viernes, 19 de agosto de 2022

NECESIDAD Y SOLIDARIDAD SOCIAL.

Es una lacerante y dolorosa realidad, especialmente en nuestras sociedades avanzadas, contemplar el elevado número de personas que van pidiendo una limosna en medio de la vía pública. Los menos, con el platillo de la suplica a los pies, añadiendo un pequeño escrito en el que exponen su imposible situación de subsistencia, los más, acercándose directamente al transeúnte, pidiendo y rogando, con más o menos delicadeza, algunas monedas o la voluntad, añadiendo junto a la petición algún dato de la precariedad existencial, personal o familiar, en la que viven. En este contexto se enmarca el contenido de nuestro relato.

El protagonista de nuestra historia tiene por nombre ALEJO Valiana. Es un ciudadano sociológicamente integrado en la clase media, que en su época estudiantil realizó un peritaje industrial y que, en la actualidad, con 42 años, trabaja como técnico de reparaciones y montaje en el hogar, vinculado laboralmente a una importante marca de electrodomésticos de gama blanca (lavadoras y lavavajillas). Además de atender a los avisos en Málaga capital, desde hace dos años le encargaron la atención técnica a localidades de la costa occidental provincial (desde Torremolinos hasta Fuengirola) tarea que comparte con otro compañero del servicio técnico. Ello le obliga a tener que realizar numerosos desplazamientos a esas densas poblaciones costeras, con residentes nacionales y extranjeros que, en general, se sienten satisfechos con el eficaz servicio técnico que presta en sus domicilios. Convive desde hace tres años con su pareja Cande, separada de un anterior vínculo, del que nació una hija que en la actualidad tiene siete años. Alejo es persona activa y responsable con su trabajo y aplica a su vida privada ese sosiego que desde joven le ha caracterizado. La relación que mantiene con Cande es positiva y feliz. La pareja piensa que algún día pasarán por el registro civil para formalizar judicialmente la vinculación que mantienen, pero no tienen especial urgencia para dar ese paso. Uno y otro han tenido experiencias ingratas en el terreno afectivo, por lo que prefieren mantener un tono relacional que les deje las “puertas abiertas” y sin condiciones, por si algún día su vinculación sentimental se deteriora.

El carácter de Alejo facilitaba que normalmente se mostrara receptivo y generoso con las personas que se encontraba en las calles y plazas, solicitando alguna ayuda económica para alimentarse. Mantenía en su pensamiento que cuando alguien extiende su mano o pone delante de su persona un platillo para recoger algunas monedas, lo hace porque sinceramente lo necesita. En esos casos, era frecuente que buscara en su monedero esos céntimos de euro, no imprescindibles para su economía y entregarlos al peticionario, fuera mendigo, pedigüeño u otro ciudadano que circunstancialmente hubiese caído en una mala racha económica para la subsistencia. Si esos céntimos que solía donar podían sacar del apuro a quien pasaba el trance amargo de pedir alguna ayuda o limosna, daba por bien satisfecho su noble gesto.

Esta positiva actitud en el generoso técnico de electrodomésticos comenzó a ir cambiado, a partir de algunas dudosas experiencias que fue viviendo, a título personal o como espectador en el entorno social.

Una tarde que estaba solo en casa, pues Cande había llevado a la pequeña Natalia a su clase de baile, sonó el timbre de la puerta de entrada. Comprobó por la mirilla quién podría ser, viendo a una mujer de mediana edad, bastante delgada, que vestía modestamente y que llevaba un bolso marroquí colgado del hombro. Tras abrir la puerta, la nerviosa señora se presentó como Gabriela. Parecía extranjera, por el acento que tenía en el castellano que utilizaba. Le dijo que tenía un problema bancario que le impedía poder “sacar dinero” y que carecía de otros medios para alimentarse y atender a los gastos cotidianos. Añadía que su marido la había dejado y que solicitaba ayuda económica para poder comer. Tras escucharla, decidió cambiar de criterio ante esa petición que le hacía la inesperada pedigüeña del bolso marroquí de piel de camello. En vez de darle la usual moneda con la que solía resolver la petición, indicó a la señora que esperara unos segundos. Se dirigió a la cocina y repasó el contenido de la “alacena”. Localizó rápidamente en la despensa un tetrabrik de leche y otro de caldo de cocido, cada uno de ellos con un litro de contenido. Cuando puso en las manos de la señora ambos cartones de alimentos, el rostro de la peticionaria cambió rápidamente, desde el asombro al “disgusto”, aunque se esforzó en el disimulo. De inmediato, la señora comenzó a gesticular, haciendo unos repetidos movimientos con las manos, dando a entender que no llevaba bolsa para transportarlos. Alejo fue a por una bolsa de plástico reciclado, de las que ya se cobran en los supermercados y se la entregó. La mujer en ningún momento manifestó su nombre. Con los dos botes en las manos, dio media vuelta y Alejo no escuchó palabra alguna de agradecimiento por el regalo. El “enfado” de la señora era patente. Quería dinero y no ayuda o artículos “en especie”. Posiblemente la intención de esta mujer era recorrer todos los pisos del bloque, a fin de ir juntando alguna cantidad con las monedas o billetes recogidos. La generosidad material, que no monetaria, del vecino del 8ºA la había “descolocado” profundamente. Llevaba dos litros de peso en sus manos.

En otra ocasión, también Alejo fue partícipe (como espectador) de otra escena muy significativa en el entorno de la generosidad social. Vio a un grupo de jóvenes adolescentes que paseaban por una céntrica y bien repleta de viandantes calle turística. En esa vía urbana había varias personas, al pie de la Alcazaba y el teatro romano, que pedían a los paseantes alguna ayuda económica. Un hombre sentado en el suelo, de apariencia extranjera y bohemia, tenía ante sí un cartón escrito con el texto I am hungry (tengo hambre). Cercano a este peticionario, una chica joven, modestamente vestida y escasamente aseada, mostraba otro cartel en el que indicaba la necesidad de ayuda económica, pues tenía niños pequeños y tenía que vivir “en la calle”. Uno de los chicos que paseaban se separó del grupo y se acercó a las dos personas que ejercían la mendicidad. Extrajo de su bolsillo un par de caramelos, entregándoselos a cada uno de los dos indigentes. La reacción de los dos pedigüeños, viéndose con el caramelo en sus manos, era merecedora de ser tomada en foto. Las miradas de la joven madre y del trotamundos con apariencia de hippy eran intensamente expresivas de su inesperada sorpresa e indisimulable “disgusto”.

Alejo se sentía un tanto condicionado en esta cuestión de la actitud social, pues observaba que cuando entregaba una moneda de 50 cm de euro, o menor cantidad, al indigente que le solicitaba ayuda, había casos en que aquéllos mostraban su patente insatisfacción ya que esperaban como mínimo un euro, “exigencia” que expresamente manifestaban. Incluso había casos en que tiraban con irritación esos céntimos, pues decían que con esas limosnas no tenían para comer. Así que comenzó a indicarles a los peticionarios de limosnas algunos puntos de la ciudad donde podían encontrar comida gratis. Determinadas asociaciones benéficas entregaban, al mediodía y por las tardes, bolsas con alimentos, totalmente gratuitas. “Sólo tiene que guardar cola y no dude que le entregarán esa bolsa para el alimento diario, sin solicitarle dato o documentación alguna”. Pero esa información “enfurecía” aún más a los indigentes, que le repetían su petición de que al menos les dieran un euro y no informaciones de centros donde repartían gratuitamente bolsas de comida.

Después de estas y otras experiencias, Alejo fue llegando a la conclusión de que la mayoría de los indigentes querían la ayuda en monedas y que como poco fueran de un euro. La psicología y necesidad de esos peticionarios de ayudas en las calles resultaba bastante compleja, por lo que se podía encontrar respuestas en algunos casos bastante desagradables.  Más aún cuando vivió en propia persona otra curiosa y nueva experiencia. El episodio sucedió en una zona urbana, próxima a la estación de autobuses de la capital. Un día a media mañana, cuando volvía de prestar un servicio, se le acercó un hombre de mediana edad, que mostraba en su rostro signos evidentes de estar bastante apesadumbrado.  

“Buenos días, le ruego que me perdone si le molesto, pero es que tengo un grave problema y no le oculto que me da bastante vergüenza exponerlo. Soy de Antequera y me llamo Arsenio. He tenido que venir a Málaga, para que me vea un especialista en el Hospital Clínico. Resulta que ayer compré el billete y esta mañana me levanté muy temprano, porque el autobús salía a las 8. Con las prisas, no me di cuenta de que me dejaba la cartera en casa. El caso es que ahora sólo tengo en el monedero calderilla, que no llega a los cincuenta céntimos. No tengo para comprar el ticket para el viaje de vuelta, que vale 5.90 €. Le repito que me da mucha vergüenza tener que pedir dinero por la calle, nunca me ha pasado nada así, pero es que no tengo medios en este momento para volver a casa. Si me pudiera ayudar con unos euros, al menos, para ir juntando …”

Tras escuchar la explicación de su interlocutor, el técnico de lavadoras y lavavajillas, fiel a su costumbre le entregó una moneda de un euro, colaborando para que el antequerano juntara para el billete de vuelta. El abrumado y despistado personaje le dio repetidamente las gracias y siguió su camino hacia la Estación ferroviaria, Málaga Maria Zambrano. De todas formas, había algo en aquel “escénico” encuentro que Alejo le provocaba desconcierto. Se preguntaba, cuando volvía a su domicilio, si también Arsenio se había dejado las tarjetas bancarias en la cartera olvidada. Precisamente si había estado de consulta en el Clínico habría tenido que presentar la tarjeta del SAS o el DNI … algo no le cuadraba.

Encontró la respuesta a sus dudas cuando, dos semanas después, pasaba por la misma zona, volviendo de las oficinas del servicio técnico de la marca para la que trabajaba. Curiosamente ese día llevaba puestas las gafas oscurecidas, para evitar la intensidad solar. Quiso el azar o el destino que se le acercara un hombre al que inmediatamente reconoció. Era Arsenio “el antequerano” quien comenzó la ya conocida plática con la misma historia del billete para Antequera.  Alejo no lo dejó terminar. Cortés, pero enérgicamente, le dijo: “Hace unas semanas ya le di para que pudiera juntar para el billete con destino a Antequera. No me va a contar la misma historia otra vez”. En ese momento, Arsenio, sintiéndose descubierto en su falsedad, le respondió con muy malos modos y a gritos, encarándose con el hombre que lo había descubierto:

“Y qué quiere, de algo tengo que comer cada día. No me venga con monsergas”.

Alejo se retiró prudentemente de la discusión, poniendo distancia a paso ligero del supuesto antequerano, sin dinero suficiente para comprar el billete de vuelta. Se prometió a si mismo que no se dejaría engatusar por otro “vivales” que necesitara “juntar” para un billete de bus.  

A partir de estas y otras vivencias, el sentido generoso del técnico reparador y montador, aunque no desapareció, se fue revistiendo de una más estricta prudencia. Pensaba que era bueno y socialmente conveniente ayudar a esos compañeros de vida a los que el destino, la suerte y sus propios valores no les estaba poniendo fácil, ni mucho menos, el sustento de cada día. Pero también consideraba que había mucho “caradura” suelto, con los que había que tener un especial cuidado. Su progresiva desconfianza se puso a prueba con otra experiencia interesante, tanto para la reflexión como para el comportamiento necesariamente adecuado.

Ocurrió (ya era curiosamente frecuente) en el entorno intercambiador de la estación de autobuses, línea de metro y estación ferroviaria malacitana. El jueves por la noche le llegó a su móvil telefónico un mensaje de empresa, indicando que tenía un servicio urgente en un hotel de Fuengirola, en donde habría que reparar uno de los dos lavavajillas industriales que se había estropeado esa misma tarde. La temporada alta turística exigía presteza en la reparación, pues la densidad de ocupación en el hotel era elevada. Cuando en la mañana del viernes, bastante temprano, fue a tomar su vehículo de empresa, comprobó con preocupación que fallaba el motor de arranque. Como tenía a pocos metros de casa un buen taller de reparaciones, dejó las llaves del vehículo a un mecánico amigo para que le resolviera la reparación. Entonces, con su carrito trolley de herramientas y piezas de recambio, se dirigió a la estación ferroviario, a fin de coger el tren de cercanías hasta el mismo centro de Fuengirola. El hotel a donde tenía que dirigirse distaba sólo unos 6oo metros desde dicha estación terminal de la línea costera.  

A llegar a la estación, cayó en la cuenta de que no había desayunado. Al ser tan temprano, se dirigió a una de las cafeterías y bares cercanos, para tomar un café bien cargado y con soja de calcio añadiendo algo de comer, como un croissant pasado por la plancha de cocina, con una lámina de queso de cabra y otra de jamón cocido, con unas gotitas de aceite de oliva virgen, sabrosa especialidad de la casa. Tomó asiento en una mesa exterior al establecimiento, pues el calor ya “apretaba” a pesar de la hora temprana del día. No habían pasado unos minutos, cuando vio acercarse a una mujer mayor, que tiraba con su brazo derecho de otro carrito trolley que parecía lleno ropa.

“Buenos días, señor. Me da vergüenza tener que molestarle, pero no tengo otro remedio para mi problema. Tengo que volver a mi pueblo, Alora, y solo tengo una moneda de 50 cts. Resulta que he estado unos días con una sobrina, aquí en Málaga. Nos hemos enfadado, por asuntos familiares y me ha echado de casa. Se ha quedado con el poco dinero de que disponía. El billete, como no lo he comprado con antelación, me cuesta 6,50 €. Y no tengo otro medio para volver a mi casa”.

De inmediato, Alejo se acordó del “montaje” de Arsenio, el paisano de Antequera, con el que había tenido aquel segundo encuentro tan poco agradable, por la reacción del pedigüeño. Aunque en un principio le dijo a la señora Daniela (así decía llamarse) que no le podía dar nada, al fin y dada la insistencia de la mujer le dio unos céntimos, para que le dejara tomar su desayuno en paz. Tenía la completa certeza de que era otra profesional del limosneo, con la manida historia de “poder volver a mi pueblo”.

Cuando terminó el desayuno, tomó el tren y en 45 minutos llegó a la estación fuengiroleña. La reparación del lavavajillas industrial le llevó más de dos horas y media, pues la avería era compleja, ya que tuvo que sustituir unos rodillos de caucho y metal galvanizado en la zona motorizada, desmontando numerosas piezas. Serían poco menos de las 12:30 horas, cuando volvió a tomar el tren para su vuelta a Málaga, haciendo uso del ida y vuelta de su ticket. Al bajarse en la estación Málaga María Zambrano y al pasar por la máquina del control de salida se cruzó con una persona a la que de inmediato reconoció. Era la señora Daniela, con su carrito de equipaje, que se disponía a picar en la máquina de control, para dirigirse a los andenes del tren cercanías. En ese momento iba acompañada de una chica joven, que también llevaba su billete en la mano. Podría ser la aludida sobrina de la mujer. Las miradas de Alejo y Daniela se cruzaron. Ella esbozó una tímida sonrisa que se mezcló con la expresión interrogativa del diligente y desconfiado técnico reparador. En este caso, la señora que pedía dinero lo hacía porque efectivamente necesitaba viajar.

Por su mente pasaron de inmediato las imágenes del enfadado “antequerano” Arsenio, de la extraña Gabriela que llamó en su puerta y se fue no muy contenta con los dos botes de tetrabrick, de los bohemios pedigüeños que recibieron sendos caramelos y de otras vivencias relacionadas con el asunto de la generosidad social. Se dijo a sí mismo

es necesaria aplicar la prudencia, con las personas que continuamente te están pidiendo, pero también evitar que paguen justos por pecadores. Todo es consecuencia de la “desequilibrada” sociedad que nos ha correspondido protagonizar.

 



NECESIDAD Y SOLIDARIDAD

SOCIAL

 

 

José L. Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

19  agosto 2022

                                                                                   Dirección electrónica: jlcasadot@yahoo.es           

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