En muchas unidades familiares, además de la pareja de cónyuges y la más o menos abundante prole descendiente, incrementada en momentos puntuales por la presencia del parentesco, suele aparecer un elemento nuevo que ocupa un curioso y significativo puesto en el grupo fraternal: el amigo íntimo de la familia. Este personaje, como consecuencias de circunstancias muy diversas, acaba integrándose dentro de ese reducido colectivo familiar como un miembro más, no genético, pero si afectivo, incluso sentimental. Al paso del tiempo, y si su influencia no se controla, su presencia se hace importante, e incluso indispensable, debido a la “función” que realiza, tanto para él mismo como para los demás: actúa como amigo, confidente, compañero, consejero y, en ocasiones, algo más. En este peculiar contexto se desarrolla la historia de esta semana.
La familia Retarda – Millar se halla compuesta por cuatro miembros. El padre, D. VENTURA Retarda, 56 años, agente comercial colegiado y que está integrado en el departamento de ventas de una importante empresa chacinera: EL GORRINO, especializada en los embutidos y productos del cerdo (jamones, chorizos, salchichones, lomos, morcillas, beicon, criadillas, etc). La actividad laboral como representante, de este veterano empleado de ventas, le obliga a tener que realizar numerosos desplazamientos durante la semana, cuyos destinos abarcan localidades repartidas por toda la geografía andaluza. Supera en nueve años la edad de su mujer y desde prácticamente su juventud ha tenido tendencia al sobrepeso corporal. De su antigua cabellera sólo queda hoy, en su oronda cabeza, frágiles restos capilares en las zonas temporales, ya inevitablemente canosas y muy reducidas en densidad. Desde siempre se ha caracterizado como una persona profundamente tranquila, relajada, complaciente, sin grandes ambiciones, que manifiesta sentirse feliz con la rutina diaria que el destino le ha concedido. La relación que mantiene con su mujer Águeda es apacible, respetuosa, sosegada, cordialmente “aburrida”. Desde siempre se ha esforzado en evitar las discusiones, porque dice que así se siente mejor.
ÁGUEDA Millar ejerce como profesora de canto en el conservatorio de Málaga, desde hace más de tres lustros. A sus 47 años se siente con la fuerza necesaria para compaginar las tareas del hogar con su labor docente, además de estar integrada, como una muy cualificada soprano, en una afamada agrupación lírica que ostenta con orgullo el nombre de la ciudad. Es persona sensible, fantasiosa, imaginativa, gustándole con dulce temeridad la improvisación y las novedades en el caminar de su vida. Con veintisiete años contrajo matrimonio con Ventura, al que conocía y trataba como amigo de su familia desde los tiempos de la adolescencia. Sus padres, propietarios de una especializada tienda de ultramarinos ubicada en pleno corazón de la ciudad, debían importantes favores al joven Ventura, gracias a la ayuda que les prestaba en el terreno contable y tributario. Estos progenitores vieron con gozosa complacencia el noviazgo de su hija con una persona valiosa y responsable, con el sosiego que aportaría a la frecuente inmadurez irreflexiva de la mucho más joven Águeda.
Dos hijos vitalizaron el matrimonio. NATALIA es la primogénita. Nació de un embarazo no programado, que lógicamente influyó en la unión conyugal de sus padres. A sus veinte primaveras, se siente fracasada en sus estudios de solfeo, pero gracias a su padre ha sido contratada como dependienta en un selecto comercio de artículos para regalos en listas de boda, natalicios y otras celebraciones. Al contrario que Ventura, es persona muy delgada de cuerpo y al igual que su madre es bastante compulsiva con respecto a la compra de ropa y complementos para lucir en el vestir. Frecuenta la amistad con las antiguas compañeras del colegio religioso en el que estudió (con precaria o ausente brillantez) y, a pesar de sus esfuerzos, carece de pretendiente alguno que la corteje en amores.
ESTEBAN es tres años menor que su hermana. Estudia la carrera de ingeniería técnica en el Ejido malacitano. Los esfuerzos de su madre por darle formación musical han resultado algo más fructíferos que con su hermana Natalia. Águeda deseaba que fuera concertista de piano, pero ” Estebita” (como es llamado familiarmente) sólo aceptó obedecer a su madre si se matriculaba en percusión. El tambor, los platillos y los timbales son los instrumentos orquestales que estimulan su voluntad musical. Ventura ha tenido que encargar la insonorización del cuarto dormitorio que ocupa su hijo, para que éste pueda seguir practicando las lecciones, ante las repetidas protestas vecinales por no poder descansar y sentirse alterados de los nervios. Eran muchos los repiqueteos y percusiones tamboriles que a diario llegaban a sus viviendas procedentes del 5º B, residencia de los Retarda Millar.
En el seno de esta normalizada familia malagueña apareció cierto día un atractivo personaje, que iba a influir de manera decisiva en el contexto relacional de sus cuatro miembros. La intensa amistad de SERAFÍN Valiada tuvo su origen en un concierto a beneficio de una entrañable y popular residencia de ancianos, de humilde condición, atendida por las admiradas Hermanas de la Caridad. En ese espectáculo benéfico participaba Águeda como soprano. Al finalizar la actuación de todos los participantes, hubo un pequeño cátering para atender a los más ilustres invitados y personalidades, además de muchos otros ciudadanos “de a pie” que siempre aparecen, como abejas melosas, cuando se ofrece una copa de vino gratuita y hay bandejas con apetitosos canapés. Entre los asistentes (había dado una generosa y sustancial donación para la benéfica causa) se encontraba Serafín, un rentista olivarero de cuarenta y tres años, quien mostraba una elegante y dinámica figura asociada a una natural y proverbial simpatía. Gran aficionado a la música clásica, se acercó a la concertista Águeda para felicitarla por su brillante actuación. Esos más de diez minutos de conversación entre ambos fueron decisivos para que uno y otro quedaran prendidos en la atracción. No se conocían de antes, pero ese reducido tiempo que aplicaron para intercambiar palabras, miradas y sonrisas, provocaron insólitos sentimientos mágicos para el futuro que dibujaban en sus mentes.
Águeda veía en él su desbordante y juvenil dinamismo, mientras que Serafín apreciaba en su interlocutora la belleza de su figura, su delicada voz y esa simpática, traviesa y fantasiosa imaginación de la que solía hacer gala la mujer del rutinario comercial Ventura. A partir de ese fausto día, el adinerado y “manirroto” olivarero fue entrando en la familia Retarda Millar como un gran amigo a gozar y cuidar. Serafín permanecía soltero, aunque tenía en su trayectoria una larga lista de vivencias sexuales con aquellas mujeres que podían ofrecerle el placer de la novedad. Y de inmediato comenzaron a llegar de su mano los regalos y atenciones, preferentemente para la principal mujer de la casa: flores, bombones, entradas para el teatro, cine o conciertos, citas para exposiciones, barbacoas de fin de semana, regalos para cumpleaños y santos, llamadas telefónicas a las más insospechadas horas del día, pequeños y largos viajes, intercambio de confidencias… Era el amigo rico, empático, simpático, poseedor de mil sonrisas, divertidas ocurrencias, miradas y palabras conniventes y comunicador de un acendrado dinamismo. Todo aquello que Águeda anhelaba y nunca encontró en el carácter plano, acromático y aburrido de su marido quien, cada día más obeso, se sentía feliz viendo a su esposa más vital y cariñosa con todos, pues el amigo Serafín sabía darle todo aquello que a él no se le ocurría o podía proporcionarle de manera natural.
Incluso Natalia como Estebita observaban divertidos a este curioso personaje, de continuas e insólitas ocurrencias, que entraba y salía de su casa como si fuera la suya, ofreciendo siempre ese punto de iniciativa y sorpresa que ilusionaba la atmósfera cansina que soportaba habitualmente el reducido grupo familiar hasta su providencial llegada. Tal era el estado del cambio experimentado, que llamaban al amigo íntimo familiar “el tío Serafín”. Los dos ocultos enamorados sabían buscar y encontrar los momentos y oportunidades para estar juntos e intercambiar las carantoñas y proximidades afectivas que fueron pasando a mayores, en ese idilio secreto … pero evidente a los ojos disimulados de todos. El peculiar vínculo sentimental también era favorecido por los frecuentes desplazamientos que Ventura tenía que realizar, en función de su actividad representativa empresarial, “vendiendo” todo tipo de embutidos y suculentas chacinas.
Tal era el grado de inmersión del amigo íntimo en la familia que decidieron habilitar un cuarto trastero que el piso disponía, para ubicar dentro del mismo una cama de 90 cm encastrada en la pared, que se abría cuando el tío Serafín se quedaba para dormir las muchas noches de prolongada sobremesa. Éste “disfrutón” de la existencia sabía aplicar con generosidad su fluida cartera, a fin de compensar a esa hospitalaria familia de la que él prácticamente carecía. Tenía parientes en otras ciudades, aunque el trato con ellos era en sumo frío y distanciado. La dadivosidad del aceitero se dirigía a todos los miembros de la casa: los caprichos de Natalia, con su obsesión por ir estrenando ropa de marca, de semana en semana. La motocicleta que Estebita tanto deseaba. Las joyas que Águeda de continuo estrenaba y lucía. Por supuesto “nadie” nadie preguntaba acerca del origen de esos suntuosos regalos. Incluso para Ventura también había alguna que otra lisonja, la cual agradecía con su paciente y sosegada humanidad, como eran esas botellas de Rioja reserva, que procedían de los más caros productos gourmet del Corte Inglés y que tanto agradaban al paladar goloso del patriarca familiar. Todos estos regalos salían de los olivos heredados del abuelo Tarsicio, un antiguo emigrante en la Pampa Argentina, aceitunas que generaban el suficiente aceite para sostener la vida parasitaria y relajada de un sobrino-nieto, gozosamente afortunado por el destino para sus numerosos placeres aventureros y sentimentales.
En las fechas del año señaladas por su festividad o conmemorativas, nunca faltaba la presencia de Serafín, “tío”, amigo, amante, consejero, hermano, en definitiva, esa persona fundamental que “nunca debe estar ausente de la fiesta”. Ventura, con su exasperante paciencia, asentía, disimulaba, tal vez quitándose un peso de encima en su precaria imagen ante una esposa, a la que no podía ofrecer todo lo que esta demandaba. Pero ahí estaba “el íntimo” familiar, para sacarle del apuro. Y todos contentos y felices, esperando que mañana fuera mejor que ayer.
También en los viajes. Llegó el verano y casi “todos” decidieron pasar una quincena vacacional en la isla de Mallorca. Estebita manifestó con energía que en estas vacaciones quería estar libre de ataduras familiares, ya que un grupo de amigos, compañeros de la escuela de peritos, estaban montando un grupo musical, en el que le habían reservado plaza para la batería. Estaban negociando con algunos ayuntamientos andaluces para actuar en sus ferias y fiestas del estío, entre julio y agosto, ofreciéndose como “teloneros” de figuras más consagradas, dado su escaso recorrido aún en el mundo de la música. Así que con él no contaran, para la aventura mallorquina. Tenía 21 años y era mayor de edad. Ventura, como de costumbre, se pasó varias veces la mano por su cabeza, cada vez más alopécica, guardando silencio. Águeda miró a Serafín, siempre omnipresente, siendo la voz sensata que respondió al aventurero joven: “Pues nada, Estebita. Así hay que ganarse la vida. Estás en la edad de las nuevas experiencias y del valor sin limitaciones. Aquí siempre estaremos para apoyarte. Serás el amo y señor de esa batería grupal”. Natalia se mostró mucho más animada hacia las vacaciones isleñas, coincidiendo con su mes de vacaciones en la tienda. De inmediato comenzó a cavilar preocupada “tengo que renovar el vestuario de verano, porque no tengo nada que ponerme para salir por las noches y estar a tono con las nuevas amistades que a buen seguro conseguiré”. Así, casi toda la familia Retarda, más el olivarero Valiana disfrutaron de lo lindo, entre playas, excursiones, comidas y fiestas. Natalia hizo buenas amigas para el futuro, Águeda y Serafín siempre encontraban oportunos momentos para sus intimidades sensuales. El “amigo del alma” era quien utilizaba la tarjeta bancaria a destajo, a fin de afrontar la mayoría de los gastos, tanto los de tipo menor, como los extraordinarios. Ventura disfrutaba y callaba, con semblante complaciente y sosegado.
A la vuelta de esas felices vacaciones, en las que Natalia tampoco pudo encontrar el pretendiente ideal, a pesar de todo su renovado vestuario y su omnipresencia en cualquier sarao, fiesta, celebración o guateque que se terciara, todos afrontaron un nuevo septiembre renovador, que ya para siempre sería recordado como el del trágico accidente de tráfico, en el que se vio grave y judicialmente implicado el tío Serafín, como conductor provocador de un muy desafortunado siniestro, soportando un nivel alcohólico en su sangre que casi triplicaba el mínimo admitido por las leyes de la Dirección General de Tráfico. Las pruebas aportadas por los agentes de la Guardia Civil que intervinieron en el siniestro fueron concluyentes en la dura sentencia judicial. Además de una elevada sanción económica, Serafín se vio obligado a ingresar en prisión, con pena de dos años y seis meses, de la que cumplió un año completo, obteniendo la libertad provisional gracias a la labor de unos excelentes abogados, que pasaron posteriormente una “mareante” minuta, por la gestión jurídica desarrollada. Durante su estancia en el establecimiento penitenciario de Albolote (Granada) Águeda visitaba a Serafín una vez cada tres semanas, según el reglamento de la institución. Le llevaba ropa limpia y alimentos, especialmente los imprescindibles bizcochos “bañados en ron” que tanto le agradaban, para combatir el duro frio invernal de la zona. Estebita y Natalia sólo fueron a verle en una ocasión. Ventura, con su parsimonia característica, prefirió no ver personalmente al amigo íntimo en unas circunstancias tan duras para tan dinámico personaje. Le llamaba por teléfono, a fin de darle ánimos y también para informarle de la situación de los olivares. Serafín le había encargado que atendiera administrativamente el negocio de la almazara, especialmente con el personal laboral que allí prestaba sus servicios.
Cuando “el tío Serafín volvió a la libertad, Águeda se encargó de organizar una emocionante y lúdica fiesta de reencuentro, en la terraza superior del hotel Málaga Palacio. Fue una cena inolvidable y feliz, en la que no faltó un grupo musical para amenizar y sustentar el tiempo de baile posterior, entre los amigos que se animaron a asistir. Ventura optó por no participar en la fase del baile, cuyas piezas románticas fueron protagonizadas por su mujer y ese amigo entrañable que había recuperado la libertad. Observaba desde su asiento, vaciando poco a poco la botella de tinto Rioja que tenía sobre la mesa, con mirada complaciente y paternal, a Serafín y Águeda “tierna y gozosamente abrazados” como “dos tortolitos” que disfrutaban, ajenos a su entorno, los largos meses de ausencia por la dolorosa, pero justa, sentencia judicial. Todo parecía volver a la ansiada normalidad. La familia volvía a estar reunida.
UN PAR DE AÑOS DESPUÉS.
LA INDISPENSABLE PRESENCIA
DEL TÍO SERAFÍN
José L. Casado Toro
Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga
26 agosto 2022
Dirección electrónica: jlcasadot@yahoo.es
Blog personal: http://www.jlcasadot.blogspot.com/
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