven diplomado en Filología Hispánica, que también había cursado (pero no terminado) la licenciatura de Traducción e Interpretación, por lo que tenía muy útiles conocimientos tanto de inglés como de francés, aunque también se defendía en el idioma alemán. En dicha editorial, especializada en los estudios históricos y políticos, estaba adscrito al departamento de corrección y redacción de los distintos materiales que llegaban para su posible publicación. En el ámbito familiar, estaba casado con Miranda Suances, diseñadora de modas en un taller de costura que trabajaba para unos grandes almacenes, con sedes y filiales en un elevado número de provincias españolas. Esperaban la llegada de su primer hijo y residían en una populosa urbanización ubicada en la ciudad de Tres Cantos, a 22 kms del norte de la capital madrileña. La situación financiera del joven matrimonio estaba condicionada por el pago mensual de la hipoteca, que les había permitido comprar un piso de nueva construcción en el que tenían instalado su hogar. Por esta razón, Aitor, además de su trabajo diario en la editorial, colaboraba en un diario progresista de difusión nacional publicando una o dos crónicas semanales sobre la situación sociopolítica en el país, temática que le gustaba y para la que estaba bien preparado por haber estado integrado como asesor en un equipo de marketing electoral. Estas colaboraciones mediáticas ayudaban también para esos gastos permanentes que inciden sobre la mayoría de los hogares. Expresado de otra forma, cualquier ingreso económico era oxigenante y bienvenido en esta joven etapa de sus vidas.
Cierto día, cuando finalizaba su horario de trabajo, Oliver Farias, director del departamento de nuevos proyectos le llamó a su despacho para proponerle una atrayente y rentable oferta de colaboración editorial.
“He pensado en ti, Aramas, (el contenido de tu currículum es el idóneo) porque este gran proyecto que tenemos entre manos puede hacernos ganar bastante dinero, siempre que sea llevado por una mano valiente y experta. Se trata de escribir las memorias de una muy importante figura política quien, por supuesto, firmará como único autor de las mismas. Obviamente es una persona de cultura, muy preparado y con muchos años a sus espaldas, pero no es un escritor profesional. Él te iría narrando aquellas fases más significativas de su vida, pública y privada, contenidos que posteriormente tomarían forma literaria bajo tu mano experta, como si hubieran sido escritos en primera persona por el protagonista de la publicación. No te puedo revelar el nombre de esta figura política hasta que analices tu posible inserción en el proyecto, tarea que debo repetirte tiene unas expectativas de ventas muy sustanciosas. Como se dice coloquialmente, nos hemos adelantado a la competencia (buen dinero nos ha costado) y este libro se va a “vender como las rosquillas”. Aparte de un fijo de 4.000 € recibirías un porcentaje de las ventas, que se iría incrementando en las previsibles y sucesivas ediciones, comenzando con un 0,5 de los beneficios. Piénsatelo bien y en un plazo máximo de 48 horas me das una respuesta. No te puedo dar más tiempo, pues la maquinaría está engrasada y presta a funcionar de inmediato”.
Tras los agradecimientos de rigor, Aitor prometió esa respuesta en el plazo acordado. Dedicó toda aquella tarde a analizar la jugosa situación que le había llegado a sus manos. Tener esa gran experiencia de conocer “face to face” a una importante figura de la política española, con el problemático nubarrón de actuar de “negro” (en la expresividad editorial) escribiendo lo que después otro va a firmar, ganar un buen dinero, que vendría como “agua de mayo” para sus crecientes necesidades familiares, no aparecer siquiera como corrector en alguna complementaria contraportada o página concreta de la publicación, sentar el mérito para poder acceder a otras plataformas laborales en la misma empresa o en otras … todas estas necesarias reflexiones le fueron dando vueltas a la cabeza durante gran parte de la tarde. Decidió finalmente darse un largo paseo por el centro de la capital, en el que intercalaría calles y establecimientos abarrotados de público, con el acústico y contaminante fragor del tráfico, junto al placentero incentivo del descanso necesario en algún parque más o menos olvidado o lleno de encanto por su cromática y aromática vegetación. Estaba decidido a exponer la situación a Miranda, cuando su compañera conyugal volviera de su trabajo, para la hora de la cena que hacían en común.
Uno y otro cónyuge analizaron en común la oferta recibida de la editorial. Después de analizar pros y contras, “tragando saliva” como suele decirse, decidieron aceptar ese “innoble” pero necesario encargo para su estabilidad económica y “profesional”. Precisamente era Aitor el que tenía más reticencias, pero la familia era también un valor que orilló sus lógicas y duras prevenciones. Cuando, un día y medio más tarde, el orondo Óliver le confesó quién iba a ser el personaje de las memorias, el prometedor escritor sintió un sudor frio y emocional: ¡Ventura Trasiero! Pero ¿quién era este afamado miembro de la política nacional?
El ínclito personaje que estaba dispuestos a “escribir” sus memorias, pertenecía a un poderoso partido político conservador, llevando en su currículum décadas de activa vinculación a la dinámica partidista. Cuando ya había entrado en la cincuentena de su cronología, una serie de factores de suerte y de rapidez en los movimientos lo elevaron, desde esos puestos de “fontanero” o segundón en la estructura partidista, a una designación ministerial, tarea que estuvo desempeñando durante dos años y medio. Tras una forzada convocatoria de elecciones y por renuncia del candidato propuesto a presidente del grupo político, accedió a tomar las riendas del mismo, en una situación de cierto desorden interno. Esa jefatura le hizo competir como cabeza de cartel en esos nuevos comicios para elegir los diputados en el Congreso y al futuro gobierno de la Nación. Los aires electorales, en el voto ciudadano, permitieron al partido que ahora lideraba ganar de nuevo las elecciones por muy estrecho margen de votos, lo que hizo posible, tras una alianza con un emergente grupo centrista, que el propio Ventura accediera a la Presidencia del Gobierno, cuando su carnet de identidad marcaba la edad de cincuenta y cinco años de edad.
Después de cuatro años, al frente de este gabinete de coalición, una serie de “escándalos” de naturaleza económica, en la que estaba implicado el partido que lideraba, minaron gravemente su prestigio, dura y esforzadamente ganado en una larga etapa vital de acción política. Cuando llegó el momento de renovar el parlamento, su partido recibió un duro varapalo electoral, ganando las elecciones el principal grupo de la oposición, de significación progresista. Ventura, con los previsibles “enemigos” que tenía dentro de su propia agrupación, renunció a seguir en esa primera línea de acción política, presionado incluso por su propia familia, que le aconsejaba el apartarse del liderazgo de su partido, teniendo en cuenta que estaba a punto de cumplir los sesenta años en su identidad y llevaba más de tres décadas “metido” de lleno en el fragor de la acción política.
Unos meses después, gozando ya de la situación de “ciudadano de a pié” algunos amigos y fieles compañeros le sugirieron que escribiera sus memorias, en las que podría narrar muchas de las vivencias que había protagonizado a lo largo de la mitad de su vida.
Estaban sentados frente a frente, en torno a una coqueta mesa de madera redonda, color beige, sobre la que reposaban dos cafés bien cargados, situada ante una gran cristalera desde la que se dominaba una panorámica espléndida del viejo y nuevo Madrid. Ocupaban la duodécima y última planta del edificio sede del Partido, coronado por ese ático en el que ambos interlocutores se analizaban visualmente: un famoso ex líder político y reciente Presidente del Gobierno y un joven escritor, quienes se escudriñaron durante unos “largos” y nerviosos minutos. Generacionalmente podrían pasar por un veterano “padre”, el cual necesita reivindicar su actualmente vapuleada imagen social, mediante la narración en las páginas de un libro toda una larga y densa aventura participativa en la acción social. Esas revelaciones, anécdotas e interpretaciones iban a ser escritas y redactadas por otra persona, que podría ser su “hijo” generacional, el cual no las había protagonizado y cuyo nombre no aparecería por parte alguna del futuro y esperado libro de memorias. Un “padre” que cuenta su vida y un “hijo” que escucha atentamente, para redactar esos contenidos que supuestamente ha escrito quien los manifiesta.
Aitor, además de lingüista y traductor cualificado en idiomas, era un experto en análisis político. Sus artículos, en ese diario en el que periódicamente colaboraba, avalaban sus conocimientos e investigaciones en ese marco polémico de la información y análisis de las noticias. Comenzó a plantear una serie de incómodas preguntas a Ventura, interrogantes sobre supuestos negocios “sucios”, inversiones poco claras, tributos amañados e incluso una posible doble contabilidad desarrollada durante los años de su presidencia partidista y gubernamental. Esta fase del trabajo enfrió, alteró, rompió y enfrentó la relación, hasta ese momento amistosa, entre narrador y escritor.
La atmósfera entre ambos personajes se agrió, pues uno decía “ese tema no lo quiero tocar” mientras que el interlocutor respondía “lo que está diciendo no responde en absoluto a la verdad.” “Ahí se escribe lo que yo quiero que se exponga” “yo no estoy dispuesto a escribir la manipulación de lo que ha ocurrido, para engañar a la gente” “es que son mis memorias” “sí, pero yo soy quien las escribe” “yo quiero escribir lo que me dé la gana” “Vd. lo que pretende es lavar sus trapos sucios para la memoria colectiva acerca de su gestión” “Vd. está a mi servicio” “Yo debo estar al servicio de la verdad, no de la falacia exculpatoria de la que Vd. es protagonista”.
A tal estado de deterioro llegó la situación, que tuvo que intervenir Oliver, intentando poner orden en un incómodo y cada vez más visceral enfrentamiento entre el “autor” y el escritor real de las palabras que se iban a publicar. El director de Nuevos Proyectos y Publicaciones planteó un ultimátum a Aitor, ante las duras quejas que le expresaba el dirigente político, ante la actitud crítica y en modo alguno servil del anónimo redactor de su supuesto libro de memorias.
Tras hablarlo con su mujer Miranda, Aitor tomó la difícil decisión de abandonar el proyecto en el que llevaba trabajando varias semanas. Así se lo comunicó a su jefe, explicándole que era una cuestión de ética profesional la que le estaba impulsando a dar este complicado paso para la renuncia.
“Podemos discrepar en cuestiones complementarias, de estilo e incluso de contenidos. Pero ignorar o pasar de puntillas sobre hechos que están en los juzgados y que atañen a su responsabilidad como antiguo presidente gubernamental es algo que yo no puedo consentir, aunque mi nombre no aparezca por parte alguna de este libro de memorias. Más si cabe, cuando esos hechos han influido, de una u otra forma, en la opinión del electorado, para retirarle su confianza, forzándole también a su voluntaria retirada de la política activa”.
Publicaciones Artemis pronto encontró otro “plumilla” en su equipo de redacción, que se prestó dócilmente y sin mayor problema de conciencia para continuar con las memorias del ínclito personaje. Aitor pudo salvar su puesto de trabajo gracias a que aceptó, a regañadientes que se utilizara la parte ya redactada por él, como base para completar la elaboración de esta esperada publicación. Por ese trabajo anónimo ya realizado, recibió una simbólica compensación económica, en la nómina del mes siguiente a su renuncia. A pesar de que necesitaban equilibrar sus necesidades económicas, Miranda se sintió profundamente feliz por el valiente paso que había dado su marido, a fin de salvar su ética y conciencia profesional.
La esperada publicación titulada “MEMORIAS DE UNA VIDA AL SERVICIO DE ESPAÑA” fue un gran aldabonazo editorial en el ámbito sociopolítico. La aceptación popular para la compra de ese libro fue de tal calibre que, en la misma semana de salir a la venta, hubo que realizarse una primera reedición. En los meses siguientes las reediciones siguieron viendo la luz, con esa habilidad editorial para no imprimir un número exagerado de ejemplares. En la actualidad ya está en los escaparates de las librerías más prestigiosas del país la obraπ que lleva en la vitola de su portada el dato de la 7º reedición.
Aitor sigue trabajando en otros proyectos editoriales y continúa con su columna personal firmada cada domingo en ese prestigioso diario de ámbito nacional. También le han ofrecido impartir clases en una academia de élite para la enseñanza del inglés, siguiendo la lectura y estudio de cualificadas obras elaboradas por literatos británicos. Resultó significativo e inesperado en la vida de este joven matrimonio un hecho que a muchos les hizo pensar. Cuando Miranda Suances dio felizmente a luz el primero de sus hijos (Darío, fue el nombre elegido) fueron muchos los parabienes, visitas y regalos que recibieron los felices progenitores. Pero entre todos los presentes destacó uno en concreto: era un gran y precioso centro de flores, acompañado de una cariñosa felicitación por el feliz natalicio. Esa tarjeta venía firmada por Ventura Trasiero, el antiguo presidente gubernamental. Junto a la misma, añadía un cheque bancario a nombre de Aitor Aramas, en el que no había anotada cantidad alguna. lógicamente, dicho documento bancario, tenía estampada la firma de Ventura, quien deseaba “agradecer” la necesaria discreción del escritor /periodista ante el hecho que los había vinculado. Aitor agradeció cortésmente el gesto de las flores al amable remitente. Nunca ha hecho uso de dicho cheque extendido a su nombre y en el que podía haber anotado la cifra que considerara oportuna. -
MEMORIAS PARA OLVIDAR
LA REALIDAD
José L. Casado Toro
Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga
5 agosto 2022
Dirección electrónica: jlcasadot@yahoo.es
Blog personal: http://www.jlcasadot.blogspot.com/
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