miércoles, 31 de agosto de 2022

ENSEÑANDO EXPRESIVIDAD.

 

La dinámica del calendario no se detiene en su recorrido, salvo en la creatividad de la imaginación o en la fijación de los recuerdos. Fiel a su compromiso anual, llega un nuevo septiembre a nuestras vidas. La significación de esta mensualidad puede ser muy contrastada, en nuestras apreciaciones personales o colectivas. Analicemos algunos referentes de este décimo mes anual. Finalizan las gratas, y siempre cortas, vacaciones del verano; la tórrida temperatura estival comienza a transformarse en un mayor frescor y en muchos climas llegan las muy necesarias lluvias otoñales; la duración de la luminosidad solar continúa reduciéndose, llegando el atardecer y la noche unos minutos antes, en cada uno de los días; es el mes del “reinicio” para muchos, laboral y sobre todo escolar; el cuarto trimestre del año, que comienza en este mes, es la antesala de la estación invernal, con las densas efemérides navideñas y el nuevo año; es también una oportunidad para iniciar o renovar todos esos proyectos, grandes o más modestos, que ilusionan y lustran nuestro caminar por la vida; la plástica visual o natural de la caída de las hojas, dejando el arbolado mucho más ligero en su frondosidad, es un bello espectáculo que hace gozar a los espíritus románticos y absortos en la nostalgia. Sin embargo, entre todas estas importantes transformaciones estacionales, que nos trae el otoño, destaca sobre manera, como emblema de este mes profundamente renovador, la vuelta de la población escolar a los colegios, institutos o a los campus universitarios de la enseñanza superior. Alumnos, maestros y profesores se reencuentran, para avanzar formativamente aplicando la enseñanza y el aprendizaje, en la ciencia, la cultura y en los valores, que a todos motiva, que a todos afecta. Centrémonos ya en esta indeleble y saludable imagen septembrina, del maestro que vuelve a tomar contacto ilusionado con sus alumnos.

Vidal Segarra, ejerce el magisterio docente en la educación primaria, estando especializado en el área de la lengua española. Obtuvo plaza de funcionario, tras haber trabajado durante años en un colegio de titularidad privada, vinculado a una institución religiosa. Pero le atraía prestar sus servicios en la enseñanza pública, en donde había desarrollado todo su currículo escolar, por lo que superó las esforzadas oposiciones a las que concurrió a sus treinta cinco años, en plena madurez profesional. Fue destinado a un colegio público ubicado en una importante localidad de la comarca cordobesa, ciudad donde nació. Precisamente, en esa bella y sosegada ciudad, Lucena, conoció a la hoy es su querida compañera conyugal, Lina, licenciada en química y que trabaja en el laboratorio del Hospital Central de Lucena, adscrito al SAS. Tienen una hija, llamada Nela, quien en este momento cursa ya cuarto curso de la Enseñanza Secundaria Obligatoria.

Este vocacional profesional de la educación se siente aún joven y con razonable responsabilidad para hacer bien su cometido profesional, en el centro escolar en el que lleva adscrito 18 años (su DNI marca la edad de 53 años) básicamente como profesor de lenguaje. En base a la muy importante materia curricular que ha de impartir, observa con preocupación el cada vez más pobre nivel expresivo que tienen los niños y los adolescentes en la actualidad. Precisamente en una época verdaderamente avanzada en el uso de las NN.TT. con los poderosos y versátiles medios electrónicos e informáticos disponibles en los hogares y centros educativos, a disposición de la mayoría de los niños y los jóvenes que conforman la estructura social. Efectivamente, sus alumnos de 6º curso de formación primaria, con una edad media de 12 años, tienen en la inmensa mayoría de sus domicilios ordenadores, tablets y móviles telefónicos de avanzada y poderosa generación. Con estas máquinas digitales, conectadas a Internet, los chicos contactan y navegan sin dificultad por las más populares redes sociales, de manera especial por ese chat universal que hoy es el WhatsApp. Tiene conciencia de que los textos escritos que viajan por esas intercomunicaciones adolecen de una pobreza léxica, semántica y narrativa verdaderamente digna de preocupación. Sobre todo porque, al igual que hacen los jóvenes con el lenguaje escrito por Internet, cuando se expresan de manera oral, repiten los mismos modismos y carencias expresivas utilizadas en el pobre léxico que atesoran. Resume su percepción del problema utilizando una frase coloquial e ilustrativa: los alumnos cada vez hablan y escriben peor. Su pobreza de vocabulario es realmente lacerante. A eso hay que añadir que el nivel de lectura que los niños aplican no es desde luego el más esperanzador. Cuando escriben lo hacen empleando frases cortas, con abundantes monosílabos y palabras apocopadas, que escaso bien aportan a su debilidad gramatical.

Este maestro siempre ha sido un fiel cumplidor de las programaciones de aula. Sin embargo, para este curso ha decidido dedicar un 20% de las cinco horas semanales de clase en su materia, para que los alumnos practiquen la técnica gramatical de la redacción. Desea con ello ir recuperando y mejorando esa capacidad, cada vez más perdida, como es la de escribir y disfrutar haciéndolo cada vez con una mayor perfección. Recordaba aquellas antiguas redacciones que había que presentar al maestro, como trabajo de casa o de aula y que eran devueltas a los alumnos una vez leídas, corregidas y puntuadas.

Para llevar a cabo su sencillo proyecto, dedicaba a este fin la hora de clase del viernes. Propondría un tema a desarrollar por escrito, que los alumnos redactarían, siguiendo unas normas básicas que ya había explicado en clases precedentes. En principio descartó el formato del microrrelato, pues lo que deseaba es que el alumno desarrollara su narrativa, sin tener que someterse a las pautas limitativas de espacio y palabras que impone esa modalidad. Una vez presentadas las redacciones, las leería, corregiría y calificaría durante el fin de semana, eligiendo los tres mejores trabajos. Lo importante era que sus alumnos recuperasen o alcanzaran el placer de escribir y lo hicieran cada vez con una mayor perfección. Se puso en contacto con la asociación de padres de alumnos y con la empresa de los multicines de la localidad. Esas tres mejores redacciones serían premiadas, cada una de ellas, con dos entradas de cine, para asistir a una de las películas exhibidas. Además, las tres redacciones semanales premiadas, quedarían expuestas en el tablón de anuncios del colegio, con los nombres y apellidos de sus respectivos autores.

También añadía ese otro objetivo de volver a recuperar el placer de la escritura caligráfica o manual, utilizando el bolígrafo, el lápiz y la libreta o bloc. Obviamente no es que descartara el uso del teclado, pero en la clase los alumnos iban a presentar sus escritos en letra o caligrafía cursiva, que siempre refleja algo del carácter de quien la utiliza. Después de las primeras experiencias, decidió presentar dos temas sugeridos, para que los escolares eligieran aquel que más le agradaran redactar. No eran pocas las ocasiones en que la naturaleza de esas temáticas posibilitaba interesantes debates en clase, con lo cual también conseguía ir creando buenos hábitos participativos, que también resultaban bastante positivos en su formación: pedir la palabra, exposición breve y razonada, respeto a las opiniones contrarias e incluso esfuerzo por mejorar la vocalización expresiva.

Hubo algunas temáticas, entre los temas propuestos, que dieron bastante “juego” tanto en las diferentes redacciones como en los debates posteriores. Una de ellas fue la siguiente: ¿Te sientes feliz, en el mundo que te ha correspondido vivir? A pesar de ser alumnos con tan sólo doce años, los escolares aportaron opiniones y criterios muy interesantes, para justificar sus diferentes puntos de vista. Muchos hablaban de las guerras, del hambre y necesidades que muchas personas soportaban en el mundo. Tampoco entendían como los grupos políticos se atacaban tanto y se decían “esas cosas” que se escuchaban en la televisión y en la radio. Todos esas violencias y egoísmos, les hacía refugiarse en la sencillez de sus juegos, en su inocencia, en sus risas y en sus mitos. Los “mayores” no daban muy buen ejemplo, bajo su percepción infantil. Alguno también indicaba, con patente agudeza, que a los mayores les vendría muy bien volver a ser niños, para ser un poco más felices de lo que demostraban a diario

Otro de los temas propuestos en las redacciones, cuyas respuestas fueron en sumo interesantes para el conocimiento de esos alumnos, especialmente en aquel grupo que le correspondía dirigir como tutor, fue el que narrasen aquellos momentos o experiencias más felices que recordaban en sus cortas existencias y también aquellas otras que por el contrario les habían producido sufrimiento, tristeza o profunda decepción. Resultaba admirable leer la narración de algún chico que destacaba lo feliz que se sintió al volver a casa, tras un viaje con su padre, en una tarde/noche de tormenta, aparato eléctrico en la atmósfera e intensas y peligrosas precipitaciones. Sentir el cobijo y la protección de su hogar fue una sensación muy grata que, incluso al paso de los años, no había olvidado. En el ámbito opuesto, eran muchos los que aludían a la pérdida de algún familiar. A sus cortos años les resultaba muy difícil aceptar que esa persona cercana, de su misma sangre, pudiera “desaparecer” de sus vidas, para ya no volver, como no fuera en la recreación de la memoria o en las estampas de las fotos.

En las prácticas de redacción, Vidal solía mezclar la propuesta sobre temas diversos (siempre adaptados a la mentalidad de sus escolares) con el interesante ejercicio de la descripción. Consistía en traer al aula de clase una gran lámina, fotograma o cartel, para que los alumnos narrasen lo que tenían ante sus ojos, con todo lujo de detalles, simulando que lo hacían a una persona que no lo podía ver, tanto por incapacidad orgánica en sus órganos visuales o por la imposibilidad de tener delante dicha lámina o fotografía. En ocasiones cambiaba la litografía por algún objeto de uso cotidiano. Ante la dificultad de algunos alumnos para explicar lo que tenían por delante, el maestro les decía, con una sonrisa, “tienes que buscar en tu memoria las palabras adecuadas para poder describir este objeto, del que no puedes utilizar el nombre que usualmente utilizamos para nombrarlo. Por eso es tan importante la lectura, el mejor alimento de nuestra mente”. En estos casos, premiaba en sus calificaciones aquellas descripciones que mejor “explicaban” los detalles del objeto (forma, color, utilidad, volumen, peso, etc). Les permitía que añadiesen alguna pequeña historia o aportación personal que el objeto podía traer a sus recuerdos o incluso que añadiesen alguna pequeña historia de ficción en la que el modelo intervenía.

Cuando aquel curso finalizó, Vidal se sentía muy satisfecho del esfuerzo y los resultados obtenidos, pues era consciente de que con la vuelta a las redacciones en clase había sembrado un interesante recurso y valor formativo en los hábitos expresivos de muchos de sus alumnos. Pensaba que tal vez alguno de ellos llegaría con los años a ejercer de novelista, redactor de prensa, jurista o catedrático de filología. Pero lo más importante era que esos vitales e ilusionados adolescentes, habían gozado de una interesante y versátil oportunidad para mejor articular el uso y sentido de las palabras, a la hora de construir y mejorar sus expresiones, tanto para comunicar con los demás como para sustentar su pensamiento con la intimidad de su inteligencia.

Durante ese verano vacacional, en los años iniciales de la nueva centuria, Vidal recibió algunas pequeñas cartas de sus alumnos, en el correo de su ordenador (les había facilitado previamente su propia dirección electrónica) en las cuales los escolares más expresivos narraban a su afecto maestro cómo estaba siendo el verano que disfrutaban. Por supuesto que el imaginativo profesor respondía a todos los escritos recibidos de sus alumnos quienes, además de practicar el lúdico y formativo oficio de escribir, generaban el valor de la confianza agradecida en quien había sido un amigo mayor para sus vidas.

Muchos años después, en la redacción del diario El País, el redactor Nemesio París llamó a uno de los becarios que realizaba sus prácticas en el prestigioso grupo informativo. Cándido Esparza, 26 años, acudió un tanto nervioso a la llamada del director de los másteres, que tenía su despacho en la quinta planta del edificio. El carácter seco, directo e imperativo del “jefe”, como le llamaban los graduados en Ciencias de la Información, entre los que él se encontraba, le provocaba un cierto temor. No le cabía la menor duda que le iba a echar una buena bronca, por algún descuido o error, que “el Neme”, como también le denominaban habría detectado entre sus funciones en la redacción del periódico. La verdad es que le temblaban las piernas, al pasar por el quicio de la puerta.

“Pasa, Esparza y toma asiento. Vuestro grupo finaliza las prácticas dentro de dos semanas. Espero que hayáis aprendido “algo”, en los meses que habéis estado aquí. En la facultad os aportan mucha teoría. Todo es muy “bonito” y con bambalinas. Pero, irreal. Cuando llega la hora, la hora de la verdad, hay que echar mano de una experiencia y un séptimo sentido que no sé si el maná celestial querrá alguna vez concederos. Bueno, a lo que iba. Dentro de dos semanas, se os dice adiós y a buscarse las lentejas. Sois jóvenes y ya iréis saliendo del cascarón. Los nueve compañeros se van a ir con su diploma a casa, para engrosar la carpeta del currículo. Pero tú, Esparza … te vas a quedar. (las palpitaciones de Cándido serían de urgencia cardiológica). Entre los nueve, eres el único que sabes redactar, bien, una noticia, un reportaje, un artículo de opinión, plantear una buena pregunta en una entrevista. Tienes ese algo que a los demás les falta: el ritmo musical y el estilo de un verdadero redactor. Tenemos una baja médica en el equipo y te vas a encargar, a partir del día de la despedida de hacer esa sustitución, con un primer contrato de cuatro meses. Tienes madera de un prometedor redactor. No sé en qué barrio la habrás aprendido. En fin, que vas a seguir con nosotros. Por ahora … Y no me des las gracias. Dáselas a quien te haya enseñado”.

Cuando Cándido bajaba en el ascensor, todo sudoroso, hacia la segunda planta en donde estaba la academia de becarios, se acordó, con gratitud emocionada, de una persona: su maestro de lengua española, don Vidal Segarra, en aquel lejano curso (había pasado 14 años) de 6º de Primaria, en el colegio público de la localidad donde nació. -

 

ENSEÑANDO EXPRESIVIDAD

 

José L. Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

02 septiembre 2022

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